3,99 €
Siguiendo la línea iniciada por El pozo, de Juan Carlos Onetti; Diario de Andrés Fava, de Julio Cortázar, o La belleza convulsa, de Francisco Umbral, Flavio Crescenzi nos ofrece en estas páginas un texto conmovedoramente poético e intimista, que tiene un momento clave de nuestra historia como escenario de los hechos evocados. Las horas que limando están el día: diario lírico de una pandemia está destinado a convertirse en el más significativo testimonio literario de los tiempos del coronavirus.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 64
Veröffentlichungsjahr: 2023
FLAVIO CRESCENZI
Crescenzi, FlavioLas horas que limando están el día : diario lírico de una pandemia / Flavio Crescenzi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3989-2
1. Narrativa. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prefacio
12-11-2020
23-11-2020
19-12-2020
31-12-2020
03-01-2021
10-01-2021
25-01-2021
09-02-2021
06-03-2021
13-03-2021
27-03-2021
14-04-2021
06-05-2021
18-06-2021
20-07-2021
02-08-2021
22-08-2021
21-09-2021
12-10-2021
01-01-2022
15-02-2022
24-04-2022
01-06-2022
14-08-2022
03-11-2022
04-01-2023
27-02-2023
02-03-2023
03-05-2023
10-05-2023
A María Laura, mi mujer, por su amorosa y necesaria compañía.
A Ceniza, mi perro, por, de alguna forma, completarme.
A Teresita del Niño Jesús, mi madre, por no permitir que las adversidades la sometan.
A la literatura, por mantenerme sano y salvo.
Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,los días que royendo están los años.
Don Luis de Góngora y Argote
Los textos que integran este libro fueron escritos entre el 12 de noviembre de 2020 y el 10 de mayo de 2023, un período signado por lo que para muchos fue la mayor catástrofe sanitaria de los últimos tiempos: el coronavirus. La incertidumbre generada por el largo confinamiento, la desconfianza que esto produjo en algunos ciudadanos y la casi inmediata confirmación de que estábamos viviendo una suerte de «estado de excepción» (estado que, entre otras cosas, provocaba reacciones violentísimas), sumado a las pérdidas de tantas vidas humanas, se convirtieron en el lúgubre e insospechado telón de fondo de esos años. En ese sentido, Las horas que limando están el día es una especie de obliterado testimonio, y digo obliterado, principalmente, por el cariz lírico que presenta su escritura, tan alejado del tipo de prosa que el lector medio suele esperar de un diario íntimo, incluso de aquel que pueda llegar a redactar un literato.
Vale la pena aclarar que esta forma de trabajar la semántica y la sintaxis españolas no es en absoluto nueva para mí. Sin duda, mi libro Elucubraciones de un «flâneur» (2018) es un ejemplo consumado de esta opción estética, opción por la cual empecé a inclinarme en La ciudad con Laura (2012), libro en donde, haciendo gala de una osadía hasta entonces inédita en lo concerniente a mi literatura, los poemas en prosa convivían con los poemas en verso. No obstante, Las horas que limando están el día se diferencia de aquellos otros títulos en que los textos aparecen fechados, pues se trata abiertamente de un diario, claro, de un diario lleno de recursos poéticos, pero también de considerables olvidos.
Buena parte de lo que vi, sentí y pensé durante esos años de pandemia está diseminado en estos treinta textos, en los cuales los seres que me acompañaron y me acompañan todavía (me refiero a mi mujer, alfa y omega de mi vida; mi perro, inefable lazarillo que me condujo por ese oscuro mundo que parecía imponerse como una maldición inapelable, y, en menor medida, mi madre, a la que cuido desde que se le detectó un trastorno neurocognitivo) irrumpen en la historia que subyace en estas páginas como personajes fugaces de un sueño interrumpido, acaso con el secreto designio de equilibrar la obstinada poeticidad de mis conceptos. Mención aparte merece la literatura, a la que le dedico varios párrafos y sin la cual nada de lo anteriormente expuesto hubiera podido realizarse.
Huelga decir que deseo que esta nueva aventura literaria sea de su agrado, pues, en cierta forma, soy yo mismo el que se está entregando en cada oración, cada palabra y cada letra. A todos ustedes, mi agradecimiento anticipado.
Flavio Crescenzi
Buenos Aires, mayo de 2023
Esa sos vos, aquella a la que la casa divide y multiplica, aquella a la que la casa reparte por las horas. No sos la que duerme hasta tarde en su mármol de sueño, en su frío de noche acumulada. Vos sos aquella a la que la casa me acerca y me aleja, la mancha blanca en lo grisáceo, la mujer a quien los ambientes subrayan enseguida lo que su esfuerzo tiene de rotundo. Mujer multiplicada, dividida, barajada por la casa; niña que ordena el mundo como en no sé qué Génesis que seguramente acabo de inventarme.
¿Sería mucho decir que el juego de espejos de la casa se corresponde con tu vida? Sí, sería mucho decir, pero lo digo. Y digo, así, que sos la niña que conversa con el agua, allá a lo lejos; la mujer que aumenta su confianza con una dignidad a prueba de espejismos; la criatura incierta que he perdido y he encontrado tantas veces sin otra estrategia que el descuido, sin otra explicación que un crisantemo. Pero digo también la noche que la noche le devuelve a tu pelo. Pero digo también el tiempo que el tiempo le devuelve a tu rostro.
Esa sos vos, aquella a la que la casa divide y multiplica. Criatura que sabe entrar en conversación con lo callado, dándole al silencio un murmullo de patio de colegio, un rumor de campo y fruta fresca.
En la casa va creciendo una marea secreta entre muebles y baldosas, entre el parqué y el aluminio. Podremos morir muy dulcemente inundados por lo que sea que nos deparen tus océanos.
Echado a mis pies como una sombra de espuma y de nobleza, mi perro vela por mí como un gendarme. Ignoro si intuye el efecto que produce en mí su suave abrazo, su paz y su silencio; ignoro si sabe que se me ha vuelto imprescindible. Yo, que he decidido nunca más llorar (aunque me sobran motivos para hacerlo), me dejo, sin embargo, conmover por su peluda lealtad alcanforada, por su mirada atenta y comprensiva, por su amistad lobuna y sin atajos.
Aunque no es mi perro, es el perro que me brotó de golpe de la vida, tal como me dicen que les brotan las alas a los ángeles minutos antes de olvidarse del suelo que humillaban, sí, cuando eran solo torpes y pedestres marionetas.
Quiero decir que ya no sé dónde termino yo y dónde empieza el perro. Quiero decir que ya es parte de mí como este pie (mi pie), que ahora con su hocico se confunde; como este rictus (mi rictus), que ahora ante sus resuellos se enternece.
Mañana de un diciembre caluroso y fatídico (pues hay también una fatalidad del clima, así como la hay de las pasiones). Sol y viento. Cielo absoluto. Y el absoluto es hoy azul, aunque me pese.
El universo se columpia en el tiempo y con él al fin se multiplica. No atiendo los teléfonos porque la noticia que esperaba, la noticia que temía, ya me la dieron hace días.
Mi mujer pasea por el fondo de la casa, ignorante de las mitologías de su cuerpo, humilladas absurdamente por la tristeza y la derrota. Calor y frío. Un frasco de malta pide a gritos que le devuelvan la tapa roja con la cual venía protegiendo sus aromas (no bebo alcohol desde hace meses, años, tal vez siglos).