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Eunice Odio

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"El libro está integrado por ocho poemas de variada extensión y se cierra con un "Así sea", equivalente al "Amén" de las oraciones cristianas, lo cual le transfiere un sentido de rito sagrado. Tres voces líricas, la del poeta, la de la "amada" y la del "amado" desarrollan el tema en una sucesión de diálogos que no conspiran con la esencia lírica pues anuncian la forma lírico-dramática de la última etapa de plena madurez de Eunice Odio. Con Los elementos terrestres es obvio que Eunice Odio se integra definitivamente en los movimientos de vanguardia al interpretar los temas a varios niveles sugerentes y al darle a la palabra todo su poder mágico-ritual". Rima de Vallbona

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Eunice Odio

Los elementos terrestres

Eunice Odio – la palabra innumerable e ilimitada del poeta

Para conmemorar el décimo aniversario de la muerte de Eunice Odio, la Editorial Costa Rica publicó la segunda edición de Los elementos terrestres. Ahora, al celebrarse los noventa años del nacimiento de esta poeta, la Editorial Costa Rica da a la luz pública la cuarta edición de ese poemario que la dio a conocer en el mundo hispánico.

En 1980 escribí que “por razones inexplicables o quizás más bien por falta de crítica válida, Costa Rica no había reconocido suficientemente el talento de sus más inapreciables escritores y artistas…”, entre los que mencioné, con Carmen Lyra, a Yolanda Oreamuno y Francisco Zúñiga, estaba Eunice Odio. Aquellos que hoy en día presencian los diversos homenajes que se le están tributando a Eunice Odio y lean esas palabras, pensarán que yo soy una ilusa. Desgraciadamente no lo imaginé ni lo inventé, pues es la mera verdad: el nombre de Eunice no figuraba en la lista de nuestros destacados escritores. En las clases de literatura costarricense en la Universidad de Costa Rica, su poesía no se estudiaba y su nombre ni siquiera formaba parte de la nómina de nuestros poetas.

Entretanto, ya Eunice había ganado desde 1947 el premio centroamericano de poesía “15 de septiembre” con su poemario, del que se hizo en Guatemala la primera edición.1 Además, es interesante comprobar que mientras en nuestro país se desconocía su poesía, sus libros, poemas y artículos se publicaban y circulaban en otros países, como El rastro de la mariposa, relato que se publicó en México, y otros de sus textos.2 Costa Rica la ignoraba; cuando Alfonso Reyes la llamó “la gran poeta de las Américas”; Carlos Zener, en homenaje póstumo, afirmó que era “la mejor poeta americana de este siglo”. En la Corona fúnebre para Eunice Odio, Carlos Pellicer, con otros poetas, afirmaron lo mismo. El reconocimiento fundamental a nivel internacional lo realizó Juan Liscano en 1975 con su libro Eunice Odio, Antología – Rescate de un gran poeta. En los Estados Unidos de América la dio a conocer la escritora costarricense Victoria Urbano, quien publicó en inglés, en 1978, los dos cuentos que se conocen de Eunice3 en su libro Five Women Writers of Costa Rica (Cinco escritoras de Costa Rica). Vale reconocer aquí que pequeños grupos de escritores por esas fechas le rindieron homenajes como el que Mía Gallegos, Alberto Baeza Flores y Alfonso Chase celebraron en la Biblioteca Nacional en 1976. En Liberia, Guanacaste, Miguel Fajardo y otros poetas publicaron sendos poemas dedicados a ella en Aurora Literaria, una revista poligrafiada que tiene el mérito de darle el merecido reconocimiento a Eunice Odio, pese a que oficialmente todavía seguía ignorada.

¿Cómo es posible que habiendo sido reconocida de esa manera por los más destacados intelectuales del mundo hispánico, nuestro país continuara ignorándola hasta 1980, cuando la Editorial Costa Rica publicó mi libro La obra en prosa de Eunice Odio? A raíz de esa publicación, la Universidad de Costa Rica organizó una serie de actividades en los diversos medios de comunicación, todas alrededor de la figura y obra de Eunice Odio, lo cual culminó con la segunda edición, que ya mencioné, de Los elementos terrestres y a partir de entonces el reconocimiento en nuestro país fue definitivo. Tanto, que la Editorial de la Universidad de Costa Rica con la de la Universidad Nacional recogieron su obra completa en 1996, en tres gruesos volúmenes editados por Peggy Von Mayer Chaves.

Eunice no solo creó poesía, sino que la vivió intensamente como únicamente lo hacen los poetas de verdad, pues en ella se hace realidad lo que escribió Sir Frances Foote de que “todos podemos recitar y leer poesía, pero vivir la poesía es la sinfonía de la vida”. Eunice es poeta en los términos en los que Emerson definió al verdadero poeta: “el que entre los seres parciales representa al ser completo; el que está separado de sus contemporáneos por la verdad y por su arte; el que es la mitad de sí mismo porque la otra es su propia expresión; el que vuelve a atar las cosas a la naturaleza y al Todo”. Sin embargo, y quizás porque ese es el destino trágico del auténtico poeta, que arde entero en llama viva al volcarse en el verbo, Eunice Odio vivió siempre en una dolorosa soledad, sobre todo en los últimos años de su vida, soledad que quedó manifiesta al descubrir su cadáver en estado de putrefacción, después de varios días de muerta.

La ironía marcó la vida de Eunice: fascinada por la luz que se hizo carne de poesía en sus versos, muere una oscura muerte; y más irónico fue el hecho de que en El tránsito de fuego, su extenso poema, Ion, el Creador, refiriéndose al arbotante de la catedral, dice: “que se le vean, sí, que se le vean los huesos desencarnados, / que se le vean los nervios atmosféricos; / que salten como las aguas de las constelaciones. / Nada tendrá que esconder. / Abierta, / evidente, / alta, / enseñará los miembros bienaventurados”. Estos versos parecen ser una visión premonitoria de cómo la encontrarían a ella en su muerte. Ironía también porque amante de la vida y de altos ideales en arte y belleza, vivió los últimos años autodestruyéndose en el alcohol y poseída de una rabia insolente y soez, que hacía a sus amistades alejarse de ella. Ironía asimismo porque enamorada del país azteca, lo declara su patria y entonces escribe, “aquí [, en México,] dejé o tengo un ombligo superior al otro: el espiritual”; en otra ocasión había confesado que ese amor a México y deseo de ser mexicana la asediaron “desde que era una chamaquilla”; no obstante, ninguna de las obras mayores de ella se llegó a publicar en ese país; ni siquiera cristalizaron en una realidad las gestiones que por los años 80 se hicieron para publicar su obra completa; del mismo modo, al revisar las antologías de poetas mexicanos contemporáneos, comprobé con desaliento que su nombre y poesía no figuraban en ellas. Humberto Díaz-Casanueva, en homenaje póstumo a ella, se lamenta al comprobar que su poesía no figura en las populares y comerciales antologías de esos tiempos y se pregunta: “¿Quién conoce a Eunice Odio? ¿Quién se ha dignado penetrar en una obra tan densa, tan elaborada, tan rica en intuiciones primordiales? No tiene justificación una ignorancia que equivale a una arbitrariedad: a la proscripción del territorio de América de uno de los valores más verticales, poderosos y heroicos”. Esa imperdonable ausencia de Eunice en las publicaciones de aquellos tiempos felizmente hoy se ha superado con creces.

Quien primero reconoció el talento de Eunice en Costa Rica fue don Joaquín García Monge, al publicar sus primeros poemas de 1945 a 1947 en Repertorio Americano. A partir de 1948, con el premio “15 de septiembre” y la publicación de Los elementos terrestres en Guatemala, los lectores se preguntarán por qué su obra maestra, El tránsito de fuego, no ha sido reconocida con un galardón, como se lo merecía. La respuesta está en una carta inédita que Alfonso Orantes le envió a Eunice cuando leyó el manuscrito inédito de ese poemario; en dicha carta explica Orantes que el manuscrito lo envió Eunice desde México para participar en el Certamen Nacional de Cultura realizado por Bellas Artes en Centroamérica, pero esa institución no lo recogió a su debido tiempo en las oficinas de la TACA, por lo que el manuscrito no pudo participar en el concurso. Sin embargo, el autor de esa carta afirma que el primer premio debía haber sido de ella y sigue diciendo que “El tránsito de fuego hará época”; más adelante declara que ella es “la más alta voz poética en Hispanoamérica”.4

En cuanto a la evaluación de la obra de Eunice, vale decir que muy lentamente la crítica ha empezado a hacerle una crítica justa. Comenzó por considerarla exponente de la poesía centroamericana escrita por mujeres junto con Claudia Lars. No obstante, la crítica de los primeros tiempos, sobre todo entre 1947 y 1960, es puramente impresionista: Augusto Monterroso, por ejemplo, pone énfasis en la agresividad ideológica de la primera etapa de su quehacer literario, por sus “ideas avanzadas de izquierda”.5 Además, en otros textos evaluativos, en vez de concentrarse en sus versos, hablan de que ella es una “mujer bellísima y liberada de los prejuicios del medio ambiente”. Respecto a Los elementos terrestres, uno de esos críticos se refiere con cursilería al “encanto peculiar que se desprende, como aroma de flores y de amor, de la tierra de sus Elementos”.

En cambio, sorprende en esos tiempos la opinión expresada el 18 de setiembre de 1960 en el New York Times, que comienza por mencionar el interesante fenómeno literario constituido por un grupo de mujeres en México, las cuales estaban produciendo una “rica y valiosa” serie de novelas, cuentos, dramas y poesías; dicho grupo estaba integrado por Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Josefina Hernández, Margarita Michelena, Eunice Odio y Josefina Vicens; el escritor señala que estas mujeres “con gran sinceridad se desvían de las tesis sociales y políticas practicadas como norma del momento”. Más adelante, el articulista se refiere especialmente a Eunice comentando que de las siete escritoras “es la única que ha hecho de la literatura una profesión. Es a la vez la que menos probabilidades tiene de obtener el Premio Stalin de poesía. Si alguna vez ha habido una poesía celestialmente metafísica en la América hispánica, es la de la autora de El tránsito de fuego. El carácter nada proletarista de su obra ha hecho que la cortejen los agentes literarios comunistas sin que hayan logrado naturalmente ganársela. Su negativa, lo mismo que la incompetencia de la crítica, explican el por qué El tránsito de fuego ha sido condenado al limbo literario de México y de Centroamérica”. Asimismo, el autor da realce a lo anterior al explicar que los textos de Eunice se dan a conocer en el mundo hispánico al lado de los de Pedro Salinas y César Vallejo.

En los tiempos de crítica impresionista y hasta frívola, hay que reconocer que el chileno Alberto Baeza Flores, el amigo que ella conoció en su viaje a Cuba, fue pionero en el rescate de la obra de Eunice al recomendar que el poemario de Eunice, Zona en territorio del alba, se incluyera en la colección de Brigadas Líricas en Argentina, en representación de la poesía de Centroamérica. Además, su prólogo titulado “Eunice Odio: sueño y raíz, misterio y poesía”, da valiosos datos sobre el quehacer literario de la poeta y efectúa una revisión evaluativa de sus poemas en los que señala ya el poder evocativo de su lirismo.

El temperamento inquieto, agresivo y rebelde de Eunice se manifestó cuando a muy temprana edad escapaba de su casa para deambular por las calles de San José. Fue por temor de que por esto la niña fuera expulsada que su madre no la matriculó en la escuela primaria hasta que cumplió los ocho años. Cuando en pocos días aprendió a leer y escribir, dejó sus aventuras escapistas y se refugió en los libros de Julio Verne, Emilio Salgari y muchos otros que hacían sus deleites. Pese a que no prestaba atención en sus clases que la aburrían, cuando se graduó de primaria recibió la “pluma de oro” que la destacaba como la alumna más distinguida de esa escuela.

La rebeldía y agresividad suyas fueron las que en México la distanciaron de los intelectuales de la izquierda y de los círculos que controlaban la mayoría de las actividades culturales y artísticas. Como explicó Juan Liscano, ella tampoco supo desenvolverse en el mundo literario de influencias e intereses creados. Por otra parte, en Costa Rica su nombre se convirtió en anatema porque en una de sus cartas llamó “costarrisibles” a los costarricenses que rechazaban y no comprendían la poesía postmodernista de vanguardia; a esto se agregó el hecho de que se hiciera, primero, ciudadana guatemalteca y, después, mexicana, lo cual fue interpretado como un rechazo a su país natal.

El concepto de “paraíso visitado” nació en ella cuando a los nueve años fue enviada al campo a recuperarse de la varicela y el sarampión que la dejaron muy débil; este contacto con la naturaleza bravía de nuestro país dejó en ella la imagen de la naturaleza mítica, que junto con la imagen del padre, se proyectan a lo largo de su poesía como tema y como recursos integrantes del discurso lírico.

Sorprende comprobar que Eunice Odio fuera una escritora e intelectual autodidacta con una vastísima cultura que adquirió en desordenadas lecturas de la Biblia, los autores clásicos como Shakespeare, Quevedo, San Juan de la Cruz, Góngora y de sus coetáneos, en especial, César Vallejo, Claudia Lars, Pedro Salinas, Max Jiménez y Alejandra Pizarnik, entre muchos otros.

A partir de 1955, cuando Eunice se estableció en México, trabajaba haciendo traducciones al español para diversas casas editoriales, ejercía el periodismo en El Diario de Hoy y publicaba artículos en revistas literarias como Zona Franca, Revista Mexicana de Literatura, Pájaro Cascabel, Cuadernos de Bellas Artes, Cultura, El Cuento, El libro y el Pueblo. Su estadía en México solo fue interrumpida por un viaje a los Estados Unidos, donde permaneció dos años. Al casarse con el pintor Rodolfo Zanabria, Eunice adquirió la nacionalidad mexicana antes de que él partiera para París con una beca. Esta beca la recibió él duplicada para cubrir gastos de la esposa, pero nunca envió por ella; no solo eso, mientras ella se quemaba las cejas trabajando hasta altas horas de la noche para suplir sus básicas necesidades, de cuando en cuando le enviaba giros hasta de $200.00, lo cual era una magnífica suma en aquellos tiempos. Las últimas cartas de Eunice a él, cuando ella descubrió el engaño de que fue objeto y cómo le fue infiel con una amiga, cambian totalmente el tono tierno y afectuoso por uno lleno de rabia y doloroso desengaño.

Pasemos ahora a la poesía de Eunice Odio: para ella un poema no consiste en el hallazgo sorpresivo ni en una imagen osada, o un adjetivo deslumbrante, inusitado; tampoco es una afición ni un medio de dejar su nombre para la posteridad; es más bien “un destino implacable”, como lo calificó ella, una sostenida ascesis hacia el perfeccionamiento, un supremo esfuerzo de realización integral de su ser. En otras palabras, el poema es para ella un acto mágico-ritual.

Su cósmica visión poético-metafísica, saturada de profunda sabiduría ancestral –la de los antiguos vates–, la lleva a descubrir en la palabra la base de todas las magias: “escribir un nombre, equivale a convocar” declara la autora. Es así que Eunice trata la poesía con tan sagrado respeto que pese a las penurias que pasa, selecciona meticulosamente las revistas y casas editoriales donde se van a publicar sus composiciones. Su amor y respeto por la poesía la llevan a confesar: “si me dan un gran poema a cambio de la miseria extrema, y que sólo un poema grande, elijo el poema grande, aunque sea sólo uno”. Agrega que “no hay cosa que no dé por la belleza [sinónimo para ella de poesía] que es una forma de Dios: la más próxima a Su Naturaleza”. La declaración suya de “¿para qué quiero ser rica si soy poeta?”, explica mejor que nada la sagrada misión que ella cumplía como poeta. Cuando puso punto final a su obra maestra El tránsito de fuego, le explica a su esposo en una carta que de la emoción de haber terminado ese extenso poema cayó de rodillas y dio gracias a Dios por haberle permitido mantener hasta el final el digno tono con el que lo comenzó.

A lo largo de la poesía de Eunice Odio, poco a poco se va definiendo su poética como una iniciación estético-mística, un verdadero “tránsito de fuego” durante el cual ocurre la transfiguración del poeta. “He pensado mucho –confiesa ella– en este extraño fenómeno de la curiosa ‘transfiguración’ porque ha afectado mi vida entera en diversas formas. […] Imagino que lo mismo les ha ocurrido a muchos poetas o artistas”. Esta noción estético-mística lleva a Eunice a concebir la poesía como una “sinfonía inmensa” que Dios nos está cantando, pero que de cuando en cuando el poeta es el único que oye alguna parte.

Anhelando gozar con todo su ser de esa sinfonía, Eunice rechaza la soledad en que ella misma vive porque considera que el deber del poeta es el de mezclarse con la humanidad y ser “pluránimo”; este neologismo creado por ella tiene gran trascendencia a lo largo de El tránsito de fuego al expresar “la condición trágica del creador de ser la suma de todas las ánimas”. Así, aquellos que han logrado plasmar sus intuiciones poéticas en una obra imperecedera, son los que han armonizado en esa obra su yo profundo saturado de vivencias personales con el yo colectivo intrahistórico y con la naturaleza. La síntesis queda captada en todas y cada una de las herramientas del poeta, a saber palabras, imágenes, ritmo, intensidad lírica y cosmovisión.

La poesía de los comienzos y la de Zona en territorio del alba de Eunice entroncan con el romanticismo de los poetas que ella misma llamó “románticos exasperados”, porque según su opinión asumen una actitud de vigilia y pasión y tienen hambre de espacio. En la última etapa creativa, su poesía ya vanguardista es difícil, complicada, cuajada de secretos, hermética por lo profunda, es trascendental. Lo es en cuanto eleva siempre lo personal y casual de las situaciones y el destino de los personajes lírico-dramáticos a un nivel universal.

Es interesante observar a lo largo de los poemas suyos cómo creador y poeta son sinónimos; en la creación poética, como en la Creación divina, explica Juan Liscano, “se operará [la transubstanciación] por la palabra; las cosas serán porque las nombra Ion, el creador; la acción de nombrar impera en toda la obra para el bien como para el mal”. Así, para Eunice la palabra es la cosa misma nombrada por el Verbo divino creador. Si el poder del creador-poeta está en la palabra misma que se transubstancia en cosa y el poeta es el que posee la “palabra ilimitada”, “la lengua innumerable”, no sorprende que en la poesía de Eunice todo se vuelva esencial, hasta los adjetivos.

La fuerza sugerente de sus poemas radica en ese poder de la palabra innumerable e ilimitada, sobre todo a partir de Los elementos terrestres. Entonces se hace patente la influencia de El cantar de los cantares bíblico y el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, lo cual se puede captar por los epítetos, con los que la amada invoca al Amado (bello, eterno, dulcísimo), en las sensuales imágenes eróticas saturadas de misticismo (“Tu sexo matinal/ en que descansa el borde del mundo / y se dilata”, “…es amor tu cuerpo / y tu voz, / un manojo de lámparas”). Se repite el verso que dice: “Ven / te probaré con alegría”. Más adelante, es obvia la entrega de la amada al Amado cuando ella dice “Y ya dentro de ti / yo no puedo encontrarme, / cayendo en el camino de mi cuerpo / con sumergida y tierna / vocación de espesura”. Abundan en el poema las metáforas sensuales vanguardistas, las cuales se enlazan con una carga polivalente que connota varios niveles de significación, los cuales se manifiestan simultáneamente: la unión amorosa del hombre y la mujer; la sucesión repetida de las estaciones, la naturaleza feraz en la que las mujeres tienen “el vientre madurado” “y se hace honda en la frente / la señal de parir / y sollozar”; y el paso de la vida a la muerte. El fruto “transitorio” y “temporal” corresponde al primer nivel de significación. En el segundo nivel, las voces del Amado y la amada cantan el éxtasis amoroso de magnitud mítica, lo cual culmina en el hijo, que es primicia del amor. En el tercer nivel se evoca la creación, la del Ser Supremo, Dios, y la del poeta con el Verbo –la palabra. En cada uno de esos niveles el título del poema, Los elementos terrestres, sugiere el resultado final de fruto de la naturaleza; hijo del amor de la pareja humana, y poema captado por el creador, los tres en una lograda síntesis lírica.

Los elementos terrestres está integrado por ocho poemas de variada extensión y se cierra con un “Así sea”, equivalente al “Amén” de las oraciones cristianas, lo cual le transfiere un sentido de rito sagrado. Tres voces líricas, la del poeta, la de la “amada” y la del “Amado”, desarrollan el tema en una sucesión de diálogos que no conspiran con la esencia lírica pues anuncian la forma lírico-dramática de la última etapa de plena madurez de Eunice Odio, la de El tránsito de fuego. Esta tendencia dramática resulta al combinar e intercalar a lo largo del texto varias voces en un contrapunto de poemas.

Con Los elementos terrestres es obvio que Eunice Odio se integra definitivamente en los movimientos de vanguardia al interpretar los temas a varios niveles sugerentes y al darle a la palabra todo su poder mágico-ritual que la hace, según ella, “resplandecir”; la palabra que “resplandice” Eunice la explica diciendo que es la que atrapa y envuelve al lector dentro de un círculo mágico. Esto se percibe a lo largo de los diversos poemas de Los elementos terrestres y sobre todo al final, cuando la voz lírica convoca a los niños y a las doncellas a buscar al “Hombre, al Camarada […] al Amado del día transitorio / cuya angustia se detiene / en mis pechos como el mar […] Oh niños, / oh doncellas alegres, / oh mujeres de vientre madurado, / glorificadlo / y exaltadlo conmigo / hasta que nuestras bocas sagradas / se detengan./ Así sea”.

Rima de Vallbona

1 Eunice Odio, Los elementos terrestres, 1ª edición, Guatemala: Editorial El Libro de Guatemala, 1948; 2ª edición, San José: Editorial Costa Rica, 1984; la 3ª y última, Madrid, España: 1989.

2El rastro de la mariposa. México: Editorial Finisterre, s.f. Los trabajos de la catedral. México: Editorial Espacio, s.f. Zona en territorio del alba (poesía, 1946-1948). San Rafael Mendoza, Argentina: Brigadas Líricas, 1953.

3 En una de las cartas de Eunice a su esposo le habla de “Omar 8”, cuento inédito que no he logrado localizar.

4 Aquellos que deseen conocer esta extensa carta completa, los remito al ejemplar inaugural de la Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (RANLE), Vol. I, 1-2, Nov. 2012.

5 Algunos dicen que esa tendencia ideológica de Eunice persistió hasta que ella fue a Cuba, la tierra de origen de su padre, Aniceto Odio. Tania Pleitez Vela sugiere que esa visita la realizó a finales de 1952 y principios de 1953; Pleitez explica: “Su antiestalinismo y anticastrismo expresados en artículos publicados en la revista Respuesta, la llevaron al aislamiento literario”. Cuando cambia su tendencia, se va a los extremos, tanto que se vio obligada a firmar sus artículos con seudónimos, distanciada como estaba, de los grupos de izquierda de México, donde predominaba el “mito de la revolución” como se verá más adelante.

Los elementos terrestres*

* Nota del E.: Esta obra recibió el Premio Centroamericano “15 de septiembre” en 1947. Primera edición Guatemala: Editorial “El Libro de Guatemala”, 1948. En la última página de esta edición se lee: “Este volumen, No. 7 de las Ediciones de “El Libro de Guatemala”, que dirige Víctor Villagrán Amaya, se terminó de imprimir el día 15 de mayo de 1948, en los talleres de la “Editorial B. Costa-Armic”, calle Rep. de El Salvador No. 56, en la Ciudad de México, en un tiraje que consta de mil quinientos ejemplares”.

A Jorge

Poema primero

Posesión en el sueño

Ven

Amado

Te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche.

Tu cuerpo acabará

donde comience para mí

la hora de tu fertilidad y tu agonía;

y porque somos llenos de congoja

mi amor por ti ha nacido con tu pecho,

es que te amo en principio por tu boca.

Ven

Comeremos en el sitio de mi alma.

Antes que yo se te abrirá mi cuerpo

como mar despeñado y lleno

hasta el crepúsculo de peces.

Porque tú eres bello,

hermano mío,

eterno mío dulcísimo,

Tu cintura en que el día parpadea

llenando con su olor todas las cosas,

Tu decisión de amar,

de súbito,

desembocando inesperado a mi alma,

Tu sexo matinal

en que descansa el borde del mundo

y se dilata.

Ven

Te probaré con alegría.

Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.

Hablaremos de tu cuerpo

con alegría purísima,

como niños desvelados a cuyo salto

fue descubierto apenas, otro niño,

y desnudado su incipiente arribo,

y conocido en su futura edad, total, sin diámetro,

en su corriente genital más próxima,

sin cauce, en apretada soledad.

Ven

Te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche,

y anudarán aromas caídos nuestras bocas.

Te poblaré de alondras y semanas

eternamente oscuras y desnudas.

Poema segundo

Ausencia de amor*

Amado

en cuyo cuerpo yo reposo,

Cómo será tu sueño

cuando yo te he buscado sin hallarte.

Oh,

Amado mío, dulcísimo

como alusión de nardo

entre aromas morenos y distantes,

Cómo será tu pecho cuando te amo.

Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo

y tu voz,

un manojo de lámparas.

Amado,

Hoy te he buscado

por entre mi ciudad

y tu ciudad extraña,

donde los edificios

no se alegran al sol,

como frutales conchas

y celestes cabañas.

Y andaba yo

con un crepúsculo enredado entre la lengua,

Con aire de laguna

y ropa de peligro.

Me vio desde su torre

un auriga de jaspe,

Yo te andaba buscando

por entre el verde olor de sus caballos,

Por entre las matronas

con pañales y pájaros;

Y pensando en tu boca

reposaban mis ojos,

como palomas diurnas

entre hierbas amargas.

Y te buscaba entonces

por las inmediaciones de mi cuerpo.

Tú me podías llegar

desde el suceso cálido.

II

Amado

Hoy te he buscado sin hallarte

por entre mi ciudad

y tu ciudad extraña,

Junto a alquerías errantes

guardadas por el campo

y de agitado pasto vencidas y entornadas.1

Y de pronto llegaste,

huésped de mi alegría,

y me poblé de islas