Leyendas y mentiras - Morgan Rhodes - E-Book

Leyendas y mentiras E-Book

Morgan Rhodes

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Beschreibung

El futuro de Josslyn Drake es cada vez más sombrío. Tras huir de palacio junto a Jericho Nox (su antiguo captor y actual... lo que sea), confiaba en que Valery, la cruel jefa de Jericho, resolviera sus problemas con la magia.Pero la bruja tiene otros planes... Le guste o no, Joss tendrá que arreglárselas sola. Y tendrá que actuar rápido, porque el destino de todos los que ama pende de un hilo.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Para nuestros recuerdos, tanto los buenos como los malos,

UNO

LA BRUJA SE DESPLAZABA POR EL RESTAURANTE ATESTADO DE gente, atrayendo todas las miradas. Tenía una larga melena castaña, piel de porcelana y los labios tan rojos como el vestido que ceñía su esbelta figura. En sus orejas, su garganta y sus muñecas refulgían diamantes. Podría haber pasado con facilidad por la joven esposa de un político o un hombre de negocios que hubiera quedado a cenar con unos amigos. Muchos la considerarían una mujer bella, elegante, vestida a la última moda... e inofensiva.

Y cometerían un terrible error.

No miró a su izquierda ni a su derecha. Solo estaba pendiente de una persona.

De mí.

No hice amago de sonreír. No alcé la mano para saludar.

En lugar de eso, me concentré en disimular lo asustada que estaba. Lo último que necesitaba esa noche era mostrar mi miedo.

Mi mirada pasó de la bruja al joven alto que la acompañaba. Ojos negros. Cabello oscuro. Hombros anchos. Mandíbula tensa y cuadrada. Un tatuaje de una daga a un lado del cuello, visible sobre las solapas de su gabán de cuero negro. La bruja podía parecer inofensiva, pero Jericho Nox hacía saltar todas las alarmas de quien lo mirase: su aspecto provocaba la reacción instintiva de huir en dirección contraria. A mí, sin embargo, me alivió tanto ver al Corazón Negro que se me cortó el aliento por un instante.

Poco después de llegar a Cresidia, una ciudad a novecientos kilómetros al norte de Puertoferro, Jericho había desaparecido sin decir una sola palabra. Pasaron cinco largos días en los que no supe nada de él; llegué a convencerme de que su malvada jefa le había castigado por fracasar en su última misión... o, aún peor, que lo había matado. Pero entonces, esa misma mañana, recibí un mensaje: esa noche, debía reunirme con él y con la bruja. Y estaríamos los tres solos.

Jericho escudriñó el restaurante con expresión acerada e impenetrable. Yo me encontraba en un compartimento algo apartado del resto del local, al otro lado de un arco de piedra. Fuera, el restaurante bullía de camareros y, sobre todo, de clientes. Bajo ningún concepto me habría reunido con esa bruja sin contar con un centenar de testigos.

Valery tomó asiento frente a mí. Me tensé aún más. A decir verdad, me habría encantado que la ejecutaran al día siguiente por su larga lista de crímenes; de hecho, si eso ocurría, reservaría un asiento en primera fila. Esa noche, sin embargo, su muerte no me habría servido de nada. Elian necesitaba su ayuda... y yo también, por más que me costara admitirlo.

–Jericho, por favor, haz las presentaciones.

Su voz me tomó por sorpresa: era suave y dulce como la miel. En el fondo, esperaba que sonara tan dañina y cruel como su reputación.

El Corazón Negro tomó asiento junto a su jefa. Intenté leer su expresión, pero no encontré ninguna pista sobre lo que había hecho durante aquellos cinco largos días.

–Valery –dijo, con tono monocorde y desprovisto de emoción–, esta es Josslyn Drake. Josslyn Drake, esta es Valery.

Jericho me había llamado tantas veces por mi apellido que mi nombre de pila sonaba extraño en sus labios. No extraño en el mal sentido; extraño, simplemente.

Valery le hizo un gesto al camarero, que se acercó con una botella de vino tinto en la mano. Nos sirvió dos copas sin que nadie se lo pidiera: una para mí y otra para ella.

–Me he tomado la libertad de pedir esto –explicó Valery.

–Qué detalle –murmuré secamente–. ¿Nada de vino para Jericho?

–Prefiero que mis empleados no beban alcohol.

–No importa –terció Jericho–. No tengo sed.

Deseé que hubiéramos tenido tiempo de hablar antes, porque me hubiera gustado que me orientara antes de conocer a su jefa. Que me dijera lo que sabía, lo que quería, lo que planeaba hacer en el futuro...

–¿Habías visitado alguna vez Cresidia, Josslyn? –me preguntó Valery en cuanto el camarero se apartó de la mesa.

Nada menos adecuado para la ocasión que una conversación trivial. Pero, si no me quedaba más remedio, tendría que aguantarla.

–No –respondí–. Hasta hace muy poco, apenas había salido de Puertoferro.

Puertoferro estaba en el sur de Regara, y Cresidia, al norte. Mientras Puertoferro era una ciudad de negocios conservadora y respetable, con rascacielos grises y plateados y zonas verdes meticulosamente cuidadas, Cresidia era famosa como destino vacacional y contaba con tiendas de lujo, flamantes hoteles y playas de arena dorada. Desde mi llegada, me había pasado la mayor parte del tiempo en una de esas playas, contemplando el brillante mar mientras rememoraba todo lo que había visto y descubierto durante el mes anterior: unas revelaciones que habían roto en mil pedazos la vida que siempre había conocido.

–Así es la vida de la hija de un primer ministro –repuso Valery–. Debe de haberte resultado de lo más limitante.

Luché por mantenerme imperturbable.

–Lo cierto es que mi vida parecía no tener límites... hasta el año pasado, por supuesto.

–Sí, por supuesto –asintió con serenidad–. Mi más sentido pésame por la muerte de tu padre.

Me entraron ganas de agarrar el cuchillo que tenía delante y clavárselo en el globo ocular, directamente en su malvado cerebro.

–Te aseguro que me estoy esforzando mucho por ser educada –mascullé–. Lo intento, de verdad. Pero estoy convencida de que entiendes que me cuesta.

Me estudió un momento, con una copa de vino en su mano de uñas perfectas.

–Jericho me ha dicho que lo sabes todo.

–Sé lo suficiente –le espeté, y centré mi atención en el Corazón Negro en un intento de recuperar el aplomo–. ¿Dónde has estado los últimos cinco días? –le pregunté a bocajarro.

Jericho parpadeó y apretó los dientes.

–Tenía que ocuparme de algo.

–¿De qué?

Sus ojos negros se desviaron hacia los míos, y en el fondo de sus pupilas brilló una advertencia silenciosa.

–De algo.

–Necesitaba que Jericho recuperase esto –zanjó Valery, metiendo la mano en su bolso para sacar un objeto que depositó sobre la mesa: una cajita dorada cubierta de grabados geométricos.

Se me cortó la respiración al verla, y le lancé a Jericho una mirada perpleja.

–Explícaselo, si quieres –accedió la bruja, haciendo un aspaviento despreocupado.

El Corazón Negro asintió, ya no tan tenso.

–Val quería que hiciera una visita rápida a Tobin para recuperar la caja de recuerdos. Se enteró de que tenía pensado venderla porque había estado tanteando el terreno y mirando cuánto podría valer en el mercado negro. Llegué justo a tiempo para recuperarla.

–Creí que habías dicho que la caja no tenía importancia –murmuré, tragándome el doloroso nudo que me atascaba la garganta–. Que la magia de memoria se podía contener dentro de cualquier recipiente.

–Me equivoqué.

Le fulminé con la mirada.

–¿Te equivocaste?

Se encogió de hombros.

–A veces pasa. Al parecer, los símbolos de la caja son específicos para esta magia en particular. Siempre se aprende algo nuevo...

De pronto, me di cuenta de que el gabán de cuero que llevaba Jericho era el mismo que le había arrebatado Tobin, un guardia real que trabajaba en secreto para Valery –es decir, un traidor al imperio–. Tras arrebatarle la caja a Jericho, el guardia se la había guardado en el bolsillo de ese mismo abrigo.

–Bonito gabán –comenté.

–Ya lo creo –asintió–. Me alegro de haberlo recuperado.

No tenía ganas de preguntarlo, pero necesitaba conocer la respuesta:

–Y Tobin..., ¿sigue vivo?

Jericho se quedó callado un instante.

–Estoy seguro de que sigue vivo en los corazones de la gente que le quería. Si es que existe alguien que le apreciara, claro... Aunque, francamente, lo dudo. Pero si me lo preguntas en sentido literal, la verdad es que no: Tobin está totalmente muerto.

No pregunté por qué había muerto; lo sabía perfectamente. Por orden de Valery: así se enfrentaba a los problemas esa bruja. Quería apoderarse de la caja de recuerdos que Jericho había robado en la Gala de la Reina, costara lo que costase. Y ahora estaba en su poder, aunque fuera tres semanas después de la fecha límite que le había impuesto a Jericho. Faltaba su valioso y esencial contenido, por supuesto. Pero había conseguido la caja.

La bruja observó atentamente mi reacción. Quizá esperase que me horrorizara, me estremeciera o me asustara al saber que Jericho había matado a alguien por orden suya. Ya podía esperar: no pensaba darle ese gusto.

Tobin le había pegado un tiro en el pecho a Jericho, y luego nos había encerrado a ambos en una prisión amurallada sin preocuparse lo más mínimo por cuál sería nuestro destino. Me negaba a pensar dos veces en el suyo.

Bien, ya sabía dónde había estado Jericho durante aquellos cinco días. Era hora de ocuparme del presente y de lo que este implicaría para mi futuro.

–¿Qué le has contado? –le pregunté a Jericho.

Él me miró directamente a los ojos, impávido. Sin embargo, pude advertir la tensión que atenazaba su mandíbula.

–Todo –confesó.

Esa sola palabra tenía el peso y el volumen de una montaña.

–¿Todo? –repetí tan calmada como pude, mientras mi corazón latía con fuerza.

Asintió.

–Forma parte de mi trabajo, Drake. Le conté a Val que nos encontramos con Rush, que hablamos con Lazos en la Custodia de la Reina, que averiguamos el destino de Elian y su desgraciada maldición... y, por supuesto, lo tuyo. Sabe que la magia de memoria está atrapada dentro de tu cabeza, y que no hemos encontrado la forma de sacarla para entregar la mercancía a su cliente en perfecto estado. También le he dicho que has visto varias escenas perturbadoras del pasado de Lord Banyon, incluida la noche en la que hizo arder la ciudadela palatina hasta sus cimientos.

Vale, estupendo. Básicamente ese era el resumen, sí.

–Eso es... mucho –mascullé.

–Así es –asintió Valery–. Debe de ser fascinante conocer tan íntimamente el infame pasado de ese brujo.

Estuve a punto de reírme. Por suerte, no estaba de humor.

–Depende de qué entiendas por «fascinante» –repliqué.

–No te falta razón –admitió con un cabeceo.

Me sacaba de mis casillas que mis secretos más profundos y oscuros estuvieran al descubierto, y no haber sido yo quien los desvelara. Pero no culpaba a Jericho, claro. Valery lo controlaba con su magia –magia que le había grabado literalmente en la piel hacía dos años–, así que tenía muy poco margen para resistirse a la voluntad de su jefa.

–¿Qué has visto exactamente? –preguntó Valery.

–Mucho –respondí, tomando aire para centrarme.

Observé a la bruja, tratando de averiguar cómo se tomaba el que aquella magia que tanto ansiaba poseer estuviera atrapada dentro de mí, pero no descubrí nada en su mirada.

–Jericho te ha contado que intentamos encontrar una solución, y que les preguntamos a Rush y a Vander Lazos –dije.

–Sí –asintió Valery–. Infructuosamente, me temo.

Me ericé sin poder evitarlo.

–Yo no pedí esto; es lo último que hubiera querido. Hace solo tres semanas, creía que toda la magia era maligna.

Valery enarcó una ceja.

–¿Y ahora qué piensas?

–Ahora sé que la magia es como un cuchillo: tan mortífera como la bruja o brujo que la empuñe.

Esa comparación la había usado Jericho, y gracias a ella entendía mucho mejor su naturaleza. La magia elemental era benigna, neutral. Pero la gente que la usaba podía ser malvada.

–Magos –corrigió Valery–. Nos llamamos magos, tanto colectiva como individualmente.

–Pues vale, lo que sea.

No había ido hasta allí para recibir lecciones, pero guardé cuidadosamente la información en mi archivo mental sobre el tema, que cada vez era más grande.

Valery me estudiaba con la curiosidad de un gato hambriento que ha acorralado a un conejillo.

–Todo esto debe de resultar aterrador para una persona que ha vivido en una burbuja, al margen del mundo mágico durante toda su vida.

–Desde luego, está siendo muy instructivo –corroboré–. Jericho te ha hablado de Elian, entonces.

–Ahora no estamos hablando del príncipe, sino de ti, Josslyn. De ti y del problema que me has creado.

–No a propósito –repliqué, crispándome.

–Eso es lo de menos; el resultado es el mismo que si me hubieras robado de forma deliberada.

Respiré hondo y alcé la barbilla. Me costaba un esfuerzo enorme comportarme como si no supiera que aquella mujer podía arrancarme la magia del cuerpo, literalmente; sin embargo, me negaba a acobardarme ante ella. Sabía cómo funcionaba el poder: si mostraba miedo, la bruja podría controlarme tan fácilmente como controlaba a Jericho.

–Considero que hay un problema mucho más importante que el que supone un cliente impaciente por obtener su mercancía –indiqué con tono uniforme–. Si Jericho te ha hablado del príncipe Elian, sabrás que la reina Isadora es una mentirosa, una hipócrita y una asesina que ejecuta a brujos y brujas... Quiero decir, a magos que no merecen morir.

Valery me examinó con atención.

–Sinceramente, me da igual lo que haga o deje de hacer la reina Isadora.

–¿En serio? –barboté, incapaz de disimular mi asombro.

–Sí, me es indiferente. Lo que me importa es mi negocio, mis clientes y mi reputación. Mañana me reuniré con el príncipe Elian para hablar de su curiosa situación.

Una forma muy suave de definirla..., pensé.

–¿Puedes ayudarle? –dije.

–No voy a responder a esa pregunta. Esta noche estamos hablando de ti, Josslyn. Específicamente, sobre lo que has visto del pasado de Lord Banyon.

–¿Por qué quieres que te hable de ello?

–Considéralo una prueba.

Siempre había odiado los exámenes, especialmente aquellos que no había decidido hacer yo.

–Si tienes tanta curiosidad, tendrás que contratar a un brujo o un mago o lo que sea... Alguien que tenga elementia de aire y tierra y pueda extraerme esta magia –declaré sin alterarme–. Después, te sugiero que experimentes un eco o dos por ti misma, si te apetece.

–Hay un pequeño problemilla, Drake –intervino Jericho–. Los magos así son extraordinariamente raros: solo hay uno entre un millón. Bueno, más bien uno entre mil millones. El único que encajaba en esa categoría murió durante la redada en el escondrijo de Banyon, hace dos meses. Creemos que fue él quien creó la caja que fue confiscada junto a los demás tesoros del brujo. Lazos solo se dedicó a darnos largas, haciéndonos creer que había una solución, y nos ocultó que había perdido su magia después de lo ocurrido con el príncipe. Los recuerdos de Banyon... –su rostro se volvió sombrío–. Me temo que están atrapados en tu interior.

Aunque ya hubiera asumido que contaba con un asiento en primera fila para ver destellos ocasionales del fascinante y aterrador pasado del brujo, no me gustó oír que la situación tenía visos de eternizarse.

–Mierda –susurré, y di un largo trago de vino.

Ya sabía que había otra forma de extraer esos recuerdos: matarme. La amenaza tácita flotaba sobre la mesa e impregnaba el aire como un olor nauseabundo.

–Encontraremos un sistema –me aseguró Jericho–. Solo necesito un poco de tiempo. ¿Dónde está tu cliente ahora, Val?

–Aquí, en Cresidia –respondió ella, acariciando el borde de su copa con el índice.

–¿Quién podría saber de la existencia de una caja como esta? –pregunté de pronto–. Para empezar, ¿quién te podría haber contratado para conseguirla?

Era una pregunta esencial, a la que llevaba intentando dar respuesta desde el principio.

–Si Banyon fue quien creó esta caja –proseguí–, tuvo que mantenerlo en secreto para evitar que se la robasen. A menos que... –no dejaba de darle vueltas a la misma posibilidad una y otra vez: era lo único que tenía sentido–. Es él, ¿verdad? Tu cliente tiene que ser el mismísimo Lord Banyon.

–¿Eso piensas? –Val inclinó la cabeza, como si mi suposición le divirtiera.

–Si Banyon fuera cliente de Val, yo lo sabría –masculló Jericho de forma siniestra.

–¿Sí? –le espeté, desafiante.

–Sí. Lo sabría.

Valery meneó la cabeza.

–Esto solo demuestra lo poco que sabes de mi mundo, Josslyn. Lo interconectado que está, lo lejos que llega. Hay docenas de personas, si no cientos, incluida la propia reina, que pagarían una fortuna por acceder a los recuerdos de Lord Banyon; por tener la oportunidad de ver lo mismo que ha visto él y experimentar lo que él ha experimentado. En suma, por disfrutar de toda la dulce verdad sin que se interponga ninguna inútil mentira.

–Sí, para mí está siendo maravilloso –gruñí, antes de alzar la barbilla para enfrentarme a su mirada–. ¿Y bien? ¿Vas a matarme para sacar la magia que quiere tu cliente?

Sentí la mirada ardiente de Jericho clavada en mi rostro. Claramente, no le hacía la menor gracia que fuera tan franca, pero yo necesitaba saberlo. Esquivar la pregunta no nos llevaría a ninguna parte.

–Le he prometido a Jericho que no haré tal cosa, Josslyn –respondió Valery–. Me ha asegurado que encontrará una solución a nuestro problema.

–Y lo haré –afirmó él.

Sonaba muy confiado; yo no me sentía para nada tan segura de mí misma. Y menos en ese momento, cuando su jefa prácticamente había confirmado que tenía pensado asesinarme.

Jericho conocía a Valery mucho mejor que yo. Hacía dos años, ella le había dado la vida, literalmente. Le había proporcionado una segunda oportunidad después de la muerte, pero el precio había sido la esclavitud. Ahora, yo deseaba con todas mis fuerzas que Jericho encontrara la forma de liberarse; que pudiera elegir su propio camino y su futuro, sin verse obligado a ser un Corazón Negro –un ladrón, un asesino y, en el fondo, un chico de los recados– al servicio de una bruja malvada que contaba con una larga lista de clientes ricos y corruptos.

Una bruja que, según se decía, poseía la inmortalidad, porque era nada menos que una diosa de la muerte.

La primera vez que había oído esa idea tan fantástica y aterradora, había estado a punto de soltar una carcajada. Ahora, después de todo lo que había visto y descubierto, se me habían pasado las ganas de reír.

–Bueno, pues muchas gracias –declaré con el tono más despreocupado que fui capaz de adoptar–. Mientras tanto, deberías ayudar al príncipe Elian; dado que tienes una daga especial para manipular la magia de muerte, es muy posible que puedas romper su maldición.

–Le hablaste de mi daga –observó Valery.

–¿No te lo había dicho? –murmuró Jericho.

–No.

–Se me habrá olvidado...

–Sin duda –la bruja hizo una pausa–. Josslyn, ¿por qué te importa tanto que el príncipe se cure de su desafortunada... dolencia?

Había muchas razones, pero no iba a desgranarlas en ese momento.

–Porque él es la prueba viviente de que la reina ha hecho algo por lo que condena a muerte a los demás.

–Quieres destruir el imperio.

Me quedé pensativa un instante antes de responder.

–No. Solo a la reina.

–Y después, ¿qué? ¿El príncipe Elian ocupará el trono y revelará al mundo entero la verdad oculta sobre los magos y la elementia?

Me encogí de hombros.

–No tengo en mente el futuro; ahora mismo, lo único que quiero es que Elian vuelva a ser el mismo de antes. Y estoy convencida de que tú podrías conseguirlo.

Valery se sirvió más vino. No nos habían llevado nada de comida a la mesa, ni siquiera pan. Un delicioso aroma a pollo estofado y ajo flotaba desde el otro lado de la cortina del reservado; los comensales disfrutaban de una cena que me habría hecho salivar cualquier otra noche. Un violinista paseaba por el restaurante, tocando una agradable melodía que yo apenas escuchaba. Mantuve los ojos clavados en la bruja mientras esperaba a que continuase.

–Háblame de los ecos, Josslyn –dijo por fin–. Cuéntame exactamente de qué has sido testigo. ¿Has visto el incendio de hace dieciséis años? Nunca había trabado contacto con la magia de memoria, y me fascina esa infame noche. ¿Qué tal si empezamos por ahí?

De nuevo regresábamos al tema... Aunque tuviera la sensación de haber visto todo el pasado de Banyon, sabía que no había atisbado más que algunas piezas del rompecabezas que suponía el enemigo más feroz y peligroso de la reina: un brujo que había jurado destruir el imperio y devolver el poder y la libertad a aquellos capaces de canalizar la magia elemental.

Crucé una mirada con Jericho y lo noté rígido. Era de esperar; al fin y al cabo, estábamos hablando de la noche en la que habían muerto sus padres, dejándolos huérfanos a él y a su hermano pequeño.

Mi instinto me decía que me mordiera la lengua y no revelara gran cosa a la bruja. Valery ya conocía demasiados secretos míos.

–Banyon invocó magia de fuego para escapar de su prisión, y la magia se desmandó. La reina dice que Elian murió esa noche, pero es mentira: lo resucitó Vander Lazos dos semanas antes del incendio. Eso es lo más importante.

–Ya veo. Es un comienzo, supongo. Ahora me gustaría enseñarte algo –Valery volvió a meter la mano en su bolso y sacó una daga, que colocó junto a la caja de recuerdos que tenía delante. Era dorada y tan larga como los platos que había sobre la mesa, con símbolos grabados en su afilada hoja.

Por un instante, no di crédito a lo que estaba viendo.

–¿Esa es la daga mágica? –susurré.

–Sí –confirmó ella.

Me quedé atónita, paralizada en mi asiento, perpleja ante aquel antiguo objeto imbuido de magia letal. Sentí algo, un hormigueo parecido a la electricidad estática; pero era más bien una sensación agradable, no dolorosa. Me recordaba a lo que había sentido la primera vez que vi la caja de recuerdos en la Gala de la Reina.

–El auténtico origen de esta daga está envuelto en el misterio, incluso para mí –explicó Valery–. Lo único que sé con certeza es que sirve para fortalecer y perfeccionar mi magia innata. También resulta útil para arrancar la verdad de los labios poco dispuestos a hablar.

Sacudí la cabeza para despejarme, respiré hondo mientras colocaba las manos a ambos lados del plato vacío y me obligué a mirar a la bruja. Necesitaba la mente clara; no podía distraerme con objetos dorados y brillantes.

–La verdad es mi objetivo, Valery –declaré, tajante–. Y creo que, si ayudas a Elian...

Ni siquiera la vi moverse. Y no sentí ningún dolor hasta que la sangre empezó a fluir, de un rojo brillante a la luz de las velas.

Mi sangre.

Miré fijamente la hoja dorada que ahora clavaba mi mano a la mesa.

Jericho se puso de pie.

–Valery, ¿qué demonios estás haciendo?

–Siéntate –siseó la bruja–. Ahora.

Jericho se dejó caer pesadamente en la silla, como si no tuviera otra opción.

Busqué sus ojos con desesperación.

–¿Qué...? –logré articular, pero fui incapaz de alzar la voz más allá de un susurro ronco. Me faltaba el aliento para gritar pidiendo ayuda.

–Mírame, Josslyn –ordenó Valery.

Ni una sola persona dirigía la mirada hacia nuestro reservado. La gente continuaba hablando en el restaurante. Los camareros llevaban las bandejas de comida y bebida a las mesas sin reducir el ritmo. Nadie se había dado cuenta de lo que acababa de ocurrirme.

Intenté hablar de nuevo, pero era incapaz de pronunciar una sola palabra. Solo sentía el dolor lacerante de la afilada hoja que me atravesaba la mano.

–Ya basta, Valery –gruñó Jericho–. Dijiste que no le harías daño.

–No. Dije que no la mataría –replicó Valery sin alterarse–. Te ordeno que guardes silencio, Jericho. Sabes que será una tortura resistirte, así que no te molestes en intentarlo –los ojos de la bruja se clavaron en mi angustiada mirada–. Cuéntame todo lo que viste la noche del incendio del palacio, sin callarte nada.

Una lágrima corrió por mi mejilla. Me apreté la muñeca, intentando no sacudir la mano inmovilizada. El dolor me impedía pensar o procesar nada. No podía dejar de temblar, y en el borde de mi campo de visión empezaron a danzar puntitos negros. Por un momento, creí que iba a desmayarme, pero la irresistible atracción de la voz de Valery me obligó a mantenerme consciente.

No tenía intención de contarle nada más sobre los ecos que me habían mostrado la noche del incendio; pero ahora sus palabras pesaban, y notaba ese peso hasta en la médula de los huesos. Una sensación punzante en mi garganta me obligó a dejar de prestar atención a mi mano.

Las palabras empezaron a salir a borbotones de mi boca, describiendo todo lo que había visto: la escena en la que Banyon avanzaba por las calles de la ciudadela palatina, dejando tras de sí una carnicería llameante; otra escena anterior, cuando aún estaba encarcelado, en la que se había encarado con la reina, que lo odiaba por negarse a resucitar a su heredero...

–Elian es hijo de Lord Banyon –confesé–. Es el secreto más oscuro de la reina... Uno de ellos, al menos.

–Ya me lo había contado Jericho –Valery descartó la revelación con un aspaviento–. Has dicho que llevaron frente a Lord Banyon a su esposa y su hija pequeña.

Asentí.

–Esa fue la venganza de la reina: hizo que el comandante Norris degollara a su mujer delante de él. Y la hija... La hija de Banyon...

¡Para!, me ordené a mí misma. ¡No digas nada más!

–¿La reina también mandó matar al bebé? –preguntó la bruja.

Luchar contra el impulso de responder era como tener fuego en la boca y permitir que me quemara la lengua.

–No –jadeé, sintiendo las lágrimas que resbalaban por mis mejillas.

Jericho agarró el borde de la mesa, con los nudillos blancos.

–Maldita sea, Val. Para ya. ¿Qué más da, dieciséis años después?

–Creía que querrías saber todo lo que pasó esa noche, Jericho.

–Así no.

–Háblame más del bebé –las palabras de Valery penetraron en mi mente igual que su daga en mi carne y mis huesos.

–Tenía una marca de nacimiento en forma de corazón –no pude evitar rozarme el cuello con los dedos.

–Como la tuya –concluyó Valery.

–Exactamente como la mía –tosí, y sentí un hilillo de sangre que resbalaba por mi labio inferior–. Era yo. Yo soy la hija de Banyon. Creyó que nos habían matado a mí y a mi madre biológica, así que perdió la cabeza y quemó la ciudad, junto con todo lo que encontró a su paso. Eso... Eso es todo lo que he visto de esa noche.

Jericho abrió los ojos de golpe. Las lágrimas me nublaban la vista, y no me quedaban fuerzas para decir ni una palabra más. Ya había dicho bastante. Demasiado.

Valery asintió.

–Recuerda esta valiosa lección, Josslyn, y podrás ahorrarte muchos dolores en el futuro –se levantó con un movimiento grácil y se echó la larga cabellera oscura sobre un hombro–. Tráeme al príncipe Elian mañana, Jericho. Estoy deseando hablar con él.

El Corazón Negro se quedó callado durante un instante que se me hizo dolorosamente interminable.

–¿Y qué pasa con la hija de Lord Banyon?

Una sonrisa fría se asomó a los labios de la bruja.

–Tráela también.

Dicho eso, arrancó la daga dorada de mi carne, me dio la espalda ignorando mi grito de dolor y abandonó el restaurante.

DOS

–LA REUNIÓN HA TERMINADO –SENTENCIÓ JERICHO–. NOS vamos.

Antes de que pudiera decir –o chillar– nada como respuesta, el Corazón Negro me puso de pie y me condujo a la salida. De camino, birló una servilleta blanca y me envolvió la mano ensangrentada con ella. Instantes después, nos encontrábamos fuera del restaurante, rodeados por la frescura de la noche. No sé cómo seguían moviéndose mis pies ni cómo era capaz de mantenerme derecha. Jericho me agarró del brazo y me llevó por una acera adoquinada, llena de viandantes bien vestidos, que caminaban tranquilamente en todas las direcciones. El suave sonido de una guitarra flotaba en el aire.

Jericho sabía la verdad.

Por supuesto, tenía intención de revelársela, pero no había encontrado el momento adecuado antes de que desapareciera. Nadie conocía mi secreto excepto Elian. Entre el dolor de la mano y la culpa por lo que me había visto obligada a revelar, no me salían las palabras: algo muy raro en Josslyn Drake.

Pero necesitaba saber adónde nos dirigíamos. ¿A qué lugar podría llevar un asesino resucitado a la hija secreta de su peor enemigo?

–¿Adónde vamos? –me obligué a decir al cabo de unos minutos.

–A un sitio –fue su cortante respuesta.

Evidentemente... Hubiera querido insistir, pero no me quedaban fuerzas. No tardamos mucho en llegar a un edificio iluminado con miles de bombillas rosas y blancas parpadeantes y un cartel en el que se leía DELUXE. En la entrada había hombres y mujeres muy arreglados, que reían y conversaban en voz alta. Algunos me miraron con el ceño fruncido mientras yo subía torpemente los escalones. Solo la mano de Jericho evitó que me desplomara delante de ellos.

Instantes después, estábamos en el interior, abarrotado y lleno de humo. Del techo, con tres pisos de altura, colgaba una enorme lámpara de cristal. El Corazón Negro me guio hasta lo que parecía una sala de banquetes: docenas de mesas redondas, botellas de vino y licores a raudales, música a todo volumen y aplausos atronadores dirigidos al escenario, donde media docena de mujeres bailaban agitando abanicos de plumas frente a una orquesta. Cuando terminaron, lanzaron besos al público, que los recibió con un estruendo de aplausos y vítores entusiastas.

Jericho me acercó al escenario y le hizo una señal a una de las bailarinas. Sin más, la chica abandonó a las demás en el escenario y reapareció en la pista unos segundos después, ciñéndose un chal diáfano sobre su provocativo traje de lentejuelas. Aparentaba unos veinte años y tenía la piel morena clara, el pelo negro recogido en una coleta alta, los ojos delineados con una gruesa línea negra y los labios pintados de fucsia.

–Jericho Nox –dijo, sin siquiera mirarme–. Me alegro de verte.

–Lo mismo digo –respondió él–. Necesito un favor, Daria.

–¿Sí?

–Mi acompañante, aquí presente, necesita tus habilidades con urgencia. ¿Puedes ayudarnos?

Finalmente, Daria se dignó a echarme una mirada desdeñosa. De pronto, se fijó en mi mano ensangrentada envuelta en la servilleta y sus ojos se desorbitaron.

–¿Qué ha pasado?

–Ha pasado Valery –respondió Jericho por mí.

A Daria se le aceleró la respiración.

–No pienso entrometerme en los asuntos de Valery.

–Te prometo que esto no le va a importar –aseguró él.

–¿Me lo juras? –insistió la chica, aún inquieta.

–Por lo más sagrado.

Ella tardó más de un minuto en decidirse.

–Vale –acabó por consentir–. Hay que hacerlo rápido, porque salgo a escena en quince minutos.

–Eres la mejor –le dijo Jericho.

–Sí, lo soy. Y me debes una. Pero no te preocupes, sé que me la pagarás –puntualizó ella, agarrando al Corazón Negro del abrigo para acercarlo y darle un apasionado beso en los labios.

Cuando terminó, Daria me enlazó el brazo. Mi primer impulso fue resistirme, pero no lo hice. Me ardía la mano. Y... también el corazón, tras presenciar su beso. Lo cual era ridículo, por supuesto. Jericho y yo... Bueno, en realidad no había un Jericho y yo. No de forma oficial, vaya. Sí, había empezado a sentir algo por él mientras estábamos en la Custodia de la Reina; y sí, habíamos compartido un beso increíble. Pero también nos habíamos visto obligados a soportar una serie aparentemente interminable de problemas juntos, y el de esa noche era solo el último de la lista.

Verle besar a Daria me había servido como recordatorio de que Jericho ya tenía una vida anterior. Y esa vida, por supuesto, incluía chicas. Chicas guapas.

Chicas guapas que no eran yo.

Solo hacía unas semanas que conocía al Corazón Negro, así que opté por considerar que el dolor sordo que notaba en el pecho, tan fuerte como si me hubieran dado un puñetazo, no estaba causado por los celos. Sería otro efecto secundario de haber sido apuñalada por una bruja malvada. Nada más.

Además, Jericho acababa de enterarse de que yo era la hija de Lord Banyon. En el fondo, debía dar las gracias porque no me hubiera dejado abandonada en cuanto salimos del restaurante.

Daria me llevó a una pequeña habitación que había al final de un pasillo y Jericho nos siguió.

–Siéntate aquí –me dijo la chica, guiándome hasta un sofá de cuero verde esmeralda que se encontraba frente a un enorme espejo dorado.

Miré atónita a la muchacha de aspecto enfermizo y rostro pálido que me devolvía la mirada, hasta darme cuenta de que era mi propio reflejo. El azul de mis lentillas era casi idéntico al color normal de mis ojos. Solo me las quitaba para limpiarlas; las llevaba todo el tiempo para tapar el tono ámbar que habían adquirido mis iris cuando me infectó la magia de memoria. Ámbar, marrón miel, oro fundido... Dependía del momento, de la hora del día y de si acababa de canalizar la magia y experimentar un eco. Mis ojos eran la prueba palmaria de la magia que estaba atrapada en mi interior. La mayoría de la gente no se fijaba en los signos físicos de la magia, ya fuera de forma inconsciente o por simple ignorancia. Sin embargo, algunos sabían lo que significaban. Por ese motivo, y por protegerme a mí misma, continuaba usando las lentillas azules cuando estaba en público.

Daria retiró la servilleta ensangrentada, mientras yo me estremecía y apretaba los dientes. No quería mirar la herida, pero fui incapaz de evitarlo. Lo único que distinguí fue un amasijo de sangre roja, carne desgarrada y, lo que era todavía más espantoso, el brillo blanco de los huesos. Me acometió una oleada de náuseas y estuve a punto de vomitar.

–¿Sabes primeros auxilios? –pregunté débilmente cuando conseguí serenarme.

Daria se rio.

–Qué va.

–Daria es bruja –explicó Jericho–. Puede invocar magia de tierra.

Una bruja.

Mi primer impulso fue apartarme de ella. Por más que mis conocimientos sobre la magia hubieran crecido durante las semanas anteriores, me resultaba imposible olvidar el miedo que me habían grabado a fuego durante diecisiete años.

–Como Tamara –dije finalmente.

–Algo parecido –asintió él.

–¿Quién es Tamara? –preguntó Daria.

–Una bruja que me curó hace poco –explicó Jericho–. Estuve a punto de morir de un tiro en el pecho... Prefiero no entrar en detalles escabrosos.

Daria desorbitó los ojos.

–Tuviste suerte de encontrar a alguien con tanto poder.

–Eso no puedo discutírtelo.

–Yo no soy tan poderosa –murmuró ella, negando con la cabeza.

–Creo que te subestimas.

–No, solo soy realista. Por suerte, esto no es una bala en el pecho. Haré lo que pueda.

Suspiró mientras me enderezaba los dedos, y yo contuve un chillido de dolor. Estudió mi rostro, frunciendo el ceño.

–Eres Josslyn Drake, ¿verdad? –me preguntó.

Me tensé, de pronto sin aliento.

–No, qué va –logré decir–. Aunque me han dicho que me parezco un poco a ella... Ya me gustaría. Es preciosa, ¿verdad?

En una época no tan lejana, me habría encantado que me reconocieran. Cómo cambiaban las cosas...

Jericho soltó un gruñido exasperado.

–Da igual que sepa quién eres, Drake.

Le lancé una mirada asesina.

–¿Tú crees?

–¿Quieres que te cure o no?

–Claro que sí.

–Pues... déjate llevar.

–Estoy dejándome llevar –le espeté–. Mira cómo me dejo llevar.

–Fantástico.

–No te preocupes –intervino Daria meneando la cabeza–. No le diré a nadie que la antigua primera hija de Puertoferro está aquí, en el Deluxe, y menos en compañía de alguien como Jericho. Sinceramente, nadie me creería.

–Me siento vagamente insultado –refunfuñó él.

–¿Estás lista? –me preguntó Daria.

Cuando asentí, apretó suavemente mi mano destrozada entre sus palmas y cerró los ojos. De sus manos empezó a emanar una suave luz dorada. La observé, con el corazón desbocado al encontrarme tan cerca de alguien capaz de canalizar magia curativa de tierra.

No era la primera vez que presenciaba esa magia: ya la había visto cuando Tamara había curado a Jericho en la Custodia. Sabía que no era maligna, dañina ni destructiva, así que intenté aceptarla.

El único problema era que no estaba preparada para sufrir aquel dolor.

Cuando la elementia invocada por Daria penetró en mi herida, fue como si hubiera metido la mano en una olla de agua hirviendo.

Grité e intenté apartarme de ella.

–Si no quieres que te quede una cicatriz horrorosa, más te vale estarte quieta –me advirtió.

Antes de que pudiera responder, apareció otro resplandor que me resultaba familiar, más aún que la magia curativa. Era el humo dorado brillante que siempre precedía a uno de mis ecos.

Al principio, temía a esa magia. Le tenía terror. Pero, poco a poco, había empezado a aceptarla a regañadientes, porque sabía que no me haría daño si me dejaba llevar y no luchaba contra ella. Su único objetivo era mostrarme algo importante, por más que yo no estuviera preparada para verlo.

Si algo tenía claro respecto a la magia de memoria, era aquello: nunca permitía que la ignorara. Me obligaría a experimentar un eco, lo quisiera o no.

Así que, incluso en ese momento, mientras la bruja intentaba curarme la mano herida, no me resistí. La niebla me envolvió como una cinta chispeante y vaporosa y me hizo girar en un torbellino, alejándome del Deluxe para conducirme a otro lugar y otro tiempo. La cabeza me daba vueltas, y la sacudí para orientarme. El dolor había desaparecido, y tenía la mano intacta.

Pero sabía que no era real. Un eco era como caminar por el sueño de otra persona. La realidad no cambiaba a mi alrededor; simplemente, se abría una ventana al pasado.

El humo dorado se fue disipando, y la escena que tenía ante mí cobró nitidez. Me encontraba en una habitación inesperadamente familiar: el gran despacho de la residencia del primer ministro. Mi antigua casa.

Los ventanales ofrecían una bella vista de los cuidados jardines que había en la parte trasera del edificio. Era de noche, así que apenas se veía gran cosa del exterior: solo el espeso follaje bajo un cielo tachonado de estrellas.

Pero no fue aquel escenario lo que me robó el aliento, sino las dos personas que estaban ante mí.

Una era mi padre –el único padre que había conocido–, Louis Drake, vestido con un esmoquin rígido y entallado. En su rostro había una expresión severa y disgustada, provocada sin duda por la persona a la que se enfrentaba.

Yo.

–Este vestido es perfecto tal como es –dije, con los puños apretados.

–Es demasiado corto y ajustado. Solo tienes dieciséis años, Josslyn.

–¡Sé perfectamente qué edad tengo!

–Esta noche, representas al imperio. De hecho, como hija mía, representarás a su majestad en persona. Habrá periodistas, fotógrafos... –se pasó una mano por la frente, frustrado–. No tengo tiempo para esto. Ahora no. Elige algo más apropiado; salimos dentro de diez minutos.

–¡Te odio! –tras eso, la versión de dieciséis años de mí misma salió como una tromba del despacho, mientras yo me encogía ante aquellas dos palabras dichas sin pensar que aún me perseguían.

Era la noche de la Gala de la Reina del año anterior.

La noche en la que había muerto mi padre.

Incluso en aquel momento, durante nuestra estúpida pelea por un maldito vestido, yo había intuido que mi padre estaba nervioso por algo más que por mi elección de vestuario. Di por sentado que era porque detestaba las reuniones sociales como aquella, que yo tanto adoraba. Él tenía que asistir por obligación; para mí, sin embargo, era la oportunidad perfecta para brillar bajo los focos. Cuantos más periodistas y fotógrafos, mejor.

Contemplar esa escena me dejó aturdida por un instante, pero enseguida me di cuenta de que aquello no tenía ni pies ni cabeza. Ese recuerdo era mío, no de Lord Banyon.

¿Pero cómo era posible, si los ecos que experimentaba eran los de él? Inquieta, me giré para escudriñar los rincones de la habitación; tenía que estar escondido en alguna parte.

Cuando la puerta se cerró tras la versión más joven de mí, se abrió otra que daba a un pequeño trastero, y Lord Banyon dio un paso para entrar en el oscuro despacho.

Mi giré hacia mi padre, que no parecía sorprendido por la presencia del brujo en su despacho privado.

–Lamento que hayas tenido que presenciar eso –murmuró con tono agotado.

–Tiene mucho carácter –replicó Banyon.

–Y que lo digas.

–Pero la quieres.

–Con toda mi alma y mi corazón.

Banyon asintió.

–Lo de antes solo ha sido la explosión de una adolescente rebelde. No te lo tomes a pecho.

–Nunca lo hago –mi padre rio entre dientes y sacudió la cabeza–. No es la primera vez que me dice esas cosas... Sé que no es en serio.

–Me alegra oírlo.

Los escuché, aturdida. Aquello no podía ser real. Tenía que ser producto de mi imaginación. A lo mejor me había desmayado por el dolor de la magia curativa, y eso era solo un sueño. Mi padre y Lord Banyon no se conocían.

No podían conocerse; desde luego, no tanto como para que el brujo fuera a visitar a mi padre en su casa, ¡y menos aún estando yo en la misma habitación que ellos!

–La cabezonería no le viene ni de mí ni de Evelyne –suspiró mi padre–. Debe de haberla heredado de ti.

Banyon torció los labios.

–¿Me consideras testarudo, Louis?

–Eres la persona más testaruda que he conocido en mi vida. De no ser así, no habrías acudido aquí esta noche.

–No quería esperar ni un día más para enseñarte esto.

Banyon sacó un papel doblado del bolsillo de su chaqueta y lo dejó delante de mi padre, que se había sentado tras su escritorio. Mi padre examinó la hoja y frunció el ceño.

–¿Es lo que creo que es?

Banyon asintió.

–Como todo el mundo sabe, tanto la reina como sus predecesores han perpetuado la idea de que los magos son un porcentaje minúsculo de la población. Pero es mentira. Esta lista es solo una pequeña muestra de linajes familiares tocados por la magia. Algunos nombres los reconocerás de inmediato, ¿verdad?

–Claro que sí –masculló mi padre con gesto sombrío.

–Componentes del Consejo Real, miembros del Parlamento, dueños de grandes fortunas, amigos personales de la propia Issy... Todos magos potenciales –Banyon golpeó el papel con urgencia–. Issy esconde este secreto; protege a los que tienen valor para ella, mientras condena a los que no lo tienen.

–Unos nombres escritos en un papel no significan nada –negó mi padre–. Esto no es una prueba irrefutable.

–Por eso necesito tu ayuda. Estás cerca de ella, más cerca que nadie. Issy confía en ti; te considera de la familia, después de todo este tiempo. Puedes descubrir más cosas, encontrar pruebas tangibles de que tengo razón.

Mi padre se levantó y se giró hacia la ventana, cruzando los brazos.

–Me ejecutaría por traición si supiera que he hablado contigo. Y lo que me sugieres es, sin duda alguna, traición.

–No: es arreglar algo que lleva siglos roto. Si estoy en lo cierto, en nuestro país hay muchas brujas y brujos que no tienen ni idea de lo que son; que se creen a pies juntillas las mentiras de nuestra reina, y que jamás dedicarán atención a la chispa de magia que albergan en su interior, por miedo a lo que eso podría suponer. Creo que en el imperio hay cientos de miles de magos, quizá incluso millones. Y si supieran la verdad, si supieran que la reina a la que sirven está dispuesta a ejecutarlos por algo que ni siquiera pueden controlar... Bueno, ese es el tipo de cosas que pueden hacerte cambiar de idea de forma irrevocable. Todas esas personas podrían pasar al lado correcto de la historia: a nuestro lado, Louis. Una verdad como esta no puede ocultarse eternamente. No se puede reescribir ni borrar; finalmente, se revelará al mundo de una manera o de otra. Y esto tiene que salir a la luz, si queremos poner fin a la tiranía de la reina. Cuando descubriste lo que le hizo a Elian, y lo que le permite que haga cuando lo asalta el hambre... –Banyon soltó un suspiro–. Sabes que esto no puede continuar así, Louis.

Mi padre guardó silencio durante unos interminables e incómodos instantes, con expresión atormentada.

–Quiero contarle a Josslyn la verdad sobre ti –murmuró–. Y quiero decírselo esta noche.

Banyon tomó aire bruscamente.

–Basándome en lo que acabo de presenciar, creo que aún es demasiado joven e inmadura para entenderlo.

–Tú no la conoces como yo –replicó mi padre negando con la cabeza.

–¿De verdad quieres que cargue con ese peso?

–Una verdad como esta no puede ocultarse eternamente –respondió mi padre, haciéndose eco de lo que había dicho antes Banyon.

–Ya no es mi hija, sino la tuya –aseveró el brujo–. Lo asumí hace mucho tiempo. Haz lo que tengas que hacer respecto a Josslyn, y también respecto a la recopilación de pruebas para sacar a la luz las mentiras de la casa real. Yo tengo trabajo que hacer –se llevó las manos a las sienes–. Hay algo aquí, atrapado en mis recuerdos... Algo grande, mucho más importante que lo que estoy descubriendo en los linajes familiares.

–Los recuerdos siempre son imperfectos, en el mejor de los casos –objetó mi padre frunciendo el ceño.

–En su forma original, desde luego –convino Banyon–. Pero hay medios para acceder al pasado de forma objetiva. Tengo una certeza absoluta desde hace años: Issy guarda celosamente un secreto tan grande que creo que podría hacer añicos el imperio. Y voy a descubrir cuál es, mientras aún me quede tiempo.

–¿Cómo que «mientras aún te quede tiempo»? –replicó mi padre.

Banyon apretó los dientes y pareció dudar por un momento.

–Me estoy muriendo –confesó finalmente–. Esta enfermedad es incurable. Ni siquiera la magia puede hacer nada contra ella.

Se hizo el silencio durante unos pesados instantes.

–¿Cuánto tiempo te queda? –murmuró mi padre.

–Lo bastante para terminar con el reinado de Issy, de una manera o de otra –Banyon levantó la barbilla–. Elige bando, Louis: o estás conmigo o estás contra mí. Pero quiero que seas consciente de una cosa: nada, absolutamente nada, me detendrá ahora.

Antes de que pudiera oír la respuesta de mi padre ante aquel ultimátum escalofriante, el humo dorado me envolvió y me arrastró consigo. Daria continuaba agarrándome la mano izquierda.

La observé, todavía estupefacta por lo que acababa de presenciar.

–Te sangra la nariz –me indicó ella, alarmada.

–¿Drake? –preguntó Jericho, frunciendo el ceño–. ¿Acabas de...?

Asentí, temblorosa, mientras me pasaba la mano rápidamente para limpiar la pequeña hemorragia nasal, un efecto secundario normal al canalizar la magia de memoria.

No había sido un sueño. Sin duda alguna, era un eco. Mi padre y Banyon habían trabajado juntos contra la reina; el brujo sabía que yo era su hija, y ya un año atrás era consciente de que se estaba muriendo sin remedio.

Entonces fue cuando me di cuenta de que tenía la mano curada: solo quedaban sendas cicatrices de color rosa pálido en el dorso y en la palma. Las observé con asombro, las rocé con las yemas de los dedos y apreté y solté el puño. No sentí ningún dolor. De no ser por aquella leve marca, no habría indicio alguno de que aquella mano estaba destrozada hacía tan solo minutos.

–Siento no haber podido evitar que te quedara cicatriz –se excusó Daria, mordiéndose el labio inferior.

–No importa –la tranquilicé, con la cabeza a un millón de kilómetros de distancia–. Lo que has hecho por mí es increíble. Gracias.

Lo decía en serio: una pequeña cicatriz era un precio mínimo a cambio de sobrevivir a la daga de Valery.

–Cualquier cosa por una amiga de Jericho –dijo ella, sonriente.

–Gracias, Daria –respondió él con voz cálida–. Nos has salvado la vida. O, más bien, la mano...

–De nada –repuso Daria, y lo miró como si esperase algo más de él, tal vez otro beso.

Al ver que no se producía, se despidió y regresó a paso ligero al escenario.

–Vámonos, Drake –ordenó Jericho con un tono mucho menos cálido que antes–. Te llevaré de vuelta al motel.

Iba a pedirle que aguardara un minuto; necesitaba recuperarme de mi primer contacto personal con la magia de tierra y del eco que me había dejado sin aliento, pero me di cuenta de que ya se estaba yendo sin esperarme. Desde luego, sus modales dejaban mucho que desear.

Por fin, lo alcancé en el abarrotado vestíbulo con lámparas de araña. Ahora que estaba más tranquila, pude ver que en los lados había dos largas barras lacadas en negro, con camareros que servían vino y cócteles a sus clientes. Jericho atravesó la sala sin aminorar el paso, y no tardamos en salir del Deluxe y dirigirnos a la plaza mayor de la ciudad, una zona ajardinada situada en el centro exacto de Cresidia.

Intenté aguantarme las ganas de conversar, porque sabía que Jericho no estaría de muy buen humor después de lo que había descubierto esa noche. Pero realmente necesitaba hablar con él.

–Jericho, para un momento, ¿quieres? –le agarré el brazo, duro y tenso como el acero.

Se volvió de mala gana para mirarme.

–¿Qué pasa?

–Tengo que hablarte del eco que acabo de ver, porque... Bueno, me temo que necesito una segunda opinión.

–Ajá –dijo, extendiendo las manos–. Entonces, ¿vamos a fingir que todo es normal entre nosotros, Drake?

Necesitaba quitarme ese asunto de encima. Tenía que solucionarlo para seguir adelante..., si es que era posible solucionarlo.

–No estoy muy segura de que «normal» sea la palabra adecuada para describirnos a ninguno de los dos –respondí.

–Al menos, en eso estamos de acuerdo.

–Sé que debería habértelo dicho...

Me retorcí las manos y empecé a pasear en círculos delante de una famosa fuente que aparecía en casi todos los anuncios de viajes: «¡Tira una moneda y pide un deseo!». Yo no tenía monedas, pero me sobraban deseos que pedir.

Jericho suspiró.

–¿Cuánto hace que lo sabes?

No había intentado cambiar de tema ni alejarse de mí. Lo interpreté como un avance.

–Me enteré en mi primera noche en el palacio, antes de tu interrogatorio. Antes no tenía ni idea, y jamás se me habría ocurrido pensarlo.

Meditó mis palabras.

–Entonces, Elian es tu hermano.

–Medio hermano –asentí.

–¿Lo sabe?

–Lo sabía antes que yo. Al parecer, se ha enterado de muchas cosas a lo largo de los años escuchando conversaciones que probablemente no debía oír. Esa fue una de ellas –levanté la barbilla–. ¿Ahora me odias?

Jericho me miró de soslayo con el ceño fruncido.

–¿Por qué iba a odiarte?

–Porque odias a Banyon.

–No estoy muy seguro de qué tiene eso que ver contigo –suspiró al enfrentarse a mi mirada inquisitiva–. No, Drake: no te odio, aunque seguramente todo sería mucho más fácil si lo hiciera. ¿Me habría gustado que me contaras la verdad antes de que mi jefa te la sonsacara con su daga mágica? Claro. ¿Entiendo por qué no compartiste conmigo el descubrimiento de tu nuevo árbol genealógico? Completamente –soltó un nuevo suspiro, y sus ojos negros se clavaron en los míos–. Lo entiendo a la perfección. Yo también me guardaba un terrible secreto que no quería compartir contigo, ¿recuerdas?

Noté un nudo en la garganta.

–Sí, me acuerdo.

Con la mandíbula crispada, se giró y se quedó mirando la fuente.

–Tú deberías odiarme a mí, en todo caso.

–No te odio, Jericho. Ya te he dicho que fue Ambrose quien lo mató. Tú te resististe con todas tus fuerzas a las órdenes de Valery; con eso habría bastado para que mi padre sobreviviera esa noche. Tú no tienes la culpa de que esté muerto.

–Ambrose –escupió entre dientes–. Ese tipo es un cabrón.

–Con patas –asentí de inmediato–. No te preocupes, que no me he olvidado de él. Pagará por lo que hizo.

Jericho observó a la gente que paseaba disfrutando de la noche, ajena a lo que decíamos del actual primer ministro. En el lateral de un hotel alto, a nuestra izquierda, había una enorme pantalla publicitaria que anunciaba los Juegos de la Reina; solo faltaba un mes para que se celebraran.

–Háblame del eco –dijo.

El nudo que notaba en mi garganta se aflojó ligeramente.