Las 13 leyes - Gabriel Teran Ruiz - E-Book

Las 13 leyes E-Book

Gabriel Teran Ruiz

0,0

Beschreibung

En un mundo donde el estado de bienestar había llegado hasta el más recóndito lugar, sus habitantes deciden crear una empresa para exportar dicho bienestar al resto del universo. La intención es buena, solo quieren ayudar en lo posible a otros mundos en desarrollo para que alcancen el equilibrio con el menor sufrimiento posible. Sin embargo, el viaje se convierte, como no podía ser de otra forma en toda actividad humana, en la búsqueda de Dios y, el final, en el encuentro con él. Las pistas se desgranan durante el relato para terminar revelando lo que somos y lo que hemos venido a hacer aquí.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 148

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2020, Gabriel Terán Ruiz

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Irene Gaona

Portada

Vasco Lopes

Maquetación

Vasco Lopes

Corrección

Bárbara Antón

Primera edición: Enero 2021

Depósito Legal: B 22139-2020

ISBN: 978-84-18013-73-7

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

gabriel terÁn ruiz

LAS

13 LEYES

DIOS ES EN TI, COMO EN MÍ,

LA EXPRESIÓN SUPREMA

Gabriel Terán Ruiz

Nota del autor:

Nada de lo que a continuación cuento, me pertenece. Es tan solo experiencia de vida, solo información adquirida de otra gente y de algunos sueños. Ni siquiera el argumento principal «las doce leyes» es de mi invención. Tampoco es mérito expresarlo, pues lo hago torpemente, solo se salva mi intención. Escribiré con la sana intención de ser útil a los demás, mas líbrame, señor, de la vanidad.

PRÓLOGO

LAS DOCE LEYES

LA LLEGADA

EL POBLADO DEL NORTE

OIRÉ SIN JUZGAR

VARIOS LLEGAN, UNO SE VA

EL PUEBLO DEL SUR

LA DECISIÓN

RENUNCIA

CONSPIRACIÓN

ANIMARÉ SIN EMPUJAR

LOS PREPARATIVOS DEL VIAJE

DOS EN UNO

LA SEMILLA PRENDIDA

EL ENCUENTRO

DECISIÓN FORMALIZADA

LA FUSIÓN

OPCIÓN C

LA TIERRA PROMETIDA

EL REGRESO

PRÓLOGO

En un mundo donde el Estado de bienestar había llegado hasta el más recóndito lugar, sus habitantes, en su conciencia, deciden la empresa de exportarlo al resto del universo. La intención es buena, solo quieren ayudar a otros mundos en desarrollo para que alcancen el equilibrio con el menor sufrimiento posible.

Rangil es el Maestro Felicidad del segundo cuadrante, su vida había sido un ejemplo de armonía. Desde su niñez, solo tenía que recordar y aplicar todo lo que le había sucedido en los demás seres, él sabía toda la teoría, solo tenía que llevarla a la práctica.

Nacido en el continente europeo hacía casi medio siglo, en una familia de clase media y en una sociedad donde casi todo el mundo lo era, recibió de sus padres y hermana, nueve años mayor que él, todo el cariño y atención de forma natural, sin tener que destacar ni esforzarse. La bondad, por tanto, había sido herramienta suficiente para conseguir lo que quisiera en la vida. ¿Quién mejor que él que no conocía el rencor ni la maldad para la tarea de expandir la felicidad por doquier? Sin embargo, siempre hay un «pero», pues todos venimos a este mundo a aprender, sobre todo aquellos a los que infligimos la responsabilidad de llamarlos maestros.

LAS DOCE LEYES

1. Oiré sin juzgar

2. Opinaré sin aconsejar

3. Confiaré sin exigir

4. Ayudaré a los seres que me encomienden, sin decidir por ellos

5. Cuidaré de su bienestar sin anular su voluntad

6. Confortaré sin asfixiar

7. Animaré sin empujar

8. Sostendré sin hacerme cargo

9. Protegeré sin mentiras

10. Estaré a su lado sin invadirles

11. Conoceré y aceptaré sin intentar cambiar

12. No pretenderé, no forzaré, no perseguiré empresa alguna, solo por beneficio propio.

Por supuesto, él sentía hasta en lo más profundo de su alma que la felicidad era el camino como si no hubiera podido desempeñar el papel que le había sido encomendado. Rangil era sabio, la esencia de su alma era la bondad y, en su intención, nadie ni nada podía esperar de él algo negativo, creía fervientemente en su misión y tenía la firme decisión de llevarla a cabo.

LA LLEGADA

El mundo en cuestión se llamaba Nova16, algo más pequeño que la Tierra. Era el primer planeta de un sol también algo menor y contaba con tres satélites: el mayor, de los cuales no sobrepasaría la mitad de la superficie de la luna terrestre; su órbita elíptica presentaba también al planeta en inclinaciones diferentes así cuando en el norte era verano, en el sur invierno. Al ser más pequeño, la rotación total sobre sí mismo duraba solo veintitrés horas. Rangil sabía que nada de esto era por casualidad. El arquitecto de este sistema planetario, seguramente, sería el mismo que el del suyo o, por lo menos, de la misma escuela. Diferentes formas de vida con distintos estados de consciencia habitaban su espacio terrestre, que ocupaba ambos polos separados por un gran mar que abarcaba el ecuador y un meridiano a cada lado, nada más llegar, oyó.

EL POBLADO DEL NORTE

Sikandro estaba en su última fracción del turno de vigilancia cuando vio la estela del navío. Sus pensamientos sobre su amada Elba fueron dolorosamente sustituidos por la alerta en su mente. Él sabía que la rapidez era esencial y, raudo, raspó la lámina de sonido: un chirrido escalofriante salió de inmediato del metal y llenó el aire de todos los habitantes del pueblo, hasta el punto de que muchos sintieron cómo sus pulmones hiperventilaban en busca de aire más puro. Solo pasaron cinco décimas, pero a Sikandro le pareció una eternidad, Krull y Roma aparecieron los primeros. A lo lejos se intuían varias siluetas, había que empezar a actuar rápido. Sikandro, como estaba en su turno de vigilancia, ya tenía la coraza puesta, algunos vendrían de sus casas y también la llevarían otros que estaban realizando sus tareas. Deberían cogerlas del puesto de guardia, tal vez, no hubiera tiempo para esperar a los segundos. Así que en cuanto fueron más de diez totalmente equipados, cogieron las cuerdas y se dirigieron a la playa.

Ellos siempre llegaban de noche y había que impedir que llegaran al campo y se esparcieran por la comarca, ya que el daño podía ser enorme.

—Krull, coged a la mitad y esconderos en las rocas de la izquierda, tú, Roma, a la derecha. Yo me quedaré al frente, parece que es un solo barco y no muy grande, podremos hacerlo.

Para entonces, el velero casi triangular ya llegaba a la playa. Nada más al tocar la arena, sus ocupantes comenzaron a desembarcar atropellándose, pero de uno en uno, era imposible saber cuántos serían.

—¡Ahora! —gritó Sikandro y los atolondrados anguijanos sintieron como de ambos lados monstruos negros y sin ojos se abalanzaban sobre ellos y los inmovilizaban, pero seguían bajando y no había brazos suficientes.

A trompicones, uno logró abrirse paso, solo para encontrarse con el látigo de Sikandro que le abatía con destreza; otro más y usó la cuerda para atarlo. Mientras lo hacía, varios le habían sobrepasado y se aproximaban al fondo de la playa en busca del sendero. Al mismo tiempo, otras figuras negras se apresuraban a llegar donde ellos; algunas con la coraza sin poner totalmente. El fragor de la lucha. Rompió la oscuridad con gritos y alaridos de ambos bandos por doquier. Un anguijano enorme lanzó a Roma por los aires y corrió hacia la ladera.

—¡Que no escape! —gritó Sikandro y varios brazos intentaron detenerle sin éxito.

La nave dejó de expulsar su río de vida. Solo cuando los gritos se convirtieron en jadeos se apercibieron de la figura tendida a medio vestir entre los suyos. Cancho ya no respiraba cuando fueron a atenderlo. Una hendidura dejaba escapar un chorrito de sangre en la base del cuello, todos lo contemplaron con tristeza, pero, además, la responsabilidad hizo que la mente de Sikandro pensara: «Si hubiera visto la nave antes».

La caravana parecía un funeral, agotados y abatidos, empujaban a los anguijanos capturados, que se movían torpemente debido a sus ataduras. Cuando llegaron al poblado, decenas de antorchas lo alumbraban, sus mujeres e hijos los esperaban ávidos de noticias sobre la batalla. Al ver el cuerpo inerte que portaban, el pánico apareció en el rostro de varias mujeres que se acercaron nerviosas para luego apartarse en silencio. Solo Luna permaneció al lado del caído mientras varias manos la apoyaban desde atrás.

—¿Qué ha sucedido, Sikandro? —inquirió el viejo Coba.

—Era una noche sin lunas. Vi la nave demasiado tarde, Cancho no tendría que haber actuado sin terminar de ponerse la cubrenegra. No tuvimos tiempo de planificar nada, de hecho, uno de los anguijanos escapó. Ha sido un desastre, lo siento —contestó Sikandro, mientras balbuceaba.

—Que todos los niños entren en sus casas —dijo Coba a las mujeres—. Encerraos hasta que sea de día. Roma, Krull, ya sé que estáis cansados, pero tendréis que avisar a los otros poblados, mañana empezaremos la búsqueda, meted a los anguijanos en el recinto, podrán aguantar una noche sin agua ni comida.

Una especie de iglú de piedra les esperaba por una estrecha entrada donde solo cabían de uno en uno. Los anguijanos fueron soltados e introducidos sin resistencia; si había miedo en sus corazones, no lo mostraron; si había rabia, a nadie importaba, como si la resignación se hubiera hecho dueña de la noche.

El cuerpo de Cancho fue llevado a su cabaña de madera, donde sería velado por su mujer e hijos durante toda la noche. Algunas figuras permanecieron en la entrada, vigilantes. El resto decidió encerrarse en sus casas. Había que descansar, les esperaba un largo día. Guimel ya estaría, para entonces, en su puesto de vigilancia, no era probable que llegara otro navío porque lo habrían hecho juntos, pero tampoco imposible.

OIRÉ SIN JUZGAR

Rangil no juzgó, no lo hizo porque no había ningún herido entre los invasores y porque no hubo histeria entre la gente ante la muerte de uno de los suyos. No juzgó porque esos seres capaces de luchar con tanto ahínco se resignaban tan fácilmente. En lugar de juzgar, actuó. Desde la consola de su nave programó un rayo de energía relajante sobre la casa del difunto para las próximas cinco horas. Para Sikandro tenía otra idea, un foco de inducción para cuando estuviera dormido: soñaría con algo útil que le haría sentirse mejor mañana.

La sala de ejercicios de la nave medía 2x4. «Es un desperdicio», le dijeron cuando solicitó ese espacio a cambio de renunciar a un salón y un dormitorio más amplios, pero para Rangil era muy importante ese momento de conexión mente-cuerpo. Como hacía habitualmente, comenzó por los cinco katas de Heian despacio, sintiendo cada movimiento, concentrándose en la respiración. Siendo consciente, reconocía cada parte de su cuerpo y le agradecía su capacidad de movimiento de ser y de estar.Era el momento en que su mente, que todo controlaba y decidía, dejaba a su cuerpo expresarse. Era una mezcla de placer y dominio. Se sentía fuerte, dinámico. Su energía fluía libremente, depurando cada músculo, con Bassai Dai acrecentó su ritmo, pero completando cada movimiento; con Kankudai se hizo una fiera salvaje a la caza de su presa. Sudaba por cada poro de su cuerpo, pero se sentía limpio, su mente solo albergaba paz, nada le preocupaba. El éxtasis dio paso a la relajación y después de una ducha de aire cien veces filtrado se dispuso a degustar su cena. Todos los productos tenían la forma y el sabor de los originales que él recordaba, pero no quería pensar como conseguía hacerlos el dispensador de alimentos. Se limitó a elegir del amplio menú algo ligero y sabroso que le permitiera irse pronto a dormir.

Cuando comía acompañado y embargado en una conversación, prefería disfrutar de ello, pero ahora, en soledad, se concentró en cada bocado sintiendo su sabor y, como alimentaba su cuerpo, sabía que así su estómago se preparaba para hacer su función y la digestión sería rápida. Aunque tenía películas y libros en su nave, no necesitaba ninguna distracción, era espectador directo del más maravilloso espectáculo, la vida. Programó, por tanto, tres horas de sueño en su mente, la limpió de todo pensamiento, hizo una respiración profunda y se quedó dormido al instante. Rangil era en parte un rebelde, aceptaba y disfrutaba de la tecnología de su mundo, pero desde niño no quiso ser dependiente de ella. Así que el inductor de sueño permaneció desconectado, del resto ya se encargaría Esperanza, su OC personal.

Despertó desperezándose lentamente, estiró sus extremidades, mientras permanecía en la cama, sin incorporarse echó un vistazo fuera, aún no había amanecido, así que aprovechó para incorporar a su nuevo día a todos sus seres queridos: uno a uno los iba saludando. Uno a uno los visualizó felices, recordándolos en algunos momentos vividos con él. Y luego, la imagen de su padre prevaleció: un hombre inquieto, un inventor que había encontrado, en el trabajo, el sentido a su vida. «No podemos controlarlo todo —le decía—, las posibilidades de este mundo son como el cauce de un río y la vida como las aguas que lo colman. Podemos jugar a hacer presas para tener nuestras necesidades cubiertas durante un tiempo, podemos retener el agua en nuestras manos para contemplarla y saciar nuestra sed, pero al igual que el río, siempre buscará fluir hacia el mar. Nosotros debemos dejarnos llevar por la vida hacia nuestro destino, podemos parar a deleitarnos un tiempo en lo que nos agrada y luego, más tarde, a sufrir su pérdida, pero no en exceso, pues la vida nos aguarda con nuevos retos, nuevas vivencias que experimentar. No gastes tu energía tratando de tenerlo todo colocado, pues cada día es toda una vida y a la mañana siguiente te darás cuenta de que nada está en su sitio. Sé útil para ti y para los demás, pero no detengas en su camino a los otros para tu deleite. Disfruta de los que están en tu mismo camino, deja que el río siga su cauce, pues todo aquello que pretendas se volverá contra ti».

Abrió los ojos al presente para darse cuenta de que el sol del planeta preparaba ya su tarea diaria de alumbrar las vidas de animales y hombres. Las plantas giraban sus hojas en pos de él, ávidas de la luz que las enverdeciera y la tierra vibraba ligeramente, desperezándose al paso de sus rayos.

VARIOS LLEGAN, UNO SE VA

Antes de que los mayores llegaran al poblado, la pira funeraria ya estaba preparada. Los padres de Cancho habían sido avisados al amanecer solo para dar el último adiós al cuerpo de su hijo. La madre de Luna se acercó a la cabaña para abrazar a su hija, todos los habitantes del poblado estaban allí, algunos de otros vecinos también. Nadie se apercibió de que una nave de otro mundo colgaba del cielo a cinco mil metros de altitud.

Coba no era ni el más viejo ni el más sabio, solo el elegido para dirigir las tareas durante ese ciclo lunar, cuando el cuerpo de Cancho estuvo sobre la madera entretejida, Coba habló:

—Hoy es un día triste para todos, pues a partir de ahora cuando hablemos con Cancho, no podremos escuchar sus comentarios al respecto, no podremos oír sus bromas ni sus enseñanzas y eso es una gran pérdida. Él compartió con nosotros todo lo que había aprendido, especialmente, sus hijos: Dancho y Una son tan hábiles como él en numerosas tareas, pero nos perderemos la perfección que habría alcanzado en ellas. Ahora está al otro lado. Sabemos que cuidará de nosotros, que vigilará nuestros campos y hogares, y a cambio, permanecerá en nuestros recuerdos, en nuestras vidas cotidianas. Su familia más próxima lo llevará siempre, pero los demás hablaremos de él y con él, aceptando su silencio hasta que vayamos al otro lado y nos diga qué tal lo hemos hecho. Le honraremos disfrutando de todas las cosas que hizo, haciendo próspera esta ciudad que él ayudó a crear. Luna, Dancho, Una, todos os querremos un poco más para mitigar su falta.

Terminó diciendo a los más jóvenes:

—A mediodía, cuando las principales tareas estén concluidas, practicaremos el juego de Boo alante boo atrás que a él tanto le gustaba.

Cuando solo quedaron cenizas, uno a uno cogió un puñado con sus manos y las esparció por los lugares que a él más le gustaban. De esta forma, ocupó mar y tierra por doquier.

Todos hubieran preferido perderse por la comarca pisando los pasos de él, pero había tareas que no podían esperar. Coba, muy a su pesar, empezó por organizar la salida de los anguijanos. La primera en salir fue una hembra joven asustada y cegada por la repentina luz, con firmeza, pero sin rudeza la condujeron a una especie de pila llena de agua. Su mano extendida mostró el aguijón de unos tres centímetros de longitud que portaba en su dedo más pequeño. Por lo demás, aparte de su indumentaria sucia y raída, no se diferenciaba de la gente del poblado. Cuando una especie de cuchillo apareció ante sus ojos, no pudo evitar un alarido que ensombreció los corazones de los sianos y heló el de los anguijanos. No había tiempo para remilgos, mientras cuatro manos sujetaban su brazo, Sikandro lanzó un certero golpe que cercenó el aguijón desde su base separándolo de donde había nacido. Rápidamente, envolvieron el dedo con una gran hoja de la planta que poblaba cada rincón del lugar y la muchacha fue conducida al lugar donde varias mujeres esperaban arrancándose partes de cabello e introduciéndolos en burdas agujas de hueso pulido. Mientras ellas cosían la herida abierta de la chica, otros anguijanos fueron pasando por el mismo periplo, al final, veintitrés entre hombres y mujeres fueron introducidos en una amplia cabaña rectangular de gruesas paredes de madera y diminutas ventanas. Constaba de una sola estancia, varias literas de tres alturas que ocupaban las paredes y una gran mesa en el centro de apenas cuarenta centímetros de altura. Eran los únicos muebles en una esquina, un retrete y una pila con desagüe estaban separados por una cortina de tiras de corteza seca, el suelo era de arena de playa y el alto techo un tillado de madera cubierto con finas losas grisáceas. Por la rampa que salvaba el profundo foso que la rodeaba y que estaba enfrente de la pieza movible que servía de entrada les hicieron llegar comida, agua y utensilios de limpieza.