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Haidrian Andersvarth despierta una mañana en un universo que no es el propio. La ciudad que conoce ya no existe, ahora Montevideo es un lugar triste y decadente gobernado por un grupo de siete líderes que se ocultan en una Babel invisible en el mismo centro de la urbe. Los Acuarios, seres eternamente jóvenes y hermosos con piel de color Cian se han vuelto los regentes de la creación, creados geneticamente con la materia de los Antiguos Dioses que una vez dominaron el cosmos y la Tierra. Los Conectores de Dios es una novela de Ciencia ficción Fantástica que une elementos de fantasía con historias antiguas de la Tierra, como leyendas hindúes, siberianas, de los nativos americanos, leyendas de los Antiguos Astronautas que visitaron nuestro mundo entre otros. Es un pasaje directo a la aventura y a conocer lugares imaginarios más allá de nuestra comprensión.
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Seitenzahl: 631
Veröffentlichungsjahr: 2016
VÍCTOR MIGUEL GRÍPPOLI
LOS CONECTORES
DE DIOS
Editorial Autores de Argentina
Grippoli, Victor Miguel
Los conectores de Dios / Victor Miguel Grippoli. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-512-3
1. Novela. 2. Ciencia Ficción. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.
CDD U863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Índice
CAPÍTULO PRIMERO
CAPÍTULO SEGUNDO
CAPÍTULO TERCERO
CAPÍTULO CUARTO
CAPÍTULO QUINTO
CAPÍTULO SEXTO
CAPÍTULO SÉPTIMO
CAPÍTULO OCTAVO
CAPÍTULO NOVENO
CAPÍTULO DÉCIMO
CAPÍTULO ONCEAVO
CAPÍTULO DOCEAVO
CAPÍTULO TRECEAVO
CAPÍTULO CATORCEAVO
CAPÍTULO QUINCEAVO
CAPÍTULO DIECISEISAVO
CAPÍTULO DIECISIETEAVO
CAPÍTULO DIECIOCHOAVO
CAPÍTULO DIECINUEVEAVO
CAPÍTULO VEINTEAVO
CAPÍTULO PRIMERO
Cuando abrí mis ojos me percaté de que mi esposa no era ella misma. A pesar de tener su cuerpo, sus ojos, su piel cobriza bañada por la luz que se filtraba perezosa por la ventana… no era ella y eso me aterraba. ¡Como nunca lo había estado!
El sudor corría por mi rostro y ella seguía durmiendo desnuda, apenas cubierta por la sábana blanca.
Yo estaba en igual situación, no había ropa que cubriera mis partes íntimas. ¿Había hecho el amor en la noche anterior con este doble de mi mujer?
Exaltado de nuevo lo primero que hice fue comprobar mi cuerpo, me asaltó la duda pronunciada por mi voz interior. ¿Era yo mismo? Mis ojos escrutaron las palmas de mis manos suspendidas ante mi, luego el musculoso torso poblado de vello negro. Las piernas con sus cicatrices de la infancia sobre la piel, el lunar en mi pie derecho.
Con mis dedos de la mano izquierda tantee mi nariz y las yemas informaron que seguía igual que siempre.
Mis cabellos de un rubio oscuro que caían sobre los hombros parecían ser los mismos.
Este era mi cuerpo.
Pero el de al lado no era el que tenía que ser.
Verónica en realidad parecía ella. Sus pechos de rosados pezones subían y bajaban al compás de la silenciosa respiración, su cabello caía en cascada sobre su cuello con sus tonos claros y brillosos, las pestañas largas y negras. Las piernas agraciadas y torneadas. Los pies de dedos pequeños y uñas pintadas de rojo.
Sus labios aún más rojos y sensuales. Apenas húmedos como queriendo ser besados.
Mi mano grande y tosca de hombre recorrió su piel para saber si todo era cierto… mi cerebro reconocía su olor, su textura, su exquisitez maravillosa de hembra perfecta.
Pero yo sabía que ella no era mi esposa. Algo se batía en mi mente una y otra vez. Pugnando desesperado por salir.
Me arranqué la sábana del cuerpo y me levanté desnudo.
En un espejo de la esquina del cuarto contemplé mi cuerpo. Mis ojos azules enmarcados en arrugas me devolvieron fieros la mirada.
Una barba de unos cuantos días recubría mis angulosos contornos del rostro. No la recordaba…
“Haidrian, algo anda mal” Pronunció la voz que gritaba desde el fondo de mi mente.
Este parecía mi cuarto pero no era el mismo de siempre. Pequeñas imperfecciones. Diferentes tonos en los muebles. La perciana americana de la ventana por la que se escurría la avivada luz se encontraba un poco más gastada.
Tomé el calzoncillo y me lo coloqué, luego una camiseta azul seguida por un pantalón Jean, que por cierto era mucho más “Oxford” que su semejante dejado en la silla “Ayer”.
Mi vestuario parecía ser de los años setenta.
La chaqueta en el respaldo de la silla tampoco era igual. Su color marrón era más claro. El cuero era diferente al tacto. El cuello blanco y muy peludo, ideal para el frío parecía más sucio.
Me acerqué a la ventana y miré a Montevideo por entre las rendijas y me inundó el pánico.
Ante mis ojos se desplegaba un espectáculo desconocido, los edificios se alzaban grises y de desgastados contornos. Sus superficies descuidadas y sucias, en las ventanas angustiados rostros cansados. De las calles negras brotaban por las bocas de las alcantarillas pesados vapores oscuros que volaban hasta el mismo cielo.
Tubos de metales oxidados se conectaban unos con otros, cruzaban por sobre las azoteas o las calles, suspendidos por columnas en algunos casos. Las marañas de cables se cruzaban unas con otras o bordeaban con los tubos de ignoto origen reclamando su propio territorio.
Los autos y los camiones iban por el suelo. ¿Dónde estaban los vehículos voladores por sus rutas aéreas y electromagnéticas invisibles al ojo humano? Lo que se me mostraba era una colección de estrafalarios transportes a energía solar que sin duda estaban gastados y reparados cientos de veces.
Mis ojos volvieron a escrutar los edificios, no había rastro de las torres luminosas y plagadas de cristales de mi amada ciudad, no se encontraban las estatuas de metal gris y pulido que con sus fantásticas formas humanas y musculosas se elevaban hasta el cielo, no estaban los neones y los carteles publicitarios en tres dimensiones. No estaban las estelas de los navíos espaciales de poderosos perfiles que se alzaban desafiantes hacia el cosmos sempiterno.
Sólo una ciudad gris y desamparada, mustia proyección vacía de vida de los recuerdos de mi otrora urbe.
Antes de caer en la desolación unas formas llamaron mi atención. Estaban lejos y eran espigadas, perdidas en la lejanía. Eran torres de agua. Gigantescos depósitos sobre torres de metal compuestas por vigas rojas y oxidadas.
Antenas de diversas formas plagadas de filos y placas se alzaban sobre los contenedores del líquido vital.
Las antenas eran muy modernas como las de mis recuerdos.
Mi cuerpo tembló al contemplar las torres, algo oscuro me invadía al verlas.
En la mesa de luz descansaba un reproductor musical. ¡Debía compararlo con el de mis recuerdos!
Lo tomé nervioso y con dedos torpes.
Era un típico reproductor de Cristales de Información. En uno de sus lados estaba la micro computadora y en otro la cavidad para incluir el cristal.
No había casi ninguna diferencia.
Entonces. ¿Porqué la ciudad lucía tan destrozada? Pensé que había enloquecido, o que estaba soñando. Pero sabía que no era así. Mis manos corrieron a despertar a Verónica. Me detuve de golpe. Antes debía calmar mi mente. Ahora una certeza me invadía. Este no era mi mundo. De alguna forma misteriosa o maligna yo había sido trasportado. También cabía la posibilidad… me repetía, tal vez solamente estuviera loco. ¡Un loco no piensa que está loco! Me respondí. Si no era una enfermedad mental o un tumor cerebral. O que había muerto mientras dormía y me estaba adentrando en el infierno a cada minuto la única posibilidad lógica era la de un desfasaje en la corriente espacio temporal.
Me senté en el sillón que se encuentra al lado de la cama. Miré el reloj. Dentro de poco y como siempre iba a sonar el despertador y Verónica iría a trabajar. Debía pensar rápido mis movimientos. Me coloqué las manos sobre el rostro y suspiré.
En mis lecturas autodidactas había leído de casos en los cuales el protagonista atraviesa una puerta, agujero en el espacio o sucedáneos para encontrarse en otra realidad alternativa. En algunos casos hay similitudes con el lugar del cual proviene. En otras no… pero en mi caso faltaba ese componente. Yo simplemente me había acostado y a no ser que mi cama fuera un navío interdimensional no había usado ni atravesado ninguna “puerta” entre los universos.
A pesar de lo disparatado de mis argumentos esto era lo único que no me hacía gritar. Este no era mi mundo. Mi mente se había trasportado de alguna forma a este cuerpo de otro Haidrian. ¿Era esto posible? Entonces… esa mujer dormida a metro y medio no era y era al mismo tiempo mi esposa amada.
Recordé lo que decían los científicos. Existían infinidad de universos en donde se podrían encontrar a otras versiones de uno mismo. Pero que en esa vida hubieran hecho pequeñas diferencias.
Por ejemplo haberse casado con el amor de la secundaria. Haber mantenido ese buen trabajo. Tener fama con ese viejo conjunto de rock pesado por citar algunos ejemplos.
Aunque existieran las teorías probadas, aunque existieran en realidad esos miles de universos habitados por nuestros otros YO era perturbador el hecho de aceptar realmente esa posibilidad manejada por la ciencia oficial y la ciencia ficción.
El ego del ser humano hace siempre que prevalezca la ideal del Yo sobre otras. Pero imagínense lo difícil de pensar que hay otros iguales a uno mismo.
¿No sería nuestro derecho tomar la vida de uno de ellos que sea mejor que la de nuestra dimensión y reclamarla? ¿Porqué él es rico y famoso y yo un perdedor?
Conozco a muchas personas que si hubieran viajado entre las dimensiones hubieran asesinado a su otro igual. ¿Es asesinato matarse a uno mismo? ¿Tal vez suicidio? Por definirlo de alguna forma.
En ese instante pensé que en realidad no eran tan similares todos los mundos. Si hubiera esa pluralidad de dimensiones, de universos iguales. Todos nuestros Yo hubieran tomado las mismas decisiones.
Serían copias unas iguales a las otras. Como copiar un disco compacto. Y entonces hallé la respuesta que buscaba.
Tal vez era más semejante esta variedad universal al copiar un disco. Puedo tener uno en buen estado y tomar otro para copiar que tenga imperfecciones, o que esté rayado como a veces sucede con los cristales de información. O puede ser que el programa tenga un fallo microscópico casi indetectable y lo que pienso que es igual es diferente, imperceptiblemente diferente. Entonces un ser copiado o re creado, ese ADN recombinado para formar un Haidrian en otro universo puede tener pequeñas diferencias, sinapsis neuronales diferentes, que lo lleven a tomar resoluciones diferentes que pueden cambiar la historia misma.
Eso me había sucedido a mí. Fui cambiado de forma inexplicable a otro universo. Mi mente trasportada a otro cuerpo igual. O simplemente estaba completamente demente.
Decidí seguirle el juego a Verónica y hallar quién era yo en este mundo. Eso me daría la pauta para volver a mi hogar con mi verdadera esposa.
En ese segundo el despertador sonó con su pitido desagradable y continuo.
Ella se levantó y se refregó los ojos poblados de lagañas para luego bostezar sonoramente mientras estiraba sus finos brazos.
-Hola amor. Te levantaste temprano.
Me acerqué a ella sin mediar palabra y le di un beso en sus rojos labios.
-Hola, no tenía mucho sueño. Levántate o se te va a hacer tarde.
-Es raro verte vestido a estas horas, a ti te gusta quedarte en la cama.
¿Recuerdas donde dejé la camisa azul?
Automáticamente mi cerebro buscó los datos.
-Está en la mesa de la cocina. Ahí la tiraste anoche antes de saltarme arriba.
-Gracias lindo. –Acto seguido me arrojó un beso volador, se levantó desnuda y en puntas de pie trotó hasta la cocina para desaparecer detrás de la puerta.-
Era imposible que supiera donde estaba esa camisa si mi mente estaba alojada en otro cuerpo. ¿¡Cómo sabía eso!? La voz dijo luego… Verónicas trabaja en la Empacadora, saldrá en instantes con la camisa azul puesta con el logo de la compañía.
En instantes ella cruzó ante mi mirada impávida con la camisa azul y el logo blanco. Las cosas empeoraban, Verónica no trabajaba en ninguna Empacadora en el mundo real.
¿Cuál sería mi trabajo?
¡En ese instante nada venía a mi mente! ¡No podía recordarlo!
-Vamos Haidrian ponte tu ropa. Vas a llegar tarde como siempre.
En mis brazos cayó volando mi desgastado uniforme de trabajo. En la camisa se leía claramente “Compañía de Computación y Cibernética Avanzada”
Seguía en el mismo lugar… bueno en realidad era una afirmación muy suelta de cuerpo pues en mi “anterior” trabajo no tenía este uniforme que bordeaba el harapo desgastado.
Verónica sin hacer caso de mi excesiva lentitud mental ante tantos cambios tragó su desayuno con fuerza animal y tomó su vianda con el almuerzo que acababa de envolver.
-Adiós amor, vístete ya, no llegues a cualquier hora. –Dicho esto se fue luego de decir la misma frase de siempre. Al parecer en todos los mundos de un Multiverso, sí… era la palabra más adecuada… ella diría lo mismo-
Yo no tuve otra que vestirme de una buena vez para salir a este nuevo lugar. Montevideo no era la misma, a decir verdad tampoco sabía si la empresa estaría en donde siempre pero eran solo unas cuadras y podría estudiar las cosas más de cerca.
Sin mirar atrás cerré la puerta con llave y me dirigí hacia las escaleras a toda velocidad.
La urbe parecía una más de principios del siglo veintiuno, o sea mucho más atrasada que mi Montevideo. No solo esa sensación de vieja sino la de descuidada y sucia. La basura poblaba las esquinas de la ciudad y se volcaba de los destartalados contenedores parcialmente quemados.
Hombres sin hogar vestidos con despojos dormían en algunas de las esquinas mientras se consumían los restos de sus fogatas nocturnas.
Los transeúntes vestidos con ropas semejantes a las mías no les prestaban demasiada atención. Ya debían estar acostumbrados a su presencia permanente.
Seguí mi camino al trabajo y crucé las calles que estaba acostumbrado a transitar. Una sorpresa me esperaba al terminar la esquina. Donde antes estaban cuatro manzanas de edificios ahora había una inmensa masa negra que se elevaba desafiante. Desde mi ventana era imposible verla porque estaba en el lado opuesto al que miraba.
Parecía una especie de monumento negro, se alzaba hasta una altura de ciento cincuenta metros, o eso me pareció. Su base era una circunferencia del tamaño de las cuatro manzanas de mi vecindario. Luego se elevaba afinándose cada vez más, no sin antes mostrar extraños recovecos o salientes angulares bastante demenciales. Hasta rematarse en una punta filosa tan negra como el resto de la estructura.
La gente parecía tratar de evitar la proximidad del monumento de horrorosas características, yo en cambio caminé derecho hacia él. Una placa de cobre estaba colocada en uno de los laterales. Pegada a la estructura repelente.
“En memoria de las víctimas de la Gran Guerra Mundial 1967- 1971”
No podía ser cierto, esto no podía estar sucediendo. En mi mundo, en el mundo real nunca había sucedido una guerra en esa fecha. Por cierto una fecha tan lejana para mí.
El monumento no parecía viejo. Y si no era viejo, yo no sólo había viajado por el multiverso sino que también en el tiempo a un pasado adelantado en algunos aspectos como mi mundo.
Decidí comprobar el enigma de la fecha. En el bolsillo de mi chaqueta marrón estaba la computadora de comunicaciones. Un teléfono móvil avanzado con conexión a Mega Net. Mi mano derecha lo tomó velozmente. Era exactamente igual al mío… hasta la hendidura para los cristales de información estaba presente.
Aunque algo no lo era. En la pantalla semi holográfica decía “1973” había retrocedido demasiado tiempo… el terror me invadió por momentos. Luego entendí que eso no cambiaba en nada mi situación. Era sólo otro problema más, no sólo estaba perdido entre las dimensiones sino que en el pasado. Debía hallar la forma de hallar las dos incógnitas.
La voz habló de nuevo repasando las neuronas con las informaciones de la escuela. En esa época Montevideo estaba bajo el yugo militar. Aunque en mi época ese 1973 lucía muy diferente a este.
Toqué la placa con la punta de mis dedos como esperando respuesta. Luego decidí seguir hacia mi trabajo. Ya era muy tarde.
La orbita terrestre lucía maravillosa. La tierra fulguraba con su celeste y su blanco de nubes. La basura espacial giraba tranquila en su eterno periplo.
De la lejanía un navío cobró tamaño, ya se estaba acercando al planeta a gran velocidad.
Sus formas eran oscuras, placas de metal brotaban a ambos lados de su fuselaje en forma desordenada, casi aleatoria. Columnas de grandes proporciones plagadas de luces blancas como todo el aparato de formidable tamaño se alzaban con fuerte presencia.
La espacionave no era convencional. A pesar de ser extremadamente resistente a los embates de la guerra y ser una combinación perfecta de arte y diseño aplicado la parte central del aparato estaba abierta al cosmos mismo. Las cubiertas estaban plagadas de puertas Membrana por las que los tripulantes entraban y salían al espacio mismo. En caso de ataque todas las Membranas transparentes eran automáticamente levantadas y el trasporte se cerraba quedando totalmente aislado del exterior.
Este no era el caso, varios cientos de pasajeros estaban saliendo por las Membranas de las cubiertas exteriores a contemplar la Tierra, un planeta que habían abandonado hacía ya muchos siglos.
Un hecho llamaría la atención si alguien externo hubiera presenciado el hecho. Yo sólo puedo repetir lo que me han narrado.
Ninguno de los que flotaban por el espacio estaba portando un traje espacial.
John tomó impulso produciendo gas con su motor de ventosas orgánicas en la espalda. El gas lo impulsó un poco más lejos de la cubierta y ante él se levantó el planeta con su máxima presencia.
El extraño hombre portaba un traje negro muy ceñido a su cuerpo. Sus manos estaban descubiertas y su rostro era semejante al de un hombre. Sus ojos eran dorados y adaptados a la luz estelar protegidos por las membranas especiales.
Su piel parecía humana.
Su boca cubierta por un extraño material, en el espacio no convenía que escaparan los líquidos y toda comunicación se podía hacer por vía telepática.
Su cabello oscuro se derramó sobre el negro más profundo del espacio.
Una versión femenina se aproximó hacia él pero esta tenía desplegadas las alas membranosas para captar energía solar.
-Es un mundo hermoso John.
-Sí, lo es. Estaba ansioso por llegar.
-Te abandonaremos aquí solo. ¿No tienes miedo?
-No querida. Tengo una misión que cumplir. No hay lugar para el temor.
-¿Y si él llega, qué será de mí?
-Voy a volver pronto a protegerte. No debes preocuparte de mi partida. Sólo debo guiarlo.
-Sabes que eso no es cierto, encontrarlo será el inicio de la guerra. Los Acuarios sabrán de su llegada. El cosmos mismo tembló cuando lo trajimos.
-Lo sé… lo sé… -Hubo preocupación en su rostro.-
John abrazó a su mujer bañada por el brillo del Sol, a lo lejos la estrella iluminaba como colgada en la inmensidad.
Una vez más John miró al planeta, Sudamérica lucía desfigurada, solo una luz brillaba en su superficie. Era Montevideo. El resto casi en su totalidad era tierra muerta y desolada.
En los ojos dorados se reflejo la azul esfera. Y la adrenalina llenó su cuerpo.
Ahora la pareja estaba sobre la bandera pintada en el casco de la nave. Era una bandera antigua, de una potencia que en su momento cruzó los mares. Era la bandera azul, roja y blanca de los Anglos.
Mientras en otro lugar muy lejano hechos terrible acontecían.
El cielo era de celestes brillantes, nubes rojas cruzaban velozmente el firmamento. Una ciudad se alzaba fulgurante. Emitía brillo propio. Las torres eran casi agujas que entrelazadas atravesaban el cielo. De diferentes alturas, en lugares increíbles y brotando de maravillosas estatuas de magnificente factura las aguas caían o brotaban con fuerza y bañaban o adornaban a los edificios llenos de esplendor tapizados con fabulosas y coloridas joyas en gigantescas secciones.
No había calles entre las estructuras, sólo canales como en una gigantesca Venecia.
En el centro de la espectacular urbe se alzaba el palacio imperial en toda su gloria superando en altura y hermosura todo lo anteriormente citado.
Era la joya de la corona de la capital de los Acuarios. El centro de su poder multi dimensional.
Materiales de diferentes mundos habían sido traídos para su construcción.
En su trono formado de agua que al parecer corría velozmente con un tono cristalino estaba sentado Abdón Anar. Emperador de los Acuarios. Su melena era roja oscura y le caía hasta la cintura. Sus ojos poderosos del color de los ámbares perdidos en las brumas de los tiempos. Su piel de un color Cian muy claro.
Su torso carente de todo vello y musculado, bañado por la luz que se filtraba por los redondos ventanales situados en la inmensa altura de la sala ovalada.
Algunos adornos de piedras preciosas estaban entre sus cabellos impolutos.
Extraños cinturones cubrían algunas zonas de su cintura y caderas. Así también cruzaban por su pecho en diferentes direcciones.
Sus pantalones eran negros y ajustados. Una tela oscura con dibujos extraños en color dorado brillante cubría parte de su muslo derecho hasta por debajo de la rodilla.
La sala tenía grandes piscinas en donde se encontraban mujeres muy obesas y calvas. Sus formas ya no eran tales. Casi eran esféricas. Sus ojos estaban desorbitados y babeaban.
Abdón se levantó de su trono con el ceño fruncido y caminó por sobre las aguas semejante a un dios. En realidad él se consideraba uno. Un dios vivo y antiguo, con la sabiduría otorgada por el tiempo.
Colocó la mano derecha en la calva de una de las mujeres. Eran ordenadores humanos. Capaces de escrutar los sucesos más importantes a través del universo.
-¡Dime qué es lo que sucede! Cuéntame lo que has visto.
La mirada de la mujer se perdió en la inmensidad antes de comenzar a hablar.
-Ha llegado un Conector. Ha llegado uno… el Multiverso entero ha vibrado con su presencia. Es una amenaza para la paz del Imperio.
Siento la energía de los rebeldes. De los Anglos y su odio contra nuestra raza. ¡Debes matarlos a todos Abdón! ¡Mátalos y dales sus cadáveres a los perros!
La mujer hiper obesa chapoteó mientras se convulsionaba en el agua. Era su forma de entrar en fase de descanso. El amo de los Acuarios retiró la mano de su húmeda calva.
-Es hora de entrar en acción… -Pronunció con un murmullo imperceptible.
Por la puerta de hielo de doble hoja y gran altura de la sala entraron los más fieles sirvientes de Abdón.
Dacia era esbelta y hermosa, sus ojos azules y profundos. Su cuerpo voluptuoso y sus labios rojos. Un cabello de un verde intenso le corría hasta la cintura. Sus pechos eran generosos y estaban cubiertos por una banda de cuero negro plagada de herrajes, tenía largas botas negras sobre su pantalón marrón oscuro y ceñido a la piel.
Portaba dos hombreras de plata de refinado diseño y plagadas de joyas multicolores.
Besó a su esposo en la boca, Abdón la correspondió.
-¿Qué ha pasado amado? –Dijo ella.-
-¡Es la presencia de un Conector lo que ellas han detectado! Debemos tomar las medidas correspondientes para exterminarlo. Ya ven como se aproxima la hora para destruir a los Anglos. Sea donde sea que se escondan.
-¿Piensas que son los Tupamaros quienes han invocado al Conector a través del tiempo?
-Imposible. Ellos hace ya demasiado tiempo que escaparon. Los tiempos de Medilon no volverán, tal vez ya estén todos muertos.
Caleb Boleslao esperaba su turno al lado de la pareja. Era alto pero no tanto como Abdón. Lo superaba en musculatura. Su cabello era rubio, semejante a los rayos solares más intensos. De ojos verdes, armadura negra y plateada con aros que se unían a largas tiras de diferentes tipos de cuero negro
Su rostro era anguloso y sádico. El aura de grandeza del líder de su raza no habitaba en él pero era el hombre más poderoso después de su señor y su sentido de lealtad era total.
-Tal vez los monjes del Anillo nos pueden decir por donde empezar a buscar. El Multiverso es demasiado grande.
-No es una mala idea aunque sin duda debe salir de nuestro alcance. Sino no lo hubieran invocado. –Le contestó el Emperador acariciando su barbilla-
-Si sabemos que está fuera de nuestro radio de acción ya eso sería un importante avance. Es el inicio de saber donde empezar a buscar.
-Tienes razón. Iremos sólo nosotros tres al anillo ahora mismo. Por ahora será mejor que nadie sepa lo que ha acontecido. Debemos planear muy bien cada uno de nuestros movimientos. Llegará el día en donde posea el ADN del Tiempo y el Imperio de los Acuarios se extienda por toda la creación misma. Durante siglos se me ha resistido el planeta en donde se encuentra oculto.
Dacia se acercó de nuevo a su esposo.
-La energía del Conector puede ser que haya generado una ola de tiempo que rebote por las dimensiones y nos regrese información del ADN. Este vibrará en consecuencia con la ola, puede ser que hasta se comunique con él.
Caleb lucía inquieto y formuló su pregunta.
-¿Piensas que él sabía donde estaba el ADN?
-Es muy posible pero nunca creyó en nosotros, en mi visión de una nueva humanidad, si él hubiera estado de nuestro lado todo hubiera sido diferente… pero ya es demasiado tarde para hablar del pasado. Vamos al Anillo.
Encabezados por Abdón cruzaron la estancia central del palacio y traspasaron por los largos pasillos con arcadas por los cuales se observaba la fabulosa ciudad plagada de naves volantes que zumbaban a toda velocidad. Las luces atravesaban las incipientes oscuridades del Sol de la tarde. Ahora en el exterior del palacio se podía percibir esa extraña humedad sólida, una sensación acuosa permanente propia de la dimensión paralela de los Acuarios.
El grupo llegó a una plataforma, a lo lejos una nave espacial inmensa flotaba sobre el vacío de kilómetros de profundidad. Estaban a una gran altura entre los edificios. La nave era una gran masa de hielo rematada en punta que crecía en tamaño hacia atrás. Protuberancias de acero y hielo surgían como gigantescos cuchillos asesinos. Entre la escarcha se observaban las ventanas del aparato siniestro con el poder de destruir a un planeta entero.
El largo del vehículo era impactante. Hasta superaba a algunas de las construcciones que la rodeaban. Por puro capricho Abdón la había colocado en ese lugar, para que todos sintieran su poder.
El emperador colocó un pie en el aire y luego otro, sus amigos hicieron lo mismo. Bajo ellos se creó un puente de hielo de más de mil metros de largo. Por él caminaron hasta su destino. Por las ventanas de la urbe los pobladores miraban a su señor sintiendo una profunda admiración.
Ya estaban en el espacio cercano. El hielo Acuario no se derretía por el calor ni era afectado gravitacionalmente por lo cual atravesó sin problemas la atmósfera del mundo. No hubiera sido necesario hacer el viaje en la espacio nave podrían haber subido por las agujas congeladas que se conectaban al Anillo de hielo que rodeaba al globo.
La cinta blanca brillaba bajo la luz de las estrellas, en la canaleta central había ciudades, bosques, palacios y millones de Acuarios trabajando y viviendo. El clima era un poco más frío que el del planeta pero apetecible.
Gracias a las dimensiones del Anillo una seudo atmósfera cubría las ciudades y hasta era perceptible un hermoso cielo azul.
La nave se acopló con un inmenso palacio rojo de grandes bóvedas.
Con una gran escolta de fieles que corrieron a su encuentro y se deshicieron en halagos el grupo recorrió las estancias megalíticas del palacio.
A sus costados se alzaban poderosas máquinas de complicadas formas y de un ignoto origen para un humano convencional.
Al fin llegaron a destino, los aduladores no podían entrar en la cámara de los monjes.
Esta tenía unos quinientos metros de lago por trescientos de altura y su forma era cúbica.
Uno de los monjes ataviado con una roja túnica que llegaba al suelo mismo se acercó al Emperador en silencio.
-Es un honor tenerlo aquí. ¿Qué es lo que solicitas?
-Se ha presentado una anomalía. Un Conector ha aparecido y debemos rastrearlo. Es hora que utilices tus conocimientos.
-Estamos a su servicio. Lo cumpliré al instante.
Una muchedumbre de monjes esperaba sin hacer ni decir nada detrás de sus consolas holográficas. El monje que había hablado con Abdón caminó entre ellos y acaricio su calva. Activó un mecanismo y una esfera de grandes proporciones descendió de las alturas plagadas de extrañas formas metálicas y esféricas alimentadas por tubos que se perdían en la lejanía.
Un nuevo tubo transparente fue llevado por los mecanismos hasta unirse con la esfera y se llenó de agua. Un ser muy extraño sin duda no humano entró nadando a la esfera. Era un Scout. Su cuerpo estaba cubierto de escamas y sus ojos con membranas incoloras. No tenía orejas, sólo dos huecos. Sus dedos y manos estaban plagados de uñas afiladas.
-Activen los rayos de poder cuántico. –Pronunció el monje con pesada voz- La tormenta de poder de blanquecino aspecto impactó en la esfera y el ser se revolvió presa del dolor.
-¿Qué dicen las lecturas monje?
-El Scout no detecta nada… lo estamos sometiendo al máximo de dolor.
-¡Tal vez no el suficiente! –Abdón estiró su brazo casi sin ganas y el Scout volvió a revolverse en el agua y explotó en una infinidad de fragmentos que tiñeron el agua de rojo.
-¡Señor no era necesario! Era un buen recurso… -Abdón ignoró el reproche del monje-
-Justo como pensábamos, está en la Periferia. ¡Pero no por mucho!
En la inmensidad de mi desolación, del vacío que se levantaba omnipotente en mi pecho habitaban dos personas que eran de dos mundos diferentes. Cada uno de esos seres murió en silencio, cayendo en el hueco abierto de mis entrañas. Murieron sin velorios ni llantos.
De esas cenizas marchitas surgí yo… Haidran.
“Diarios del Atardecer” Haidrian Andersvarth
CAPÍTULO SEGUNDO
La fábrica realmente estaba muy venida a menos. No era como en mis recuerdos, ni mucho menos. Entré junto con los otros cientos de personas, recorrí las cámaras de montaje de los computadores holográficos. Eran casi los mismos con los que trabajaba en el otro mundo. Mis ojos escrutaron el lugar buscando el cubículo en donde siempre trabajaba. No era en las salas de ensamblaje, ahí se empezaba cuando recién entrabas. Caminé sin mostrar vacilación. Giré el pomo de la puerta pensando que otra persona me diría que me había equivocado de oficina. No fue así. Las computadoras desmontadas estaban sobre el escritorio. A sus costados escritos en sucios papeles las reparaciones que tendría que hacer.
¿Tal vez era mejor ponerse a trabajar para matar el tiempo?
Tomé un destornillador y pensé en Flavio, el compañero de trabajo de mi “Otro Lugar” era raro que no estuviera, era mucho más puntual que yo. En este mundo no hay Flavio dijo la voz de mi mente. Una imagen se formó de un hombre sonriente casi calvo y afable. ¡Ese sin dudad no era mi anterior amigo!
La imagen que estaba en mi mente surgió del pasillo del depósito.
-¡Maldita sea! ¡Me he golpeado la cabeza con esos despojos! Ya es hora que los limpiemos Haidrian. ¿Cómo va todo?
No pude atinar a decir palabra alguna y sentí como mi rostro se debía de estar poniendo blanco del pavor que me asoló.
Su nombre es Recaredo. Tu amigo, misterio… amigo de Verónica.
De nuevo palabras y recuerdos brotaron de lugares desconocidos de mi interior tormentoso.
-¿Tuviste buena mañana Recaredo? -¡Decidí probar la información que se me fue otorgada!-
-Sí… lo mejor que se puede estar con el recuerdo de una esposa desaparecida…
-Lo lamento. No quería importunarte. –No recordaba nada de una esposa desaparecida, debía indagar más pero con tacto-
Recaredo se acercó al escritorio y dejó los mecanismos y plaquetas de memoria que llevaba en sus dos manos.
-Las paredes oyen mi querido amigo, pero este lugar es seguro, a nadie de la Policía Secreta le interesa esta fábrica desgraciada. Todos los días recuerdo la Guerra, la rebelión contra el Grupo de los Siete… su casi probada existencia. –Recaredo con rostro sufriente colocó el peso de su cuerpo en sus brazos apoyados en la mesa- ¿Recuerdas la guerra Haidrian?
-Prefiero no pensar en eso… - Mentí, no recordaba nada… ¡No Sabía nada!-
-Haces bien… algunos piensan que los Tupamaros murieron en vano. No creo eso. Ellos resucitaron los viejos escritos que fueron hallados en las Ruinas Mundiales. Escritos de la guerra anterior a la que nosotros vivimos. En la cual el mundo quedó desolado.
-¿Qué es lo que te perturba Recaredo?
-Tres países quedaban en la Tierra… ¡Tres! Y el gobierno de Montevideo ordenó destruir dos para matar a los Tupamaros escondidos. Yo observé cómo esas ciudades se reducían a escombros entre los hongos radioactivos de las bombas atómicas. Y estoy seguro que mi mujer era una Neo Tupa y que por ello ese gobierno de malvados la ha secuestrado como a tantos…
-¿Neo Tupa?
-Sí, una rebelde en busca de los Siete. Pero dentro de poco qué podrá hacer el poder si la propia gente protesta por las calles harta de vivir en la miseria, el pueblo quiere habitar de nuevo todo el mundo, no quiere estar aquí encerrado y sólo visitarlo.
-Entiendo… no quise causarte malos recuerdos.
-Bueno no importa- Pronunció ahora caminando por la sala y husmeando entre los repuestos.- Recuerda que mañana nos vamos los tres de paseo a Lost City.
-¿Los tres? Me hice el desentendido mientras buscaba mis cigarros en los bolsillos de la chaqueta de cuero.
-Si tonto. Haz que no sabes nada, tú, Verónica y yo. Se lo prometimos y costó que consiguiera la autorización del trasporte. No te olvides de confirmarle Haidrian.
-Está bien lo haré. Apenas llegue le diré. Pero quiero hacerte una consulta… ¿Desde cuando están los depósitos de agua en la ciudad?
-¿¡Qué!? –Recaredo se acercó a la ventana por la cual yo miraba la ciudad envuelta en vapores.-
-¿Recuerdas?
-¡Están ahí desde siempre! El agua de los ríos debe ser potabilizada para su consumo. Por la contaminación.
-Que raro… están plagados de antenas y parecen tan inútiles y viejos. Me dan mucha curiosidad… ¿A ti no?
-Por favor, ¿Deben importarme esos tachos viejos? Es basura. Date cuenta de eso. Como todo en la urbe.
-Sí… debes tener razón. Debe ser eso. Sólo eso…
Mis dedos acariciaron el vidrio de la ventana, no podía decirle que a mis ojos los contenedores lucían tan malignos. Una presencia oscura brotaba de ellos. Me enfermaba cada vez que los miraba.
Pero ahora debía seguir trabajando. Poco a poco más datos venían a mí. Y en la hora del almuerzo entraría a las computadoras en busca de información.
Más tarde sonó el timbre del almuerzo. Me dirigí a la sala del comedor. Mis compañeros se estaban sentando en las mesas rectangulares dispuestas por la sala de paredes grises. Recaredo me mostró un lugar a su lado que me estaba reservando. Le hice una seña para que esperara con mi mano derecha. En una de las esquinas de la sala estaban las computadoras para que los operarios se entretuvieran en los momentos de ocio.
Me senté en una y conecté en Buscador Web. Era uno desconocido para mí, puse “Tupamaros” en la barra de búsqueda.
“Grupo golpista y terrorista contra el cual lucharon primero las Coaliciones Democráticas y luego las Tres Naciones sobrevivientes de la Gran Guerra.
En la Gran Guerra y liderados por Azum, los Tupamaros liberaron el Gas Ciborg que provocó la muerte de media humanidad. El Gas Ciborg producía el nacimiento de partes robóticas en el cuerpo humano en orden aleatorio, luego el ser deformado moría en atroces dolores.
La Coalición Democrática luchó por toda la Tierra y al fin, en la batalla de Ciudad de México destruyó a Azum y sus aliados”
No seguí leyendo. Coloqué Tres Naciones en el buscador.
“Nueva Bolívar, Montevideo y Europas. Nueva Bolívar fue una de las bases del Grupo conocido como Neo Tupa, ellos llevados por el engaño decían que habían encontrado diversos escritos antiguos en las Ruinas Mundiales que hablaban de un grupo llamado los Siete. Toda su parafernalia libertaria y en contra de este supuesto poder en las sombras es falsa, al igual que sus antecesores los Neo Tupas eran un grupo terrorista extremo. La población de Nueva Bolívar era acosada por sus ataques al igual que la megapolis de Europas.
El gobierno de Montevideo no iba a permitir el extermino de la raza humana en otra guerra eterna. Tampoco permitir una guerrilla urbana con ideas peseudo mesiánicas. Joachim ordeno entonces el bombardeo nuclear de las dos ciudades antes que nos contamináramos con la mugre extranjera”
No podía creer lo que leía, devoraba las fotos de la destrucción de las ciudades, de Azum y sus aliados siendo ejecutados, de los robots y los vehículos de combate avanzando por las ruinas. Entonces algunas fechas no me cerraron. La Gran Guerra estaba fechada en el año 1724. ¡Imposible! Mis dedos devoraron las teclas. “El viaje estelar descubierto por DaVinci y sus colegas en el Renacimiento es ahora una ciencia perdida luego de la Gran Guerra, la Tierra luce campos y campos llenos de espacio naves destrozadas y el cielo estaciones espaciales abandonadas. La guerra nos trajo de nuevo el velo de la ignorancia”
“Fue la sociedad decadente de los Grandes Imperios de los años 1600 y 1700 lo que llevó al surgimiento de los Tupamaros. En el imperio Ruso. En el imperio Nacional Socialista y la Unión Latina surgió la lacra de la rebelión. Era de esperarse pues los imperios estaban podridos por la prostitución, las drogas, la expansión espacial, el capitalismo desmedido. Lo mejor que nos dejaron fue matarse entre ellos. Ahora nosotros decidiremos”
Joachim Tercero
Era demasiado para mí en ese momento, toda la historia era diferente, DaVinci era el inventor de los viajes en el espacio. Los europeos fueron los primeros en llegar a la Luna con una tripulación Italo Francesa.
Los diseños de las naves se mostraron con sus formas increíbles.
-¿Qué pasa Haidrian? No comes para ver datos que te enseñaron en la escuela primaria.
-No, Recaredo. Era solo curiosidad. La charla que tuvimos me inquietó un poco.
-Sabes, hay algunas personas que piensan otras teorías sobre estos temas.
-¿Qué quieres decir? –Le contesté mientras apagaba la computadora y me levantaba, él respondió prendiendo un cigarro con un viejo encendedor Zippo-
-Sobre la veracidad de la Internet. Algunos dicen que los abuelos de Joachim nos han engañado a todos.
-No podemos hablar de esto aquí amigo. Por las dudas.
-¡Aprendes rápido! Eso quería escuchar. Nunca está de más ser un poco precavido.
-Ahora sí tengo hambre. Vamos a sentarnos y tomar una cerveza.
-¡Así se habla! Es momento de tomar un trago.
Mientras que yo trabajaba aquel día, sucesos de mucha importancia ocurrían en los barrios más residenciales de Montevideo. Alejados del núcleo urbano con su decadente aspecto se encontraban las mansiones de los ricos y los poderosos rodeadas de bellos jardines plagados de árboles y animales extintos en el resto del mundo. Las cercas se alzaban desafiantes separando los territorios de ricos y pobres.
Con mirada triste se encontraba una joven de negros cabellos. Sus iris eran de un tono verdoso que reflejaba la luz semejante a un cristal impoluto. Un cervatillo comía de su mano derecha. Este era uno de los tantos animales que tuvieron que ser salvados o re creados por la ciencia de la pos guerra.
La piel de Irdian era blanca como la leche y su físico atlético.
Esa mañana había tenido otra discusión con su padre. Jefe de la Policía Secreta.
Carlos era un hombre rudo y frío. Pero sin duda la quería. La joven no encontraba la libertad que buscaba. Su padre no paraba de repetir que la ciudad era asolada por las hordas rebeldes. Cada persona a sus ojos era un traidor al gobierno. Un subversivo. Ya no veía a sus amigos de la urbe. Sólo a los que vivían en el barrio rico. Alzó la vista. A lo lejos los edificios de la ciudad lucían como rectángulos grises de diferentes tamaños. Ante un ruido de uno de los servidores de la mansión el cervatillo corrió hacia las arboledas de la periferia.
Irdian decidió entonces adentrarse hasta el claro de las arboledas donde estaba las fuentes de antigüedades pretéritas. En unos veinte minutos estaba en el lugar y tomó asiento en el banco de piedra. Sacó el libro que debía estudiar de su bolso. Odiaba su nuevo centro de estudio. Plagado de gente adinerada y repulsiva.
El libro que hojeó hablaba de las hazañas del Clero. La Religión. Así era llamado el único clero nacido en los tiempos de la guerra del 1700. El Clero por mandato divino luego de la eliminación de los Tupamaros fue el único con el derecho de volar por el espacio. Claro… hasta que se perdió la tecnología espacial a manos de los rebeldes que seguían escondidos.
Pero la Religión también había hecho sus aportes en otras áreas, los soldados de la Policía Secreta comandados por su padre… la gente decía que su padre era el culpable de los raptos, la tortura, la violación y asesinato de muchos jóvenes acusados de ser Neo Tupas.
Eso lo decían en su anterior escuela. En la nueva su padre era casi un dios en la Tierra.
Ella se negaba a creer esas habladurías. ¡No podían ser ciertas! Una lágrima corrió por su mejilla y fue a caer sobre las hojas de la hierba verde que era suavemente mecida por el viento.
Más tarde Irdian volvió a la mansión. En el gran living central estaba Carlos con su uniforme negro en su sillón morado. En su mano estaba un vaso del mejor Güisqui.
-Hola padre. ¿Has pasado bien?
-¡Irdian qué alegría verte! Te presentaré al Gran Sacerdote.
De la otra silla se levantó un hombre viejo con un manto negro. Su rostro era un mapa desagradable de arrugas.
Su cráneo sólo mostraba unos pequeños pelos despeinados y totalmente blancos.
Detrás de él se encontraban algunos Curas en posición de firmes y mirando a algún punto perdido de la habitación. Vestían ropajes negros y poderosas armaduras ceñidas al cuerpo. En su superficie negra y brillante destacaban los cinturones con poderosas hebillas que cruzaban su pecho en varias direcciones.
El anciano se apoyó en su bastón de madera deformada.
-Irdian, tu amado padre me ha hablado tanto de ti. Es un honor verte.
-El honor es mío señor. –Ella se agachó y besó su rojo anillo-
-Umm. ¿Qué estás leyendo? Muéstrame niña.
-Es la historia de los viajes del Clero. Al principio no me apetecía leer sobre ello pero luego lo encontré muy interesante. Llegaron a mundos que ahora nos están vedados por nuestros pecados.
-Eso es lo mejor. Lo mejor. –Pronunció el anciano con voz baja-
-Lamento interrumpirlos pero le debo pedir autorización a mi padre para viajar a la ciudad. Quiero visitar a una amiga que me ha invitado.
Carlos se levantó y dejó apoyado su trago en la mesa.
-¿No entiendes que se está organizando una marcha en contra de la Carestía? Es peligrosa la urbe ahora. Los Neo Tupas pueden estar preparando actos terroristas. Debes quedarte aquí.
-¡No va a sucederme nada!
-¿Cómo sabes eso? ¡Esas ratas pueden elegir cualquier lugar para sus ataques! Vete a tu habitación y piensa. No debes hablarme así ante tan importantes visitas.
Irdian corrió hacia las escaleras que conducían a su habitación llena de un enojo infinito. Otra vez más él le había fallado.
-Umm… es una joven muy impulsiva.
-¡Ya podré domarla! Sólo es una fiera salvaje. Si su madre no hubiera muerto tan joven… nunca pude decirle que fue a manos de los Neo Tupas.
-Eso es un secreto de estado, Carlos. No puede saberlo por más que así lo quisieras. ¿Qué diría la prensa si se enteran que han podido atacarnos en un lugar tan íntimo?
-Sí. Tienes razón. Fue mejor decirle la mentira del accidente de auto.
-Me gustaría que alguna vez visitara la Iglesia. Podría enseñarle algunas cosas…
-Como desee. Estoy a su servicio.
Irdian esperó a la noche para bajar, todavía tenía lágrimas en sus ojos. Sin duda extrañaba a su madre, la única que había sido un poco cariñosa con ella. Carlos era un militar extremista. Dedicado meramente a su trabajo. En su mano derecha reposaba la llave del sótano, hacía mucho tiempo que la había robado. Por supuesto nadie lo sabía., en ese lugar ella se encontraba cómoda y ahora no podía ir a los jardines.
Abrió la cerradura y la puerta mostró una escalera que era devorada por las sombras. Descendió lentamente por la escalera de madera que chirriaba levemente al contacto con sus pequeños pies. Llegó al fin de la misma y conectó una luz muy débil.
La sala de grandes proporciones estaba plagada de restos de objetos del mundo destrozado. Una radio vieja que reproducía discos compactos, un televisor antiquísimo. La cabeza de una escultura con rasgos romanos. Una Venus de Milo. Algunas pinturas de un valor incalculable hecho que desconocía Irdian al serle negada la historia del arte por el Gobierno.
Caminó hasta una estatua del Dios Zeus con una mujer recostada sobre su pierna. Ella no sabía que era la representación de un Dios y menos que la obra estaba basada en una pintura. Acarició su brazo musculoso. Su barba perfecta. Sintiendo el gozo de tocar una verdadera obra de arte dotada de hermosura. Escrutó el rostro de la dama, su cabello, sus pechos, su espalda desnuda y nívea. La mano que estaba en el brazo se deslizó hacia abajo y en la parte más inferior de la estatua Irdian encontró algo.
Un grupo de fotografías cayeron al suelo sucio. Ella se agachó y las recogió. Se sentó para poder verlas fruto de una enorme curiosidad.
-¿Qué tenemos aquí? ¿Quiénes son ustedes?
Pasó las fotos de una en una. La que veía la iba colocando al final del grupo. Eran imágenes pequeñas y sin duda con varios años encima. Mostraban rostros de chicas y chicos jóvenes. Algunos caminando por las calles de una Montevideo un poco más hermosa, otros estaban tomando un café o una cerveza. Otros iban con sus familias llevando a sus hijos en brazos.
A Irdian le pareció muy sospechoso que su padre guardara estas fotos tan casuales en su sótano debajo de una estatua.
No podía dejar de verlas. ¡Eran tantas! Ojos verdes, azules, marrones, la miraban desde el papel. Tal vez querían decir un mensaje que la chica no entendía. Pero una provocó un golpe brutal. Era un chico con rostro bravo, un cabello dorado y largo era mecido por el viento, estaba escrutando el horizonte con sus ojos azules y en su brazo… en su brazo al descubierto por el chaleco de jean oscuro estaba la marca que también poseía ella.
Un extraño símbolo compuesto por líneas negras que se entreveraban. ¿Era el estigma de una enfermedad? ¿Ese hombre sería su primo, su tío, su hermano?
Presa del terror ella arrojó las fotos. Las mismas picaron sobre sus ángulos y se esparcieron.
-¡Maldita sea! ¡Dónde estás! –Pronunció furiosa-
Ella buscó entre las imágenes hasta que volvió a encontrar la foto y guardó el resto en el lugar exacto en donde las había hallado.
Con su mano palpó su mancha. Su padre decía que era de nacimiento. Entonces este hombre era de su familia. Un pariente que sin dudas era la oveja negra. Exiliado. Proscrito. ¡O hasta asesinado por Carlos! Pensó la joven.
Ahora era momento para volver a su habitación. Era mejor no ser descubierta. Ahora tenía mucho que investigar. Debía hallar a ese sujeto. A toda costa.
Al fin y al cabo el ser humano es un ser que se adapta a toda circunstancia. A pesar de mi difícil situación había algunos hechos que me hacían sentir a gusto en mi nueva situación. Esos “Algunos Hechos” en realidad eran Verónica.
Estaba en la puerta del edificio esperando a Recaredo. Acariciaba su rostro dulce con mi mano derecha., ella me miraba con sus ojos profundos. Con mi pulgar de la mano izquierda tocaba la humedad de sus labios.
-Te amo Verónica. –Le dije-
-Yo también Haidrian.
Ella acomodó las bolsas para el viaje. Era un sábado hermoso y por suerte no trabajábamos. Por la calle despoblada venía Recaredo en la plataforma voladora que había pedido en la Fábrica para el viaje. Gracias a su buena relación con la gerencia sólo debíamos pagar el combustible.
La plataforma era uno de los pocos vehículos flotantes, lo hacía a un par de metros del asfalto. Era amarilla. Estaba sucia y en algunas zonas despintada. En la parte trasera podía llevar carga. Pero ahora estaba vacía. En la cabina íbamos a ir todos. Se podía hacer descapotable si había mucho calor.
-Hola muchachos, suban. Ya es hora de irnos. –Profirió Recaredo asomando la cabeza por la ventanilla-
-Voy a abrirte la puerta para que entres los bolsos.
-Está bien Verónica. –Tomé los bolsos y los coloqué mientras ella hacía lo dicho-
Ya estábamos los tres colocados uno al lado del otro en la cabina no demasiado espaciosa.
-¡Salimos de la ciudad queridos! –Nuestro piloto aceleró y nos elevamos varios metros sobre el aire, estábamos en camino hacia las rutas rápidas de las plataformas-
Pude apreciar algunos detalles de la ciudad mientras Verónica y Recaredo -Que cada vez me caía mejor- Hablaban sobre el trabajo y reían. Yo no estaba muy comunicativo, observaba los tubos de metal que serpenteaban veloces. Los depósitos de agua que se alzaban sobre sus oxidadas torres. La mole negra y repugnante que era el monumento de la guerra.
¿Cómo podía ser que esta fuera mi amada Montevideo?
Abandonamos la ciudad después de cruzar barrios pobres y zonas que no lo eran tanto. Sobre las arenas desgastadas que bordeaban la ciudad.
Recaredo colocó la máxima velocidad y esta vez sí que fuimos rápido.
-El desierto… es hermoso.
-Amor mío que rostro tienes… no es la primera vez que vemos el desierto.
-Lo sé, lo sé. –Mentí descaradamente- Es que es muy bello.
Las dunas se elevaban una detrás de la otra, los pequeños campos verdes donde se plantaba mucho del alimento citadino ya no eran visibles. Yo miraba desde detrás de los vidrios pues en la zona desértica no convenía ir a esas velocidades sin protección.
Luego terminamos nuestro pasaje por esa zona y cruzamos un río casi seco. ¿Era el río Uruguay? No me animé a preguntarlo pero debido a nuestro rumbo no había otra opción factible a no ser que la geografía hubiera cambiado todavía más.
Hasta el atardecer cruzamos por planicies desoladas. Pequeños árboles se alzaban perdidos, no se veían animales vivos. Las nubes danzaban con tonos maravillosos alumbradas por un
Sol somnoliento que pugnaba por ocultarse.
Verónica señaló otro viejo vehículo.
-¡Otro auto viejo! Ya van diecisiete.
Casi fuera de nuestro ángulo de visión estaba un auto destartalado. ¿Esta gente había huído de algo?
-Voy a detenerme para que pasemos la noche. En la mañana estaremos en Lost City. –Nos informó nuestro conductor-
Aterrizamos en un lugar tan espantoso como cualquier otro. Cenamos y colocamos las mantas en la cabina. Hicimos nuestras necesidades en el baño que se encontraba detrás de la misma y luego nos acostamos.
Fue aquella noche bañada por las estrellas en las que tuve mi sueño por primera vez. Demasiado vívido para que sea disfrutable.
Estaba vestido con mi chaqueta de cuero marrón y su velludo cuello blanco. Me encontraba en el final de un risco de piedra. Un camino de tierra serpenteaba hacia una gigantesca plantación. La más grande que hubiera visto en mi vida. En el centro de ella una torre de formas rebuscadas, inconexas, ciclópea, maravillosa, una obra tan magnífica que mi pecho se conmocionaba al verla.
El Sol estaba detrás de la torre y por ello no podía observar el símbolo gigante que estaba pintado en la pared de acero. Sólo podía intuir en dónde se hallaba.
Excitado descendí por el camino levantando nubes de polvo con mis veloces pasos.
Me encontraba en el borde de un gigantesco campo plagado de cañas de azúcar. Hasta donde moviera mi cabeza para ver el final del cultivo no encontraba su conclusión.
A medida que iba avanzando mi mano izquierda se divertía tocando las cañas con sus hojas hermosas que parecían dedos juguetones que a cambio pellizcaban mi rostro.
En ese instante volví a la realidad. Verónica me estaba sacudiendo.
-¡Haidrian! ¡Haidrian! Es hora, levántate.
-¡Qué sucede! –Grité mientras me incorporaba sudoroso- ¿En donde estoy?
-¿En donde vas a estar? Aquí con nosotros.
Sin decir nada más me terminé de aprontar para bajar del vehículo junto con mis compañeros. Ese sueño era una clave, estaba seguro. Era demasiado vívido para ser solo una invención de mi mente perturbada.
Cuando llegué al suelo luego de bajar por la escalerilla del lateral del camión me encontré con otro espectáculo increíble. Una ciudad en ruinas se alzaba ante mí. Edificios de acero y cristal que se encontraban parcialmente destrozados, plataformas sostenidas por columnas que no desembocaban en ningún lugar. Ya nada quedaba entero en el terreno. Autos terrestres y voladores en posiciones anti naturales. Estaba en Lost City. Y no era el aspecto de una ciudad del siglo veinte. Era demasiado futurista, como las de mi tiempo. Pero eso no era nada nuevo. Si DaVinci había inventado las teorías que recién siglos más tarde crearan los rusos no era para asustarse.
-Qué bella es… -Verónica me abrazó con una sonrisa en el rostro.- Recaredo iba delante nuestro con la cámara de holofotos, comenzamos a caminar los tres-
-Miren esas estatuas, amigos. –Señaló un par.-
Tenían formas humanas, con el torso desnudo y los ojos bellos, parecían del tamaño de esas esculturas de los templos egipcios. Sobre la piedra estaba pintada una estrella con una T en su interior.
Recaredo se acercó saltando sobre los despojos y restos extraños hasta tocar la pintura.
-¡Es el símbolo de los Tupamaros! Debe de ser de la época de la guerra.
Verónica salió despedida a verlo.
-¡Sácale una foto para mostrarla a los amigos!
-¡Ya lo hice linda! Colócate ahí y saco una contigo.
Mientras yo me mantenía al margen de la conversación. Sentía una fuerza poderosa y secreta que me observaba. Escruté las alturas de los edificios ruinosos. Dando saltos sobre los escombros me alejé de mis amigos. Había un cartel tirado en el suelo. Algo me decía que lo tomara. No era un cartel. Era una lata rota que había sido aplanada. Parecía más una matrícula de un coche y decía Coca Cola.
En ese instante comprendí que estaba leyendo en mi alfabeto. Y era distinto al de mi nuevo mundo. Con mi mano izquierda leí la marca de mi chaqueta “HeminW” sí decía eso, pero escrito de esa forma. Este nuevo alfabeto era diferente, las letras… algunas completamente distintas. Pero yo entendía las dos. Mi mente confundida no había encontrado la diferencia hasta ahora pues poseía muchos datos para desenvolverse en este mundo.
En mi mano seguía la lata. La leí como lo haría Verónica “Susa Sula” con las diferencias de caracteres y pronunciación esa era la forma en la que lo leerían. ¿Por qué se había dejado de utilizar ese idioma español y ahora se utilizaba “Esto”? ¡No podía preguntarlo!
Arrojé la lata con desdén y esta sonó entre los restos. A lo lejos había una pirámide. Gigante, de cristal y bastante deshecha. Se podían ver las oficinas y los pisos destrozados.
Caminé en su dirección. Detrás mis amigos hablaban hasta por los codos.
Fue ese instante el primero en que lo vi. Estaba de pie delante de una esquina. Al lado de un semáforo ahora apagado por siempre, unos coches habían colisionado tal vez hacía siglos. Vestía una gabardina de cuero oscura que ondeaba por el viento de Lost City. Su pantalón también era negro como sus botas de suela gruesa. Y en el rostro… en realidad sobre él tenía algo semejante a una vieja máscara de gas de igual color. Los lentes sobre los ojos eran redondos y reflejaban el entorno. Sobre la boca un filtro circular con mecanismos extraños y detrás, en la nuca correas y herrajes. Era una visión llena de poder.
Tal vez fue la mediocridad humana, la mediocridad de las razas que habitaban la galaxia lo que me decidió a destruirlas en la época de la conquista. ¡Pero qué vacía se sintió mi alma cuando el universo se arrodilló ante mí y yo todavía no era el poseedor de las Consonancias! Recuerdo que en aquel momento de tanta gloria y poder mientras me bañaban los pétalos traídos de mil mundos una lágrima cayó silenciosa recordando aquellas personas que ya no están aunque siguen viviendo en nuestro corazón. Su ausencia genera más dolor de todo aquel que generaron en vida. ¿Acaso no es esta una ironía del existir? ¿Realmente existe la muerte o la ausencia de los seres? ¿O somos un conglomerado de todos ellos?
“Crónicas de las Torres congeladas” Abdón Anar
CAPÍTULO TERCERO
-¿Haidrian? ¿Sucede algo?
Miré a Verónica que sin duda estaba preocupada por mi extraño comportamiento. Luego cuando volví a buscarlo entre los edificios ya no estaba.
-No, solamente estaba viendo a la pirámide.
-Si te inquieta algo dime. –Ella se acurrucó en mis brazos-
-Te voy a mostrar algo amigo. Síganme.
El calvo Recaredo comenzó a hacerse lugar entre los escombros y recorrimos el camino por las desoladas calles hacia la gigantesca pirámide. Yo todavía sentía que ese hombre o extraño ser me observaba.
-Recaredo…
-Dime. Te escucho.
-¿Nadie vive por estos lugares?
-Imposible. He viajado varias veces y la población fue exterminada en la época de la guerra. No vive una sola alma. Los animales también pasaron a mejor vida.
-¿Cuándo fue la última vez que viajaste?
-El año pasado. ¿No lo recuerdas? Iba a invitarte pero pensé que no querrías, nunca fuiste muy dado a la exploración.
La periferia de la pirámide era impactante. Objetos nunca vistos estaban ante mí. Eran armaduras tripuladas de casi diez metros de altura que yacían desvencijadas y baleadas, sus brazos metálicos plagados de armas resaltaban con brillos. Las alas y el rostro amenazador eran realmente para sentir temor. Pero sólo había de un bando. ¿Contra qué habían luchado? La calle estaba plagada de cráteres y algunos de tamaño considerable.
-Verónica. ¿Has visto el tamaño de esas armaduras?
-Sí, son los Agoras, los Mechs de combate de antaño. No sabía que en Lost City había tantos. –Respondí luego de evaluar su afirmación-
-Son más de cincuenta. Es una cantidad considerable.
Recaredo estaba inmutable a mi flanco. Parecía el dueño de algún conocimiento hermenéutico.
-Entremos… no hay tiempo que perder.
Subímos por los escombros hasta donde se divisaba la puerta doble de entrada. Llegamos al Hall de la pirámide. Desde fuera no podíamos ver una cantidad considerable de huesos humanos blanqueados debido al tiempo pasado, los fuertes vientos que debían haber sepultado o esparcido los restos. –Eso pensaba yo en mi inocencia- Dentro del edificio los esqueletos vestidos con antiguos trajes nos miraban de forma aterradora desde sus cuencas negras.
El esqueleto de una niña abrazaba una muñeca. El de un hombre tenía el pecho traspasado por un láser de alta intensidad. Y el espectáculo atroz continuaba. Eran cientos que se encontraban apelotonados en la gran habitación. Como si esta hubiera sido segura en algún momento. Me daba la sensación que los pobladoras de la ciudad habían sido más “exterminados” que conquistados por las hordas Tupamaras. ¿Qué clase de armas poseían estos?
Algo me olía muy mal en todo esto y no iba a detenerme hasta hallar el cuerpo podrido manando su brutal fragancia.
-¿Esto fue obra de los Tupas? Me suena mucho más a extermino. ¿Me equivoco?
Recaredo estaba arrodillado buscando algo entre los cuerpos y pilas de huesos desordenados.
-En la fábrica te dije que pensaba comprobar la teoría de los Neo Tupas sobre la falsedad de la historia reciente. Estoy seguro que se nos ha mentido Haidrian. Mentido en muchas cosas.
No le tengo ninguna simpatía al Gobierno de esta ciudad. Se llevaron a mi mujer. La torturó ese maldito de Carlos. Ella nada tenía que ver con la muerte de inocentes
-¿Quién era Carlos?
-Quién es… te lo diré Haidrian. El jefe de la Inteligencia. Acompañado siempre por sus religiosos súbditos. El perro faldero de la Religión.