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Rowena se sintió feliz cuando se encontró a su antiguo compañero de universidad, Quinn Tyler, en una fiesta benéfica. Era muy interesante coquetear con él... Guapo, sexy y buen partido, siempre había conseguido a todas las mujeres que quería, y en ese momento era evidente que deseaba a Rowena. Ella estaba decidida a defender su independencia dejando claro que no tenía tiempo para el matrimonio ni para los niños. Pero después de una noche de pasión, se dio cuenta de que sus sentimientos habían cambiado. ¿Cómo podría decirle a Quinn unas cuantas verdades, como por ejemplo que se había enamorado de él y que llevaba dentro un hijo suyo?
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Seitenzahl: 158
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Kim Lawrence
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Lo más importante, n.º 1355 - abril 2015
Título original: Her Baby Secret
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6244-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Quinn Tyler cruzó las puertas de la prestigiosa revista Chic y se detuvo en el vestíbulo para orientarse. Sabía que si la persona a la que buscaba se enteraba de su presencia, lo echarían a patadas en un abrir y cerrar de ojos, pero su resolución era tan clara como su imprudencia, y estaba dispuesto a cumplir con su misión.
Por su aspecto alto y musculoso, Quinn llamaba siempre la atención, pero aquel día la firmeza reflejada en sus penetrantes ojos verdes, enmarcados en un rostro recio y varonil, lo hizo blanco de más miradas que de costumbre.
A pesar del poder que emanaba de sus amenazadores rasgos, especialmente ante las mujeres, a Quinn no le preocupaba mucho el efecto que pudiera causar salvo cuando pudiera sacarle algún provecho. Como en esos momentos…
Estaba decidido a no irse sin ver antes a Rowena Parrish, y si eso le suponía tener que enfrentarse con los guardas de seguridad o con todo el personal del edificio, eso haría. Endureció la mandíbula y avanzó hacia un mostrador con forma de media luna.
–He venido para ver a la señorita…
–Oh, sí, se va a alegrar mucho de verlo –le dijo la recepcionista echándole una mirada de aprobación. Sus compañeras y ella habían estado cuchicheando desde que lo vieron entrar, y habían llegado a la rápida conclusión de que era el más atractivo de todos los aspirantes al puesto.
Quinn se había preparado tanto para ofrecer resistencia, que aquel comentario desbarató sus planes. ¿Se trataba de otra artimaña de Rowena para librarse de él?
–Bien, en ese caso, iré a…
–Si me dice su nombre, les comunicaré su llegada de inmediato.
–Quinn Tyler –no pareció que su nombre fuera conocido. Bien… Al menos Rowena no había dejado instrucciones precisas contra él.
–No aparece en la lista… –dijo la joven examinando el monitor–. Debe de tratarse de algún error. Pero no se preocupe –añadió con tono alegre–. Lo apuntaré aquí.
Quinn supuso que allí se estaba cometiendo más de un error, pero no iba a ser él quien lo dijera. Todo lo que pudiese acercarlo a Rowena era válido, aunque habría preferido saber de antemano qué papel tendría que interpretar.
No había lugar para los prejuicios, pensó encogiéndose de hombros. Nada podría ser peor que una pelea con el personal de seguridad, ¿no?
–Eso es muy amable por tu parte… –se apoyó en el mostrador y le dedicó una de sus arrebatadoras sonrisas mientras leía la identificación que la joven llevaba en el pecho–, Stephanie.
Dos minutos después estaba en el ascensor, arrugando un trozo de papel con un número de teléfono apuntado, obsequio de la embelesada recepcionista.
Siguiendo las instrucciones de Stephanie, llegó a una sala con una larga fila de sillas. Al entrar se quedó parado de asombro. Todas las sillas estaban ocupadas por jóvenes veinteañeros que, al igual que él, iban vestidos completamente de cuero negro.
Mientras observaba aquella curiosa congregación de motoristas, se abrió una puerta a su izquierda y apareció una mujer menuda vestida con una chillona combinación de rojo y verde. Llevaba un portafolios en la mano y preguntó con voz cansada quién era el primero.
Todos se levantaron a la vez, obviamente ansiosos por ser los elegidos.
La mujer paseó la mirada por la concurrencia.
–¡Usted! –le dijo al hombre más cercano a ella, el único que no había tratado de llamar la atención. Cuando él la miró con sus penetrantes ojos verdes, ella no pudo reprimir un suspiro de aprobación femenina. Sophie estaba acostumbrada a ver de todo, pero no pudo evitar asombrarse al contemplar a aquel hombre musculoso de un metro noventa con los labios más sensuales que hubiera visto en su vida.
–Creo que lo va a hacer muy bien –le dijo con una risita.
Quinn la siguió hasta la habitación contigua, consciente del recelo que dejaba a sus espaldas.
La mujer mayor que estaba sentada tras un escritorio iba complemente de negro. Miró a Quinn durante medio minuto, y se puso en pie esbozando una sonrisa.
–Anna Semple –se presentó, pero en vez de extender una mano, rodeó la mesa y se acercó a él–. ¿Cómo se llama? –Anna se quedó sorprendida de que aquel candidato estuviera mirando la hora en su reloj en vez de estar ansioso por agradar.
–Quinn Tyler –respondió, sin saber si todo aquello lo divertía o lo irritaba.
–No tengo a ningún Quinn Tyler –dijo la mujer menuda consultando su lista.
–No importa –Anna pasó una mano por la manga de la chaqueta de Quinn y volvió a sonreír–. ¿Lleva mucho trabajando en esto, Quinn Tyler?
–Creo que se ha cometido un… –empezó a decir él.
–¿Quién lo ha enviado?
–Nadie me ha enviado.
–¡Iniciativa! Me gusta, ¿verdad, Sophie? Pero…. ¿tiene algún agente? –de no ser así, se abría ante ella una atractiva gama de posibilidades, como la de un contrato en exclusiva… Aquel hombre perfecto estaba a punto de convertirse en el nuevo modelo de la temporada.
Quinn era un hombre paciente, pero hasta él tenía sus límites. Había visto a granjeros examinar al ganado con más delicadeza que aquella mujer. ¿Lo próximo sería pedirle que abriera la boca para mirarle los dientes?
–Quítese la chaqueta y la camisa, ¿quiere? –le pidió Anna volviendo a sentarse.
Quinn la miró sorprendido y vio que estaba hablando en serio.
–¿Eso es todo?
La mujer menuda pareció sobresaltarse por la respuesta, pero la jefa le dirigió a Quinn una mirada irónica.
–Sí, creo que bastará con eso –Quinn permaneció inmóvil–. No será tímido, ¿verdad?
–No, claro que no –respondió él con sinceridad, pero la idea de desnudarse allí le recordó su principal y único objetivo: Rowena.
Justo cuando iba a decir que no estaba disponible se abrió la puerta a sus espaldas y oyó un par de voces. Reconoció una de ellas al instante.
–¿Tengo tu permiso para la campaña de «Tenerlo todo», Rowena? –le preguntó Sylvia Morrow a su editora.
Rowena era una mujer alta y bonita, con la tez rosada y el cabello rubio ceniza. Era consciente del impacto que producía su esbelto y sinuoso cuerpo en los hombres, pero había llegado a la conclusión de que esa belleza había sido más un obstáculo que una ayuda en la lucha por conseguir sus objetivos.
Desde que se licenció con matrícula de honor, sin dinero y sin experiencia, su inquebrantable ambición la había llevado a esa lujosa oficina y a ese puesto de editora, que, aún a esas alturas, le seguía pareciendo irreal. El camino al éxito no era nada fácil, y con frecuencia tenía que demostrarles a los demás que su juventud no le impedía triunfar en su puesto.
Y sin embargo, no conseguía entusiasmarse por sus logros. Y todo por culpa de una sola persona… Quinn Tyler.
Ignoró convenientemente que ella era igual de responsable que él de su problema.
–¿Te encuentras bien, Rowena? –le preguntó Sylvia al observar que su jefa se llevaba una mano al vientre, envidiablemente liso.
La noche anterior habían asistido a la presentación de un nuevo perfume, y, mientras que Sylvia se mostró incapaz de resistirse a la comida y a la bebida, Rowena apenas probó bocado.
–Estoy bien –dijo con una sonrisa y se apartó la mano. Si no tenía cuidado, la gente empezaría con las conjeturas.
Para alguien que nunca se cansaba de repetir que la maternidad estaba reñida con el trabajo tener un bebé era una situación embarazosa…
–El anuncio… «Tenerlo todo» –le recordó Sylvia.
Rowena hizo un esfuerzo por apartar sus problemas personales, pero por primera vez en su carrera profesional no le resultó fácil concentrarse en el trabajo.
–Ya sabes lo que opino de eso, Sylvia.
Sylvia asintió. No era ningún secreto que su nueva editora jefe veía como unas ingenuas a las mujeres que creían poder combinar una exitosa carrera con una familia feliz.
Rowena no se molestaba en ser políticamente correcta, y Sylvia se preguntaba si su rechazo a los hijos y al matrimonio tendría algo que ver con su obsesión por realizar su trabajo con una escrupulosa perfección.
–Bueno, tengo a varias personas muy ambiciosas que no comparten tu opinión, y algunas ideas que deberían escribirse. No puede fallar –predijo Sylvia–. Una mirada al interior de los hogares de los famosos, con fotos de sus animales, de sus hijos o de lo que sea… Ya sabes, el lado humano y todo eso.
La idea de exponer a los hijos a los medios de comunicación hizo que Rowena hiciera una mueca de desagrado.
–Podría funcionar –insistió Sylvia al ver la negativa de su jefa.
–Puede que tengas razón, Sylvia –aceptó Rowena–. ¿En quién has pensado?
–En Maggie Allen.
–Una elección de actualidad –dijo Rowena arqueando una ceja. Maggie Allen, la nueva cara de una firma farmacéutica, era la típica mujer que parecía «tenerlo todo»: un marido cariñoso, los hijos bien educados y un trabajo con éxito.
Pero, ¿cuánto tiempo pasaría esa Maggie con sus hijos?, se preguntó Rowena. ¿Y cuánto pasaría hasta que su marido se buscase a otra que le hiciera más caso?
–Es la mejor –dijo Sylvia–. Pero espera un segundo. Tengo que darle a Anna esta presentación –entró en el despacho de Anna, seguida de Rowena–. Anna, ¿podrías…? ¡Oh, Dios mío! –exclamó al ver al enorme hombre que llenaba la mitad de la sala.
–Creo que puedes despedir a los demás, Sophie –dijo Anna, al ver complacida la expresión de su colega.– Tenemos a nuestro hombre.
Rowena echó un rápido vistazo al impresionante cuerpo que había maravillado a Sylvia y apartó la mirada. Los hombres fuertes y grandes no eran precisamente de su agrado.
Y sin embargo… el nuevo modelo de Anna, a quien habían hecho quitarse la camisa, guardaba una cierta semejanza muscular con Quinn. No pudo evitar una punzada de compasión hacia aquel pobre tipo desnudo de cintura para arriba.
–Bueno, os dejo –dijo a las otras mujeres–. Sylvia, a las tres y media en mi despacho…
En ese momento, el hombre se dio la vuelta y la miró.
Rowena se quedó sin respiración y pensó que estaba alucinando. Era imposible creer lo que estaba viendo ante ella.
Aquel torso, aquellos ojos verdes, aquellos labios curvados en una sensual sonrisa…
Era incluso peor que una alucinación. ¡Era real! Solo un hombre en el mundo podría combinar en una sonrisa tanto desprecio con un desafío sexual semejante.
El débil gemido que emitió bastó para que las demás mujeres se fijasen en ella. Eran mujeres cuyo respeto necesitaba, por lo que tenía que hacer algo enseguida. Algo distinto a salir huyendo, que era lo único que se le pasaba por la cabeza.
¿Por qué allí? ¿Por qué en esos momentos? ¿Por qué a ella?…
Tomó una profunda inspiración. No era la situación ideal, pero tenía que solucionarla.
Sabía que el reencuentro era inevitable, pero había albergado la esperanza de estar preparada para entonces, y replicarle con razonamientos de peso cualquier protesta que él le formulara.
–¿Qué demonios haces aquí? –le preguntó en tono acusador, casi sin voz.
–Este es Quinn Tyler, Rowena –explicó Anna–. Nuestro modelo para…
–¡Él no es modelo! –exclamó ella, recogiendo del suelo la camisa y la chaqueta de Quinn. ¿Cómo podía exhibirse ante unas mujeres que se lo comían con los ojos?
–Entonces, ¿qué es?
–Eso, Rowena, ¿qué soy? –preguntó Quinn.
Rowena sintió que se ruborizaba ante aquella mirada de burla.
–¡No me tientes! –dijo ella tragando saliva. No podía soportar aquella sonrisa–. Para tu información, Anna, te diré que Quinn es médico.
–No se parece a ningún médico que haya conocido –respondió Anna con cierto escepticismo. Apoyó las manos en las caderas y observó a Quinn de arriba abajo.
–Sabe aparentarlo cuando quiere –dijo ella con un gruñido.
–Vaya, gracias, Rowena –murmuró Quinn provocativamente.
–No pretendía halagarte. Hasta Jack el Destripador parecería un hombre respetable si se vistiera con un traje Armani –se volvió a las otras mujeres–. Fuimos juntos a la universidad.
–Ah, es un antiguo novio.
–No tan antiguo –puntualizó Quinn con una fingida mueca de dolor.
–¡No es un antiguo novio! –replicó Rowena–. Solo estábamos en el mismo grupo –miró a Quinn en busca de un improbable apoyo–. Un grupo con las mismas ideas…
–Un grupo de esnobs elitistas que no hacía otra cosa que jactarse entre ellos de lo superiores que eran al resto de los mortales. No sabría decir cuánto tiempo pasamos idealizando nuestros brillantes futuros.
–¡Quinn! –exclamó Rowena indignada
–¿Vas a decir que no tengo razón? –Quinn la miró con regocijo.
Rowena suavizó la expresión y estuvo a punto de sonreír, pero recordó que no podía relajarse ante Quinn.
–No, tienes razón –reconoció con un suspiro–. Éramos insoportablemente presuntuosos.
–En nuestra defensa debo alegar que éramos muy jóvenes –dijo Quinn mirando a las otras tres mujeres–, y que casi todos perdimos esa arrogancia al madurar.
–Si eso es una indirecta… –empezó a decir Rowena poniéndose roja de furia.
–No, no lo es –dijo él con una sonrisa.
–Es lo típico, ver en los demás tus propios defectos –dijo ella–. No sé cómo has llegado hasta aquí, pero pienso llamar a Seguridad –él le respondió con una atrevida sonrisa–. ¿Crees que estoy bromeando, Quinn? Ponme a prueba…
–No, no creo que estés bromeando. Para eso necesitarías sentido del humor, y también la habilidad para reírte de ti misma.
Quinn pensó que se merecería que la estrangulase, por todas las semanas de angustia que le había hecho pasar. Miró la curva de su cuello, y el contorno de aquellos labios tan suaves… Quizá fuera mejor besarla.
–No creo que sea este el momento para hablar de mi inaptitud –dijo ella apretando la mandíbula, y sin querer miró la piel bronceada de Quinn–. Por amor de Dios, ¡vístete!
No estaba segura de lo que sería peor, si tener que superar la excitación que aquella imagen le producía, o el hecho de que las demás mujeres también estuvieran babeando ante semejantes músculos.
Sin pararse a pensar en lo que estaba haciendo presionó la camisa contra su pecho.
–¿Esto te divierte? No sé cómo has entrado aquí ni por qué has venido –las lágrimas empezaron a afluirle a los ojos mientras Quinn permanecía impasible–. ¿Has venido para humillarme? –le preguntó con voz furiosa.
Quinn arqueó una ceja y sonrió cínicamente.
–Sabes muy bien por qué he venido, Rowena –le preguntó con voz amenazadora.
Le quitó la camisa de sus temblorosas manos y se la puso por la cabeza. Al metérsela por la cintura ella se fijó en la hebilla de plata del cinturón.
Era la misma que ella había desabrochado aquella noche… Rowena intentó no dejarse llevar por los recuerdos, pero fue inútil.
La cabeza se le llenó de imágenes eróticas. Su piel bronceada cubierta de sudor, la aspereza de su voz reduciéndola a un grito ahogado de necesidad, la expresión de triunfo en su rostro mientras la llenaba con su fuerza…
Se llevó una mano al vientre e intentó recuperar el aire y la compostura. El deseo la había golpeado con tanta fuerza que era como haberse estrellado contra un muro de piedra ardiente.
–¿Ya estás contenta? –le preguntó él cuando terminó de ponerse la camisa.
Al vestirse se había despeinado y entonces Rowena alargó la mano sin pensar y le alisó los oscuros cabellos. El sentido común la abandonó cuando sus dedos rozaron el cuero cabelludo.
Se dio cuenta de la intimidad que implicaba aquel gesto cuando Quinn apartó la cabeza. El violento rechazo le hizo mirarlo con ojos dolidos. Sus miradas se encontraron durante un segundo lleno de tensión, antes de que él ocultara su expresión con los párpados.
Un gesto tan inocente jamás había sido malinterpretado en su relación. Era obvio que las cosas habían cambiado…
Pero, ¿cuándo habían empezado a cambiar?
Rowena había intentado una y otra vez determinar el momento exacto en el que su relación con Quinn se convirtió en algo más que una simple amistad.
Tuvo que ser antes de su breve estancia en la sucursal de Nueva York. Ella necesitaba un acompañante para asistir a un baile benéfico, y Quinn, quien había aceptado un puesto en un hospital universitario de la ciudad, apareció en el último momento.
A pesar de que ya lo conocía hasta esa noche, y gracias a los comentarios y miradas que recibió de todo el mundo, no se dio cuenta de lo arrebatadoramente guapo que podía ser Quinn.
Aquella fue una velada maravillosa, y todo gracias a él. No solo sabía bailar estupendamente y era un buen conversador, sino que la hizo reír más que nadie en toda su vida gracias a su agudo sentido del humor.
–Has tenido éxito esta noche –le dijo ella cuando él la acompañó de madrugada a su apartamento. Dio un bostezo y se inclinó para recoger los zapatos que se había quitado al montarse en el Jaguar.
–Ese era nuestro objetivo –respondió él.
–Ahora sé cómo pudiste seducir a todas esas mujeres –Quinn tenía buen gusto para las motos, los coches y las mujeres hermosas, pero no la habilidad para que las últimas le durasen.
Tal vez fuera porque se debía a su profesión, o tal vez por no haber encontrado aún a la chica adecuada. Ese pensamiento la hizo sentirse incómoda.
–Si no te conociera tan bien, hasta yo misma intentaría flirtear contigo –bromeó ella mientras se ponía los zapatos.
Él la miró durante unos segundos, con una enigmática expresión en el rostro.
–¿Es eso todo lo que te detiene?
Rowena sonrió, pero no pudo ver el menor indicio de humor en Quinn. Al contrario, la miraba de una manera tan tensa, que le provocó un nudo en la garganta.