La Tierra estuvo enferma - Laura L. Alfranca - E-Book

La Tierra estuvo enferma E-Book

Laura L. Alfranca

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Beschreibung

"La Tierra estuvo enferma, de los cielos vinieron los cuitls a salvarnos. Un humano por cada alienígena; dos seres con un único propósito: sobrevivir." El juramento que NeoPangea obliga a los niños a recitar al recibir sus compañeros alienígenas, marcará para siempre sus vidas. Obligados a vivir uno a la sombra del otro. Cuando Samantha Greenwood, compañera del único ser capaz de evitar la extinción de toda una raza alienígena, debe enfrentarse a su vacío, el mundo que ella conocía comienza a derrumbarse al enfrentarse a sí misma. Revueltas, muertes en masa, traiciones... y a lo único que puede y ansía aferrarse, es aquello que la naturaleza y la sociedad le prohíbe siquiera soñar. Sobre la edición ampliada especial para este ebook: Siempre me ha hecho mucha gracia cuando he escuchado a críticos, reseñistas y lectores en general, asegurando que los autores jamás escuchamos las críticas. Podéis creerme, lo que nos tomamos en serio este oficio lo hacemos y mucho, por eso estoy escribiendo esta nota a modo de presentar de nuevo "La Tierra estuvo enferma". Por circunstancias que no vienen al caso, sabemos que hubo problemas con la edición anterior y os he escuchado, analizado y llegado a la única conclusión posible: pues vais a tener razón. Así que, esta es la nueva edición de esta novela, con más capítulos, más corrección y más maldad por mi parte (que siempre es posible). Además, os animo a que, como siempre, habléis y contéis lo que os parece, porque este mundo, sin vosotros, se moriría. Porque sin vosotros, un escritor no puede aprender, mejorar, crecer y convertirse en alguien mejor en todos los aspectos. Muchas gracias por darle esta oportunidad a La Tierra estuvo enferma digamos que versión 1.2.

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Contenido

Portada

Créditos

Dedicatoria

Presentación

Prólogo

Cap 1

Cap 2

Cap 3

Cap 4

Cap 5

Cap 6

Cap 7

Cap 8

Cap 9

Cap 10

Cap 11

Cap 12

Cap 13

Cap 14

Cap 15

Cap 16

Epílogo

Carta de la autora

Novelas Nowevolution

Dónde estamos

 

Título: La Tierra estuvo enferma v 1.2.

© 2011-2013 Laura López Alfranca

© Diseño Gráfico: nowevolution

Colección Volution.

 

Primera Edición Marzo 2012

Revisión y ampliación de la autora Mayo 2013

 

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2012

Edición digital Julio 2013

ISBN: 978-84-941570-0-4

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

www.nowevolution.net / Web

[email protected] / Correo

nowevolution.blogspot.com / Blog

@nowevolution/ Twitter

 

 

 

 

 

 

Para mi familia y amigos. Sois muchos, pero siempre os llevo en mi mente y corazón.

 

 

 

 

Presentación de la autora.

 

Nunca se me dio bien presentar mis novelas, no sé que tienen las pobres que no sé cómo darlas a conocer cómo merecen. Pero se me ocurrió que, tal vez no era yo quien debiera hablar, si no los lectores que esta novela ha tenido a lo largo de los años.

Por lo que decidí preguntarles a ellos lo que les dejó “Y cuando la Tierra estuvo enferma…”. Y todos respondían de la misma forma: sufrieron por los protagonistas, por la situación que vivían, por las perrerías que les sacaba a su paso para probarles, y la esperanza.

Y creo que es en el fondo lo que quise transmitir incluso con un trasfondo que acaba siendo triste y desesperado, siempre hay al final esperanza si uno lucha por ella. Incluso con un mundo o uno mismo en contra, siempre hay esperanzas para hacer lo correcto y ser feliz.

 

 

 

 

Prólogo: Teputlatcan.

 

Estaba sentada recta, extremadamente rígida y en la postura correcta. Además, le picaba la espalda y se sentía muy incómoda, pero hoy debía ser un día perfecto, quería que sus padres estuvieran orgullosos de ella.

—Vamos, Samantha —pidió su madre tirando de la mano, obligándola a levantarse.

—Samy —insistió la niña, pero parecía que nadie la había escuchado.

No le gustaba su nombre, prefería que le llamaran por un diminutivo.

—Venga, Samantha. T enemos mucha prisa. —Papá también estaba nervioso, tanto como para arrastrarla e, incluso, llevarla en brazos cuando comprobaron que no iba tan rápido como querían.

Hoy cumplía cinco años y según las costumbres de la Tierra, recibiría a su compañero cuitl a quien cuidaría con esmero, aunque no tenía ni idea de qué significaba aquello. Alzó la cabeza por encima del hombro de su padre, curioseando las calles atestadas de gentes, cuitls y robots. Nunca había estado en la gran ciudad y como deseaba demostrar a sus papás lo responsable que era, ni se había vuelto a mirar el paisaje por las ventanillas aunque le apeteciera muchísimo. Observó los grandes árboles con casas y aspiró con fuerza el aire y el buen olor a hierba y hojas y esas cosas. En la tele decían que los grandes núcleos urbanos (que tampoco estaba segura de que debían ser) olían a humo y agua sucia; aquí, en cambio, el aire era como el de su hogar: fresco y limpio.

Su padre la dejó en el suelo cuando tuvieron delante el edificio del ritual. Era redondo y enorme como un iglú de hierba; estaba casi segura de que sería más grande que la cáscara que cubría el Distrito de las Islas, su casa… Bueno, donde estaba su casa, que no todo el Distrito era su casa. El patio del edificio del ritual estaba lleno de mosaicos con formas raras; y los niños corrían de acá para allá, vestidos con ropas de fiesta. Le habría gustado mucho unirse a ellos, pero tenía que demostrar que estaba por encima de esas chiquilladas, dispuesta a ayudar a su futuro amigo híbrido.

—¿Dónde están Iztli y Nauhi? —preguntó a sus padres, al no ver a sus amigos cuitls. Samy pensaba que se habían adelantado y estarían aquí.

—Han… ido a buscar a tu compañero —aseguró su papá, y ella sonrió—. Cariño, ocurra lo que ocurra, puedes rechazarle. Te buscaremos un…

—¿Cómo voy a rechazarle?

¡Qué escándalo! A veces los mayores tenían unas ideas muy extrañas. Esperó a su lado y oyó cómo los dos adultos hablaban en voz baja entre ellos. Suspiró un tanto molesta por no dejarla participar en esa conversación. A fin de cuentas, ya era mayor y a partir de hoy tendría una gran responsabilidad.

 

Desde que tenía uso de razón, sabía que su compañero sería un híbrido, ya que los cuitls de sus papás eran un hada y un ingeniero respectivamente. También le habían repetido muchas veces que hacía años que no nacía uno cuyos papás no fueran también híbridos, y no en menos ocasiones le recordaban que se le debía cuidar como si fuera un rey porque, para los cuitls, era un elegido de sus dioses. La verdad es que lo de las… ¿deidades eran? Sí, deidades, pues Samy eso tampoco lo acababa de comprender: seres que no se ven, no se sabe dónde están, pero te vigilan para que hagas lo que ellos dicen, como si fueran otros padres marimandones. A la gente mayor debía gustarle demasiado las historias de terror, porque esa en concreto a ella le daba mucho miedo. Cuando volvió a sentir pánico por esos dioses, decidió que debía repasar el juramento. Se lo sabía desde que aprendió a hablar y, a diferencia de otros, lo entendía… Casi todo, pero era más de lo que hacían muchos de sus amigos.

Samy oyó un ruido extraño y, de pronto, todos se movieron hasta el interior del «iglú». La niña se tapó la boca e intentó no saltar ni gritar ilusionada, debía demostrar que era especial y la mejor para cuidar de su compañero. ¿Y si por comportarse de forma infantil no se lo daban? Jo, con lo que había presumido en el colegio, no podía volver sin él o se meterían con ella.

 

Caminaron hasta el interior por un pasillo muy oscuro, no podía ni siquiera ver las estatuas que adornaban los alrededores. Sí eran estatuas, porque a veces parecían moverse y le hacían dudar. Llegaron a una sala donde se veía todo igual de mal, pero al menos había muchos pupitres y sillas que casi formaban un círculo, con pasillos en medio. Los fueron sentando y, mientras, les pedían a los padres que distrajesen a los niños para que aguantasen hasta que llegasen todos los compañeros. La niña se sentó y rechazó todo lo que le ofrecieron para pintar. Observó a los demás, aburridos, dibujando en hojas de papel o pantallas. La pequeña negó con la cabeza. Niñatos.

Entonces desplegaron el emblema de la Tierra, que estaba hecha con las banderas de los países que existían antes del descenso cuitl. Todos se levantaron, ella la primera, y se llevaron las manos al pecho para recitar el juramento de lealtad. Le habían contado que se llevaba diciendo desde hace mucho tiempo y que era para que los humanos no se olvidasen de lo que hicieron sus compañeros.

—Cuando la Tierra estuvo enferma… —comenzaron a decir todos.

—Malita… —dijo alguno de sus compañeros.

—Esto es un rollo… —oyó decir a otros, y muchos empezaron a hacer el tonto, pero Samy siguió recitando junto a los mayores, mientras los críos se sentaban.

—De los cielos vinieron los cuitl a salvarnos. —Y, en aquel momento, entraron los compañeros de todos los papás—. Un humano por cada alienígena; dos seres con un único propósito: sobrevivir.

¿Qué significaría alienígena? Era la parte que no entendía. Aunque, si debía ser sincera, a partir de ahí no tenía ni idea de qué decía el juramento, pero como era importante, no preguntaba.

Miró a las criaturas gigantescas caminar con cuidado por entre los pupitres y delante de ella se colocaron Nauhi e Iztli. Les sonrió nerviosa, pero ellos no le hicieron caso, sino que miraron muy mal a sus papás. Parecían enfadados, ¿habrían discutido con ellos de nuevo? Últimamente lo hacían muchísimo.

Mientras iban entregando sus cuitls a sus compañeros, Samy observó con atención a los de sus padres. Nauhi era chica y una ingeniera, más pequeñita de lo que era normal entre los suyos.

Los ingenieros eran los de pelaje negro, se recordó la niña por si le preguntaban cómo distinguirlos. Tenían las piernas largas, pero mucho más gordas que las hadas y acababan en unos cinco dedos enormes que, según le había enseñado Nauhi, cuando se quitaba la piel de encima, eran huesos puntiagudos con algo de carne alrededor. Molaba cantidad, incluso a veces jugaban a que era la mano de un zombi que intentaba agarrarla y comérsela. A sus papás no les gustaban esos juegos, decían que luego tenía pesadillas aunque no fuera verdad.

En cambio, Iztli era un hada y como tal, su piel era blanca y con cientos de alas de libélula en el lomo. Aunque esos dos eran raros: ella era más pequeña de lo normal en un ingeniero; su marido al contrario, era tan grande que podía llegar a llevar a tres personas a la vez en su tripota, cuando lo común es que no tuvieran fuerza más que para una sola.

Lo que compartían las dos razas, era el cuerpo muy delgado, siempre les decían «serpientes con pelo» o también «hurones espaciales», porque eran casi esqueléticos y podían medir kilómetros de la nariz a la cola si se lo proponían; además, se parecían mucho a los hurones. Las orejas se enroscaban y parecían caracoles, incluso en algunos se veía una espiral entre tanta piel rosada. Tenían una cabeza que parecía una flecha, para poder excavar o volar más fácilmente, además de un hocico entre marrón y azul muy gracioso, a veces también rosa. Lo que más le gustaba a Samy, eran sus ojos, porque parecían humanos, pero en grande. Es decir, con color, parte negra y blanca. Mamá decía que eran hurones de un solo color y la boca chiquitina. Bueno, era pequeña cuando hablaban, porque al bostezar se volvía tan grande como para comerse una rodaja de melón de un bocado o, incluso, una sandía entera en el caso de Nauhi.

 

Estudió a los demás niños y comprobó que todos atendían. Era normal, recibir tu cuitl y volver al cole con él te convertía en el rey. Incluso, días antes de que comenzase la época de entrega no se hablaba de otra cosa, y se preguntaban qué se deseaba que fueran, como si se pudiera escoger. Muchos querían que fuese ingeniero, porque son fuertes y pueden con cualquier abusón cuando crecen. Aunque, claro, con un hada, vuelas.

A ella la envidiaban, porque tendría las dos cosas algún día.

—¿Qué haces, Samy? —preguntó Iztli acercando el hocico a su lado. Le acarició para calmarse, era tan suave que le gustaba—. ¿Hablas sola?

—Recitaba todas las diferencias de las hadas e ingenieros por si me lo preguntan. Así demostraré que soy la mejor para cuidar de tu bebé.

—No tienes que preocuparte, no te preguntan nada —aseguró este guiñando su ojo marrón.

—¿Pero, nada de nada? —insistió la niña, y al ver cómo asentía, bufó y torció los morros—. Jo, pues qué rollo.

Le encantaba saber más cosas que nadie y demostrar que era muy lista, pero hoy no iba a poder hacerlo.

Entonces, Samy comprobó que la entrega ya estaba cerca de su sitio y que los otros niños recibían a los cuitls que eran tan grandes como su brazo, de largo y ancho. Qué pequeñitos… ¿Y cómo era posible que crecieran luego tantísimo? Jo, qué monos son… Deseaba que su compañero fuera tan lindo y que los demás dejaran de hablar con sus cuitls para admirarlo. Entonces, un hombre con voz muy sosa empezó a recitar:

—Samantha Greenwood, del Distrito de las Islas.

—Samy —pidió ella.

—Hija de John y Cosette —continuó. ¿Por qué todos estaban ignorándola hoy? Eso la enfadaba mucho, por lo que arrugó toda la cara esperando que se diera cuenta—. Compañero cuitl: Teputlatcan Nauizt. Hijo de la ingeniera Nauhi y el hada Iztli.

Entonces apareció su compañero y era la cosa más horrible que había visto nunca. La piel negra y blanca se iba moviendo de forma extraña y las alas estaban arrugadas. Era tan delgado como un macarrón, casi como un espagueti, y tenía la cabeza demasiado grande. Apenas se podía sostener en pie, temblaba, y cuando la miró, se quedaron así durante mucho rato. El tal Teput… como fuera, tenía ojos verdes como árboles muy oscuros y su boquita le sonrió de forma triste.

Escuchaba a los demás metiéndose con él, riéndose. Le habría encantado empujarle fuera de la mesa, tal vez así desaparecería. Suspiró, lo estudió desde todos los ángulos que pudo y la cosa no mejoraba mirase por donde lo mirase. Se cruzó de brazos, vaya suerte la suya.

—Cariño, puedes rechazarlo —insistió su madre. Pues ahora que lo decía, no le parecía mala idea.

—¡Eso es una rata! ¡Se ha colado una rata! —aseguró uno de los demás niños y, al instante, Samy vio una bola de papel volando hasta su mesa, que dio al pequeño cuitl en el hocico.

Los adultos gritaron por lo que había hecho uno de los críos; incluso la chiquilla se había quedado mirando a la bola pintarrajeada, perpleja. Y cuando el padre del responsable le regañó, todos los demás, críos y adultos, humanos y cuitls, decidieron hacer algo, aunque no tuvieran las mismas ideas. Pronto, las bolas empezaron a caer contra su mesa; ella se llevó las manos a la cara para evitar que nadie la diera. Pero, por entre los dedos veía que todos acertaban y que daban a su compañero, quien se protegía del ataque procurando cubrirse con la flor del cuello. Se llamaba así porque movían unos huesos en el cuello y la piel que le sobraba de esa zona la usaban para taparse la cara, cuando se acababan o cuando volaban.

Se mordió los labios, ¿cómo podía pensar en eso en un momento así? Al menos, cuando el alíen se tapaba ella podía dejar de ver su rostro, por lo que era una suerte. Y aun así, a través de los pliegues, esos ojos verdes tan tristes le pedían ayuda, suplicantes. Además de llamarle «rata» y otros insultos, se oía a los padres que, realmente rabiosos, gritaban a sus hijos por su comportamiento, algunos incluso les llegaban a pegar. Comenzaron a sacarlos del lugar, avergonzados por su conducta.

El hombre de la voz sosa tampoco paraba quieto, estaba dándoles esos papeles a los adultos que los enfurecía todavía más, los que les quitaban dinero. Pero aun a pesar de lo que intentaran los mayores, los demás no paraban. Algo tenía su cuitl que hacía que todos siguieran maltratándole.

Apretó los labios, enfadadísima con ellos no solo por portarse tan mal con alguien indefenso, sino también consigo misma por haber sido tan mala y pensar cosas tan horribles de su compañero. Estaba tan disgustada por aquella situación que, sin pensárselo, se abalanzó encima de él y le cubrió por completo. Samy recibió los bolazos, que no se detenían ni aunque hubieran dejado de ver a su víctima.

—¡Os debería dar vergüenza! —berreó, pero ellos siguieron hasta que sus padres los controlaron.

Aunque llevaran un buen rato parados, Samy no se retiró ni cuando le aseguraron que no pasaría nada. Solo en el momento en que sintió a ese chiquitín escondido en su cuello, bajo sus ropas, se levantó y consintió que la llevaran a casa. La volvieron a insistir para que rechazase su cuitl. Cuando se acercaron para meter la mano por sus ropas y sacarle de su refugio, la niña comenzó a gritar, a sollozar…, incluso se tumbó en el suelo y dio patadas. Podría haberles explicado a sus padres que si le dejaba solo, los abusones irían a por él, que tenía que cuidarle y protegerle. A fin de cuentas, eso era hacerse mayor y lo aceptaba. Pero claro, los adultos esas cosas no las entienden, así que fingir un berrinche era la forma más fácil de salirse con la suya.

Por eso, oyó durante el resto del día a sus padres discutir con sus compañeros y con cualquiera que se ponía por delante; incluso en el tranvía de vuelta a casa, con el conductor. Parecía que deseasen castigar a todos porque ella quería tener un cuitl raquítico. Eso la ponía muy nerviosa.

Por suerte ya era muy de noche y los astrónomos habían teñido la cáscara de un verde muy oscuro, tanto como los ojos de su compañero. Le encantaban esos momentos, todo parecía callarse para irse a la cama, menos los encargados de poner los ruidos de la noche. Su papá le dijo una vez, que los astrónomos antes estudiaban solo las estrellas. A Samy le parecía mejor, además, encargarse de la cáscara que cubría la ciudad para cambiarla de color y poner sonidos para que no te sintieras solo cuando oscurecía.

No estaba muy segura de qué había pasado al final, si él era su compañero o qué. A fin de cuentas, no había dicho sí, solo se había hecho daño en la garganta gritando para que no se lo quitaran. Le sentía respirar contra su piel. Un segundo, ahora el cuitl se movía y se estaba asomando por el cuello. Los dos se miraron fijamente, como si fuera la primera vez que se encontraban. La verdad es que si lo pensaba seriamente, debía reconocer que el cuitl tenía los ojos más bonitos del mundo, y que fuera tan pequeño era genial. Seguro que podría colarse por entre las cámaras de seguridad, como los ladrones de las pelis. Vaya… jugarían a buscar cosas, podía esconderlas y que él las buscase en todas partes.

—Samantha —le oyó hablar al fin, la voz también era genial, le recordaba a un cantante que le gustaba mucho a su papá.

—Prefiero Samy, no me gusta Samantha —aseguró la chiquilla, acariciándole la cabeza. Al principio con suavidad, ya que temía hacerle daño, pero al ver que no se quejaba, tomó más confianza.

—Pues es muy bonito, pero como prefieras —aseguró él, sonriendo.

—¿Por qué temblabas tanto antes? ¿Tenías miedo? ¿Frío? —preguntó después de unos momentos en silencio.

—No, nada de eso, aún no sé usar bien mis piernas y me cuesta estar de pie. He nacido hoy.

—¡Anda, feliz cumple! También es mi cumple, ¿cuántos tienes?

—Aún ninguno como fase segunda; como larva tengo cinco años.

Samy sabía que los cuitls cambiaban cuando tenían ciertos años. De bebés son larvas; de niños, hurones; y de viejos, no sabía.

—¡Como yo!

—Pero si juntamos todas las larvas que he sido, soy más viejo que tus papás —explicó con orgullo y la niña arrugó toda la cara al darse cuenta de algo importante.

—Aún no sé cómo te llamas y tampoco si quieres algo para tu cumple.

—Teputlatcan, lo dijo el sacerdote —se presentó él.

—¡Pero eso es muy difícil! Papá tiene razón cuando dice que os ponéis nombres con los que la gente se muerde la lengua al decirlos.

—Llámame Tepu, pero solo tú puedes decirme así —pidió un tanto molesto—. No quiero que ningún idiota lo use.

—Vale, Tepu. ¿Y qué quieres como regalo de cumple?

La niña se sentó con las piernas encima del asiento, ya no había que comportarse con corrección, solo ir cómoda. La verdad es que le parecía raro: había tenido que portarse como una niña para hacerse pasar por mayor. Su compañero seguía pensando lo que le había propuesto; ¿iba a ser así de lento con todo lo que ella sugiriese? ¡Se aburrirían antes de decidir a qué iban a jugar!

—Um… ver por la ventana y un beso —dijo al fin y, con mucha rapidez, pegó su hocico contra la boca de Samantha y luego le volvió a mirar con una sonrisa que era graciosa.

Ella se rio. Qué tonto era. Se parecía a los chicos de su cole, siempre pidiendo besos a todas las niñas, agarrándolas de la mano y si no les hacían caso, las tiraban del pelo. A Samy ese juego no le gustaba, porque nadie quería ser solo novio suyo, sino que todos querían estar con todos y a ella le gustaba tener algo propio. A Tepu eso se lo iba a prohibir, por algo era su compañero y se había manchado el vestido para que no se lo llevaran.

Después de decidir eso, Samy giró todo su cuerpo y ambos miraron las estrellas, mejilla contra mejilla y se inventaron historias para cada cosa que veían. Asegurando que de lejos, las atmósferas que encerraban las ciudades, se parecían a las bolas que encerraban un paisaje y, al agitarlas, se llenaba de nieve. Tepu no sabía qué era eso, tampoco tenía idea de otras tan geniales como la tele, el canal de historia, las muñecas, las chuches, el cole, los deberes… ¡tenía que enseñarle mucho! Si no, iban a decirle que era tonto casi seguro. Los niños eran muy crueles si les daba la gana, ¡hasta te tiraban del pelo y te subían la falda!

Aun a pesar de las futuras injusticias y el enorme esfuerzo que iba a tener enseñando a Tepu, la chiquilla se sintió muy feliz. Al fin iba a tener a un mejor amigo y novio para ella sola.

 

 

 

 

Capítulo I: Pequeñas mentes curiosas.

 

 

Well I don’t know if all that’s true ‘

Cause you got me, and baby I got you

Babe I got you babe, I got you babe1

 

1 N. de la A.: La canción se titula I got you Babe (1969). Los autores son Cher & Sony: “Bueno, no sé si todo es verdad // Porque, cariño, me tienes y yo te tengo // Cariño // Te tengo, cariño. Te tengo, cariño.

 

Samy escuchó la música que salía del despertador y levantó más las mantas, deseando así acallarlo sin tener que helarse la mano. Sintió cómo Tepu se revolvía bajo las telas y salía al exterior para apagarlo. La chica metió la cabeza bajo la almohada, esperaba que su amigo entendiera que no deseaba que le preguntase. Notó cómo se acercaba, cerró los ojos esperando una charla y al instante intentó ahogar un grito, ¡le había pegado el hocico en el cuello y estaba helado!

—¡Tepu, ya sabes las normas! —susurró, desesperada, mientras el cuitl se reía—. ¡Quien intente helar al otro puede ser arrojado de la cama sin piedad!

—Que yo recuerde, en el tratado por la lucha de los hipballs, se me consiente helar, si así consigo sonsacar información sobre el estado de ánimo del contrario —terció acurrucándose contra su piel.

—Ese apartado nunca quedó claro, y teníamos siete años —le recordó furiosa.

—Y ahora quince, dijimos que hasta que no nos casemos no los romperíamos. —La joven tembló involuntariamente y tragó saliva—. ¿Me dirás qué te pasa.

Estaba preocupado, puede que demasiado. Ella odiaba que se sintiera mal.

En su defensa, habría que decir qué no le pasaba en particular, sino que tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza.

Por un lado, aún recordaba la conversación que había tenido hacía dos noches con sus padres, mientras Tepu, Nauhi e Iztli se iban a una reunión importante, algo sobre una consulta política entre los suyos, John y Cosette decidieron que debían tener una charla importante con ella…, mejor dicho, «La Charla», la que siempre se repetía hasta la saciedad, con un guion no escrito que ambas partes seguían al pie de la letra y que no se esforzaban en cambiar. ¿Para qué? Tantos años de práctica debían servir para hacer las cosas de forma más rápida, aunque sus padres seguían poniéndole la misma pasión que el primer día. A ella según le daba, no siempre tenía las mismas energías para repetirse.

—Tenemos que hablar —comenzaban a decir, turnándose entre ellos. Esta vez le tocó a su madre—. Sabemos que quieres a Tepu, eso es bueno, aunque deberías haber tenido un cuitl normal. Lo que nos preocupa es que deberías tener amigos humanos.

—¿Y qué son Cassidy y Berta? ¿Una nueva raza alienígena? —replicaba.

Aquella vez no le había puesto la pasión de costumbre, trataba de programar la tele para poner un musical y habían vuelto a cambiar los ajustes. Además, estaba segura de que no cambiarían de estrategia, por lo que no atendió mucho más de lo habitual.

—Sí, bueno… —No entendía cómo seguía pillándoles en ese punto, ¡si llevaba usándolo desde que tenía nueve años!—, pero ellos salen con más personas a parte de sus cuitls. Podrías hacer como ellos y retomar la amistad con tus amigos del instituto.

—¿Para qué? Se metían con Tepu en cuanto tenían ocasión —insistió ella, más contenta, parecía haber pillado al fin la sintonía.

—Hasta que mordió a Xiu y casi le arrancó un ojo. Recuerda que tuvimos que pagarle varios abogados.

Samy sonrió, realmente el ojo no había corrido peligro alguno y solo fue un mordisco en la frente..

Aquel idiota se había buscado la pelea, ya que a Tepu le daba igual que se metieran con él, pero que nadie la tocase o acabaría mal; sobre todo si habían tratado mal a Tepu mucho antes, él no se defendía y aguantaba con calma cualquier cosa que le hicieran, pero a la humana sí y tendía a dejarse llevar por todo lo que tuviera antes contra esa persona. Aunque no recordaba muy bien que le había dicho el chico. Algo sobre que un vestido que llevaba o que quiso pegarla. Hacia tanto de aquello que no lo recordaba muy bien.

Escuchó de fondo cómo daban sus razones para juntarse con gente de su edad y los ignoró. Pero aquella vez, para su sorpresa, hubo algo nuevo y sorprendente a cargo de su madre. Se agradecía esos cambios en su charla, la hacían mucho más amena.

—Hablé con la madre de Paul, ¿le recuerdas.

Como para no hacerlo, era el chico más guapo de su generación y un encanto. Cuando eran niños, habían jugado juntos muchas veces, incluso a las muñecas. Se inventaba unos juegos muy divertidos.

—Sí, vagamente —murmuró un poco cohibida.

Sin seguir la rutina era complicado dar carpetazo al tema ¿Qué podía decir ahora? ¡M aldita sea! Había que improvisar algo rápido.

—Como te iba diciendo, hablé con su madre el otro día. Le pregunté si podías quedar algún día con su grupo de amigos. La verdad es que ella me pidió consultárselo antes de decirte nada…

—¿Y cuándo dices que fue eso? —insistió, y entonces apareció el menú del Canal 337. Menos mal, porque entre el giro de la conversación y no encontrar la sintonía, sus manos temblaban nerviosas—. ¡Al fin! Espero que no volváis a cambiármelos. Sabéis que es difícil moverse con esta tele tan vieja y más con los canales temáticos.

—Esta mañana, mientras trabajabas entregando las comidas, llamó Paul. —Al oír eso se detuvo y se volteó para mirarla perpleja, ya no sabía cómo salir de esta—. Me pidió tus horarios. Incluso me dijo que cambiaría los suyos para coincidir contigo y pedírtelo en persona.

—¿Pedirme qué? —inquirió, confundida.

—Salir con su grupo, tonta. Me preguntó también si te gustaba el cine —siguió Cosette alegre al ver a su hija sonrojarse—. Solo por un día, prueba a relacionarte con otros chicos. Conoce gente, diviértete y no seas tan responsable. En comparación, tú pareces la madre: Siempre preocupándote por el dinero y el futuro.

La joven se rio ante ese comentario, le encantaba que dijera eso y mamá lo sabía. La verdad es que, en el fondo, muy en el fondo, la quería muchísimo. Sobre todo cuando ponía esa cara cómica para hacerle chantaje emocional.

—Te lo pagaremos to… —siguió su padre.

—De acuerdo —aceptó la chica sin dejarle acabar, resuelta.

Ella y su cuitl adoraban ir al cine.

—Sin que esté Tepu de por medio.

Ya sabía que era sin su amigo, pero siempre sentía que, si lo hacía, le estaba traicionando. ¡Maldita sea! Piensa, Samy, se dijo. Por suerte, se le ocurrió algo para poder librarse de nuevo.

—Entonces explícaselo tú —terció poniendo la tele en marcha, cuando se llegaba a ese punto siempre perdía el interés—. Se va a enfadar conmigo.

—Si tanto te quiere, debe aceptar que puedas estar con otras personas —replicó su padre con el ceño fruncido a punto de perder la paciencia, y al verle así prefirió no seguir. Normalmente continuaban hasta que se gritaban, se echaban cosas en cara y Samy se iba a su cuarto tras un portazo.

Maldita sea, cada vez que recordaba esa última frase se sentía rabiosa y deseaba golpear algo, debía haberle respondido y así no le estaría dando tantas vueltas. Con sus padres había que seguir las pautas o no dormía por las noches. Era cierto que a Tepu no le gustaba compartirla con nadie, a ella le ocurría lo mismo, por lo que lo tenía asumido; lo que le molestaba, era haberles dado a entender a sus padres que habían ganado. Aunque ella misma tuviera que reconocer que algo de razón llevaban, pero no se sentía capaz de reconocerlo.

Bueno, tampoco podía negar que deseaba pasar una tarde con otras personas de su edad haciendo… lo qué se hiciera a su edad, que no lo sabía muy bien.

Desde que acabó el instituto hace tres años, había estado tremendamente perdida y como no tenía un cuitl de tamaño normal, solo podía acceder a los trabajos más cutres y peor pagados. Eso la aislaba incluso de Cassidy y Berta, con los que seguía viéndose muy de cuando en cuando por ser una esclava laboral.

Con o sin su alienígena, necesitaba hacer algo que no fuera solo trabajar o se iba a volver loca… Más, porque estaba completamente convencida de que no era muy normal. Estaba segura de que lo entendería y más sabiendo que sus padres pagaban. Tenían el dinero muy justo, planificado al milímetro para aprovecharlo todo para cuando se marcharan algún día a cualquier lugar donde pudieran comenzar de nuevo y tener una profesión de verdad. Samy estaba deseando poder dedicarse a la medicina o a la enseñanza, algo gratificante y que estuviera bien pagado. Lo que fuera, menos su vida de ahora.

—¿Es otra vez lo de qué hacer con tu vida? —Se rio amargamente, Tepu era el único que sabía lo triste que se sentía por no saber qué hacer, y había acertado con su otra preocupación.

—No todos tenemos un futuro lleno de posibilidades por delante —le recordó sin maldad.

Su amigo podía escoger qué ser, desde artista hasta un líder político o religioso, solo tenía que irse a vivir a una de las capitales mundiales y tendría todas las puertas abiertas. Ella podía acceder a una educación superior o a mejores trabajos con el dinero que él pudiera darle. Por sí misma la consideraban inútil.

—¿Y qué haría allí fuera sin ti? —preguntó el alien, apoyando la cabeza en su mejilla. Su piel era muy suave, tanto que le encantaba frotarse contra ella hasta que cogía electricidad estática—. Te prometí que nunca me iría, no hasta que decidieses lo que querías y lo hiciéramos.

—O pudiera ahorrar lo suficiente para trasladarnos. Pero sabes que eso nunca ocurrirá, no me pagan lo suficiente, ni como para comprarme un billete de un tranvía intercívico en clase turista.

—Pero hacer de profesora te dará muchísimo dinero, solo tendremos que esperar un par de años más y tendremos suficiente para irnos —insistió optimista, no había forma de deprimirle con ese asunto—. ¿Es por eso por lo que estás triste? ¿Por qué no te apetece lo de las clases?

—¿Cómo sabes que estoy triste?

—Porque siempre te levantas con tanta energía que me das dolor de cabeza. —Ambos rieron hasta que el cuitl volvió a adoptar su tono serio—. ¿Por eso no te apetece lo de mañana?

—¿Mañana? Si es hoy cuando empiezo las clases.

—Teníamos que levantarnos a las diez, cuatro horas más tarde de lo normal —le recordó Tepu y Samy se levantó para fijarse en el reloj. Era cierto, solo eran las seis, por lo que se escondió entre las mantas—. Por lo tanto, aún será algo para mañana…, y yo que estaba contento porque dormiríamos muchas horas.

—Lo siento, creí que había cambiado la hora del despertador.

—También sé lo de la charla. —Cuando escuchó aquello se levantó y el cuitl se agarró a su pijama, desesperado—. ¡Qué me caigo!

—¿Cómo sabes de lo que hablamos? —Sintió que se atragantaba.

A Tepu tampoco le caía bien Paul. En verdad, a Tepu no le gustaba ningún chico que a ella le pareciera simpático. No podía negar que llegaba a ser demasiado celoso.

—Tenías una cara extraña, mezcla entre la expresión «ya me vuelven a dar la paliza con lo de salir con otras personas» y la de «oye, eso parece interesante» —replicó ascendiendo por el pijama hasta su cuello. Sintió cómo su hocico se pegaba a la nariz de Samy; hacían eso desde pequeños, para probar que le miraba directamente a los ojos aun a pesar de la oscuridad—. Si te parece un buen plan, acéptalo.

—¿Seguro? —preguntó en voz baja un tanto incómoda.

—¿Hay algo que debería saber? —Negó al instante—. Pues entonces vamos a dormir, ¿de acuerdo?

—Está bien —dijo la muchacha tumbándose.

Se sentía muchísimo mejor, hablar con su cuitl siempre le ayudaba. Encima quedaban aún horas para dormir, podría descansar un poco.

—Samy… —murmuró el alienígena después de unos minutos y ella gruñó a modo de pregunta—. Si tienes muchísimas ganas de irte a alguna capital, podría entrar en los cursos intensivos militares. —La joven tembló al escuchar eso—. Durante el primer año no nos veríamos, pero podrías empezar a vivir en las ciudades al instante y teniéndome dentro, podrías encontrar trabajo en lo que quisieras.

—No me merece la pena, ya lo sabes —dijo buscando su cabeza, para luego cogerla y darle un beso—. Te prefiero a ti a cualquier gran destino en solitario. —Luego acercó sus labios al hocico y lo volvió a recostar contra su cuello—. Así que no vuelvas a mencionarlo.

—Está bien.

Cuando el despertador volvió a sonar y las persianas, que sí estaban bien programadas, se alzaron dejando entrar la luz de un precioso día marrón. Esa luz siena, cuando tocaba la pared amarillenta, parecía dorada. Adoraba esa mezcla de colores, le hacían pensar que iba a ser un gran día.

La chica saltó de la cama con energías, completamente descansada y feliz, y se acercó a su armario. Cuando lo abrió, miró y se preguntó con una gran sonrisa qué podía ponerse aquel día. Le encantaba arreglarse, no sabía para qué, ya que solo Tepu la piropeaba. Era probable fuera por el hecho de que, a diferencia de casi toda la población mundial, sus trabajos eran tan poco importantes que le consentían ponerse cualquier cosa. Era la única ventaja que tenía.

—Tepu… —le dijo mientras le acariciaba el lomo y recibió un gruñido de debajo de su almohada—. ¿Sigues dormido?

—No, solo maldiciéndote, ¿cómo puedes levantarte con tanta alegría después de haber estado triste casi toda la noche.

Con una sonrisa perversa, Samy tomó impulso, corrió hasta la cama y comenzó a saltar en medio de esta hasta hacer que su amigo botase sobre el colchón.

—¿¡Qué haces!? —gritó el pobre mientras salía despedido a otra parte del colchón y saltaba sobre él. Estaba tan dormido que no se acordaba de que tenía alas para volar.

—¡Esto te pasa por animarme! ¡Haberme dejado suspirar triste toda la noche.

Al fin, pudo ver que su amigo usaba sus alas y se movía arriba y abajo completamente acompasado con ella, mientras la miraba con ojos furiosos. Sus patas estaban totalmente pegadas al cuerpo y la piel las cubría para darle más aerodinamismo. Como no hiciera algo rápido, iba a caerle una buena bronca.

—¡Despierta ya, un nuevo día va a comenzar! —canturreó. Era el jingle favorito del alienígena.

—No uses los cereales Frostlux contra mi mal humor —le espetó hablando entre dientes. Ella escupió, el pelo se le estaba metiendo en la boca—. Son sagrados y lo sabes. No se pueden usar desde…

—El tratado de la mermelada de moras. Teníamos diez años.

—Me da igual, hasta que no nos casemos ningún tratado deja de ser válido.

Al escuchar aquello se sintió atragantada de nuevo y el estómago le burbujeó de forma extraña. Empezó a dar vueltas en el aire, procurando no tropezarse. Siempre que hacía eso, dejaba de pensar en cosas raras.

—Si te dejo escoger mi ropa, ¿ me perdonas?

—Ahí te quería ver. —Con un último bote, la joven aterrizó fuera de la cama y ambos se lanzaron al armario—. Veamos… la verdad es que adoro ese top de color morado oscuro y rosas negras bordadas, resalta tu figura.

—Voy a dar una clase, no a ligarme a los padres enseñándoles el escote. Además, es berenjena, no morado. —Y sacando una camisa de ese color se lo enseñó comparándolo con el top—. ¿Ves? Son diferentes.

—Solo veo el mundo en una gama de veinticinco colores o menos. Es una preciosa prueba de que mi raza se adaptó a la tuya: los machos no entendemos de colores que se comen. No existen.

—Debería entonces dudar de tu adaptación. Sabes combinar los colores —le recordó ella guardando su ropa.

—No sé combinar los colores al buen tuntún, sé combinarlos en ti. —Le encontró cargando a su lomo dos perchas y lo observó detenidamente. Sus vaqueros negros brillantes y su blusa esmeralda ceñidita, el segundo conjunto favorito de Tepu—. Aunque debo reconocer, que, hasta con una bolsa en la cara irías genial, así que…

—Serás idiota —dijo sonrojándose y poniendo una sonrisa que debía de hacerle parecer estúpida—, ve a pedirle a Trudy que nos haga el desayuno.

—De acuerdo, ¿el de los días libres? Aún quedan dos horas hasta la clase.

—Tepu, esas cosas no se preguntan: Claro que quiero el desayuno de los días libres —dijo sintiendo cómo su estómago rugía feliz.

Samy cogió la ropa y entró en su baño.

Por suerte, sus padres habían accedido a que decorasen su «hábitat natural» como a Tepu y ella les apeteciese: El cuarto era amarillo con dibujos verdes adornando las paredes; estos eran desde dragones hasta notas musicales que pintó su cuitl con gran maña.

El baño tenía cientos de colores por los azulejos y el mobiliario era antiguo, incluyendo una ducha de las que gastaban agua y no era de limpieza en seco. Sabía que pagando a sus padres la factura se iba buena parte de su dinero, pero es que adoraba sentir el líquido en su piel.

—Cerrar puerta —ordenó mientras se quitaba el pijama verde y se metía en el cubículo—. Ducha, programación: Samy. —Al instante el agua salió muy caliente y la música retumbó contra las mamparas.

Cantó mientras se lavaba el pelo con rapidez y hacía gárgaras para limpiarse la boca antes de usar el cepillo. Odiaba levantarse con mal sabor y estaba segura de que eso era una halitosis capaz de envenenar a cualquiera.

—Secado rápido —dijo y el agua se convirtió en aire que transformó su pelo en una bola llena de electricidad estática. Sacó un pie fuera y siguió con su rutina—. Baño, programación: Tepu. Carga programa tocador.

Y oyó cómo la vieja CPU del espejo zumbaba sonoramente hasta que se activaron los ventiladores, que eran todavía más ruidosos.

Sintió que una parte de la loza se desplazaba y crecía para formar una bañera de tamaño considerable para la estatura de su amigo. No era un baño moderno, pero le servía y odiaba tener que tirar las cosas cuando funcionaban tan bien, poco le importaba si se pasaban de moda. Además, los modelos nuevos de ducha humana no tenían opción de baño para los alienígenas, por lo que era otro gran motivo para conservarla: no podían comprar un aseo para un cuitl niño, eran caros.

La chica también detestaba que se lo hicieran todo, y por eso la ducha era lo único que hacía todo por sí mismo. El espejo solo te explicaba cómo pintarte de una forma o peinarte de otra… y el armario como los del siglo veintiuno, guardando ella misma toda su ropa y ordenándola a su gusto. Había roto un par de armarios electrónicos cuando se negaba a seguir sus colocaciones, ¡eran caóticas! Al final, de tanto cambiar las cosas de sitio, las CPU se sobrecalentaban y dejaban de funcionar rápidamente.

Acabó de prepararse y se reflejó en el espejo, que le devolvió una imagen que le gustó.

No era la más hermosa de su generación, dudaba incluso ser guapa aunque tuviera papeletas para ello ; era más bien resultona. En la cara redonda y de rasgos elegantes, destacaba por los ojos grandes del color de las almendras, el pelo largo con bucles de un chocolate con leche y la piel clara y un poco rosada, como las fresas en las mejillas y cerezas en los labios. Según decía su madre, cuando alguien la describía con esa mezcla, siempre le entraba antojo de una fondue. Se rio al recordarlo, la verdad es que tenía razón, cuando uno pensaba en eso le entraba hambre.

Admiró su cuerpo y le pareció que lo que había escogido su cuitl le sentaba muy bien; le hacía parecer exuberante, cuando lo máximo que la naturaleza le había concedido era un cuerpo de formas normales y armoniosas , con cierta tripa que lejos de procurar quitársela, la alimentaba con ganas.

—Oh, querida madrastra de Blancanieves —se dijo tomando un pintalabios verde y retocándose—, si sigues mirándote hasta que el espejo te diga algo…

—Se han cargado los peinados, ¿cuál desea realizar.

Tras unos segundos de estupefacción, Samy se carcajeó ante la coincidencia y seleccionó una trenza francesa.

No deseaba complicarse mucho y hoy se sentía demasiado patosa para hacer algo complicado. Oyó cómo alguien llamaba a la puerta con rapidez, también su voz angustiada al otro lado del umbral y tuvo que volver a reírse.

—¿Ya puedo? —insistió el pobre cuitl.

—Sí, perdona. Abre puerta —ordenó mientras el espejo le iba indicando los pasos para hacer su peinado. El cuitl, tras acabar lo que le urgía más, se abalanzó hacia su baño de agua helada y le vio chapotear feliz.

—No mires, estoy desnudo —dijo escondiéndose tras la loza y tapando su cara tras la piel. Ambos se rieron, era una broma que se hacían siempre, pero les gustaba.