Las Once Mil Vergas - Guillaume Apollinaire - E-Book

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Guillaume Apollinaire

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Beschreibung

Las once mil vergas (1907), de Guillaume Apollinaire, es una novela erótica que combina sátira, exceso y transgresión. La obra sigue las aventuras de el príncipe Mony Vibescu, un joven noble rumano que viaja por Europa entregándose a un sinfín de experiencias sexuales. Su recorrido se convierte en un desfile grotesco de situaciones extremas, en las que el deseo se muestra desbordado, irracional y muchas veces violento, desafiando las convenciones morales y literarias de su tiempo. El relato se estructura como una sucesión de episodios en los que el protagonista se sumerge en orgías, fantasías y prácticas sexuales llevadas al límite. Cada episodio parece superar al anterior en extravagancia y crudeza, lo que convierte la novela en un catálogo de excesos deliberadamente provocador. Apollinaire no busca disimular la obscenidad, sino subrayarla como un recurso narrativo y como una crítica irónica a la hipocresía social. Más allá de su contenido escandaloso, Las once mil vergas puede leerse también como una parodia de las novelas de aventuras y de viajes. Los desplazamientos de Mony Vibescu lo sitúan en un contexto internacional que refleja la Europa de comienzos del siglo XX, pero las situaciones disparatadas y grotescas transforman el viaje en una exploración de los límites del cuerpo y del deseo. De este modo, la obra se mueve entre el erotismo, la sátira y lo absurdo. Guillaume Apollinaire (1880–1918) fue un poeta, narrador y crítico de arte francés, una de las figuras centrales de la vanguardia europea. Conocido por su poesía innovadora y por su cercanía a movimientos como el cubismo y el surrealismo, también incursionó en la narrativa erótica con obras como Las once mil vergas y Los once mil látigos. Su estilo irreverente y su capacidad para romper tabúes lo convirtieron en un autor influyente, cuya obra sigue generando interés por su audacia y su experimentación literaria.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Guillaume Apollinaire

LAS ONCE MIL VERGAS

Título Original:

“Les amours d'un hospodar”

Sumario

INTRODUCCIÓN

PRÓLOGO

LAS ONCE MIL VERGAS

INTRODUCCIÓN

Guillaume Apollinaire

1880–1918

Guillaume Apollinairefue un poeta, crítico de arte y ensayista francés, considerado una de las figuras más influyentes de la vanguardia literaria del siglo XX. Su obra, marcada por la experimentación formal y la ruptura con las tradiciones poéticas, lo convirtió en pionero del modernismo y del surrealismo. Fue además uno de los primeros en emplear el término “surrealista”, anticipando un movimiento que transformaría la literatura y las artes visuales.

Infancia y educación

Apollinaire nació en Roma con el nombre de Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary de Kostrowicki, hijo de madre polaca. Se trasladó a Francia siendo joven y adoptó el francés como lengua literaria. Su formación fue diversa y cosmopolita, lo que influyó en su estilo abierto y experimental. Desde muy temprano mostró interés por la literatura y por las nuevas corrientes artísticas que estaban emergiendo en Europa.

Carrera y contribuciones

A lo largo de su vida, Apollinaire se convirtió en una figura central de la vanguardia parisina. Fue amigo y colaborador de artistas como Picasso, Braque y Derain, defendiendo y difundiendo el cubismo en sus escritos críticos. Como poeta, rompió con la métrica tradicional y exploró nuevas formas expresivas en obras como Alcools (1913), donde suprime la puntuación para dar mayor libertad rítmica, y Calligrammes (1918), en el que combina poesía visual y tipografía innovadora, creando verdaderos poemas-objetos.

Apollinaire también escribió obras teatrales, cuentos y ensayos, destacando su capacidad para moverse entre distintos géneros. Fue un puente entre el simbolismo y las vanguardias del siglo XX, impulsando la renovación de la literatura y del arte.

Impacto y legado

Su obra abrió el camino a movimientos como el surrealismo, el dadaísmo y la poesía concreta. La audacia formal y la libertad creativa que defendió siguen siendo reconocidas como fundamentales en la evolución de la literatura moderna. Además, su labor como crítico contribuyó a legitimar y difundir a artistas que más tarde serían considerados pilares del arte contemporáneo.

Apollinaire murió en París en 1918, víctima de la gripe española, poco después de haber regresado de la Primera Guerra Mundial, en la que participó como soldado. Su muerte prematura truncó una carrera que ya había transformado el panorama literario y artístico. Hoy, Apollinaire es recordado como uno de los grandes innovadores de la poesía moderna y como un verdadero portavoz de las vanguardias del siglo XX.

Sobre la obra

Las once mil vergas (1907), de Guillaume Apollinaire, es una novela erótica que combina sátira, exceso y transgresión. La obra sigue las aventuras de el príncipe Mony Vibescu, un joven noble rumano que viaja por Europa entregándose a un sinfín de experiencias sexuales. Su recorrido se convierte en un desfile grotesco de situaciones extremas, en las que el deseo se muestra desbordado, irracional y muchas veces violento, desafiando las convenciones morales y literarias de su tiempo.

El relato se estructura como una sucesión de episodios en los que el protagonista se sumerge en orgías, fantasías y prácticas sexuales llevadas al límite. Cada episodio parece superar al anterior en extravagancia y crudeza, lo que convierte la novela en un catálogo de excesos deliberadamente provocador. Apollinaire no busca disimular la obscenidad, sino subrayarla como un recurso narrativo y como una crítica irónica a la hipocresía social.

Más allá de su contenido escandaloso, Las once mil vergas puede leerse también como una parodia de las novelas de aventuras y de viajes. Los desplazamientos de Mony Vibescu lo sitúan en un contexto internacional que refleja la Europa de comienzos del siglo XX, pero las situaciones disparatadas y grotescas transforman el viaje en una exploración de los límites del cuerpo y del deseo. De este modo, la obra se mueve entre el erotismo, la sátira y lo absurdo.

Guillaume Apollinaire (1880–1918) fue un poeta, narrador y crítico de arte francés, una de las figuras centrales de la vanguardia europea. Conocido por su poesía innovadora y por su cercanía a movimientos como el cubismo y el surrealismo, también incursionó en la narrativa erótica con obras como Las once mil vergas y Los once mil látigos. Su estilo irreverente y su capacidad para romper tabúes lo convirtieron en un autor influyente, cuya obra sigue generando interés por su audacia y su experimentación literaria.

Advertencia previa

Del mismo modo que El Quijote no debe contarse entre los libros de caballerías, Las once mil vergas — la obra maestra de Apollinaire, según Pablo Picasso y otros contemporáneos— no debe ser tomada por una novela pornográfica (si este adjetivo tiene alguna significación precisa). La ausencia de metafísica, seriedad y trascendencia, que impregnan la pornografía de consumo, hace de ésta una obra completamente diferente, terriblemente humorística y sarcásticamente corrosiva. Louis Aragón ya lo advertía en su no firmado prólogo a la edición de 1930: “Permitidme haceros notar que esto no es serio”.

PRÓLOGO

Sobre la historia de “Las once mil vergas”

Esta es la primera obra que publicó Guillaume Apollinaire. Y siendo éste un personaje esencialmente contradictorio, no podía faltar la contradicción ya desde el comienzo. Pues, oficialmente, Las once mil vergas no es de Apollinaire. Oficialmente es una obra anónima. La primera edición data de 1907. Apareció sin ninguna indicación de editor y de forma clandestina. Sin someterse a ningún trámite previo de censura ni de inscripción en registro alguno. La distribución y la venta se realizaron también bajo cuerda. El deseo de evitar cualquier persecución por obscenidad hizo que esta gigantesca parodia apareciera firmada simplemente por un tal G. A. La segunda edición — 1911 — tiene las mismas características formales. No puedo afirmar con absoluta seguridad que estas dos ediciones corrieran a cargo del mismo Apollinaire, aunque es lo más verosímil, teniendo en cuenta todo el trabajo de reediciones — legales algunas, clandestinas otras— de libros eróticos realizado por el poeta.

A pesar del anonimato, ya desde su aparición esta obra fue atribuida al poeta. ¿Qué razones había para ello? Las declaraciones de sus amigos. Picasso, Dalize, Braque, Jacob, Salmón, Bretón, Eluard, Aragón, entre otros, han afirmado la paternidad de Apollinaire respecto a Las once mil vergas. Mac Orlan poseía un ejemplar de la primera edición con una dedicatoria del autor. En los círculos culturales de vanguardia del París de principios de siglo la personalidad del autor de Las once mil vergas era un secreto a voces.

Pero hasta 1924, seis años después de la muerte del poeta, este multitudinario secreto no se desvela en letra impresa. En el número de enero-febrero de 1924 la revista “Images de Paris”, número especial dedicado a Apollinaire, aparece un artículo de Florent Fels nombrando con todas sus letras al autor de Las once mil vergas y una bibliografía de Elie Richard, contabilizando este libro entre los escritos de Apollinaire. En 1930 aparece una reedición de la obra que ya incorpora el nombre del autor. A partir de entonces, si bien las reediciones no se han prodigado, siempre han llevado la indicación completa de la personalidad del autor.

¿Qué es “Las once mil vergas”?

Veamos que decía la gacetilla publicitaria de un catálogo clandestino de libros eróticos, fechado en 1907:

“Más fuerte que el marqués de Sade, así es como un célebre crítico ha juzgado Las once mil vergas, la nueva novela de la que se habla en voz baja en los salones más distinguidos de París y del extranjero.

“Este volumen ha agradado por su novedad, por su fantasía impagable, por su audacia casi increíble.

“Deja muy atrás las obras más aterradoras del divino marqués. Pero el autor ha sabido combinar lo encantador con lo horrible.

“No se ha escrito nada más aterrador que la orgía en el coche-cama, culminada por un doble asesinato. Nada más conmovedor que el episodio de la japonesa Kiliemu cuyo amante, afeminado confeso, muere empalado tal como ha vivido.

“Hay escenas de vampirismo sin precedentes cuya actriz principal es una enfermera de la Cruz Roja, bella como un ángel, que, insaciable, viola a los muertos y a los heridos.

“Los café-cantantes y los burdeles de Port-Arthur dejan en este libro los destellos rojizos de las llamas obscenas de sus faroles.

“Las escenas de pederastia, de safismo, de necrofilia, de escatomanía, de bestialidad se combinan de la forma más armoniosa.

“Sádicos o masoquistas, los personajes de Las once mil vergas pertenecen de hoy en adelante a la literatura.

“La flagelación, ese arte voluptuoso del que se ha podido decir que los que lo ignoran no conocen el amor, está tratado aquí de una manera completamente nueva.

“Es la novela del amor moderno escrita en una forma perfectamente literaria. El autor se ha atrevido a decirlo todo, es verdad, pero sin ninguna vulgaridad.”

Quizás sea cierto, pero no es toda la verdad y por lo tanto es mentira. Las once mil vergas es algo más. Es, en primer lugar, un resumen y una recapitulación de todos los motivos eróticos de la literatura universal tratados en forma paródica. Una parodia muy peculiar, por cierto. Lleva cada tema, cada situación, al límite. La coherencia interna se mantiene, pero la obra en conjunto se convierte en una enorme bufonada. La seriedad y la trascendencia, típicas de la pornografía de consumo, brillan por su ausencia. El humor invade y domina toda la obra. La define, creo yo. Las once mil vergas es esencialmente una obra humorística.

Esta clave paródica se refleja en el aspecto de crónica de la belle-époque que tiene la novela. El ambiente es totalmente belle-époque. Y los personajes, también. Están todos inspirados en amigos y conocidos de Apollinaire o en personajes de la crónica mundana del París de la época.

El nombre del protagonista, el hospodar rumano Mony Vibescu, parece estar inspirado en varias personas. Existió un príncipe Vibescu, hospodar en el siglo XIX. En París vivía un Bibesco, amigo de Marcel Proust. ¿Y el nombre propio, Mony? La psicología del personaje me hace pensar en Boni de la Castellane (1867-1932), político nacionalista francés y, sobre todo, el dandy supremo, el árbitro de la elegancia, de la moda y del savoir-faire del París de principios de siglo.

¿Y qué decir de Culculine d'Ancóne, que tiene un amante explorador? Esa encantadora personita con nombre indecente me hace pensar en la bella Emilienne d'Alençon, amante del rey Leopoldo II de Bélgica, el que dirigió personalmente la colonización del Congo. Emilienne d'Alençon, Cleo de Merode y Liane de Pougy eran las reinas indiscutibles del “de-mi-monde” de las grandes cortesanas que vivía en estrecha relación con el “monde” implacable de la aristocracia. Culculine d'Ancóne y Alexine Mangetout, la pareja de la ficción, están inspiradas en esas exquisitas hetairas. El grado de exageración paródica que se permite Apollinaire está sólidamente basado en la realidad, que en sí era ya bastante humorística. Baste un botón de muestra. El rey Leopoldo quería ocultar sus amores con Emilienne. No halló mejor solución para ello que aparentar ser el amante de Cleo de Merode, lo que le valió que los caricaturistas de la época le bautizaran como Cleopoldo. Ello le permitía relacionarse con facilidad y discreción con Emilienne, e incluso llevarla a casa como diría un castizo. Es famosa una carta del rey a la joven: “Voy a Escocia a cazar gallos salvajes. Ven con nosotros. Te llamarás condesa de Songeon y te presentaré a mi primo Eduardo”. El primo de marras era el futuro Eduardo VII de Inglaterra y la treta estaba destinada a engañar a la puritana reina Victoria. Este real episodio real podría figurar sin desentonar en el texto de Las once mil vergas.

Más personajes. André Bar, periodista parisino que en la ficción dirige el complot contra la dinastía de los Obrenovitch. Su nombre suena igual que el de André Barre, periodista parisino especializado en temas balcánicos.

De nuevo en la ficción, dos poetas simbolistas homosexuales dirigen un burdel en el Port-Arthur sitiado durante la guerra ruso-japonesa. Uno de ellos se llama Adolphe Terré. ¿Quién no le identificaría con el simbolista Adolphe Retté, que, si no tenía fama de homosexual, sí la tenía de borracho?

¿Y Genmolay, corresponsal de guerra y escultor del monumento funerario del príncipe Vibescu? Fonéticamente es lo mismo que Jean Mollet, gran amigo de Apollinaire, que ni era corresponsal de guerra, ni escultor, ni estuvo jamás en Manchuria.

Y si pasáramos a otras obras de Apollinaire, veríamos que muchos personajes de Las once mil vergas parecen parientes próximos de los protagonistas de otros textos del poeta.

Las once mil vergas es el texto más claramente humorístico de Apollinaire. Responde a su gusto innato por la provocación, a su interés por el erotismo, a su portentosa e imaginativa erudición, a su don genial para la mixtificación y, cómo no, a la contradicción permanente a toda la obra y la vida del poeta. Entre las líneas de este texto corrosivo que puede ser interpretado, si se quiere, como denuncia de una manera de vivir y de unos falsos valores, aparece la atracción hacia ese mismo modo de vida que se denuncia. Creo que ni la denuncia ni la atracción formaban parte consciente de las intenciones del autor. Inconscientemente están presentes las dos. Atraído estéticamente por aspectos de una sociedad que le repugna, Apollinaire se burla ferozmente de ella. No es la única de sus contradicciones. Quizá donde quede reflejada con más claridad su actitud vital sea en su participación en la Gran Guerra: herido en las trincheras francesas mientras leía tranquilamente el periódico, él que decía desear la victoria de Alemania pues significaría el triunfo universal del cubismo. El hecho en sí no es fundamental. Pero sí arquetípico de la actitud del poeta ante la vida y de sus relaciones con ella. El mismo, admirador incondicional del cubismo, era un personaje cubista, con mil facetas diferentes. Provocador anti-burgués decía desear ardientemente la Legión de Honor.

La libresca y cartesiana tradición marxista francesa ha intentado apropiárselo y ha tenido que confesar su derrota para asumir las contradicciones de su vida y de su obra. Una cierta tradición “maldita” ha querido ver en él al apóstol de la marginación, el desarraigo y la angustia vital preexistencialista. Tampoco han podido digerirlo. Los momentos de angustia no son los únicos, ni siquiera los más importantes, dentro de la obra y la vida de Apollinaire. La alegría de vivir, la burla, el humor, la farsa por la farsa, la curiosidad cha-farderil e impertinente, la mixtificación por diversión ocupan demasiado lugar dentro de la producción y la vida del poeta. Las once mil vergas es el ejemplo más luminoso de todo ello. Precisamente por eso Pablo Picasso, entre otros, la consideraba la obra maestra del autor. Los marxistas esclerosados, los malditos autocomplacidos en su angustia y los tripudos académicos se han visto obligados a disculpar, como pecadillos sin importancia dentro de una Gran Obra, todos estos aspectos de la producción de Apollinaire. Coinciden en afirmar que no son los fundamentales. Mienten como bellacos, diría el príncipe Vibescu. Nada es accesorio en la obra del poeta. Y menos que nada, el sacrosanto humor.

Ernst Fischer, hablando de Karl Kraus, dice: “¡Que nadie diga: era de los nuestros! ¡Pues no era de nadie!... Estuvo siempre solo; conservador y rebelde, mirando hacia adelante y vuelto hacia el pasado...” Estas líneas, dedicadas a un personaje tan diferente, se pueden aplicar con exacta precisión a Guillaume-Albert-Vladimir-Alexandre Apollinaire Kostrowitzky, francés, nacido en Roma, hijo de una dama polaca y de padre desconocido, aunque haya fundados motivos para atribuir su paternidad al obispo de Monaco.

LAS ONCE MIL VERGAS

Capítulo I

Bucarest es una bella ciudad donde parece que vienen a mezclarse Oriente y Occidente. Si solamente tenemos en cuenta la situación geográfica estamos aún en Europa, pero estamos ya en Asia si nos referimos a ciertas costumbres del país, a los turcos, a los servíos y a las otras razas macedonias, pintorescos especímenes de las cuales se distinguen en todas las calles. Sin embargo, es un país latino: los soldados romanos que colonizaron el país tenían, sin duda, el pensamiento constantemente puesto en Roma, entonces capital del mundo y árbitro de la elegancia. Esta nostalgia occidental se ha transmitido a sus descendientes: los rumanos piensan insistentemente en una ciudad donde el lujo es natural, donde la vida es alegre. Pero Roma ha perdido su esplendor, la reina de las ciudades ha cedido su corona a París, ¡y qué hay de extraordinario entonces en que, por un fenómeno atávico, el pensamiento de los rumanos esté puesto sin cesar en París, que ha reemplazado tan adecuadamente a Roma a la cabeza del Universo!

Lo mismo que los otros rumanos, el hermoso príncipe Vibescu soñaba en París, la Ciudad-Luz, donde las mujeres, bellas todas ellas, son también de muslo fácil. Cuando estaba aún en el colegio de Bucarest, le bastaba pensar en una parisina, en la parisina, para conseguir una erección y verse obligado a masturbarse lenta y beatíficamente. Más tarde, había descargado en muchos coños y culos de deliciosas rumanas. Pero, lo sabía perfectamente, le hacía falta una parisina.

Mony Vibescu era de una familia muy rica. Su bisabuelo había sido hospodar, que en Francia equivale al título de subprefecto. Pero esta dignidad se había transmitido nominativamente a la familia, y tanto el abuelo como el padre de Mony habían ostentado el título de hospodar. Del mismo modo Mony Vibescu tuvo que llevar ese título en honor de su abuelo.

Pero él había leído suficientes novelas francesas como para saber mofarse de los subprefectos: “Veamos — decía — ¿no es ridículo irse llamar subprefecto porque tu abuelo lo ha sido? ¡Es simplemente grotesco!”. Y para ser menos grotesco había reemplazado el título de hospodar-subprefecto por el de príncipe. “Este — exclamaba — es un título que puede transmitirse por herencia. Hospodar, es una función administrativa, pero es justo que los que se han distinguido en la administración tengan el derecho de llevar un título. En el fondo, soy un antepasado. Mis hijos y mis nietos sabrán agradecérmelo”.

EI príncipe Vibescu estaba muy relacionado con el vicecónsul de Servia: Bandi Fornoski que, según se decía en la ciudad, enculaba de muy buena gana al encantador Mony. Un día el príncipe se vistió correctamente y se dirigió hacia el viceconsulado de Servia. En la calle, todos le miraban, y las mujeres lo hacían de hito en hito pensando: “ ¡Qué aspecto parisino tiene!”.

En efecto, el príncipe Vibescu andaba come se cree en Bucarest que andan los parisinos, es decir con pasos cortos y apresurados y removiendo el culo. ¡Es encantador! Y en Budapest cuando un hombre anda así no hay mujer que se le resista, aunque sea la esposa del primer ministro.