La última conquista - Kim Lawrence - E-Book
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La última conquista E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Torturado por la muerte de su mejor amigo, el multimillonario magnate griego Nik Latsis encontró consuelo en los brazos de una espectacular desconocida. Desde aquella noche, ese recuerdo poblaba sus sueños. Por eso Nik sabía que solo se libraría de sus fantasmas si volvía a tenerla en sus brazos. Lo que no supo predecir fue que necesitaría mucho más que sus dotes de seducción para conseguir llevarse a la cama a una mujer con la personalidad de Chloe.

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Seitenzahl: 185

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Kim Lawrence

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La última conquista, n.º 2647 - agosto 2018

Título original: The Greek’s Ultimate Conquest

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-678-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CUÁNDO había dormido por última vez?

La medicación que le habían dado en el hospital de campaña solo había aliviado su agonía parcialmente, y desde que lo habían evacuado a Alemania, ni siquiera eso, a pesar de la copiosa cantidad de alcohol que había consumido a modo de automedicación.

Pero, cuando estaba a punto de quedarse dormido, un leño se desintegró sobre la hoguera con un estallido de chispas que lo sobresaltó. Entre los pesados párpados vio las llamas elevarse brevemente, antes de disminuir, dejando unas marcas oscuras sobre la piel de cordero que reposaba sobre el suelo de madera.

La mujer que descansaba sobre su brazo cambió de postura, acurrucándose en su hombro. Él flexionó los dedos para desentumecerlos y con la mano que tenía libre, retiró un mechón de cabello de su rostro, al que la luna dotaba de un reflejo plateado. Era hermosísima. No ya por sus perfectas facciones y su espectacular cuerpo, sino porque tenía algo… una luz propia. Sonrió para sí al pensar en algo tan sentimental y tan poco propio de él.

Era el tipo de mujer que lo habría atraído en cualquier circunstancia, pero, aunque había llamado su atención en cuanto entró en el bar con un ruidoso grupo de amigos con el tipo de arrogancia que daban el privilegio y el dinero, se concentró en su copa y se sumió de nuevo en sus sombríos pensamientos.

Entonces ella se había acercado a él. De cerca era aún más espectacular, y tenía una seguridad en sí misma que indicaba que lo sabía. Era una chica de oro, con largas piernas y un cuerpo elegante y atlético que abrazaba un conjunto deportivo de esquí. Su rostro tenía una perfecta simetría, unos labios sensuales y unos grandes ojos azules que le hicieron pensar en un sensual ángel, con un halo de cabello rubio que iluminaba la luz de la lámpara de cobre que colgaba sobre la mesa.

–Hola.

Tenía una voz grave, con una atractiva ronquera.

Al no recibir respuesta, repitió el saludo, primero en francés y después en italiano.

–Mejor en inglés.

Ella se tomó el comentario como una invitación y se sentó a su lado.

–Te he visto desde… –indicó el grupo de amigos que charlaban ruidosamente.

Ver al grupo de niños bien portarse descortésmente con el personal hizo que sonriera con desdén.

–Te estás perdiendo la diversión –dijo pausadamente.

Ella miró hacia sus amigos e hizo una mueca de disgusto antes de volver a mirarlo con sus increíbles ojos azules.

–Ha dejado de ser divertido hace un par de bares –dijo con una sonrisa de resignación. Luego lo miró con gesto de curiosidad y, ladeando la cabeza, comentó–: Pareces estar… solo.

Él le dedicó entonces una mirada que habitualmente ahuyentaba a cualquiera que lo molestara. Solo le fallaba con los borrachos, y aquella mujer no estaba ebria; su mirada era clara y perturbadoramente cándida. O quizá lo que le resultaba perturbador era la electricidad que podía percibir en el aire desde que se había acercado.

–Me llamo Chloe…

Él la interrumpió antes de que le dijera su apellido.

–Lo siento, agape mou, esta noche no soy buena compañía –quería que lo dejara solo para poder sumirse en su propia oscuridad, pero ella no se movió.

–¿Eres griego?

–Entre otras cosas.

–¿Y cómo puedo llamarte?

–Nik.

–¿Solo Nik?

Él asintió con la cabeza y, tras unos segundos, ella se encogió de hombros, diciendo:

–Me parece bien.

Cuando sus amigos se fueron, ella se quedó.

Estaban en su apartamento en un lujoso chalet, aunque no habían llegado al dormitorio. Un rastro de prendas marcaba un recorrido tambaleante desde la puerta hasta el sofá de cuero en el que yacían.

Nik siempre había disfrutado del lado físico, sexual, de su naturaleza, pero aquella noche… Le costaba creer lo intensa que había sido; una sanadora explosión de deseo que por un instante le había hecho sentirse libre de dolor y de culpabilidad, y de los recuerdos tiznados de gasolina que le habían dejado las escenas de las que había sido testigo.

Deslizó la mano por la espalda de Chloe y dejó reposar sus dedos en la curva de su suave trasero. Aspiró su aroma, anhelando cerrar los ojos, pero por alguna extraña razón, cada vez que lo intentaba, desviaba la mirada hacia el lugar donde, a pesar de la penumbra que le impedía ver con claridad, sabía que estaba el teléfono que se le había caído del bolsillo.

¿Por qué sabía que estaba a punto de vibrar?

Efectivamente, vibró.

Miró a la mujer para ver si la había despertado, y cada uno de sus músculos se contrajo violentamente por el espanto y el horror que le atenazó la garganta con un grito mudo de terror. Quien estaba a su lado no era la cálida y hermosa mujer, sino el rostro pálido y macilento de su mejor amigo. El cuerpo que sujetaba no estaba caliente y palpitante, sino frío y paralizado; sus ojos no estaban cerrados, sino abiertos, y lo observaban sin expresión, con la mirada vacía.

 

 

Cuando se despertó sobresaltado, jadeante, no se encontraba en la cama, sino en el suelo, de rodillas, temblando como si tuviera fiebre, sudoroso. El esfuerzo de tomar aire definía cada uno de los músculos de su musculosa espalda mientras se presionaba los muslos con los puños cerrados. El grito que brotaba en alguna parte de su cerebro permaneció atrapado en su garganta a la vez que intentaba volver a la realidad desde la neblina de sus sueños.

Cuando lo consiguió… no se sintió ni mejor ni peor que cualquiera de las numerosas veces que se había despertado en medio de la misma pesadilla.

Nik se puso en pie torpemente, sin atisbo de la agilidad que caracterizaba los movimientos de su atlético cuerpo que tantos envidiaban y que muchas mujeres deseaban. Con lentitud, respondió a las órdenes de su mente y fue hasta el cuarto de baño, donde abrió el grifo del agua fría y metió la cabeza debajo del chorro.

Asiéndose con fuerza al lavabo, consiguió vencer el temblor de sus manos, pero, al incorporarse, no pudo evitar lanzar una mirada a su reflejo en el espejo, retirándola al instante al comprobar que, aunque había conseguido controlar la expresión de pánico ciego, su rastro permanecía agazapado en su mirada.

Una ducha no llegó a borrarlo, pero al menos lo revivió. Miró la hora. Cuatro horas de sueño no eran suficientes, pero la idea de volver a la cama para revivir la misma pesadilla no resultaba nada tentadora.

Cinco minutos más tarde salía del edificio y el conserje lo saludaba con un gesto de la cabeza, deseándole un buen día al tiempo que pensaba que el tipo que ocupaba el ático y que salía a correr a diario de madrugada estaba loco. Y Nik pensó, subiéndose la capucha de la sudadera, que no le faltaba razón.

Como de costumbre, el ejercicio contribuyó a despejarle la mente, así que para cuando se afeitó, se vistió y se sentó a revisar sus correos, los horrores de la noche se habían disipado, o al menos mitigado. Tenía otros asuntos en los que concentrarse, que no tenían nada que ver con el mensaje de su teléfono. En cuanto vio quién lo enviaba, lo guardó en el bolsillo.

No necesitaba leerlo para saber que su hermana le recordaba la fiesta que celebraba aquella noche a la que él, en un momento de debilidad, había accedido a acudir. Con Ana lo más sencillo era decir que «sí» porque no entendía el significado de «no», ni el de «soltero» o «sin compromiso», al menos en lo relativo a su hermano pequeño.

Desaceleró al aproximarse a un semáforo y contuvo un suspiro a la vez que apartaba los pensamientos de otra velada y la inevitable candidata a esposa, o novia formal, que le sería presentada.

Adoraba a su hermana, admiraba su talento y que fuera capaz de tener una carrera exitosa como diseñadora criando a su hija sola. Estaba dispuesto a reconocer que tenía muchas características excepcionales, pero aceptar la derrota no estaba entre ellas.

Concentrándose en el creciente tráfico que empezaba a rodearlo, intentó olvidar la fiesta, pero quizá por la alterada noche que había pasado, la idea de ser amable con otra de las encantadoras mujeres que su hermana le presentaba regularmente como potencial pareja, ocupaba su mente como una nube oscura.

Ana estaba convencida de que los problemas desaparecían cuando uno encontraba a su alma gemela. Y aunque había ocasiones, normalmente después de una botella de vino, en las que su inocencia le resultaba enternecedora, generalmente lo irritaba profundamente.

Si hubiera creído que el amor lo curaba todo, se habría dedicado a buscarlo. Pero Nik consideraba que esa búsqueda era infructuosa. No negaba que el amor verdadero existiera, pero igual que los daltónicos no distinguían los colores, él era un daltónico del amor.

Se trataba de una discapacidad que no le importaba. Al menos lo libraría del desamor. Le costaba imaginarse a alguien más civilizado y agradable que su hermana y su ex, pero había sido testigo de su ruptura y divorcio. Lo peor de todo había sido que su hija estuviera en medio de todo. Por más que hubieran intentado protegerla, los niños siempre sufrían.

Por eso él prefería el deseo, puro y duro. En cuanto a envejecer solo, era mejor que envejecer junto a alguien a quien uno no soportaba.

Estaba dispuesto a admitir que había matrimonios felices, pero eran la excepción a la regla.

El semáforo cambió y un coche hizo sonar la bocina. Nik alzó la mirada y las líneas de su frente se suavizaron cuando se fijó en el rostro iluminado por neón de un anuncio al otro lado de la calle.

Era evidente que la agencia publicitaria había elegido un estilo clásico. El mensaje no era nada sutil: se trataba de una pura fantasía masculina. Si usaban la marca de productos para la piel que aparecía en el generoso busto de una mujer en biquini, conseguirían atraer a ese tipo de mujeres.

«A esa no…». Nik sonrió para sí. Probablemente era una de las pocas personas que sabían que aquel particular objeto de deseo mantenía una relación homosexual secreta. No porque a Lucy le importara el efecto negativo que pudiera tener en su carrera, sino porque era el acuerdo al que había llegado con el que pronto sería el ex de Clare. El hombre había dicho que accedería al divorcio si la pareja esperaba a hacer pública su relación a que él cerrara un acuerdo millonario con una compañía cuyo nombre se asociaba a una imagen de familia tradicional y a valores conservadores.

Quizá si ese tipo hubiera dedicado el mismo tiempo a su matrimonio que a sus negocios, pensó Nik con escepticismo, todavía seguiría casado. Según se decía, conservar una relación exigía tiempo, energía y esfuerzo. Él no tenía tiempo. En cuanto a energía, estaba dispuesto a aplicarla, pero solo si el sexo no suponía un esfuerzo… Definitivamente, el matrimonio no estaba hecho para él.

Otro bocinazo a su espalda tuvo un efecto inesperado en él al proporcionarle una idea perfecta y tan simple que no podía comprender cómo no se le había ocurrido antes para protegerse de la obsesión casamentera de su hermana: aparecer acompañado por una mujer y fingir estar enamorado.

Sonrió a la fuente de aquella inspiración, que lo miraba desde el anuncio. ¿Estaría Lucy Cavendish en la ciudad? Si la respuesta era afirmativa, dependería de que la proposición encajara con su sentido del humor; pero, si ese no era el caso, tendría que apelar a su conciencia. Después de todo, él le había presentado a Clare.

 

 

Chloe llegó en el momento en el que los encargados de catering entraban con cajas de comida en la casa. Tatiana le había pedido que fuera temprano, pero ¿llegaba demasiado pronto?

–Ve al despacho. Mamá está allí.

Chloe tuvo que mirar dos veces para darse cuenta de que Eugenie, la hija adolescente de Tatiana, era una de las trabajadoras.

Al ver su gesto de sorpresa, Eugenie explicó:

–Mamá ha insistido en que trabaje al menos una parte de las vacaciones para que no me convierta en una niña mimada que cree que el dinero crece en los árboles. ¡Estás guapísima! –añadió, abriendo los ojos con admiración al ver cómo le quedaba un mono de seda sin mangas que le llegaba a los pies–. Claro que hay que tener tus piernas para poder vestir así.

Chloe se rio y Eugenie fue hacia la cocina.

La puerta del despacho estaba abierta y Chloe entró directamente tras llamar con los nudillos. La habitación estaba vacía excepto por un perro que se acurrucaba sobre una chaqueta de seda que alguien había dejado sobre una silla. Aun arrugada y debajo de un labrador, el estilo característico de la prenda hacía innecesario leer la etiqueta. La marca Tatianase había hecho famosa por el uso de colores atrevidos y por sus sencillos y cómodos diseños.

El perro abrió un ojo y Chloe se aproximó. Mientras lo acariciaba, miró con curiosidad los dibujos que descansaban sobre la enorme mesa que ocupaba el centro de la habitación.

–No los mires. Tenía un mal día –exclamó Tatiana a la vez que entraba. Vestida con uno de sus diseños, la menuda mujer castaña proyectaba un aire de natural elegancia–. ¡Abajo, Ulises! –suspiró cuando el perro movió la cola y se quedó donde estaba–. Nik dice que los perros necesitan saber quién manda, pero ese es el problema… sabes que eres tú, ¿verdad, pequeño? –concluyó con tono mimoso.

Chloe sonrió, confiando en no dejar traslucir el primer pensamiento que la asaltaba cada vez que oía el nombre del hermano pequeño de Tatiana: «¡Oh, no, tu hermano, Nik, otra vez, no!».

Todo lo que Tatiana decía de él confirmaba la convicción de Chloe de que su hermano se creía un experto en todo, y no dudaba en hacerlo saber.

Quizá era lo propio de quien dirigía una multimillonaria compañía naviera griega, y aunque Chloe sabía que Nik Latsis solo acababa de ocupar el puesto de su padre, era evidente que le iba como un guante.

A Tatiana no parecía haberle molestado que su hermano pequeño heredara la compañía solo por ser hombre, así que no tenía sentido que a ella sí le irritara.

Tal vez porque no era griega.

Y estaba claro que los Latsis se consideraban griegos a pesar de que llevaban más de treinta años en Londres. Formaban parte de una próspera comunidad griega que se había establecido en la capital. Ricos o nuevos ricos, todos tenían la riqueza en común y ser griegos, lo que parecía bastar para mantenerlos en un círculo cerrado en el que todo el mundo se conocía y donde las tradiciones eran muy importantes.

Al tiempo que daba una última palmada al perro, se miró en el reflejo de un espejo que hacía la habitación aún más grande e hizo un esfuerzo para borrar el ceño que se le formaba cada vez que Tatiana mencionaba a su invisible hermano.

Su invisibilidad era premeditada, ya que hacía dieciocho meses que el ictus que había sufrido su padre lo había ascendido al «trono» de Latsis Shipping, y había mantenido un perfil discreto, algo que no se lograba si no era gracias a una familia y unos amigos leales, recursos ilimitados y, al menos eso suponía Chloe, el conocimiento del funcionamiento interno de los medios de comunicación que debía de poseer como experiodista.

«La cuestión es», se dijo Chloe con firmeza, «que sin conocerlo, lo juzgas negativamente». Un comportamiento que habría censurado en cualquier otra persona.

–Eres una hipócrita, Chloe –se le escapó de los labios.

Tatiana alzó la mirada con gesto inquisitivo desde unas telas que estaba estudiando. Chloe sacudió la cabeza y comentó:

–Esos colores son preciosos –acarició una de las muestras de seda, de un azul más intenso que el mono que vestía.

–Te quedaría bien, pero no estoy segura… –Tatiana sacudió la cabeza–. Perdona, a veces no sé desconectar.

–Es lo que os pasa a las artistas –bromeó Chloe.

–O al menos a las adictas al trabajo –Tatiana sonrió con melancolía–. Quizá por eso me divorcié –volvió a sacudir la cabeza y, sonriendo, añadió–: Pero no hablemos de eso esta noche… Mírate, ¡estás preciosa! Y no seré yo quien diga que una cara bonita consigue cualquier cosa, pero te aseguro que ayuda a que los hombres sean más generosos. Hoy puedes usar todas tus armas.

–La gente suele ser muy amable –dijo Chloe.

–Sobre todo si quien les hace sentirse culpables es la hermana de una futura reina. ¿Por qué no ibas a utilizar tus contactos? Puede que yo no tenga los adecuados, pero tu hermana desde luego que sí.

Se inclinó en una reverencia que hizo reír a Chloe. Por mucho que su hermana fuera una princesa y en el futuro reina de Vela Main, no había nadie que actuara menos como la realeza. Las dos hermanas habían sido educadas en el principio de que lo que una persona hacía era más importante que su título.

–Haré todo lo que pueda por el proyecto –continuó Tatiana en tono serio–. Te debo mucho –fue hacia la chimenea y, tomando una de las fotografías que reposaba sobre la repisa y mirándola con ternura, añadió–: por lo que hiciste por Mel.

Chloe sacudió la cabeza, avergonzada por el elogio. Para ella, la joven griega era su inspiración.

–Yo no he hecho nada –Chloe tomó la fotografía y la miró–. Es una chica muy valiente.

Chloe conocía a Tatiana de vista y por su reputación antes de que esta diera un empujón definitivo a su carrera al mencionar su blog en una entrevista para la semana de la moda de Londres, dos años atrás. La entrevista a Tatiana convirtió el blog de Chloe en un éxito de la noche a la mañana.

Chloe había contactado con ella para darle las gracias y habían intercambiado algunos mensajes, pero no se habían conocido en persona hasta que, hacía un año, la ahijada de Tatiana había ocupado la habitación contigua a la de Chloe en la unidad de quemados.

Chloe llevaba ya tres meses allí; conocía cada grieta del techo y las vidas sentimentales de las jóvenes enfermeras que la atendían.

Aunque las quemaduras que le había provocado un accidente de tráfico habían sido graves y dolorosas y el proceso de curación había sido muy largo, podía ocultar las cicatrices bajo la ropa. Pero la joven de al lado no podía disimular el daño causado a su rostro por una explosión de gas. Para empeorar las cosas, al día siguiente de ingresar en la unidad, su novio la había dejado, y desde ese momento, Mel había anunciado que no quería vivir.

Al oírla a través de la pared de separación, Chloe se había compadecido de la joven. Aquella noche, la conversación que habían mantenido a través de la pared, había sido más bien un monólogo. El primero de muchos.

–Pero tú la convenciste, Chloe –dijo Tatiana emocionada–. Nunca olvidaré el día que llegué y la oí reír… gracias a ti.

–Mel me ayudó tanto como yo a ella. ¿Has visto la página de información que ha reunido para mí sobre técnicas de maquillaje? –al ir a dejar la fotografía, se cayó la más próxima. Chloe la levantó y admiró el marco, una pieza de madera delicadamente tallada.

Entonces, deslizó la mirada hacia la fotografía que contenía y sonrió al ver a Eugenie de niña, sonriente, con una gorra de béisbol en un parque de atracciones. Un hombre se acuclillaba a su lado con una gorra a juego. Era… La sonrisa se borró del rostro de Chloe súbitamente. Palideciendo, observó al hombre que sonreía con picardía y buen humor y sin el menor rastro de ser un alma torturada; ninguna sombra que ella quisiera diluir. Solo era un hombre… normal. Excepto que era el hombre más guapo que ella conocía y tenía el cuerpo de un nadador olímpico.

Se quedó paralizada con la mano temblorosa hasta que consiguió exhalar el aliento que se había quedado contenido en sus pulmones; pero con eso no logró detener la avalancha de preguntas que se arremolinaron en su cerebro hasta marearla. Tenía la sensación de oír en su interior a una docena de personas gritando tan alto que no podía distinguir ni una sola de sus preguntas.

No podía ser él. Y, sin embargo, lo era. El hombre de la fotografía era el mismo con el que ella había pasado una noche inolvidable. Si todo aprendizaje hubiera sido tan brutal como aquel, no habría valido la pena levantarse nunca de la cama. Afortunadamente, no era así, y ella había pasado página.

Lo que no significaba que hubiera olvidado ni el más mínimo detalle, incluidos el sentimiento de dolor y humillación al despertarse por la mañana y comprobar que él se había escabullido durante la noche. Y lo peor era que no podía culpar más que a sí misma. Era ella quien había seguido su intuición al acercarse a él en el bar con la convicción de que era lo que tenía que hacer… Si aquella noche hubieran dado un premio a la ingenuidad, ella lo habría ganado.

Manteniendo su voz lo más calmada posible, aunque sin poder apartar los ojos de la fotografía, preguntó a Tatiana:

–¿Cuántos años tenía Eugenie aquí?

Tatiana se acercó y, al mirar la fotografía, dejó escapar un suspiro de melancolía.

–Ese día cumplía diez años. Cinco minutos más tarde estaba vomitando porque Nik le había dejado comer una bolsa de donuts y luego habían subido en la montaña rusa.

Chloe sentía el corazón golpearle el pecho y un temblor interno que se obligó a dominar al tiempo que se decía que se trataba solo de una fotografía y que aquel hombre formaba parte del pasado.