Los dos hermanos - Manuel Bilbao - E-Book

Los dos hermanos E-Book

Manuel Bilbao

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Beschreibung

Un barco comerciante español lleva a un solo preso, Rodolfo, desde el Perú a una cárcel en Sevilla. Este enlaza una amistad con el Piloto del barco, a quien le cuenta su historia. Parece que, uno de los poderosos de la Inquisición, intentó violentar a su esposa, y al vengarla lo encarcelaron sin darle a ella siquiera su paradero. Noble de origen, le comenta al piloto que tiene suficiente dinero para darle en caso de recibir su ayuda para liberarlo. Este, avaro, idea un plan para apoderarse de la nave y su dinero, poniendo en riesgo a todo el resto de la tripulación. El único que puede salvar al porvenir de Rodolfo es su hermano, el Padre Anselmo, que tendrá que ir hasta Perú para impedir que la Inquisición lo encarcele injustamente. En esta continuación de «El Inquisidor Mayor», Bilbao vuelve a exponer la corrupción del sistema eclesiástico, y les brinda un pasado a los personajes de su primera novela.

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Seitenzahl: 74

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Manuel Bilbao

Los dos hermanos

Novela escrita

Saga

Los dos hermanos

 

Copyright © 1853, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641240

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

- I -

-389-

A fines del año de 1746, un bergantín español, «La Esperanza», que hacía el comercio, entre la Metrópoli y las colonias, navegaba a toda vela de regreso a las costas de España.

Llevaba de retorno, por las mercaderías que había traído, algunos capitales en barras de oro y plata y algunos frutos indígenas del Perú.

El bergantín impulsado por una fuerte brisa del N. O. cortaba las olas con una rapidez de siete millas.

El capitán era un español bastante perito.

La tripulación constaba de catorce hombres, sin incluir un individuo que iba en calidad de preso y asegurado con una barra de grillos.

Este reo venía en aquel estado por orden de la Inquisición del Perú, para ser puesto en las cárceles de Sevilla, en donde debía concluir sus días.

El capitán había recibido 1000 pesos fuertes de premio por llenar una comisión tal.

Las instrucciones que se le habían dado era no permitir al reo hablar con persona alguna, y al llegar a Cádiz entregarlo a la persona que se le había designado.

-390-

Como el capitán procuraba llenar su misión de un modo estricto, creyó de necesidad, durante él dormía, confiar la custodia al piloto.

El piloto era un hombre vulgar pero avaro.

Auque brusco, no tenía la esperanza de llegar a ser capitán.

Su baja condición le hizo mirar al reo con deferencia, porque le creyó hombre de alta categoría.

El hábito de verle todos los días aumentó esa deferencia y creó cierto grado de familiaridad entre ambos.

El reo había conseguido el permiso de subir a la cubierta una vez por semana, y cuando llegaba uno de esos días, se le ponía a popa aislándosele de la tripulación.

Los marineros miraban a este hombre y sentían simpatías por él, porque no hay estímulo mayor a producirlas que la desgracia.

Cuando vemos llevar al patíbulo a un criminal, querríamos salvarle.

Cuando vemos que alguno sufre el castigo de un delito, tenemos, compasión por él.

Ese sentimiento inherente al corazón humano, que se despierta al contemplar un dolor ajeno, era natural se despertase también en los marineros al contemplar al reo.

Hacía como veinte días que el bergantín había salido del Callao en dirección a Talcahuano, donde tenía que hacer escala.

El piloto, en una de aquellas noches de aburrimiento que produce la calma en el mar, se fue a conversar al camarote del reo.

En otras ocasiones había oído a este algunas palabras misteriosas, y la curiosidad que sentía, le movió a buscar alguna distracción en la conversación con aquel hombre.

El piloto, antes de bajar, se paseó largo rato sobre cubierta, miró al cielo, observó el movimiento balanceado del bergantín, echó la corredera para ver si andaba y después que se cercioró que había calma chicha, se bajó al lugar indicado.

-391-

El capitán dormía como se duerme a bordo; a pierna suelta.

El reo estaba tendido en su cama, con la cabeza reclinada, los ojos cerrados, pero sin dormir.

En esto entró el piloto, y al mirarle se encontró con la mirada del reo.

-¿No hay sueño? -le preguntó el piloto.

-Estoy desvelado -contestó el reo-; a veces duermo y a veces estoy despierto.

-¿Habréis dormido en el día?

-Sí.

En seguida variando de conversación, dijo el piloto:

-El buque no anda, estamos en calma.

-Para mí, repuso el reo, es lo mismo que ande que el que no ande.

-¿Entonces os es indiferente salir de aquí?

-Eso no, si fuera para salir en libertad; pero creo que estoy destinado a no ver más el mundo.

-¡Pobre señor! ¿Qué habéis hecho para semejante castigo?

-¿Que no os lo ha dicho ese monstruo del capitán?

El piloto se sonrió, porque se hablaba mal de su superior, y respondió:

-El capitán solo me ha dicho que vais a las cárceles de Sevilla por orden de la Santa Inquisición, en castigo de delitos enormes.

-Creedme -le respondió el reo sentándose en el lecho-, creedme que soy una víctima inocente sacrificada a la cobardía de un hombre, a quien quise castigar por haber atentado contra la pureza de mi esposa.

El piloto cobró atención y sin detenerse le preguntó:

-¿De dónde sois, señor?

-De España, lo mismo que vos. -392- Vine a América enviado por el rey para desempeñar una judicatura en Lima; pero un hombre que es hoy jefe de la Inquisición de allí, quiso violentar a mi esposa; sorprendí la violencia y lo desafié; al desafío se me contestó con la prisión. He sido arrebatado de mi casa; he dejado una esposa honrada, huérfana.

-¡Oh señor! -exclamó el piloto-, eso es mucho. ¿Y vuestro nombre?

-Rodolfo de Alvarado.

El Piloto conoció que el apellido era el de un noble, y cuando le oyó que era un magistrado nombrado por el Rey, acrecentó su interés y procuró ir más adelante en su indagación.

-El Rey, señor -le observó el piloto-, os hará justicia en el momento que sepa lo que acabáis de decirme.

-Estad seguro -le respondió con amargura fijándose en el semblante del piloto-, que no lo sabrá, porque en donde manda la Inquisición nadie penetra.

Lo que sí puedo aseguraros es, y esto os lo digo sin la pretensión de que lo creáis, que vos y el capitán seguiréis mi suerte, porque a fin de que todo quede oculto y nada pueda saberse, quizás se os remita a la misma cárcel que se me envía.

-Eso no -dijo el piloto un tanto sorprendido-, porque gritaría y me haría oír.

-Vano recurso; mi amigo ¿qué no habré gritado yo? En la Inquisición nadie tiene voz, y entrando en ella es preciso resignarse a morir entre cuatro paredes.

El piloto tratando de alejar un temor tal, preguntó al reo:

-¿Y vuestra esposa, señor, no vendrá a buscaros?

-Ella ignora mi paradero, porque me embarcaron de noche. ¡Ah!... Si yo consiguiese hacerle saber mi situación, daría mi fortuna y aseguraría premios del rey al que tal cosa hiciese; pues al rey le conviene saber esto.

Rodolfo no calculó el efecto prodigioso que harían sus palabras en el que le oía.

-393-

-¿Muy rico, sois? -le preguntó el piloto con cierto aire de avaricia mal encubierta.

Entonces comprendió Rodolfo que el interés podía obrar algo en su favor y contestó calculando sobre ese sentimiento:

-Tengo lo suficiente para hacer noble a un plebeyo y asegurarle su porvenir. Poseo 20.000 pesos de renta anuales, y además sé donde está enterrado el tesoro de mi enemigo.

-Sois bien rico -repitió el piloto como un hombre que calcula sobre una idea que le trabaja su espíritu-, sois bien rico.

El piloto seguía en silencio, como saboreando el pensamiento de lo que vale tener una fortuna, cuando sintió la voz del timonero que le llamaba.

Corrió en el acto sobre cubierta.

La brisa principiaba a hinchar las velas y la nave a cortar las olas con lentitud.

- II -

Las conversaciones entre Rodolfo y el piloto se repitieron más a menudo.

El aislamiento reclamaba pasatiempos y estos se buscan con mayor interés, cuando había de por medio esperanzas que deslindar y la imaginación era presa de una idea halagadora.

Rodolfo, después de haber sondeado al piloto, pensó como piensa todo preso, en los medios de recobrar su libertad.

Este pensamiento que se apodera de todo hombre al pisar los umbrales de una prisión, es tan regular y común, que solo las almas muy débiles renuncian a él.

El alma se reviste de una abnegación tal, en semejantes casos, que no calcula el peligro ni teme los resultados de un fracaso.

Una vez que llega a concebirse la idea de una fuga, la cabeza del reo bulle en planes alegres.

-394-

Rodolfo, ese hombre que tenía la certidumbre de no volver a ver a su esposa, de quedar sin venganza y de morir en una cárcel, era justo que pensase en destruir cuanto se le presentaba para escapar a semejante destino.

A esto se agregaba el frecuente maltrato que el capitán le daba, la vida reclusa y mortificada que llevaba.

Mas ¿cómo conseguir la libertad?

La franqueza manifestada por el piloto y los instintos de avaricia que Rodolfo había observado en él, fueron una luz para su fatigado pensamiento que le mostró la necesidad de conspirar.