Las voces del silencio - Maitane Ormazabal - E-Book

Las voces del silencio E-Book

Maitane Ormazabal

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Beschreibung

¿Qué sabemos acerca de la salud mental adolescente? ¿De dónde nacen los trastornos de alimentación, la ansiedad, la depresión, las autolesiones y conductas suicidas que están desolando a los más jóvenes? ¿Por qué tantos jóvenes quedan atrapados en el abismo virtual de sus teléfonos durante horas interminables? ¿Qué secretos se esconden tras las redes sociales? Es urgente explorar su funcionamiento real, impacto cognitivo, emocional y mental, así como descubrir de qué manera se puede establecer una relación saludable con esta omnipresente tecnología. Pero vayamos más allá: ¿qué está sucediendo con nuestra juventud? ¿Por qué los problemas de salud mental alcanzan niveles sin precedentes? Merece la pena que nos adentremos en el laberinto de los trastornos alimentarios, ansiedad, depresión, autolesiones y conductas suicidas, a fin de desentrañar las inquietantes influencias del entorno. ¿Qué impulsa estas preocupantes tendencias? ¿Cuáles son las claves de este desgarrador rompecabezas? Y lo más importante: ¿cómo podemos ayudar? Este libro se propone responder a todas esas preguntas. Para ello, los autores han partido de un planteamiento holístico, aunando la evidencia científica de máximo rigor, el saber y experiencia de profesionales de primer nivel, herramientas prácticas constatadas y testimonios reales de personas que han lidiado con estas patologías. El resultado es una obra integral y totalmente divulgativa, de fácil comprensión y práctica, que, con independencia de la cualificación del lector, constituye una herramienta práctica para explorar el complejo mundo de la salud mental adolescente, y ofrece información clave para prevenir, comprender y abordar estos desafíos de manera efectiva, en especial desde el entorno escolar, familiar y social. Se trata, en definitiva, de un faro de esperanza y una llamada urgente a la acción en una época de profundos retos para nuestra sociedad y, especialmente, nuestros adolescentes.

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lAs VOCES del silencio

1ª edición: octubre de 2023.

2ª Edición actualizada: marzo de 2024

Este libro ha recibido una ayuda a la edición del Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco.

© 2023, Telmo Lazkano y Maitane Ormazabal

© De la presente edición: 2023, ALBERDANIA, SL

Istillaga, 2, bajo - 20304 Irun

Tel.: 943 63 28 14

[email protected]

www.alberdania.net

Imagen de portada: Aritz Merino Pérez

Impreso en Ulzama (Uharte, Navarra)

ISBN: 978-84-9868-878-8

ISBN digital: 978-84-9868-879-5

Depósito legal: D. 895/2023

LaS voces DEL SILENCIO

LA SALUD MENTAL ADOLESCENTEEN LA DÉCADA DEL CAMBIO

Telmo Lazkano • Maitane ormazabal

ALBERDANIA

ensayo

PRIMERA PARTE

1. UNA MIRADA HOLÍSTICA

I. Más allá del sujeto

En nuestras interacciones sociales, a menudo caemos en la tendencia de atribuir toda la carga de la crítica y la responsabilidad al individuo, cuando nos enfrentamos a situaciones que socialmente desaprobamos o simplemente no nos agradan. ¿Te suenan familiares estos escenarios? Observamos a una persona obesa y nos preguntamos: «¿Cómo puede permitirse llegar a ese estado? ¿Acaso no se valora a sí misma?». Encontramos a alguien lidiando con problemas de adicción a las drogas y pensamos: «Ha tomado el camino más fácil. ¿Cómo puede infligirle esa daño a su propio cuerpo y a sus seres queridos?». En el caso de un estudiante con malas calificaciones, tendemos a afirmar: «Es perezoso. Carece de motivación para estudiar. Simplemente no es lo suficientemente inteligente». Y cuando alguien pasa demasiado tiempo absorbido por su teléfono, opinamos: «¿Cómo puedes desperdiciar tanto tiempo de esa manera? Te estás autodestruyendo». Estas reacciones iniciales tienden a enfocarse en el individuo, pero ¿nos encontramos en lo correcto? ¿Cuál es el origen de esta tendencia tan común? ¿Es esta la forma adecuada de comprender y enfrentar la realidad de cada persona? Reflexionemos al respecto.

Es fundamental respetar el principio de individualización y reconocer que la responsabilidad de cada uno y los factores personales desempeñan un papel crucial en los resultados. Sin caer en un positivismo ingenuo que culpe a otros de nuestras propias acciones, debemos abordar un asunto que nos preocupa cada vez más: la disminución de la relevancia del contexto social al comprender la realidad de una persona. Cada individuo está fuertemente influenciado por los entrelazados sistemas en los que se encuentra inmerso desde su nacimiento: familiar, educativo, relacional, emocional, material, cultural y social. Esta preocupación surge debido a que, como somos interdependientes de estos sistemas, en muchos casos, un cambio en alguno de ellos puede ser el factor clave para mejorar la situación de una persona. Te invito a explorar conmigo en las próximas líneas la magnitud de este fenómeno.

Si te preguntara qué causa la adicción a la heroína, ¿qué responderías? Tómate tu tiempo, no hay prisa. La respuesta más común es: «La propia heroína. La adicción es un comportamiento incontrolable que busca satisfacer la necesidad generada por la sustancia química consumida». Sin embargo, esta respuesta puede complementarse para obtener una perspectiva más justa. Veamos cómo.

Normalmente, las preguntas complejas no tienen respuestas fáciles. Tanto en los hospitales de Inglaterra como en los de aquí, cuando una persona sufre una operación de calado y los analgésicos comunes no son suficientes para calmar los incesantes dolores posoperatorios, se utilizan drogas que tienen un poder de adicción mucho mayor que la heroína: fentanilo (40 veces más potente que la heroína), morfina, remifentanilo o diamorfina, por poner algunos ejemplos. Si aplicamos la lógica de unas líneas antes, tendríamos a un número inequívoco de pacientes convertidos en adictos, ¿cierto? Pero sabemos bien que esto no sucede. ¿Por qué? Porque una adicción es algo mucho más complejo en su ser que el consumo de un componente químico. Dos factores son clave: el porqué y el cómo. Si el producto se consume con fines de conseguir un placer que no se puede obtener de manera natural y, además, se hace de manera asidua, esa sustancia acabará siendo adictiva; sin embargo, en el ejemplo previo, es decir, en medicina, se utiliza para quitar dolor, no para generar placer, y se usa de un modo muy consciente en cuanto a dosis y asiduidad, por lo que no hay casos de adicción por lo general. Como vemos, la respuesta anterior estaba un poco coja. Teniendo esto en cuenta, quizá nos sería de ayuda plantearnos la siguiente pregunta: ¿qué lleva a una persona a buscar de manera asidua un placer que no puede conseguir de manera natural, incluso sabiendo que es dañino para ella? ¿Por qué no puede dejarlo?

Esto que planteamos no es nada nuevo; de hecho, pertenece al siglo pasado. Para entender la respuesta que solemos escuchar debemos remontarnos al siglo XX, en específico a las investigaciones llevadas a cabo en Estados Unidos y Canadá, como los conocidos estudios del psicólogo Harris Isbell. Brevemente, la tesis se basaba en lo siguiente: el componente químico de la sustancia es la causa de la adicción. Para ello se basaban principalmente en el siguiente experimento: metieron a una rata en una jaula vacía donde había dos tipos de agua solamente, un agua heroinada y otra agua normal. En todos los estudios la rata bebía agua heroinada hasta que moría por sobredosis. De ahí nace la conclusión mencionada, que fue difundida a lo largo y ancho del planeta, empezando por la propaganda americana conocida como parthership for a drug-free America.

Pero como bien hemos dicho antes, las cuestiones complejas no tienden a tener respuestas fáciles. Siempre me pregunto si eso fue lo que pensó el psicólogo Bruce K. Alexander, una eminencia, y su equipo, antes de poner patas arriba toda la teoría de la que acabo de hablar y sentaron las bases del tratamiento de adicciones que hoy en día tenemos. Este grupo de investigadores, que trabajaban en la Universidad Simon Fraser en la Columbia Británica (Canadá), puso en marcha una serie de experimentos e investigaciones que apuntaron más allá en cuanto a la problemática tratada. Según contó el propio doctor Alexander, un día paseando cerca de su distrito y observando a los individuos drogodependientes de esa zona dio con la siguiente reflexión: esas personas estaban aisladas, fuera de la sociedad, sin conexiones, sin relaciones, sin razones ni motivaciones para vivir realmente; en definitiva, estaban muy lejos de poder tener sus necesidades psicoemocionales cubiertas. Estaban en total desarraigo con su ser, relaciones interpersonales y sociedad. Es ahí donde se le ocurrió lo siguiente: «Espera..., ¿la rata de esa jaula no estaba en la misma situación? En aquella jaula estaba sola, sin más compañía que un agua heroinada y otra normal. ¿Carecía de alternativas para cubrir necesidades psicoemocionales y bienestar mínimas? Espera un momento. ¿Qué pasaría si ese experimento con esa rata se hubiera planteado de diferente forma?».

Sin perder tiempo, el investigador reunió a su equipo y juntos se embarcaron en una serie de experimentos e investigaciones que marcaron un punto de inflexión en aquel asunto. Crearon un auténtico paraíso para las ratas, el Rat Park (Parque de Ratas). Este entorno estaba diseñado para satisfacer todas las necesidades de las ratas, ofreciéndoles la mejor comida, juguetes para hacer ejercicio, compañía de otros congéneres y la posibilidad de reproducirse. Por supuesto, se incluyeron dos tipos de agua: la heroinada y la normal. Ahora, te planteo la pregunta: ¿qué crees que sucedió?

La respuesta desafió el paradigma establecido hasta entonces. Ninguna rata mostró un consumo compulsivo y ninguna murió por sobredosis. Lo que es aún más sorprendente es que, al introducir en el Rat Park a las ratas que previamente habían desarrollado una adicción en jaulas aisladas, su consumo compulsivo disminuyó drásticamente, acercándose al patrón de consumo de sus compañeras del parque.

Estas reveladoras investigaciones, y las que les sucedieron, dejaron claro que la adicción no es simplemente una consecuencia de un componente químico. Es posible que el opuesto de ser adicto no sea simplemente estar limpio, sino estar bien conectado y arraigado con tu ser, seres significativos y sociedad.

Aquí el término conexión abarca dos dimensiones fundamentales. En primer lugar, estar conectado con uno mismo, nuestra vida y nuestro entorno. Necesitamos motivos para vivir. De toda índole. Cuantos más mejor. Nuestras relaciones humanas y su significado y valor desempeñan un papel crucial en todo ello. Como seres profundamente sociales que somos, cuando esta faceta se ve comprometida nuestro bienestar resulta afectado. Como bien dice la eminencia en psiquiatría Tim Kasser, es importante reconocer que la soledad no se mide por la cantidad de personas con las que interactuamos cada día, sino por la autenticidad y el significado de nuestras relaciones, incluyendo la que tenemos con nosotros mismos y nuestras emociones. Y es que no hay peor soledad que sentirse solo en compañía de otros.

Por otro lado, es de vital importancia ver la conexión que tiene la propia arquitectura social en la que vive el sujeto y su naturaleza, ya que indudablemente incidirá en la persona que vive en ella, en mayor medida de lo que a simple vista pueda parecer, como veremos más adelante en este apartado.

Para acabar, debemos recalcar que es evidente que la adicción no puede atribuirse únicamente a la exposición a una sustancia adictiva. Es un fenómeno complejo y multifactorial. Si bien la exposición a sustancias adictivas es importante en el desarrollo de la adicción, nuestro entorno, el aislamiento, la falta de esperanza, motivación y sentido de vida, la dificultad para manejar nuestras emociones, la construcción de nuestro psiquismo1 desde la infancia, la genética, la falta de conexiones humanas significativas y la pérdida de control sobre nuestras vidas, entre otros factores, desempeñan un papel fundamental en este proceso. Pero, ojo, no hay que sacar malas interpretaciones de lo dicho. Tener todo esto bien cubierto no nos salvaguarda de caer en una adicción. El uso de drogas siempre pondrá en riesgo nuestra salud, nunca será la solución y muy probablemente será nuestra perdición, como bien lo demostraron los demoledores años de la heroína que arrasó a todo tipo de gente y extracto social.

Lo que debemos aprender de todo esto es que el sujeto está más influenciado de lo que creemos por las relaciones que mantiene, así como por el sistema en el que vive, lo cual incide en su pensar, sentir y hacer de manera notoria. Por ello se entiende que, muchas veces, la adicción tiene más naturaleza de consecuencia que de causa. Debido a esto, cuando una persona busca cambiar su situación en un momento dado de su vida, ya sea superar una adicción o mejorar su estado mental, es común que se amplíe la mirada más allá del individuo en sí. Se busca comprender la influencia directa o indirecta de los factores y actores del sistema al que pertenece la persona, con el objetivo de abordar el problema tanto en el plano individual como social. Como bien dijo José Ortega y Gasset, somos seres condicionados por nuestras circunstancias: soy yo y mis circunstancias.

II. El caso de Portugal: un giro histórico en la lucha contra las drogas

Un ejemplo destacado que ilustra todo lo mencionado hasta ahora es Portugal y su enfoque revolucionario para hacer frente al desbordante consumo de heroína y otras drogas. Te invito a profundizar e investigar más sobre estea cuestión, ya que marcó un hito histórico. No obstante, dada la complejidad del asunto, y conscientes de los riesgos de simplificarlo, a continuación se presentan las líneas generales seguidas por el país luso para poner fin a la alarmante situación de drogodependencia a la que se enfrentaba en el año 2000.

Al igual que en España, la heroína y otras drogas se propagaron con fuerza tras el fin de la dictadura, lo que generó una auténtica crisis social. A principios de este siglo, aproximadamente el 1% de la población portuguesa era adicta a la heroína (la segunda tasa más alta en Europa), una cifra verdaderamente escalofriante. Las políticas implementadas hasta entonces, como se puede apreciar, resultaron ineficaces: los adictos eran perseguidos, multados y encarcelados, sometidos a una fuerte represión social y policial; en definitiva, estigmatizados por completo. Esta dinámica, con la que nuevamente se culpaba únicamente al individuo y se obviaba su contexto, como si la persona fuera un agente opaco a este, no tuvo ningún resultado positivo y la adicción siguió en aumento hasta alcanzar cifras insostenibles.

Ante esta cruda realidad, sucedió algo histórico. Tanto el Gobierno como la oposición decidieron unirse y adoptar una medida radical: dejar estos problemas en manos de científicos y expertos en la materia.

Después de un análisis exhaustivo, los que sabían propusieron un plan de acción claro y contundente: cambiar por completo el contexto social sin restricciones. Pusieron en práctica la teoría del Dr. Alexander: sacar al individuo de la jaula del aislamiento, reintegrarlo en una arquitectura social interconectada y arraigarlo en ella. ¿Cómo lo lograron?

Por un lado, se embarcaron en un proceso de despenalización y abordaron los problemas de consumo mediante sanciones administrativas, como multas y trabajos comunitarios, evitando medidas penales en la medida de lo posible. Por otro lado, todos los recursos previamente destinados a enjuiciar, encarcelar, avergonzar, reprimir y aislar a los adictos fueron redirigidos hacia un programa integral de prevención, contención y reintegración, que reconocía al individuo en su totalidad y tenía en cuenta sus circunstancias. En palabras del médico portugués Joao Goulao, coordinador nacional de la política de drogas de Portugal, se trataba de combatir la enfermedad, no a los enfermos.

En definitiva, se promovió la colaboración y la coordinación entre diferentes sectores, como el sanitario, el social y el judicial, para abordar de manera integral el problema de las drogas y trabajar de forma coordinada en la prevención, el tratamiento y la reducción de los daños. Se pusieron en funcionamiento programas accesibles y se apoyó la reintegración social a través de capacitación, empleo y vivienda. Se puso el foco en la reconexión del individuo consigo mismo, sus relaciones y el contexto social. Se logró una transformación integral al abordar tanto la desintoxicación como la reestructuración de la conexión del sujeto con su entorno. La pregunta es: ¿cómo?

Por un lado, se produjo una profunda transformación en la sociedad, que marcó el fin del discurso de desprecio y humillación de las personas adictas. En su lugar, se promovió un mensaje de apoyo y valoración: «Os queremos, os valoramos, estamos de vuestro lado y os queremos de vuelta». Este cambio se vio impulsado por la impactante realidad física de los heroinómanos y la presencia del sida, que afectaba a todos los estratos sociales. El miedo y la tristeza generados cambiaron la percepción de la sociedad, que dejó de ver a estas personas como verdugos para considerarlos víctimas, un factor crucial para superar la crisis.

Por otro lado, se materializaron los programas de reinserción indicados. Por ejemplo, se implantó un programa nacional de micropréstamos, que buscaba abordar los factores sociales relacionados con la adicción. Mientras los individuos se sometían a procesos de desintoxicación, se les proporcionaban préstamos para construir una arquitectura social sólida que cubriera sus necesidades psicoemocionales básicas. Un ejemplo concreto sería el caso de un exmecánico de automóviles que había caído en la heroína. Los servicios sociales contactaban con talleres mecánicos en la zona y, en consonancia con su proceso de rehabilitación, el Estado asumía la mitad del salario de la persona si el taller le ofrecía un contrato de un año. De esta manera, se brindaba apoyo durante la desintoxicación y se proporcionaban herramientas para reconstruir la vida y restablecer las conexiones personales y sociales.

El enfoque integral implementado en Portugal para abordar la adicción marcó un hito significativo al combinar cambios sociales y oportunidades de reintegración efectivas con la desintoxicación. Se demostró que superar la adicción no solo requería la eliminación de la sustancia, sino también la reconstrucción de todos los aspectos de la vida, fortaleciendo los lazos sociales y brindando oportunidades para un futuro mejor bien arraigado. Demostraron que llevar a cabo un proceso de desintoxicación sin abordar los factores que conducen a la adicción carece de sentido. Al salir y enfrentarse a la misma realidad con las mismas herramientas en las manos, es muy probable elegir la misma vía de escape, lo que conduce a una recaída inevitable. La adicción se comprende, por ende, como un fenómeno complejo que exige un enfoque integral, considerando al individuo como un ser emocional, genético y cognitivo único, sí, pero también como parte y resultado de un sistema social más amplio.

El éxito alcanzado por el método portugués y su reconocimiento mundial en el ámbito de las drogas va más allá de la política de despenalización del consumo, la cual sigue siendo objeto de debate en la actualidad.2 Sin embargo, no hay duda de que su eficacia en la reducción drástica de la adicción radica en un sólido programa de apoyo social para los ciudadanos, como lo respalda prácticamente toda la literatura académica al respecto,3,4 lo cual proporciona una base sólida para futuras investigaciones y acciones en este campo.

III. Yo y mis circunstancias

Como bien hemos dicho, no solamente resulta imperativo analizar las conexiones que tenemos con nuestro entorno, sino que la propia naturaleza y fin de la arquitectura social que rige el sistema en el cual habita el individuo adquiere una influencia notable en las múltiples formas en que una persona puede desarrollarse y realizarse como ser humano. ¿Pero a qué nos referimos exactamente con esto? Veámoslo.

Para ilustrar nuestra reflexión, tomemos como primer ejemplo a Noruega, una nación venerada en la comunidad internacional porque se vuelca con la donación de órganos, en contraste con los países anglosajones, que no destacan precisamente por su generosidad en este sentido. Ahora bien, te invito a reflexionar: ¿por qué crees que esto es así? ¿Acaso viene de la cultura de los países anglosajones que sean más egoístas? ¿No se preocupan por el bienestar de los demás? Por su parte, ¿los noruegos son excepcionalmente generosos y empáticos, y muestran un cuidado y consideración hacia los demás que sobrepasa los límites comunes? Estos interrogantes, objetivamente poco tangibles, no serán respondidos aquí; sin embargo, te proporcionaré un dato que seguramente te ayudará a ampliar tu visión en esta reflexión.

A diferencia de los países anglosajones, donde se opta por la inclusión voluntaria en materia de donación de órganos, en Noruega, en el momento en que se obtiene el permiso de conducir y se completa el respectivo formulario, el Gobierno ha decidido adoptar un enfoque de exclusión voluntaria. ¿Qué significa esto? En la sección referente a la donación de órganos en caso de accidente fatal, por ejemplo, la opción de donar se encuentra seleccionada de manera predeterminada; es decir, es responsabilidad del individuo cambiarla si así lo desea, goza de total libertad en su elección. A primera vista, esta medida puede parecer sutil, pero ha tenido un impacto notable en la multiplicación del número de donantes de órganos en el país, lo que ha influido positivamente en el bienestar de cada individuo dentro del sistema.5 Este enfoque, conocido como opt-out (consentimiento implícito), se utiliza actualmente en varios países, como Bélgica y Austria, con similares o mejores resultados. Un ejemplo fascinante de cómo las decisiones de diseño y conectividad en la arquitectura social pueden tener un impacto significativo en las personas.

Permíteme presentarte un último ejemplo que ilustra la importancia del contexto social y su influencia en la forma de ser y actuar de los individuos. Si comparamos las tasas de obesidad en Dinamarca y Kentucky, por ejemplo, podemos observar una diferencia abrumadora. Mientras que en Dinamarca el porcentaje de obesidad es del 19,7%, en Kentucky esa cifra se eleva al 43%; es decir, más del doble.

Ante ello podemos pensar: ¿acaso la población de Kentucky muestra una predilección particular por la obesidad? ¿Son acaso más propensos a la pereza? ¿Existe alguna debilidad genética que los haga proclives a la ingesta excesiva de comida? ¿Se sienten cómodos viviendo con esta enfermedad? Y, por otro lado, ¿qué ocurre con la población danesa? ¿Son naturalmente más saludables? ¿No les gusta la comida abundante? ¿Poseen una conciencia superior acerca de la salud y el bienestar corporal? ¿O tal vez deberíamos mirar más allá del individuo y comprender el contexto y la arquitectura social en la que viven?

En Kentucky, el uso del automóvil es imprescindible para la movilidad del ciudadano. La promoción de un estilo de vida saludable por parte de las instituciones es escasa, mientras que los mensajes de las grandes empresas de comida rápida dominan el panorama alimentario. En cambio, en Dinamarca, la accesibilidad es una realidad y el uso de la bicicleta es tan común como el uso de automóviles, o incluso más. Las instituciones y las empresas privadas promueven activamente una alimentación saludable, fomentando el consumo de frutas y verduras de manera encomiable. Teniendo en cuenta el carácter de la arquitectura social en estos dos contextos, ¿dónde crees que una misma persona tiene más posibilidades de desarrollar obesidad?

En vista de todo lo expuesto hasta ahora y retomando las reflexiones planteadas al comienzo de este capítulo, surge la pregunta al analizar la realidad de un individuo: ¿debemos cargar toda la crítica y la responsabilidad sobre el sujeto? ¿Hasta qué punto tenemos poder de decisión y hasta qué punto estamos condicionados? Si nos enfrentamos a un problema sistémico como la obesidad, por ejemplo, ¿tiene sentido seguir enfocando nuestra atención únicamente en el individuo? ¿No deberíamos considerar que, cuando algo ocurre de manera generalizada y sistemática, es el propio sistema el que está enfermo? Como hemos mencionado anteriormente, las preguntas complejas rara vez tienen respuestas sencillas.

Es por todo ello por lo que nace el asombro y la preocupación manifestados al inicio de este apartado, en relación con la tendencia cada vez más acentuada de centrar toda nuestra crítica y responsabilidad en la persona. Si bien es cierto que nos será de más ayuda dejar de considerarnos las víctimas de nuestras circunstancias y empezar a vernos como producto de nuestras decisiones, para comprender realmente a una persona y ayudarla, debemos entender que no somos entidades aisladas y opacas, sino seres condicionados y determinados en gran medida por factores externos. Somos influenciados por los sistemas a los que pertenecemos desde nuestro nacimiento, ya sea en el plano familiar, relacional, emocional, material, escolar, cultural o social, los cuales están interconectados. Por lo tanto, al abordar la ayuda a un sujeto, debemos hacerlo considerando tanto su singularidad emocional, genética y cognitiva como su pertenencia a los sistemas que lo rodean. Reconocer que somos seres interconectados nos brinda una visión más completa y compasiva de la realidad. Solo al considerar la interacción entre el sujeto y su entorno podremos abordar los problemas de manera más holística y constructiva, trabajando por una sociedad más saludable y equitativa.

IV. Apliquémoslo en nuestro día a día

Considerando todo lo que hemos explorado hasta ahora, ha llegado el momento de examinar nuestra realidad cotidiana desde una perspectiva distinta, una mirada audaz que desafíe nuestras concepciones preestablecidas.

Imagina a ese joven que se sumerge en el abismo digital y está cautivo por las nuevas y tan adictivas plataformas digitales. ¿Cómo reaccionamos ante esta situación? ¿Debemos poner todo el foco en el sujeto nuevamente? En los próximos capítulos exploraremos minuciosamente la naturaleza real de las redes sociales y sus técnicas persuasivas, que nos mantienen anclados frente a las pantallas y nos perjudican de manera notoria. Pero no podemos ignorar el otro lado de esta moneda contemporánea, es decir, la influencia del sistema en el menor. ¿Hemos sido sus educadores un modelo ejemplar en el uso de dispositivos móviles y pantallas desde la infancia del individuo? ¿Le hemos permitido afrontar el aburrimiento y desplegar su imaginación desde temprana edad? A menudo, denominamos al teléfono móvil chupete digital, pero ¿a quién está destinado ese chupete realmente? Cuando el niño no quería comer o tenía una rabieta, ¿quién lo ha relajado y sostenido, su progenitor o una pantalla? Por ende, ¿qué buscará más adelante para tranquilizarse? ¿Por qué esos jóvenes pasan tanto tiempo absortos en sus dispositivos móviles? ¿Qué encuentran en el ciberespacio que les es esquivo en la realidad? ¿Sus necesidades psicoemocionales se ven satisfechas o recurren a la pantalla para anestesiar sus emociones o evadirse de una realidad que les abruma? ¿Poseen las herramientas necesarias para lidiar con sus sentimientos? ¿Y para hacer un buen uso de esa herramienta tan potente? Anhelan con fervor el reconocimiento social y esa dulce dosis de dopamina en forma de me gusta, ¿por qué? Y, en última instancia, ¿en qué medida me identifico yo con todo lo expuesto? Debemos recordar que nuestros pequeños son, en gran medida, espejos de nuestra propia existencia.

Llegó el momento de afrontar estos interrogantes con valentía y asumir la responsabilidad que nos incumbe como adultos y como sociedad. Reflexionemos sobre nuestras propias acciones y comportamientos, reconociendo la influencia que ejercemos en el desarrollo de nuestros hijos. En lugar de señalar con el dedo acusador al joven absorto en su pantalla, miremos hacia dentro y preguntemos qué estamos haciendo para fomentar una relación saludable con la tecnología, cultivar la imaginación de nuestros hijos y fortalecer sus habilidades emocionales y sociales.

Pasemos al plano docente ahora e imaginemos por un momento la escena: un estudiante que, de manera persistente, elude sus deberes, llama incesantemente la atención o, por el contrario, se sume en un silencio inquietante. Tal vez nuestro primer impulso sea atribuirlo a la pereza y desgana, y pensar que lo que le hace falta es un buen escarmiento y comenzar a ponerse las pilas para lograr sus objetivos. En muchos casos, según nuestra experiencia, ciertamente será así. Sin embargo, debemos ser cautelosos y no limitarnos únicamente a esa explicación.

Observemos con atención. Abramos otras puertas: ¿cómo se encuentra emocionalmente esa persona? ¿Cuál es su estado psicológico? ¿Qué realidad afronta dentro y fuera del entorno educativo? ¿Cuál es su contexto? Como educadores, sabemos que incluso la mejor metodología o tecnología carecerán de efecto si el estudiante no se encuentra en un estado óptimo. Como veremos más adelante, la mente y las emociones no son entidades independientes, sino interdependientes. Pero, claro, esta noble tarea se ve empañada por las limitaciones impuestas por el sistema educativo, como los elevados ratios y la burocracia asfixiante que imposibilita dar esta mirada al alumno tan necesaria y hacer una lectura más completa de la situación. Es fundamental reflexionar sobre el rumbo que está tomando el sistema educativo formal en este sentido y hasta qué punto los cada vez más habituales macrocentros, burocracia y ratios deshumanizadores satisfacen las necesidades del profesorado y, especialmente, la de los estudiantes para realizar de manera eficiente sus quehaceres reales.

Lo que está claro es que, independientemente de si se trata de nuestros propios hijos e hijas o de nuestros alumnos, es probable que parte de la clave para cambiar la situación de los adolescentes resida en alguno de sus sistemas más cercanos, ya que en la adolescencia somos especialmente susceptibles a los estímulos de nuestro entorno. La pregunta ahora sería: ¿por qué?

¿Por qué buscamos con tanto ahínco estímulos externos en la adolescencia? ¿Por qué somos tan maleables en este periodo de nuestra vida? ¿Por qué la aceptación social ejerce tal influencia sobre nosotros? ¿Por qué tememos tanto esta montaña rusa de emociones? ¿Por qué la consideramos un mero trámite doloroso en lugar de una oportunidad para fortalecer nuestras relaciones? ¿Y si te dijera que puede ser uno de los momentos más cruciales en los que necesitan nuestro apoyo, incluso si aparentan lo contrario? ¿No deberíamos cambiar nuestra perspectiva y contemplar esta etapa desde un enfoque diferente? Los alarmantes datos de salud mental entre los adolescentes dejan pocas dudas al respecto. Nos están gritando pidiendo ayuda desde su silencio atronador, y quizás como sociedad no estamos prestando la debida atención. Una vez más puede ser que estemos enfocando el problema erróneamente, culpando al individuo en lugar de abordar los fallos sistémicos de un problema generalizado, de un sistema enfermo.

Después de profundas reflexiones, especialmente en el contexto de la era pos-COVID, me he percatado de una dinámica sociológica fundamental: con frecuencia, el miedo que provoca conductas irracionales se origina en la ignorancia, en el desconocimiento. Sin embargo, cuando desde la ventana de la incertidumbre y la humildad desarrollamos un conocimiento crítico, ese temor se transforma en respeto y nos impulsa a actuar con coherencia y racionalidad.

Por lo tanto, te invitamos a desafiar los tópicos. Adentrémonos juntos en la verdadera realidad de nuestros adolescentes. Descubramos su mundo interior. No nos limitemos a observar desde la distancia. Sumerjámonos en su complejidad y abracemos el desafío de comprenderla plenamente. La adolescencia no es solo una etapa transitoria; es una oportunidad. Nuestros jóvenes necesitan nuestro apoyo y guía en este viaje turbulento ahora más que nunca, y eso pasa por comprenderlos. Vamos a ello.

Notas:

1 Conjunto de funciones y procesos psicológicos (percepción, pensamiento, memoria, emoción, motivación, etc.) que constituyen la actividad mental de una persona.

2 RÊGO, X., OLIVEIRA, M. J., LAMEIRA, C. et al. (2021). 20 Years of Portuguese Drug Policy Developments, Challenges And The Quest For Human Rights. Subst Abuse Treat Prev Policy, 16, 59. https://doi.org/10.1186/s13011-021-00394-7

3 Gonçalves, R., Lourenço, A. y Nogueira da Silva, S. (2015). A Social Cost Perspective in The Wake of The Portuguese Strategy For the Fight Against Drugs. International Journal of Drug Policy, 26(2), 199-209. https://doi.org/10.1016/j.drugpo.2014.08.017

4 Hughes C. E. y Stevens, A. (2010). What Can We Learn From The Portuguese Decriminalization of Illicit Drugs?. The British Journal of Criminology, Volume 50, Issue 6, November, Pages 999-1022, https://doi.org/10.1093/bjc/azq038

5 Shepherd L., O’Carroll R. E. y Ferguson E. (2014). An International Comparison of Deceased And Living Organ Donation/Transplant Rates In Opt-In And Opt-Out Systems: A Panel Study. BMC Med. 2014 Sep 24;12:131. doi: 10.1186/s12916-014-0131-4. PMID: 25285666; PMCID: PMC4175622.

2. ADOLESCENCIA: UNA MIRADA INTROSPECTIVA

Desde los primeros años de vida, el cerebro humano encuentra su camino hacia la madurez a través del contacto con otros cerebros, especialmente en lo que se refiere al aparato emocional; aunque ciertamente es el contacto general que cada sujeto tiene con su contexto global, a nivel emocional, cognitivo e incluso material, lo que incidirá en una u otra medida en ese desarrollo. Este proceso se estima que acaba transcurridos los 25-30 años de edad y tiende, por lo general, a tener un punto de inflexión importante alrededor de los 16-18 años. Sin embargo, es durante la tumultuosa etapa adolescente cuando alcanza su punto álgido y se despliega con toda su magnificencia. Es como si el cerebro adolescente estuviera ansioso por absorber estímulos externos de manera natural y apasionada, pues sabe que son claves para su propio florecimiento.

En busca de su identidad y satisfacción psicoemocional, los adolescentes trascienden los límites de los referentes con los que han sido criados y a los que creen ya conocer, normalmente su entorno familiar. Es en este punto donde se aventuran entre sus pares y en su contexto social, ansiosos por descubrir nuevos estímulos que alimenten su crecimiento evolutivo. Durante esta etapa, el entorno social y las experiencias que de él se derivan ejercen una influencia manifiesta e imperante en ellos, moldeando de manera significativa sus valores, autoestima e identidad, que están en plena construcción, y por lo tanto, su salud mental y su comportamiento.

Para ti y para mí estaban la familia, la sociedad, los amigos, la escuela y las actividades extracurriculares entre los protagonistas indiscutibles a la hora de construir nuestro ser como adolescentes. Sin embargo, en los últimos tiempos ha surgido con fuerza un nuevo actor principal, que está dejando una huella profunda en la identidad, los valores, la autoestima, la salud mental y la conducta de nuestros jóvenes: la realidad virtual. Esta, desgraciadamente, por factores que explicaremos más adelante, cada vez está teniendo un protagonismo más acentuado en ese rol de otro cerebro al cual acudir para desarrollar el mío. Aunque pronto exploraremos con mayor detalle esta interesante y preocupante influencia de la realidad virtual, la familia sigue siendo, por lo general, y aunque a veces parezca lo contrario, el actor con mayor influencia sobre el sujeto, mediante el cordón emocional construido desde su nacimiento, técnicamente conocido como apego.

Veamos a modo introductorio lo que más adelante desarrollaremos: cómo el sistema más cercano del sujeto adolescente puede configurar su ser emocional y conductual. Para analizar de manera más pragmática e introductoria los estilos educativos y la incidencia del apego, haremos uso de una analogía con animales, que suele resultar bastante efectiva:

•En el terreno de la conducta:

El canguro. Tienden a sobreproteger al menor. Lo encubre en su bolsa y gestiona todo por él en la vida de su pequeño. Asumen toda responsabilidad y dejan atrapados a sus pequeños en la bolsa, impidiendo así el aprendizaje natural de afrontar los retos y lo que ello conlleva (esfuerzo, disciplina, normas y consecuencias, así como desarrollar tolerancia a la frustración).

El rinoceronte. Su intransigencia lo agota y lo estresa. Lo quiere todo bajo control, es persuasivo y tozudo. Su poca paciencia, agresividad e intimidación chocan frontalmente con la capacidad lógica, creativa y de descubrimiento de los hijos, los cuales se sentirán obligados a cumplir con las directrices de su progenitor. Muy probablemente, su actitud puede tener un efecto contrario a medio plazo, como la rebeldía o la desmotivación.

El delfín. Tiene una dirección sutil y correcta. A veces va por delante de su descendiente y le enseña el camino; otras veces, va a su lado, y lo anima y ayuda; otras veces, va detrás, en silencio pero alerta. Hay un equilibrio entre la confianza, la capacidad y la seguridad en aras del bienestar del pequeño. Por lo general estos individuos acaban desarrollando una autoestima segura y se relacionan de manera sana.

•En el terreno de las emociones:

La avestruz. Tienden a evitar los problemas como el avestruz mete la cabeza bajo tierra. Intentan huir o evitar las confrontaciones, incluso las que provienen de la conducta de su pequeño. Tienden a pasar mucho tiempo fuera de casa, sea por trabajo u otras razones. Se aíslan y son fríos con sus pequeños, por lo que generan un sentimiento de soledad en sus descendientes y, por ende, el vínculo emocional se ve afectado.

La medusa. Emocionalmente son diáfanos y tienen reacciones desorbitadas, con relación a sentimientos como el miedo, la culpabilidad, el enfado o el rencor. Son perfeccionistas y se autocastigan mucho como educadores al creerse responsables únicos del bienestar y felicidad de su pequeño. Se frustran ante los problemas, se agotan y desisten. Sus hijos tienden a sentirse mal ante estas reacciones de sus padres e incluso pueden desarrollar cierto sentimiento de culpabilidad muy doloroso.

El sambernardo: Normalmente no fallan en su deber. Son cumplidores y están ahí cuando se les necesita. Son fiables, seguros, pero a la vez calmados. No les hace falta ladrar para cumplir su cometido, son fuertes emocionalmente y cercanos. Sus hijos tienden a tener seguridad en sí mismos, son leales y compasivos, y tienden a tener relaciones saludables tanto con ellos mismos como con los demás.

Ahora te corresponde a ti, querido lector, tomarte un momento para reflexionar: ¿con qué tipo de educador te identificas? ¿Cuál se asemeja más a la educación que recibiste? Observar estas similitudes es crucial, ya que los patrones educativos, nuestras conductas y las experiencias que llevamos a nuestras espaldas tienden a transmitirse e incidir6,7 de forma más profunda de lo que imaginamos en nuestros pequeños. En la analogía presentada, el ideal sería acercarnos tanto como sea posible al comportamiento del delfín en términos de guía y aliento, y a la emotividad del sambernardo, lo que resultaría ser un apego seguro, que se estudiará más adelante. A menudo, podemos sentirnos identificados con diferentes características de animales, pero desde una perspectiva sociológica podemos afirmar que actualmente existe una marcada tendencia educativa que combina los estilos del canguro y el avestruz.

I. Nuestros miedos influyen

Ante el proceso evolutivo de la adolescencia, los padres se enfrentan a una tarea que suele resultar difícil y a veces dolorosa, pero que es absolutamente necesaria: confiar en que sus hijos se distancien de ellos y se acerquen a sus iguales para descubrir y construir su propia identidad. Sin embargo, ¿qué sucede cuando, como progenitores, nos enfrentamos a la necesidad de ejercer confianza en este proceso? Que experimentamos miedo ante la distancia emocional y deseamos evitar el sufrimiento de nuestros hijos a toda costa. Nos resistimos a aceptar este distanciamiento y actuamos en consecuencia movidos por el temor principalmente. Es totalmente comprensible. Como educadores nos vemos atrapados por el miedo y la preocupación.

Sin embargo, también debemos reconocer que en ocasiones el control y el miedo surgen por la presión que nosotros mismos nos imponemos como educadores. Intentamos que nuestros hijos cometan el menor número posible de errores para evitar fracasos que puedan cuestionar nuestra reputación como educadores. A veces, nuestras decisiones responden más a la preocupación por lo que dirán los demás que a otra cosa. En esta era del escaparate e información líquida en la que vivimos, la presión por ser buenos educadores es más intensa que nunca. Nos sentimos responsables de todo lo que hacen nuestros hijos, como si su destino dependiera únicamente de nosotros.

No obstante, debemos tener muy presente que muchas situaciones y vivencias incómodas no son solamente inevitables, sino que son precisamente en esos momentos donde se encuentra la oportunidad necesaria para desarrollar una sólida autoestima y una salud mental equilibrada. En lugar de tratar de evitar a toda costa lo que resulta inevitable, es fundamental acompañar, guiar y apoyar a nuestros hijos en el proceso de gestionar la frustración y las emociones dolorosas; hacerles ver que las situaciones incómodas tarde o temprano se van a dar, ya que la vida no es un estado de felicidad lineal ni eterna, sino una sinfonía de momentos diversos que hay que saber escuchar y bailar lo mejor posible.

Por esto, resulta imperativo que cada individuo arraigue en su ser los valores del esfuerzo y la disciplina más que el objetivo en sí, y que experimente lo que es cometer errores y aprenda de ello. Debe desarrollar la tolerancia a la frustración y legitimar emociones dolorosas como el sufrimiento, acordes con el contexto evolutivo en el que vive. De lo contrario, si desde nuestro miedo, expectativas y control los criamos en una burbuja emocional y les damos una potestad que no tienen ni deben pensar que tienen, provocaremos la construcción de un psiquismo que interpreta la vida como una inmutable realidad de felicidad que va en una sintonía agradable a su ser y parecer. Esto traerá sujetos emocionalmente infantilizados y sin recursos, en medio de una sociedad donde la calidad de la inteligencia emocional es más necesaria que nunca.

Quizá todo lo explicado hasta el momento sea más fácil de entender con una simple analogía. Para ello, haré mía la comparativa que utilizó el distinguido psicólogo y doctor en la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt.

El sistema inmune es un sistema abierto, necesita un contacto con el patógeno para desarrollar esa inmunidad. Así es como funcionan las vacunas, por ejemplo. Le enseñamos al sistema una afección que es capaz de tolerar y a la que se puede sobreponer, para que de esa manera sea más fuerte y eficaz. De esta manera, entendemos que, si metemos a una persona en una burbuja donde, debido a nuestro miedo, no tiene ningún tipo de contacto con ningún patógeno, en un futuro no muy lejano esto le traerá más perjuicio que beneficio. Ya que no podemos (ni debemos) mantener a un sujeto eternamente en una burbuja, y por lo tanto, cuando salga e irremediablemente tenga contacto con un patógeno de un nivel acorde a su etapa evolutiva, no sabrá responder o tendrá serias dificultades. Lo mismo pasa con la autoestima y la salud mental: son sistemas abiertos que necesitan paulatinamente de contactos y experiencias diversas para ser sólidas.

Si metemos a nuestro pequeño en una burbuja emocional y no le permitimos vivir conflictos normales, perderse, asustarse y tener experiencias incómodas y afrontarlas, y por tanto desarrollar de manera natural fortaleza y tenacidad mental, y optamos por los titulares que predican «yo te protegeré en todo momento» o «nunca te perderás», lo que estamos provocando de manera indirecta es, precisamente, que en un futuro esa persona se pierda y no sepa volver. Esto es lo que cada vez es más palpable en las consultas, claro está, siempre mirándolo desde la ventana del conflicto: adolescentes con unas carencias de apego muy importantes, síndrome amotivacional palmario, sin arraigo ni motivación reales de vida y con muy baja tolerancia a la frustración, muchas veces resultado de un psiquismo que ha sido construido, por diferentes razones, mediante una falta de límites, normas e ineficientes, y frágiles consecuencias conductuales. Esto suele estar complementado por la gratificación inmediata –ese «quiero y lo tengo» cada vez más acentuado en la sociedad, que, aparte de dar una falsa sensación de potestad a un individuo, castiga los valores del esfuerzo y la disciplina–, así como la frustración, entendiéndose esta como la respuesta emocional común que experimentamos cuando tenemos un deseo, una necesidad o un impulso y no logramos satisfacerlo.

Sin embargo, como bien se ha recalcado, hablamos de patógenos (situaciones, emociones y experiencias) acordes con la etapa evolutiva en la que está el adolescente, no vivencias que pondrían en serios aprietos la salud mental de un adulto, como casos de ciberbullying o situaciones que se ven cada vez con mayor asiduidad a consecuencia del uso prematuro de los teléfonos inteligentes entre los niños y adolescentes. En este sentido, el respetado tecnólogo Tobias Rose-Stockwell hizo una más que acertada reflexión al respecto: las vivencias negativas que se pueden experimentar tras un uso incorrecto y prematuro de las redes sociales acaban con ese contacto natural necesario con el patógeno que hemos mencionado, ya que exponen a los sujetos a situaciones y experiencias que están muy lejos de vivir de manera natural emocionalmente. Dicho de otra manera, un adolescente, es decir, un volcán de emociones, no está preparado para que por todos los teléfonos de sus amigos, e incluso en el pueblo, circule una foto suya de contenido sexual, como provoca más veces de las que nos gustaría un uso prematuro de esta tecnología. No están preparados para un contacto con tal patógeno, como analizaremos con mucho más detalle más adelante.

Ahora sigamos con esta mirada introspectiva sobre los adolescentes y veamos, más allá de nuestros miedos, con qué conflictos internos se encuentran a la hora de construir pilares tan importantes en su vida como son los valores, la autoestima y la propia identidad.

II. Valores

Los valores, fundamentales en nuestras vidas, son principios y creencias que moldean nuestros comportamientos y acciones. Son los pilares sobre los cuales construimos nuestra existencia, reflejan lo que consideramos importante y nos orientan en consecuencia. Sin embargo, es crucial distinguir entre los valores estáticos, también conocidos como intrínsecos, y los valores dinámicos o extrínsecos. Los primeros son intrínsecos a nuestra identidad cívica: respeto, esfuerzo, empatía, confianza y amor en su sentido más amplio. Estos son indispensables tanto para nuestro bienestar individual como para el desarrollo de una sociedad saludable. Por otro lado, los valores extrínsecos son aquellos que evolucionan con el tiempo y se adaptan a los cambios de la estructura social. Es importante hacer esta diferenciación, ya que nosotros, los adultos, somos los que, viendo que los jóvenes hacen las cosas de manera diferente y comparando su acción con lo que nosotros hubiéramos hecho con su edad, empezamos a decir que no corresponde a nuestra escala de valores y, por ello, estimamos que se están perdiendo. Pero eso no es cierto, ya que estos valores no son inmutables; como diría Nietzsche, se transvaloran, son susceptibles de ser reevaluados y transformados.

En este sentido, el destacado doctor en filosofía David Pastor Hico ofrece el siguiente ejemplo: hace 500 años Garcilaso de la Vega se lanzó sin peto ni armadura a mitad de una batalla, lo cual fue aplaudido por su valentía y bizarría, ya que esa temeridad era un valor en aquella época. Hoy en día, sales a la carretera en una motocicleta sin casco y te van a multar por temerario. Los valores van cambiando. Si queremos que no lo hagan, tenemos un problema.

Por eso que decimos que los jóvenes están perdiendo los valores, lo cual no es nada nuevo.8 Lo que estamos diciendo muchas veces es que no están respetando lo que eran valores en nuestra juventud. No permitir esta evolución natural de los valores extrínsecos es un pensamiento inmovilista y reaccionario, es clavado en un tiempo que queremos que permanezca, porque, a causa del sesgo cognitivo de confirmación que caracteriza al ser humano, creemos que lo nuestro es lo válido y lo que están haciendo ellos no lo es, y tendemos a imponer nuestros valores.9 ¿De qué manera está sucediendo esto?

Podríamos decir con una mera observación social que el telón ha caído sobre la vida clásica y convencional, y nos cuesta aceptarlo. Cada vez más nos adentramos en nuevas y diversas sendas en este camino llamado vida. Antaño, la idea predominante era la de adquirir una vivienda lo más pronto posible, pero ahora vemos cómo cada vez más personas optan por el alquiler y el disfrute de viajar, desafiando las costumbres de sus predecesores. De la misma manera, donde antes no parecía haber más posibilidad ni meta laboral que conseguir un empleo y pasar allí los restantes cuarenta años, hoy en día es común plantearse la opción de trabajar desde distintos lugares del mundo, considerando el cambio de ocupación profesional a lo largo de la vida laboral una perspectiva interesante.

Por otro lado, la imagen romántica de la familia nuclear clásica se va desvaneciendo paulatinamente, dando paso a diversas realidades en las que no tener hijos, no tener una pareja formal, los divorcios y la adopción, así como la formación de familias con diversas orientaciones sexuales, ocupan un lugar sin precedentes en nuestra sociedad. Lo mismo ocurre en el ámbito de la socialización, donde, junto al grupo de amigos de toda la vida, han surgido círculos sociales de gran diversidad.

A tu interpretación queda si son mejores o peores tiempos, lo que no cabe duda es que son nuevos tiempos, y por ende, nuevos valores extrínsecos acordes a la superestructura del momento, como ha ocurrido siempre en la historia en este sentido. No obstante, sí es cierto que a día de hoy esto viene con una marcha, o dos, acelerada, y de ahí puede entenderse también, parte de nuestra posición inmovilista y desconcierto.

La clásica colisión intergeneracional ha experimentado un notable incremento y una aceleración sin precedentes, impulsada por diversos factores. Uno de ellos es el retraso en la edad en que las personas deciden tener hijos, lo cual amplía la diferencia generacional y contribuye a un mayor distanciamiento cultural. Sin embargo, quizás uno de los aspectos más determinantes sea la forma en que los adolescentes de hoy reciben la información y forman sus criterios de vida.

Las generaciones anteriores se limitaban en gran medida a fuentes controladas como la familia nuclear, la televisión y su entorno cercano. Si bien existían discrepancias intergeneracionales, estas se mantenían en un margen relativamente controlado. En contraste, en la actual era de la información líquida y las redes sociales, los adolescentes se ven expuestos a una infinidad de estímulos, realidades, contenidos, lugares, criterios y estilos de vida que ejercen un impacto significativo en su autoestima, identidad y, por supuesto, valores; por desgracia, también en los intrínsecos, como veremos más adelante. Este constante flujo de información amplifica en gran medida la colisión intergeneracional.

El antiguo paradigma ha quedado completamente obsoleto: en la actualidad, un adolescente de 15 años ya ha sabido de la mitad de los paisajes de este mundo que sus padres no han conocido en 50 años de vida, y es conocedor de que hay múltiples formas de vida más allá de pasar 40 horas a la semana durante cuarenta años en un empleo. En resumen, la percepción que los adolescentes tienen de la vida y del mundo trasciende con creces las limitaciones de su entorno inmediato y estas diferencias se manifiestan en todos los aspectos de su vida, incluido el valor del trabajo en nuestra identidad y ser.

Somos una sociedad que históricamente siempre ha puesto el trabajo en el centro de nuestras vidas y ha vinculado, en gran medida, nuestra identidad al mismo. Esto ha hecho que hoy en día muchos de los problemas de salud mental estén vinculados al estrés, por haber llevado nuestro cuerpo y nuestra mente a sus límites en el trabajo. Esto, de manera directa o indirecta, ha sido percibido por nuestros adolescentes y se está viendo un cambio de dinámica importante en este sentido. No quieren seguir poniendo la vida laboral en el centro de la vida, sino la vida misma. Y no nos confundamos, no es que no quieran trabajar, aunque ciertamente haya de todo; lo que muchos quieren es encontrar ese equilibrio que hace tiempo gran parte de la sociedad añora y quiere llevar a cabo. Lo que están buscando y quieren realmente es trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Resumiendo, los valores extrínsecos de nuestros adolescentes son diferentes, como nunca, a los nuestros como adultos, y en esa colisión son muchos los adolescentes que están sufriendo, ya que no legitimamos sus valores y, por lo tanto, entran en un conflicto interno: ¿a quién debo seguir, a mi yo interior o a la voz del exterior? Pero reflexionemos. El estilo de vida o la superestructura que hemos creado nosotros no tiene por qué casar con ellos... ¿o sí? Seguramente con algunos lo hará y con otros no. No ha pasado tanto desde que la sociedad dictaminó que estudiar, sacar una carrera, buscar trabajo, casarse, comprar una casa, hipotecarse de por vida, afincarse en un lugar, tener hijos, ascender en el trabajo, comprar una segunda casa para pasar las vacaciones..., que todo esto, que estoy seguro de que te suena tan familiar, se entendía como evolución, como plan de vida, como éxito. Pero hoy, ¿identificamos eso con calidad de vida, con evolución? En nuestra opinión, en la libertad de elegir ese camino o no, de manera natural y consciente, sin coacciones, imposiciones ni juicios es donde radica la evolución real en una sociedad. En definitiva, que nadie sea castigado por ser lo que es, pero que nadie se vea obligado a ser lo que no es.

III. Autoestima

No nacemos con una autoestima marcada, sino que es la suma de cómo nos vemos y cómo nos ven, de cómo integramos nuestras experiencias, de nuestras habilidades y de cómo hemos sido valorados. En el caso del adolescente, principalmente, crea su autoimagen y valoración en reflejo a sus iguales, de la misma manera que construye su concepto del yo en función de lo que reflejan los demás sobre él. Como ya hemos dicho anteriormente, en esta época de la vida se es muy moldeable y todo estímulo externo irá influyendo en su ser, en su autoestima. Este hecho es algo que hay que tener muy en cuenta por parte de todos los adultos y, obviamente, a la hora de permitir o no un uso autónomo del teléfono inteligente, ya que lo recibido por esa realidad virtual está agitando y castigando de manera bestial la autoestima de los adolescentes, como veremos más adelante. Pero ¿por qué tenemos que andar con cuidado con la autoestima en especial en esta etapa de la vida?

Las experiencias y el autoconcepto que forjamos a lo largo de nuestra niñez y adolescencia, a través del feedback que recibimos de nuestra familia, amigos, redes sociales, educación formal y entorno cercano, desempeñan un papel crucial en la construcción de nuestra autoestima e identidad adulta. Si fracasamos en este aspecto, es probable que desarrollemos conductas perjudiciales para nosotros mismos, como el odio hacia nuestra propia persona, un bajo rendimiento escolar debido a conflictos internos (y no por pereza), dificultades para establecer relaciones interpersonales, una visión generalizada del mundo como enemigo, actitudes defensivas, evasivas o agresivas, ansiedad, sufrimiento, sentimientos de inferioridad o superioridad, falsedad y falta de motivación, entre otros. ¿Cómo ocurre esto específicamente? Vamos a verlo con un par de ejemplos.

Por ejemplo, si educamos a un sujeto en una constante e inflada valoración externa y, además, facilitamos las vías para ello, como con el uso prematuro de las redes sociales, muy probablemente en la edad adulta siga con esa dinámica y desarrolle un patrón de conducta donde influya de manera mucho más acentuada la opinión de los demás sobre él, lo cual agitará su autoestima de manera frecuente y hará que la tenga mucho más frágil, en comparación con otro tipo de educación con mayor equilibrio en ese sentido.

Permíteme ilustrarlo con otro ejemplo. Si criamos a una persona con un temor constante a que se quede sola (recuerda, la diferencia con la soledad) y, en consecuencia, la sometemos a una agenda saturada de actividades extracurriculares, aparte de estar privándola de algo tan necesario como el juego libre, que veremos más adelante en detalle, lo que hacemos es no brindarle la oportunidad de aprender a estar sola y sentirse cómoda de esa manera; no estará familiarizada con el aburrimiento y con la regulación emocional, y por ende, no podrá desarrollar plenamente su capacidad creativa ni aprender a valorar y lidiar con lo que tiene, incluyendo sus emociones. Cada vez más estudios indican que aquellas personas que recurren a las pantallas para aliviar el aburrimiento o como forma principal para conectarse con la sociedad acaban desarrollando tendencias y patrones de comportamiento patológicos.10 Esta falta de habilidades puede desencadenar comportamientos compulsivos, como compras impulsivas, un uso excesivo del teléfono móvil, comer en exceso, una dedicación desmesurada al trabajo, dependencias poco saludables en las relaciones personales o el abuso de sustancias.

Esta es la razón por la que debemos prestar especial atención a todos estos factores mencionados y buscar un equilibrio para que nuestros niños desarrollen una autoestima sólida y gocen de una salud mental saludable: el apego seguro. Esa educación que combina la confianza, el cuidado y el amor con la seguridad. Atención: la seguridad no se limita únicamente a la esfera física, sino que también abarca la seguridad psicoemocional. Esta última se logra mediante la integración de parámetros claros ya descritos, que ayudan al niño desde temprana edad a orientarse en el mundo, a navegar emocionalmente en él, a guiarse y a integrarse en su entorno, y que resultan fundamentales en la salud mental de cualquier individuo: límites, normas y consecuencias conductuales claras y firmes, así como la presencia de una figura autoritaria constructiva y asertiva. Son aspectos fundamentales pero que han sido castigados en los tiempos actuales.

El reconocido psicólogo Alberto Ruiz de Alegría, que ha dedicado toda una vida laboral a ayudar a jóvenes y adolescentes con sus problemas de salud mental, uno de los fundadores de Proyecto Hombre y exdirector del centro Norbera, explica de manera elocuente la importancia de la figura autoritaria constructiva, que nunca hay que confundir con autoritarismo: