La vida me debe una vida contigo - MJ Brown - E-Book

La vida me debe una vida contigo E-Book

MJ Brown

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Beschreibung

«Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper». Ellos se conocen desde niños y un hilo rojo adorna sus muñecas desde entonces. Un hilo que de tanto estirarse está a punto de romperse para así convertirse en la excepción que confirma toda regla. Él es Junior, hijo de Aris y Elena. Ella es Vicky, hija de Héctor y Gloria. Hay personas que están destinadas a ESTAR. Hay personas que están destinadas a SER. Pero ellos están destinados a SER y ESTAR. Si te enamoraste de la historia de Aris y Elena o de Héctor y Gloria, la de Junior y Vicky te llegará hasta el corazón.

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MJ Brown

La vida me debe una vida contigo

Serie Serendipia 3

© MJ Brown

© Kamadeva Editorial, enero 2022

ISBN ePub: 978-84-122884-3-8

www.kamadevaeditorial.com

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Dedicado a todas esas personas que han sido serendipia en mi vida.

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper. (Mitología china y japonesa)

Índice

Nota de la autora

Prólogo

1

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Epílogo

Nota de Olivia

Agradecimientos

Sobre mí

Nota de la autora

Nunca pensé que la historia de Aris y Elena, los protagonistas de A 100 peldaños de ti, primer título de la Serie Serendipia, me llevaría a escribir dos libros más para formar una serie.

Comencé a teclear estos libros allá por el mes de marzo de 2020 tras decretarse el estado de alarma en España y quedar confinados en casa.

Tras terminar el primer libro, las ganas de seguir escribiendo me llevaron a contar la historia de Héctor y Gloria, los mejores amigos de Aris y Elena, y así surgió Enséñame a decir te quiero Serendipia 2. Una historia pasional y especial, en la que los protagonistas no dejaron de decirme cosas al oído ni un solo momento por lo que me fue muy fácil escribirla.

Y tras Aris, Elena, Héctor, Gloria y sus respectivas historias ha llegado el turno de Junior, el hijo de Aris y Elena, y el de Vicky, la hija de Héctor y Gloria.

Ellos se conocen desde niños y están plenamente convencidos de que sus vidas están destinadas a estar unidas, pero en ocasiones la vida tiene otros planes diferentes a los nuestros. A veces creemos que la vida nos está diciendo no, cuando en realidad nos está diciendo espera.

Si queréis conocerlos y ver que les deparan sus respectivas vidas, pasad, leed y disfrutad.

Prólogo

Vicky

Entro en casa con el pelo mojado, descalza y dando saltitos, después de darme el último baño del día en la playa. Lo hago mientras llevo una mora negra hasta mi boca y cierro los ojos para saborearla.

—No me gusta que comas chuches antes de cenar —me dice mamá sobresaltándome—. Y tampoco, me gusta, que entres en casa con los pies mojados—sentencia.

Tras escucharla, ruedo mis ojos hasta ponerlos en blanco y me llevo una mano al pecho para recuperarme del susto.

—Es solo una —replico, levantando uno de mis dedos índices y haciendo un pequeño puchero con mi boca—. Te prometo que las demás las guardaré para mañana y además te invitaré—. Le guiño un ojo a mi madre, le hago un nudo a la bolsa de gominolas que sigo teniendo entre mis manos y se la tiendo para que sea ella quien la guarde hasta mañana. Mamá me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

He ignorado la parte de que no le gusta que entre descalza en casa y con los pies mojados y ella parece olvidarla cuando me acerco a ella para darle un beso. «Estamos de vacaciones» pienso, mientras me pongo de puntillas para llegar hasta su mejilla.

Las moras negras son mis gominolas favoritas, mamá dice siempre que es porque tuvo antojo de ellas durante los nueve meses que estuvo embarazada de mí.

—¡A cenar! —escucho gritar a mi padre desde el baño, donde acabo de entrar para lavarme las manos después de haberme quitado el bañador mojado, haberme recogido el pelo y, además, haberme calzado. Termino de lavármelas, las seco y voy hasta la cocina.

—Dice Junior que vamos a casarnos —digo nada más sentarme a la mesa. Miro a mis padres de reojo, mientras me llevo una cucharada de gazpacho hasta la boca.

—Quizás algún día —dice mi madre sin darle demasiada importancia a lo que acabo de anunciar.

—Para eso, Junior tendrá que hablar conmigo primero —ahora es mi padre el que habla, bueno, más bien debería decir que mi padre rebufa o gruñe. No sé muy bien qué es lo que realmente ha hecho.

Tuerzo el gesto y vuelvo a tomar otra cucharada de gazpacho, sin dejar de observar a papá y a mamá. Sobre todo, a papá, me temo que lo que voy a decir ahora tampoco va a gustarle demasiado.

Retiro de mi cara el mechón de pelo que se ha soltado de la coleta y cojo aire antes de comenzar a hablar.

—Pues tendrá que hablar contigo pronto. Dice que vamos a casarnos mañana —lo digo todo del tirón y, después de hacerlo, dejo salir el aire que he cogido hace un rato para llenarme de valor.

Vuelvo a mirarlos de reojo, pero esta vez detengo la mirada en mi padre que acaba de escupir el gazpacho que tenía en la boca. Mamá se levanta de su silla y le da palmadas en la espalda mientras se ríe y yo me tapo la boca con las manos para no hacerlo.

—¿Cómo? —consigue decir mi padre una vez que se ha recuperado de su atragantamiento.

—Pues eso, que vamos a casarnos mañana—. repito soltando un suspiro y retirando de mi cara una vez más ese mechón de pelo que aún está mojado.

Mi padre alza una ceja mientras me mira, yo dibujo una pequeña sonrisa con mis labios y mi madre mira a mi padre encogiéndose de hombros y haciendo un pequeño mohín con su boca.

—Son cosas de niños, Héctor —mi madre me guiña un ojo.

Aunque yo no pienso que son cosas de niños. Para mi casarme con Junior es muy importante. ¡Es tan guapo!

—¿Y por qué tanta prisa por casaros?—es mi madre la que sigue hablando.

—Para besarnos —digo sin apenas pensar mi respuesta.

Mi padre se levanta de su silla, arrastrándola en el suelo y lo hace al tiempo que da un golpe en la mesa, yo doy un brinco en la silla en la que estoy sentada y frunzo los ojos por el susto. Mi madre sigue riéndose y mi padre comienza a dar vueltas sobre sí mismo acariciándose la coleta en la cual lleva recogido su pelo, ese gesto suele hacerlo siempre que está nervioso. Mi padre, a pesar de que ya es algo mayor, sigue conservando el pelo largo y suele llevarlo recogido.

—Pero ¿tú estás escuchando, Gloria? —dice por fin después de un largo silencio.

—Héctor… —desaprueba mi madre, poniendo los ojos en blanco y mordiéndose el labio inferior. Mi padre es muy exagerado para todo, sobre todo en cuanto a mí se refiere. Soy su niña. Su Victoria. Su Zafer.

—A ver cariño para darse besos no hace falta estar casados. Tú puedes darle besos a Junior cuando quieras y él también puede dártelos a ti —es mi madre la que habla de nuevo, mientras acaricia mi pelo—. Sois como hermanos —arrugo la frente al escucharla.

Pfffff… Creo que mi madre no ha entendido qué clase de besos queremos darnos.

—Eso, nena, tu aliéntala. Dale ánimos —gruñe mi padre, mientras aplaude de forma pausada e irónica. Se me escapa una risita, cuando lo veo tan enfadado y aplaudiendo.

—Pero… es que… nosotros queremos besarnos como los mayores —tapo mi boca al decir esto y abro mucho los ojos.

Mi madre se ríe a carcajadas y mi padre se ha quedado tan tieso, al escucharme, que parece que se ha tragado un palo, está tan tieso más que una vela, su cara se ha quedado blanca y sus ojos se han quedado fijos en mí.

¡Ups!

—¿Y cómo se besan los mayores? —pregunta mi madre.

Resoplo antes de contestar. Es que tengo la impresión de que en estos momentos ella me está tratando como si fuera una niña pequeña y no lo soy. Yo ya soy mayor. Muy mayor. Tengo siete años.

—Pues como os besáis tú y papá y también Aris y Elena —cierro mis ojos, pongo morritos y muevo mi cabeza a un lado y a otro como si estuviera besando a alguien.

Mi madre vuelve a reírse a carcajadas, abro los ojos al escucharla y veo que mi padre sigue igual de tieso y con la cara desencajada. Todo esto parece que cada vez le está gustando menos.

Ahora además su boca está arrugada en señal de enfado y ha cruzado los brazos a la altura del pecho.

¡Oh, oh!

Yo no acabo de verle la gracia por ningún lado a todo esto, es más me estoy empezando a enfadar. Para mí lo de casarme con Junior me parece muy serio y también la mejor idea del mundo mundial.

—Voy a llamar a Aris ahora mismo —dice papá cogiendo su teléfono móvil. Mamá se lo quita de las manos de un tirón. Aris es el padre de Junior y, además, el mejor amigo de mi padre.

—Héctor, cariño, creo que estás sacando todo esto de quicio. No son más que dos niños.

—Serán dos niños y todo lo que tú quieras, pero a mí no me gusta nada que anden con estas tonterías. Que se empieza por un beso y, luego, las cosas terminan como terminan —dice con su tono de voz más alto de lo normal. Parece estar enfadado de verdad. Sí.

Mamá se acerca hasta papá. Él ha vuelto a sentarse en la silla y ella lo hace sobre sus rodillas.

Mamá fija sus enormes ojos azules sobre los míos, que, por cierto, son exactamente del mismo color y me pregunta que quién va a casarnos.

—Vega —respondo sonriendo. Parece que mi madre empieza a tomarse en serio lo de mi boda con Junior. Menos mal.

Vega es mi mejor amiga y además es la hermana de Junior, así que no hay nadie mejor que ella para casarnos.

—¿Puedo levantarme de la mesa? —pregunto, dando así por hecho que esta conversación ha terminado. Yo no tengo nada más que decir y espero que ellos tampoco.

—Sí—responde mamá.

«¡Bien!», pienso para mí. Solo me ha faltado cerrar uno de mis puños y alzarlo en señal de victoria.

—No — ese es papá.

—Esta conversación no ha terminado, jovencita —dejo caer lo hombros en señal de derrota, bajo la cabeza y noto como mis ánimos se vienen abajo mientras desinflo mis pulmones del aire que he retenido en ellos sin darme cuenta.

Mi padre me alza en brazos, me sienta a horcajadas sobre sus rodillas frente a él, y clava sus enormes ojos color café sobre los míos azules.

—Para poder casaros primero tenéis que ser novios —la voz de mi padre ya no suena tan ruda, parece que se ha relajado un poco.

Humedezco mis labios antes de contestar. Presiento que esto que voy a decirle ahora no va a gustarle nada de nada. Lo sé.

—Pero es que Junior dice que ya somos novios, que lo hemos sido desde siempre. Que los novios se agarran de la mano y se abrazan y nosotros eso ya lo hacemos —hago un silencio y trago saliva antes de continuar—. Junior dice que soy su chica —concluyo.

Mi padre abre mucho los ojos y yo hago lo mismo.

—¿Su chica? ¿Pero…?

—Héctor, cariño, el niño se limita a repetir lo que escucha. Aris dice que Elena es su chica y tú utilizas la misma expresión para referirte a mí—mi madre parece entender todo mucho mejor que mi padre. Mucho mejor. Sí—. ¿Qué esperabas? —sentencia mi madre.

—A ver, nena, yo creo que esto es más serio de lo que tú quieres creer —protesta, una vez más, mi padre.

—No, Héctor, tú le estás dando más importancia de la que tiene. Y esta conversación se termina aquí. Son dos niños. Dos niños que juegan a ser mayores. Dos niños inocentes que creen que el amor es casarse y darse besos. Dos niños y punto. Por favor, estamos hablando de dos críos de siete y diez años —resopla mamá esto último queriendo así dar por terminada la conversación, pero por lo que parece papá quiere seguir con el interrogatorio.

—¿Y desde cuando tú y Junior os agarráis de las manos y os abrazáis? —pregunta intrigado.

Me encojo de hombros y después contesto.

—Pues casi siempre. Porque Junior me agarra de la mano para cruzar la calle. Me abraza cuando saco buenas notas en el colegio. También lo hace para darme la enhorabuena cuando hago algo bien y cuando lloro o hay tormenta y estamos en el parque para que no tenga miedo.

—En eso la niña tiene razón —replica mi madre.

—Nena… —musita mi padre.

Mamá se acerca hasta nosotros y deposita un beso en mi cabeza y otro en los labios de mi padre.

—A dormir —me dice y me da una palmada en el trasero cuando, de un salto, me bajo de las rodillas de mi padre.

Subo las escaleras hasta mi habitación. Abro el armario y revuelvo en él buscando qué ponerme para mi boda con Junior mañana. Mi falda de tul favorita de color rosa, una camiseta negra y mis inseparables botas de lona Converse, también negras. Tengo que buscar un velo.

Junior

—Yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia —dice mi hermana Vega que está ejerciendo de cura mientras Vicky me mira con sus enormes ojos azules y me sonríe. Está preciosa con esa falda, esa camiseta y ese pañuelo que lleva puesto en la cabeza a modo de velo. Es la niña más bonita que nunca he visto. Es la niña más bonita que jamás veré.

—Pero si todavía no nos hemos puesto los anillos —me quejo.

—Yo qué sé. Es la primera vez que hago de cura —protesta mi hermana mientras a Vicky se le escapa una risita nerviosa.

Busco en el bolsillo de mi bañador las dos anillas de las latas de refrescos que le he pedido a Manu, el dueño del chiringuito de la playa donde veraneamos cada año. Es lo que voy a usar como anillo para mi boda con Vicky. Cuando sea mayor le regalaré uno de verdad, pero ahora solo tengo diez años y no tengo mucho dinero. El poco que tenía lo gasté ayer para comprar unas moras negras en la tienda de chuches y regalárselas.

Sujeto la mano de Vicky con una de las mías y con la otra le pongo la anilla en uno de sus pequeños dedos.

—Me queda grande y la perderé —me dice entornando los ojos y haciendo pucheros.

—Luego arreglamos eso —la tranquilizo.

—Ahora tú tienes que poner esta en mi dedo —le digo y le doy la otra anilla para que ella haga lo mismo que yo.

—¿Ya puedo decir lo que he dicho antes? —pregunta Vega, impaciente.

—Sí. Ya puedes decirlo.

—Vale. Pues eso. Que yo os declaro marido y mujer y que ya puedes besar a la novia.

Vega termina de decir esto quitándose la sábana que se ha puesto a modo de sotana, mientras yo enmarco la cara de Vicky con mis manos y acerco mis labios hasta los suyos.

Ella ha cerrado los ojos hace rato y tiene los labios fruncidos, supongo que está esperando ese beso. Yo también cierro los ojos y acerco mis labios hasta los suyos para unirlos en un beso. Nuestro primer beso. Un beso como el de los mayores. Un beso como los que se dan mis padres y, también, Héctor y Gloria.

—¡Puaj! ¡Qué asco! —grita mi hermana al tiempo que se limpia su boca con una mano, como si fuera ella la que está recibiendo y dando el beso en los labios.

Vicky y yo nos separamos sobresaltados y abrimos los ojos para mirarla. Vega sigue haciendo gestos con la cara en señal de desaprobación.

—No pienso casarme nunca —dice antes de salir corriendo hasta la orilla del mar, donde están sentados mis padres junto a los de Vicky.

Todos estamos de vacaciones de verano y es casi una tradición pasarlas juntos.

Yo prefiero quedarme a solas con Vicky. Con mi Vicky. Con mi chica.

Ella se sienta en la arena y yo lo hago a su lado. Paso un brazo por encima de sus hombros y la atraigo hacia mí.

—¿Te ha gustado el beso? —pregunto nervioso. Ella mueve su cabeza en señal de afirmación.

—¿Y a ti? —me pregunta con apenas un hilo de voz.

—Mucho —Vicky me sonríe y yo también lo hago, mientras pienso que nunca podré olvidar ese beso. Nunca olvidaré nuestro primer beso. Un beso con sabor dulce. Un beso con sabor a gominolas. Un beso con sabor a moras negras. A eso sabe Vicky, a gominolas. A eso sabe mi chica, a moras negras.

El sol empieza a esconderse detrás del faro. Mi padre siempre dice que desde aquí se ve la puesta de sol más bonita del mundo y yo, a pesar de que solo soy un niño, soy consciente de que así es. Pero hoy es mucho más bella que ningún otro día. Hoy es más hermosa que nunca porque ella está a mi lado.

Aprieto a Vicky un poco más contra mí y le digo que apoye su cabeza en mi hombro. Mientras lo hace y el sol tiñe el cielo de color naranja, beso su coronilla y canto para mí un trocito de canción. No es una canción cualquiera, es esa que quiero que se convierta en nuestra para siempre.

Los primeros acordes de My girl comienzar a sonar en mi cabeza mientras yo empiezo a cantarla bajito, muy bajito. Tan bajito que solo ella y yo podemos escucharla.

I´ve got sunshine on a cloud day. When it´s cold outside I´ve got the month of May. I guess you´d say What can make me feel this way? My girl (my girl, my girl)

1

Junior

Enmarco su cara con mis manos, ya vendadas, y fijo mis ojos en ella. Tiene los ojos tan brillantes que creo que va a llorar. Que no lo haga, joder, que no lo haga. Sé que para ella es difícil estar aquí. Muy difícil. No le gusta que pelee, no le gusta que boxee y tampoco le gusta que me dedique a esto de manera profesional Y yo, a pesar de ello, sigo haciéndolo. Pero, el combate de hoy, prometo que será el último. Lo prometo, porque sin duda puedo renunciar a la adrenalina que siento cuando me subo al cuadrilátero y todo lo que me produce la competición, pero a ella, a Vicky no puedo perderla.

—¡Cásate conmigo, Vicky! ¡Cásate conmigo! —le digo en un arrebato. Acerco mis labios hasta los de ella y la beso varias veces seguida y de manera suave.

Sus enormes ojos azules se abren y su boca intenta decir algo, pero es incapaz de articular ni una sola palabra. Le ha cogido tan de sorpresa lo que acabo de decir que parece que incluso se ha quedado sin habla. Si es que hasta yo mismo estoy sorprendido con lo que acabo de hacer, por lo que no me extraña que ella lo esté tanto o más que yo.

Los segundos se me hacen minutos y los minutos se me hacen horas mientras espero su respuesta con mis manos sujetando aún su cara. Pero el silencio es lo único que ahora mismo existe entre nosotros. Vicky no dice nada, ha cerrado los ojos y está dejando rodar por sus mejillas las lágrimas que hasta hace un rato ha estado aguantando mientras apretaba los labios. Ahora no sé si llora por miedo, por preocupación o si lo hace de emoción por mi petición de matrimonio.

¿Por qué llora joder, por qué? Me pregunto, mientras sigo esperando la respuesta que tanto deseo antes de que suene la campana. Esa maldita campana que me avisará de que tengo que subir al cuadrilátero.

No tenía pensado pedirle que se casara conmigo antes de subir a un ring. Bueno, en realidad, debo admitir que no tenía pensado pedirle que se casara conmigo. A ver, sí que lo tenía pensado, pero no ahora, no en este momento. Joder, qué lío todo.

Tenía pensado hacerlo un poco más adelante cuando tuviera algo más para ofrecerle. Y el modo de hacerlo…, pues, sinceramente, me hubiera gustado que fuera un poco más tradicional, más romántico, más como ella hubiera querido, con cena, flores, velas y todas esas ideas románticas que siempre están rondando por su cabeza. También habría sido un buen detalle tener un anillo que ponerle en el dedo, que solo me ha faltado colocarle otra anilla de refresco en su dedo. «Joder, Junior», me regaño mentalmente. Qué desastre.

Pero es que a veces me dejo llevar por mis impulsos y soy incapaz de pararlos, en eso me parezco mucho a Elena, mi madre. Soy muy de arrebatos y esta vez me he dejado llevar por el más grande de todos. Pedirle a Vicky que se case conmigo es algo serio. Muy serio.

Ha sido al verla ahí, frente a mí, tan llena de miedo, tan llena de inseguridad y de amor, mirándome fijamente antes de enfrentarme a este combate, cuando me he dado cuenta de que no quiero estar separado de esta mujer ni un minuto más.

Y esta ha sido la única manera que se me ha ocurrido de hacerle ver que la quiero a mi lado. Que siempre he querido que lo esté.

Es la única manera de hacerle entender que no quiero que se marche a Londres de nuevo. Es la única manera de que sepa que, si ella se va, yo me voy con ella.

Eso es.

Punto.

Vicky lleva un año allí por temas de trabajo y esa distancia me está matando. A mí todo este tiempo se me está haciendo tan largo como si se tratara de una vida entera. No quiero pasar ni un minuto separado de ella. No. No quiero. No quiero tenerla en mi vida solo los fines de semana, quiero tenerla junto a mí los siete días de la semana y, a ser posible, las veinticuatro horas del día.

Si es que la quiero, joder. La quiero.

La quiero desde la primera vez que la vi cuando ella era tan solo un bebé y yo apenas levantaba tres palmos del suelo.

La quiero desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, cuando la vi dormida en su cuna.

La quiero desde la primera vez que ella se aferró a mi dedo índice, con su diminuta mano y, entonces, ya sentí esa especie de corriente eléctrica que me recorre todo el cuerpo cuando entrelazamos nuestros dedos.

La quiero desde la primera vez que besé su mejilla, cuando ella tan solo tenía unos días de vida.

La quiero desde que simulamos nuestra boda cuando apenas éramos unos niños y nos dimos nuestro primer beso en los labios con sabor a gominolas.

La quiero desde siempre. Eso es, desde siempre.

Ella es mi chica, siempre lo ha sido y siempre lo será.

Me acabo de dar cuenta de que la he querido desde que nació y que es con ella con quiero compartir mis penas, mis alegrías, mis victorias, mis derrotas y que ella lo haga conmigo. Quiero que compartamos todo lo que la vida nos depare, pero juntos, nunca más separados. Juntos, siempre juntos.

—Dime que sí Vicky. Dime que sí. Por favor —le pido con un tono de voz que suena a súplica. Pero ella sigue frente a mí en silencio con sus ojos clavados en los míos.

Me acerco un poco más para besarla de nuevo y con mis labios sobre los suyos le prometo que este será mi último combate. Esperando que, de esta manera, ella reaccione al fin.

No quiero que siga sufriendo cada vez que me ve subir a un ring. Todas y cada una de nuestras discusiones siempre son debido al boxeo. Siempre.

No quiero que sufra por cada golpe que recibo.

No quiero que sufra por nada y, mucho menos, por mi culpa.

Si puedo evitarle el dolor y el sufrimiento, lo haré, y si para ello tengo que renunciar a boxear, no me importa, lo haré. Porque a lo único que no puedo renunciar ni estoy dispuesto a hacerlo, es a ella. Lo demás, sinceramente, me da igual, porque mi vida sin ella no es vida. Si Vicky no forma parte de mi vida…, yo no quiero vivir.

Yo lo único que quiero es que ella sea feliz.

Yo lo único que quiero es que ella sea feliz a mi lado, y yo al suyo. Tal y como mi padre es feliz al lado de Elena y Héctor lo es al lado de Gloria.

Yo lo único que quiero es que seamos felices, pero no por separado.

Yo lo que quiero es que seamos felices juntos. Juntos.

De todos modos, la idea de abandonar el boxeo de manera profesional es algo que me ronda la cabeza desde hace algún tiempo, concretamente desde que mi abuelo Ángel nos dejó.

Mi abuelo murió hace tan solo un año. Falleció debido a un alzhéimer que, sin duda, le provocó todos y cada uno de los golpes que recibió en su cabeza a lo largo de todos los años en los que se dedicó al boxeo profesional. Se fue de este mundo sin reconocernos a ninguno y sin recordar nada de su vida y, lo más triste de todo, se fue sin saber quién era él mismo. Y yo no estoy dispuesto a que eso me ocurra.

No estoy dispuesto a perder ninguno de mis recuerdos, porque todos forman parte de mi vida, los buenos y los malos y todos me gustan. Unos me agradan más, otros menos, pero todos forman parte de ella.

Me dedicaré al boxeo de otra manera, puedo hacerlo como entrenador, tal y como lo hacen mi padre y Héctor.

O tal vez lo abandone por completo. Eso aún no lo sé.

Pero eso ya lo pensaré.

Por ahora lo que sí tengo claro es que hoy, es la última vez que me subo a un ring para competir.

Además, ser hijo de Aris Gon,ElÁngel, campeón de España de boxeo y también del mundo, pesa demasiado. Es una gran presión. Muchas comparaciones. Demasiado peso sobre mis hombros. En definitiva, un gran número de cosas que no me dejan disfrutar de este deporte cuando me subo al ring. Mi padre me ha dejado el listón demasiado alto y yo no me veo capaz de superarlo. Ser su hijo me lo ha puesto muy difícil a nivel profesional.

No estoy dispuesto a que me tachen de ser un mediocre y tampoco quiero dejarme la vida peleando para demostrar que puedo ser tan bueno como mi padre o tal vez mejor. Pero eso nunca lo sabré. Nunca lo sabrán. Nunca lo sabremos. Nunca. Porque hoy disputaré mi último combate.

—Sal de ahí, Junior, sal de ahí. Joder. Te tiene contra las cuerdas.

Escucho gritar a mi padre mientras yo me revuelvo entre una de las esquinas del cuadrilátero y mi contrincante para librarme de él con la intención de volver al centro del ring y, así, poder continuar el combate. Finalmente, lo consigo golpeando a mi rival en el hígado.

Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Son golpes directos que doy en la cara de mi rival.

Él ataca con un directo de derechas que impacta en mi ceja, haciéndome un corte que comienza a sangrar de manera inmediata. Muevo mi cabeza hacia un lado y hacia otro para despejarme. Consigo reponerme y lanzo dos upper, dos directos hacia su barbilla, con la intención de dejarlo KO, pero no consigo hacerlo. Es un rival duro. Muy duro.

El gong de la campana nos avisa de que el noveno y penúltimo asalto ha terminado.

Voy hasta mi esquina y me siento. Mi padre, que además es mi entrenador, me quita el protector bucal, me da un poco de agua y corta la hemorragia de mi ceja. Consigo contener la expresión de dolor de mi cara. Esto duele. Joder.

—¿Todo bien, chaval? —me pregunta dándome un par de palmadas en la cara.

—Todo bien —respondo, o más bien balbuceo, porque la verdad es que estoy un poco mareado, pero no voy a decir nada. Si todo va bien, el próximo asalto será el último y también el definitivo. Si lo gano me proclamaré campeón de España y podré retirarme del mundo profesional por la puerta grande.

La campana avisa del inicio del décimo y último round. Me incorporo, doy un par de saltos en mi esquina y choco mis propios puños antes de volver al centro del ring.

Mi contrincante, aunque tiene el combate perdido, sale con ganas de pelear. Ataca con un par de hooks que hacen que me desestabilice. Me duele la cabeza y empiezo a ver un poco borroso. Con sus golpes consigue llevarme hasta las cuerdas. Estoy algo desorientado. Él lanza un golpe de derecha y otro de izquierda y, finalmente, un golpe en el costado. Aprieto los dientes al recibirlos y me doblo debido al dolor. Dios, es insoportable. Debe haberme roto alguna costilla, estoy convencido de que así ha sido porque me cuesta respirar.

Miro a mi padre que me hace gestos para que ataque. Consigo salir del rincón donde mi rival me tiene encerrado atacándolo con un jab y tres golpes seguidos al hígado, mientras él se retuerce de dolor, yo consigo volver al centro del ring. Inspiro fuerte a pesar del dolor que tengo en uno de los costados. Pero un upper al mentón, un golpe directo, impacta en mí. Uno que no esperaba, porque no tengo la cabeza en el combate, mi cabeza está en otro sitio.

No dejo de pensar en que Vicky no me ha contestado a la pregunta que le he hecho antes de subir al cuadrilátero. No me ha dicho ni sí ni no. No me ha dicho nada. Nada.

Ha sido un golpe que no he podido esquivar, porque no veo bien joder, no veo.

Un nuevo ataque me hace caer al suelo.

Mientras caigo, como si lo estuviera haciendo a cámara lenta, busco la mirada de Vicky y en ella la respuesta que tanto ansío.

Mi Vicky. Mi chica. Mi Zafer.

Cuando, al fin, nuestras miradas se encuentran, yo cierro mis ojos, mientras termino de caer sobre la lona con los suyos clavados en los míos. Es lo último que veo. Es lo último que consigo distinguir. Y con esa imagen guardada en mi retina, mi cabeza impacta de manera brusca contra el suelo del ring, a la vez que escucho como mi nombre sale por su boca de un modo tan desgarrador que incluso a mí me duele. Un grito que me llevo clavado en lo más profundo de mi corazón. Ese grito y esos ojos fijos en los míos se quedarán grabados para siempre en mí. Para siempre.

Y mientras mi nombre retumba en todo el recinto, en mi cabeza ha comenzado a sonar esa canción que tanto me recuerda a ella, a nosotros.

Nuestra canción.

My girl.

Y, después de sus acordes, llega él, el silencio.

2

Vicky

Sin palabras. Sin palabras me ha dejado Junior al pedirme que me case con él. Toda una vida esperando a que lo hiciera y cuando al fin lo hace, yo me quedo muda. «Muy bien, Vicky. Muy bien», me recrimino mientras me aplaudo mentalmente de manera irónica.

Sus manos siguen enmarcando mi cara, sus ojos fijos en los míos en espera de una respuesta, las lágrimas me ruedan por las mejillas, mi boca continúa sellada formando una fina línea y, además, no soy capaz de pronunciar una sola palabra. Hago varios intentos de emitir algún sonido, pero el gong de la campana, esa maldita campana, no me deja responderle.

No me deja decirle que sí.

Que sí quiero.

Que sí quiero casarme con él.

Que sí quiero pasar el resto de mi vida a su lado.

Que sí…, que sí, a todo.

Porque yo lo quiero todo con él. Lo quiero todo con Junior. Todo.

Junior besa mis labios una vez más. Me acaricia las mejillas con sus pulgares, para limpiarme las lágrimas, y sube al ring.

Paso la lengua por mis labios para guardarme el sabor de su beso y me siento junto a Vega para ver el combate. Vega es la hermana pequeña de Junior y, además, mi mejor amiga.

—Todo saldrá bien —me dice ella cogiendo mi mano y apretándola fuerte. Respondo a su gesto de la misma manera.

Me encojo con todos y cada uno de los golpes que Junior recibe por parte de su contrincante, mientras me aferro a la mano de Vega cada vez con más fuerza.

Observo a mi padre, está nervioso, lo sé porque no deja de pasarse las manos por el pelo. Deshace y rehace su coleta una y otra vez, y ese gesto es muy característico en él cuando los nervios le pueden. Y si mi padre está inquieto, yo lo estoy más.

No puedo con esto, de verdad que no puedo. Yo solo quiero que suene de nuevo la campana. Yo solo quiero que suene ese gong que anuncia el final definitivo del combate. Correr hasta los brazos de Junior, saltar sobre él, enroscar mis piernas alrededor de su cintura y decirle que sí, que sí voy a casarme con él, pegando después mis labios a los suyos.

La campana suena, para avisar que el penúltimo asalto ha terminado. Mi padre se acerca hasta las cuerdas para hablar con Aris y Junior. Aunque mi padre también ejerce de entrenador con él, siempre es Aris quien está en la esquina del ring para darle las indicaciones oportunas durante el combate.

Sigo con la mirada a mi padre, dejo de hacerlo para detenerme en el rostro de Junior. Un rostro hinchado y bastante desfigurado, por los golpes que ha recibido y lleno de sangre por un corte que tiene en la ceja. Un nudo se forma en mi estómago y sube hasta llegar a mi garganta, la barbilla me tiembla y las lágrimas amenazan con salir en cascada por mis ojos. Cojo aire, aprieto los labios y me obligo a no llorar.

Junior mueve su cabeza de un lado a otro con movimientos repetitivos y cortos, esos movimientos que se suelen hacer para despejarse. Fija su mirada en la mía y me guiña un ojo, se lo devuelvo, le sonrío y le susurro un «te quiero».

—Creo que no está bien. Tiene la mirada perdida —le digo a Vega al oído ahogando un sollozo.

—Tranquila —es lo único que me dice mientras aprieta mi mano, con más fuerza, para darme confianza. Una confianza que yo no tengo y creo que ella, en estos momentos, tampoco, pero que aun así intenta transmitirme.

El combate para Junior no pinta demasiado bien, está como ausente y recibe más golpes de los que da, aun así se mantiene en pie y parece que tiene ganas de pelear por ese título con el que cerrará su carrera como boxeador profesional.

La campana suena de nuevo para avisar de que el último asalto está a punto de empezar. Me estremezco al escucharlo. Lanzo un suspiro, mi cuerpo se tensa un poco más y dirijo mi mirada hacia Elena, la madre de Junior y de Vega.

Ni ella ni yo deberíamos estar aquí. Las dos sufrimos demasiado viendo a Junior sobre un ring y ninguna de las dos deberíamos estar presenciando este combate. Yo normalmente no suelo hacerlo, como ya os he contado es demasiado difícil para mí ver como Junior recibe golpes; por lo general, suelo ver sus combates en diferido, una vez que ya han pasado y, aun así, sufro con cada uno de los golpes que recibe. Pero el campeonato de hoy es importante para Junior, puede proclamarse campeón de España en su categoría y, además, es su último combate como profesional, me ha prometido que hoy es la última vez que se subía a un ring y me ha pedido que le acompañe. He venido expresamente desde Londres para ello y si he de ser sincera desde que he cruzado la puerta del recinto me estoy arrepintiendo.

Elena tiene la cabeza escondida entre el hombro y el cuello de mi madre, y ella le acaricia la espalda de arriba abajo con una de sus manos; verla hacer eso parece que también me tranquiliza a mí. Mi madre es mucho más fuerte en este aspecto, aunque ella también sufrió lo suyo cuando mi padre se vio inmerso en una serie de peleas ilegales por culpa de su hermano Olaf.

Un golpe. Un golpe seco. Un golpe que hace que todo el recinto se quede en silencio.

¿Qué ha sido eso? Joder.

Giro mi cabeza buscando la procedencia de ese golpe y allí está él, Junior. Ahí está él, cayendo sobre la lona del ring, buscando con sus ojos entrecerrados los míos.

Nuestras miradas se encuentran y, tras hacerlo, sus ojos se cierran, y un grito desgarrador diciendo su nombre sale por mí boca.

—¡¡¡JUNIOR!!!

Suelto la mano de Vega. Escucho gritar a Elena. Veo como Aris pasa por debajo de las cuerdas para llegar hasta su hijo. Mi padre corre hacia el ring. Y yo, casi por inercia, lo imito y corro tras él, después de zafarme del agarre de Vega, que ha intentado sujetarme sin éxito.

—Déjame —protesto.

Tengo que verle, tengo que llegar hasta él y asegurarme de que está bien.

Corro abriéndome paso entre el tumulto de fotógrafos y curiosos que se han arremolinado alrededor de las cuerdas, dejando a Junior en el centro del cuadrilátero, sigue tumbado en el suelo y con los ojos cerrados, parece que ha perdido el conocimiento.

—Dejadme pasar. Dejadme pasar —grito al tiempo que me limpio a manotazos las lágrimas que ruedan por mis mejillas y apenas me dejan ver por dónde voy.

Salto al ring sacando fuerzas de donde no las hay, me tiemblan tanto las piernas que me pregunto cómo he conseguido llegar hasta aquí, sin caerme al suelo ni una sola vez.

Consigo llegar hasta él. Mi Junior. Mi chico. Mi amor. Mi vida. Mi mundo. Mi todo.

Me dejo caer de rodillas a su lado y agarro su cara con mis manos temblorosas. Una cara desfigurada por los golpes. Una cara irreconocible.

—Sí quiero, Junior. Sí quiero —le digo entre lágrimas e hipidos, acercándome a su boca, con la esperanza de que él reaccione al escuchar mi voz y al sentir mi aliento sobre su rostro.

—Sí, quiero —repito desesperada mientras lo zarandeo varias veces, hasta que alguien tira de mí para separarme de él. Intento liberarme de esa mano que quiere apartarme de Junior y me giro hacia atrás con la frente y los labios arrugados en señal de enfado para comprobar quien es. Es Aris.

—Vicky, cariño, deja pasar a los médicos —su agarre se suaviza convirtiéndose en una caricia.

—¿A los médicos? ¿A los médicos, por qué? —pregunto incrédula, girándome de nuevo hacia Junior y así acercar mis labios hasta los suyos para besarlo. Para darle un beso dulce. Un beso con sabor a moras negras. Un beso con sabor a nosotros.

Ese beso. Ese sabor. Se convierten en mi última esperanza. Una esperanza que me ha ido abandonando poco a poco y que se desvanece cuando veo como lo suben a una camilla y se lo llevan para alejarlo de mí. Para arrebatármelo.

—¡¡¡JUNIOOOORRRR!!! —grito una vez más con la voz desgarrada, arrodillada sobre la lona y observando cómo se lo llevan sin que yo pueda hacer nada para impedirlo.

—Quédate conmigo. No te vayas —le suplico bajito.

3

Vicky

—Vicky, cariño, deberías irte a casa para descansar —escucho decir a mi madre en un susurro y sintiendo sus caricias sobre mi espalda. Abro los ojos y los froto para intentar ubicarme, una vez que lo consigo, intento recordar dónde y por qué estoy aquí.

—Ya lo hago —le digo con los ojos entreabiertos y estirando mi cuerpo. Esta maldita silla y esta angustia me tienen el cuerpo agarrotado. Pero no voy a quejarme, no. Si lo hago insistirán en que me vaya a casa y no quiero. Si Junior está aquí, yo también. No voy a separarme de él.

—Llevas semanas durmiendo en esta silla. No creo que sea lo mejor. —Ahora es mi padre el que habla, y también lo hace acariciándome la espalda.

—Quiero estar aquí cuando Junior despierte. Quiero ser la primera persona a la que vea cuando él abra los ojos —respondo con apenas un hilo de voz. Estoy tan cansada que apenas tengo fuerzas para hablar.

—Vicky, cariño. Los médicos han dicho que esta situación puede alargarse. —Es Aris el que me habla ahora, agachado frente a mí con las manos apoyadas en mis rodillas y con sus ojos clavados en los míos.

—No pienso irme de aquí. No pienso dejarlo solo. No voy a hacerlo —protesto desafiándole con la mirada—. Si fuera yo la que estuviera prostrada en una cama, él tampoco se separaría de mí —sentencio. Él pasa su mano por mi pelo en un acto de cariño y también con cierta compasión.

—Escúchame, Vicky. Deberías retomar tu vida. Regresar a Londres. Volver a tu trabajo. Te prometo que cuando Junior despierte te llamaremos. Te lo prometo. Serás la primera persona a quien avisaremos. —Es Elena quien me habla ahora. Ella acaricia mi cara y, después, hace lo mismo con mis manos, lo hace con delicadeza y con cariño. Mucho cariño.

Niego con la cabeza.

—No voy a irme. No quiero que nadie me llame cuando Junior despierte. No voy a volver a mi trabajo. No voy a regresar a Londres. No voy a hacer nada sin Junior. Nada —respondo de manera brusca.

Me levanto de esa silla donde paso los días y también las noches, atravieso ese pasillo que tan bien conozco ya y que, además, me lleva hasta la máquina de café que hay al fondo de él. Necesito tomarme uno. Estoy cansada y hasta las mismísimas narices de que todo el mundo me diga lo que tengo que hacer.

Vega me sigue. Me giro hacia ella alzando mis manos en señal de stop

—Necesito estar un rato a solas. Por favor —le suplico a mi amiga. Ella ignora mi súplica y sigue mis pasos por el largo pasillo que me lleva hasta la ansiada máquina de café.

—Vicky vas a caer enferma, cariño. Tienes ojeras. Has perdido peso. Y si sigues aquí también perderás el trabajo —me dice con una caricia en el un brazo.

—No me importa —respondo con la mirada perdida en el café que cae en el vaso en un intento de relajarme. Cualquier cosa me vale en estos momentos para evadirme de toda esta pesadilla.

—Pero a nosotros sí —susurra ella, acercando una mano hasta un mechón de pelo que se me ha soltado de la coleta para colocármelo tras la oreja.

—Me da igual lo que penséis vosotros —rebufo. Soplo el café y doy un sorbo.

—No creo que a Junior le gustara verte en estas circunstancias y estoy convencida de que él desaprobaría todas y cada una de las decisiones que estás tomando.

—Junior no puede decir nada al respecto, no vayas por ahí Vega, por favor.

—Estamos preocupados por ti nada más —insiste.

—Lo sé y os lo agradezco, pero necesito que me dejéis un poco de espacio, ya soy lo suficientemente mayorcita como para tomar mis propias decisiones —termino de beberme el café de un trago, deposito el vaso de papel en la papelera y enfilo de nuevo el largo pasillo hasta la habitación donde está Junior.

—Decidido hoy nos iremos todos a casa. Esta noche nadie se quedará aquí. En el hospital tienen nuestros números de teléfono y si se produce algún cambio nos lo harán saber —escucho decir a Aris, cuando Vega y yo nos acercamos de nuevo hasta la puerta de esa habitación en la cual llevo prácticamente viviendo varios días. Por no decir que, en realidad, vivo en ella.

Apenas falto tiempo de aquí. Apenas suelto su mano. Solo me separo de él cuando voy a casa para darme una ducha y cambiarme de ropa. Eso apenas me lleva una hora. Hay días que incluso menos. El resto del tiempo lo paso a su lado. Observando cómo su pecho sube y baja cuando respira. Vigilando que no deje de hacerlo. Con mis dedos entrelazados con los suyos. Y esperando. Esperando algún cambio, por pequeño que sea.

Junior está en coma tras aquel maldito golpe.

Tras aquella maldita caída sobre la lona.

Tras aquel fatídico día en el que iba a dejar el boxeo.

Desde entonces velo por él, día y noche.

Los primeros meses los pasé en la sala de espera ubicada frente a la UCI, con la nariz pegada a esa cristalera que se empeñaba en separarme de él. En separarnos. Esperando a que despertara y, por qué no admitirlo, también esperando a que no lo hiciera. Quería estar a junto a él tanto si ocurría una cosa como otra. Yo no quería que estuviera solo. Yo lo único que quería era estar a su lado.

Ahora mis guardias las hago sentada en una silla, bastante incómoda, por cierto, que hay junto a la cama de la habitación que le fue asignada unos días después de salir de la UCI.

A los tres meses de aquel fatídico día y, una vez que fue estabilizado y que el peligro mayor pasó, Junior salió de la Unidad de Cuidados Intensivos, sin tantos aparatos que sostuviera esa vida que durante un tiempo estuvo pendiente de un hilo y respirando por sí solo. Ahora solo queda seguir esperando a que Junior despierte, los médicos están convencidos de que lo hará, pero lo que no saben es cuándo ocurrirá. Por lo que ahora solo queda esperar..., esperar…, esperar…

En esta situación llevamos casi un año. Doce meses desde que él cerró los ojos y no volvió a abrirlos, desde que su pregunta se quedó sin respuesta. Un año…

4

Vicky

—Dígame —respondo al teléfono sin mirar quien me llama, lo hago adormilada y bastante confundida.

—Vicky… —me sobresalto al distinguir la voz de Aris diciendo mi nombre con la voz entrecortada y emocionada.

—Sí —respondo inquieta, incorporándome en la cama.

—Es…, es Junior, cielo.

Hago un silencio.

—¿Junior? ¿qué pasa? —consigo preguntar con el corazón latiéndome de manera desbocada en la garganta y a punto de salir despedido por la boca. Inspiro, cierro los ojos y me quedo de nuevo en silencio para escuchar a Aris, al tiempo que retengo todo el aire en mi interior y mientras suplico mentalmente que a Junior no le haya pasado nada. Que Junior no se haya ido. Que Junior no nos haya dejado. Que Junior no me haya dejado. «Por favor, por favor, por favor», me repito interiormente como si de una letanía se tratara.

—Junior… —vuelve a decir. Silencio. Trago saliva.

—Junior ha despertado, cielo —escucho al fin decir a Aris con la voz ronca por la emoción, después rompe a llorar y yo no puedo evitar hacerlo con él.

Suelto el aire que he estado reteniendo en mis pulmones sin ser consciente de que lo estaba haciendo y noto como mi corazón sigue latiendo de manera acelerada, pero al menos esta vez ya lo hace de nuevo en mi pecho. Llevo la mano que tengo libre hasta mi boca y sigo llorando emocionada, consiguiendo de ese modo deshacer ese nudo que he tenido en la garganta y que a punto ha estado de ahogarme.

—Busco el primer vuelo y voy —alcanzo a decir entre hipidos.

Salto de la cama, para buscar una pequeña maleta, abrir el armario y coger algo de ropa y así poder volar hasta él lo antes posible.

Son las cuatro de la mañana y estoy en Londres. Regresé aquí un año después de lo ocurrido. Finalmente me convencieron y yo misma entendí que era lo mejor al ser consciente de que no podía seguir entre aquellas cuatro paredes esperando para ver que ocurría con la vida de Junior y frenando la mía.

Regresé a mi trabajo y a mi vida aquí tras la insistencia de todos. Retomé mi vida en Londres haciéndoles prometer a todos y cada uno de ellos que me avisarían si se producía cualquier cambio, por mínimo que fuera, daba igual la hora o el momento. Ellos me llamarían y yo volvería al lado de Junior en cuanto tuviera la oportunidad.

Regresé convencida de que Junior algún día despertaría, que no se rendiría. Y tal y como yo les aseguré, él ha despertado. No se ha rendido. No lo ha hecho.

Regresé prometiéndome y prometiéndole, a él, que volvería a su lado siempre que pudiera y eso es lo que he estado haciendo durante todo este tiempo. Volver a su lado cada fin de semana.

Me he subido a un avión cada viernes para entrelazar mis dedos con los suyos, acariciar su pelo y besar sus labios y no dejar de hacerlo hasta el domingo, ese día en el cual me subía a otro avión para regresar a Londres y continuar con mi vida, mientras la suya se consumía en una cama.

Me he subido a un avión cada viernes para que me llevara hasta él, vigilar su pecho y así asegurarme de que seguía respirando.

Me he subido a un avión cada semana para volar hasta él, con la esperanza de estar allí cuando él abriera por primera vez los ojos y que cuando lo hiciera lo primero que viera fueran los míos.

Me he subido a un avión cada viernes llena de esperanzas, para regresar a Londres cada domingo con el corazón un poquito más roto, con todas y cada una de esas ilusiones un poco más perdidas. Unas esperanzas que lograba recargar a lo largo de la semana para volver a su lado repleta de ellas, como si fueran la batería de un teléfono móvil.

Cierro la maleta, confirmo que he recibido el billete en mi correo electrónico para el vuelo que he conseguido en un par de horas, llamo un taxi que me lleve hasta el aeropuerto y salgo de mi apartamento pensando en que no estaba equivocada al confiar en que Junior no iba a rendirse, que conseguiría salir de esta. Que Junior no me dejaría. Lo sabía. Siempre lo supe.

—El proceso de recuperación no será fácil. Nos queda un trabajo duro por hacer durante bastante tiempo. Pero de lo que sí estamos casi seguros es de que apenas le quedarán secuelas. Junior es fuerte y joven, todo esto juega a su favor. Estamos bastante convencidos de que volverá a ser casi la misma persona que era antes de lo ocurrido. Aunque debo advertirles de que nadie que ha superado un coma tan largo vuelve a ser el de antes. Solo les pido un poco de paciencia y también de prudencia. Sobre todo, paciencia. Lo importante es que Junior ha despertado. Otros se quedan en el camino. Es decir, nunca lo hacen.

Esas son las palabras que escucho cuando entro como un torbellino, arrastrando mi maleta, en la consulta donde están Aris y Elena junto al equipo de médicos que han estado atendiendo a Junior durante todo el tiempo que ha estado en coma. La palabra «casi» se repite en mi cabeza de manera insistente.

—Quiero verlo —acierto a decir aún sofocada tras correr por ese pasillo que se me ha hecho tan largo, por no decir interminable, mientras me retuerzo el pelo con las manos para después recogerlo en una cola de caballo con la goma que siempre llevo en una de mis muñecas.

—Todo a su tiempo, señorita —responde uno de los médicos, levantando una mano para pedirme así que mantenga la calma.

—¿Y usted es? —me pregunta otro, alzando una ceja.

—Vicky —respondo al mismo tiempo que lo hacen Aris y Elena—. Su prometida —aclaro entre dientes, mientras tomo asiento, aunque nadie me ha invitado a hacerlo. Las miradas de Aris y Elena se clavan en la mía.

—Íbamos… —cojo aire y rectifico—. Vamos a casarnos —susurro, mientras yo clavo la mía en la de ellos y retuerzo el asa de mi bolso entre mis manos nerviosas.

Nunca le he contado a nadie que Junior me pidió matrimonio aquel fatídico día antes de subir al ring. Trago saliva, entorno los ojos y cojo la mano de Elena, Aris hace lo mismo con la que me queda libre.

Y así, agarrados los tres de las manos, sintiendo la fuerza de unos en otros, nos subimos a una montaña rusa de sentimientos y esperanzas, mientras seguimos escuchando hablar a los médicos.

—Junior está bastante desorientado, en estos momentos, cosa muy normal en estos casos —aclara uno de ellos.

—Su cerebro ha estado demasiado tiempo sin actividad. Están haciéndole numerosas pruebas y por ahora los resultados obtenidos son favorables, el TAC no muestra nada anormal —continúa otro—. Pero debo advertirles que es probable que Junior no recuerde nada, puede que lo recuerde todo, o bien, que solo recuerde algunas cosas, el tiempo nos dirá que es lo que ha pasado con sus recuerdos. Por lo general, este tipo de pacientes suelen inconscientemente seleccionar algunos de ellos. Lo llamamos memoria selectiva.

»Esos recuerdos que quedan activos suelen estar relacionados con su infancia, el resto de ellos no desaparecen, pero se quedan almacenados en algún rincón de su cabeza. Con tiempo y también trabajando con las terapias adecuadas vuelven a recordar casi todo, por no decir todo—. El médico hace una pausa. Bebe un poco de agua de un vaso que tiene sobre la mesa. Doy un pequeño suspiro y me humedezco los labios, yo también tengo sed.

»Pero cada paciente es un mundo. Y aún no sabemos cómo evolucionará y responderá Junior.

»Es posible que ni siquiera recuerde quien es él y quienes son ustedes. Que no recuerde que iba a casarse. O tal vez lo recuerde todo y pueda retomar su vida donde la dejó. —Aris hace un amago de hablar, pero el médico le pide alzando una de sus manos que le deje continuar. Elena no dice nada. Elena solamente llora.

Yo me revuelvo en mi asiento cuando escucho al doctor decir todo esto y me estremezco solo de pensar en el hecho de que Junior no recuerde nada de su vida anterior al coma y me pregunto cómo afrontaremos la situación si así fuera, cómo nos enfrentaremos a ella.

—La parte física también es complicada, ha perdido masa muscular por la inactividad durante tanto tiempo, necesitará sesiones de rehabilitación que serán dolorosas; no les voy a mentir, tendrá que aprender a caminar de nuevo y tengo que ser sincero con ustedes una vez más, tal vez no vuelva a hacerlo, tal vez su vida quede relegada a una silla de ruedas.

Elena gime y yo lo hago con ella. Aris traga saliva de manera brusca y, por un momento, creo que él también se derrumbará y llorará como un niño junto a nosotras, sin embargo, no pierde su compostura. Y las palabras que dice a continuación me confirman que él está mucho más entero que nosotras y también más seguro de que Junior saldrá de esta situación.

—Sé que volverá a caminar y también sé que lo recordará todo. Junior es fuerte y logrará salir de esta. Nosotros le ayudaremos a hacerlo —dice de manera firme. Aprieto su mano para así hacerle saber que yo estaré a su lado, que yo le ayudaré en ese proceso.

—Estoy casi convencido de que así será, pero deben entender que yo tengo que hablarles también de las peores circunstancias que se pueden dar. Deben estar preparados para todo —concluye el doctor.

5

Junior

Intento abrir los ojos, pero los párpados me pesan demasiado. Escucho un pi… pi… pi… pi… a modo de melodía. Quiero tragar saliva, tengo la garganta seca, pero no puedo hacerlo, algo me lo impide. Ruedo los ojos con los párpados aún cerrados y por fin consigo abrirlos. Está bastante oscuro, tan solo una pequeña luz fluorescente sobre el cabecero de mi cama me deja entrever que estoy en la habitación de un hospital. Intento mover mis piernas, pero no puedo y empiezo a ponerme nervioso. El pi… pi… pasa a ser un pi, pi, pi, pi, pi. De pronto, la puerta de la habitación se abre y un tropel de gente entra a toda prisa abalanzándose sobre mi cama y también sobre mí.

Los escucho hablar, lo hacen como si yo no estuviera, y me mueven a su antojo. Al fin alguien pronuncia un nombre, agarrándome una mano.

—Junior. —«Ese soy yo», pienso y aprieto fuerte la mano de la mujer que acaba de decirlo.

—¿Puedes oírme? —me pregunta la misma voz, es amable y suena bastante dulce.

Aprieto de nuevo su mano para hacerle entender que sí puedo hacerlo.

—¿Estás despierto? —insiste la misma voz. Y yo vuelvo a agarrar con firmeza su mano.

—Bien. Vamos a hacerte unas pruebas. No te asustes. ¿Vale?

Presiono su mano otra vez para darle mi conformidad.

—Vamos a estabilizarlo —escucho decir a una voz ronca.

—Hay que ponerle un calmante y oxígeno. Ha entrado en taquicardia.

Un pinchazo en mi brazo derecho, una mascarilla que cubre mi nariz y mi boca y, después sueño, mucho sueño. No quiero dormir, no quiero hacerlo. Quiero que alguien me explique por qué estoy en un hospital. Quiero que alguien me explique qué me ha pasado. Y quiero que alguien traiga a Vicky.

Escucho una voz muy cerca de mi oído que susurra mi nombre, lo hace casi a modo de jadeo, la identifico al instante, esa voz podría reconocerla entre un millón de ellas. Solo Vicky dice mi nombre de esa manera.

—Junior —repite esta vez con su boca muy pegada a la mía. Siento como me acaricia la cabeza con una de sus manos y con la otra aprieta una de las mías.

Abro los ojos con algo de dificultad y frente a ellos me encuentro con esos dos mares azules que Vicky tiene en su cara, están brillantes por las lágrimas que hace rato deben haber empezado a rodar por sus mejillas; me gustaría poder pasar mis dedos por ellas y limpiarlas, pero, aunque mi cerebro da la orden de levantar mis manos, no lo consigo. Emito una especie de gruñido en señal de frustración y me revuelvo un poco en la cama.

Intento hablar, intento decir algo, pero tampoco puedo. Mi garganta está demasiado seca. Abro la boca una y otra vez, pero las palabras no salen.

—Te quiero —susurra con los labios pegados a los míos.

Cierro los ojos, saboreo su boca y también ese beso con sabor a moras negras.

«Yo también te quiero», pienso con la esperanza de que ella pueda escuchar mi mente.

—Saldremos de esta —dice con la voz rota por la emoción.

Me da un nuevo beso en los labios, y yo lo único que puedo hacer es mover mi cabeza asintiendo para decirle que sí, que saldremos de esta.

Dos años después

6

Vicky