Literatura o muerte - Agustina Bazterrica - E-Book

Literatura o muerte E-Book

Agustina Bazterrica

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Beschreibung

Bazterrica despliega su ética del trabajo literario; una poética del rigor y la cadencia, del detalle y el vértigo, donde cada palabra importa y cada silencio pesa. Este no es un libro sobre escribir. Es el registro del deseo y el dolor de quien, página a página, se deja devorar por la literatura para poder, apenas, seguir viva. La autora imagina con el cuerpo, corrige con los huesos, respira a través de letras y pule cada oración como si en ello se jugara la vida. Cada frase late, punza, arde. Leer para escribir, escribir para vivir. Y sobrevivir, inevitablemente, a través de la literatura.

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Seitenzahl: 110

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Agustina Bazterrica (1974) es Licenciada en Artes, gestora cultural y jurado de premios literarios. Reconocida por su obra de ficción, recibió el Premio Clarín de Novela y el Premio "Ladies of Horror Fiction" por Cadáver exquisito (2017), traducida a más de treinta idiomas. Su más reciente novela, Las indignas (2023), fue uno de los libros más vendidos en Latinoamérica en 2024.

Literaturao muerte

Bazterrica, Agustina / Literatura o muerte / Agustina Bazterrica.–1a ed.–Ciudad Autónoma de Buenos Aires: EGodot Argentina, 2025.Libro digital, Otros

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-631-6689-42-9

1. Escritura. 2. Literatura Argentina. I. Título.CDD A860

ISBN edición impresa: 978-631-6689-26-9

CorrecciónFederico Juega Sicardi

Edición Noelia Laudisi De Sa

Diseño de tapa y colecciónFrancisco Bo

MaquetaciónIván Brizuela

Fotografía de autoraAlejandra López

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, septiembre de 2025

Literatura o muerte

por Agustina Bazterrica

El bicho de Quiroga

Si no escribo, me muero. Es así de simple y así de contundente. Y no estoy recurriendo a una metáfora trillada y un poco dramática. Es literal.

Necesito estar en contacto diario con la literatura. Los pocos períodos de mi vida en los que decidí alejarme de los libros, me enfermé. El deterioro físico empezaba con una leve molestia, después seguía con una sensación de estar más débil, como si el bicho del almohadón de plumas de Quiroga estuviese pegado a mi cabeza absorbiendo mi energía y, por último, terminaba con un resfrío que me dejaba de cama, por ejemplo. Conozco la diferencia con un resfrío clásico. Este no lo era. Este se gestó porque me había alejado de los libros.

Con los años entendí que la literatura es mi fuerza vital, es el torrente que necesito para seguir respirando. Es casi un reflejo automático. Para mí, leer es el equivalente a inspirar, y escribir es expirar. Es parte del mismo proceso, no hay escisión. Leer es tan importante como el acto de escribir. Leer me da la posibilidad de enriquecer el material con el que trabajo, de complejizar la palabra. Hay una imagen que me gusta mucho: la de pensar la palabra como el mármol, o la madera, o el material con el cual trabaja un escultor. La lectura le da flexibilidad al mármol para que a la hora de esculpirlo tenga la maleabilidad que necesito. Leer, además, me habilita a pensar: “Si esta autora fue por este camino, yo también lo puedo transitar”. Incluso aprendo de los libros que no me interesan o que me parece que no funcionan, porque me ayudan a tener en claro lo que no quiero hacer, lo que intuyo que no funciona para mí, por dónde no iría jamás.

La literatura, además de mantenerme viva, me hace vivir más, con mayor intensidad. Amplía mi universo mental, me multiplica los planos de esto que llamamos realidad. Voy a caer en el lugar común (perdón) de decir que los libros son portales mágicos, pero ¿no es una locura hermosa poder leer lo que pensó un señor hace doscientos años? ¿No es maravilloso poder conversar en silencio con alguien al que nunca viste, que quizá vive en la otra punta del mundo y que nunca vas a conocer? ¿No es fantástico acceder a cómo conciben la realidad distintas personas y que eso expanda tu visión de la vida? Ah, sí, definitivamente los libros son portales mágicos.

Si bien no estoy escribiendo las veinticuatro horas los siete días de la semana, sí estoy una gran cantidad de tiempo leyendo o escuchando cuentos o pódcasts sobre literatura (mientras hago tareas inevitables como limpiar mi casa), pienso en el texto que estoy escribiendo mientras lavo los platos; en definitiva, me conecto con todo aquello que enriquezca mí inconsciente, o ese espacio ignoto donde se deposita nuestro conocimiento, lo que leemos, vivimos, sentimos. Es el lugar del que habla Juan José Saer. Saer es un santo al que le rezo y lo voy a nombrar muchísimo en esta confesión o texto. En “Literatura y crisis argentina”, publicado en El concepto de ficción, Saer afirma: “Por otra parte, el escritor escribe siempre desde un lugar, y al escribir, escribe al mismo tiempo ese lugar, porque no se trata de un simple lugar que el escritor ocupa con su cuerpo, un fragmento del espacio exterior desde cuyo centro el escritor está contemplándolo, sino de un lugar que está más bien dentro del sujeto, que se ha vuelto paradigma del mundo y que impregna voluntaria o involuntariamente, con su sabor peculiar lo escrito. Ese lugar se escribe, por decir así, a través del escritor, modelando su lenguaje, sus imágenes, sus conceptos. Ese lugar no es, desde luego, el lugar en el que el escritor escribe, sino, como queda dicho más arriba, el lugar desde el que escribe, ese lugar que lo acompaña dentro de sí, donde quiera que vaya”. Saer lo llama lugar, yo lo llamo universo interno o subconsciente, pero no importa el nombre, lo que me interesa es que ahí está la clave. Porque de eso se trata, en definitiva, la literatura: de la mirada, del punto de vista, del recorte. Enriquecer la mirada, el lugar, la cosmovisión para crear una voz propia tan singular que no haya dudas de que solo esa persona lo pudo haber creado porque su manera de ver el mundo, de abordar un tema, de pensar una historia parece única, aunque sepamos que no lo es. Un ejemplo de ello, al que siempre me remito cuando tengo dudas de si escribir sobre un tema o no, porque ya fue abordado, es el de Borges y Cortázar. Los dos tuvieron accidentes graves de los cuales surgieron cuentos que hoy son clásicos. En 1938, Borges subió corriendo una escalera y se lastimó la cabeza con el batiente de una ventana abierta que estaba recién pintada. La herida se infectó y lo tuvieron que internar. Como consecuencia de esa internación, Borges escribió uno de sus cuentos más famosos: “El sur”. Años más tarde, en 1953, en París, Cortázar estaba manejando una moto y, para no matar a una anciana que se le cruzó, hizo una maniobra que lo dejó internado más de un mes con fracturas e infecciones. De esa experiencia surgió “La noche boca arriba”. Dos cuentos que dialogan, dos cuentos que surgieron de experiencias de vida similares, dos cuentos que tienen la mirada única, inconfundible, de su autor.

Eso me gustaría lograr: una voz única. A eso voy a aspirar siempre, porque todo mi trabajo apunta a que parezca que no puede existir otra manera de narrar esa ficción, aunque ese tema haya sido abordado por muchos otros autores.

Por eso, siempre es más importante el cómo voy a narrar una historia que el qué voy a narrar.

Música personal

Tengo en claro que no se necesita pensar temas épicos para escribir un buen libro. Por ejemplo, los temas de Juan José Saer parecen pequeños, parecen simples, pero en el cómo los aborda es donde crea constelaciones que no tienen fin, mundos complejos, fascinantes. Dos tipos caminan veintiún cuadras. Esa es la trama para una de las mejores novelas jamás escritas. En el cómo Saer aborda la trama de Glosa es donde reside su genialidad. En esa simple acción, dos tipos que caminan y hablan de un asado al que no asistieron, Saer trabaja con la multiplicidad de versiones de lo que llamamos realidad, con metáforas, con una clara intertextualidad a El banquete de Platón, con imágenes que remiten a la dictadura militar argentina sin nombrarla, con la identidad desplazada, con la opacidad del lenguaje y con la manera en la que nuestra experiencia siempre termina siendo una historia, una narrativa que creamos. También tiene una impronta muy argentina, un espíritu que te hace sentir que conocés a los personajes, que son de tu tierra, que podrían ser tus amigos. Pero, además, es eminentemente universal porque, en cada línea, habla de la condición humana. También Glosa (y podría escribir un libro sobre este libro) funciona con una sutil ironía que hace más tolerable la tragedia que subyace al texto: la tragedia del terrorismo de la dictadura cívico-militar que tomó el poder de 1976 a 1983, donde se cometieron crímenes de lesa humanidad: ejecuciones, exilios forzados, torturas, violaciones y abusos sexuales, robo de bebés; ataques a las libertades civiles y políticas. Saer convierte sus tramas en sistemas solares.

En mi caso, para crear, aunque sea, mundos pequeños, trabajo mucho. Existe el mito de que escribir es un don, un acto casi involuntario, palabras dictadas por las musas, casi como en un rito sagrado. Pero si bien, como los llama Liliana Heker, pueden existir “estados de privilegio” en los que la escritura fluye, escribir, para mí, tiene otra dimensión igualmente fantástica e inesperada que surge del oficio. Escribir es un trabajo y, por lo tanto, puedo afirmar que la inspiración se construye. Y para construirla, lo que hago es leer con pasión, todo el tiempo, con voracidad y lupa, buscando los mecanismos con los cuales esa autora o autor creó una obra admirable, cómo logró ese grado de perfección.

Soy tan minuciosa a la hora de abordar un texto ajeno o propio que me volví implacable. Mis amigos temen recomendarme libros porque no perdono errores de verosimilitud, porque veo los hilos, lo que está de más o falta, porque subrayo, anoto, pregunto, pienso, porque detecto rápidamente si el texto es una copia velada de la voz de otro autor. El otro día hablaba con un amigo sobre un error de verosimilitud en un libro que hizo que se me desarmara toda la historia. Yo estaba indignada, sentí que me habían traicionado porque era un error evitable, un error mínimo pero que rompió el pacto de lectura. Mi amigo me contestó: “Cómo te cuesta perdonar” y yo le dije: “A las personas las perdono, claro, pero a la literatura le exijo todo”. Soy así de despiadada con mis propios textos que desmenuzo, destrozo y rearmo en cada lectura, con cada corrección. También me vuelvo fanática si un libro me gustó mucho, lo recomiendo incansablemente, con la misma pasión con la que me enojo cuando alguno me parece que no funciona. En el libro Diez años. Conversaciones Hay Festival Arequipa 2015-2024, publicado por Fondo de Cultura Económica, hay una entrevista que Leila Guerriero le hizo a Mario Vargas Llosa y a Salman Rushdie. La conversación es una fiesta para los que amamos la literatura. Quisiera reproducirla entera, pero solo voy a compartir fragmentos. Salman Rushdie dijo algo sobre la verosimilitud que me parece impecable: “Si escribes un libro en el que puede pasar cualquier cosa, perderás el interés del lector. Así que si vas a hacer que algo vuele, tienes que saber exactamente por qué está volando y por qué es mejor volar que solo caminar. Si no lo sabes, no lo hagas. La otra cosa que tienes que hacer es que una vez que hayas decidido romper alguna regla, tienes que mantener todas las demás. Por ejemplo, una historia en la que hay alguien en una alfombra voladora. Todos sabemos que las alfombras no vuelan, pero si la alfombra volara, surgirían inmediatamente una serie de problemas. Digamos, incluso si fueras a poca altura, sentirías frío. ¿Cómo se mantiene el calor en una alfombra voladora? Tienes que saberlo. Además, una alfombra es una superficie blanda y si hay viento, ¿cómo te mantienes encima? Así que tienes que tomarte en serio la realidad de la cosa irreal que estás escribiendo. De lo contrario, no funciona”. Un error de verosimilitud puede arruinar el libro entero. Por eso soy minuciosa y obsesiva al trabajar con la verosimilitud en los míos.

De todas maneras, con lo que más me enfurezco (sí, soy una persona intensa) es con las copias veladas. Entiendo que todos hemos emulado a autores que admiramos. Por ejemplo, Ursula K. Le Guin considera que la práctica de imitar no es solo aceptable, sino también necesaria: “Internet y la competitividad tienden a difuminar las fronteras entre imitación y plagio, y por eso el cuerpo docente acaba por alertar a la gente de los peligros de la imitación: pamplinas. Hay que aprender leyendo buenos libros y tratando de escribir así. Si un pianista nunca ha oído a otra persona tocar el piano, ¿cómo va a saber lo que tiene que hacer?”. Algunos homenajes son más evidentes que otros. El gran Thomas Bernhard genera admiración en sus colegas y muchos tratan de imitarlo. Su voz es tan única que Horacio Castellanos Moya escribió una novela entera, El asco, reproduciendo la manera de escribir de Bernhard, las repeticiones espiraladas, la obsesión cansina pero lúcida. José Pablo Feinmann lo hizo con La astucia de la razón