La última aventura - Kim Lawrence - E-Book

La última aventura E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Drew Cummings vivía casi exclusivamente con una sola preocupación: mantener su reputación de impenitente seductor. Acostumbrado como estaba a tratar con mujeres frívolas, con Eve cometió un error. La tomó por una mujer fría, astuta, calculadora y con un único objetivo: seducir a su incauto sobrino… Cuando, en aras del bien de la familia, se propuso conquistar a Eve, ¿estaba solo protegiendo la fortuna familiar? Su ex prometida quería recuperarlo como fuera, ¿por qué iba él a interesarse por la pequeña y tímida Eve? Le gustaba, sin duda, pero, ¿cúales eran sus pretensiones?: ¿otra aventura o algo más permanente?

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Seitenzahl: 224

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Kim Lawrence

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La ultima aventura, n.º 1170 - noviembre 2019

Título original: Mistress by Mistake

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-669-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No tenemos por qué… ya sabes.

Eve sintió una tierna condescendencia por el adolescente que, a cada minuto que pasaba, más parecía la víctima propiciatoria de un sacrificio.

–¿Besarnos? No, claro que no –le dijo.

La sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios al ver cómo el chico, con evidente alivio, volvía a apoyar la espalda sobre el respaldo de cuero del sofá.

–No se trata de algo personal. No tengo nada contra ti –dijo este, mirándola de reojo, como si quisiera comprobar qué efecto producía su rechazo.

–No temas. Sobreviviré –dijo Eve, fingiendo una seriedad que no podía ocultar el brillo burlón de sus ojos.

Qué grandes eran los poderes de persuasión de su hermano, pensaba –no sin sentir a su vez cierta admiración por sí misma al comprobar sus recién descubiertos poderes de manipulación–, al comprobar una vez más el hecho de que estuviera sentada a solas junto a Daniel Beck en el sofá de cuero de la enorme casa de los padres de este. Una casa magnífica sin duda, se dijo, sin dejarse abrumar por lo que la rodeaba. Hasta aquel mismo día no se había percatado de que el tímido y honesto amigo de su hermano pertenecía a una familia de clase alta. En aquella casa, todo transmitía buen gusto y gran lujo, dos cosas que solo podían conseguirse con dinero, con mucho dinero.

Dudaba que el vestido negro de seda que llevaba fuera la única prenda de diseño que aquel sofá hubiera visto. Aunque, desde luego, era la única prenda de diseño que ella había llevado en toda su vida. Y, además, pocas probabilidades tenía de volver a llevar cualquier otra. Y no solo porque sus ingresos no le permitían pensar en tales lujos, sino porque Eve solía elegir su ropa basándose más en la comodidad que en la apariencia. En su guardarropa no había más que una falda, que solía lucir exclusivamente en las bodas, los funerales y para pedir dinero a su banco. Con aquella falda, ella también debía transmitir la misma sensación de incomodidad que el pobre Daniel, que parecía a punto de… bueno, en realidad parecía a punto de echar a correr.

–No queda mucho –dijo, consultando la hora en su reloj, un reloj de pulsera práctico y barato, que no casaba muy bien con su distinguido atuendo. Nick no le había pedido que sincronizasen sus relojes, pero, desde luego, al darle las instrucciones había insistido en que las cumpliera al pie de la letra. Cosa que él ya no hacía.

–¡Oh Dios!

«¡Justo lo que yo estoy pensando!», se dijo Eve, dirigiendo una mirada maternal y al mismo tiempo tranquilizadora al amigo de su hermano. Con Daniel no le resultaba difícil sacar su lado maternal, se llevaban cinco años, porque se sentía en todo mucho mayor que él.

–¿Cuánto tiempo llevan fuera tus padres, Daniel?

«Voy a matar a Nick por esto», se dijo Eve. Comenzaban a dolerle los músculos de la cara de tanto como se esforzaba por mantener la sonrisa. «¿Qué hago si se desmaya antes de que vengan?»

–El viaje de mis padres por todo Estados Unidos durará todavía una semana más –dijo el muchacho–. Pero puede que mi padre vuelva antes. Negocios, ya sabes.

«Podría levantarme y cruzar esa puerta ahora mismo», se dijo Eve, mirando la puerta de entrada. En las pocas ocasiones en que se había cruzado con Alan Beck, le había parecido un hombre muy amable, muy capaz de resolver los problemas de su hijo sin recurrir a ninguna ayuda exterior.

–Qué suerte. No me importaría estar de viaje –dijo. En realidad, habría preferido estar en cualquier otra parte. ¿En qué demonios había estado pensando al aceptar la extraña propuesta de su hermano?

–A mi madre no le gusta estar lejos de casa.

Siendo propietaria de una casa como aquella, ¿quién podría culparla? Pensó Eve no sin cierta envidia. Ella, por su parte, pintaría por fin la cocina de su casa al mes siguiente. Al fin y al cabo no necesitaba un nuevo chaquetón de invierno, el viejo se conservaba muy bien.

–Es tan distinta a tío Drew… Él sí ha estado en todas partes.

Muy distinta a tío Drew. El gruñido de Eve se transformó en un gesto de interés, y eso bastó para que Daniel se sintiera con ánimos a seguir con el tema. Los pálidos rasgos del muchacho fueron adquiriendo color a medida que iba describiendo las virtudes de su héroe.

Eve se enteró, con pelos y señales, de las andanzas de tío Drew. Tanto supo de él que podría haber escrito una tesis doctoral con el título «Vida y sucesos del bravo y arrojado tío Drew». Drew, para gozo, disfrute y admiración de su sobrino, se había trasladado a la casa durante el viaje de los padres de Daniel y este no podía ocultar cuán complacido parecía de compartir unos días de la apasionante vida de su adorado tío Drew.

Eve, sin embargo, veía al tío Drew de un modo muy distinto. Para ella no era más que un niño de papá que no había superado su etapa de adolescencia, la clase de hombre inmaduro que más le costaba soportar. Muy probablemente sus supuestas hazañas no existían más que en la imaginación de su sobrino, imaginación que él bien se habría cuidado de alimentar. En realidad, se dijo, debía ser el peor modelo en que mirarse para un muchacho sensible como Daniel, un muchacho que ya padecía un triste complejo de inferioridad como consecuencia de sus escasas facultades para practicar cualquier deporte.

–Tío Drew dice que… –dijo Daniel, y se interrumpió en mitad de la frase– Están en la entrada –dijo con un hilo de voz. Tenía los ojos fijos, y llenos de horror, en el ventanal desde el que se veía el camino de grava que daba entrada a la finca–. Están ahí… ¿Qué vamos a hacer?

–Están ahí, de acuerdo, pero que no cunda el pánico –dijo Eve, cuyas palabras iban mas dirigidas a sí misma que a Daniel–. Despéinate.

–¿Qué?

–Así –dijo Eve, pasando sus impacientes manos por sus suaves y sedosos cabellos–. A ver, déjame –dijo, con mal disimulada exasperación, e inclinándose hacia delante se afanó por despeinar las bien peinadas ondas del adolescente–. Rodéame con un brazo o algo, como si nos estuviéramos… besando.

Daniel hizo un par de vagos movimientos hacia ella.

–No puedo. Yo nunca…

Estamos los dos metidos en esto, compañero, se dijo Eve, esforzándose por esbozar una irónica sonrisa.

–No te preocupes, yo te diré lo que tienes que hacer.

¡El típico caso del ciego que guía a otro ciego!

–Apuesto a que puedes, nena.

La voz fría y cortante sobresaltó a Eve.

–Pero no creo que a Daniel le hagan falta las enseñanzas de alguien como tú.

Aquella insultante mirada tenía el filo del bisturí de un cirujano. Una mirada que flotaba desde la altura de un cuerpo esbelto y atlético.

Aquel hombre la escrutaba, fijándose en todos los detalles. Aquella mujer no era, desde luego, una compañera de clase de Daniel, sino una mujer que sabía bien lo que estaba haciendo y el hecho de que lo estuviera haciendo con su sobrino despertaba los instintos protectores de Drew Cummings.

–¿Alguien como yo?

¿Qué demonios quería decir con ello? Eve miraba con indignación al intruso. No hacía falta ser particularmente intuitivo para saber que aquella frase era de muy mal gusto. Al menos, se dijo, estaba en presencia del famoso tío Drew.

–Creía que estabas fuera –dijo Daniel.

Lo primero que Eve advirtió fue que Daniel no había exagerado tanto como suponía los atributos físicos del señor Cummings. Los músculos de sus brazos, que se aferraban a ella para apartarla del sofá, estaban muy desarrollados y el pecho contra el que chocaba era ancho y duro, y todavía húmedo. Era evidente que tío Drew acababa de darse una ducha, pues aparte de que tenía el cuerpo mojado, las únicas prendas que escondían su hermoso cuerpo eran una toalla que llevaba sujeta en la cintura y otra echada de cualquier manera sobre los hombros. Su sensible nariz tembló al notar el contacto con un limpio y magnífico olor masculino.

–Algún día te alegrarás de que no sea así, Dan –dijo Drew Cummings, dirigiendo una rápida y afectuosa sonrisa a su sobrino antes de volver a concentrarse en Eve, a quien miraba con una expresión que poco tenía que ver con el afecto–. Lo siento, nena.

–Unos ojos grandes y tiernos le devolvían una inocente mirada. ¿Inocente? ¡Ya!

–Pero a diferencia de Dan, yo no estoy dispuesto a prestarle mi hombro a alguien como tú.

Un brillo de ira cruzó los hermosos ojos oscuros que antes parecían inocentes y tiernos.

–Aunque, según parece, tampoco habías progresado gran cosa, ¿no? –insistió Drew, con una sonrisa burlona.

La mirada del tío de Daniel no dejaba lugar a la duda. Sobre la frente de Eve debía de leer un gran letrero con la palabra «Culpable», seguida de los subtítulos, «mujer fatal, corruptora de menores».

En vista de las circunstancias, cómo no iba ella a tragarse los crudos insultos que ya se dibujaban en sus labios. A pesar de ello, sin embargo, el despectivo e insidioso sentido de superioridad de aquel hombre le daba ganas de chillar. Se dijo que cualquiera en su lugar habría sufrido un malentendido, la situación se prestaba a ello. Pero aquel hombre arrogante se iba a sentir como un estúpido al averiguar lo que realmente sucedía. Y Eve no quería evitarle tal sensación. La idea de que Drew Cummings se sintiera como un idiota resultaba demasiado atractiva, sobre todo después de sufrir una gran humillación por su causa.

–Esto no es lo que parece, señor Cummings.

Una actitud calmada era el mejor modo de salvar aquella desagradable situación. ¿Desagradable? «Pero, Eve», se decía a sí misma, «¿A quién quieres engañar? Lo que aquí está ocurriendo puede compararse a esa pesadilla en la que me paseaba por un supermercado completamente desnuda.»

–¿Sabe mi nombre? –dijo Drew, frunciendo el ceño con suspicacia–. Ya veo que ha hecho sus indagaciones.

Nombre, número de zapatos, color favorito…

–Daniel me ha hablado mucho de usted.

«Apuesto a que sí», se dijo Drew, deslizando la mirada, en contra de su propia voluntad, por las largas piernas de Eve. Sería muy difícil, se dijo, encontrar a un muchacho que pudiera darle a aquella atractiva mujer lo que realmente necesitaba. Él, por su parte, recordaba perfectamente lo que era no poder rechazar la llamada de las hormonas.

No era el tipo de mujer que a él particularmente más le gustara, él las prefería pequeñas y rubias, pero resultaba muy fácil ver lo que Daniel veía en ella. La chica, por su parte, tenía buen olfato para el dinero. Quizás alguien pudiera llamarlo cínico, pero estaba completamente seguro de lo que la chica buscaba. No obstante, una cosa era cierta, no volvería a poner sus garras en su sobrino.

–Eso le da una gran ventaja –dijo, sonriendo. Eve encontró aquella sonrisa más peligrosa que cualquier insulto–. Pero no, no me digas tu nombre.

Si Katie llegaba a enterarse algún día de lo sucedido, se decía Drew, aquella hermosa chica podía irse despidiendo del mundo. Su hermana desarrollaba un enorme instinto protector –demasiado, a decir de algunos– hacia su único hijo. Su marido había tenido que recurrir a todos sus brillantes poderes de persuasión para convencerla de que él, Drew, era un buen guardián de la moral y el bienestar del bueno de Daniel.

–No iba a… –comenzó Eve, acaloradamente, pero se interrumpió. Nunca en su vida se había visto en una situación más comprometida, en la que tuviera menos ventaja.

Y cómo la miraba aquel hombre, como si no fuera más que un trozo de carne. Se estremeció, moviendo la cabeza a uno y otro lado, mientras la furia disipaba el estúpido impulso que sentía de disculparse. Y es que ningún hombre la había mirado de aquella manera en toda su vida.

Aquel saco de músculos no era como se había imaginado, ¡era mucho peor! Pero lo que más deseaba, sin embargo, era que se pusiera encima algo de ropa. Por mucho que se empeñaba, le resultaba imposible apartar la mirada de su piel bronceada, ¡y había tanta a la vista! Tenía unos hombros muy anchos y un pecho extraordinariamente amplio para sus delgadas caderas. Unas caderas que, de tan delgadas, parecían desafiar a la ley de la gravedad al sostener aquella toalla. Pero aquel hombre no se sonrojaría si la ley de la gravedad se salía finalmente con la suya. No, no era aquel hombre un candidato al sonrojo, más bien a la arrogancia y a un despreciable complejo de superioridad.

Eve se fijó en el vello que cubría el pecho de su despreciable anfitrión y la sensación que sentía en el vientre se hizo algo más punzante, mucho más incómoda, pero más intensa. Levantó la vista y lo miró a los ojos.

A pesar de los altos e inútiles tacones de sus zapatos, tenía que inclinar ligeramente la cabeza hacia atrás para mirarlo, lo cual resultaba una gran novedad para ella, una novedad que la incomodaba. Quizás midiera dos metros, desde luego, más de uno noventa sí que medía. Se concentró en su rostro. Tenía la mandíbula bien marcada, angulosa, y unos labios que parecían esculpidos. Sus rasgos combinaban milagrosamente unos perfiles regulares y modélicos con una singularidad que le daba un rostro particular y atractivo sin que pudiera decirse de él que fuera un hombre simplemente guapo.

No obstante, si seguía mirándola con tanto desprecio, acabaría por ceder al poco femenino deseo de darle un puñetazo.

–Sí que te ibas, te ibas ahora mismo –dijo Drew, sin dar lugar a ninguna negociación.

–Tío Drew, no… –intervino Daniel, al ver que su tío dejaba la mano sobre el hombro de Eve–. Tú no lo comprendes.

La implacable mirada de Drew Cummings se suavizó un poco al mirar el rostro de su sobrino.

–De acuerdo, lo comprendo –dijo–. En el mejor de los casos no es más que una chica bonita con un buen corazón… en el peor es una pequeña fulana que se abalanza sobre los muchachos como tú porque sabe que ni su inocente mirada, ni su preciosa cara, ni su maravilloso cuerpo pueden engañar a alguien con más experiencia.

¡Maravilloso cuerpo! Eve se quedó tan perpleja ante aquel calificativo que por toda defensa no se le ocurrió más que un débil gruñido.

–Al entrar me ha parecido que te lo estabas pensando mejor, ¿verdad, Dan?

–Sí, pero no… ella… –comenzó el muchacho, dirigiendo a Eve una mirada de temerosa disculpa.

Eve se le quedó mirando, deseando que escupiera de una vez la explicación de todo. No obstante, ¿desde cuándo necesitaba que los demás hablasen por ella? Pensó no sin cierto disgusto ante aquella demostración de debilidad.

–No quieras saber los trucos de los que mujeres como ella son capaces, Dan. Algún día comprenderás que la torpeza tiene sus recompensas, sobre todo cuando ambas partes de la pareja la comparten.

Eve, sorprendida por aquel inesperado consejo, pensó que el terrible tío Drew parecía por fin humano, aunque solo fuera por un momento. ¿Eran sus propios recuerdos los que le inspiraban aquel comentario? Su mirada, por un instante, reflejó cierta ternura.

Aunque, más bien, se dijo Eve, debía ser un síntoma de indigestión. No, aquel tipo no parecía capaz de dejarse llevar por la ternura de los recuerdos.

Daniel parecía pensar lo mismo, pero comprobar que su tío también había sido torpe con las mujeres le impidió articular palabra.

Si Nick y sus colegas, cuidadosamente elegidos por su habilidad para extender cualquier tipo de rumores, no hubiesen entrado en el salón en aquel momento, el maravilloso tío Drew habría echado a Eve de aquella casa con cajas destempladas. De ello, Eve no tenía la menor duda.

Nick Gordon no necesitó recurrir a sus excelentes dotes interpretativas para mostrar un gesto de asombro. Estaba, de hecho, completamente perplejo. Al cabo de un momento, sin embargo, recuperó su pose habitual, no sin sentir cierta decepción al ver que su cuidadoso plan de batalla se había visto trastocado. Lo mejor, se dijo, era limitar los daños cuanto fuera posible.

–Todo el mundo fuera –ordenó.

Ni siquiera se le ocurrió que sus colegas se negaran a cumplir sus órdenes, y estos, en efecto, lo obedecieron. Eve envidió su capacidad para el mando.

–¿Qué pasa aquí?

–Eres Nick, ¿verdad? –preguntó Cummings, observando al alto chico moreno frunciendo el ceño–. ¿Tienes tú algo que ver con esta pequeña ceremonia de iniciación?

–¿Estás bien, Eve? –dijo Nick con inquietud, ignorando a Drew. Eve tenía grave el semblante. De haber sabido que iba a tomarse su cometido tan en serio jamás le habría pedido ayuda. Pero él, su hermano, se encargaría de alegrarle la cara.

–¿Tengo aspecto de estar bien? –replicó Eve, mordiéndose el labio–. Nick, tienes que aclarar esto de una vez –dijo, y su preciosa voz de contralto se elevó una octava más de lo normal.

–Entonces, ¿conoces a esta chica? –preguntó Drew con suspicacia. La teoría de una terrible conspiración comenzaba a fraguarse en su cabeza.

–Claro que la conozco. Es mi hermana.

–¿Tiene tu hermano que acudir en tu auxilio muy a menudo, nena?

De algún lugar de la habitación llegó un sonoro resoplido. Eve giró la cabeza y tuvo la breve impresión de que los impresionantes ojos azules de Drew esbozaban una mirada sarcástica. Cuando a Nick le fallaban los planes, lo hacían estrepitosamente.

Quizás ella también tuviera parte de culpa por aquella enrevesada situación, pero si alguien tenía que resolverla ese era su hermano. Con aquel pensamiento, dio media vuelta y se alejó hacia la salida. El resonar de sus tacones rompió el repentino silencio. Las lágrimas que asomaban en sus ojos eran solo el irritante reflejo de su rabia, pero por nada del mundo iba a permitir que aquel monstruo de bronceada piel y ojos maravillosamente azules fuera testigo ni de su furia ni de sus lágrimas.

 

 

Tras aporrearla durante cinco minutos, la puerta por fin se abrió. Y Theo se quedó boquiabierto.

–Di algo y te mato –le dijo ella con una mirada asesina, al ver la sonrisa que empezaba a esbozar su amigo–. Se me ha olvidado la llave.

Theo dejó de sonreír.

–¿Nuevo look, Evie?

–Hablando de nuevo look –replicó Eve, mirando de la cabeza a los pies a su inquilino–. La palabra «hippie pasado de moda», ¿te dice algo? –dijo, tajante, y se dirigió, subiendo las escaleras, directamente a su habitación–. ¡He tenido un día de perros! –dijo elevando la voz.

Al llegar al rellano de la escalera pisó un trozo raído de moqueta. Pero la moqueta no era lo único que hacía falta cambiar en aquella vieja mansión victoriana, una circunstancia que a veces le quitaba el sueño. Tras la muerte de sus padres, acaecida cinco años atrás, lo primero que los abogados le habían aconsejado era poner el viejo y maltrecho edificio en el mercado.

Pero, ¿cómo privar a su hermano de trece años del único hogar que había conocido? Ya había perdido a sus padres y cambiar de casa significaba cambiar de colegio y abandonar por tanto a todos sus amigos. Porque las deudas heredadas no les permitían comprar otra casa en el mismo vecindario. Sus padres tuvieron muchas cualidades, pero la buena administración del dinero no era una de ellas. De modo que, tras la muerte de sus padres, Eve tomó la determinación de que su hermano Nick tendría todas las ventajas, excepto la de contar con unos padres, que ella había disfrutado.

Cuando le contó a los abogados su idea, la miraron con el desdén que los adultos reservan a los adolescentes y dictaron su sentencia: no es práctico, dijeron, no es viable económicamente.

Muy bien, pues se habían equivocado por completo. Tras cinco años, Theo era el único inquilino de larga duración y junto a él habían tenido, alojados en las dos habitaciones sobrantes de la enorme casa victoriana, una larga sucesión de estudiantes y gentes de todo tipo que habían pagado su alquiler puntualmente y cuya convivencia siempre resultó agradable.

En aquellos días, junto a Theo, al que conocían desde que eran pequeños, tenían una habitación alquilada a una bibliotecaria de treinta años y a un estudiante de ingeniería recién graduado.

A fin de mes, por supuesto, el mantenimiento de la vieja casa engullía todos sus ingresos, pero al fin y al cabo salían adelante. Y de eso se trataba, ¿no? Además, en realidad estaba en mejor situación económica de lo que en un principio había esperado, pues Nick había obtenido una prestigiosa beca que aliviaría sus cargas económicas considerablemente durante los tres años en que permaneciera en la universidad.

El curso de sus pensamientos le hizo recordar el comienzo del embrollo en que se había metido.

–Lo he planeado con precisión matemática, Evie. Nada puede salir mal –había dicho Nick, apelando a su tierno corazón. Pero el matemático plan de Nick había salido mal, qué casualidad.

Y con qué facilidad se había dejado persuadir. Debió sospechar que aquel plan perfecto se les iba de las manos al ver llegar a su hermano con aquel vestido tan caro, que en realidad pertenecía a la hermana de la última novia de Nick. Debería haberlo mandado todo al cuerno al ver que la última novia de Nick sacaba un buen montón de cosméticos de un bolso que no parecía tener fondo. Por no hablar de la expresión de la chica al enterarse de que ella nunca llevaba maquillaje.

En realidad, de no haber sido por la triste mirada de Daniel al decir: «No te preocupes, Nick, no tiene por qué hacerlo», jamás se habría metido en aquel lío. Habría preferido pasearse completamente desnuda por un supermercado a pasar por la experiencia más humillante de su vida.

Aquel hombre… Se decía, tirando con rabia del cordón que cerraba la cintura de sus pantalones de faena. Ya comprendía por qué el pobre Daniel no confiaba sus problemas personales a aquel bruto insensible.

Recordando el brillo burlón de sus helados ojos azules, Eve volvió a sentirse incómoda y culpable al mismo tiempo. Se frotó los brazos para quitarse la piel de gallina y se estremeció. No, se dijo con firmeza, me niego a dejar que ese remedo de perro guardián me haga sentir así. No soy yo quien debe sentirse culpable. Si el señor Maravilloso no se pasara la vida cultivando su ego, se habría dado cuenta de que su protegido está sufriendo la típica angustia de la adolescencia solo que multiplicada por diez.

En aquel momento, ya alejada de la situación, se le ocurrieron buen número de frases cortantes muy adecuadas para replicar a aquel salvaje.

¿Qué le había dicho? «Esto no es lo que parece, señor Cummings».

–No puedo creer que yo haya dicho algo así –dijo en voz alta.

 

 

Theo levantó la vista de la humeante cacerola a la que estaba añadiendo una cantidad indeterminada de varias especias.

–¿Por qué no pones el extractor? Huele toda la casa a curry.

–¿A curry? –repitió el inquilino con ofendida dignidad–. Esa palabra apenas describe el delicado equilibrio de especias que contiene mi obra de arte.

–Vale, pues toda la casa huele a tu obra de arte –dijo Eve, sacando una de las sillas de debajo de la mesa de la cocina y dejándose caer en ella con un resoplido.

–¿No quieres contarle a tu tío Theo lo que te preocupa?

Eve le devolvió una mirada de reproche.

–No me preocupa nada en especial.

–Oh, vamos, Evie –dijo Theo, más en serio.

Eve se encogió de hombros y apoyó los codos sobre la mesa.

–Nunca en mi vida me había sentido tan humillada –le confió–. Y todo por culpa de Nick.

–Eso seguro –asintió su confidente, hablando con la autoridad de alguien que no había conseguido librarse de las inauditas maquinaciones del joven Nick–. Te sentirás mejor en cuanto hables de ello.

Y como era una persona muy sensible, no se rio al conocer toda la historia.

–¿Lo ves? Lo sabía, crees que soy una estúpida –dijo Eve con cierta crispación, apartándose el flequillo de la frente.

–Mi opinión es que se trata del clásico caso de mala sincronización.

–No podía negarme, cómo iba a negarme –insistió Eve–. El pobre Daniel lo estaba pasando muy mal en el colegio, es tan sensible… –dijo, incapaz de pensar en los pálidos rasgos del pobre muchacho sin sentir un arrebato de amor fraternal.

–¿De modo que fue esa chica, la comedora de hombres, la que extendió el rumor de que es homosexual? –Eve asintió–. Pero no lo es…

–¿Homosexual? Claro que no. El pobre chico se quedó petrificado. No todos los chicos de diecisiete años son como Nick.

Nick, en efecto, no andaba escaso de confianza en su trato con el sexo opuesto. Un hecho por el que ella había pasado algunas noches en blanco en los últimos dos años.

–Así que se suponía que Nick iba a llegar con un público capaz de extender la historia de que Daniel estaba enrollándose con una mujer capaz de satisfacer todas las fantasías de un adolescente, una mujer madura y deseable, y esta misma noche el nombre de Daniel sería sinónimo de donjuán, ¿no?

–Más o menos –dijo Eve, presionándose las sienes con la yema de los dedos para aliviar el dolor de cabeza–. Me temo que Nick no ha elegido bien a los actores de su pequeña obra.

–La verdad es que es muy listo –dijo Theo con admiración.

Eve lo miró con disgusto.

–¿Listo? Perdona si en este momento me cuesta apreciar las cualidades de mi hermano, pero dudo que tú lo hicieras si ese hombre asqueroso te hubiera tratado como me ha tratado a mí. ¿Sabes lo que me llamó? –dijo, elevando la voz–. Una fulana comecríos incapaz de vérselas con hombres de verdad.

Incluso en aquellos momentos podía sentir sobre ella la lacerante mirada de aquellos fríos ojos azules.

–Uf.

–¿Uf? ¿Es eso todo lo que se te ocurre decir, «uf»?