Falsa infidelidad - Helen Brooks - E-Book
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Falsa infidelidad E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

Una noche con su marido podría cambiarlo todo... Marsha Kane no esperaba volver a ver a su futuro ex marido. De hecho no lo había visto desde que lo abandonó al enterarse de que estaba teniendo una aventura. Ahora tendría que luchar para no volver a enamorarse de él, ya que la había engañado... ¿o no? Taylor había decidido demostrarle a Marsha que quería que volviera con él, y él siempre conseguía lo que quería. Se convertiría en su apasionado marido y la seduciría de tal modo que ella no podría hacer nada para resistirse...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Helen Brooks

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Falsa infidelidad, n.º 1 - agosto 2022

Título original: The Passionate Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-016-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

APUESTO a que tú eres la única mujer en la sala que no se ha fijado en el tipo tan atractivo con el que está con ella… ¿Me equivoco?

–¿Qué?

Marsha alzó sus ojos color verde esmeralda y la chica regordeta que estaba de pie frente a ella suspiró, resignada.

–Lo sabía. Todo el mundo anda murmurando, muerto de curiosidad, menos tú, tranquila y fría, como siempre.

–Nicki, tú sabes mejor que nadie que tengo que conseguir los detalles y cifras del caso Baxter para la reunión de mañana –dijo Marsha pacientemente, extendiendo la mano hacia el vaso de agua mineral que tenía a su lado y bebiendo un sorbo–. Como secretaria mía…

–Te estoy hablando como amiga, no como secretaria –respondió Nicki–. Se supone que esto es una recompensa por las cifras alcanzadas últimamente y el duro trabajo que hemos hecho, y tú eres la única que no aprovecha la comida y bebida gratis. ¿No te gusta el champán, por el amor de Dios? –miró el agua mineral con desprecio.

–No especialmente –contestó Marsha sinceramente. Estaba sobrevalorado en su opinión–. Y me gusta tener cierta claridad de ideas cuando trabajo.

–¡Ah! Pero no deberías estar trabajando –le señaló Nicki, triunfante–. Esto se da una vez en la vida: no es habitual que los de arriba se den por enterados de que tienen un gran equipo trabajando para ellos. ¿No puedes tomarte unos minutos para disfrutar de esto?

Marsha suspiró. Cuando Nicki quería conseguir algo, era incansable. Por ello, era una excelente secretaria en algunos sentidos. En otros aspectos podía ser muy irritante.

Nicki tenía sólo treinta años, tres años más que ella, pero parecía mayor, por su actitud de matrona. Era leal, se podía confiar en ella, era trabajadora y discreta, y Marsha se consideraba afortunada de tenerla consigo en el difícil mundo de la televisión, que era donde había decidido desarrollar su profesión.

–De acuerdo, de acuerdo, tú ganas. Beberé una copa de champán para que te quedes tranquila –dijo Marsha por fin.

–Estupendo –sonrió Nicki, mientras observaba a la mujer delgada y delicada que estaba sentada en el sofá, en un rincón tranquilo de la frenética sala.

–Supongo que para beberla saldrás de este agujero que te sirve de escondite, ¿no?

–No creo que sea un escondite realmente, Nicki –dijo Marsha.

Estaba a la vista de todos los que se acercaban a beber o comer algo, y además, ella tenía la intención de hablar con la gente cuando hubiera terminado el trabajo.

Reprimió un suspiro y se puso de pie. Se quitó de la cara un mechón de su cabello rubio y siguió a Nicki hacia el salón, donde había un grupo conversando animadamente.

–¿Y? ¿Dónde está el tío bueno? –Marsha miró alrededor de la habitación atestada de gente.

Nicki le dio una copa de champán.

–No creo que ya haya podido comérselo Penelope… –agregó Marsha.

Penelope Pelham era una ejecutiva de la cadena de televisión para la que trabajaban. Tenía una bien merecida fama de mujer implacable en todas las esferas de su vida.

Las habladurías decían que Penelope se comía a los hombres y los escupía con la misma facilidad con la que cualquiera de sus empleados caía en desgracia con ella. Y nadie dudaba de que fuera cierto.

Marsha nunca había tenido que enfrentarse a la hermosa morena desde que trabajaba para la televisión, desde hacía un año aproximadamente, pero eso no quería decir que no fuera tan cauta con ella como todos los demás. Penelope era poderosa y tenía influencias, y la fuerza de su personalidad dominante era impresionante.

–Janie dice que acaban de meterse en la oficina de Penelope con estrictas órdenes suyas de no ser molestados. Mira, por una vez estoy de acuerdo con Penelope. Si yo hubiera tenido la oportunidad de tener cerca a un hombre así, habría querido estar a solas con él todo el tiempo posible.

Marsha se rió. Bebió champán, y se dio cuenta de que era del bueno. Al parecer, se habían esmerado aquel día.

–Ven y come algo –le dijo Nicki y la llevó hacia la mesa con comida.

No había comido a mediodía, para poder terminar con la historia de los Baxter. Y tenía hambre.

–¡Oh! Me encanta el kebab, ¿y a ti? –Nicki estaba llenándose el plato–. Y este flan es delicioso. ¡Y mira esos postres! A Janie le dieron carta blanca, así que pidió la comida a Finns.

Janie era la secretaria de Penelope, y Nicki se había propuesto entablar amistad con ella. Había empezado a trabajar allí hacía seis meses, y Nicki quería ganársela con la idea de que nunca sobraban las amistades con los altos cargos. Marsha no estaba segura de compartir este punto de vista tan maquiavélico, pero indudablemente era útil tener una secretaria que tomase el pulso a las cosas, aunque fuera de segunda mano.

–Supongo que le habrás pedido información a Janie sobre ese tipo, ¿no? –preguntó Marsha, sirviéndose comida. Luego, tomó su copa de champán y se dirigió a dos asientos vacíos.

–Uh… Uhmmm –Nicki devoró dos entremeses, lamiéndose los labios y poniendo los ojos en blanco. Luego agregó–: No sabía nada.

Marsha asintió. Si hubiera sido sincera, habría dicho que no sentía la más mínima curiosidad por el nuevo amigo de Penelope, pero no quería herir los sentimientos de Nicki. Su secretaria se había casado con su amor de infancia hacía once años, pero eso no evitaba que fuera una adicta a los romances, ya fuera en libros o en películas.

Marsha sabía que había decepcionado a Nicki, cuando había dejado claro, pocas semanas más tarde de empezar a trabajar en la empresa, que no estaba interesada en el sexo opuesto. Y al ver la cara de Nicki y adivinar lo que estaba pensando, había tenido que agregar rápidamente, ¡que tampoco estaba interesada en el sexo femenino! Hacía tiempo había tomado la decisión de concentrarse en su profesión y sólo en su profesión, eso era todo.

Unos meses más tarde, cuando ya se habían hecho amigas además de compañeras de trabajo, Marsha le había confesado que su decisión tenía algo que ver con un hombre, pero no había dado más detalles. El no haber preguntado nada al respecto, ni entonces ni nunca, era una prueba de la fuerza de voluntad de Nicki. Se había contentado con hacerle algún comentario acerca de algún hombre atractivo, conocido de su esposo o de ella, que había recobrado la soltería, o con señalar que todo el mundo había tenido una o dos citas a ciegas en su vida. Marsha solía responder a aquellos comentarios ignorándolos y cambiando de tema.

–¿Cómo es posible que puedas comer como lo haces y que no engordes nada? No es justo –le dijo Nicki.

–No he comido a mediodía –contestó Marsha amablemente. A mediodía Nicki comía el equivalente a una comida de tres platos, y además, tenía una bolsa de caramelos en un cajón de su escritorio, sin contar los perritos calientes del bar que se comía a media mañana, y las galletas o bizcochos por la tarde.

Nicki sonrió.

–Ojalá todos tuvieran tanto tacto como tú, ¡pero a mí me gusta tanto la comida! Y esas tardes en que me da el antojo y al final no me resisto a unos bombones…

–A Marsha nunca le ha gustado especialmente el chocolate. Otra cosa es el helado de coco… ¡La he visto comerse dos seguidos! –dijo una voz grave, relajada y fría.

Cuando Marsha se dio la vuelta vio al hombre que acompañaba a Penelope: muy alto, sus facciones parecían estar esculpidas en granito. En su boca se dibujaba algo parecido a una sonrisa, para quienes no lo conocieran. Pero Marsha sabía bien que no lo era.

Intentó controlarse y no tartamudear ni balbucear.

–Taylor, qué sorpresa…

–Sí, ¿verdad? –los ojos color ámbar de Taylor se fijaron en la expresión de shock de Marsha–. Pero una sorpresa muy agradable… para mí, claro.

–Al parecer, os conocéis –dijo Penelope dulcemente, con una sonrisa que no llegó a sus ojos azules.

Marsha notó que su mano había apretado más el brazo de Taylor instintivamente, en un gesto posesivo que dejaba clara su actitud.

Penelope respiró profundamente y enderezó su cuerpo.

De manera que se trataba de eso, pensó Marsha. Debía de habérselo imaginado, ¡con la fama que tenía Taylor!

–Tuvimos contacto una vez, hace mucho tiempo –respondió Marsha con un tono que restaba importancia a sus palabras–. Y ahora si me disculpáis… Tengo que terminar un trabajo…

–¿Una vez? ¡Oh, venga Marsha! ¿Quieres hacer ver a estas personas que tuvimos una relación pasajera en lugar de decirles que éramos marido y mujer? –exclamó Taylor.

Nicki se había quedado con la boca abierta, pero afortunadamente nadie la estaba mirando.

Marsha seguía en estado de shock, aunque se repetía que debía de habérselo imaginado. Taylor era Taylor, y era estúpido pensar que fuese a permitir que ella lo desairase.

Logró disimular su tensión y dijo con voz serena:

–Adiós, Taylor.

–¿Estuviste casada? –se sorprendió Penelope.

En otras circunstancias, Marsha habría disfrutado el haber dejado confusa a la fría Penelope.

–«Estuviste», no, Penelope. Está casada –contestó Taylor con la misma serenidad que había demostrado Marsha–. Marsha es mi esposa.

–Hasta que termine el proceso de divorcio –Marsha se había dado la vuelta, pero se volvió a mirarlos y agregó–: Y eso habría sucedido hace mucho tiempo si hubiese sido por mí.

Su voz se había alzado un poco, llamando la atención de dos o tres personas, que la miraron.

–Pero… pero tu apellido es Gosling, ¿no es así? –Penelope le clavó los ojos como si no la hubiera visto en su vida.

A pesar de la tensión de aquel momento, Marsha encontró algo por lo que sentir satisfacción al responderle:

–Gosling es mi apellido de soltera. La oficina de Personal está al tanto de mi estado civil… temporal –miró a Taylor–. Pero cuando dije que prefería que me llamaran «señorita Gosling» en el trato diario, no mostraron ninguna objeción.

–Esto no es lo normal. Deberían haberme informado.

Marsha podría haberle dicho que su jefe, Jeff North, estaba al tanto de sus circunstancias, pero no tenía ganas de empezar una discusión con Penelope acerca de lo que estaba bien o mal. Y menos con la mirada de Taylor clavada en su cara.

Las breves miradas que le había dedicado le habían demostrado que Taylor estaba tan atractivo como siempre y que irradiaba su habitual magnetismo. Sus facciones rudas, cuerpo perfecto y sus poderosos músculos hacían que no hubiera ninguna mujer que no lo mirase más de una vez.

–Posiblemente. Y ahora, si me disculpáis… –Marsha se marchó sin volver la vista atrás.

Hasta que no estuvo en el ascensor e intentó apretar el botón del tercer piso no se dio cuenta de que sus manos estaban temblando. Se apoyó en la pared del cubículo y respiró profundamente.

Taylor allí… ¿Qué iba a hacer ella?

Y entonces llegó la respuesta: no iba a hacer nada.

Porque no había cambiado nada. Él no era parte de su vida ya. No podía herirla.

Pero si eso era cierto, ¿por qué se sentía como si el mundo entero se hubiera derrumbado, el mundo que ella se había construido cuidadosamente en los últimos meses?

Porque había sido un shock. Volver a verlo había sido un shock. Había sido tan inesperado, que la había sorprendido con la guardia baja. Pero eso no quería decir que no hubiera superado su historia con él.

El ascensor había parado y las puertas se abrieron otra vez.

No era cierto que lo hubiera superado. Jamás lo superaría. No se podía olvidar a alguien como Taylor. Sólo podía aprender a vivir con la pena de que se había terminado.

«¡Basta!», se dijo. Basta de llanto, y de dolor. Ya había llorado suficientemente.

Cuando llegó al despacho que compartía con Nicki, separado del despacho de Jeff North por una puerta, Marsha se sentó frente a su escritorio.

¿Sería Taylor el nuevo amante de Penelope? La sola idea fue como un puñetazo en el estómago, así que intentó borrar aquellos pensamientos.

Lo que tenía que pensar en aquel momento era cómo salir de aquel sitio con dignidad.

Pero entonces se dio cuenta de que se había dejado abajo el bolso, junto con los papeles que había estado revisando. Estupendo. Tendría que volver a buscarlos, lo que estropearía la digna salida que acababa de lograr.

Oyó unos pasos y se puso erguida. Pero era Nicki, quien había aparecido en la entrada del despacho, con los papeles del asunto Baxter y su bolso en la mano.

–Te has olvidado de esto –dijo, incómoda–. ¿Te encuentras bien?

–Sí, bastante bien –Marsha sonrió con esfuerzo–. Gracias por traerme las cosas.

–No es nada…

Marsha había pensado que, cuando volviera a ver a Nicki, ésta la bombardearía con preguntas, pero vio que su secretaria se sentaba frente a su escritorio y empezaba a recoger sus cosas.

–Se han marchado, por cierto, Penelope y tu ma… y él –dijo Nicki entonces.

–Bien –le explicaría algo el día siguiente. Porque en ese momento no podía hablar de aquello–. Yo también me voy. Hablaremos mañana por la mañana, Nicki –dijo Marsha, poniéndose de pie y agarrando su chaqueta. Usó el tono de jefa, algo que no solía hacer demasiado. Pero cuando lo empleaba, Nicki lo captaba inmediatamente.

Una vez en el ascensor, se sintió insegura: ¿Y si Nicki se hubiera equivocado y Taylor seguía allí, esperándola en Recepción?

El escritorio de la Recepción era una casa de locos a aquella hora, como otros días, pero no estaba Taylor. Saludó con la mano a Bob, el guardia de seguridad, con quien, los días que trabajaba hasta tarde. solía charlar un ratito acerca de las historias de sus seis hijos. Pero aquella noche no tenía ganas de hacerlo.

Una vez en la calle, Marsha miró alrededor. Era una cálida noche de junio. Todo el mundo caminaba de prisa o hablaba por el teléfono móvil. Los conductores, irritados, tocaban el claxon, se oía algún frenazo con ruido de ruedas. Lo normal en cualquier otra noche.

Se relajó.

Hacía demasiado calor para la chaqueta que se había puesto aquella mañana, así que se la quitó y la llevó doblada en el brazo desde Notting Hill a Kensington. No se sentía con humor de soportar el anonimato del metro o del autobús aquella noche. Prefería volver andando, aunque le llevase bastante tiempo llegar a su pequeño estudio de West Kensington. El paseo por Holland Park era agradable en una noche como aquélla, y ella necesitaba un poco de tiempo para recomponer sus confusos pensamientos y colocar sus emociones en su sitio.

–Tuve el presentimiento de que volverías caminando.

Su pulso se aceleró cuando oyó aquella voz profunda y varonil. Y entonces supo que en realidad había esperado que él apareciera en algún momento.

–Muy inteligente.

–¿Cómo estás, Pelusilla?

Aquel nombre cariñoso con que él la solía llamar, fue una traición a su corazón. La había llamado así en su segunda cita, cuando él le había dicho que, si hacía honor a su apellido, que significaba «ganso», debía de ser muy suave, a lo que ella había replicado que sólo tenían pelusilla las crías. Y desde aquel momento, siempre que habían estado solos, él la llamaba de aquel modo con un tono de voz sensual, algo que hacía que se debilitasen sus rodillas. Pero eso había sido entonces, y esto era ahora.

–No me llames así –respondió Marsha con voz tensa.

–¿Por qué? Te gustaba mucho.

Su arrogancia hizo que ella lo mirase con rabia. Pero en aquel momento se dio cuenta de que había sido un error mirarlo. Porque vio la risa de sus ojos, las suaves arrugas en su piel bronceada… Y tuvo que recobrar el aliento antes de decir:

–Me alegro de que uses el tiempo pasado.

Él se encogió de hombros.

–Pasado, presente, futuro… Es lo mismo. Tú eres mía, Pelusilla. Has sido mía desde el momento en que nos conocimos.

Marsha sintió el impulso de descargar su rabia tanto verbalmente como físicamente, pero se reprimió. Los hombres como él no cambiaban nunca, lo sabía. Entonces, ¿por qué había esperado que fuera diferente?

–Yo no lo creo, Taylor. Pronto estaremos divorciados, y ése será el fin de nuestra historia.

–¿Tú crees que un papel puede cambiar las cosas, en una u otra dirección? –Taylor le tomó el brazo y la hizo detenerse. Luego la rodeó con sus brazos–. Esta tontería tiene que terminar. ¿Comprendes? Ya he tenido demasiada paciencia.

Ella se sintió rodeada de aquel cuerpo grande y notó su respiración, aquella fragancia tan característica suya, mezcla de loción para después de afeitarse y piel de hombre limpia… Y tuvo que intentar recuperar el control, porque la embriagaba. Había echado de menos aquel cuerpo. Había tenido que aprender a vivir sin él día tras día, y había sido penoso, muy penoso. No podía echar por la borda toda aquella agonía.

Así que hizo un esfuerzo por borrar aquel deseo de apretarse contra él, de derretirse apretada contra su pecho…

–¡Suéltame o gritaré con todas mis fuerzas! Te lo digo en serio.

–Grita –le dijo él.

Pero ella vio que Taylor achicaba los ojos y que apretaba la boca, y supo que le había dado en un punto donde era sensible.

Ella permaneció absolutamente rígida e inmóvil en sus brazos, con la mirada de fuego, y después de un momento Taylor le dijo:

–¿No estás preparada para escuchar a la razón?

–¿La razón? –ella soltó una risa burlona y dio un paso atrás, pisando el pie de un pobre hombre con sus tacones de aguja. El hombre se quejó, pero ellos no prestaron atención a su grito de dolor.

–Sí, a la razón. Razón, lógica, sentido común… Todos esos valiosos atributos que parecen faltarte –dijo él provocativamente.

Marsha apretó los dientes. Taylor era la única persona en el mundo que podía ponerla furiosa en dos segundos.

–Tu definición de razón y lógica es diferente a la mía. Yo me guío por el Diccionario de Oxford –dijo ella.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero decir que no estoy de acuerdo en que razón signifique un estilo de vida promiscuo, y la lógica me dice que tú sólo te preocupas cuando te sorprenden en el acto.

Taylor miró su gesto desafiante. Sus ojos ámbar brillaban en la oscuridad de su cara.

Después de lo que pareció una eternidad dijo:

–Comprendo.

Marsha lo miró tratando de que no se le notase que su escueta respuesta la había sacado de quicio. Había estado casada con aquel hombre tres años, de los cuales dieciocho meses había estado separada de él, y no había tenido idea de cómo reaccionaría a lo que ella acababa de decir. Lo que resumía su relación con él, pensó Marsha. Y era una de las razones por las que ella lo había dejado y jamás volvería con él. Ésa y las otras mujeres.

Alzó la barbilla y dijo:

–Bien. Eso me ahorrará el tener que repetirlo.

–Estás estupenda… –respondió él, como si no la hubiera escuchado–. Con esa ropa de profesional de los negocios… –la miró de arriba abajo, demorándose en sus curvas–. Pero aún apetecible para comerte –agregó Taylor. Luego la volvió a mirar a los ojos.

Marsha intentó ignorar el modo en que su cuerpo respondía al hambre de la mirada de Taylor y se concentró en mantener su ecuanimidad.

–No trates de seducirme con tus encantos. Soy inmune ahora.

–¿Sí? –alzó la mano y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja. Dejó los dedos en su cuello un momento.

Ella sabía que él no ignoraba la reacción en cadena que provocaría aquel gesto.

–No lo creo…

Lo odiaba, odiaba su arrogancia, su confianza en sí mismo, su seguridad en que podía dominar su mente, su alma y su cuerpo…

Marsha respiró profundamente y dijo:

–Entonces, cree lo que quieras. Ya no importa. Dentro de un mes aproximadamente, estaremos divorciados y seremos libres, y…

–¡No lo estaremos!

–Y podremos dejar atrás el pasado –ella continuó como si no lo hubiera escuchado.

–¿De verdad crees que voy a dejar que me abandones para siempre? –alzó sus cejas oscuras–. Me conoces muy bien como para creerlo.

–Jamás te he conocido –contestó ella demasiado rápidamente y algo tensa.

Debía estar tranquila delante de él. Era su mejor defensa.

–Del mismo modo en que tú nunca me has conocido a mí –agregó rápidamente–. Ambos nos equivocamos al pensar que el otro era alguien distinto. Ése fue nuestro error.

–¿Nuestro error? ¿He oído bien? ¿Estás admitiendo que eres capaz de equivocarte a veces?

Ella deseó borrarle aquella medio sonrisa de la cara. Cuando pudo recomponerse dijo:

–No tengo nada más que decirte. Adiós, Taylor –se dio la vuelta.

Después de un momento, se dio cuenta de que él estaba caminando al lado de ella.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.

–Acompañarte a tu casa.

–No quiero que lo hagas.

–De acuerdo –se detuvo, pero cuando ella continuó su marcha, agregó–: Te recogeré a las ocho. Estate lista.

–¿Qué? –ella se dio la vuelta.

Su inesperado movimiento hizo que una mujer de mediana edad con una gran bolsa de compra se chocase con ella. Después de disculparse, Marsha se acercó a Taylor, que estaba de brazos cruzados, apoyado en un poste.

–¿Estás loco? –le preguntó.

–¿Yo? –contestó él con inocencia–. Has sido tú quien casi haces caer a esa pobre mujer.