Las Aventuras de Cristaldo en la Cancillería Imperial - Francisco Javier Devia Aldunate - E-Book

Las Aventuras de Cristaldo en la Cancillería Imperial E-Book

Francisco Javier Devia Aldunate

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  • Herausgeber: EDP SUD
  • Kategorie: Lebensstil
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

Las Aventuras de Cristaldo en la Cancillería Imperial es una novela ficticia, de corte humorístico, en donde imperan el idealismo, el realismo, las intrigas y el romance, en una época tan especial como lo fue el siglo XVIII. Cristaldo es un ingenuo joven, nacido en una lejana colonia del sur, de un Imperio en plena decadencia, quien, motivado por sus sueños, decide postular a la Academia Diplomática. Por su condición de hijo ilegítimo, la idea de ser aceptado en esa Academia ya era descabellada. Asimismo, debe competir con jóvenes provenientes de familias nobles y/o acaudaladas. A su vez, tendrá que encarar los prejuicios del establisment diplomático. En su examen de admisión, se verá enfrentado a responder una pregunta que no ha sido resuelta durante décadas. ¿Será capaz?

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LAS AVENTURA DE CRISTALDO EN LA CANCILLERÍA IMPERIAL

© Francisco Javier Devia Aldunate

Corrección de estilo: Ana María Valencia Spoljaric.

Diseño de Portada: Juan José Zalaquett Bustamante

EDP SUD es un sello editorial del grupo CANOPUS

[email protected]

Rafael Cañas 16, Of. D, Providencia

Santiago de Chile

Primera edición, enero 2023

ISBN epub: 978-956-6230-02-1

Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización por escrito de los editores o el autor.

Resumen

El joven Cristaldo, proveniente de una remota provincia del sur tiene un gran anhelo: estudiar en la Academia Diplomática y de este modo, ingresar a la Cancillería Imperial. Con sus sueños y aspiraciones arriba a la imponente capital de su reino, para encontrarse con una sociedad que no lo acepta por su condición de mestizo y colono. Sufre además la velada oposición del establishment diplomático, siempre celoso de su tradición y herencia.

Pese a lo anterior, Cristaldo no se amilana y empieza su aventura, teniendo como insignia sus ideales y valores, en un siglo lleno de contradicciones como lo fue el XVIII, en pleno cuestionamiento del absolutismo monárquico producto de las ideas de la Ilustración y de sus respectivos movimientos revolucionarios.

Las aventuras de Cristaldo en la Cancillería imperial es una novela de corte humorística, pero que también reúne elementos propios de la intriga, donde se suceden encuentros y desencuentros de carácter amorosos, entremezclados éstos con episodios reales de la historia universal junto a las vicisitudes propias de la vida o carrera diplomática, conceptos ambos -vida y carrera - que se encuentran indisolublemente unidos en esa profesión.

Francisco Javier Devia Aldunate(Santiago, Chile, 1966).

Abogado y Magíster en Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Diplomático de Carrera. Se ha desempeñado en las Embajadas de Chile en Filipinas, Túnez, Perú, Croacia, en la Misión Permanente de Chile ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y hoy se encuentra acreditado en España, como consejero de la embajada. En Santiago, fue Jefe del Departamento de Asuntos Marítimos; de la Unidad Perú y Jefe de División de las Direcciones de Política Consular y Dirección de Seguridad Internacional y Humana.

Expresidente de la Asociación de Diplomáticos de Carrera (ADICA).

Corrección de estilo: Ana María Valencia Spoljaric.

Diseño de Portada: Juan José Zalaquett Bustamante

Índice

Prólogo

Introducción

Palabras de la Fundación Las Rosas

Capítulo I: Cristaldo y sus sueños

Capítulo II: Un polémico nacimiento

Capítulo III: Las amígdalas

Capítulo IV: La fiesta en la taberna de doña Aldonza

Capítulo V: El regreso

Capítulo VI: La Dirección del Ceremonial y Protocolo

Capítulo VII: Sara, la doncella del sur

Capítulo VIII: Almuerzo de DIPRO con viceministro y director ACADE

Capítulo IX: El pogromo y el Barrio Judío

Capítulo X: Viaje a Boston

Anexo 1: El discurso

Anexo 2: Cristaldo IV Junior y el emir

Prólogo

Cuando hace unos años Francisco me pidió prologar Cuentos y Anécdotas del Old Friends Pub, señalé que me parecía que estábamos ante un novel autor caracterizado por su capacidad de recordar y reproducir armoniosamente hechos y situarlos en un contexto ameno y real. Y efectivamente, creo que con esa obra Francisco obtuvo su patente de corso en la especialidad de narrador o cronista.

Sin embargo, eso parece no haberle satisfecho a nuestro, ahora menos novel, autor. En esta, su nueva obra, Las aventuras de Cristaldo en la Cancillería Imperial, Francisco ingresa al campo de la novela de una manera audaz y, sin embargo, tímida.

La apasionante historia, situada temporalmente en el siglo XVIII, sobre el hijo ilegítimo de un comerciante de colonias que ingresa al Servicio Exterior, postulando al concurso de la Academia Diplomática para, luego de ganar el mismo, cursar en dicho Instituto e iniciar su trabajo en la Cancillería Imperial hasta su primera destinación, constituye un relato que combina el humor, la inteligencia y la agudeza, siendo en ello ayudado por un estilo literario liviano y conciso.

En mi caso personal, como nativo de una provincia del sur de Chile —un raro ejemplar dentro del centralizado Servicio Exterior chileno—, puedo entender especialmente las dificultades de nuestro protagonista para aclimatarse en la capital imperial.

Al mismo tiempo, estoy cierto que Cristaldo ha de haber vivido otras aventuras en sus cursos en la Academia Diplomática. Particularmente, con aquellos estudiantes de intercambio que, procedentes de otros Estados, venían a aprender las particularidades del servicio del Imperio.

Por todo ello, debo decir que he disfrutado especialmente la excelente novela de Francisco, la cual también me ha angustiado. Enefecto, para quienes conocemos la realidad de la diplomacia y de la política exterior de nuestro país, las andanzas humorísticas de Cristaldo y sus compañeros de promoción adquieren un carácter dramático y cuasitrágico. La Cancillería Imperial expone sus miserias y sus vicios en un cuadro que explica fácilmente los fracasos y la sensación de decadencia que trasunta su acontecer.

En este sentido, la novela es de indudable actualidad en la medida que nos cuenta la historia de una Cancillería en declinación en un Imperio (¿país?) disminuido. Hoy, el territorio nacional es 18.500 kilómetros cuadrados menor que el que recibieron quienes se hicieron cargo de los destinos de Chile en 1990; y estas pérdidas concretas, todas achacables a la Cancillería, permiten entender la melancolía general de una obra originalmente satírica que adquiere un contenido cuasitrágico.

Pero es aquí donde la gravedad no debe impedir el disfrute. Cristaldo y sus amigos sufren la decadencia, pero tienen también la oportunidad de transformar la realidad para lograr una mejor Cancillería Imperial, lo cual redundará en un mejor Imperio (¿país?).

Por ello, estoy seguro que esta será solo la primera de una saga novelada que, junto con contarnos la vida funcionaria de Cristaldo en la Cancillería Imperial, nos permitirá enfrentar con humor las desidias y las desventuras pasadas y futuras de estos servidores públicos movidos principalmente por el amor y entrega al Imperio (¿país?).

En efecto, la última y permanente lección de la novela y de la realidad es que en el cambiante y pacífico mundo del siglo XVIII —muy parecido en eso al siglo XXI— una Cancillería eficiente es la clave para el progreso del Imperio (¿país?).

Así pues, estimado lector, usted puede abordar esta excelente novela consciente de que las lecciones del pasado constituyen el aprendizaje del presente y ese quizás es el mejor mérito de este Cristaldo.

Raúl Sanhueza CarvajalMinistro ConsejeroMinisterio de Relaciones Exteriores de Chile

Introducción

Esta novela ambientada en el siglo XVIII, cuyos hechos transcurren en un imperio ficticio, narra las vicisitudes de Cristaldo, un joven proveniente de una colonia ubicada en el extremo sur de ese imperio, quien pretende ingresar a la Academia Diplomática de su reino.

Su condición social y económica, una limitante objetiva para la época, no le impide soñar con realizar tal empresa; incluso encontrando una férrea oposición del establishment diplomático como de otras personas, en especial, de Isadora, la hija del director de dicha Academia Diplomática.

El propósito principal de esta figura literaria es entretenerlo, pues es difícil esbozar una sonrisa con las noticias y acontecimientos divulgados por los medios de comunicación en estos días, tanto a nivel local, nacional y mundial, que no son del todo promisorios.

A mi juicio, la pérdida de la alegría y del sentido del humor es un asunto serio y grave —vaya paradoja—, porque la risa, además de ser beneficiosa para quien la disfruta, facilita las relaciones humanas en todos los ámbitos.

Recuerdo que conversando una vez con un académico de la India, le consulté por qué varias películas de Bollywood finalizaban con bailes y carcajadas. Me respondió en forma muy simple: «en mi país la vida es lo suficientemente dura como para tener que retratarla tal cual es. Por eso, al final de una película india debe haber escenas alegres y esperanzadoras».

En mi caso personal, compartir historias y anécdotas con mi familia, mis amigos de Chile y del extranjero, es un bien invaluable, que ninguna persona en este planeta puede comprar, ni siquiera un generoso estímulo de Bill Gates. La risa alegra el espíritu y a su vez es un sano remedio cuando nos enfrentamos a situaciones adversas.

La idea de escribir esta novela, surgió en parte por una serie de desavenencias con algunos próceres ministeriales y por la defensa que hice de lo que considero el sagrado derecho a la libertad de expresión: decidí consagrar parte de mi tiempo libre en esta nueva aventura, la cual confío sea una contribución positiva para aquellos que buscan y necesitan un momento de humor y esparcimiento. Pretendo que este cuento-novela sea leído en diversas partes del mundo y, en algunos casos, en sitios donde la risa no impera, tales como una estación de metro o bus, un hospital, una clínica, una biblioteca, etc.

Considero relevante señalar que el total de los ingresos provenientes de este libro irán en beneficio de la Fundación Las Rosas (www.fundacionlasrosas.cl), con lo cual al adquirir este libro estará contribuyendo con una causa justa y solidaria.

Para finalizar esta breve introducción, cito al papa Francisco:

«El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular».

Palabras de la Fundación Las Rosas

Hace 55 años que Fundación Las Rosas nació con una misión que bien resumió su primer capellán, el padre Sergio Correa Gac: “El meollo de la Fundación, es que la gente se vaya al Cielo”.

A la par de acoger, alimentar y de entregar todos los cuidados necesarios a las personas mayores más desvalidas del país, la profunda motivación de la Fundación siempre ha sido la de acompañarlas al encuentro con el Señor.

Ha sido importante el crecimiento que ha experimentado esta entidad caritativa desde empezó a funcionar a fines de los años ’60. Con el paso de los años, fue necesario profesionalizar su trabajo y fortalecer su administración, una que hoy está a cargo de gestionar el bienestar de más de 2000 personas mayores, acogidas en los 28 hogares presentes en siete regiones del pís.

Pero la misión ha permanecido intacta durante todo este tiempo, gracias a la entrega de capellanes, congregaciones religiosas y de laicos dispuestos a apoyar esta misión.

Es en este último punto en el que se quieren detener estas líneas. Siempre han estado ahí esos corazones generosos y desinteresados de personas naturales, las que no han dejado de golpear las puertas de la fundación para donar el fruto de su esfuerzo y para compartir nuevas formas de ayudar.

Una de ellas, es la que está entregando el señor Francisco Devia Aldunate, quien al donar las ganancias que se obtengan por la venta de su libro “Las Aventuras de Cristaldo en la Cancillería Imperial”, está contribuyendo a la sostenibilidad de Fundación Las Rosas.

Agradecemos su enorme generosidad y su interés en ayudar a la manutención de quienes nada y a nadie tienen.

Capítulo I

Cristaldo y sus sueños

Cuando llegó Cristaldo a la capital del imperio, se encontró con un escenario nuevo y desconocido. La empobrecida colonia del sur, su tierra de origen y residencia, era un lugar ignoto y lejano para la nobleza de un imperio en franca decadencia, pero que conservaba el amor al abolengo y al lujo como parte de su existencia cotidiana.

Por ello, el que un mestizo de una de sus colonias −la más arruinada para ser exactos− pretendiese ingresar a la Academia Diplomática del imperio era un acto inédito, temerario, más propio de una mente ignorante y enfermiza que de una persona en su sano juicio.

Para mayor dificultad, Cristaldo era hijo ilegítimo de don Pablo Emilio, un reconocido comerciante de su ciudad. A pesar de que la ilegitimidad era una situación desafortunada en una sociedad tan conservadora, Cristaldo era apreciado por su padre, pues conseguía algo que parecía imposible: hacerlo sonreír, desafío meritorio dado el carácter irascible de este último.

El comerciante González −hoy sería considerado un empresario pionero por sus proyectos futuristas− presidía una respetada familia, constituida por su mujer y tres hijos. Lamentablemente, sus integrantes no tenían buena relación con Cristaldo, por haber sido el resultado de un accidente extramarital que mancillaba el buen nombre familiar. Con todo, se guardaban esos sentimientos por temor y respeto a don Pablo Emilio.

No obstante lo anterior, Cristaldo estudió y trabajó al alero de su padre, lo cual le permitió ganarse su sustento, pudiendo ahorrar lo suficiente para comprarse un pasaje en barco, solo de ida, a la capital del reino. Su finalidad: postular a la Academia Diplomática del imperio.

Y así fue como a la edad de 22 años, delgado, con su pelo negro azabache, rizado y poco aseado, vistiendo un estrambótico traje de gala, sin más que un par de maletas y su habitual dosis de optimismo, zarpó el inefable Cristaldo rumbo a su odisea personal.

La madre, quien vino desde el autoexilio a despedirlo −luego del nacimiento de Cristaldo se había recluido en un convento−, se deshizo en muestras de cariño. Tanto era su entusiasmo que lo empujó con tal fuerza que lo desestabilizó, provocando que una de sus dos maletas se abriese, saliendo disparadas al exterior dos de sus prendas más exclusivas e íntimas, cuyos formatos y tonalidades causaron el murmullo de reprobación de algunos pasajeros −por la audacia de los colores−. Un avergonzado Cristaldo apiló en forma precipitada su ropa o «pilchas», intentando vanamente ocultar su lencería masculina, la cual seguía siendo objeto de mofa por parte de los pasajeros.

Contrariamente a la efusividad de la madre, don Pablo Emilio se limitó a extenderle fríamente su mano, deseándole buen viaje, con una advertencia propia de su temperamento:

−¡Si fracasas, hazme el favor de no regresar!

−¡Gracias por tan auspiciosas palabras, querido padre! −fue la respuesta del vástago−. Las tendré presentes el día de mi examen de postulación. Serán, sin duda, un aliciente, una hoja de ruta. −Agregó, además−: Dele mis respetos a su familia, que imagino no pudieron venir por compromisos previos e ineludibles.

−No seas burlesco y sube de una vez al barco, que está a punto de zarpar.

Extensa y fatigosa fue la travesía que soportó nuestro protagonista, pues el capitán del barco cambió el itinerario previsto para hacer más rentable el viaje. Atracó en cuanto puerto fue conveniente para acrecentar la carga del navío y, con ello, el flete.

Esto dio tiempo a Cristaldo para aquilatar los efectos de una decisión −la de partir sin retorno− que había sido ponderada por la razón, pero en la que también habían interactuado sentimientos. No es fácil de la noche a la mañana dar por concluido un estilo de vida para comenzar una ocupación o profesión de la cual no se sabe o comprende mucho.

Para Cristaldo, la diplomacia se parecía mucho a las novelas de aventuras a las cuales era afecto. Recorrer el mundo representando a la Corona y defender a sus súbditos en lugares desconocidos e inexplorados, era lisa y llanamente una quimera.

Pero, ¿cómo ingresaría un oscuro mestizo criollo, cuya personalidad, además, no encajaba con los moldes de la etiqueta y cortesía, a una Academia Diplomática celosa de su tradición y selección? El establishment diplomáticono vería con buenos ojos tal iniciativa.

¿Quién había inoculado semejante propósito en la candorosa cabeza de nuestro joven protagonista? Según sus palabras, habría sido fruto de conversaciones con su abuela materna, mujer distinguida, que en forma esporádica se refería a sí misma como «hija de cónsul», hecho que le causaba extrañeza, pues no entendía el significado de aquello. Incluso, en un primer momento, confundió esa figura con la de Julio César, cónsul y emperador romano, por lo que pensó que quizás su abuela era hija del mismísimo Julio César y, en consecuencia, de una vejez inconmensurable, casi inmortal. Sus dudas fueron disipadas con una fuerte reprimenda por parte de la involucrada.

A su vez, un amigo le recordó que durante su etapa escolar Cristaldo insistía en que su futuro se desarrollaría en el extranjero, porque necesitaba aprender de otras personas y culturas. Por su parte, dicho amigo replicaba que él sería pintor y también se iría de la colonia del sur, pues así estaba escrito en las estrellas.

Pero, ¿habría otra causa en el alma de este iluso? Lo sabremos a su debido tiempo.

La pregunta

Nerviosos se encontraban los postulantes que habían conseguido las mejores calificaciones en el concurso de oposición y antecedentes realizado para ingresar a la Academia Diplomática, en el año de 1774 de Nuestro Señor.

Las preguntas fueron variadas y diversas, comprendiendo desde historia, geografía, política exterior, economía del imperio, idiomas, entre otros temas de interés de la Corona y de los profesores.

Luego de un mes de exámenes, llegaba la recta final: la entrevista con el director de la Real Academia y autoridades de Cancillería. Estaba programado que ingresarían los seleccionados, como en el matadero, de acuerdo al orden de sus respectivas notas. Diez serían los afortunados.

De más está decir que en aquella época solo podían postular jóvenes varones provenientes de familias nobles o acaudaladas. Por ello, la presencia de Cristaldo no pasó desapercibida, ni para los postulantes ni para los profesores.

Los alumnos ingresaban, con el corazón en la mano, a la oficina del director. Algunos iban más confiados que otros, pues ingenuamente pensaban que con sus vínculos y conexiones familiares sería posible acceder a tan mentado santuario diplomático.

Sin embargo, el director de la Real Academia, embajador Héctor de la Vega y Castillo, era una persona que privilegiaba el mérito por sobre otras consideraciones, y en consecuencia, nadie vendría a decirle quién debía o no ingresar a su Academia. Este director −de viejo cuño− era un fanático católico, apostólico y romano, por lo que aborrecía cualquier atisbo de liberalismo. Asimismo, era un tozudo defensor del statu quo ymostraba un férreo carácter en el trato diario, aunque era justo en sus resoluciones.

Por ello, una vez que terminó el examen de su sobrino (en ese tiempo no existía el mecanismo de la implicancia o recusación, por lo cual el nepotismo era una práctica tolerada), decidió que era la oportunidad propicia para formular «la pregunta», un temido e inveterado hábito de los directores cuando estos deseaban finalizar un proceso de selección.

Uno a uno fueron saliendo enmudecidos y con rostros llorosos los postulantes que siguieron al aludido sobrino. Fueron exterminados como moscas. Nadie comprendía las razones para terminar intempestivamente con este proceso. ¿Sería una forma anticipada para eliminar cualquier posibilidad de que «el colono» aprobase su examen? ¿El establishment se pronunciaba? Nada es descartable en este mundo.

El ujier de la sala del director elevó su voz para llamar por su nombre a Cristaldo, quien presuroso se levantó de su asiento para ir a dar su entrevista. El ambiente era de por sí intimidatorio: don Héctor de la Vega y Castillo, situado en la cabecera de una enorme mesa, rodeado por vistosos caballeros, daba la impresión de estar ante la mesa del rey Arturo.

−Acercaos, joven, y explicadnos quién sois y por qué queréis ingresar a este lugar.

Cristaldo explicó en forma honesta quién era y sus razones para postular.

Luego, vino la etapa de las preguntas. La primera fue por qué en el idioma francés no había conseguido una calificación sobresaliente o, al menos, superior al resto de los postulantes.

−¿No le gusta ese idioma, don Cristaldo?

−Claro que me gusta, pero me falta práctica. Si soy destinado a Francia o a alguna de sus colonias, aprenderé con mayor fluidez dicho idioma, se lo aseguro. −Y con esa ironía propia de la edad, expresó, sin que nadie se lo pidiera−: Las francesas son atractivas, por lo que será un aliciente.

Este último comentario provocó la risa soterrada de uno de los presentes, quien al ver la cara descompuesta del director, optó por lo saludable: extinguirla.

Como es costumbre en estos casos, nunca falta un funcionario servil y rastrero que olfatea el olor a sangre. En este caso, era el embajador Wilfredo de Castro, quien manifestó:

−¿Y qué hacía usted en la colonia del sur?

−Era abogado y ayudaba a mi padre en sus negocios.

−¿Y por qué venir desde tan lejos? ¿Le iba mal con sus clientes?

Esto provocó la algarabía de los asistentes, quienes, además, consideraban inapropiado que un mestizo y criollo del sur ocupase el puesto que debiera corresponderle a un noble.

−Me iba bien y era respetado por mis pares. Pero, ¿sabe qué, Excelencia? Decidí cambiar, pues pienso que es más valioso el poder defender los intereses del reino que los derechos privados o particulares. No sé si su excelencia piensa del mismo modo.

Silencio en la sala. «¡Pero qué se ha creído este cretino! Exijo una reparación», pensó el embajador Wilfredo de Castro, pero el director de la Real Academia, quien adivinó las intenciones de su subordinado, señaló:

−Veo que tiene personalidad, don Cristaldo. Veamos ahora si tiene conocimientos. Le formularé «la pregunta». Como usted sabe, existe el compromiso de guardar reserva de la misma. Nadie, desde antes de que se construyese este edificio, ha sido capaz de responderla.

−Y si es así, señor director, ¿por qué la siguen formulando y, en vez de ello, mejor la explican? ¿Este no es un lugar donde debiera instruirse a sus alumnos?

«Se jodió este cabrón», pensó alegremente el embajador Wilfredo de Castro.

−Usted no es nadie para dar tal consejo, joven. Nadie se lo ha pedido. Usted es un simple postulante. Por lo tanto, se limitará a responder y punto.

−Por supuesto, señor director, avec plaisir.

En un acto propio de una obra teatral, el director de la Vega se levantó de su asiento y, señalando la pared que tenía a su diestra, le preguntó a Cristaldo:

−¿De qué color es esa pared?

Silencio conmovedor.

Como una manera de aminorar la impertinencia de Cristaldo, cabría agregar que, salvo el director, nadie en esa sala conocía su respuesta. «La pregunta» era una tradición oral entre los directores, cuyo secreto se llevaban a la tumba.

Cristaldo respiró hondo y, mirando fijamente la muralla, recordó sus viajes por el Valle Central de la colonia, su familia, sus amistades y el amor no correspondido de una doncella cuyo rechazo le había significado una prematura «invalidez sentimental». Quizás, ese justificado rechazo −que será materia de otro capítulo− podría ser otra razón de su presencia en esa instancia.

Luego de estos devaneos, Cristaldo evaluó rápidamente las posibles respuestas: si afirmaba que era blanca, el servicial embajador Wilfredo de Castro diría que era crema. Si sostenía que a su juicio era gris, el calvo o pelado de la izquierda diría que era blanco invierno. Además, existía una línea roja en la parte superior de la muralla o pared, por lo cual no cabía una contestación categórica. ¡Vaya dilema! Ahora entendía por qué todos reprobaban con «la pregunta».

−Muy bien, señor Cristaldo, puede retirarse −señaló el embajador de la Vega.

−Disculpe, señor director, aún no he terminado.

−¿Cómo dice? −y con un sonrisa sarcástica agregó−: ¿Ni siquiera ha empezado?

−Deme dos minutos más, por favor.

−No, no se los daré. Retírese.

−En ese caso, le daré mi respuesta, y le pido disculpas por no elaborarla con mayor precisión.

Poniéndose de pie, nuestro oscuro protagonista se dirigió al auditorio con voz grave, casi ampulosa, y para darle más dramatismo a sus palabras, apuntó con su dedo índice a la aludida pared: «el color de esa pared será el que más convenga a los intereses generales y permanentes de la Corona. Como sabemos, esos intereses son estudiados, analizados y diseñados por su majestad, nuestro glorioso y omnipotente rey, y son ejecutados por su Cancillería, a la cual sus excelencias sirven y a la que confío servir algún día».

Dicho lo anterior, se sentó Cristaldo con su fina e irónica sonrisa, acto que no pasó desapercibido al embajador Wilfredo de Castro.

−Puede retirarse −le indicó el director.

Y así lo hizo nuestro héroe, con las reverencias de rigor.

Perpleja y expectante quedó la audiencia, pues no existía certeza de si la respuesta había sido la correcta.

−Hoy hemos finalizado. Los restantes postulantes deberán presentarse mañana temprano. La próxima semana publicaremos la lista de los seleccionados −aseveró don Héctor de la Vega.

Mientras se retiraban los asistentes, el impaciente embajador Wilfredo de Castro interpuso su maloliente humanidad en el camino del director, deteniéndole para expresarle que la actitud del «colono» había sido desafiante, descortés y que merecía una reprimenda pública.

Don Héctor de la Vega lo observó directamente a los ojos: