Lima, la sin lágrimas - César Antonio Molina - E-Book

Lima, la sin lágrimas E-Book

César Antonio Molina

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¿Se acaban pareciendo las ciudades a quien las pensó, las imaginó o las escribió? Lima arrastra la tristura de su cielo plomizo, que ha impregnado en sus poetas un halo de melancolía; pero si su cielo nos regala pocos matices, su prodigiosa literatura se ha encargado de sacarle brillo a una de las ciudades más hermosas y apasionantes de la América Latina. Un viajero recorre los pliegues de sus calles y reconoce en sus conventos, sus rincones y balcones, sus barrios y librerías a la variopinta humanidad que trazó sus perfiles citadinos, los que la hacen única. Es tradición que los poetas se recreen en su supuesta tristeza, pero en Lima ya no hay lágrimas, sino vida, buen arte y mucha poesía. El corazón limeño es el del propio país, por eso los grandes bardos y escritores peruanos de todos los tiempos la han tenido tan presente. La capital de Perú es ahora una asombrosa metrópoli que mira al futuro cargada de vitalidad y buena escritura.

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SOBRE EL AUTOR

CÉSAR ANTONIO MOLINA (La Coruña, 1952)

Escritor, traductor, político y profesor. Ha desarrollado una dilatada actividad docente en varias universidades españolas y fue Ministro de Cultura entre 2007 y 2009, diputado en el Congreso, director del Círculo de Bellas Artes, el Instituto Cervantes y La Casa del Lector.

Como periodista y articulista ha sido responsable y colaborador de diversos medios culturales. Es autor de una amplia bibliografía con una treintena de títulos en ámbitos como el ensayo, la novela, la poesía, la memorialística y la literatura de viajes, a la que ha dedicado varios libros y muchos artículos en revistas y medios especializados.

SOBRE EL LIBRO

¿Se acaban pareciendo las ciudades a quien las pensó, las imaginó o las escribió? Lima arrastra la tristura de su cielo plomizo que ha impregnado en sus poetas un halo de melancolía, pero si su cielo nos regala pocos matices, su prodigiosa literatura se ha encargado de sacarle brillo a una de las ciudades más hermosas y apasionantes de la América Latina.

Un viajero recorre los pliegues de sus calles y reconoce en sus conventos, sus rincones y balcones, sus barrios y librerías a la variopinta humanidad que trazó sus perfiles citadinos, los que la hacen única. Es tradición que los poetas se recreen en su supuesta tristeza, pero en Lima ya no hay lágrimas, sino vida, buen arte y mucha poesía. El corazón limeño es el del propio país, por eso los grandes bardos y escritores peruanos de todos los tiempos la han tenido tan presente. La capital de Perú es ahora una asombrosa metrópoli que mira al futuro cargada de vitalidad y buena escritura.

El Perú, como El Aleph de Borges es, en pequeño formato, el mundo entero.

MARIO VARGAS LLOSA

En pocas ciudades del mundo he visto tanta atención a sus escritores cono en Lima.

CÉSAR ANTONIO MOLINA

Lima, la sin lágrimas

CÉSAR

Título de esta edición:Lima, la sin lágrimas

Primera edición enLA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES: abril de 2020

© de esta edición:

LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:

[email protected]

© del texto: César Antonio Molina

© de la maquetación y el diseño gráfico: Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

ISBN ePub: 978-84-17594-83-1 | THEMA: WTL; 1KLSR

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

CUADERNOS DE HORIZONTE SERIE ¿QUÉ HAGO YO AQUÍ?

Lima, la

Para Laura y Mercedes en recuerdo de lo felices

El gran poeta peruano César Moro (1903-1956) y también magnífico pintor —la mayor parte de su obra la escribió en francés, quizás por su afección al surrealismo—, calificó a Lima como «la horrible». Luego, otro gran poeta limeño, Salazar Bondy, insistió en este insultante adjetivo, para mí total y absolutamente injusto, escribiendo un libro cuyo título era precisamente Lima la horrible, un conjunto de artículos publicados a finales del siglo pasado en la década de los cincuenta y comienzos de la siguiente. Apareció en México. Tratando de desacreditar y desmitificar el supuesto paraíso de la vida colonial, desmitificó a toda la ciudad y le puso el mismo apodo del que todavía no ha podido desprenderse. Siempre que me refiero a Lima, mis interlocutores de cualquier parte del mundo me salen con esta monserga. ¿Cómo puede ser horrible una ciudad con un patrimonio histórico y artístico semejante? ¿Cómo puede ser horrible pasear entre vestigios prehispánicos, edificios renacentistas, barrocos, rococós, neoclásicos, art decó, y todos los neos imaginables, así como por las más modernas construcciones de relevantes arquitectos contemporáneos? ¿Cómo puede ser horrible una ciudad llena de plazas, iglesias, palacios, museos extraordinarios, teatros, playas…? ¿Cómo puede ser horrible una ciudad llena de vida?

La capital del virreinato del Perú, la capital más importante de América del Sur durante la colonia, tiene todo su amplio casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En 1998 se reconoció primero al Convento e Iglesia de San Francisco, y luego, en 1991, a todo el casco histórico que aún mantiene en pie seiscientos ocho monumentos coloniales de una gran valía. Sí, los tiempos han cambiado a mejor, pero esa palabra es, además de tremendamente injusta, antipatriótica. Ellos se referían al extenso casco histórico superpoblado, pues los nuevos barrios todavía no habían surgido. ¡Olvidémonos! Escritos como este tratan de curar esa profunda herida. Sí, el clima no ayuda porque la mayor parte del año la ciudad está sumergida en una especie de cielo plomizo agotador. El sol apenas se ve, más allá de unas semanas durante el verano, y nunca llueve, pero siempre hay amenazas de terremotos y maremotos. Los avisos inquietantes están por todas partes.

Ya el padre agustino Fray Antonio de la Calancha (1584-1654) en su Crónica moralizada de la Orden de San Agustín en el Perú (1653), escribía que en Lima «Jamás se oye trueno, ni se vido rayo. Son pardos algunos días por las nieblas que suben por esta primera región del aire. Las tardes y noches de verano son frescas, claras, apacibles y vense hermosísimos arreboles y pintados celajes, y las estrellas descubiertas y muy resplandecientes, y con deleitosa claridad la luna. Todo rigor de tiempo es tan moderado y todo tan hermoso, que no se conoce temple y cielo en el mundo de sus circunstancias».

El Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) en sus Comentarios Reales (1617), se refería a esta ciudad, que no era la suya, pues había nacido en Cuzco, como muy moderna y preparada pues «en cada esquina y centro de calle se dejó una tapadera de hierro (registro) y generalizadas las cañerías de agua y desagüe para cada casa, quedó Lima en unas condiciones de comodidad, aseo, hermosura y salubridad, de que pocas capitales europeas podrán vanagloriarse…». Y el Inca añade en otros fragmentos del mismo escrito: «Trazáronla hermosamente, con una plaza muy grande, sino es tacha que lo sea tan grande; las calles muy anchas y muy derechas, que cualquiera de las encrucijadas se ven las cuatro partes del campo…Los edificios de fuera y dentro de las casas son buenos; y cada día se van ilustrando más y más. Está dos leguas pequeñas de la mar. Dícenme, que lo que se va poblando, de algunos años acá, es acercándose a la mar. Su temple es caliente y húmedo, poco menos que el de Andalucía por el estío; y si no lo es tanto, es porque allá no son los días tan largos, ni las noches tan cortas, como acá por Julio y Agosto…». ¿Por qué entonces «la horrible» si desde sus inicios había sido ya ensalzada?

Con respecto al clima, el poeta y filólogo Juan de Arona (1839-1895), escribió con muy buen humor:

El clima en cuya atmósfera me baño

es un clima admirable, sin más pero,

que un dulce malestar de enero a enero,

y un estarte muriendo todo el año.

Esto lo escribía en Sonetos y chispazos (1880) y añadía en un fragmento del Parnaso Peruano:

¡Nuestro cielo, cielo extraño!

en grande porción del año

con atmósfera sombría

nos cobija, como un paño

empapado en agua fría.

La atmósfera se encapota

y sobre nosotros flota

niebla indecisa y tenaz

de resolverse incapaz,

si no es en menuda gota.

Los gallinazos sí, realmente, son horribles por su semejanza con los buitres y el significado negativo que estos tienen. Ya desde antiguo muchos escritores mostraron su inquietud ante su presencia: Flora Tristán, Valdelomar, Martín Adán o Julio Ramón Ribeyro quien en uno de sus relatos más famosos titulado «Los gallinazos sin plumas» escribió: «A esa hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecían los gallinazos sin plumas». Ribeyro quería hacer una metáfora social. A las seis de la mañana «hora celeste y mágica, la ciudad se levantaba de puntillas y comenzaba a dar sus primeros pasos». Quienes los dan son las beatas, los noctámbulos, los de la limpieza «paseo siniestro», los obreros, los policías, es decir, el proletariado tanto espiritual como laboral. Salazar Bondy, que apenas pudo disfrutar de su fama, pues nació en 1924 y murió en 1964, arrojó la primera piedra contra su ciudad natal, contra el sueño de esa Lima colonial bastante más horrible de lo que habían satirizado los poetas y escritores del costumbrismo, la mayor parte de ellos irrelevantes. Publicada en México, un año antes de la muerte de su autor, en Lima la horrible, escribió una «injusta», para mí, diatriba contra Lima de la que hoy, si viviera, probablemente se arrepentiría. Al poeta le disgustaba su clima al cual le achacaba todo tipo de enfermedades. Al aire mediocre y tristón lo acusaba de provocar eso mismo en la psicología de sus ciudadanos: blandos y conformistas. Incluso, dice Salazar Bondy, la juventud inconformista acaba sentando la cabeza. «El cielo sin matices, el aire adormecedor, la humedad ponzoñosa, la lisa visión de los cerros pelados y los arenales de entorno, que en invierno envuelve un tul de niebla que hace irreales a las cosas más rotundas y mantiene las ruinas eternamente nuevas».

La cursiva anterior corresponde a un comentario de Herman Melville sobre la ciudad. El novelista norteamericano escribe en Moby Dick: «No es, en conjunto, el recuerdo de sus terremotos derribando catedrales, ni las estampidas de sus mares frenéticos, ni la ausencia de lágrimas en áridos cielos que jamás llueven; ni la visión del ancho campo de agujas inclinadas, bóvedas desencajadas y cruces desplomadas (como penoles inclinados de flotas ancladas), ni sus avenidas suburbanas de paredes caídas unas sobre otras, como un castillo de naipes hundido; no son solo esas cosas las que hacen de Lima, la sin lágrimas, la ciudad más extraña y triste que pueda verse». Melville había estado allí en 1844 y este era su recuerdo. El marino y escritor norteamericano volvería a citar a esta ciudad en otra de sus obras más conocidas y terribles por su historia, Benito Cereno (1855), en la que aparece Lima en el tráfico de esclavos negros desde África e igualmente hay menciones en La chaqueta blanca (1850). Jerónimo Pimentel (1978), un joven novelista peruano, escribió hace pocos años una novela titulada La ciudad más triste. Basándose en esa visita de Melville a Lima, se inventó una correspondencia entre él y el también gran escritor norteamericano, autor de La letra escarlata, Nathaniel Hawthorne. Melville, a través de estas misivas, le va contando la historia de la ciudad y sus opiniones sobre la misma. El autor reconocía haberse tomado la licencia de juntar a ambos personajes años antes de que estos se conocieran. Parece ser que también Stevenson, pocos años después de Melville, arribó al puerto del Callao que describe como emporio del vicio y corrupción, cosa nada rara en un puerto marino tan concurrido como este. A mí hoy, a pesar de que la climatología en Lima es la misma, en absoluto me parece tan rara como la han descrito. De todas formas, hablamos de tiempos y épocas muy distintas. En el siglo XIX, Lima era una pequeña ciudad, siempre lo fue a pesar de su riqueza y brillantez cultural. Aquellos pocos miles de habitantes hoy suman cerca de diez millones incluyendo los extensos barrios nuevos.

Luis Loayza (1934-2018), escritor, traductor en organismos internacionales que murió en París, dice en El sol de Lima (1974) que esta ciudad es tan húmeda que a veces parece submarina, «la niebla nos ha vuelto a sus habitantes un poco anfibios». Y añade en este mismo libro: «Este sol de Lima que brilla sobre algunas damas de París tiene una existencia mágica. Lima no es aquí una ciudad sino una región inexistente, una convención literaria. Su imagen es la imagen de la Arcadia, es decir del pasado virgen en que nada ha ocurrido y que tienta por eso a quienes están fatigados de la sociedad industrial y quisieran volver a una naturaleza elemental y ardiente, aunque sea tan inventada como el sol de Lima. Para muchos, los nombres del Perú y su capital pertenecen aún a los reinos de la mitología, no han entrado definitivamente en la historia. A ellos se debe, en parte, su misterio y prestigio. El sol imaginario de Lima luce para nosotros, pero no disuelve nuestra niebla ni entibia el aire de los días grises». ¡No! Lima, a pesar de su clima, del cual no tuvieron la culpa los españoles, ni tan siquiera los indígenas, jamás fue horrible sino hermosa, raramente hermosa. Incluso Humboldt, que por estos lugares tuvo algún problema por sus devaneos homosexuales, escribió en 1803 que «aunque Lima sería el último lugar de América en el que quisiera vivir, no he dejado de pasar un tiempo agradable allí».

Los limeños, como los españoles, son los peores publicistas de su ciudad, o al menos lo eran. Sí, los poetas peruanos, y no solo los poetas, han sido muy tristes. ¿Más que los del resto del mundo? Oquendo de Amat, Vallejo, Mariátegui, Valdelomar, Eguren, Martín Adán, Moro, Bondy, Westphalen, Blanca Varela, Cisneros, quizás lo fueron, aunque no creo que entre todos ellos haya un denominador común y que este sea ese. Alguno de ellos lo negarían. La palabra tristeza es una de las más nombradas en los versos del Perú. ¿Pero acaso la tristeza no es la musa más habitual de todos los poetas del mundo? Javier Sologuren (1921-2004), poeta limeño autor de libros como Surcando el aire oscuro (1970) o Un trino en la ventana vacía, ensalza los balcones de esta manera:

Los balcones son barcas

pegadas a la orilla,

aves en el secreto

de alas recogidas;

pero si mueves la mano

o simplemente miras,

hay algo que navega,

que vuela hacia la vida.

Sí, Lima vuela, siempre voló hacia la vida. El propio Salazar Bondy (1924-1965) le dedica a la ciudad capitalina este poema titulado «Identidad sentimental (lugar de nacimiento)»:

Lima, rostro que ha tallado en la niebla su gesto menos glorioso,

color que se disuelve en el cielo como un azúcar mortecino,

paz que se extiende entre una nube y una lágrima, ¿cómo eres?

La propia ciudad le contesta y el poema es un diálogo entre ella y su habitante. El poeta no solo se queja de su ciudad, sino también de su país. Esto lo dice en su largo poema «Todo esto es mi país», que comienza:

Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;

mi país es una intensa pasión, un triste piélago, un incansable manantial

de razas y mitos que fermentan.

¿Qué poeta, en qué lengua, en qué territorio, en qué tiempo o época no se ha quejado de su ciudad, de sus compatriotas? Quien no lo haya hecho no es un gran poeta. «[…]porque mi país es,/simple, pura e infinitamente es,/y el amor canta y llora, ahora lo comprendo, cuando ha alcanzado lo imposible», concluye Salazar Bondy. El poeta chiclayo, Leopoldo Chariarse (1928), escribe en este soneto titulado «Lima en la niebla»:

Frágil ciudad de pórticos lejanos

y hondas callejas donde sigo haciendo

alarde de alegrías y hasta estruendo

en fiestas locas y prodigios vanos.

[…] Era el alma de Lima esa llanura

blanca en la niebla y húmeda en el alba

y en el desierto oasis de hermosura.

Lima oasis de hermosura, no Lima la horrible. No llueve en Lima, sin embargo; uno de los poemas más conocidos de Westphalen se titula «Llueve por tanto»:

Llueve por tanto que se cae de amor.

Llueve lagrimada gracia.

Entre golpe de lo que no es lluvia sino sol.

No hay que temblar que llueve de sol.

Es lo que te corresponde…

Los cuervos están presentes en la poesía de Blanca Varela. Los cuervos del amor. Los cuervos que sacan los ojos a los amantes, los cuervos que raptan el amor filial:

[…]porque te alimenté con esta realidad mal cocida

por tantas y tan pobres flores del mal

por este absurdo vuelo a ras de pantano

ego te absolvo de mí

laberinto hijo mío…

Luis Hernández (1941-1977), un magnífico po­e­ta, aunque no lo suficientemente conocido, tenía a Lima no como su ciudad, sino como su país: pequeño, humilde, sin gloria en que reconocerse (otra injusta queja) y solitario:

Mi país no es Grecia

Y yo no se si deba admirar

Un pasado glorioso

Que tampoco es pasado.

Mi país es pequeño y no se extiende

Más allá del andar de un cartero en cuatro días,

Y a buen tren…».

(Las constelaciones, 1965). Lima, la sin lágrimas, jamás la horrible.

A pesar de los grandes escritores que Perú ha te­nido a lo largo de los siglos: El Inca, Palma, Valdelomar, Eguren, Vallejo, Oquendo, Moro, Martín Adán, Alegría, Arguedas o Ribeyro, entre otros muchos, ninguno de ellos puede llegar a alcanzar, con todos mis respetos, a Mario Vargas Llosa, uno de los más grandes escritores universales del siglo XX y de lo que todavía mucho le quede del presente XXI. Vargas Llosa es el verdadero escritor nacional, y el Premio Nobel de Literatura no hizo más que confirmarlo. Ni siquiera, ya digo, ni el Inca ni Vallejo, grandes donde los haya, porque Vargas Llosa ha practicado todos los géneros literarios y periodísticos llevándolos a un punto inalcanzable. Es nuestro contemporáneo, nuestro amigo, nuestro maestro, y a veces la cercanía no les da el espacio suficiente, a algunos, para ver su magnificencia, pero la tiene, sin lugar a dudas. Lima está presente en muchas de sus obras, en La ciudad y los perros, Conversaciones en la catedral, La tía Julia y el escribidor, Historia de Mayta, Los cachorros o Cuento de domingo. La Lima de muchas de estas obras, la de los años cincuenta y sesenta, no tiene ya nada que ver con la de hoy, aunque quedan aún unos cuantos vestigios. Ya no es aquella ciudad pequeña, segura —a mí si me pareció si no se va a las zonas conflictivas—, tranquila y de mentira. Vargas Llosa estudió en el colegio militar Leoncio Prado en el distrito de La Perla. En La ciudad y los perros (1963) habla de esta experiencia dolorosa. Los cadetes salían a pasear por el Parque Central del barrio de Miraflores, el Parque Salazar hoy desaparecido y reconvertido en el gran centro comercial Larcomar, se aventuraban por las calles más peligrosas del barrio de Chorrillos, el barrio de La Victoria, y regresaban al centro del casco histórico: plaza de San Martín y el Campo de Marte, o las alamedas del barrio de Barranco. Este barrio está muy presente en las novelas Historia de Mayta, Los cachorros y Cuento del domingo que transcurren todas en el barrio de Miraflores. En Conversaciones en la catedral, la charla entre el zambo Ambrosio y Santiago Zavala, de páginas y páginas, transcurre en este bar cercano al río Rímac y la vía del ferrocarril que hoy ya no corre. El bar, que había abierto por los años cincuenta del pasado siglo, hoy está tapiado y a punto de derrumbarse totalmente. La zona es complicada de caminar por su inseguridad, lo mismo que las cinco esquinas. Estamos en los barrios altos y yo me acerco en un taxi que va parando con bastantes reparos porque ni el taxista dice estar seguro; es el mismo que durante todas estas semanas me ha llevado de acá para allá, se llama Wilmer. En medio del peligro me dice: «no pensemos en él, actuemos como si no existiera, eludámoslo, ignorémoslo, porque como nos acordemos de él y él mismo vea que tenemos temor del miedo, se nos hará presente». Yo le hago caso. La Universidad de San Carlos y el Hotel Maury también eran escenografías de esta obra magna. «Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? […] el Perú jodido, Carlitos jodido, todos jodidos. Concluye: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invita un trago…». El narrador de Conversaciones en la catedral no describe la ciudad objetivamente, sino desde la perspectiva del protagonista, que la mira sin afecto. El intentar responder la pregunta que se hace Santiago constituye una de las motivaciones de la novela. Esta es, además, una de las frases más famosas de la literatura peruana y, ya, hispanoamericana.

Lima es citada otras muchas veces por diferentes escritores, por ejemplo, Onetti o Gerard de Villiers en La caza del hombre en Perú, una historia sobre un espía de la CIA que se traslada a la capital del Perú para secuestrar al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. Pero años antes lo había hecho Thornton Wilder (1897-1975) en su novela El puente de San Luis Rey (1927). El dramaturgo y narrador norteamericano, Premio Pulitzer de novela, precisamente por esta obra, y también de teatro, juntaba a un heterogéneo grupo de personas en el período colonial, cuya única relación iba a consistir en que todas morirían juntas en un accidente de circulación. Novela llevada al cine dos veces, la primera en 1944 y la última en 2004.

Juan Ramón Jiménez, en 1903, había publicado Arias tristes. Este poemario no solo tuvo una gran repercusión en España, sino también en toda Hispanoamérica. Dos jóvenes peruanos: Carlos Rodríguez Hübner y José Gálvez se inventaron la existencia de esta tal Georgina Hübner que le mandaba cartas de amor al poeta pidiéndole un ejemplar dedicado. Juan Ramón quedó también prendado por estas misivas y amenazó con ir a Lima a conocerla. Para que la cosa no fuera a más, los dos muchachos decidieron matarla. Se inventaron que había enfermado de tuberculosis y había sido trasladada a La Punta, en el Callao, para que el clima de allí la favoreciera. Poco después anunciaron su muerte que, en Juan Ramón, causó una tristeza y pena enorme. De ahí el poema. A requerimiento suyo, el cónsul del Perú en Sevilla pidió confirmación a Lima y así se lo aseguraron. Parece ser que el redactor de las cartas fue José Gálvez, aunque Carlos Rodríguez Hübner tenía una prima que también se llamaba Georgina. Fuera como fuese, en Vida, su autobiografía, el poeta de Moguer confesó que se había enamorado de aquel espíritu que había llenado su vacío de aquel tiempo. El poema se titula «Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima» (1910), y pertenece a Laberinto (1910-1911). Este libro está dividido en seis secciones y cada una de ellas dedicada a una mujer distinta. Sus versos finales hablan así:

El cónsul del Perú me lo dice:

«Georgina Hübner ha muerto…».

Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,

abriendo rosas blancas debajo de la tierra.

Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,

¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor, hizo el mundo,

jugando con pompas de jabón?

Juan Gómez Bárcena utilizó esta historia en su novela El cielo de Lima.