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Los Atormentados, Premio Adonáis 2023, es un libro marcado por la propia experiencia de la autora, quien, desde una mirada indagatoria, intensamente conmiserativa, explora en las complejidades inherentes a la condición humana. Para ello, a la vez que se sumerge en el enigma del sufrimiento de los demás, descubre la dimensión colectiva de ese tipo de sentimientos, constituyendo de esta forma el poemario una manera de esclarecer la variabilidad de las emociones, donde la dicha puede emerger en momentos de pesar, y la tristeza puede teñir aquellos otros de felicidad. En ese entramado, hay ocasiones para abordar el misterio de lo extraño, el valor del silencio, la eficacia persuasiva de la palabra o el de la cercanía física para transmitir ternura, resultando Los Atormentados una penetrante reflexión sobre la necesidad de comprendernos mutuamente en medio de las vicisitudes de la existencia. Gracias a la intensidad de la expresión, la contención de los sentimientos, el carácter transparente y musical del verso y la naturalidad con la que refiere cualquier episodio al que se asoma, Paz Otero es capaz de convertir en un ejercicio de lirismo un asunto tan delicado como el que acomete, manteniendo en todo instante la viveza y lucidez de quien se asoma a las conmovedoras vidas ajenas.
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Seitenzahl: 28
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MARÍA PAZ OTERO
LOS ATORMENTADOS
ADONÁIS
692
EDICIONES RIALP
Madrid
© 2024 byMaría Paz Otero
© 2024 de la presente edición,
byEdiciones Rialp, S.A. - Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6673-0
ISBN (edición digital): 978-84-321-6674-7
ISNI: 0000 0001 0725 313X
Preimpresión: produccioneditorial.com
A todas las personas que generosamente comparten conmigo sus historias y me enseñan a mirar.
De momento abro los ojos
y dejo a mi piel ser tocada
y si escribo
será porque tuve el valor
de nombrar las cosas por su nombre.
Yolanda Pantin
Había tierra en ellos y cavaban.
Paul Celan
NO hay comprensión posible para los Atormentados,
o quizás ellos se entiendan unos a otros
y sea el lenguaje suyo aquel que guarda la clave,
o la mirada tan profunda que sostienen,
o tal vez su forma frágil de estar en este mundo.
Me aproximo a ellos con cuidado,
como el sol cuando se cuela sigiloso en la mañana
y separa uno a uno
los hilos densos de la noche.
Los observo.
Unos ríen con su risa tan pura, con tan blanquísima
risa que una siente rígidos
los músculos de su rostro. Otros lloran y entonces se acercan
los unos a los otros, no se tocan, pues el espacio
de quien sufre
es un templo sagrado y nunca debe estropearse
ese derecho último.
Aman, olvidan, sufren. Hablan poco, pero creo que comprenden
más que el resto. Escuchan más o acaso lo correcto, entienden
la importancia del silencio.
Rezan a un Dios que desconozco,
bajo la luna le rezan y Dios no les contesta, pero ellos
insisten porque a Dios, que es tan confuso, ellos acceden tal vez
más fácilmente. Y son respetuosos, y tranquilos,
y me preguntan qué tal cuando los miro.
El tiempo es diferente para los Atormentados.
No es más rápido ni más lento, pero tiene una forma
distinta y a veces se paraliza solo para ellos. Se escurre entre sus dedos,
se deja acariciar como un galgo que, asustado,
se acerca al conductor que para en la carretera.
Están en todas partes y en ninguna. Son invisibles y a la vez
son luminosos, con colores rojos y azulados pasean junto a mí,
suspiran pensativos, atentos a los suyos y tan lejos,
tan lejos de mí y tan misteriosos.
UN rostro sin afecto no es un rostro.
Una madre sin amor no es una madre, es una extraña.
Pero el dolor de la madre sí existe y yo lo veo:
se multiplica y se expande, se traga la luz,
nos arrastra.
En la penumbra él la mira, pero no la reconoce,
y a pesar del sufrimiento trata al rostro
incierto con cuidado. Lo interroga,
intenta comprender lo inexplicable.
La extrañeza: una grieta imperceptible, un sendero,
y al final sus ojos azules, agotados,
cálidos como nidos y profundos.
DE repente su cansancio,
que antes era suyo solamente,
se acerca sigiloso, se me adhiere,
se adapta a mí como un molusco
que en la roca resiste
el oleaje feroz que lo golpea.
De repente qué cansada estoy, qué cansada.
Como si no me respondieran las piernas
y el corazón latiese lentamente, paseo por la orilla
hasta el agotamiento.
Es su sufrimiento el que me cansa. Su sufrimiento
es como un peso en los tobillos, me retiene,