Las fantasías del millonario - Jan Colley - E-Book
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Las fantasías del millonario E-Book

Jan Colley

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Beschreibung

Habían compartido una noche de increíble pasión y, desde entonces, el magnate Lewis Goode no había conseguido quitarse de la cabeza a Madeline Holland. Por suerte para él, una reciente adquisición de su empresa lo había convertido en su nuevo jefe.Pero Lewis sabía que Madeline preferiría dimitir antes de que nadie creyera que había llegado hasta donde estaba acostándose con sus superiores. Así pues iba a tener que utilizar todas sus dotes de negociador para no perderla como empleada... ni como amante.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Janet Colley

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Las fantasías del millonario, n.º 4 - mayo 2022

Título original: Billionaire’s Favorite Fantasy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-526-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Es un gran placer presentar a Madeline Holland, nuestra nueva directora de operaciones, con sede en Sydney –a medida que se apagaban los aplausos, el presidente en funciones miró por encima de sus gafas hacia el sitio que ella ocupaba a la mesa–. Por favor, háblenos un poco de usted, querida. Sé que ha pasado muchos años con Global Hospitality…

Madeline le devolvió la sonrisa, se alisó la falda de color borgoña y comenzó a levantarse.

De pronto la puerta se abrió y chocó contra su tope con un sonido fuerte. Todos los ojos giraron para observar la fuente de la intrusión.

A su lado, Madeline sintió a su mejor amiga, Kay, ponerse tensa y prepararse para incorporarse.

Kay era directora regional de los tres Hoteles Premier en Queenstown, Nueva Zelanda, de modo que la seguridad entraba en sus competencias.

Un hombre alto, delgado, vestido impecablemente, se hallaba en el umbral sosteniendo unas cuantas carpetas. Madeline lo miró a la cara y sintió un nudo en la garganta. ¡Santo cielo, era él! Su amante de ensueño de la noche anterior.

La descarga de adrenalina la sacudió hasta los pies. Se le congeló la sonrisa al verle el pelo rubio oscuro y levemente largo, la sombra de barba de un día estilo modelo, la nariz aguileña y el marcado labio superior. Cerró los ojos, recordando unos hipnóticos ojos verdes, nublados por la pasión pero en ese momento ocultos detrás de unas gafas de sol.

«No, no, no…».

Volvió a sentarse y rezó para que la tragara la tierra. Se preguntó si él habría sabido quién era ella. Mientras se retorcía en sus brazos fuertes durante la noche, ¿habría estado pensando, incluso entonces, en estropear esa reunión privada?

Se encogió en su asiento.

El hombre miró brevemente alrededor de la mesa de juntas y avanzó.

–Buenas tardes, damas y caballeros. Me llamo Lewis Goode –comenzó a repartir carpetas.

Madeline mantuvo la cabeza gacha y se preguntó si la reconocería. ¿Sonreiría, satisfecho en el conocimiento de que la había visto sin ropa, inhibiciones y coherencia? El corazón le martilleó.

Con las manos ya vacías, fue hacia la cabecera y le ofreció la mano al presidente en funciones, quien esbozó una amplia sonrisa y ocupó un sillón al costado de la mesa.

Lewis Goode se quitó las gafas de sol, las guardó en un bolsillo interior, alzó la cabeza y estudió la mesa.

–Algunos de los presentes me conocen.

Dedicó una sonrisa fugaz a los seis primeros sitios a ambos lados y más próximos a él. Luego alzó la cabeza para abarcar al resto del Comité Ejecutivo.

Madeline se encorvó aún más. Ni siquiera debería estar allí, ya que no formaba parte de dicho comité. Tampoco Kay, pero como era quien organizaba la conferencia anual en Queenstown, había solicitado permiso para asistir y llevar a Madeline para ser presentada como la miembro más reciente del equipo.

–Para los que no me conocen –continuó–, ahora soy el accionista mayoritario y nuevo presidente ejecutivo del Grupo Hoteles Premier.

Una exclamación de sorpresa se elevó desde la mitad de la mesa en la que se hallaba Madeline, aunque la mayoría de los directores que ocupaba la parte de delante no se mostró sorprendida. Sin embargo, ella tuvo que luchar consigo misma para no soltar un gemido en voz alta.

Se había acostado con su nuevo jefe.

–Ayer por la mañana –continuó Lewis–, la Comisión de Garantías e Inversiones de Australia aprobó la absorción corporativa que inicié hace un año. A todos los del consejo que me apoyaron, les doy las gracias. A los que no lo hicieron… –calló ominosamente mientras los invitados miraban de reojo hacia la parte frontal de la mesa– no hay nada que admire más que la lealtad… hacia mí. Si no pueden comprometerse a eso, entonces sólo tienen que dejar clara su posición y me encargaré de que reciban una indemnización justa.

Todos los ojos escrutaron las caras implacables de los ejecutivos del consejo.

–Como con cualquier absorción, nos lanzamos a un período de asentamiento –prosiguió–. Habrá exámenes y a todos los ejecutivos se les requerirá que vuelvan a solicitar sus puestos.

Su amiga Kay se volvió hacia ella con una expresión de consternación y disculpa en la cara por haberla convencido de dejar un trabajo muy bueno por el puesto en los Hoteles Premier.

–Salvo –explicó Lewis– para el hombre al que he sustituido, Jacques de Vries, cuyo contrato queda finalizado con efecto inmediato –otro jadeo colectivo, puesto que de Vries era una figura icónica, el fundador de esa enorme empresa hotelera multinacional–. Y… –hizo una pausa y miró a Madeline– Madeline Holland, que asumirá su puesto de directora de operaciones, en la división de Australia y Nueva Zelanda, según lo planeado.

Madeline soltó el aliento contenido y desvió la vista de la cara de él. La expresión sombría de Kay se animó, aliviada después de haber convencido a su amiga de regresar al hemisferio sur después de doce años fuera.

Madeline envidió la ignorancia de Kay. Próxima a las lágrimas, se preguntó cómo iba a poder borrar lo sucedido.

Sintió un puño en el estómago al darse cuenta de que Lewis Goode aún la taladraba con la mirada. «Sácame de aquí», rezó.

Él esbozó una leve sonrisa, como si pudiera ver la ruta que seguían sus pensamientos.

–Su reputación en operaciones y administración la precede, señorita Holland. Su primera tarea será trasladar el cuartel general de Premier de Singapur a Sydney. Espero con ganas trabajar en estrecha relación con usted en eso.

Kay sonrió, pero Madeline aún estaba mareada por la fuerza de su mirada y su sonrisa; por la inflexión que había puesto en «estrecha relación»… y por el hecho de que él acababa de delatarse. «Su reputación la precede»… De modo que la noche anterior había sabido exactamente quién era ella.

Como pudo, pegó una sonrisa en su boca y la mantuvo, pero la confusión y una furia lenta se asomaron entre su pánico.

Finalmente, Lewis dejó de mirarla.

–Espero con ganas la oportunidad de llegar a conocerlos a todos durante los próximos días mientras disfrutamos de la conferencia anual de Premier en esta hermosa parte de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Pero ahora desearía hablar con el consejo de administración, de modo que, si los demás son tan amables de disculparnos…

Se oyó el sonido de sillas mientras todos los que no se hallaban a la cabecera de la mesa se levantaban y recogían papeles y maletines. Madeline mantuvo la cabeza gacha y se obligó a no correr al dirigirse hacia la puerta. Por fortuna, una vez fuera, Kay se vio distraída por varios compañeros, brindándole la oportunidad de reponerse.

Se apoyó en la pared y dejó que las conversaciones resbalaran por ella. Todo el mundo quería saber cómo había podido suceder eso o, lo que era más importante, cómo el poderoso Jacques de Vries podría haberlo permitido.

A Madeline le importaba poco el antiguo presidente ejecutivo. Lo que quería era saber en qué había estado pensando el nuevo presidente cuando la noche anterior la llevó a la cama. De forma espontánea, su mente la bombardeó con una miríada de imágenes de músculos tonificados y fibrosos, de una piel bronceada, de la sensación de él en lo más profundo de su cuerpo, de los labios mostrando una mueca de éxtasis.

Se pegó a la pared y los pezones le hormiguearon con el recuerdo. A pesar de que tenía veintiocho años, se sentía pequeña e insignificante. Se vio transportada doce años atrás a otro episodio creado por ella, el que la instigó a tomar la decisión de dejar a su madre, sus amigos y su ciudad natal. Se había afanado en desterrar a la joven insegura e inhibida que había sido. Y creía haber tenido éxito.

¿Por qué había dejado que Lewis Goode la sedujera la noche anterior?

Kay se separó del grupo y fue con ella.

–No me vendría mal una copa –musitó–. ¿Mi despacho o el bar?

–Despacho.

Cualquier sitio lejos de la gente.

–Lo siento, cariño. No sabía nada de esto –Kay se detuvo ante la mesa de su secretaria y miró a Madeline–. ¿Te parece bien un Chardonnay?

Asintió y Kay solicitó que les subieran una botella y dos copas desde el bar.

Siguieron hacia el despacho privado.

–Debería haberte advertido de que ésta era una posibilidad.

Madeline se encogió de hombros. No podía estarle más que agradecida a su vieja amiga del colegio. Mientras ella no había dejado de ascender en la escalera corporativa, era Kay quien había mantenido un ojo sobre su madre, quien le notificaba del lento descenso hacia el alzheimer, quien la había convencido de que solicitara ese puesto para estar más cerca de casa. Incluso había organizado el traslado de su madre a la residencia.

Kay se sentó ante su escritorio y le indicó el sillón a Madeline.

–De verdad pensé… todos pensamos… que Jacques era demasiado fuerte como para dejar que pasara algo así. Fue el fundador de la empresa –abrió el teléfono móvil y comenzó a teclear con destreza–. Es obvio que el consejo de administración pensaba lo contrario.

Madeline jamás había conocido al antiguo presidente, cuyo nombre era legendario en la industria hotelera. El Grupo Hoteles Premier funcionaba prácticamente en Australasia, pero tenían algunos establecimientos en los Estados Unidos, donde se hallaba la sede de su antigua empresa, Global Hospitality.

El rostro de Kay se iluminó.

–Debes de sentirte aliviada de no tener que volver a pasar por el proceso de evaluación. Me pregunto si será igual para los directores locales.

–Sabes tanto como yo –murmuró Madeline con tono distraído–. Háblame de Lewis Goode –después de todo, ella sólo conocía las cosas pequeñas, como el deseo descarnado en sus ojos mientras la había desvestido lentamente o el calor de su piel al tocarlo–. He oído su nombre, creo… –aunque no la noche anterior– pero desconocía que tuviera algo que ver con la industria hotelera.

–Y no lo tiene, por lo que yo sé –con la mano indicó la mesita de centro que había detrás de Madeline, donde mantenía las revistas de empresas y economía.

Madeline hojeó un par.

El corazón se le desbocó cuando el rostro atractivo y serio de Lewis Goode la miró desde la segunda revista. Era evidente que leía las revistas equivocadas, porque esa cara resultaba inolvidable.

–Es dueño de muchas empresas, la principal Pacific Star Airlines –continuó su amiga–. La compró a precio de ganga hace cinco años y ahora es la segunda línea aérea en importancia del Pacífico.

Madeline dejó de observar la foto y pasó al artículo, justificando su ignorancia con la distancia geográfica. Después de todo, había trabajado en los Estados Unidos y rara vez iba a casa. Y hacía un mes que había solicitado el trabajo en Premier.

¿Cómo sabía quién era ella? ¿Y por qué no había revelado su identidad? No importaba que en el ambiente idílico del Alpine Fantasy Retreat, gozosos, hubieran decidido no exponer ningún detalle personal, incluidos los nombres. ¿Qué esperaba ganar él, aparte de una excitación barata? Ella no estaba en posición de ayudar en la absorción.

–Con un poco de suerte, jugará con sus aviones y dejará el negocio de los hoteles a quienes lo conozcan –dijo.

–Por lo que tengo entendido, es un jefe agudo y participativo –comentó Kay.

«No sabes cuánto», pensó Madeline.

–Soy yo quien debería sentirse preocupada –continuó Kay–. Entre nosotras… y como eres mi nueva jefa, estoy confiando en ti… nos encontramos en la cuerda floja. Recemos para que haya una fantástica temporada de esquí.

Madeline dejó de revolcarse en la autocompasión el tiempo suficiente para asimilar las palabras de su amiga. Las dos habían empezado desde abajo y con los años habían ido ascendiendo, estudiando en los ratos libres para progresar. Madeline había potenciado su carrera en una cadena diferente de hoteles, viajando, aceptando los puestos que nadie más quería, hasta alcanzar un nivel de éxito con el que sólo habría podido soñar. Kay había sido nombrada directora regional el año anterior después de una década en el negocio, sin contar el año sabático cuando tuvo a las gemelas.

–Aunque las cosas no estén bien –razonó Madeline–, no sería un presidente muy inteligente si sacara a Premier del destino número uno de los turistas de Nueva Zelanda.

Había cientos de alojamientos diminutos para elegir en la pequeña ciudad turística, pero Premier, con sus hoteles Waterfront, Lakeside y Mountainview, ostentaba el primer puesto. De hecho, cuando Kay y ella empezaron en el negocio, los tres Hoteles Premier eran la principal fuente de trabajo de la ciudad.

La puerta se abrió y entró la secretaria de Kay con una bandeja en la que había una botella y dos copas.

–Hay un tal señor Lewis Goode fuera que desea verte. No tiene cita.

Madeline alzó la cabeza con tanta brusquedad que el cuello le crujió. Se levantó deprisa, buscando una vía de escape.

Kay bufó y enarcó las cejas, mirándola.

–De acuerdo. Trae otra copa, Felicity.

«Por favor, por favor, tierra, trágame».

Lewis fue directamente al escritorio de Kay, con la mano extendida y una semisonrisa en los labios. Madeline se hizo a un lado y pegó las manos con las palmas húmedas contra sus lados.

–Pensé que deberíamos reunirnos antes de que empiece la conferencia –le dijo a Kay–. Tengo entendido que es usted quien la organiza este año.

–Sí –Kay sonó casi relajada–. Es uno de mis muchos talentos. ¿Le han presentado oficialmente a Madeline Holland?

Lewis giró hacia ella y el corazón de Madeline experimentó un vuelco. Sus ojos verdes la evaluaron casi con frialdad, tan distintos de la noche anterior. Su boca se alzó de un lado en lo que ella percibió como un gesto de suma diversión.

–No, oficialmente no –extendió la mano–. Madeline.

Ella se la estrechó fugazmente, consciente de que la suya parecería húmeda. La de él estaba cálida y seca y se la apretó con profesionalidad, pero cuando se la soltó, sintió que la presión permanecía, como si no la hubiera dejado.

–Estuvo diez años en Global Hospitality, ¿verdad?

Asintió, temerosa de que, si hablaba, terminara por graznar.

–¿Qué la trajo a Premier? –preguntó Lewis.

–Yo… –intentó tragarse el manojo de nervios– quería estar más cerca de casa.

–¿De casa? –él enarcó una ceja.

–Mi madre está en una residencia aquí.

–Madeline y yo crecimos juntas –aportó Kay–. De hecho, las dos empezamos aquí, en el Premier Waterfront, como camareras cuando teníamos dieciséis años.

Él enarcó las dos cejas mientras seguía mirándola.

–No sabía eso.

La puerta se abrió y la secretaria de Kay entró con otra copa.

–Espero que se una a nosotras –comentó Kay–. Íbamos a tomar una copa de bienvenida para Madeline.

Durante unos segundos esperanzadores, ésta esperó que declinaría. Pero entonces se volvió hacia Kay con una sonrisa cálida en la cara.

–Si de verdad piensan que no interrumpo nada.

–En absoluto –Kay alzó la botella y comenzó a servir.

Madeline se concentró en el líquido ambarino. Cualquier cosa con tal de no pensar en la sonrisa cada vez más amplia de él. Se preguntó si a los lobos, igual que a los gatos, les gustaba jugar con su presa antes de dar el golpe de gracia.

–¿Hasta ahora disfruta de su visita a casa, Madeline? –preguntó Lewis con cortesía.

A ella le pareció que la voz estaba cargada de intención, acariciando las sílabas de su nombre, volviéndolo exótico y seductor.

Pero entonces las palabras penetraron en su cerebro y comprendió a qué se refería: «¿Disfrutaste anoche, Madeline?».

Lewis Goode iba a exprimir la situación hasta donde pudiera. Respiró lentamente e inclinó la cabeza con un cuello que le pareció como un poste de acero.

Kay les entregó una copa de vino a cada uno y ella cerró los dedos en torno al cristal y trató de desterrar la sensación de la mano de él en la suya.

Kay carraspeó.

–¿Va a quedarse para la conferencia, señor Goode?

Sin dejar de sonreír, él giró la cabeza.

–Me llamo Lewis. Y sí, durante unos días.

–Queenstown es la capital del mundo de la adrenalina –continuó Kay de forma heroica–. He organizado algunas actividades movidas, mi manera de vengarme de todos ustedes, los ejecutivos.

–Deberíamos disfrutarlas, ¿verdad, Madeline?

Ésta alzó la cabeza.

–En este momento me encuentro de vacaciones –apartó la vista de esos implacables ojos verdes y bebió un sorbo de vino–. Empiezo a trabajar el día uno del mes próximo.

La sonrisa de Lewis continuó cortés, pero ella captó el tono acerado.

–Espero que no esté demasiado ocupada para la conferencia anual.

Contuvo una réplica, pero el corazón se le hundió. Mientras Kay y su nuevo jefe seguían charlando, rumió la ironía. Todas sus esperanzas de alcanzar la cima del éxito, de tener un regreso triunfal, se fueron a pique. Si eso se hacía público, y no veía razón para que no fuera así, ¿cómo iba a mirar a la cara a la gente de Queenstown, a su madre y al personal nuevo que tendría a sus órdenes?

 

 

* * *

Lewis bebía su vino y disfrutaba de la incomodidad de Madeline mientras con un oído escuchaba la charla incesante de Kay.

Tenía que reconocer que Madeline Holland era una actriz de primera. Incluso en el paroxismo de la pasión indescriptible, no había dado indicio alguno de que supiera quién era él. Jacques había elegido muy bien a su seductora.

Pero ése era Jacques de Vries. Siempre un paso por delante de todo el mundo… hasta esa mañana.

Bebió otro satisfactorio sorbo de vino. Ese día era la culminación de dos años de planificación y trabajo duro. Había puesto a sus ejecutivos en la empresa hacía meses, pero se había visto forzado a contener su impaciencia mientras el perro guardián del gobierno completaba la investigación y acordaba que la transacción era segura y transparente.

Ante sus ojos apareció la cara furiosa de Jacques y tuvo ganas de sonreír. No se consideraba un hombre cruel, pero en ese caso, la venganza resultaba dulce. Jacques se había considerado muy fuerte, intocable, más allá de cualquier daño. Pero ese día había aprendido que nadie tenía un blindaje inquebrantable, en especial aquéllos que se rodeaban de aduladores y gente acostumbrada a trepar a la espalda de los poderosos con el fin de enriquecerse.

–Confundiste su desprecio por temor y respeto, Jacques –le había dicho ese día al hombre mayor, antes de echarlo de su suite presidencial y del hotel–. Fue fácil ganarme a los directores.

Observó a la mujer incómoda a menos de un metro de él, reacia a mirarlo a los ojos. Al dejarla aquella mañana, la había desterrado de su mente porque había trabajo que hacer. Pero en ese momento se permitió estudiarla.

Tenía las cejas y las pestañas oscuras, el cabello una cascada de oro, aunque lo llevaba recogido en un severo moño. Con pómulos altos y piel dulce y suave que había besado por la mañana antes de marcharse. Inhaló, y todos los sentidos recordaron la elegante fragancia. La vio fruncir el ceño perpleja al tiempo que mantenía los ojos azul cobalto clavados en sus pies.

Sí, Madeline Holland era memorable. Había tenido la intención de mantenerla en el organigrama de la empresa después de leer su ficha, debido a la reputación que tenía en la industria y al hecho de que no albergaría lealtad alguna hacia el antiguo régimen y sería fácil de moldear. Acostarse con ella representaba una bonificación inesperada y bienvenida.

A pesar de todas sus historias pasadas, la química que tenía con ella era de lejos la más intensa de toda su vida. Había ido al Alpine Fantasy Retreat con el fin de mantener un perfil bajo hasta la reunión. Cuando la belleza neozelandesa irrumpió en su espacio privado, había seguido la corriente del estúpido ardid de Jacques de querer enviarle a la espía. Disfrutó de los encantos de ella una y otra vez hasta revelarse como el dueño de la empresa para la que ella trabajaba.

Satisfecho, amplió la sonrisa. Madeline se había ganado con creces la bonificación, aunque la expresión de pánico que había mostrado al verlo entrar en la sala de juntas le había causado una cierta simpatía. ¿Cómo iba a adivinar él que estaría en la reunión? No figuraba en la lista del Comité Ejecutivo.

Se dio cuenta de que Kay esperaba una respuesta y apartó los ojos de Madeline.

–¿Perdón?

Kay le preguntó si pensaba utilizar el tiempo de palabra que le había destinado a Jacques de Vries en la Gala de Apertura la noche siguiente.

–Por supuesto –afirmó–, aunque dudo de que sea tan extenso –miró la hora y dejó la copa medio vacía sobre el escritorio. El crepúsculo bañaba el lago más allá de la ventana del despacho con una fantasmagórica tonalidad púrpura. Sabía que las carreteras se helaban pronto y había cuarenta y cinco minutos en coche hasta el Fantasy Retreat–. Kay, me gustaría trasladarme a la planta superior mañana. Tengo entendido que la suite presidencial está vacía –soslayó la sorpresa mostrada por Madeline, aunque eso le confirmó que estaría alojada en el hotel–. Y me gustaría que encontrara algo de tiempo en su ocupada agenda para que en los próximos días hablemos del funcionamiento de este hotel.