Las parejas - Janie Owens - E-Book

Las parejas E-Book

Janie Owens

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  • Herausgeber: Next Chapter
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

Ha ocurrido un asesinato en Brian's Burgers. Después de encontrar a una camarera apuñalada por la espalda, la policía descubre una conexión con la propietaria de una hostería local, que resulta ser la novia de Brian.

Cuando una vigilancia fallida pone a Angie en peligro, un héroe muy improbable llega a rescatarla. Con tres matrimonios (uno en Las Vegas) y unos espíritus que visitan la hostería, el escenario está listo para una divertida aventura llena de giros inesperados. Descubrirán cómo Rachel y Joe se conocieron, se casaron y se convirtieron en padres; todo en medio de los desafíos de la juventud, las dudas y los huracanes.

El amor, el asesinato, el humor y el misterio alimentan Las parejas, el tercer misterio cozy de la serie Condominio 50+, de Janie Owens.

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LAS PAREJAS

CONDOMINIO 50+

LIBRO 3

JANIE OWENS

Traducido porNATALIA STECKEL

Copyright (C) 2022 Janie Owens

Diseño y Copyright (C) 2023 Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de portada por CoverMint

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso de la autora.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Querido lector

Acerca de la autora

Este libro está dedicado a todas las parejas de enamorados. Que sean bendecidos con paz y armonía en sus vidas.

UNO

1978

Rachel

Rachel se cepilló el pelo largo y oscuro sin prestar atención. Estaba leyendo un libro de texto al mismo tiempo, apoyada contra el espejo de la pared, en un intento de obtener suficiente información para aprobar la siguiente clase. Ese era el último año de Rachel Brady en la Universidad. Solo quedaban dos meses antes de la graduación. Luego se convertiría en una adulta trabajadora, completamente independiente de sus padres.

Al menos ese era el plan actual.

Hizo una pausa para mirar su reflejo en el espejo, y decidió que era lo suficientemente bueno. Su cabello caía sobre su espalda, y fluía hasta la mitad. Un flequillo grueso le cubría la frente, y acentuaba sus ojos azules. La gente decía que era linda; Rachel suponía que eso era acertado. Se colocó unas botas debajo de sus jeans acampanados y alisó su suéter blanco sobre una barriga plana. Estaba lista para la clase.

Mientras caminaba por el pasillo hacia las escaleras, escuchó cantar al Capitán y a Tennile; sus voces flotaban desde la habitación de un residente.“El amor nos mantendrá unidos” era parte de la letra que se cantaba.Tenía serias dudas de que alguna pareja conocida estuviera junta dentro de diez años. Eso era muy improbable y poco realista. Incluso a su corta edad, Rachel era práctica en su forma de pensar. ¿El amor? Sonaba bien cuando lo leías en un libro pero, en realidad, ¿cuántas relaciones soportaban las pruebas de la vida? Sus padres estaban divorciados. La mayoría de sus amigos de la Universidad tenía padres divorciados. En su opinión, el matrimonio no duraba. ¿El amor? No era práctico.

Salió por la puerta principal de la residencia estudiantil, y la recibió una brisa fría. Maldición. ¿Cuándo hará más calor? Ohio siempre se aferraba hasta la última pizca de frío antes de ceder a un clima más cálido. “Tengo que salir de este estado”, protestó, y se fue a clase, pisando con fuerza.

Joe

Joe Barnes se secó la frente y miró al equipo de construcción. La mayoría de los muchachos tenían su edad, pero no eran tan maduros. Aunque solo tenía veintitantos años, había asumido una gran responsabilidad desde que se había ido de casa. Recordaba haber estado ansioso por irse; su padre alcohólico hacía berrinches casi todas las noches cuando llegaba a casa del trabajo, borracho después de su paso por el bar. Su madre había fallecido hacía mucho tiempo, y eso no ayudaba a mejorar la conducta de su padre. Joe ansiaba escapar de todo eso.

A la tierna edad de dieciocho años, supo que podía hacerlo mejor solo. Pero, para ser independiente, tenía que tener dinero, lo que significaba que necesitaba un trabajo. Tuvo la suerte de que el primer lugar donde buscó empleo lo contrató. Se convirtió en aprendiz de un hombre lo suficientemente mayor como para ser su padre, un hombre que en su buen corazón le tomó cariño y decidió tenerlo bajo su protección. A los diecinueve, Joe se fue de casa para siempre y firmó un contrato de arrendamiento de un estudio. Después de haber ahorrado dinero durante seis meses, pudo comprar un automóvil decente y ya no tenía que depender del transporte público. Sí, había sido responsable, incluso a una edad temprana. Esa era una de las razones por las que se había convertido en supervisor y controlaba a una cuadrilla que colocaba paneles de yeso.

Lo único que le faltaba en la vida era una mujer. Anhelaba tener una relación sólida, llena de respeto mutuo y de lo más importante: amor. La mayoría de las mujeres que había conocido eran caprichosas e inmaduras. Como decía la canción que escuchaba con tanta frecuencia en la radio: ¿tal vez estaba buscando el amor en todos los lugares equivocados? Entonces, ¿dónde era el lugar correcto? Estaba en Florida, la capital mundial del sol. Seguramente había una mujer en ese mismo estado que lo amaría, ¿no?

Solía pasar el rato en la playa durante su tiempo libre, en busca del amor. No creía que su cuerpo estuviera en mal estado físico porque trabajaba en la construcción. Tenía músculos, y su cabello castaño casi se había vuelto rubio por el sol. No se consideraba atractivo, pero tampoco era feo. Tenía que haber una mujer joven por ahí para él. Alguna buena señorita también tenía que estar buscando el amor. Y él estaba listo para conocerla.

DOS

2010

—Por todos los cielos, ¿qué ha hecho Precious ahora?

Rachel no le gritó a nadie en particular:

—¡Ella me odia! ¿Qué le hice a esa gata?

—Creo que estás exagerando la situación, mamá —señaló Angie—. Precious no te odia. Solo se comporta como un gato.

Rachel Barnes se alejó del bote de basura, cuyo contenido estaba derramado en el piso (la mayoría, en la alfombra). Miró a su hija alta, preguntándose de dónde provenían esos genes. Ella era bajita, al igual que su marido, Joe.

—¿Cuántas veces a la semana tu Precious voltea mi basura? ¿Recuerdas el jarrón roto? No, corrección: dos jarrones; y ambos de cristal. Y no nos olvidemos de los atomizadores. El primer incidente hizo que el condominio apestara a Chanel N. ° 5 durante semanas. El segundo fue ese olor empalagoso a azahar que persistió durante días. Nunca más me gustará ese aroma. Ah, y no olvidemos los arañazos en el sofá —agregó, señalando hacia la sala de estar—. ¿Has mirado ese sofá últimamente? Agujeros y más agujeros. Por todas partes. Me odia. —Rachel se cruzó de brazos—. La fiscalía descansa.

Angie Barnes sacudió su cola de caballo rubia sobre el hombro y sonrió.

—Creo que hace las cosas porque sabe que te molesta. No es una gata tonta.

—Por favor, límpialo —pidió Rachel.

—Por supuesto. Tengo tiempo antes de ir a la hostería para dar la bienvenida a los nuevos huéspedes —respondió Angie, inclinándose para recoger el papel y devolverlo al bote de la basura. Recogió los fragmentos diminutos que todavía estaban adheridos a la alfombra y luego frotó las manos sobre el bote.

—¿Cuántos vienen? —preguntó Rachel mientras salía del dormitorio.

—Cuatro, así que todas las habitaciones estarán ocupadas por el fin de semana. —Angie siguió a su madre hasta la sala de estar.

—Has hecho un gran trabajo promocionando nuestra hostería. Estamos completos casi todos los fines de semana.

—Y a veces también durante la semana. Estoy satisfecha con los resultados —comentó Angie. Joe y Rachel habían comprado una antigua casa victoriana en Beach Street, con vista al río Halifax, en Daytona Beach, Florida, el año anterior. Joe la había remodelado, y Angie había utilizado su título en marketing para promocionarla. El resultado había sido satisfactorio para todos. El plan actual era que Angie incorporara su experiencia en una carrera bien remunerada en una empresa de marketing. Finalmente, a los veintiséis años, Angie sabía lo que quería hacer con su vida—. Bueno, me voy —anunció, tomando su bolso de la mesa del comedor.

—Ojalá no dejaras tu bolso sobre la mesa —planteó Rachel.

Angie optó por no responder. Sabía que algunos de sus pequeños hábitos molestaban a su madre. Algunos de los hábitos de su madre eran igualmente molestos para Angie. Estaba empezando a darse cuenta de que era hora de mudarse a su propio lugar. Había llegado hacía más de un año sin saber cuánto tiempo se quedaría ni qué hacer con su vida. Ahora tenía una meta. Y estaba quedando claro que era hora de irse.

Angie cruzó el puente hasta Beach Street y giró a la izquierda en el semáforo. Aparcó el coche unas tres manzanas más allá, frente a la soleada casa victoriana amarilla. Subió los escalones hasta el porche envolvente y luego abrió la puerta principal. El interior era alegre y estaba decorado con piezas de época que podrían haber pasado por auténticas. Dos sofás verdes flanqueaban la chimenea, con una mesa de café en el medio. Angie subió las escaleras hasta el primer piso. El baño que su padre había remodelado era una maravilla. Tenía hasta una bañera con patas, y un lavabo insertado en un mueble con un espejo adjunto. Las cortinas de encaje descansaban sobre una persiana abatible. El baño era pintoresco pero elegante en apariencia.

Entró en cada dormitorio, analizando cuál se sentía como ella. Joe y Rachel habían hablado sobre la opción de que, con el tiempo, Angie se mudara a una de las habitaciones mientras alquilaba las otras tres. Por supuesto, se llevaría a Precious con ella. Eso había quedado claro desde el principio, incluso antes de toda la destrucción. Pero la gata realmente necesitaba irse porque definitivamente ya había agotado su bienvenida en el condominio. Además, había beneficios en mudarse a esa hermosa casa victoriana. No tendría que pagar alquiler y tendría su propio lugar, lo que por fin la haría independiente. Su primer alojamiento de adultos, sin contar el dormitorio universitario ni ninguno de los ashrams en los que había vivido durante los últimos años, todos los cuales implicaban vida comunitaria. Eso sería privado, excepto cuando los huéspedes fueran a quedarse. ¿Qué había que pensar? Era obvio: ¡ella se mudaría a esa hermosa casa victoriana después de que esas personas se fueran!

El lunes por la mañana, muy temprano, Angie y su novio, Brian Forbes, comenzaron a cargar numerosas maletas escaleras arriba. Su madre había ofrecido algunos artículos personales para la habitación de Angie, que había empacado en varias cajas. Como la casa estaba completamente equipada con todo lo que necesitaría un inquilino a corto plazo, no fue necesario ofrecer utensilios ni platos. Todos los artículos apropiados para la cocina ya estaban en los estantes y cajones, además de algunos alimentos básicos, como café, té y edulcorantes. Todo lo que Angie tenía que hacer era desempacar su ropa y efectos personales e ir al supermercado.

—Este lugar es genial —opinó Brian, pasando la mano con admiración por la jamba tallada de la puerta—. Es muy hogareño, pero irradia clase por todos los rincones.

Angie sonrió ante su evaluación mientras subían las escaleras al primer piso y advirtió cómo pasaba la mano por la barandilla.

—Me alegro de que te guste. Pasaremos tiempo aquí ahora, además de en tu casa, por supuesto.

—Genial. Ya me siento como en casa. Pero me alegra que no hayas elegido el dormitorio con las muñecas espeluznantes en los estantes. —Brian fingió un escalofrío cuando entró en su dormitorio.

Angie rio.

—A nadie le gustan esas muñecas, excepto a mi padre. No tengo idea de por qué se encariñó con ellas. —Abrió una de las maletas y comenzó a colocar prendas de vestir en la cómoda.

—También tienes tu propio baño privado —agregó él, sentándose en el borde de la cama con dosel y señalando hacia el baño.

—Es un poco más pequeño que el baño principal, pero no necesito uno grande —respondió Angie mientras acomodaba una pila de ropa de la segunda maleta en perchas individuales—. Papá pudo construir el baño en esta habitación porque es la más grande. Los otros dormitorios pueden compartir el elegante baño con la hermosa bañera con patas. Estoy bien con una ducha.

—No necesitas una bañera. Esta fue la mejor opción.

—Además, mi baño no estará lleno de cosas de extraños —afirmó ella—. Ayúdame a meter esto en el armario, por favor.

Angie se acercó al armario con los brazos llenos de ropa en perchas y las colgó de a una. Brian llevó otro tanto para que ella lo colgara como quisiera. Colocando cada pieza en una sección para pantalones, camisas, faldas o vestidos, Angie las dividió a su vez por color.

—De verdad eres organizada —comentó Brian.

Angie lo miró y frunció el ceño.

—¿Por qué no lo sería? Si tengo ganas de usar pantalones rosa, busco en la sección de los pantalones, y luego busco la remera blanca en la sección de las remeras. ¿Qué hay de malo en eso?

—Absolutamente nada —respondió él, claramente dando marcha atrás con su comentario.

—La vida es demasiado complicada para tener un armario todo desarreglado.

—Estoy de acuerdo.

—Entro aquí y me siento en paz. Todo está dispuesto, ordenado —explicó, extendiendo los brazos a los lados para incluir todos los artículos en el armario—. No soporto el desorden.

—Ajá. Ya veo. —Brian le mostró una pequeña sonrisa.

—Está bien, suficiente sobre mi armario. Necesito comestibles —anunció ella, dirigiéndose a la puerta.

—Vamos a comprarte algunos comestibles —acordó él, levantándose de la cama.

—También tenemos que recoger a Precious.

—Ah, sí, la gata. —Brian levantó y bajó las cejas—. No veo la hora.

* * *

—Precious está haciéndose la difícil —protestó Rachel, con las manos en las caderas.

—Lo sé. Supongo que ha pasado tanto tiempo desde que estuvo en su transportín que ahora no quiere entrar —planteó Angie, siguiendo a la gata, que se escapaba—. Brian, bloquea su paso. —Brian hizo todo lo posible para evitar que el escurridizo felino entrara en la sala, extendiendo los brazos y gruñendo—. Pareces un jugador de fútbol americano —comentó Angie, acercándose al animal.

—Solía jugar —contestó Brian mientras Precious pasaba corriendo a su lado hacia el otro dormitorio.

—Oh, no la dejes meterse… —comenzó a decir Angie mientras la gata se escabullía—... debajo de la cama. Maldición.

—¿Ahora qué? —preguntó Rachel.

—Bueno, uno de nosotros tendrá que sacarla de allí —respondió Angie.

—Yo lo haré —se ofreció Brian. Se puso en cuatro patas y levantó el volante de la cama—. Ven aquí, pequeña.

Angie también se tiró al suelo.

—Precious, ven con mamá —le pidió, agitando la mano para atraer la atención de la gata—. Sé la chica dulce que quieres ser. Ven con mamá.

Situado en el centro, debajo de la cama, completamente fuera de alcance, el animal no se movía.

La puerta principal se cerró de golpe cuando Joe entró en el condominio.

—¿Dónde está todo el mundo? —llamó.

—Aquí, Joe —contestó Rachel—. Estamos tratando de sacar a Precious de debajo de la cama para que pueda irse a su nuevo hogar.

Joe entró en el dormitorio, y vio a Brian y Angie en el suelo, y su esposa de pie y observando.

—Parece que no quiere ir.

—Todavía no —respondió Angie.

—Sé cómo sacarla —afirmó Joe, saliendo de la habitación. Rápidamente sacó a Rufus, el perro, de donde dormitaba en el balcón—. ¿Qué hay debajo de la cama, Rufus? ¿Eh? Ve a buscarlo. Sí, atrapa al intruso.

El gran goldendoodle se lanzó hacia el borde de la cama y dejó escapar un ladrido que se ajustaba a su tamaño. Saltó arriba y abajo un par de veces, y finalmente metió la cabeza debajo de la cama con un ruidoso resoplido. Luego lanzó otro fuerte ladrido que debió haber volado el pelaje de Precious. La gata salió corriendo de debajo de la cama. Mientras pasaba velozmente, Brian y Angie agarraron su cuerpo blanco y esponjoso.

—Pongámosla en el transportín ya mismo —sugirió Angie, poniéndose de pie, al igual que Brian, cada uno sosteniendo al felino, que se sacudía. Los dos regresaron rápidamente al transportín que había quedado en el vestíbulo. Brian colocó una mano en la parte trasera de este para estabilizarlo mientras Angie empujaba a Precious a través de la abertura, con la ayuda de Brian, mientras la gata se retorcía en sus manos. Luego, Angie cerró firmemente la puerta y la aseguró con la cremallera—. ¡Vaya! Me preguntaba si alguna vez lograríamos meterla ahí.

—Yo también —aseguró Brian.

—Supongo que no quería ir —opinó Joe—. Lástima, niña, te vas.

TRES

Rachel llegó temprano a su oficina, así que preparó una jarra de café. Con suerte, sería un día sin incidentes, no como algunos que estaban llenos de drama de los personajes que vivían en el condominio para mayores de cincuenta que administraba. Cuando Joe y ella se habían retirado a ese lugar, había creído que la vida sería tranquila y placentera viviendo en el cuarto piso de un condominio con vista al océano. Pero luego le pidieron que administrara el edificio, y Joe decidió hacer el mantenimiento para estar ocupado. Era el plan perfecto, hasta que comenzó el drama, sin mencionar el asesinato de su amiga. No, la vida había sido cualquier cosa menos pacífica desde que se había mudado allí. Sin embargo, le encantaba vivir cerca de la playa, y la mayoría de los residentes le caía bien, a pesar de su idiosincrasia.

Desde su llegada, Rachel había casado a una pareja de ancianos con su licencia de notaria pública, había resuelto dos asesinatos, había celebrado el regreso de su hija, había establecido un nuevo negocio, había hecho algunos amigos queridos y había descubierto que estaba enferma. Ciertamente, la vida no había sido aburrida en los condominios Breezeway, felizmente ubicados en las costas de Daytona Beach, Florida.

Rachel se sentó detrás de su escritorio, y pasó la cinta de video de seguridad para su revisión. Necesitaba saber si alguna persona sospechosa había estado al acecho o intentando entrar. Aproximadamente a la mitad de la cinta, vio a un hombre bajo con cabello oscuro y escaso, peinado hacia atrás, y rostro de aspecto promedio. Rachel no lo reconoció, por lo que guardó una copia del hombre para una futura revisión, si fuera necesario.

LuAnn Riley entró como una brisa en la oficina, arrastrando su caftán amarillo.

—¡Hola!

LuAnn era una cantante de country que se parecía mucho a Dolly Parton, hasta en el pecho grande, el pelo rubio y las uñas largas y rojas.

—Bueno, te ves muy alegre hoy —comentó Rachel, sonriendo a su amiga.

—Me siento muy bien. ¿Por qué no? Mi nuevo trabajo va bien y... —sonrió—... han extendido mi contrato por tres meses más.

—Esas son noticias fantásticas, LuAnn.

—¿No crees que me lo merezco? —LuAnn se alisó el cabello con las manos de manera exagerada—. Cariño, el negocio mejora en todos los lugares donde me presento.

—Por supuesto que sí. Y te mereces esa extensión. Estoy muy feliz por ti.

LuAnn se acercó a la silla para invitados y se sentó.

—También hay un hombre que me presta más atención. Ha ido a verme casi todas las noches desde hace dos semanas. Me mira con ojos saltones, aplaude con entusiasmo y siempre me pide que me siente con él durante mis descansos.

—Es genial. Un romance en ciernes —sugirió Rachel, guiñándole un ojo a su amiga.

—No estoy segura de eso, cariño. La atención es agradable y todo pero, en realidad, no es mi tipo. —LuAnn miró su mano, y la giró para ver sus uñas. Ese día eran rojo vivo; al siguiente, otro color, seguro.

—¿Podrías, tal vez, seguir suspirando por Derks? —Él había sido su último novio, y LuAnn se había tomado muy mal la ruptura.

—No, estoy lista para volver al juego, cariño. Solo necesito al tipo adecuado, no a una serpiente que persigue mujeres —señaló, utilizando su descripción de Derks.

—¿Cómo es él?

—De mi estatura, lo que lo hace bajo cuando uso mis botas de plataforma. Su cabello es oscuro y un poco delgado en la parte superior. Creo que está en la banca o algo financiero.

—¿En serio? ¿Se parece en algo a esto? —Rachel sacó la foto que acababa de copiar y la deslizó hasta el borde del escritorio con el dedo.

—Bueno, sí. —LuAnn miró la foto con sorpresa, golpeteando el rostro con una uña—. ¿Por qué estaría por aquí? No creo que viva en la playa.

—Esto fue tomado anoche.

—¿Anoche? Trabajé anoche.

—Bueno, supongo que te siguió a casa. —Rachel tomó la fotografía y la colocó boca abajo.

—No sé muy bien qué pensar, cariño —señaló LuAnn, mirando a Rachel con expresión confundida—. No parece un acosador. Timothy es demasiado manso y callado para ser un hombre violento. Simplemente no sé qué decir.

—¿Cuál es su nombre? Para mis registros.

—Timothy Lowe. Sesenta y dos años. De Libra. —Rachel no necesitaba su signo astrológico, pero lo anotó en el reverso de la foto de todos modos, junto con su nombre y edad—. La próxima vez que lo vea le preguntaré por qué vino aquí. —Se puso de pie—. Pero sé que no quiso hacer daño.

—Dicen que hay que tener cuidado con los callados —comentó Rachel con una sonrisa.

LuAnn la miró desde la puerta.

—Ni me digas.

* * *

Precious desfilaba por la casa, observando cada centímetro cuadrado de su nuevo hogar victoriano. Era la primera vez que la gata tenía tanto espacio para correr. Vivir en dormitorios y ashrams en los Estados Unidos constituían lugares pequeños la persa blanca.

—Le encanta la nueva casa, Brian —señaló Angie con asombro, con las manos en las caderas (un rasgo similar al de su madre)—. Estoy tan feliz...

—¿Cómo evitarás que se escape afuera cuando tengas huéspedes? —preguntó Brian.

—Ella nunca sale. No le gusta. Demasiado aterrador o extraño para ella. No creo que sea un problema.

—¿Qué pasa con los huéspedes?

—Oh, ella no le tiene miedo a la gente. Le agrada. Y si no le gusta un grupo en particular, puede esconderse en el dormitorio. —Angie se encogió de hombros—. Saldrá bien. Ya lo verás.

—Me refería a qué sucedería si alguien es alérgico a los gatos.

—Vaya, estás lleno de preguntas. En el sitio web se indica claramente: gato residente en las instalaciones. En cursiva y negrita. No pueden pasarlo por alto. Y, si hay algún problema, la mantendré en mi habitación mientras estén aquí.

—Bueno, supongo que tienes todo cubierto. —Brian se volvió hacia la cocina—. Comamos un poco de ese pollo que acabas de comprar.

Precious siguió a Angie a la cocina, tomándose un descanso de su merodeo.

—Sí, también te daré de comer —le dijo Angie, y echó un poco de comida crujiente en el plato de la gata. Guardó el contenedor en un armario inferior. —Ahora, el pollo. —Angie llevó el pollo a la mesa del comedor, junto con una ensalada de papas y una ensalada verde—. ¿Puedes traer los platos? —Brian abrió la alacena superior y sacó dos platos. Abrió el cajón de abajo, sacó dos tenedores y dos cuchillos, y luego, una cuchara para servir. Puso la mesa mientras Angie sacaba el aderezo para la ensalada—. Quiero dar gracias la primera noche en mi casa. —Angie estaba sonriendo mientras se sentaba.

—Hazlo. —Brian era quien normalmente hacía los honores. Angie dijo gracias, y luego disfrutó del pollo frito—. Estoy tanteando el terreno en busca de dos camareros más —comentó antes de darle un mordisco considerable a la pata de pollo. Era dueño de Brian's Burgers en la playa, donde trabajaba Angie. Había sido el primer empleo de ella a los veinticinco años. Luego, se habían enamorado.

—¿Dos? —preguntó ella, sirviéndose ensalada de papas.

—Sí, se necesitan dos para reemplazarte.

Angie rio por lo bajo.

—¿En serio?, ¿dos?

—Sí, creo que todos necesitan menos presión. Estuve llevando una operación muy estricta para ahorrar dinero, pero creo que ya no es necesario. —Brian dejó caer una cucharada de ensalada de papas en su plato—. El negocio va muy bien. Los turistas han recibido el mensaje: coman en Brian's Burgers.

—Te das cuenta de que todavía voy a trabajar contigo, ¿no? No estoy lista para comenzar a solicitar entrevistas para un puesto de marketing. —Angie se sirvió un muslo de pollo.

—Lo sé. Pero tampoco quiero que te sientas estresada, como si tuvieras la obligación de atender mesas para mí. —Brian apoyó el tenedor con el pollo en el plato y miró a Angie con dulzura—. Tienes dos días para promocionar esta hostería pero, si necesitas más tiempo, quiero poder decir: “No hay problema”. Lo tengo cubierto.

—Eso es muy dulce de tu parte —afirmó ella con una amplia sonrisa—. Tuve suerte cuando entré por casualidad a tu hamburguesería, buscando trabajo. ¿Quién hubiera pensado que tendríamos una relación?

—Bueno, yo lo sabía —respondió él, tomando una pechuga de pollo—. Cuando entraste en el lugar, me quitaste el aliento. Lo supe al instante.

—¿En serio? Nunca me dijiste eso antes.

—Es cierto. ¿Por qué crees que perdí peso?

—Recuerdo que dijiste que tenías el ojo puesto en una chica.

—Ajá. Esa eras tú.

Brian había pesado veintidós kilos por encima del peso deseable para su cuerpo alto y musculoso. Levantando pesas y cuidándose con lo que comía (como evitar las papas fritas), había perdido una cantidad significativa de peso, todo para impresionar a Angie.

—Emmm, en ese entonces estaba saliendo con Josh, según recuerdo. Qué error fue ese —señaló, limpiándose la boca con una servilleta—. Pero viniste a mi rescate. Creo que fue entonces cuando empecé a tenerte en cuenta. Qué suerte la mía.

—¡Ja! Yo soy el afortunado. Mírate: rubia y hermosa. Piernas largas, cuerpo precioso. Cuando levanté la vista después de haber leído tu solicitud (que, a decir verdad, era lamentable), me convertí en avena en tus manos; en puré de patatas, lo que sea. Me convertí en papilla. —Mientras sonreía, un poco de jugo se deslizó por la comisura de su boca.

—Oye, no seas tan duro conmigo. Era una graduada universitaria; también tenía títulos adicionales. No fue mi culpa que pasara mi tiempo en la escuela en lugar de trabajando —planteó sonriendo—. Pero es bueno saber que tengo la habilidad de convertirte en papilla.

—Seguro que sí.

—Tú no estás tan mal.

—¿Yo? Estoy bien, supongo. —Brian se encogió de hombros como si pensara lo contrario.

—Más que bien. Eres un hombre atractivo. No seas tan modesto —insistió Angie.

—¿Ves? Esta es otra razón por la que tengo suerte. Siempre me haces sentir bien —dijo con una sonrisa.

—¿No es eso lo que la gente debería hacer por el otro? —preguntó ella.

—Por supuesto. Pero, por lo general, no lo hacen.

Angie asintió con la cabeza.

—¿Qué tal si acordamos que ambos tuvimos suerte?

—Acordado.

CUATRO

—Esta es la primera noche en más de un año que tenemos el lugar para nosotros solos —comentó Joe, corriendo su silla de debajo de la mesa del comedor.

—Lo sé. Parece un poco raro —contestó Rachel—. Ninguna hija por ahí, entablando conversación.

—Y sin Precious —agregó Joe, colocando una servilleta en su regazo.

—Eso es algo bueno. No la extrañaré.

—Yo tampoco —afirmó él. Rachel cortó una rebanada de pastel de carne de la fuente y se la pasó a su marido. Deslizó otra en su propio plato. A Joe le encantaba el pastel de carne, así que Rachel intentaba hacerlo a menudo—. Este falso puré de papas hecho con coliflor no está mal —señaló, y tomó otro bocado—. Estoy sorprendido.