Los fugitivos perdidos - Neda Nezhdana - E-Book

Los fugitivos perdidos E-Book

Neda Nezhdana

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Beschreibung

Obra teatral que nos lleva a un hecho de la historia reciente de Ucrania que ha transcendido, por sus repercusiones, las fronteras: el accidente nuclear de la central de Chernóbil de 1986. La obra se centra en los acontecimientos vividos por varios personajes que siguen habitando 'la zona', como se denomina al entorno de esa central, altamente contaminado tras el accidente nuclear, el mayor que ha sufrido nuestro planeta en tiempos de paz. Sus vidas se han visto afectadas directa o indirectamente por la experiencia de ese horror y se debaten entre la esperanza y la desesperación. En esta sorprendente comunidad, se desencadenan unos hechos inesperados cuando irrumpe un nuevo personaje: sobre la delgada línea que separa la realidad de la fantasía, las vidas de cada uno de ellos tomarán entonces su propio derrotero. Pero la obra tiene también otra dimensión: al calor de los acontecimientos, esos personajes reflexionan sobre lo que ha vivido, lo que vive y, tal vez, viva su país. La voz de la autora se suma así a la reflexión colectiva sobre la historia pasada y presente del pueblo ucraniano y sus expectativas de futuro, puestas hoy a prueba por la invasión rusa.

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Título original: Ʒɑϭπуκɑні ϐmіκɑvі, publicada por primera vez en la revista Днinpo, Kiev, 2012

© Del texto: Neda Nezhdana

© Del preámbulo: Antonio Tordera Sáez, 2022

© De la introducción: Evelio Miñano Martínez, 2022

© De la traducción: Maryana Gudyma, 2022

© De esta edición: Universitat de València, 2022

© De la ilustración de la cubierta: Maryana Gudyma, Amapolas desamparadas

Coordinación editorial: Maite Simón

Maquetación: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: David Lluch

ISBN: 978-84-1118-067-2 (papel)

ISBN: 978-84-1118-068-9 (ePub)

ISBN: 978-84-1118-069-6 (PDF)

Edición digital

Índice

Preámbulode Antoni Tordera Sáez

Introducciónde Evelio Miñano Martínez

Los fugitivos perdidosde Neda Nezhdana

En mitad de la noche oí un ruido. Gritos. Miré por la ventana. Él me vio:

–Cierra las ventanas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.

No vi la explosión. Solo las llamas. Todo parecía iluminado. El cielo entero… Unas llamas altas. Y hollín. Un calor borroso. Y él seguía sin regresar.

Svetlana ALEXIÉVICH

PREÁMBULO

Para entender Los fugitivos, que habla de un drama inaccesible para quienes no han pisado la tierra ucraniana, recurro a una especie de panorama –aquel recurso escenotécnico que con una pantalla circular envolvía a los espectadores–. Pero ese panorama, en Los fugitivos, me reenvía a la oscuridad. No la oscuridad de la noche ni de la ignorancia, pero no tengo otra palabra para esa luz que envuelve la situación política ucraniana ni para el drama que la autora propone. Así que me acerco al texto de Neda Nezhdana ayudándome de dos narradores en los que confío mucho y a los que releo con frecuencia: John Berger y Henning Mankell, pero me acojo a ellos en un pasaje o tema o interrogación que tienen en común: las pinturas rupestres de las cuevas prehistóricas. Y en esto hay algo inquietante: ambos escribieron sobre esos espacios y enigmas cuando ya presentían la muerte que finalmente les llegó.

Así que cito de ellos lo que me parece conveniente para entender y descifrar Los fugitivos. Por ejemplo, John Berger, ensayista, experto en arte y narrador, entre otras obras, de una trilogía sobre las fatigas de los labradores en montañas inhóspitas. Sin embargo, para leer a Nezhdana me centro en lo que Berger dice en otro texto, en el que señala las figuras pintadas en el interior de la remota oscuridad de las cuevas. Y, al mismo tiempo, asumo que, según Berger, ese lugar, ese espacio «no tiene absolutamente nada en común con el de un escenario».

Necesito avanzar, así que concluyo lo que me parece pertinente para entrar en la obra de Neda Nezhdana, porque ella pone en pie personajes que se mueven en una oscuridad que fluctúa entre la vida y la muerte; un lugar similar a aquel del que Berger afirma: «el drama de aquellas primeras pinturas pintadas no se halla ni a un lado ni en el frente, sino que está siempre detrás de la roca. De donde salieron. Como lo hicimos nosotros…», es decir, los personajes de la ficción dramática pero también nosotros, los lectores, ante un conflicto que ha sacado al aire libre las raíces profundas e inquietantes de una longeva Europa, proteica, problemática, raptada, pero necesaria, incluso pienso que imprescindible.

El breve préstamo tomado de Berger me sirve para entender a estos fugitivos, que ansían la felicidad, y que la conseguirán, sea en Ucrania o lejos, pero que sobre todo son unos personajes y un texto que tienen la textura de lo oscuro (son «fugitivos perdidos»). Es la manera, entiendo, que la autora, Nezhdana, tiene para construir un universo propio y no muy al alcance del lector mediterráneo. O sí. Porque, abusando de los paradigmas y etiquetas, se diría que estos fugitivos están transidos por una especie de realismo mágico, propio e insobornable, que, a pesar de ello, nos hipnotiza.

Para salir de esa encrucijada de manera operativa, esto es, públicamente, me sirve el otro autor, Henning Mankell, no el novelista del detective Wallander, sino el de sus memorias póstumas, con título que viene al caso: Arenas movedizas. Porque Mankell también vuelve la mirada –cuando ya se sabía enfermo de cánceral secreto de las artes rupestres, el que nos guía hasta el escenario del desastre y del futuro de la guerra actual. En eso las imágenes que las televisiones muestran son elocuentes, o quieren serlo. Demasiado. Tanto que necesito un detalle para medir la magnitud del conflicto. Y lo encuentro en un pasaje que Mankell escribe ante la noticia de que, en el subsuelo de una tierra centroeuropea, se había hallado una antigua tumba con el esqueleto de un hombre. Nuestra Europa, tras tantos combates, debe estar sembrada de lugares así, aunque el de esta ocasión tiene más de 25.000 años. Lo extraño es –y ese es el punctum que me hace accesible el horror, a la vez que me ofrece la ternura ante las ruinas de la Ucrania de ahora y sus víctimas– cuando el narrador añade que, junto al hombre enterrado, se encontró un juguete, una muñeca o tal vez un títere.

Si vuelvo al pasaje de Mankell sobre las cuevas rupestres –una reiteración constante en su obra–, el asunto nos lleva al meollo de Chernóbil, ya que en todos los momentos en que el novelista sueco recurre a las pinturas rupestres –empujado por el deterioro de su enfermedad–, insiste en una idea que transcribo a mi manera, aun perdiendo la belleza de su estilo. Dice y piensa Henning Mankell así: nuestros antepasados ancestrales nos dejaron en las cuevas sus hermosas pinturas rupestres. Nos han llegado tras miles de años, prácticamente intactas, pero ¿qué dejaremos nosotros en las cuevas a nuestros descendientes? Y se responde: en esas cuevas estamos depositando barriles de basura nuclear que durarán cientos o miles de años.

En fin: Chernóbil. Y Neda Nezhdana: Los fugitivos perdidos.

La guerra Ucrania/Rusia acabará. O no acabará, si es que al final, o en un momento dado, se utilizan las armas nucleares. Aunque si eso no llega a ocurrir –o aun asís– erá una guerra con efectos terribles que no podemos hoy imaginar, si hay obuses nucleares y esa hecatombe homérica sucede, habrá entonces un antes y un después en la Historia.

Esa es la razón –y la apoyo– por la que la Universitat de València ha elegido esta obra para tomar posición ante el conflicto actual. Ya hay fugitivos exiliados, a su vez acogidos en Europa. Y ya hubo, en la explosión de Chernóbil, unos fugitivos perdidos, tal vez desaparecidos para siempre, en aquellos lodos candentes o en estos barros terribles. De manera que, pienso, esa es la razón por la que se ha decidido publicar el texto de Neda Nezhdana, al creer que en el vientre de esta guerra está Chernóbil. Y a partir de ahí la huella –aunque yo diría zarpa– de una geopolítica insostenible y, si se me apura, incomprensible. Solo el teatro, desde sus orígenes, sirve para desvelar, para dar indicios al público, ese público analfabetizado por las redes y sus imposturas (diga usted fakes) en lo insondable de los movimientos históricos y las motivaciones económico-políticos. Así que no reduzcamos todo a la megalomanía de un solo individuo que dice llamarse Putin. Es más storytelling, más narrativo, pero es más simplificador, y por eso consuela más: si se muere individuo, todo estará resuelto y en paz.

Antoni Tordera SáezDirector y autor teatral

INTRODUCCIÓN

Neda Nezhdana declara explícitamente el puerto o la cueva de la que parte su obra. Nada menos que una gigante de las letras: Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015,de cuya obra se fija en un título: Voces de Chernóbil: Crónica del futuro, escrita en 1997 para hablar de la catástrofe de la central nuclear el 26 de abril de 1986, cuando a la 1:23:58 se declararon una serie de explosiones en el reactor y el cuarto bloque de la central nuclear de Chernóbil. A partir de ahí, junto a un amplio material documental en el que encontramos incluso los chistes del momento, la autora recrea su propia dramaturgia, de la que destacaremos como principales ejes: el tiempo, el espacio y la suma de ambos encarnada en los personajes. Con la urgencia que el momento requiere, describimos algunos rasgos para que el lector valore y, ojalá, la gente de teatro se decida a poner la obra en escena.

Si nos atenemos al argumento, se constata la peripecia de unos personajes que parecen seguir el desarrollo propio de los textos de relaciones interpersonales. Todos ellos, cada uno por sus razones, han decidido vivir en la zona, como se conoce al entorno de la central nuclear, que quedó altamente contaminado por la radiación tras el accidente de 1986. En ese marco, con numerosas alusiones a las luces y sombras de la transición a la era postsoviética, se entrecruzan unos itinerarios personales marcados, ya sea directa o indirectamente, por el accidente nuclear o sus secuelas. No descubriremos el desenlace que va germinando en el emparejamiento de la mayoría de los personajes cuando buscan la felicidad en otro lugar o permanecen aferrados a la tierra ucraniana.

Lukash es el personaje que cataliza la evolución personal e interpersonal de los habitantes de la zona cuando aparece inesperadamente entre ellos. Es un desertor del ejército que acude a ese lugar maldito en busca de la casa de sus abuelos para refugiarse. Antes de eso, cuando se encontraba en una situación de extrema necesidad, por razones ligadas a Chernóbil y a la crisis social y económica que sufre su país, se había alistado en el ejército como último remedio, pero su amarga experiencia militar le ha hecho desertar. Es, tal vez, el personaje que mejor se hace eco del pesimismo de sus compatriotas: tras calamidades históricas como una subyugación secular, las luchas internas o el Holodomor, el accidente de Chernóbil sería algo así como la puntilla final: «El mismo fracaso que todos los ucranianos, ¿no? Ya lo he dicho, somos un error de la naturaleza…». Pero Lukash tiene su contrapartida en Zoriana, bióloga canadiense descendiente de ucranianos que se ha instalado en la zona para estudiar el comportamiento de la naturaleza afectada por la radiación. Paradójicamente, Zoriana encuentra en ese lugar maldito signos de un renacer y de un futuro, tanto para ella como para su pueblo, al que critica duramente por el pesimismo paralizador y autocomplaciente que ha asumido y que le condena a la inacción. El encuentro entre estos dos personajes tendrá importantes repercusiones en sus vidas.

Vasyl y Karina son otros dos personajes que traban una relación decisiva para su futuro. El hombre, que fue bombero liquidador,1 está profundamente amargado por haber causado la muerte de su hija, pues ante la insistencia de esta, le dio su casco para jugar, lo que le provocó un cáncer mortal por contaminación radioactiva. Con la vida rota ha regresado a su casa, en la zona, obsesionado por una puerta donde tradicionalmente han yacido los difuntos de la familia, entre ellos su desgraciada hija, antes de ser enterrados. Pese a un duro desencuentro inicial con Karina, una viuda refugiada de la guerra que estalló en Tayikistán tras su independencia, las vidas de ambos se entrelazarán. El testimonio de Karina, entretanto, nos permite vislumbrar el horror de la guerra interétnica que se desencadenó en la exrepública soviética y que le afectó directamente. Vasyl y Karina se moverán a menudo en torno a esa puerta de la casa, cuyas resonancias simbólicas son de profundo calado.

Junto a esos personajes, hay otros dos profundamente aferrados a la zona. Por una parte, se nos presenta a Pavlo, un pintor solitario con una historia de amor desgraciado, que ha encontrado, paradójicamente, su inspiración en ese lugar maldito, lo que no deja de plantearnos preguntas en torno a la relación entre el horror y el arte. ¿Puede nacer el arte en medio del horror? ¿O es, precisamente, el arte la mejor manera de combatir el horror? ¿Qué consigue Pavlo así? En todo caso, recordando a la tradición del teatro occidental, Pavlo protagonizará junto a otro personaje una anagnórisis, que puede considerar el lector si decide hacer balance de la esperanza y desesperación que se desprenden de la obra.

El otro personaje arraigado en la zona es baba2 Fedia, una suerte de vieja curandera que ha sufrido el rechazo de sus familiares porque consideraban que podía contagiarlos de radioactividad. Tras ese desencuentro ha regresado a la zona, donde vive sola y mantiene unos profundos vínculos, seguramente ancestrales, con la vida animal de su entorno. El trato amable que tiene con esos seres nos recuerda que también fueron víctimas olvidadas y maltratadas –como se pone de relieve en Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévitch– del accidente nuclear ocasionado por el hombre. El profundo respeto que el resto de los personajes tienen por baba Fedia, enfatizado al calor de los acontecimientos, le hace ocupar un lugar especial en esa comunidad que habita un lugar maldito. Por sus vínculos ancestrales con la naturaleza, la importancia concedida a este personaje sugiere que, tal vez, los seres humanos solo podamos escapar de ese Chernóbil y de otros posibles que se puedan producir en el futuro, modificando, entre otras cosas, el trato que damos a los seres vivos con que compartimos el planeta.

Todos los personajes protagonizan escenas de ficción dramática situadas en la realidad de ese universo escénico. Ahora bien, esas escenas se alternan con otras que tienen un planteamiento diferente, situadas entre lo onírico y lo maravilloso. Algunos de esos momentos están protagonizados por animales. En realidad, estos están muy presentes desde el principio, ya que el primer altercado entre Vasyl y Karina se debe a que esta lo hace responsable de la travesura que ha cometido su hijo Arsén: recoger y llevarse a casa a un lobezno con una pata rota. El lobezno escapará, después, en busca de su manada, arrastrando tras él al niño, al que intentarán rescatar porque acabará perdiéndose en el bosque. Karina nos adentra en un universo singular al interpretar esos acontecimientos haciéndose eco de una creencia popular según la cual los muertos visitan a los vivos encarnados en animales: el lobezno y el lobo podrían ser sendas encarnaciones del hijo que llevaba en el vientre y de su marido, ambos muertos como consecuencia del conflicto civil que intentaron dejar atrás. Nos sorprenderá la explicación que da a la fuga de Arsén en busca del lobezno, como también el desenlace, que sugiere la necesidad de no quedarse anclado en el pasado si se aspira al porvenir.