La última vez - Mirna Vergara - E-Book

La última vez E-Book

Mirna Vergara

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Sofía una mujer normal que a causa de la violencia presente en su matrimonio se ve obligada a convertirse en la mejor sicaria del momento. Con el paso de los años es una experta en armas y tácticas militares. De mirada fría y capaz de actos brutales a causa del odio en su interior. Enfrentada a la última de sus víctimas surge la duda y debe tomar una difícil decisión. Tomas el joven modelo internacional que logra cautivarla desde el primer encuentro no puede dar crédito a lo que sucede. Jamás hubiera imaginado que alguien lo quisiera muerto. Unidos por un destino incierto ambos deben luchar para sobrevivir. El tiempo se agota… ya vienen por ellos.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 343

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


mirna f. vergara

LA ÚLTIMA VEZ

Editorial Autores de Argentina

Vergara, Mirna

   La última vez / Mirna Vergara. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-746-2

   1. Novela. 2. Literatura. 3. Novelas de Acción. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Pequeñas piedritas blancas crujían bajo su grueso calzado. Las marcas de sus suelas dejaban huellas hondas de su paso firme y presuroso.

Ajustaba las tiras de su mochila de vez en cuando y cada ciertos pasos aseguraba las fundas de sus armas: una pistola automática calibre cuarenta y cinco y un fusil de asalto modificado para su mayor comodidad y agilidad. También portaba un filoso amuleto de más de veinte centímetros de hoja escondido en su tobillera. Era solo lo mínimamente necesario para ella.

Se había convencidode que viajar lo más ligera posible sería lo mejor. No acostumbraba tomar encargos con tan escaso tiempo. No se sentía del todo cómoda con la situación. Caminaba pensando en los detalles. ¿Cómo sería su rostro? O¿qué expresión tendría al final cuando la viera emerger desde la sombras apuntándole?

La niebla de la madrugada comenzaba a quitarle visibilidad.Se detuvo frunciendo el ceño y tomando notas y medidas mentales para que ese detalle no le significara problemas. La humedad fría que avanzaba en la sombra le puso la carne de gallina. Levantó la mirada ignorando esa sensación en su piel y observó desanimada las gigantescas copas verdes de los árboles que bordeaban el camino de piedras pequeñas. Tener que trabajar en un lugar tan hermoso le pareció al menos un despropósito, ya que como amante de la naturaleza estaba en contra de sus principios irrumpir en su armonía.

La sombra de un pájaro volando sobre ella la hizo regresar de sus pensamientos. Ajustó todas sus armas una vez másy sin quitarse la mochila de la espalda rebuscó en un bolsillo hasta extraer un mapa perfectamente plegado. Revisando todo más de una vez calculó ciertas distancias y posiciones, horas y lugares para llegar a la conclusión de que se encontraba retrasada por varias horas. Guardó el mapa sin mirar hacia atrás. Lo acomodó todo en la sección de herramientas de orientación geográfica y se largó a correr con la velocidad que sus piernas fuertemente entrenadas le permitían.

Se perdióen la niebla y levantó docenas de piedras con cada paso. Siguió hasta el primer punto en su esquema. Corría velozmente mientras el paisaje se abría frente a ella. En poco tiempo las rejas negras comenzaron a divisarse a lo lejos como germinando solas desde el suelo.

Se detuvo de golpe y buscó escondite en unos arbustos demasiado crecidos para la prolijidad del meticuloso jardinero.

Rejas negras de hierro macizo se alzaban a más de tres metros de altura frente a ella. El camino de piedras blancas se metía en el jardín de la casa y llegaba hasta la entrada del chalé. Era la única manera de encontrar la construcción sumergida en medio del bosque virgen perdido en la lejanía de la civilización.

Aparentemente aquel extraño chalé no figuraba en ningún mapa. No había sido declarada su construcción. Por lo tanto el GPS solo mostraba más vegetación en la pantalla.

Pensó que hicieron bien en encomendarle seguir aquel camino de piedras.

Se apostó en el suelo en una posición cómoda, pero en estado de alerta. Quitándose la pesada mochila de su espalda, sacó sus binoculares digitales.

El movimiento de ese día parecía normal.

El jardinero se encontraba postrado en el suelo sumergido en su trabajo de arreglar la decoración con los plantines. Su piel curtida y aceitunada daba cuenta de una vida entera trabajando con las inclemencias del tiempo. Movía sus manos con calma y sabiduría.

Varias mucamas jóvenes iban y venían presurosas. Las dirigía una señora mayor que parecía ser la encargada de los detalles en la casa.

Finalmente la puerta principal se abrió con sus dos hojas de madera de roble separadasal máximo. El mayordomo de guantes blancos que la empujó se hizo a un lado con gesto solemne para darle paso a la persona que estaba parada detrás.

Como si fuera parte de un ritual todos dejaron sus quehaceres para dirigirle un respetuoso saludo. Hasta el jardinero que parecía absorto en sus plantas se puso de pie en un salto y lo saludó con una ligera inclinación mientras se quitaba el sombrero panameño.

Luciendo un traje azul con camisa de lino blanca y zapatos negros, salió apresurado mirando su reloj, dueño de algunas joyas en sus bordes de oro. Entró en la limusina negra que lo esperaba con el motor encendido. Antes de arrancar abrió la puerta y dio unas instrucciones a lasmucamas que lo miraban con atención y asentían constantemente. Finalmente cerró la puerta dando por terminadas las conversaciones. El sonido fue la orden del choferpara que arrancara y maniobrando con pericia frenara a unos centímetros de las rejas que bordeaban toda la mansión y sus alrededores.

El guardia que siempre estaba apostado allí las abriópesadamente.

Guardó los binoculares y se mezcló entre las frondosas ramas cuando la limusina pasó frente a ella salpicando centenas de piedritas del camino.

El rugir del motor se perdió en la distancia y la espesa naturaleza del lugar. Solo así se sintió lo bastante segura como para volver a salir.

Asomó su rostro de expresión calma hacia la entrada. Estudió un instante todo el lugar.

Cincuenta metros de distancia la separaban de eseguardia fornido en la entrada calculó ella.

Le dedicó una profunda mirada para descubrir cuál sería la mejor manera de deshacerse de él. Afortunadamente esa entrada estaba separada de la casa por unos doscientos metros de parque, en donde no había más guardias hasta llegar al interior.

Apesar de encontrarse en un lugar perdido en la naturaleza y en el cual no se puede esperar mucha acción, el hombre no dejaba de sostener firmemente su escopeta lista para disparar,mientras su dedo índice jugaba ligeramente sobre el gatillo. Tenía el doble de tamaño que ella y seguramente sabría defenderse sin el arma también.

Se dio cuenta de que definitivamente ni siquiera se acercaba a lo peor que había tenido que enfrentar. Tensó los músculos y se arrastró por el suelo como un soldado en combate deteniéndose de a ratos. Identificó el árbol más cercano al centinela a unos diez metros. Dejó su mochila en el lugar y tomó un silenciador de uno de los estuches de su cinturón. Continuó moviéndose hasta llegar al árbol y mantenerse ocultaallí. Cada movimiento era milimétrico para no arriesgarse a producir sonido alguno. Estaba segura de que él era un buen vigilante. Alerta la mayor parte del tiempo.

Le costó trabajo llegar. El terreno era desparejo y no siempre podía hallar escondite. Acercarse a diez metros de aquel hombre era casi un suicidio.

Instalólentamente el silenciador en la pistola y recogió del suelo una piedra mediana.

Se sentó apoyando su espalda transpirada contra el grueso y añejo tronco. Tomaba con la palma de su mano suspendida en el aire el peso de la piedra calculando la fuerza necesaria para arrojarla.

El sol comenzaba a asomar esa mañana y la humedad del aire se condensaba en su frente.

Ella respiró profundo tratando de tomar oxígeno y lanzó la piedra con excelente puntería hacia otro árbol. Una paloma alzó vuelo estrepitosamente y el hombre apuntó alerta hacia donde había escuchado el movimiento extraño. No pudo ver más que el ave salir volando. La observó con intriga un instante mientras se perdía entre las copas más altas.

En ese momento se puso en pie yde espaldas al tronco del árbol giró de cara al guardia para disparar en la mano que sostenía el gatillo. Los tendones se destruyeron perforados por la bala y no pudieron mover los dedos que quedaron inertes.

Él soltó suescopeta sujetándose la mano herida y antes de poder gritar ella se abalanzó hacia él. Le rompió las primeras vértebras cervicalesde un golpe certero con la pistola.

Todavía consciente y con ligeras convulsiones lo arrastró tomándolo del cuello.

Lo alejódel portón en donde corrían el riesgo de ser vistos.

Amparados en la espesura de las plantas, lo empujócontra el mismo árbol en donde ella había estado escondida. Se alejó unos pasos hacia atrás mirándolo sin ver realmente a una persona. Solo un obstáculo por sortear. Incrustó la silenciosa bala con precisión en medio de su frente.

Su cuerpo había dejado de convulsionar. Se relajaron sus brazos y piernas de inmediato para dejarlo tendido allí.

El ataque había sido tan rápido y preciso que no llamó la atención de nadie.

Ella revisó su ropa buscando salpicaduras de sangre. Luego registró el cuerpo con cuidado y le quitóuna llave del bolsillo interior de su campera.

Le alegró haber podido alejarlo lo suficiente antes de matarlo, ya que le hubiera sido difícilarrastrar su peso a través de esos diez metros. Tomó nuevamente su mochila y se deslizó hacia la entrada dejando el cuerpo cubierto con algunas ramas.

Observó la pequeña llave plateada un momento y su extraña apariencia le hizo pensar que podría ser una llave maestra. La guardó en su ropa luego de abrir la reja y entrar.

Bordeó el perímetro hasta la parte trasera de la casa en donde no había jardinero ni mucamas trabajando.

El parque era amplio con el césped prolijamente cortado. Una zona de pinos y ligustrinas en los extremos más alejados disimulaba el extenso enrejado que circundaba toda la mansión.

Revisó los planos cargados en la pantalla de su tablet y pasó sus ojos unas tres veces por las miles de líneas. Contó comparando entre la misma casa y la imagen. Finalmente concluyóque en el balcón más alto se encontraba el objetivo.

Unas cuantas astillas de mármol saltaron cuando el gancho se afianzó con fuerzaentre los dibujos tallados de la baranda. Sus largos dedos huesudos se asomaron para ayudar a que su torso subiera y luego las piernas. Bajó de la baranda apoyando la punta de un pie y luego la otra. Las suelas de goma blanda le permitieron caminar sin dejar señales de su presencia.

Se encontró en un pequeño balcón de mosaicos negros y blancos como tablero de ajedrez y muchas macetas que lucían grandes helechos.

Frente a ella una puerta de vidrio con marco de madera oscuro era el ingreso al cuarto. Unas cortinas blancas, caladas en forma de diferentes rosas, se cerraban sobre la misma puerta.No podía saber qué pasaba en el interior del cuarto.

Giró lentamente la perilla dorada y el tope que sonó en la cerradura le indicó que se encontraba trabada.

Revisó con desagrado el extraño tipo de cerradura importada.

Sabía que no poseía ninguna ganzúa especial para abrirla en menos de veinte minutos. Afortunadamente notó que la llave se encontraba colocada del otro lado. Tomó de su equipo una pinza fina y con gran precisión sujetó la punta de la llave ubicada en la cerradura. Le bastó solo con girarla dos veces desde afuera.

El suave chirrido de las bisagras se escuchó segundos antes de que ella detuvierala puerta.

Cuidadosamente entró en la lujosa habitación vacía.

Los muebles de roble tallados, las paredes revestidas con placas de mármol blancoy una cama con sábanas de seda roja fueron lo que captó su atención por unos segundos.

Girósobre sí misma buscando pistas que le indicaran dónde se encontraba su objetivo, pero solo encontró vacío.

Una pantalla gigante incrustadaen la pared frente a la cama contrastaba con todo el estilo antiguo de la habitación. También el sistema de sonido sobre una biblioteca que contenía revistas de actualidad en lugar de libros.

Los muebles eran antiguos,pero las cosas sobre ellos modernas. Ya podía saber que el objetivo seguramente era más joven de lo que ella pensaba.

Desde el interior de una discreta puerta unos pasos al lado de la cama, se escuchó el sonido del agua comenzar a caer. Seguramente él había entrado al cuarto de baño unos minutos antes de que ella ingresara.

Respiró pausado y se acercó hasta la puerta.

De rodillas observó por la cerradura.

El vidrio esmerilado del sector de la ducha le dejó notar el cuerpo desnudo de un joven de tezblanca y cabellos oscuros. Su figura distorsionada a través del vidrio mostraba un hombre robusto de estatura media.

Ella apoyaba el brazo izquierdo sobre la puerta y pudo sentir cómo sus vellos se erizaron inmediatamente.

Quitó la vista del ojo de la cerradura por un momento para observar extrañada aquella reacción.

No recordaba cuándo había sido la última vez que sus vellos se erizaron. No recordaba la última vez que aquella sensación la había embargado por completo.

Todavía arrodillada en el suelo y observando por la cerradura cruzó su mano a la altura de las costillas en donde guardaba su pistola. Cargóel silenciador de nuevo y se puso de pie.

Precisamente allí, frente a una puerta cerrada con el arma cargada, lista para afrontar lo que encontrara del otro lado, hizo lo que nadie debe hacer en esos momentos. Nadie con esa tarea por delante.

Ella pensó, pensó inútilmente. Se preguntó qué diablos hacía allí. No lo necesitaba. Realmente no necesitaba esto.

Reconoció que la presión había sido grande y no pudo negarse al ver la cifra. Sería algo así como su última vez.

En el cuarto las cortinas comenzaron a ondularse con fuerza y amplitud en sus movimientos. Había algo en la brisa, algo que no estaba bien. Alguien a sulado susurraba enardecidamente que pensara mejor. Alguien que ella no podía ver al girar su rostro en ambas direcciones, pero su presencia podía percibirse en el aire.

Lo negó meneando la cabeza y tocando su frente con la mano que sostenía la pistola. Esperando que su instinto, el mismo que la había acompañado toda su vida, desapareciera en ese momento. En un solo segundo sin dejar rastro.

Sabía que debía terminarlo. Sostuvo su mano en el aire mirándola fijo y esperando que dejara de temblar. Cerró fuertemente el puño para retomar el control de los nervios y el pulso. Volvióa abrirla despacio y los temblores que podrían hacerla fallar desaparecieron.

Sonrió ligeramente y se dispuso a derribar la puerta de una patada para ingresar disparando como un mafioso en vez de la respetada asesina que era.

La puerta se abrió suavemente sin queella la tocara si quiera. Entró rápidamente al baño y giró apuntando su arma a la ducha.

La víctima no notósu presencia como ella esperaba. Se encontraba de espaldas a ella con sus dos manos apoyadas en la pared de estucado naranja y la mirada fija en el suelo mientras el agua resbalaba con indiferencia por todo su cuerpo.

Él cerró la llave del agua y se dio la vuelta. Le pareció curioso ver la puerta abierta. Luego recordóque en su afán de bañarse con la esperanza de tranquilizarse había olvidado ponerle el seguro y el viento pudo abrirla. Corrió la mampara y tomó una toalla blanca. Sin secarse demasiadovolvió a la habitación desnudo con la toalla colgando de la nuca. Se refregó el rostro cansado y se dejó caer en la cama.

Gateando llegó desde un extremo hasta la cabecera. Quitó las sábanas rojas de un tirón y se metió bajo ellas emitiendo un quejido de cansancio.

Acostado se secó el rostro y un poco el cuerpo. Hizo un bollo con la toalla y la arrojó descuidadamente haciauna esquina del cuarto. Se quedó un momento mirando el techo hasta que el cansancio le venció los ojos.

Dentro del baño la puerta abierta comenzó a cerrarse lentamente.

Fastidiada por el retraso salió de su escondite con la pistolaen la mano y la decisión en la mente.

Entró en la habitación y encontró el objetivo en una posición másaccesible que la de unos minutos atrás. Al mirarlo de frente notó que se trataba de un muchacho de unos veintitantos años como máximo. Las fotos que tenía en sus folios lo mostraban más adulto. Pensó que se debía a que estaban tomadas desde lejos. Su rostro también era más impresionante de cerca. Ni siquiera la palabraángel le haría justicia.

Una nariz recta y fina, ojos almendrados, cejas esculpidas y pómulos sobresalientes. Un hoyuelo decoraba su barbilla que terminaba ligeramente en punta. Por un segundo se preguntó de qué color serían sus ojos. Él se dio la vuelta dormido diciendo un par de incoherencias. Ella se alertó y luego se relajó al ver que solo estaba soñando. Entonces extendió el brazo firme y apuntóen medio de su frente. Un tiro certero y cercano sería lo más efectivo. Luego lo trabajaría del modo en que lo necesitara el cliente. Respiraba agitada y continuaba apuntando con la mano rígida casi petrificada. Los músculos de los dedos no le respondían y se sorprendió de sí misma cuando por primera vez su pulso tembló antes de matar.

Pero también era la primera vez en su vida que la contrataban para matar a un joven. Entendía bien que de todas formas matar era matar sin importar la edad.

Secó el sudor que le corría por la frente y apretó el arma para que dejara de temblar mientras comenzabaa hundir el gatillo sintiéndose cobarde.

Una voz gruesa y masculina que llegaba desde el otro lado del corredor fuera del cuarto le interrumpió la concentración.

La perilla comenzó a girar y ella se vio sin tiempo para nada. Soltóel gatillo y metió bruscamente la pistola en su estuche. La puerta comenzó a abrirse.

Tomó carrera hacia el balcón y sin dejar de correr, como si saltara de espaldas desde un bote, se dejó caer por la baranda de mármol del balcón.

Mientras caía logrótomar la cuerda del gancho que permanecía colocado y contuvo la expresión de dolor mientras le quemaba y abría la carne de la palma. Luego de descender unos metros en esas condiciones logrófrenar el deslizamiento con los borceguíes y continuar bajando lentamente ayudándose con sus pies. Un rastro de sangre marcó su recorrido por la cuerda.

El hombre de traje azul marino entró al cuarto y observócon ojos tensionados al joven dormir tranquilo en su cama. Tomó las sábanas de seda y las subió hasta cubrir su torso desnudo y húmedo. Las cortinas caladas se ondulaban suavemente por la brisa cálidaque entraba a la habitación. Se acercó y cerró la ventana ignorando la presencia del gancho que todavía colgaba del mármol.

La blancura de la tela se tiñó por la sangre bruscamente absorbida.

Un gesto de fastidio más que de dolor dominaba sus rasgos definidos. Fuertes por la determinación de sus ojos, pero aplacados en parte por la delicadeza de su nariz y sus labios pequeños. Nadie jamás la juzgaría como asesina. Uno de los motivos por los cuales era la mejor. Terminó de ajustarse la venda sobre su palma izquierda con excesiva fuerza producida por el enojo.

El error era imperdonable. Pudo haber terminado el trabajo en unos segundos. No podía comprender qué había pasado en ese momento. De algo estuvo segura. No volvería a suceder.

Tendría que esperar a que otro día le diera la oportunidad.

Afortunadamente el cliente se haría cargo de excusar la ausencia del guardia. Solo le restaba descansar y esperar hasta la mañana.

Aplanó la mochila contra un árbol en un pequeño claro, alejado solo a unos kilómetros de la casa.Se recostó contra el bolso y probó un bocado de la carne en conserva que traía por si necesitaba alimentarse y estuviera lejos de la camioneta. El trabajo no implicaba acampar un día más.Los planes debían de ser modificados.

La vibración del celular en uno de los estuches del cinturón la tomó por sorpresa.

- Sí –respondió con voz clara dándose la vuelta en su cama improvisada.

- Vargas, ¿qué demonios pasó? ¿Acaso quiere más dinero?

- No. La cantidad acordada está bien. Simplemente es un ligero retraso.

- Pensé que había contratado a la mejor.

- Y lo hizo. Mañana estará terminado. Le doy mi palabra.

- No quiero palabras, solo hechos.

Colgó de golpe antes de que ella pudiera excusarse.

- Maldito enfermo –murmuró para síapoyando el celular distraídamente en su mentón.

El sol comenzó a bajar en el cielo. Los sonidos de la naturaleza la tranquilizaron haciéndole olvidar por un momento su trabajo.

Casi todos los árboles del bosque tenían una excesiva altura.

Observó cómo la suave brisa del atardecer de un recién comenzado verano llevaba de un lado a otro las hojas produciendo el sonido de un suave murmullo colectivo. Como si cada hoja hablara y al callarse otra comenzara a hacerlo.

Tomó un trago de la poca agua que tenía recordando con amargura que el resto se encontraba en la camioneta. Un detalle con el que no había contado.

Todo se había complicado por un segundo de duda. Entonces abrió sus ojos bien grandes con la preocupación a flor de piel. ¿Habríasido duda?, se preguntó dejando de lado las voces de la naturaleza y metiéndose de lleno en aquel momento. Ahora que lo pensaba con más claridad no supo qué responderse.

No sabíapor qué razón no disparó cuando tuvo que hacerlo.

Recordó automáticamente la larga lista de trabajos que llevaban su firma. Daban pruebas convincentes de que esta era suprofesión por naturaleza.

Pero esa lista no respondía sus inquietudes transformadas en miedos al pasar de los segundos.

Por un momento temió volverse débil. Así como un artista teme perder la inspiración.

Resultaba algo nato que no se puede controlar como se controla el cuerpo. Ella temió perder el toque cuando finalmente se dio cuenta de que no pudo disparar al verlo dormir apaciblemente y reconocerlo tan joven.

Este caso era diferente del restode los encargos. Y no solo porque había decidido que sería el último.

Ese chico sí que pudo impactarla.

Recordó su cuerpo en la ducha y su rostro dormido. No pudo evitar admirarlo al menos.

Se había convertido en otro detalle con el cual no había contado, pensó disgustada mientras bebía un sorbo de agua y la dejaba caer en su rostro para aclarar sus pensamientos.

Reconoció en su interior que la historia no le había importado debido a la gran cantidad de dinero que recibió aquel día. Eso hasta el momento en que lo viode frente unas horas atrás. Al verlo en la ducha cabizbajo se preguntó si realmente debía pagar por toda la decadencia de una sociedad y si ella debía ser el verdugo.

Después de su experiencia tratando con mafiosos y narcotraficantes podía saber con seguridad que ese chico no tenía más culpa que la de haber escogido mal. Por otra parte ese maldito desquiciado gozaba de poder. Mandaría a matarla si no lo hacía. Ella se convertiría en una testigo peligrosa para él. Claro que no sería la primera vez que quisieran matarla. Pero le habían enseñado que no debía comenzar guerras si no estaba dispuesta a sacrificarlo todo para ganar.

- Es una locura, pero no quiero ser el verdugo esta vez –se dijo a sí misma apoyando su cabeza contra el árbol y volviendo a mirar las copas más altas que a esa hora ocultaban el sol naranja por detrás.

La noche pasó tenebrosa envolviéndolo todo en oscuridad.

No la dejó descansar el hecho de tener que improvisar. Pasó las horas limpiando sus armas y pensando. De a poco las sombras comenzaron a darle paso a los primeros rayos de la mañana.

Como siempre en el valle, aunque fuese verano, el día comenzaba con humedad fría y una niebla intensa.

Las tejas negras de los techos más altos asomaban de entre la niebla que se asentaba lentamente.

Ella sentada de piernas cruzadas terminaba su meditación. Se incorporó con agilidad.

Caminaba lentamente a través de la densa humedad mirando la casa hacerse cada vez más nítida en su campo de visión.

Su silueta oscura detrás de la cortina de agua en suspensión hacía tenebrosa su presencia y parecía ser la misma muerte deambulandoen la Tierra.

Detuvo su marcha de pronto al notar el movimiento en los alrededores.

Algunos hombres caminaban por el parque y hablaban entre ellos. Se detuvieron a fumar esperando.

Una de las puertas del garaje comenzó a abrirse.

Ella tomó rápido los binoculares de su mochila y ajustó el zoom digital.

El objetivo salió del garaje montado en un jeep rojo intenso con líneas negras a los costados.

Totalmente alejado del humor del otro día mostraba una flamante sonrisa en los labios.

Parado al lado del vehículo se encontraba el señor de la casa. Esta vez luciendo un traje gris con camisa celeste claro.

Los tres hombres que esperaban fumando a un lado subieron al jeep también. Estaban armados con pistolas calibre nueve milímetros y vestían chalecos azules.

Ella se acomodómejor entre los arbustos y ajustó la visión de los binoculares.

Antes de arrancar el hombre de traje se inclinó sobre los labios del joven y lo estrechó posesivamente en su abrazo ante la mirada indiferente y acostumbrada de los guardias que reflejaban en sus lentes oscuros toda la escena.

El jeep salió de los alrededores enrejados de la casa y se perdió en una curva cerrada del camino.

Ella revisó meticulosamente un cuadernillo de anotaciones y fijó su mirada en las actividades correspondientes a ese día. Como no tenía previsto un retraso en los planes había ignorado por completo que esa mañana el joven tenía planeado salir de caza. Se suponía que para ese entonces estaría muerto.

Con la uña de su dedo índice marcóla actividad de ese día en el frágil papel del cuadernillo.

Tensionó la mandíbula con la mezcla de odio e impotencia al darse cuenta de que la esperaban varios kilómetros de trote con todo el peso que cargaba y poca agua en sus botellas.

El sol saliendo en una mañana veraniega mientras la brisa fresca le acariciaba el rostro le pareció perfecto para relajarse después de varios días convulsionados. Observó satisfecho el paisaje desde la cima de la colina. Lo admiró todo, hasta las exquisitas líneas en los troncos de los árboles más viejos o las formas que el clima y el tiempo les dieron a muchas rocas arenosas en las colinas frente a él.

Se mentiría si pensara que era feliz. Pero ese momento de soledad era lo más cercano a la felicidad en mucho tiempo. Al menos hasta que los guardaespaldas regresaran de fumar. Decidióaprovechar el momento entonces.

Cargó su rifle respirando relajado y buscó con una mirada superficial a la primera presa del día.

Solo podía escuchar su respiración agitada y ver las huellas de los neumáticos.

El paisaje se agitaba en su visión por la desigualdad del terreno. El peso de su mochila desestabilizaba su equilibrio y debía realizar más fuerza para saltar y esquivar sin caer. No estaba preparada para correr a zancadas en ese terreno. Debía comenzar a impulsarse con los brazos. Empujándose contra los árboles en la dirección a la cual quería ir, sentía raspones y torceduras, pero estaba decidida a llegar en un par de horas y terminar con esa tortura.

Se pasó una mano por la frente limpiando la transpiración que bajaba hasta sus ojos produciéndole ardor. Pensó que después tendría que desviarse y buscar el arroyo más cercano antes de regresar a su camioneta. La reserva de agua estaba casi agotada y a medida que el calor aumentaba sería más difícil avanzar sin sufrir deshidratación. Apretó el paso hasta que sus pies comenzaron a correr con velocidad mientras saltaba por encima de ramas y troncos caídos. Ya respiraba casi escupiendo el aire de la boca, pero no le importaba. Tenía que cubrir tres kilómetros más. Tenía que llegar hasta él lo antes posible. No podía fallar. Las voces en su cabeza eran imparables ya.

Divisó por su color el jeep estacionado a lo lejos. Se detuvo a tomar aire con ambas manos apoyadas en las rodillas mojadas. La remera verde ceñida que llevaba puesta se encontraba mojada en dos semicírculos. Uno sobre el pecho y otro más grande en la espalda con la forma de su mochila. El pantalón caqui de tela gruesa elastizada se sentía más caluroso que nunca.

Tomó tres veces aire por la nariz y lo exhaló rápidamente por la boca tratando así de recuperarse mejor de la proeza y oxigenar el cuerpo.

El crujir de ramas secas en la hierba fue detectado por ella cuando la persona que se acercaba estaba llegando.

Aun con la pesada mochila sobre su espalda se las ingenió para trepar rápidamente hasta el árbol más cercano.

El muchacho llegó lentamente al lugar asechando a una presa. Lo bueno para ella fue que se encontraba en tal estado de concentración que no logró percatarse de su presencia.

La presa no era más que una pequeña ave que penosamente logró posarse sobre la misma rama en la que ella se encontraba agazapada.

- Tenía que ser caza menor –se dijo molesta por lo bajo cuando la mirada del joven buscando el ave se encontró con la de ella.

Sorprendido bajó el rifle con los ojos desorbitados.

-¿Quién es uste… –no terminó de preguntarlo porque su cuerpo lo aplastó cuando se abalanzó desde el árbol hacia él.

Ella se puso en pie tambaleante por el impacto de la caída y pateó el rifle lejos de su alcance. Como un acto reflejo cerró los puños fuertemente como para caerle a golpes si fuera necesario. Sus dedos se aflojaron y fueron abriéndose lentamente mientras ella entornaba la mirada y recuperaba la fría calma exigida para el momento.

Él se tomaba la nuca con ambas manos y una profunda mueca de dolor. No se había parado y parecía no poder hacerlo.

Los misteriosos ojos de él volvieron a mirarla con interrogación mientras desenfundaba la pistola.

- No me lastime –alcanzó a murmurarle en una súplica.

Ella fijó la atención a su mirada color ámbar y le respondió al susurro con otro.

- No quiero ser el verdugo.

Su mano cambió de dirección y disparó contra uno de los guardaespaldas de chaleco azul que se mantenía agazapado en la espesura de las plantas apuntándole.

Los pájaros salieron volando de las ramas. Incluso aquel que era la presa abandonó su nido cuando el resonar de la explosión estalló y se multiplicó en reiterados ecos sobre el silencio del lugar.

Apuntando el brazo rápidamente en otra dirección le disparó al segundo guardaespaldas en medio de la garganta cuando este llegaba corriendo al claro por el otro extremo. Cayó al suelo inerte, brotando la sangre y emitiendo sonidos del reflujo de aire que escapaban del orificio de su garganta.

El tercero apenas terminaba de llegar cuando se detuvo bruscamente ante toda la escena. Sus rasgos se petrificaron cuando su mirada se topó con los cuerpos de sus compañeros. Asustado echó a correr.

Ella giró su cuerpo y frenó su carrera con una bala que le perforó detrás de la rodilla izquierda. Cayó gritando mientras miraba el cielo y las venas del cuello se le engrosaban y sobresalían cada vez más. Otro disparo acalló los gritos y salpicó la vegetación con materia espesa del cerebro perforado.

Pequeñas hojas carnosas de una planta que se encontraba frente a él terminaron mezclando su verde con elprofundo rojo que escurría de a gotas hasta caer en la tierra húmeda para ser absorbido.

El silencio volvió y fue total. Los animales huyeron unánimemente asustados.

Enfundó en la pistolera de cuero y le extendió la mano.

Él arrastrándose de espalda con los codos se alejó varios pasos.

Ella se acercó y lo tomó fuertemente de un brazo. Tiró de él obligándolo a ponerse en pie. Lo sujetó más fuerte y lo empujó hacia delante.

Él dio dos pasos involuntarios y se detuvo con firmeza.

La miró de pies a cabeza en silencio.

- ¿Quién eres? –preguntó con la mirada fija en sus armas mientras en su mente comenzaba a asomarse un viejo temor.

- No hay tiempo. Sígueme –respondió ella apresurada.

- ¿Adónde quieres llevarme? –le inquirió enojado quedándose parado frente a ella.

Finalmente fastidiada. Desenvainósu cuchillo y lo apoyó en su garganta con el ceño fruncido y los dientes apretados.

- ¡Camina! –le ordenó sin más explicaciones.

Él quiso mantener una postura firme, pero el rostro furioso de aquella mujer lo acobardó. También el frío acero contra su piel producía un efecto persuasivo.

La nariz arrugada dejaba ver sus dientes parejos y sus ojos verdes se hacían pequeños. Por un momento aquella expresión le recordó la cara de una leona atacando a su presa. Solo le faltaban las orejas tiradas hacia atrás y estaría completa.

Decidió no arriesgarse a poner a prueba su aparentemente escasa paciencia y comenzó a caminar con los brazos en alto dirigido por ella.

- ¿Tienes las llaves del jeep? –le preguntó mientras caminaba tras él mirando los alrededores y temiendo un ataque.

Él notó su inquietud.

- Todos los que venían conmigo están muertos –le dijo tratando de ocultar el desprecio que sentía en ese momento.

-Nunca se sabe –le respondió ella fríamente.

Metió la mano en el bolsillo del joven y revisó profundamente sin mesura.

- Es el derecho –dijo él sin prestarle demasiada atención a su torpe manoseo y apurando el paso al ritmo que ella lo empujaba.

- ¡Bien! –exclamó contenta al obtener finalmente el juego de llaves tibio por el calor de su cuerpo.

Al llegar al vehículo se detuvieron un momento. Ella lo observaba desconfiada. Bien sabía que no era buena idea tomar ese auto. No le quedaban más opciones por el momento. Seguramente venían a toda prisa por ellos. Tiró su mochila atrás y lo sentó como a un niño en el asiento del acompañante ajustándole el cinturón de seguridad.

- Un intento de escape y tendré que matarte –le advirtió apuntándole con el dedo y mirándolo seriamente con el sudor marcado en su rostro.

Rodeó el auto y se acomodó frente al volante. Antes de que colocara las llaves, él desprendió la traba del cinturón y echó a correr por el bosque.

Ella se quedó boquiabierta mirándolo desaparecer entre los árboles.

¿Qué?, ¿acaso las amenazas de muerte ya no surtían efecto en la gente?

Las personas ya no respetan a sus captores pensó fastidiada y se golpeóla frente meneando la cabeza.

- ¡Diablos! –murmuró saliendo del auto para correr tras él antes de que se internara más profundo entre la maleza.

Él no podía sentir sus piernas. Pese a ello exigía que corrieran como nunca. No tenía idea de qué estaba sucediendo. ¿Quién era y qué quería de él? Todo era muy confuso. De algo si estaba seguro. Tenía que salir de allí a como diera lugar. Esa mujer estaba loca. Había venido a matarlo.

Podía escuchar los pasos de ella acortando distancia desde atrás con las hojas del suelo crujir fuertemente.

El temor y la adrenalina lo llevaron a seguir corriendo como jamás en su vida. El pecho comenzaba a arderle con cada bocanada de aire que trataba de tomar. Luego el ardor se transformó en dolor y los pasos de ella se escuchaban más cercanos todavía. ¿Quién diablos era esa mujer?, pensó un momento. ¿Acaso una corredora olímpica que quiere matarme?

Miró un instante hacia atrás y vio a una mujer que cargaba un fusil en su espalda, una pistola en su pecho y un cuchillo en su pierna correr a tan solo unos metros detrás de él.

Sus muslos y demás grupos musculares se movían al compásde sus largas zancadas. Levantaba hojas como confeti a cada paso estrepitoso entre la hierba seca. Su mirada se fijó seriamente en él mientras corría cada vez más veloz acercándosele peligrosamente. Parecía una psicópata. Le produjo la mayor sensación de terror que pudo recordar.

Podía escuchar sus respiraciones profundas exhalando el aire. Aun así no parecía agotarse como él.

Ella le gritaba algoque no podía entender. Le retumbaban los oídos. No había tiempo para escuchar.

Casi le rozaba la espalda con las yemas de sus dedos. Por ello desesperado intentaba ganar distancia entre ambos.

En ese momento pudo sentir con impotencia la forma en que el empeine de su pie izquierdo trababa contra una raíz sobresaliente de un árbol y cómo la fuerza de la inercia lo llevaba al suelo.

Comenzó a caer rodando hacia adelante y ella no pudo evitar tropezar con su cuerpo.

La velocidad que llevaban los hizo rodar varios metros entrelazándose piernas y brazos. Como una bola humana moviéndose a gran velocidad.

Finalmente el tronco de un pino puso fin al recorrido chocando ambos a la altura del pecho y las costillas.

El árbol se estremeció soltando algunos de sus frutos.

Él se retorció con dolor intentando ponerse en pie. Pero el cuerpo ya no le respondía tan rápido y su intento solo lo llevó a quedar en el suelo.

Ella tosía porque había golpeado su pecho fuertemente. Temió haberse fracturado una costilla. Intentó tomar aire un momento y la tranquilizó el poder hacerlo. Al menos sus pulmones no estaban dañados.

Al entornar la mirada vio al joven arrastrarse con los brazos para alejarse de ella con desesperación. Ella blanqueó los ojos hacia arriba y comenzó a arrastrarse entre las hojas también para alcanzarlo.

- ¡Espera!–le ordenó mientras tiraba de su cinturón para arrastrarlo hacia ella.

- ¡Aléjate, loca! –gritó él.

-¿Loca? –se preguntó extrañada un instante. Sería la primera vez que lo escuchara de la boca de alguien. Al menos de frente.

- Tranquilo, no te muevas. Déjame saber si te has lastimado.

- ¡No! Aléjate de mí –gritó él y tiróuna patada que ella esquivó para que no pegara en su rostro.

- No voy a lastimarte. ¡Maldición, Tomás!

El chico se detuvo un instante y se dio la vuelta para mirarla sorprendido.

-¿Cómo sabes mi nombre? –preguntó agitado.

- Quería explicarte. Detente un momento.

Él respiró y se dejó caer entre las hojas secas, cansado y dolorido.

Ella se puso en pie lentamente tomándose la cintura y el pecho con dolor.

Él la vio desde el suelo asomarse ofreciéndole la mano para que se pusiera en pie.

- Estoy cansado. Mátame si quieres no me importa –replicó entregado con los brazos extendidos.

-No voy a matarte. Dame la mano. No tenemos mucho tiempo.

- ¿Tiempo?, ¿para qué? –le preguntó tomando su mano para poder ponerse en pie lentamente mientras hacía muecas de dolor intenso.

Quedó finalmente a la altura de sus ojos color verde claro.

-Tiempo para huir –le respondió ella.

Él sostuvo su mirada un instante y se quedaron en silencio tratando de recobrar aliento.

Una brisa fresca movió los árboles y las hojas del suelo se arremolinaron entre ambos.

A pesar de verse como una mercenaria sus ojos transmitían calma.

Su cuerpo esbelto y marcado demostraba resistencia y poder. Y en sus gestos apacibles la intención de ayudar más que la de destruir.

Pudo saber de alguna manera que ella decía la verdad. Lo sintió en su pecho como la respuesta interna que llega de repente.

Ella se quedó viéndolo en profundo silencio y comprendió las extrañas sensaciones que le habían impedido jalar el gatillo el día anterior.

El viento acarició su cabello largo y su rostro manchado de tierra.

-¿Quién eres? –preguntó él sin dejar de verla extrañado. Como si fuera un ser aparecido desde otra dimensión.

- Mi nombre es Sofía Vargas y soy… –se detuvo un momento–y era tu asesina.

Su voz sonó melodiosa, pero muy segura. El tono era bajo y prácticamente contundente al hablar. Dictaba sentencias en lugar de comunicar.

- ¿Cómo es posible? –se dijo a sí mismo mirando el vacío.

Quedó quieto con su mirada perdida mientras su pecho subía y bajaba rápidamente recuperando el aire.

Había dejado de temerle a ella y comenzaba a preocuparse por alguien más.

- Ven conmigo, Tomás. Hay que salir de este bosque –le dijo tomando suavemente su brazo.

Él quedó en un estado de ausencia.

- ¿Quién? –le preguntó despacio, mirándola como si estuviera a punto de adivinarlo.

- Eso no importa ahora. Hay que ir al auto –lo llevó guiándolo mientras él continuaba en su estado de trance, tratando de asimilar la información.

El auto poseía estabilidad sobre la tierra blanda y marchaba de prisa sin derrapar como cualquier otro vehículo.

Se sintió feliz de poder dejar de correr, aunque fuese por poco tiempo.

Pisó el acelerador encantada con la velocidad, dejando atrás nubes de tierra oscura.

Observó de reojo al joven agarrarse de la puerta como si en ello se le fuese la vida y reflejar en su rostro miles de emociones atropellándose por ser expresadas.

Exhaló un suspiro hondo y carraspeó con la garganta para sacarlo de su estado de bloqueo.

Él parpadeó un par de veces y giró la cabeza en dirección a su secuestradora.

Observó por un instante su aspecto atlético con la remera ceñida a su abdomen tenso y el pantalón largo ajustado. Sostenía el volante con firmeza marcando sus tríceps. Su ropa todavía estaba húmeda por el sudor al igual que su rostro enrojecido por el esfuerzo de tanto correr.

- ¿Ibas a matarme? –alcanzó a preguntarle con la voz triste más que temerosa.

- Era la idea –respondió moviendo el volante para esquivar una roca grande que no había visto hasta tenerla a metros de distancia.

- No es que me queje, pero ¿por qué no estoy muerto? –preguntó agitado por el hecho de casi estrellarse.

- Todavía no lo sé –respondió tranquila.

- ¿Me dirás quién es la persona que te pagó?

- Ya no importa. Acabo de traicionarlo y ahora vendrápor los dos.

- ¿Traicionarlo? –se dijo a sí mismo pensativo–. Entonces se trata de un hombre –elucubró de inmediato.

-No saques conclusiones –le reprimió ella.

- Detén el auto –dijo de repente.

- ¿Qué?

-Detén el auto. No iré a ningún sitio hasta saber quién te ha encargado esto.

- No voy a detenerme.

- Si no lo haces, me arrojarédel auto –respondió mirándola desafiante.

Ella lo miró de reojo un momento.

- Está bien –asintió y detuvo el auto lentamente hasta quedar parados con el motor encendido.

- ¿Vas a obligarme a que te lo diga? Creo que lo sabes, pero temes reconocerlo.

- ¿Qué insinúas? –preguntó entrecerrando los ojos y comenzando a recordar como ella arrepentida de querer matarlo a él. Sí mató en cambio a sus custodios. Sin vacilar un instante. Algo en su mente comenzó a desentrañarse y la luz llegó de repente.

Se llevó una mano a la boca con los ojos vidriosos.

De pronto todo comenzaba a encajar en su sitio. Desde sus cambios repentinos de planes hasta su extraño comportamiento en los últimos meses. Era imposible pensar que alguien tan poderoso cediera.

Era imposible pensar que alguien tan brutal cambiara por él.

- Carlos –murmuróel joven absorto con la mirada vacía y los ojos llenos de lágrimas pujando por salir.