León - Alejandro Lucchese - E-Book

León E-Book

Alejandro Lucchese

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Beschreibung

¿Qué relación puede haber entre una planta, un guerrero de terracota, un mono, una tortuga, un canguro, un perro, un León, y los pensamientos? ¿Cómo se puede reunir lo que daña, la niñez, el tiempo, la felicidad, las relaciones, y la vida? Para responderlo, el protagonista de esta aventura nos invitará a pasar, en un abrir y cerrar de ojos, por Angers, Xian, Railay Beach, Gili Trawangan, Sydney y Buenos Aires. Por momentos se hace difícil saber si se trata de hechos reales o imaginarios. El apasionante relato de este joven o adulto permite creer que estas situaciones podrían sucederle a cualquiera. Si hay algo que este libro y su autor nos dejan en claro es que descifrar lo que sucede a través de otros ojos u otra cabeza podría llevarnos mucho tiempo. Y, aun así, podríamos obtener un resultado errado.

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Seitenzahl: 72

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Lucchese, Alejandro Ezequiel

León / Alejandro Ezequiel Lucchese. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

78 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-632-4

1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. 3. Narrativa Fantástica. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Lucchese, Alejandro Ezequiel

© 2020. Tinta Libre Ediciones

A cada una de mis relaciones.

A las que tuve, a las que tengo y a las que tendré.

Son ellas quienes van forjándome en el camino.

León

Alejandro Lucchese

Introducción

—¿Entonces, a vos también te gusta estar al aire libre? —le pregunté a mi amigo, mientras con mi mano izquierda me apoyaba sobre él y con la otra sostenía mi pierna derecha, elongando mi cuádriceps.

Supongo que por ser tan obvio que sí, no obtuve respuesta a mi pregunta. Más bien recibí un llamado de atención de su parte por estar expresando tanto dolor en mi rostro al estirar mis músculos. Automáticamente sonreí y levanté mis cejas, como asombrado por haber descubierto que, incluso estando incómodo, una sonrisa era ventajosa para mí y para mi entorno. Sonrisas de por medio, él quedó satisfecho y pareció relajarse, dispuesto a disfrutar de la tarde. Mientras tanto, a mí se me venía un recuerdo a la cabeza que, tras algunos segundos de recrearlo en silencio con la mirada perdida en el horizonte, quise compartir con él.

capítulo 1

La planta ylos pensamientos

Era, sin duda alguna, un año muy particular. No todos los años uno vive en un país donde el idioma que se habla es distinto al propio; no todos los años uno tiene acceso diario a una gran variedad y calidad de quesos; y no todos los años uno se encuentra lejos de su rutina, que incluye las costumbres y a muchos seres apreciados.

Estaba en Francia con el plan de trabajar y vacacionar por un período de doce meses. Cuando digo trabajar me refiero a tener que aprender un idioma que jamás había hablado, para poder comunicarme y para lograr que alguien eligiera para un puesto de trabajo a una persona en dichas condiciones. Todo esto generaba una situación perfecta, en la que un año de trabajo y vacaciones era más parecido a un año de vacaciones y vacaciones.

Vale aclarar que un año con tantas libertades no implicaba que no hubiera sacrificios puesto que, para haber llegado a esa situación, tuve que hacerlos anteriormente. A esto se le sumaba la esporádica presión que uno siente normalmente cuando se ha desviado un poco del camino que conoce como seguro.

Personalmente, creo que siempre hay algo para hacer, para descubrir, para crear. Guiado por esa filosofía, no fue difícil hacerme de una rutina que involucraba distintos proyectos en distintas áreas, como la deportiva, la lingüística, la culinaria, la educativa y la laboral, entre otras.

El lugar donde me instalé era perfecto para que todo marchara maravillosamente: la pequeña ciudad de Angers. Angers estaba situada al oeste de Francia; todo en ella era muy tranquilo y calmo, excepto por su agitado clima, que se destacaba por frecuentes precipitaciones. Sus principales atracciones eran un lago artificial muy bien logrado de unos seis kilómetros de superficie, un río que atravesaba la ciudad y un gran castillo medieval del siglo Xlll que en su interior albergaba uno de los tapices más grandes de la historia de la humanidad, con ciento cuarenta metros de largo y seis metros de alto.

No está de más decir que esta ciudad contaba con las cosas más importantes que uno esperaría encontrar en Francia: vinos, quesos, baguettes, crepes y otras especialidades del país.

En cuanto a los vinos, se disfrutan blancos, rosados o tintos, y son producidos en muchas regiones del país, lo cual brinda una variedad tan inmensa que un año no es suficiente para probarlos todos. Dos cosas que voy a recordar para el resto de mi vida: que el vino calentado en una olla con pedacitos de cáscara de naranja es algo tremendamente útil en invierno, y algo que me dijo un señor de edad avanzada al verme olfateando un tinto en un bar: «niño, el vino no es para olerlo, es para beberlo».

En cuanto a los quesos, es un tema de todos los días darse el gusto de comer algunas piezas variadas antes del momento del postre. Y por supuesto que cada tanto se presentaba la oportunidad de degustar algunos quesos calientes derretidos sobre pan, papas, fiambres, o lo que estuviera al paso.

En cuanto a las baguettes, creo que su particularidad es que eran muy esponjosas por dentro y muy crocantes por fuera, y especialmente un elemento crucial para combinar con quesos y vinos. Claro está que no son la única maravilla que podía encontrar en las muchas panaderías que me cruzaba, ya que las galletas y facturas artesanales eran para chuparse los dedos.

En cuanto a las crepes, las encontré tan ricas como un panqueque de dulce de leche, pero había también algo más, las galettes, que son como crepes de piel tostada y saladas, con salmón, con pato, o con lo que venga, verdaderamente deliciosas.

Por último, en cuanto a otras especialidades del país, las que más me acompañaron durante todo aquel período fueron: el pastis, que es un licor de anís ideal para aperitivos; los frutos de mar, ideales para una entrada fresca, y el foie gras, una especie de paté de pato que se unta en el pan y es ideal para cualquier momento del día.

Puesto que entre mis planes estaba ponerme en forma haciendo una rutina deportiva, y teniendo en cuenta que iba a ser imposible resistirme a consumir en importantes cantidades las delicias mencionadas, tuve que armarme un plan de entrenamiento que implicaba nada menos que todos los días. El plan de entrenamiento, que armé basado en previas experiencias personales en distintos deportes, constaba de tres partes semanales: los lunes, miércoles y viernes implicaban ejercicios físicos con mancuernas dentro del departamento; los martes y jueves, salir a trotar al aire libre; y los sábados y domingos ir a caminar, andar en bicicleta o trotar.

La mañana fue el momento del día que elegí para llevar a cabo mi rutina deportiva. Comenzaba una vez digerido el desayuno y culminaba con una ducha previa a mentalizarme en el almuerzo. Los lugares elegidos fueron, para los días que tocaba al aire libre, el Lago del Maine y, para los días que tocaba en el departamento, el living.

Los días en el Lago del Maine consistían en al menos una vuelta al mismo, con la posibilidad de incorporar otra vuelta o un ascenso y descenso de escaleras, dependiendo de la motivación que aportara el clima. Lo que no variaba nunca eran los últimos minutos, que dedicaba a estirar los músculos de las piernas con una vista directa al castillo, lo cual era un agasajo para los ojos; además de una motivación, porque llegaba a fantasear que estaba entrenando para defender la fortaleza en tiempos medievales.

Los días en el departamento empezaban con una entrada en calor saltando la soga; procedían con ejercicios de mancuernas trabajando brazos, pecho y espalda; y terminaban con abdominales y espinales sobre una colchoneta en el suelo. Para esto, me ubicaba cerca del ventanal del living que tenía salida a una pequeña terracita en la planta baja, con una vista directa al río. Desde ahí podía ver gran parte del cielo —ya que no había estructuras altas—, un gran verdor con algunos tonos rojizos y amarillentos, el río Maine y una callecita por donde transitaban autos, bicicletas, corredores y caminantes. Durante esos días de entrenamiento bajo techo, desde donde me posicionaba, tenía una mesa con cuatro sillas a mi derecha, un sillón, una mesa ratona y un televisor a mi izquierda y una planta al frente.

Normalmente, apoyaba sobre la mesa una botella de agua para ir bebiendo cada tanto y prendía la televisión en el canal de la música para que me hiciera compañía y, de paso, para intentar aprender el idioma. Cada vez que respiraba profundamente miraba a la planta, como imaginando que me brindaba aire puro para regenerarme.

No puedo precisar si fue un día lunes, miércoles o viernes, pero sí que había desayunado dos naranjas exprimidas, una taza de leche con cereales de miel con forma de anillos, un té verde y un brioche tostado, untado con manteca salada y mermelada de frambuesa.