La venganza del caído - Nathan Burkhard - E-Book

La venganza del caído E-Book

Nathan Burkhard

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Beschreibung

La vida de Natle Sullivan no es un camino de rosas. Vive entre secretos y mentiras, con padres adoptivos demasiado ocupados con sus trabajos, una hermana que no la soporta y un guardián que la asfixia y obliga a ocultar lo que es: un ángel. Pero todo cambia cuando conoce al nuevo asistente de su maestra, el sentimiento de vacío que hay en su interior queda atrás y todas las advertencias que le hace su guardián quedan en el olvido. Joe Cooper tiene todas las cualidades que hacen deseable a un hombre, guapo e inteligente, pero con un oscuro pasado. Joe intenta alejarse de los problemas, pero cuando pisa el internado y ve a Natle su mundo colapsa y su plan de vida queda olvidado. La conexión entre Natle y Joe es inevitable. Ellos decidirán si luchar por su amor o dejarse llevar por las viejas leyes y costumbres de sus antepasados. No te pierdas esta trepidante novela de Nathan Burkhard. Déjate conquistar por sus ángeles guardianes.

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La venganza del caído

ÁNGELES GUARDIANES I

Nathan Burkhard

Primera edición en ebook: Febrero, 2021

Título Original: La venganza del caído – Ángeles Guardianes I

© Nathan Burkhard

© Editorial Romantic Ediciones

www.romantic-ediciones.com

Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

ISBN: 9788418616167

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

Cruzando por un camino angosto.

Donde la oscuridad come cada atisbo de esperanza, enjaulada, oprimida por ese mal que se expande en la tierra, que desgarra sin pena.

He perdido mi alma.

Como un soldado en batalla, luchando con heridas, la espada rota y tratando de seguir.

Sin escudo, sin casco, sin nada que dar a cambio.

Sin monedas en el bolsillo.

Sin un rastro que pueda seguir.

Destrozados como pedazos de cristal fino.

¿Para qué fui enviada? Si todo a mí alrededor se derrumba al tratar de alcanzarlo, pero aún mantengo la fuerza, levanto la cabeza y trato de no derrumbarme.

Sostengo mis piernas firmes, mis manos sujetan mi espada y una voz angelical y calmada me da la vida que necesito, aunque siempre veo que no hay salida al final del camino.

“Surge o húndete”

Nathan Burkhard

Siempre pretendí tener el control de mis acciones, tener una vida y seguir con un camino como todos, ser como muchos, no entendía que seguir a los demás era convertirme en una oveja más en un rebaño de tantos.

Varado en la distancia de mundos vacíos, viendo a qué lado cruzar, sin darme cuenta que lo que había a mi alrededor era más que simples apariencias, todo era una farsa ¿Cómo dejar esa vida atrás? ¿Cómo cerrar los ojos y tratar de engañarte a ti mismo?

Fue cuando me di cuenta que todo en esta vida no nos pertenece, somos solo almas, cuerpos de carne, corazones de piedra carentes de sentido y de emociones.

Quizás desde ese momento aprendí a ver más allá de simples máscaras, ver lo profundo del ser humano, ver en qué nos convertimos con el paso de los años. Aprendí a leer los sentimientos de los demás, logrando encontrar mucho más que historias pasadas, vi presentes, futuros y como la mirada es más que una ventana.

Descubriendo secretos que pueden destruirte pero también pueden salvarte en un determinado momento, pero en mí camino al tratar de descubrir quién soy solo encontré la devastación, dos pueblos, una guerra, y desolación que va en busca de un nuevo mundo para corromper, para dañar, para desaparecer.

Me hallo sujeto a un sueño, quizás una obsesión, prisionero de esa historia, apasionado de su gloria.

Muchas de las cosas que te rodean no son lo que aparentan. Muchos secretos son ocultados de mi perspectiva, pero la verdad de mis orígenes está en juego, sujeto a un pasado doloroso escrito con sangre, leída con amor, atrapada con odio y liberada con pasión.

Es hora de descubrir la verdadera historia de tres mundos separados por la rivalidad desde la creación, divididos por sus actos, divididos por su maldad y frialdad.

Tres puertas imposibles de sellar, quedando abiertas para toda la eternidad.

En donde la luz es oscuridad, los sueños son pesadillas, la vida es solo muerte, dolor y sufrimiento que rasga el alma y tú ser por dentro.

Una batalla imposible de ganar, una etapa difícil de calmar, pero la vida debe continuar.

LA VENGANZA DEL CAÍDO

ÁNGELES GUARDIANES I:

“Jamás hay un final”

Joseph Cooper

CAPÍTULO 1

INICIO

Les contaré la historia de su vida, de sus inicios, de cómo su vida se convirtió en un laberinto sin salida, sin nada más que ella misma entre el tiempo y el destino, conspirando para que caiga al abismo que sus enemigos cavaron exclusivamente para ella.

Cuantas veces trató de encontrar una salida a esa opresión que sentía, a la carga que sus hombros llevaban, pero le fue imposible escapar de su destino, no había manera de no seguir por el camino que le fue predicho desde su nacimiento, pero tuvo la valentía de revelarse contra los designios que le fueron impuestos desde su concepción, era tan joven, tan inocente, que era simplemente absurdo que ella entregara su vida, su alma y su corazón para la salvación de nuestra propia especie, garantizando de esa manera que los ideales de nuestros propios padres siguieran en una larga cadena que jamás se rompería, pero no contaron en que ella se revelaría contra ideales ilógicos, mundos utópicos, ella solo deseaba sobrevivir, sobrevivir en un mundo lleno de corrupción, maldad, un mundo dónde la contaminación de nuestras almas nos llevaría al caos y la destrucción propia.

Un arma mortal concebida solo para traer una línea perfecta de reyes y líderes de sangre pura, ella misma es un peligro inminente, su propia mente, su cuerpo siempre pendiente de toda amenaza, la destrucción es su aliada, pero su alma la llave para la salvación de un pueblo y su corazón sería la luz que aplacaría la oscuridad el firmamento.

Si te llegas a preguntar cómo es ella, pues es tan sencilla, simple, quizás siempre está junto a ti, alguien que cruzó por tu camino entregándote algo tan valioso que tú ni cuentas te has dado de aquel bello regalo, ella es una persona con debilidades y virtudes, con rasgos perfectos e imperfectos, quien diría que debemos aprender a ser más observadores, ya que el mundo que nos rodea guarda secretos y mundos que están en constante guerra.

Es la última generación viva de ángeles guardianes, su nombre es un significado de amor, una lucha sin límites, es nueva vida, un nuevo ciclo de esperanza y fe. Si te has llegado a preguntar si habla otra lengua que no conozcamos, te equivocas, habla como todos los demás, como tú y como yo, hablan el idioma de hombre, habla el dialecto de nuestros padres, amigos, es un humano con poderes escondidos.

Prepárate para escuchar su historia, pero para ello tendrás que abrir tu mente a un nuevo mundo, ampliar tus pensamientos, soñar despierto, te contaré como es que la llegué a conocer, como es que la tuve entre mis brazos y le dejé libre en el momento justo y necesario como un ave en cautiverio esperando por la libertad ansiada.

Pero para ello te contaré el inicio de nuestra vida y cómo la guerra devastó nuestro hogar, prepárate para una nueva historia, la verdadera historia de la humanidad.

Por un momento puedes llegar a creer que es una simple historia religiosa, pues no, va más allá de doctrinas y religiones, de creencias y fe, va más allá de lo que nosotros incluso podemos entender. Nuestra historia comienza desde un gran inicio, pero jamás se vio ningún final, donde un pasado doloroso está escrito con sangre, leída con amor, atrapada con odio y liberada con pasión.

Todo comenzó desde la creación del hombre, nacido entre teorías, teorías que desde luego has escuchado, la teoría científica y religiosa, y cómo todos te has llegado a preguntar cuál es cierta, pues te respondo, ambas son ciertas, Dios nos creó, nos formó a su imagen y al crearnos hizo ciencia. Creado para la compañía y una larga cadena de hijos, el hombre se fue corrompiendo con los años, fue tentado por el poder y que su mano podía incluso ser mejor que la de Dios mismo.

Año tras año, Dios vio cómo su hijo más amado comenzó con la destrucción de su propio ser, la destrucción de su familia, de su gente, incluso la destrucción de su propio hogar, el hombre fue matando al hombre, hasta hoy puedes verlo, la creación de bombas, guerras, el hombre se ha dado la idea que puede ser como el mismo Dios tratando de crear vida pero esa vida solo es un contaminante para su propia especie, ha creado más dolor que curas para la enfermedad, ha creado más caos que paz y desde luego ha llevado a su raza al borde de la extinción.

Quizás cansado de la mano del hombre y su destrucción, aquellos hijos que dejaron de escuchar su voz, dejándolo de lado, la maldad de aquel hijo que tanto amó comenzó a esparcirse en la tierra siendo una niebla que arrasaba con toda vida, comenzando a ser invencible, invisible ante los ojos de los demás y sobre todo indestructible, la venganza comenzó a ser parte de la vida cotidiana, el motivo más fuerte para vencer, seguir y triunfar. Pecar, de pasar de ser inocente a malévolo, de cálido a frío y calculador, el destierro y su extinción sería su castigo por dudar poder, dudar de su fuerza y sobre todo dudar de su amor. La ira fue convirtiéndose en un pecado más fuerte, creándose las armas para la destrucción de cada enemigo, la destrucción de todo aquel que ponga en duda sus palabras, su fuerza y sobre todo, verte como su potencial enemigo ante el triunfo y el éxito.

Fue entonces cuando el hombre mataba al hombre, el hermano mataba a su propio hermano, y cuando el hombre mato la esperanza de su padre. Siendo testigo de la maldad, viendo como su propio hijo comenzó su propia destrucción, la destrucción del mundo que él creo para ellos, decidió conservarlos, guardando silencio, llorando la pérdida de sus hijos, llorando por aquellos hijos a los que creó con amor, para verlos convertidos en seres oscuros llenos de malicia, fue dónde nuestro creador decidió apartarse del mundo, llenándolo de silencio.

Rendido, cansado y sobre todo decepcionado, lloró largos días y noches, hasta que de una lágrima suya fuimos creados, donde nuestros antepasados fueron los que pisaron el cielo por primera vez. Creados para cumplir una misión importante ante la vida del padre y del hijo, mostrarles de nuevo el camino hacia la salvación, devolverles la fe en sí mismos y el amor que vieron perdido con los años. Creados por una lágrima llena de pena, dolor y sobre todo con mucho amor, surgimos del polvo, agua, fuego y viento, seres con el poder de curar el alma, especímenes con el don de ver más allá de lo que los primeros hijos no pudieron.

Como poder olvidar la creación de nuestros ancestros, ya que nuestros padres jamás nos permitieron olvidar de la manera que fuimos creados, cuando el paraíso estuvo vacío, entre la combinación de su propio dolor, de una gota de su propio sufrimiento fuimos formados de tierra y roca, de agua y sal, de fuego y brasa, de viento y tempestad, cubiertos por un manto de polvo, despertaron de un sueño profundo, desnudos y cubiertos con inmensas alas, se levantaron de ese nueva tierra creada para ustedes y heredada a nosotros.

Noventa y seis seres dormidos en los pardos más verdes, cubiertos por sus inmensas alas blancas, mientras que nuevos animales acompañaban su sueño. Con un nuevo calificativo, un nombre que significaría luz, llamándoles “Inumine” aquellos nuevos seres, eran tan parecidos pero diferentes a sus primeros hijos.

Dios supo entonces que éramos la esperanza, la esperanza que ustedes necesitan, todos nuestros primeros ancestros comenzaron a levantarse y admirar ese nuevo mundo dado, mientras que la voz de nuestros creador nos dio permiso para continuar, quizás le devolvimos la fe —“Surjan hijos míos, demuéstrenme que el mundo no está infestado de maldad, demuéstrenme que aún puedo dar amor y recibirlo”

Elevando las cabezas hacia el cielo ante la poderosa voz, sonrieron y se arrodillaron ante ella, un nuevo mundo había iniciado.

Surgiendo de lo profundo de la creación, surgiendo de una lágrima y sobre todo de una bendición, dándoles el paraíso, alejado de la tierra, alejada de la raza humana, una montaña alta, donde el hombre jamás pisaría, donde su maldad jamás abarcaría. El porqué de sus nombres jamás se nos dijo, ni tampoco como fueron elegidos los patriarcas de cada clan, descubriendo con el tiempo sus poderes y su misión en la vida. Sus poderes eran combinaciones del fuego, agua, viento y tierra, cada lágrima derramada por el padre fue un don para cada hijo. Podían esconder sus alas, además de compartir sus dones con sus nuevos animales, sus protectores vivos, sus fieles amigos, animales diferentes a los comunes, con inmensas alas, poderosos y valientes como ellos.

Los Tiger Inumine, eran tigres con inmensas alas, con la oportunidad de poder convertirse en gatos comunes, sus poderes se centraban en el control del fuego, la tele trasportación, además de alimentarse de la energía y el poder de los demás, se protegían con escudos, además de poder paralizar el tiempo por lapsos cortos.

Los Crock Novo, eran los pequeños guardianes de los tesoros del reino, con la apariencia de un perro cocker spaniel, eran cazadores por naturaleza, sus poderes eran más comunes, escudos de protección.

Uno de los más temibles, eran los Seatino Novo, lobos más grandes, indomables y poderosos, podían minimizar su forma, adaptándose a tomar la forma de un lobo común, pero en su forma original, tenían una cola grande y larga, con la cual podía abrirse paso y aplastar a sus enemigos. Colmillos y garras largas las cuales podía desmembrar a sus oponentes, sus poderes se centraban en el control del agua.

Los Onux Olox, halcones de pico blanco con tornos negros, su plumaje era común, pero poseía un arma mortífera, debajo de las plumas principales, ocultaba cuchillas metálicas, que les permitía girar como un torbellino y degollar a su enemigo. Además de su grito ensordecedor, pero si el ángel que estaba bajo su protección moría, su vida se iría con él.

Los Animal Parenty, su forma era la de un oso o una pantera, sus poderes eran el control del fuego, agua, viento y tierra, tenían el don de transformarse en un ángel por lapsos cortos de tiempo con la misión de ser el mensajero del reino.

Los Daiknez L’innocent, tigres sin alas, no podían convertirse en animales pequeños, más bien ellos tenían púas de roca metálica desde su nariz hasta su cola, donde se dividían en varias ramificaciones, pudiendo ocultarlas para no lastimar a sus protegidos.

Sus padres jamás nombraron al cuarto clan, relatando partes de una historia, llegando a la conclusión, que sus padres ocultaban mucho más, nombraron a Sanel el patriarca del reino, el único Inumine que unió su vida a dos corazones, el único que dio su vida por la salvación de su pueblo y de su padre, Dios.

Supieron que la maldad de sus primeros hermanos se propagaba como una niebla difícil de detener, así que juntos crearon murallas para que el mal no los contaminara y no se propagara por sus tierras, temían que la destrucción los alcanzaran y que dieran fin a sus nuevas vidas, crearon un templo para su creador dándole gracias por ser parte de un nuevo mundo, crearon normas e iniciaron una vida maravillosa.

La palabra odio y rencor no existía, la envidia no prevalecía en sus corazones y la maldad no contaminaba sus almas, piedra por piedra construyeron un hogar, una sociedad, un mundo en lo alto de la llamada tierra, tierra que estaba prohibida para ellos, hermano que estaba prohibido conocer ante la infección que propagaba.

Sus mujeres se cubrían con vestidos blancos y sandalias a juego, sus peinados eran desde trenzas a moños, cabellos sueltos largos o cortos. Los hombres del reino, utilizaban camisas sueltas, pantalones negros con botas blancas.

Al tener cada uno un hogar, además de un templo a dónde acudir por ayuda, día tras día iban conociéndose, creciendo, viviendo y amando cada parte de su hogar, formando una familia, eligiendo una compañera para poder traer a la vida a más descendientes. Al cabo de cinco meses, las obras de construcción estuvieron terminadas, un templo para poder hablar con su padre, mientras que hogares modestos le rodeaban, protegiéndolo con grandes murallas y rejas, ventanales grandes, puertas inmensas, jardines extensos con todo tipo de rarezas; rosas, claveles, lilas; pastizales, para todo animal que deseara descansar, lagunas con patos, peces, aves tejiendo sus nidos. La bandera del reino era blanca con un sol en el centro y una luna a su lado, además de varias estrellas que iluminaban cada paso, al igual que sus habitantes, ninguno tenía marcas, eran perfectos, bondadosos, ellos no tenían diferencias, vivían unidos, vivían en una comunidad donde no existía el odio y la maldad.

Los meses comenzaron a pasar, Dios estaba orgulloso de aquellos hijos que habían comenzado a amar lo que él les había brindado, mientras que en la tierra, las grandes guerras, hambrunas, peleas, matanzas, seguían día a día, el hombre dejó de escuchar, de amar y sobre todo dejó de lado a su propio padre.

CAPÍTULO 2:

SUCESORES.

Un nuevo mundo regido por mandamientos que aseguraban la prevalencia de su raza, de sus generaciones futuras, hasta que el destino jugó un importante rol en la vida de Sanel, el joven patriarca del reino. Sosteniéndose de la balaustrada del balcón de su hogar, admiró a su pueblo, rodeado de murallas tan altas que no permitían el paso a la maldad de sus antiguos hermanos, hogares simples y él siendo el guardián del templo que habían creado para su Dios, siendo la voz de sus hermanos, aquellos sus hermanos que habían logrado procrear, mientras que él no había podido traer a la vida a ese ser que sería su sucesor. Dejando que la brisa elevara sus cabellos castaños, volvió el rostro y sus ojos avellanas se fijaron en su esposa que descansaba en la comodidad de su lecho, Deania le había entregado su vida y su futuro, robándole el corazón, sus bellos ojos verdes, su piel canela había logrado impregnarse en lo más profundo de su piel. Apretando con fuerza los puños, clavó sus uñas en la piel, cerró los ojos y por primera vez en años deseó no regir ese reino, deseo no ser el patriarca de aquel pueblo que absorbía su vida, ya que día a día lograba ver la frustración de su esposa, el brillo que poco a poco se iba perdiendo en su mirada jade, dos años sin que su vientre lograra dar el fruto deseado, dos años intentando traer a un sucesor.

Para Sanel, era una tortura ver a su esposa entre la tristeza y el llanto cada vez que recordaba que sus herederos jamás fueron concebidos, sintiéndose seca y marchita por dentro, sin poder conciliar el sueño, el joven patriarca volvió al interior de su habitación, tomó su capa y salió de allí mezclado entre el polvo de la oscuridad, la incomodad y la abrumadora noche. Con pasos sigilosos, siguió su camino hacia el otro lado de su hogar, visitar el templo sería la mejor opción, pero algo en su interior le pedía dar la vuelta y regresar con su esposa, pero no hizo caso a ese presentimiento que atenazaba sus entrañas, por un momento el camino le pareció demasiado largo, lo atribuyo a su miedo, al miedo de enfrentar a su padre y decirle, reclamarle porque había sido injusto con él, requería mucho valor y agallas, pero su padre sería el único que le brindaría el consuelo que necesitaba en esos momentos, tres años intentando traer a su mundo un nuevo heredero, pero solo consiguió aumentar la pena y la frustración de su adorada esposa.

Levantó la mirada, observando el templo, aquella monumental casa que le daba vida a la voz del padre, aquel templo sencillo que le daba la sensación de confort y compañía, tragó saliva acercándose a las rejas blancas. Su nerviosismo era extremo y muy notable, sus dientes castañeaban pero no por el frío de la noche, todo era nuevo para él, abriendo la puerta blanca, vaciló por un momento en dar el primer paso al inmenso templo, dándose cuenta que esas rejas tan blancas y sencillas le esperaban abiertas, rejas que habían deteniendo a los hombres que deseaban la exterminación de su raza y con la idea de derrocar a Dios de su trono.

Admirando la belleza de aquel santuario, pastos recién cortados, las flores recién saliendo de sus capullos, los árboles con los frutos ya maduros, las aves durmiendo en su nido, mientras que algunos animales dormían en el calor de los arbustos, soltó un suspiro lleno de frustración, era momento de saber la cruda verdad.

Subió los grandes escalones, deteniéndose un minuto a reconsiderar las cosas, volvió la cabeza para ver el camino que lo había traído hasta allí, pero la noche no le permitió ver la salida, no le permitió huir de aquella misión que tenía.

Adentrándose a la gran mansión, se adentró a las profundidades de esos cimientos que él mismo había construido, no dio ni dos pasos cuando la inmensa puerta se cerró tras él obligándole a dar un respingo ante la intensidad del golpe, tragando el duro nudo que se había formado en su garganta siguió su camino mientras que las antorchas de las paredes comenzaron encenderse solas mostrándole el camino que debía seguir, siguió por los largos pasillos hasta que el gran marco que daba a una habitación con techo ovalado tan alto que era imposible alcanzarlo con las manos, con la respiración entrecortada, Sanel tuvo la ganas irrefrenables de girar sobre sus talones y salir de allí, pero pensó en su esposa y su futuro, pensando que quizás sus fines eran egoístas por tratar de conseguir algo que no podía obtener, quizás un poco iluso por pretender que su padre se lo concedería, pero faltándole el respeto por dudar de su poder y compasión, recriminándose mentalmente por dudar de su creador.

Sin darse cuenta de una espesa neblina que cubrió sus pies, siguió su camino rumbo al altar, donde una mesa de piedra granito descansaba cubierta con una seda blanca, ocultando algo debajo. Sucumbiendo ante el miedo, sus poderes perdieron el control, haciendo que sus ojos se tornaran como esferas de luz rojas, encendiendo las llamas con mayor potencia a su alrededor, cerrando los ojos con fuerza, trató de mantener el control de sus acciones, apaciguando con un gemido el control de su fuerza, el fuego de su interior deseaba propagarse y extenderse.

Al tranquilizar su agitado corazón, observó a su alrededor, notando la mesa y los objetos que la ocupaban, se acercó, levantó la mano y tomó la seda entre sus dedos, pero la voz de Dios lo detuvo.

Elevando la vista al inmenso y alto techo notó un conjunto de nubes que se arremolinaron, un viento cálido le advirtió de su presencia —Sanel, te visto entrar al templo —su voz resonó con fuerza, como un rayo partiendo la tierra, como el viento elevando y acariciando la piel.

Sanel por un momento no deseó seguir viendo los rayos y luces que rodeaban las nubes, no deseaba seguir con aquella idea tonta, pero era demasiado tarde —¡Padre! —dudó, pero ante su vacilación, se arrodilló ante la presencia, agachando la cabeza.

—¡Hijo mío! Levántate y dime ¿Qué te trae a mi templo a esta hora?

Levantando la mirada, observando la fuente de poder del padre, levantándose con miedo, se frotó la mandíbula como un súbito gesto de cansancio —¡Padre! —suspiró con el más grande dolor de su corazón —He venido por algo tan importante para mí, pero mi miedo, las dudas tratan de invadirme —su cubrió los ojos, frustrado —No puedo —sollozó, sus hombros cayeron en cansancio —Deania, ella no puede concebir —cayó rendido al suelo.

—¿Esa es tu pregunta?

—¡No! Tengo tantas, tengo muchas, pero solo una importa —confirmó con amargura, una amargura que se notaba en el inescrutable color de su mirada —¿Tendré aquel primogénito que tanto soñé? —sus lágrimas cayeron ante sus manos.

—Sanel, acaso no te demuestro mi amor cada día, cada noche.

—Pero padre —replicó.

—No, no dudes de mi amor, jamás lo hagas, sabes bien que tus hermanos, los mortales también sufrieron ese mal, dudaron de mí, dudaron de sí mismos, no caigas en ese juego, no permitas que la oscuridad entre a este pueblo limpio —espetó el padre.

—Lo sé, sé que he dudado de ti, pero qué más puedo yo hacer cuando mi esposa no puede dar vida al hijo que tanto desea.

—¿El que desea ella o el que tú anhelas tanto? —aquella interrogante impuesta por su padre le dejó resignación.

—Creo que es verdad, siempre dices la verdad, ese hijo solo es un capricho mío, algo que deseo en la vida más que nada, Deania solo sigue mis sueños y no los propios.

—Pero aun así, tendrás tu herencia —ante aquellas palabras, Sanel levantó la vista, sin comprender como es que una herencia sería dejada sin que tuviera frutos —Ve hacia la mesa de granito, en ella se oculta tu legado hijo mío, en ella encontraras las respuestas que necesitas, pero no hoy —hizo una pausa significativa, mientras que Sanel se retorcía las manos sobre su regazo por el nerviosismo de la noche —Tendrás hijos, tus hijos tendrán hijos y sus hijos también tendrán hijos, tu sangre se esparcirá por tu pueblo, una larga cadena de primogénitos varones asegurar tu legado y el mío, pero para ello, todos deben pagar un precio ante los deseos ocultos del corazón.

—¿A qué te refieres con ello padre? —confundido, dio unos pasos hacia adelante —¡Padre! Sabes bien que Deania no puede tener hijos, una herencia no podrá ser repartida sin hijos.

—Esta noche ve con Bera, ella aguarda en su lecho, procrearas con ella, te dará al heredero que tanto anhelas, tu generación resguardara los tesoros de este hogar, de este templo y sabrá bien atesorar los secretos de la vida.

—¿Estás sugiriendo que Bera engendre a mi hijo? —se dio vuelta, tapando sus oídos, cerrando sus ojos, tratando de no imaginar cómo era posible que la mujer que amaba no podía darle el hijo que anhelaba, como un niño pequeño haciendo un berrinche se negó a escuchar la verdad.

—Sí, te doy mi permiso y bendición, podrás aceptar o rechazar lo que hoy te propuse. Pero te digo, tú eres el hijo al que dejaré mucho más que sabiduría. Te dejaré mi legado, deberás elegir bien quien será el sucesor de mi reino, con el tiempo te diré que es lo que tienes que hacer, pero desde hoy ve pensando —las nubes desaparecieron y la niebla retrocedió, sintiéndose que esa fuerza poderosa había desaparecido.

Sanel no podía articular palabra alguna, tendría que elegir entre el cariño de su esposa, romperle el corazón, o hacer realidad su sueño, pero no tenía muchas opciones si deseaba que su reino prevaleciera y su raza continuara bajo las estrictas normas que habían creado, solo que elegir entre su propio deseo y la felicidad de su esposa lo hizo sentir miserable. Sin una respuesta clara a sus dudas, se levantó, giró sobre sus talones y abandonó el templo con la misma angustia y el corazón roto.

¿Cómo tomar la decisión correcta? ¿Cómo tener entre sus brazos al hijo deseado sin lastimar a su esposa? Pensó en el dolor que le causaría, la mujer que había acariciado su rostro por la noche, la mujer que le lleno de besos cada día, el hijo que soñó jamás llegaría, aquel hijo con los ojos de su esposa, con el cabello negro, aquella ilusión se había esfumado. ¿Acaso pretendía que él indagara por su cuenta? ¿Pretendía su padre mostrarle un mundo de dolor y pena?

Sin más que hacer, regresó a su hogar, caminando por los pasillos que lo llevarían a lado de su esposa, no supo cómo es que había llegado tan rápido a su habitación, pero lograba admirar a Deania aun descansando, su respiración lenta y pausada y esos bellos ojos cerrados mostrando cuan largas eran sus pestañas, dio unos cuantos pasos para sentarse al pie de esa cama, con los codos en las rodillas, y su cabeza colgando entre sus manos, supo que no tendría el corazón para lastimar a su esposa de esa manera, concebir un hijo con Bera era traicionar y lastimar a Deania, era sumirla en lo profundo de su tristeza y odio, odio que seguro le tendría a ese hijo que ella no pudo concebir.

Deania había escuchado a su esposo salir de sus aposentos, se había levantado y lo había visto por el balcón salir de la casa e ir a pasos lentos al templo, admirando la majestuosidad de la voz de Dios, logró ver desde su punto como las nubes en un conjunto de rayos, luces y niebla se formaban en lo alto del templo, entendió entonces que su esposo estaba desesperado y que ella necesitaba entender que la decisión que Dios tomase para ellos era la correcta, al sentir su peso en la cama, se levantó con cuidado y gateando sobre las sábanas, abrazó a su esposo desde atrás, dándole leves caricias que sabía que lo reconfortarían.

Sanel al sentirle cerca, su espalda se tensó, con la boca apretada y el corazón martilleándole, tomó las manos de su esposa apretándolas contra sí —¿Cómo le diría la verdad? —de rodillas a sus espaldas, abrazándole, no tenía las fuerzas para decirle, no podía, jamás podría —Cariño —escuchó el susurró delicioso de su voz, aquel calificativo afectuoso que siempre amo de ella, la manera en como lo pronunciaba, en como sus labios soltaban aquella palabra. Sintiendo la cabeza de su amada sobre su hombro, hundiéndose aún más en su miseria —¿Qué es lo que te pasa esta noche? Te noto ausente de amor —besó su mejilla con delicadeza.

—¡Querida! —dudó por unos momentos, era un hecho que ella sabría después, pero como decírselo de la mejor manera —¿Me amaras bajo todo y sobre todo?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —sintió la leve sonrisa de sus labios carmesí —Eres mi esposo, eres la mitad de mi alma y de mi cuerpo, ¿Cómo no amarte? Dime Sanel.

—No tengo corazón al decirte esto pero debo hacerlo —bajó la mirada, levantándose, separándose de las caricias y el calor del cuerpo de su mujer, debía darle el rostro y no ocultarse bajo las sombras y la penumbra de ese anochecer, pero era demasiado cobarde para enfrentar la realidad, necesitaría de una fuerza hercúlea para poder enfrentarse a ella.

Deania sintió la frialdad de sus palabras, con un brillo de lágrimas en los ojos, apartó la vista, sintiendo la amarga punzada de dolor en la boca del estómago, pero fue fuerte, irguiéndose de la cama, pisó el suelo y se acercó a él, pero Sanel solo la detuvo, negando con la cabeza que se aproximara. Sus piernas flaquearon, obligada a sentarse al pie de la cama, ya que no deseaba caer y desmayar por el dolor de su rechazo, mirándolo con asombro, nerviosismo y obligándose a sí misma a no llorar y demostrar dolor, aun así, extendió sus manos, mostrándole que sus brazos serían seguros, mostrándole a su esposo que ella era fuerte y no frágil como pensó al principio.

Sanel sabía perfectamente que si no iba a sus brazos el dolor sería más fuerte, estrechándola contra su cuerpo, sintiendo la calidez de ese abrazo, el amor que emanaba, no podía dejarla ir, no lo haría —¡Amor! No sé qué te aflige está noche, pero tienes que decirme que te sucede, sé que eres infeliz por no tener herederos, no te he dado el primogénito que tanto anhelas, por mi culpa has caído en desgracia.

—¡No! No digas esas cosas amada mía, no he caído en desgracia, soy yo el que te da desdicha, soy yo el que no puede hacerte feliz, mis sueños solo han ocupado tu vida, tus sueños han sido las mínimas de mis preocupaciones.

—¡Querido! No te hagas esto. Podremos salir adelante —trató de reconformarlo.

—¡No! No lo haremos, Deania. No podremos tener hijos, no puedes concebir —se soltó del agarre de su esposa de manera brusca trastrabillando hacia atrás, sus ojos eran pesados, su voz llena de amargura, pero su corazón estaba roto.

Tragó saliva ante la crueldad de sus palabras, jamás había visto de esa manera tan agresiva a su esposo, él siempre fue dulce, fue único, fue alguien que le decía las cosas con la mayor dulzura posible, logrando apartar las lágrimas que amenazaban con caer, apaciguó sus manos temblorosas en su regazo, retorciéndolas hasta el punto de dañarse, no podía seguir con esa farsa mucho más —¿Crees que no lo sé? —hizo una pausa significativa para continuar con la voz estrangulada —¿Crees que no sé de qué me hablas? Sé que no puedo darte el hijo que deseas, es cruel recordármelo.

—¿Crueldad? Es ser realista —se pasó los dedos por el cabello, cerrando los ojos, respirando profundo y callando por unos minutos —He hablado con nuestro Padre, dándome una opción muy difícil para mí, difícil de tomar. Me sugirió a Bera, ella me dará el hijo que deseo —golpeó su espalda en la pared, jalando sus cabellos en señal de impotencia mientras que cayó de rodillas en el duro suelo de su habitación, aquella noche sintió el corazón de Deania romperse en mil pedazos, juró haber sentido como ese corazón murió ante sus ojos como el suyo propio.

Nerviosa de verle atrapado en su propio deseo, se levantó caminando hacia él, arrodillándose y tomando su rostro entre sus manos, deseaba que él fuese feliz, que mejor que ver a su amado ser feliz —¿Sabes? Quiero que seas feliz —sollozó cerrando sus ojos, era la decisión más dura que había tomado en tan poco tiempo, pero era la única manera de poder darle a Sanel la oportunidad de ser padre —Por eso con mi permiso y con el de nuestro Dios, te concedo ser libre y tener descendencia con Bera, ella siempre te quiso, pero tú te uniste a mí. Ella siempre te amo, ve hoy querido esposo, cumple con cada designio que Dios te ha dado para ti y tu futuro —al sentir la caricia dulcemente torpe, tomó sus manos entre las suyas, sintiendo el calor y el temblor de su amada, levantó la mirada, pudiendo observarla con detenimiento, sus ojos aún seguían sin brillo, pero el latido de su corazón le hizo ver que aún estaba con él —Ella no unió su vida a ninguno, está esperándote, todo tiene su camino, todos tenemos un destino, si el tuyo es tener descendencia con Bera, así será, porque es designio de nuestro padre.

Desconsolado trató de no aceptar esa propuesta —¿Qué? —dio un gemido ahogado —No lo haré, no te haré daño de esa manera, tú eres la única —se alejó de su esposa, poniéndose en pie, dejándole de rodillas. Le vio caminar en círculos, sin salida a ese laberinto que se había creado por un deseo que se volvió en su contra.

—Tienes que hacerlo, surge o húndete, levántate o cae, vive o muere, decide y caminarás tienes en tus manos la verdad —mencionó con pasión —Es lo que te digo y siempre te lo diré.

—¡No! —negó efusivamente con la cabeza —Por favor, no me obligues.

—Obligación no es, es tu deseo concedido, no te preocupes por mí, mientras seas feliz yo lo seré. Le deseo la suerte y la fuerza para tu descendencia, de esa manera me harás feliz, de esa manera seré la mujer más feliz de todas.

Se volvió con violencia hacia su esposa, no entendía cómo podía despojarse de sus propios sentimientos así por así, nunca entendió la gran bondad que Deania guardaba —Yo te quiero, no lo haré, no me importa tener ese heredero, tan solo quiero pasar una vida junto a ti y la siguiente y la siguiente, hasta que nuestro círculo caiga y se rompa, hasta que nuestra vida se extinga.

Expresando su enojo, Deania se puso en pie, caminó hacia él y levantando una mano le propinó una dura bofetada, no retrocedió ante la dura mirada que su esposo le proporcionó, pero si notó la marca rojiza que se extendía sobre la mejilla en el agudo contraste de su piel pálida.

—Claro que sí, tú lo harás por nuestra raza, por nuestra gente, tú eres un elegido de Dios, tú eres su hijo y si él ordenó ello, se cumplirá pese a tu negativa. El clan de fuego debe tener a su heredero, necesita de un heredero.

Con lágrimas en los ojos, Sanel se arrodilló frente a ella abrazando sus piernas —¡No! —repetía una y otra vez —No me dejes hacerlo, te lo suplico amada, no me hagas llorar más, no hagas que mi alma se desprenda de ti, se pierda en el camino y dude de mi valía, dude de tu amor, así como he dudado de su grandeza esta noche.

Quitándole las manos de sus piernas con un fuerte manotazo, retrocedió y pudo notar que Deania había cambiado en tan pocos segundos, sus ojos no obtuvieron brillo, más bien se tornaron opacos y muertos —¡Lo harás! Lo harás por qué me amas, lo harás por mí, demuéstralo. Ve con ella —se alejó de él, mostrándole desprecio —Ve con ella y no regreses más.

Aspirando hondo, evitando verle a los ojos, ya que su expresión estaba cubierta de culpabilidad y no podía soportarlo, poniéndose de pie, su corazón oprimió su pecho con un dolor que atravesó sus entrañas, observó su reflejo en el espejo por última vez y supo que su vida no volvería a ser la misma —Si ese es el deseo que dicta tu corazón, no soy nadie para reprocharte nada —tomando su capa entre sus manos, abandonó el lecho nupcial sin una palabra más.

La soledad de la habitación la oprimió de tal manera que cayó de rodillas deshecha en lágrimas, había perdido lo único que deseó en la vida, un hijo fruto del intenso amor que sentía por su esposo, no podía verle partir, no podía despedirse bien de él, ya que las consecuencias serían no dejarle libre como el padre designó, el heredero sería hijo de Bera, mientras que su vientre creciera ella se sentiría cada vez más seca.

Sanel por un momento pensó en vagar por el pueblo, quizás hallar una manera de regresar al lado de su esposa, pero la idea de un hijo y su legado asegurado le hizo visitar a Bera, quien lo esperaba en su lecho.

La joven de rizos rojizos y ojos pardos logró distinguir la figura de Sanel entre las sombras de sus aposentos, con una sonrisa en los labios extendió la mano y lo invitó a entrar, si esa noche la visitaba era porque Dios había escuchado sus plegarias.

Compartieron la cama esa noche, sus corazones palpitaban desenfrenados ante esa unión desesperada, pero Sanel solo imaginó que esas caricias se las daba a su esposa, que esos besos eran para ella y aquellos susurros de amor eran para Deania, llegando no solo a imaginar que ese momento era solo para ella.

Los llantos de los niños habían cubierto el pueblo, dos niños fuego habían nacido nueve meses después, solo que uno de ellos sería el heredero al trono mientras que él otro crecería a la sombra de su hermano.

Deania siendo tan débil, murió en el parto, tan solo logró acariciar el rostro de su hijo y depositar en su frente un primer y último beso, mientras que sus labios pronunciaban el nombre de su primogénito y la luz de cuerpo se extinguía —Hadeo —logró pronunciar mientras que sus ojos se cerraban y un brillo cubrió su cuerpo convirtiéndola en ceniza, en luz y siendo parte del recuerdo, por un momento Sanel observó a su hijo, el fruto de su amor, era un niño hermoso sus ojos oscuros y su mata de rizos negros a un leve contraste con su piel tan blanca como la nieve de ese crudo invierno, era lo único que le quedaba de su amada Deania y lo único que atesoraría, sin embargo había olvidado que Bera también había tenido a su hijo, ambos niños habían nacido el mismo día y a la misma hora, a diferencia de su pequeño Hadeo, la madre de su segundo hijo había sobrevivido al parto, por un momento se negó a abandonar la habitación de Deania, pero era necesario visitar a Bera y luego de ello visitar el templo de su padre.

La joven madre sostuvo a su hijo entre sus brazos, mientras que sus lágrimas de regocijo brillaban y surcaban sus mejillas sonrojadas, aquel niño era tan magnifico, sus cabellos rubios como él sol, sus ojos azules como el mismo cielo y sus labios tan rojos como la sangre misma —Uran, tu nombre será Uran —no se sintió ofendida ni mucho menos minimizada ante la ausencia de Sanel por ver a Deania y estar presente en el parto de su hijo, ella sabía a la perfección que ese niño sería el predilecto, mientras que el suyo solo crecería en la sombra, pero no importaba, era suyo y era único, nada importaba mientras tuviera un pedazo de ella misma, mientras tuviera entre sus brazos el fruto del intenso amor que tenía por Sanel.

Sanel sin consuelo, le entregó el niño a Milausky, aquella amiga y confidente de ojos lavanda —Cuídalo bien —le pidió mientras salía de la habitación.

—Adónde vas —preguntó ella, sosteniendo su brazo —Tienes a tu hijo, por que abandonarlo ahora más que te necesita.

—No lo abandono, solo necesito obtener respuestas.

—Las tienes, solo que te niegas a entender —exclamó.

—No las hay —respondió quitando con brusquedad la mano de Milasuky de su brazo y abandonando el hogar que una vez le perteneció, obtener las respuestas que necesitaba era algo importante para él, así que decidido y dolido ante la pérdida de su esposa, subió al templo una segunda vez, pero en esta ocasión no sería para aclarar sus dudas.

Empujando las puertas del templo con fuerza, se adentró a las profundidades de ese lugar sagrado, solo para ver que Dios le esperaba en esa ocasión, las nubes se arremolinaban en lo alto como la primera vez, la niebla espesa cubrió sus pies, pero se notaba que las nubes carecían de brillo y luz —Un heredero pedí, pero dos han nacido y el precio fue exacto el que dijiste, la vida de Deania a pago de dos hijos —le reclamó a su padre, esta vez no hizo la usual genuflexión, tan solo gritó con un odio y resentimiento.

—El destino ha hablado —su voz resonó con fuerza, obligando a Sanel a levantar la mirada al cielo —Y el precio ha sido pagado.

—¿A cual de esos dos niños deberé dejar mi legado? No podré elegir a uno sin que él otro crezca a la sombra del otro, cómo elegir un heredero y sucesor cuando uno podrá obtener las grandezas del reino que me entregaste mientras que él otro el vacío y el odio por el otro.

—Acércate a la mesa —le ordenó, quien por un momento dudó en acercarse a la mesa de piedra, dando pasos tentativos admiró que bajo la tela había un tesoro que Dios resguardaba —Lo que hay allí consérvalo, pero no le abras hasta que estés seguro de entregarlo al hijo correcto.

Quitando la seda, logró ver un cofre de madera labrado a la perfección, sus bordes eran dorados y con un sello extraño, un rombo perfectamente dibujado, con una x en su interior, dividida por el centro, por el lado de arriba la mitad de un redondo, un triángulo adentro, como una pirámide iluminada por la luna llena, en ambos extremos de la X se encontraban la luna a la izquierda y el sol a la derecha; debajo de la x, un rombo pegado a la base, unido con una base triangular de cabeza. Adornado con lanzas en cada punta del rombo, para los extremos curvas que daban una forma casi extraña, como una enredadera.

Sin embargo, el objeto que llamó más su atención, fue la daga que yacía en un cojín rojo, una daga de 25 cm de largo, con un mango de oro y bordes de titanio, incrustada por los bordes con piedras de colores rojo, azul, blanco y café, mientras que su cuerpo era una hoja de titanio reluciente y una inscripción con el nombre “Bendora”.

Su mano fue directamente hacia la daga, antes de que pudiera acariciarla por completo, su cuerpo experimentó cierto temor, soledad, un frío, un aroma nauseabundo, entre ellos a flores muertas, un suelo infértil, animales muertos; opacando su vista percibió en ella oscuridad, llanto y sufrimiento, sucumbiendo ante el miedo, no pudo aguantar las ganas de preguntar —¿Y está daga?

—No vuelvas a tocarla, en ella habita la muerte de mis hijos más fieles, en ella guarda la sangre de aquellos con noble corazón, un antiguo tesoro, es el inicio del mal convertido en sólido y guarda un poder incalculable, con ella podrás dar muerte al enemigo, dar muerte a todo aquel que intente dañarte. Solo un corazón puro podrá darle un buen uso, un corazón desinteresado podrá liberar su verdadero poder. Mis hijos, tus hermanos los humanos, probaron el poder de esa daga, sucumbiendo a los deseos más oscuros, destruyendo sueños, toda fuerza, bondad y compasión, necesitando de almas frescas para poder vivir, además de ser la única arma que podrá destruirte Sanel, destruir a los tuyos y tu generación, les quitara no solo la vida, sino también el alma, quedaran atrapados en la oscuridad. Es la única arma que podrá derrocarme de mi trono, su nombre es Bendora. En ella se encuentra la última gota de mi poder, en ella está mi esencia, tratando de neutralizar el mal que hay, si cae en manos equivocadas, traería al mundo la maldad, traería el juicio final, por eso te elegí a ti Sanel, tú eres el único que podrá ayudarme en este viaje al futuro, has sido elegido por el pueblo, elegido por mí —hizo una pausa intentando continuar —Pero no es lo único que te pediré resguardar, el mal se acerca y con ello mi derrota, pero para asegurar que mi creación quede intacta te haré entrega de mi poder, poder que conservaras hasta el fin de tus días y entregaras al hijo que sea digno de resguardar mi vida.

—¿Tu poder? —negó con la cabeza ante la idea, él no deseaba tener poder, solo ser feliz, pero fue demasiado tarde, un rayo cayó a los pies de Sanel, surgiendo de la tierra misma una enredadera de luz dorada que fue subiendo lentamente por las piernas del joven padre, sentía como las espinas de esas rosas se calvaban y adentraban con fuerza a su piel, gritó ante el dolor que rasgaba y cercenaba su cuerpo, apretó la mandíbula y cerró los puños con fuerza mientras que una luz intensa rodeo todo su cuerpo y de la nada todo cesó, cayendo rendido al suelo, trató de levantarse pero fue inútil, algo en su interior le daba un peso que ni el mismo podía cargar.

—Estoy débil hijo mío, el dolor que me causan mis primeros hijos está agotándome, no confió en nadie más, pásalo de generación en generación, asegúrate que el hijo que elijas para esa misión sea puro de corazón, ya que si elijes erróneamente las consecuencias de tu decisión será la destrucción de tu raza, de tu pueblo, de mi creación.

—No puedes hacerme elegir, tengo dos hijos —hundió su rosto entre sus manos.

—Pásalo de generación en generación, sé que hallarás la forma. Encontrará los secretos más profundos del poder, la mezcla de ciencia y creencia, dando un poder inimaginable, podrás tener el control de todo lo que se le antoje, yo estoy débil Sanel, los humanos han debilitado mi vida lentamente, con tantas guerras, con tanta maldad, por eso te digo, cuida el cofre, resguarda esa daga y resguarda mi poder y será como si cuidaras de mí.

—Padre, no me des esa carga tan pesada —suplicó el patriarca.

—Tu corazón es el que dictará la respuesta —se dio un silencio estremecedor entre los dos.

—Deberás decirme por quien elegir, darme una pista para no equivocarme —pidió una señal.

—Te la daré a su tiempo —sin más explicación el lugar se tornó oscuro ante los ojos de ese ángel desesperado, quien cayó rendido y sumido en un profundo sueño.

CAPÍTULO 3:

LA RIVALIDAD

Pero la memoria de dos grandes reyes marcaría el destino de su pueblo, memorias falsas llenas de rivalidad, egoísmo y orgullo mentiras que llenaron el reino de arrogancia hacia ellos mismos, hacia sus propios corazones. Perdiendo el sueño de ser libres, perdiendo la paz que supuestamente perduraría en su gente.

Mandamientos seguidos por años, batallas sin fin, dos hermanos cuyo destino era gobernar, cruzaron sus caminos en torno a la sangre y pelearon batallas en las cuales perdieron más que la vida, perdieron el amor por sí mismos. Dos hermanos cuyas diferencias eran abismales, siendo contrincantes desde su nacimiento, la rivalidad de estos dos sobrepasaba los límites del mismo tiempo.

Hadeo había logrado perfeccionar las técnicas de la batalla, las artes oscuras, mientras que arrastraba al pueblo entero en su nueva visión del poder y la destrucción. Sin embrago su hermano Uran había logrado labrar la tierra, organizar su reino y dar la paz que aclamada por muchos era una bendición,

Sanel dándose cuenta que ambos hijos llevaban fuerzas superiores dentro, pudo notar y elegir a su sucesor con todo el dolor de su corazón, por un largo tiempo su corazón dictaminó que Hadeo el fruto de su amor de su adorada esposa sería el indicado a gobernar, pero le llevó largos años darse cuenta que se engañaba y que su amado hijo llevaba la oscuridad en su interior, mientras que Uran podría dar vida y seguir adelante con la misión que Dios encomendó a su raza, pero el mal ya había entrado a su pueblo, se expandía como una enfermedad lenta, matando cada alma buena a su paso.

Tras el asesinado de Bera, el padre de ambos muchachos no pudo encontrar al culpable, pero sentenció a su mejor amiga y confidente a la perdición del bajo mundo ante su traición, ella le aseguró que ambos hijos serían la destrucción de sus pueblos que arrasaría con la vida misma, pero se negó a escucharla, pero que equivocado había vivido, dándose cuenta que la condena de Milasusky había sido tan injusta como la muerte de su bella Bera.

Tomando la decisión correcta, pero condenando a sus hijos a la guerra eterna, cansado y agotado ante la fuerza de ese poder que lo consumía lentamente vivió veinte años desde que Dios le había hecho entrega de ese poder hambriento, postrado en la cama que fue testigo del nacimiento de su hijo Hadeo y de la muerte de su madre, Sanel sintió que la muerte estaba cubriéndolo con su manto, así que con las ultimas fuerzas que le quedaban, sonrió al ver a sus dos hijos arrodillados a ambos lados de la cama, extendió la mano y acarició el rostro de su amado hijo Hadeo, quien con una sonrisa curvando de sus labios dio por hecho que el poder sería suyo, pero al ver que la mano de su padre acarició de igual manera el rostro y los cabellos rubios de su hermano, la sonrisa de sus labios se fue borrando poco a poco.

Sanel exhaló su último aliento, mientras que su mano aun sostenía la cabeza de su legítimo sucesor —Te obsequio mi poder, Uran —sus dedos avejentados rozaron la mandíbula de su elegido, mientras que el eco de su nombre traspaso las fronteras e hizo temblar los cimientos de su hogar, ambos hermanos levantaron la cabeza y observaron como un brillo poderoso rodeó a su padre, y de la nada una esfera de color dorada salió de la boca de Sanel y con una fuerza extrema voló hacia Uran, lanzándolo por los aires y golpeando duramente su espalda contra la pared, sintió como ese poder abría un hueco en su pecho mientras que todo su cuerpo comenzaba a sentir un dolor indescriptible.

Hadeo se levantó, trastabillando hacia atrás y cayendo, sin dejar de parpadear por el poder que sintió en el aire, era algo que por derecho le pertenecía. Miró a su hermano y pudo sentir sus gritos que rasgaba su garganta, fue tanto el poder que emanaba esa luz que Hadeo fue expulsado por una fuerza invisible sacándolo de la propia habitación, en el suelo tuvo que cubrirse con los brazos ante esa luz incandescente y cegadora mientras que los rayos y truenos surgían de lo más profundo del cielo.

No supo cuento tiempo paso, pero cuando sintió que el calor de la luz bajaba, bajo los brazos y notó que su padre ya no estaba y que su hermano Sanel estaba de rodillas tratando de buscar aire.

Hadeo se puso de pie y caminó de regreso a la habitación, por un instante deseó levantar su espada y arrebatarle a ese hermano suyo lo que por derecho le correspondía, pero lo único que logró fue hacer puños a sus costados y tratar de calmar ese odio que surgía de loa más profundo de su ser —Levántate, qué tu pueblo te espera.

Uran levantó el rostro, cansado ante la extraña sensación que se propagaba por su cuerpo, se disculpó —Lo siento, hermano —la opresión de su pecho se acrecentaba hasta el punto de quitarle el aire —No fue mi elección.

—Ninguno la tuvo, ahora muchos Inumine dependen de ti, espero que seas un buen gobernante —espetó.

—Hablas como si todo terminara entre nosotros, cómo si abandonarás esta tierra, tu tierra.

—Somos enemigos hermano mío, y no dudaré en encontrar la manera de arrancarte el corazón y tomar lo que por derecho me corresponde.

—Sabes que no tuve elección —respondió Uran llevándose la mano al pecho y tratando de levantarse del suelo

—Yo tampoco la tengo —giró sobre sus talones y siguió con su camino.

—Hadeo, sabes que jamás te haría daño —gritó tras él, por un momento Hadeo consideró seguir con su camino pero algo en su interior le hizo detenerse en seco, volverse ante él y con una sonrisa sardónica colgando de sus labios no dudó en decirle una cruda verdad.

—Aun sabiendo que yo maté a tu madre —su barbilla sobresalió obstinadamente, mientras que el brillo de su mirada oscura le garantizó que aquella confesión era cierta.

Uran se puso de inmediato de pie y sin poder pensarlo dos veces, corrió hacia su hermano, extendió sus alas que habían tomado un color dorado, lo tomó del cuello sacándolo de la habitación y traspasando varios muros, mientras que la sonrisa de Hadeo seguía intacta, cayendo en un duro golpe contra las mesas de la feria del pueblo, levantándose, limpió con el dorso de su mano los hijos de sangre que corrían por sus labios, levantó la mirada y logró ver a Uran descender con las alas extendidas mostrando su magnificencia y nuevo poder —Dijiste que nada cambiaria entre nosotros, hermano mío.

Uran extendió sus alas y estas emitieron un sonido ante el viento y el polvo que rozaba su bello plumaje —¡Maldito! Regocijarte ante la muerte de un inocente, mi madre nunca daño a nadie y tú tratas de regodearte ante su muerte —exclamó enfurecido con puños sobre sus costados y listo para matar a su hermano sin compasión alguna, sin la compasión que él tampoco tuvo al tomar la vida de su madre.

Hades se recompuso de inmediato, extendió sus alas y mostró que sus plumas eran de un color plateado y brillante —Sabes que no podrás terminar la pelea Uran.

—La terminaré —prometió manteniéndose firme, cuadró los hombros, sus ojos se oscurecieron.

—Tuve el gusto de matar a tu madre, tuve el gusto de sentir su sangre en mis manos.

—¿Tú? ¿Tú fuiste? —no podía dar crédito a lo que escuchaba —Fuiste el causante de la muerte de mi madre. ¡Tú! ¡Tú! Eres un bastardo —gritó, su expresión y su voz se volvieron planas de repente —¿Por qué?

—Mide tus palabras quien será o es el bastardo, no decías que haga lo que haga seria tu hermano.

—Jamás te lo perdonaré, mataste a mi madre, eso no te lo perdonare jamás —sus ojos apartaron las lágrimas —Era tan pequeño cuando me la arrancaste de mi lado, me escuchas ¡Jamás te perdonaré!

—Como si me importara, te mataré y gozaré verte poco a poco morir hermanito querido y a tu generación —Hades elevó las manos y lo llamó haciendo burla de aquella pelea, y acatando ese llamado, ambos hermanos corrieron y sus cuerpos colisionaron en un duro golpe que hizo retumbar los mismos cielos, destruyeron todo a su paso, mientras que los puños golpeaban la carne y la sangre manchaba sus nudillos.

El tumulto y los gritos de mujeres al ver como destruían todo a su paso, entre golpes, muestras de poder, las prácticas inofensivas de hace tantos años eran batallas campales ese día. Destruyeron parte del mercado de algunos hermanos, soltaron a animales de granja, destrozaron las tiendas de algunos comerciantes, fue tanto el daño que los sus protectores tuvieron que intervenir.

Odotnet, el guardián de Uran al sentir los gritos y el tumulto, extendió sus alas y sobrevoló los campos, el tigre al ver que una tormenta de polvo y truenos arrasaba con parte de la aldea supo de inmediato que esa pelea solo la causaría es par de hermanos testarudos, aterrizando con fuerza detrás de la multitud que escapaba despavorida por el caos que ambos causaban con su pelea, dando un rugido estremecedor, se abrió paso entre la gente que huía de allí —¡Basta ya! —gritó con fuerza y un eco aturdidor se despendió de su gran boca haciendo que ese par de hermanos cayera de rodillas cubriendo sus oídos ante la fuerza de ese sonido más que desesperante —Parecen par de críos, ustedes dos —pero no logró completar la frase cuando el llamado de Dios obligó a todos a elevar los rostros hacia el cielo, nubes grises envueltas entre rayos, luces rojas y el sonido retumbante de aquellos truenos bajar al pueblo.

Ambos hermanos se levantaron del suelo y admiraron el desastre que habían ocasionado, el llamado de Dios era urgente y ellos estaban a un paso de ser juzgados.

CAPÍTULO 4:

JUZGADOS

Ambos hermanos extendieron sus alas, el llamado de Dios era urgente y por el desastre que habían ocasionado su presencia era requerida de manera inmediata, extendieron sus alas y se elevaron por los cielos, aterrizando al mismo tiempo, extendieron sus alas y se vieron entre sí sin articular palabra, ambos ingresaron al templo de Dios, caminando por la misma ruta que su padre había hecho por años.

La puerta se abrió recibiéndoles, dando un paso adelante, vieron la habitación de tonos blancos y luces destellantes a su alrededor, una neblina espesa cubrió sus pies, mientras que la puerta detrás de ellos se cerró con fuerza dando inicio al juicio que determinaría sus vidas.

—Me he dado cuenta de sus peleas —exclamó Dios con fuerza —La destrucción que han ocasionado no tiene perdón, han roto sus propias reglas, han ido contra los mandatos de su padre y han roto la paz entre mis demás hijos.

—¡Padre! No somos dignos de entrar a su casa ni de escuchar tu voz —en ese instante Uran mostró su respeto, arrodillándose ante la presencia del Supremo, pero fue interrumpido por su hermano.

—Alardeas demasiado.

Dios al escuchar que Hadeo estaba lleno de rencor, un sentimiento que inicio en sus primeros hijos, decidió no ser blando con él, le había dado la oportunidad de seguir, pero simplemente se ensaño con el poder que su padre no le heredo —Tus palabras —hizo una pausa significativa —Tus palabras son idénticas a la de mis primeros hijos, te han marcado ¿Cuándo has pisado la tierra?

Al escuchar ello respondió con enojo —Te equivocas, yo no he pisado la tierra, pero veo que tienes preferencias, no eres neutral como dicen los demás.

—Te equivocas Hadeo