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Lejos de ti Cathy Williams La meteórica ascensión de Alessandro Caretti hacia el éxito había hecho que tuviera que renunciar a Megan, una chica normal y corriente. Pero ahora, convertido en millonario, había regresado, y quería conseguir lo que el dinero no podía comprar, a ella. Megan no pertenecía a aquel mundo de glamur. Pero a Alessandro no le importaba. Solo estaba interesado en que ella fuera lo que él siempre había querido: su amante. El príncipe y la plebeya Trish Morey Sienna Wainwright pasó una noche apasionada con el magnate Rafe Lombardi y al día siguiente él la echó sin ceremonias de la habitación. Sienna esperaba no ver nunca más a ese arrogante donjuán. Pero seis semanas después el mundo cambió irreversiblemente para ella… Descubrió que Rafe no era sólo un multimillonario, sino el príncipe de Montvelatte. Y lo que era peor, la había dejado embarazada… ¡de mellizos! ¿Qué alternativas tenía Sienna ahora? Rafe estaba decidido a reclamar a sus herederos y a hacerla a ella su esposa.
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Seitenzahl: 346
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 426 - marzo 2022
© 2009 Cathy Williams
Lejos de ti
Título original: The Multi-Millionaire’s Virgin Mistress
© 2009 Trish Morey
El príncipe y la plebeya
Título original: Forced Wife, Royal Love-Child
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-498-0
Créditos
Lejos de ti
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Epílogo
El príncipe y la plebeya
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
SE PUEDE saber a qué diablos creías que estabas jugando?
Alessandro había entrado en la habitación como un huracán. No había otra forma de expresarlo. Las atractivas y elegantes líneas de su rostro estaban contraídas por la ira y Megan no sabía por qué. Bueno, en realidad sí sabía por qué, pero no entendía su enfado.
–¿Jugando? –dijo ella debidamente retrocediendo con las manos a la espalda.
Desde que una hora antes la hubiera recluido en su habitación como un insecto que hubiera tenido que poner en cuarentena había estado dando vueltas por el dormitorio inquieta, hasta que casi se había quedado dormida en la cama. Le habían despertado sus pasos acercándose. Desde luego, no había esperado cortesía y amabilidad, no después de la reacción que había tenido a su inocente y bienintencionada sorpresa de cumpleaños. Pero no había esperado aquella explosión de ira.
–¡Ya sabes a qué me refiero! A ese maldito jueguecito tuyo.
Aquella voz que era capaz de hacerla temblar de amor y de anhelo, de hacerla enloquecer hasta el deseo, era hora fría y cortante.
–No era ningún jueguecito. Era una fiesta sorpresa. Pensé que te gustaría.
–¿Pensaste que me gustaría? ¿Pensaste que me gustaría verte salir de una tarta de cumpleaños por sorpresa justo cuando estaba en medio de una reunión que podría cambiar el resto de mi vida?
Megan se mordió los labios. Era tan atractivo… incluso en aquel momento era increíblemente atractivo, con su metro ochenta, su cuerpo masculino y musculoso… lo único que había querido había sido alegrarle el día. Al fin y al cabo, era su cumpleaños, le gustara a él o no.
Megan se arriesgó y sonrío.
–¡No tienes ni idea de lo extenuante que es ser una tarta de cumpleaños! ¡Tengo cicatrices que lo demuestran!
Y no estaba exagerando. Lo había planeado todo con su amiga Charlotte, que la había ayudado a introducir dos cajas en algo parecido a una tarta, un complejo mecanismo que le habían asegurado funcionaría a la perfección. Con sólo accionar un botón, la tarta se abriría y aparecería ella en todo su esplendor, con su pelo rubio peinado en bucles a lo Marilyn Monroe, sus labios pintados de rojo escarlata, y hasta un lunar postizo en su mejilla.
Pero no habían caído en que les llevaría una hora atravesar la ciudad en medio de la hora punta, ni que el mecanismo acabaría comportándose de una forma impredecible, negándose a abrirse como habría cabido esperar. Cuando por fin había logrado salir de la tarta, en medio de la sala donde estaba Alessandro, había tenido que luchar para abrirse paso en medio de cinta adhesiva para encontrarse en medio de tres hombres con trajes a rayas y un novio muy, muy enfadado.
–Se suponía que yo era Marilyn Monroe –dijo ella mientras su sonrisa iba desapareciendo de su rostro.
Miró su indumentaria, que tan sólo tres horas antes había sido un flamante traje de baño negro que había revelado su espléndido cuerpo. También se había puesto zapatos de tacón negros, largos guantes de terciopelo y medias de seda. El traje de baño estaba aún intacto, pero uno de los guantes se había perdido, seguramente dentro de la tarta de cumpleaños, los zapatos se habían ensuciado, las medias estaban rotas y una de ellas se había bajado hasta sus tobillos. No se parecía mucho a la Marilyn Monroe que había cantado feliz cumpleaños, sino a la Marilyn Monroe que había cantado a las tropas en medio de la guerra.
–Pensé que te gustaría –su voz transmitía cada vez menos confianza–. O al menos que te resultaría divertido.
–Megan… –suspiró Alessandro–. Tenemos… tenemos que hablar…
Megan se relajó. Sí, no había nada de malo en hablar. Era el hombre más interesante que había conocido nunca, podía hablar con él durante toda su vida sin trabas, especialmente ahora, que la ira había desaparecido de sus ojos.
–Sí, podríamos… –dijo ella dando unos pasos hacia él–. Aunque… se me ocurren cosas mucho más interesantes que hacer…
Megan puso sus manos sobre el pecho de él, saboreando su dureza.
–Me gusta más que uses camisas, Alessandro. Me gusta desabrochártelas. ¿Te lo he dicho alguna vez? Con las camisetas no es lo mismo. Y ésta de hoy no me gusta nada.
Alessandro tomó su mano y la detuvo.
–He dicho hablar, Megan. Y no podemos hablar aquí.
–¿Se han ido ya tus amigos?
–No eran mis amigos.
Alessandro soltó su mano y se dio la vuelta saliendo de la habitación, obligando a Megan a seguirle. No podía pensar con claridad cuando Megan estaba cerca de él, sobre todo estando cerca de una cama, especialmente llevando aquella indumentaria tan sensual, que destacaba todas y cada una de sus curvas.
–Y ponte algo –le ordenó sin mirarla.
–Como quieras. ¿Eran ésas las personas que van a cambiar la dirección de tu vida?
Por el camino, Megan tomó una de sus camisas. Alessandro sólo llevaba camisas blancas aunque ella le había dicho muchas veces que era muy aburrido. Había intentado cambiar su estilo comprándole una camisa llena de colores, pero él nunca se la había puesto. Seguramente estaría en el fondo de su armario, escondida en algún sitio.
Megan sintió que él suspiraba, pero no dijo nada, se limitó a sentarse en el sofá que ocupaba uno de los lados del salón de su modesto apartamento de estudiante, aunque sólo una persona muy optimista lo habría calificado como salón.
Apenas era un cuchitril, al menos, así lo había definido él. Pero Alessandro había trabajado como un esclavo, según sus propias palabras, para poder estudiar en la universidad y poder llegar a ser alguien en la vida, para ser dueño de lo que le rodeaba en lugar de ser una víctima. Una vez que lo consiguiera nunca volvería a mirar atrás.
A Megan no le gustaba mucho pensar adónde le conduciría aquella carrera hacia la conquista del universo. Sabía que sería lejos de ella. Aunque, ¿quién podía saberlo? Estaba enamorada por primera vez en su vida, era optimista, y prefería no pensar en el futuro. Sólo tenía diecinueve años, no había terminado el instituto, y se negaba a imaginarse un futuro lejos de él.
–¿Quiénes eran entonces? –preguntó ella acomodándose en el sofá cerca de él.
Todavía no podía creer que hubiera tenido la suerte de enamorarse por primera vez de un hombre tan absolutamente perfecto en todos los sentidos. La mayor parte de sus amigas llevaban vidas emocionales caóticas, constantemente pasando de la euforia a la depresión, esperando durante horas a que alguien las llamara por teléfono. Alessandro nunca había hecho eso. Había aceptado su virginidad como un maravilloso regalo, y nunca le había prometido nada que él no hubiera sido capaz de cumplir.
–Eran… Era gente muy importante, Megan. –Alessandro se volvió para mirarla. El pelo de ella parecía estar por todas partes, suave, rubio, oliendo a vainilla. Sus mejillas estaban sonrosadas. Sólo Megan era capaz de quedarse dormida en una situación como aquélla, después de haber hecho el ridículo de una forma estrepitosa
–Lo siento –dijo ella, sin poder evitar acercarse más a él y acariciar su rostro con la mano–. Puedo entender por qué te enfadaste un poco conmigo por haber aparecido de repente. A cualquier persona mayor le habría dado un ataque al corazón, sobre todo a ti. Alessandro, ya tienes veinticinco años. Eres casi un viejo. ¿Te das cuenta de que pronto tendrás que vivir de una pensión?
Megan se hecho reír de una forma tan contagiosa que le arrastró a él. Era una sonrisa que le había contagiado desde la primera vez que la había oído, en medio de una sala llena de gente, en un club al que le había llevado uno de sus compañeros de la universidad para intentar que se relajara un poco y descansara de tanto estudiar. Cada vez que Megan sonreía, le entraban ganas de hacer lo mismo.
–Así es como debería haber salido: en un mundo ideal, habría hecho la entrada dramática… o, al menos, la tarta habría hecho la entrada dramática… y yo habría salido de ella, como Marilyn Monroe. Entonces te habría cantado feliz cumpleaños, aunque soy la primera en admitir que no tengo muy buena voz.
–Desgraciadamente… –dijo él poniéndose serio–. Desgraciadamente, no podrías haber elegido un momento peor para esta pequeña sorpresa.
–No, bueno…
Se sentía tan bien estando cerca de él…
–No me habías dicho que estuvieras esperando invitados. Dijiste que estarías trabajando y pensé que sería una bonita sorpresa. Trabajas muy duro.
–Hago lo que tengo que hacer, Megan. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
–Sí, lo sé. Odias este lugar, y trabajas duro para poder salir de él y hacer algo con tu vida.
–Intento hacer algo más que algo.
Su padre sólo había hecho algo con su vida. Había dejado atrás la pobreza en Italia, esperando encontrar la riqueza en las calles de Londres, encontrar calles pavimentadas de oro. Pero sólo había encontrado adoquines y cemento, igual que en cualquier otro sitio. Su maravilloso talento para las Matemáticas, que tanto había admirado Alessandro de niño, se había ido perdiendo poco a poco en la monotonía del trabajo mecánico, porque no había contado con ninguna cualificación para un trabajo de mayor nivel, y en la pequeña y provinciana Inglaterra los títulos habían sido más importantes. No había servido de nada casarse con una inglesa, con una mujer con tan pocas cualificaciones como él, una mujer que se había marchitado prematuramente limpiando casas para poder permitirse ir de vacaciones una vez al año a la costa.
A Alessandro le gustaba mucho pensar en la madre que había perdido con sólo diez años. Tampoco le gustaba mucho pensar en su padre, que había sido leal durante veinticinco años a su empresa, para ser despedido finalmente al ser demasiado mayor.
Hasta su último aliento, su padre parecía haber estado satisfecho con la vida que había llevado.
Pero, en opinión de Alessandro, el talento de sus padres se había perdido por la falta de oportunidades y por la crueldad y un mundo que sólo sabía juzgar las personas por sus títulos. Desde edad temprana, se había prometido asimismo conseguir esos títulos para poder controlar el mundo en lugar de que el mundo le controlara a él como había hecho con su padre.
–Esos tres hombres que se quedaron tan sorprendidos al verte son fundamentales para mi futuro.
–¿Prefieres esos tres tipos con trajes a rayas?
–Todavía tienes mucho que aprender, Megan.
Su forma de decirlo, fría y calculada, sorprendió a Megan. Sí, eran dos personas completamente opuestas. Se habían reído de ello millones de veces. Ella había intentado, de vez en cuando, apartarle de sus libros para llevárselo a dar una vuelta por el parque y comer galletas. No le había importado hacer el ridículo cantando en un karaoke de un local, y él, negando con la cabeza, le había implorado que nunca intentara ganarse la vida cantando, pero nunca le había dicho que tuviera mucho que aprender todavía, y de aquella manera.
–Sólo intentaba que sonrieras un poco, Alessandro. ¿Cómo iba yo a saber que tu futuro estaba al lado de ti en este mismo salón? ¿Y qué es eso de tus planes de futuro? ¿De verdad tienes un plan? La vida no es una partida de ajedrez.
–Es precisamente eso, Megan. Una partida de ajedrez. La vida depende de que sepas jugar bien.
–Alessandro, yo sé que quieres conseguir muchas cosas en tu vida, pero… no puedes planearlo todo, quiero decir, yo quiero ser profesora…
–Una profesora en una pequeña escuela en medio de ninguna parte.
–¿Es que tiene algo de malo?
–No hay nada de malo –dijo Alessandro pacientemente.
La miró. No había esperado tener aquella conversación en aquel momento, pero las cosas habían cambiado y no podía posponerlo. No tenía otra opción.
–¿Has pensado alguna vez en estudiar una carrera y hacerlo en otra parte?
–¿Adónde? ¿Por qué? Ya sabes que St Nicks me ha ofrecido un puesto cuando haya terminado los estudios.
Megan sonrío al pensar en el maravilloso futuro que le esperaba enseñando a los niños de aquel lugar. No tenía nada que ver con los sueños de grandeza de Alessandro, puede que sus sueños no fueran tan ambiciosos, pero se sentía muy a gusto de estar donde estaba.
–¿En qué otro sitio podría yo enseñar?
–¿Qué te parece en algún colegio de la ciudad?
–¿Y por qué estamos teniendo ahora está conversación? ¿Es porque todavía estás enfadado conmigo por haberte avergonzado delante de todas esas personas? No seas… espera aquí un momento, voy a traer algo de vino para beber.
Megan no le dio tiempo para contestar, fue directa a la cocina y trajo dos copas de vino. Tenía la ilusión de que a su regreso le encontraría desnudo como siempre sucedía, pero no fue así. Estaba de pie, con una desesperada mirada en el rostro que prometía más conversación.
No sabía lo que aquellas personas habían dicho, pero era evidente que le habían dado algo en qué pensar. Megan siempre se había mantenido al margen de sus asuntos. De pie, delante de él, con las copas en la mano, se dio cuenta de que no quería saber lo que él tenía que decir.
Prefería concentrarse en él, y así lo hizo. Dejando las copas sobre la mesa, se quitó la camisa blanca que se había puesto y la dejó sobre una silla.
–Megan… –dijo Alessandro retrocediendo–. No es un buen momento para eso.
–¿No dirás que te estás volviendo demasiado mayor para el sexo? –dijo ella–. Sólo has cumplido un año más –añadió hundiendo sus manos bajo la camiseta de él y acariciándole el tórax.
Alessandro se estremeció furioso consigo mismo por no apartarla y hacer lo que sabía que tenía que hacer. Los senos de Megan presionaban su cuerpo, invocando sus instintos más primitivos. Llevaba nueve meses con ella, prácticamente viviendo con ella, aunque su instituto estaba a más de veinte kilómetros de allí. Megan siempre le había dicho que no le gustaban las grandes ciudades, que las grandes ciudades le daban dolor de cabeza. Había algo en ella que la hacía irresistible.
–Al menos, la tarta no era de verdad –murmuró Megan llena de deseo–. ¿Te imaginas si hubiera salido cubierta de nata?
Megan se puso de puntillas para poder besar bien el cuello y, aunque él no estaba respondiendo como de costumbre, tampoco se estaba manteniendo ajeno. Podía sentir sus músculos llenos de tensión, su excitación expresando cuánto la deseaba.
–Es una lástima, así habrías tenido la oportunidad de limpiarme por todas partes…
La imagen era demasiado sugerente para Alessandro. La miró, se detuvo en su precioso cuerpo, que prometía una satisfacción física como él nunca había conocido antes.
«Sólo soy un hombre, maldita sea», pensó.
–Un hombre podría perder la cabeza sólo de pensar en eso –dijo él mientras toda su fuerza de voluntad desaparecía bajo los tirantes del traje de baño de ella y la promesa de sus pechos.
La empujó hacia el sofá y se quitó los zapatos. Alessandro creyó encontrarse de repente en el paraíso cuando ella se tumbó encima de él. Megan empezó a moverse de forma sugerente, frotando su vientre contra su erección, mientras acercaba de forma tentadora sus pechos hacia su boca con un suspiro de abandono, Alessandro tomó uno de ellos y empezó a saborear el pezón.
La quería totalmente desnuda. Con furia, le quitó el traje de baño, y la detuvo cuando ella intentó quitarle la camiseta.
–Quiero verte… –susurró Megan.
Alessandro no respondió. En cambio, le dio la vuelta, poniéndola boca arriba y separando sus piernas. Empezó a besarla ardientemente hasta que fue prácticamente imposible pensar de forma racional.
–¡Alessandro! –gritó ella hundiendo sus dedos en el cabello oscuro de él.
Con los ojos cerrados, y la respiración jadeante, sintió que él se desabrochaba los pantalones e intentaba quitárselos.
Ni siquiera estuvo segura de si lo había hecho cuando la penetró, tal era su urgencia.
Fue algo rápido, furioso, y, cuando hubieron terminado, quedaron exhaustos y cansados. Alessandro se levantó enseguida, se puso los pantalones, y fue al frigorífico por una botella de agua fría, que se bebió de un trago.
–Vístete, Megan, tenemos que hablar.
Megan sintió un escalofrío recorriendo su espalda. ¿Hablar de qué? Estaba deseando preguntárselo, pero guardó sus dudas para sí y fue al dormitorio por unos pantalones vaqueros y un jersey.
Cuando volvió, descubrió que Alessandro se había sentado en la mesa y estaba mirando, como si estuviera esperándola para hacerle una entrevista.
–Si todo esto es por mi sorpresa, tienes mi palabra de que no volveré a hacerlo.
Alessandro ni siquiera le devolvió una sonrisa. Iba a ser una conversación difícil, sobre todo teniendo en cuenta que no debería haberse dejado llevar por el deseo y haber hecho el amor con ella.
–No tiene nada que ver con eso, Megan. Es acerca de los tres hombres de los que te he hablado. He sido seleccionado.
No había sido una sorpresa para Alessandro. Sabía que era bueno. Había sido seleccionado otras veces, pero había rechazado todas las ofertas. En esta ocasión, sin embargo, era diferente.
–¡Alessandro! ¡Es fantástico! Deberíamos celebrar… –exclamó ella–. No pareces contento.
–Aunque no se hayan dado cuenta todavía, pronto descubrirán que me necesitan más que yo a ellos.
Megan sonrió.
–Desde luego, ego no es precisamente lo que te falta.
–Me han ofrecido un trabajo –dijo él levantándose–. En Londres.
–¿Londres? Pero… No puedes irte a Londres. ¿Qué pasa con el master que querías hacer?
–Puedo hacerlo en mi tiempo libre. Ahora mismo, esto es más importante.
Megan estaba temblando. Se había acostumbrado a tenerle cerca. Había esperado estar con él unos cuantos meses más. Pero había llegado el momento de encarar las cosas. Megan intentó agarrarse a un clavo ardiendo. ¿Sería posible llevar una relación a distancia? No era lo ideal, pero podría funcionar. Unas pocas horas en tren algún fin de semana que otro, las vacaciones, las Navidades…
–¿Cuándo?
–Inmediatamente.
La palabra flotó en el ambiente entre ellos dos como una roca que se estuviera hundiendo en aguas turbulentas.
–¿Qué significa inmediatamente?
–El tiempo necesario para recoger mis cosas y dejar el pasado atrás.
La cabeza de Megan se estaba empezando a llenar de miedo y angustia.
–¿Y qué pasa con nosotros?
Alessandro no respondió, y el silencio se hizo aún más incómodo
–Podemos… podemos seguir viéndonos. Quiero decir, ya sé que Londres está muy lejos, pero hay mucha gente que mantiene relaciones a distancia. Podría ser romántico. No sé… podríamos no sé… vernos de vez en cuando.
–No funcionaría –dijo Alessandro secamente.
–¿Por qué no? ¿Es que ni siquiera quieres intentarlo?
La desesperación era evidente en su voz mientras intentaba encontrar en él algo a lo que aferrarse. Pero estaba mirando a un extraño
–No hay ninguna posibilidad para nosotros, Megan.
–¿Ninguna posibilidad? ¿Cómo puedes decir eso? Prácticamente hemos vivido juntos todo el año, ¿Cómo puedes decir que no hay ninguna posibilidad para nosotros? Yo… Alessandro… Te quiero. Te quiero de verdad, me he abierto completamente a ti…
–Para mí ha sido un regalo maravilloso.
Lo había dicho como si lo que les unía fuera ya algo del pasado
–Entonces, dime que no te irás.
–Yo… No puedo decirte eso, Megan –dijo él observando la habitación–. Esto sólo ha sido un capítulo de mi vida, Megan, es hora de pasar página.
–¿Me estás diciendo que yo sólo he sido un capítulo en tu vida? Parece que todas las cosas buenas, antes o después, acaban terminándose.
–Todas las cosas acaban terminándose. Y tu vida está aquí, Megan. Aquí, con tu familia, con tu trabajo de profesora en el campo, odias la ciudad, siempre lo has dicho. Me dijiste que la única razón por la que viniste a Edimburgo fue porque tu prima te lo propuso, y, si sigues viniendo es para verme a mí… si piensas que Edimburgo es una gran ciudad, imagínate lo que debe ser Londres.
–Estás manipulando todo lo que yo he dicho. Yo quiero estar allí donde tú estés.
–No.
Alessandro deseó que ella se echara llorar, podría lidiar con una mujer desesperada, las mujeres llenas de lágrimas siempre le habían irritado, pero ella no era de esa clase.
–Eres una chica de campo, Megan, y, antes o después, echarías de menos todo lo que siempre has querido. Además… –dijo él haciendo una pausa, sintiendo que quería ser completamente honesto con ella–. Esta fase de mi vida debo vivirla solo. Voy a entregarme por completo a mi carrera, no tendré tiempo para…
–¿Para ocuparte de una pobre provinciana como yo?
Megan miró sus pies descalzos. La pintura roja que se había aplicado en las uñas aquella mañana estaba empezando a desaparecer. En realidad, odiaba aquel rojo tan brillante. Sólo se lo había puesto para parecerse más a Marilyn Monroe.
–Para ocuparme de cualquier mujer.
Pero, si lo pensaba detenidamente, puede que ella tuviera parte de razón. Lo que para ella había sido sólo una broma, aparecer de repente delante de tres de los más reputados expertos financieros del país, para él había sido un obstáculo más que vencer.
–No te creo –dijo Megan exprimiendo cada gota de dolor que llevaba dentro hasta poder entenderlo todo–. Creo que lo que sucede es que piensas que no soy lo suficientemente buena para ti. Si yo fuera… administrativa… economista, o algo parecido, no estarías ahora aquí diciéndome esto.
–¿Qué quieres que te diga, Megan? –preguntó él furioso, ya que ella estaba convirtiendo aquella situación en algo mucho más difícil de lo que él había esperado–. ¿Que no me veo teniendo una relación seria y permanente con alguien que dentro de treinta y cinco años seguramente seguirá cantando las mismas canciones y viviendo en el mismo sitio?
Alessandro se dio cuenta enseguida de lo cruel que había sido aquel comentario.
–Lo siento –dijo bruscamente–. Eso estaba completamente fuera de lugar. ¿Por qué no, simplemente, admites que siempre ha habido limitaciones en nuestra relación y que siempre las habrá?
–Nunca hasta ahora lo habías dicho. Dejaste que te dijera lo que sentía por ti sin decirme nada.
–Tampoco te dije nada sobre un futuro juntos.
–No –admitió Megan–. Nunca lo dijiste.
–Siempre supuse que eras consciente de las diferencias que había entre nosotros, igual que yo supuse que tú sabías que mi intención no era quedarme en Escocia, jugando a las familias felices, en alguna casa en medio de ninguna parte
–Lo único que yo supuse era que me querías.
–Megan, nos hemos divertido –dijo él asomándose por la ventana viendo las tiendas al otro lado de la calle.
–¿Divertido?
Alessandro ignoró la amargura que se escondía tras su voz. La primera vez que había hecho el amor con ella, había descubierto que era virgen, y había sentido una punzada de resentimiento. Visto desde la distancia, pensó, que tal vez, debería haberse alejado en aquel momento, en lugar de permitir que ella se introdujera más y más en su vida. Pero había sido débil, y había sido incapaz de resistirse a ella. Ahora, estaba pagando el precio por su debilidad.
–Estás mejor sin mí –dijo abruptamente mientras continuaba mirando por la ventana–. Todo lo que deseas está aquí. Enseñarás en esa escuela que tanto te gusta, a muy poca distancia de tu familia, y, con el tiempo, encontrarás a alguien que te haga feliz con el futuro que has planeado.
–Sí –dijo ella a regañadientes.
Ni siquiera estaba mirándola. Ya había decidido que quería salir de su vida, estaba listo para seguir adelante sin ella.
Alessandro se dio la vuelta, pero no se acercó a ella.
–Ha sido… ha sido un error.
Un error que nunca más volvería repetir. Alessandro se dijo que por mucho que estuviera sufriendo, no era más que una chiquilla, una joven que se repondría rápidamente. Con el tiempo, incluso llegaría a darle las gracias por haber tomado aquella decisión, se daría cuenta de que ambos eran personas muy distintas, que procedían de mundos diferentes, y que nunca podrían haber tenido una relación duradera juntos.
Megan no podía soportar mirarlo, se levantó, mirando al suelo, como si quisiera buscar la inspiración divina.
–Creo que me voy a ir –dijo poniéndose los zapatos–. Iré a la habitación a mirar si hay algo mío allí para llevármelo.
Alessandro ni siquiera intentó detenerla. Que hubiera tan pocas cosas de ella en su casa parecía la prueba irrefutable de lo poco que había significado para él. Nunca le había pedido que lo hiciera. De vez en cuando, había ido dejándose cosas, como alguna prenda de ropa, que él siempre le había devuelto.
Las únicas cosas que ella había insistido en dejar eran algunos discos de música. Le gustaba mucho la música moderna, mientras él prefería la clásica. Un ejemplo más de lo diferentes que eran.
Sin mirarlo, Megan recogió sus discos y los metió en una bolsa de plástico.
–Creo que ya tengo todo. No había mucho, sólo son los discos, un cepillo de dientes, un botecito con crema, y ropa interior. Que tengas mucha suerte con tu nuevo trabajo y tu nueva vida, Alessandro. Espero sinceramente que cumpla tus expectativas, y lamento muchísimo haberte importunado con esa sorpresa.
Alessandro asintió. No dijo nada porque no había nada más que decir. Además, por primera vez en su vida, no confió en saber qué decir.
Megan se dio la vuelta y se sintió aliviada y decepcionada cuando se dio cuenta de que él no la seguía. Sentía un gran vacío creciendo en su interior, y su garganta estaba seca. Pero se contuvo. Ya tendría tiempo de hacerlo. Una vez que hubiera regresado a su pequeña habitación en el instituto.
Una vez en la calle, se dio la vuelta para mirar una última vez, pero sólo le vio a él, en su ventana, dándole la espalda.
MEGAN se puso de rodillas para poder mirar a los ojos al pequeño niño de seis años de cabello castaño y ojos azules. Tenía la cara de un ángel, pero era muy maleducado. Había visto muchos niños como él en los últimos dos años desde que trabajaba en Londres. Parecían predominar, especialmente, en los colegios privados, niños que tenían todo lo que el dinero podía comprar, pero que carecían de los valores más elementales.
–Vale, Dominic. Vamos a hacer un trato. La función está a punto de empezar, las mamás y los papás están ahí fuera, y la obra de teatro de Navidad no sería lo mismo sin ti.
–¡No quiero ser un árbol! Odio el disfraz, señorita Reynolds, y si me obliga a llevarlo se lo voy a decir a mi madre. Entonces sí que estará en un grave problema. Mi madre es abogada, ¡y puede llevarle a la cárcel! –dijo el niño cruzando los brazos con aire triunfal.
Megan reunió toda su paciencia. Había sido una semana terrible. Enseñar a niños de seis años a memorizar una obra de teatro había resultado ser una tarea complicada, y lo último que necesitaba aquel día era un niño malcriado negándose a ser un árbol.
–Es un árbol muy importante –dijo amablemente–. Verdaderamente importante. Nada será lo mismo sin ti.
Megan consultó su reloj e intentó calcular mentalmente cuánto tiempo le quedaba para convencer al chico de que aceptara su papel en la obra, un papel que sólo implicaba extender los brazos y rugir de vez en cuando. Sólo llevaba en aquel colegio un trimestre, pero ya se había encontrado con algunos niños conflictivos.
–Quiero que venga mi mamá. Ella te dirá que yo puedo hacer lo que me dé la gana y yo lo que quiero es ser un camello.
–Pero, cariño, el camello es Lucy.
–¡Yo quiero ser un camello!
En aquel mismo momento, Megan deseó haber seguido el consejo de su amiga Charlotte en lugar de abandonar St Margaret para enseñar en un colegio privado. Quería algo más normal, podía lidiar con niños con problemas. Había pasado tres años tratando con ellos en St Nicks, en Escocia, después de haber recibido el título de profesora. Pero ninguno de ellos le había amenazado con la cárcel.
–Está bien. ¿Y si avisamos a tu madre para que te diga lo importante que es que participes en la obra? Dominic, recuerda que esto se trata de trabajar en equipo, de no dejar abandonadas a las personas.
–¡Yo quiero ser un camello! –fue su única respuesta, y Megan suspiró y se dio la vuelta para mirar a la jefa de departamento que estaba sonriendo con complicidad.
–Sucedió lo mismo el año pasado –le confesó a Megan–. No es precisamente un niño fácil de tratar, y hablar con la madre va a ser difícil. He echado un vistazo fuera y no hay ni rastro de ella.
–¿Y el padre?
–Están divorciados.
–Pobre chico –dijo Megan, y la jefa, que se llamaba Jessica Ambles, sonrió.
–No dirías eso si le hubieras visto tirar huevos a Ellie Maycock en la clase de gimnasia.
–Ésta es tu última oportunidad –dijo Megan arrodillándose de nuevo y tomando las manos de Dominic–. Si haces de árbol, le preguntaré a tu mamá si puedes venir a verme jugar al fútbol en vacaciones.
Tres cuartos de hora después, Megan se sintió aliviada. Dominic Park había aceptado, había hecho de árbol, y lo había hecho muy bien. Sólo quedaba el pequeño asunto de la promesa que le había hecho sobre el partido de fútbol. Aunque no tenía ningún problema con ello, no le gustaba llevar su trabajo más allá de hacer el horario laboral, no estaba segura de cuál era la política del colegio en cuanto a que un alumno fuera a ver jugar a sus profesores al fútbol, y no quería correr riesgos. No si podía evitarlo. Le gustaba su trabajo.
Desde detrás del telón, Megan oyó el sonido de los aplausos. Habían acudido padres que no se habían dejado ver por el colegio en todo el año, padres que intentaban demostrar de esa manera su amor por sus hijos.
Megan sonrió. Sabía que estaba siendo un poco injusta, pero ser profesora de los hijos de los ricos y famosos del país le cambiaba el carácter a cualquiera.
En un minuto todo el mundo estaría saliendo del salón de actos y ella tendría la obligación de sonreír a cientos de padres orgullosos. Después, tendrían unos sofisticados aperitivos. Sin saber por qué, se acordó de Alessandro, de cómo se reía de ella siempre que intentaba cocinar. No sabía por qué, pero, después de siete años, todavía seguía pensando en él. No de una forma obsesiva, ya no tenía el corazón roto, no tenía su rostro en la cabeza cada minuto de su vida, pero sí en algunas ocasiones, pequeños recuerdos que surgían aquí y allá y que la atrapaban hasta dejarla sin respiración. Después, las cosas volvían a la normalidad.
–¡El deber nos llama! –exclamó Jessica sonriendo–. Ahí fuera hay padres por todas partes esperando que salgamos para decirles lo maravillosos que han sido sus hijos todo el semestre.
–La mayoría lo han sido, aunque algunos…
–¿No te parece que Dominic Park merece el premio al mejor comportamiento?
Megan sonrió.
–Al menos, ha tenido extendidos los brazos toda la noche sin hacerle daño a nadie. Aunque, ¿te has dado cuenta de que Lucy permanecía siempre lejos de él? Es sorprendente lo que un buen chantaje puede conseguir. Le dije que podría venir a verme la próxima vez que jugara un partido de fútbol
Tomando el brazo de su amiga, fueron al salón principal, dejando atrás el escenario, los disfraces, y todos los preparativos que tanto trabajo les habían dado toda la tarde.
Era un enorme y majestuoso salón que solía ser empleado para reuniones y actos. En un rincón había un árbol de Navidad que había sido donado por uno de los padres, lleno de luces de colores y adornos. Al otro lado, había mesas llenas de comida y de botellas de vino.
Estaba lleno de padres, familiares, de amigos de las familias, todos parecían muy contentos de que el trimestre se hubiera terminado y de que fueran a tener tres semanas de vacaciones para disfrutar de sus pequeños.
Megan no iba a ir Escocia de vacaciones. Sus padres habían decidido pasar unos días al sol, y sus hermanas habían desaparecido con sus novios. No lo lamentaba. Le apetecía quedarse en Londres. Había muchas cosas que podría hacer, y su amiga Charlotte también iba a estar, hasta habían puesto un pequeño árbol de Navidad en la casa que compartían en Shepherd’s Bush, y habían hecho planes para la comida de Navidad, a la que habían invitado a varios amigos sin compromiso.
Era sorprendente la cantidad de personas que se habían apuntado a la comida, más de quince, lo que significaba que los preparativos iban a ser una auténtica pesadilla, ya que el salón era muy pequeño, pero ese tipo de retos nunca habían asustado a Megan.
Entre el murmullo, Megan distinguió la voz de Dominic. Era inconfundible. Le estaba contando a uno de sus compañeros de clase los regalos que iba a hacerle Papa Noel, estaba convencido de que recibiría todos ellos.
Estaba sonriendo cuando vio acercarse a su madre. Relacionar a los padres con los hijos era un apasionante juego que practicaban todos los profesores. La madre de Dominic realmente parecía una abogada. Era alta y bien vestida. Tenía el pelo moreno y unos ojos azules que transmitían frialdad e inteligencia. A pesar de lo informal que era la situación, llevaba un elegante traje gris y un pañuelo alrededor de los hombros.
Fue Dominic quien le presentó a su madre, diciéndole, sin más preámbulos, que había prometido llevarle a ver un partido de fútbol.
–Usted debe de ser la madre de Dominic –sonrió Megan intentando ser cordial.
La otra mujer respondió con un gesto que, aunque intentaba ser amable, no lo conseguía. Megan pensó que aquella mujer debía estar acostumbrada a repartir sus sonrisas como si se trataran de oro, o, tal vez, había olvidado cómo sonreír, si, a juzgar por lo que decía su hijo, estaba tan acostumbrada a llevar gente a la cárcel.
–Sí, soy yo, señorita Reynolds. Aunque debo decirle que me sentí muy decepcionada cuando esta tarde me enteré de que Dominic haría de árbol. ¿No es un papel un poco insignificante?
–Aquí, nos gusta considerar la obra de Navidad como una oportunidad para divertirse, no para competir –sonrió Megan–. Además, Dominic lo ha hecho estupendamente. Ha sido muy convincente.
–¿Cuándo iré a verte jugar al fútbol? –preguntó Dominic.
–Todavía no lo sé.
–Pero no te olvidarás, ¿verdad? Porque mi mamá es…
–Sí, sí, sí… Ya he entendido el mensaje, Dominic –sonrió Megan mirando a su madre–. Me ha dicho que me meterá usted en la cárcel si no le dejo verme jugar al fútbol…
–Qué chico tan tonto… Le he dicho docenas de veces que soy una abogada de empresa. Y, en cuanto a lo del partido de fútbol, tendremos que hablarlo. Estas Navidades estamos muy ocupados, y la niñera pasará algunos días fuera, así que no sé si será posible.
Megan estaba pensando en la pobre niñera cuando se dio cuenta de que alguien se había unido a ellas. La abogada se había quedado sin habla y estaba mirando a alguien que estaba detrás de ella.
–Alessandro, cariño. Qué sorpresa verte aquí.
Alessandro.
Sólo escuchar aquel nombre era suficiente para hacerle sentir un nudo en el estómago. Era evidente que había más de un Alessandro en el mundo, era un nombre italiano muy corriente. Lo que era más desconcertante era haber escuchado ese nombre cuando no hacía más de unos minutos que había estado pensando en él.
Pero, al darse la vuelta, no pudo hacer más que contener la respiración. Allí estaba. Alessandro Caretti. Su Alessandro. Estaba delante de ella, como un fantasma surgido del pasado. Siete años separaban los recuerdos de la realidad, pero estaba igual. Seguía siendo atractivo, musculoso, guapísimo. Por supuesto, era un poco mayor, su rostro era más maduro, pero seguía siendo el mismo hombre con el que había soñado durante mucho tiempo, el hombre con el que todavía soñaba de vez en cuando, el hombre que se introducía en sus sueños por la noche sin su permiso.
Nunca antes le había visto llevar un traje como aquél. Siete años atrás siempre había llevado pantalones vaqueros y camisas blancas. Pero ahora llevaba un traje oscuro muy elegante y una camisa blanca. Al menos, algunas cosas nunca cambiaban.
Cuando sintió el roce de su mano tocándola, se echó a temblar.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Era el padre de Dominic? No, no era posible. Con su profundo acento, se estaba refiriendo a la abogada como su prometida. ¡Estaba prometido! Después de siete años, se lo encontraba vestido con un elegante traje y prometido con la mujer perfecta que él debería haber estado buscando durante todos aquellos años después de cortar con ella.
No parecía haberla reconocido. Ni siquiera parecía haber reparado en ella.
Dominic volvió a acaparar la atención de todos anunciando de nuevo que Megan le había prometido llevarle a ver un partido de fútbol. En ese momento, los maravillosos ojos de Alessandro se fijaron en ella.
–¿No va eso más allá de su trabajo, señorita Reynolds?
¿Cómo era posible que ni siquiera la hubiera reconocido? Megan tenía ganas de gritar. ¿Es que era tan fácil olvidarse de ella? ¿Ni siquiera se acordaba de su nombre? Debería haber conocido a muchas mujeres durante aquellos siete años.
–Era la única manera de convencer a Dominic para que hiciera de árbol.
Era un milagro que hubiera sido capaz de pronunciar tantas palabras seguidas sin ponerse nerviosa.
–Además, no es exactamente llevarle a ver un partido de fútbol, la que va a jugar al fútbol soy yo.
–¿Juega al fútbol?
Su seductora voz amenazaba con dejarle sin respiración.
–Es una de mis aficiones –dijo Megan dando un paso hacia atrás y mirando a la prometida de Alessandro.
–Espero que pase unas maravillosas Navidades, señorita Park.
–Señorita Reynolds, tiene que darle a mi madre su número de teléfono y su dirección para lo del partido de fútbol. Me lo ha prometido.
–Por supuesto –dijo Megan asintiendo y dando dos pasos más hacia atrás–. Lo dejaré en un trocito de papel en el tablón. Ahora, si me disculpan debo ir a hablar con otros padres. Encantada de haberlos conocido…
Miró de reojo a Alessandro, aunque él ni siquiera volvió la cabeza. Estaba tomando un vaso de vino y echando un vistazo al salón, indiferente a ella. ¿Qué era ella? Una simple maestra. ¿Por qué habría de estar interesado en hablar con ella? ¡Ni siquiera recordaba quién era!
Durante la hora siguiente, los estuvo evitando. Pero, al final, se encontró a sí misma buscándolo entre la gente. No era difícil. Dominaba el salón entero con su presencia. Y no sólo por su atractivo físico. Tenía una forma de mirar especial, como si aquel lugar le perteneciera y tuviera el poder de elegir a las personas que merecían la pena.
Aunque debía quedarse hasta el fin del acto, hasta que todos los padres se hubieran marchado con sus hijos, su estado de nervios no era el más recomendable, de modo que se puso su abrigo, anotó su dirección y número de teléfono en un trocito de papel y, dejándolo en el tablón, tal y como le había prometido a Dominic, salió del allí.
La estación de metro estaba lejos del colegio, lejos de los coches caros y de los trajes elegantes. Al cabo de unos minutos, ya sólo escuchaba el sonido de sus propios pasos mientras se protegía del frío con el abrigo y bajando la cabeza.
Apenas advirtió que un coche se había detenido a su lado y el conductor abrió la puerta del copiloto.
–¡Entra!
Megan se agachó y miró el interior. Podría haber reconocido aquella voz en cualquier sitio.
–Me has dado un susto de muerte –dijo ella furiosa cerrando la puerta de un golpe.