Los habitantes del bosque - Thomas Hardy - E-Book

Los habitantes del bosque E-Book

Thomas Hardy.

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Beschreibung

"Los habitantes del bosque" forma, junto con "Tess" y "Jude el oscuro", el tríptico con el que Hardy cerró su carrera de novelista y nos dio sus mejores creaciones. Pese a ser un poco menos conocida que las otras, "Los habitantes del bosque" tal vez sea su novela más compacta (además de la preferida del autor), en la que la naturaleza se convierte en un ser vivo más que da cobijo y sentido a las vicisitudes, dramas y pasiones de unos personajes que son víctimas de un universo despreocupado, de su sociedad, de sus semejantes y, sobre todo, de ellos mismos.

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Seitenzahl: 848

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Thomas Hardy

Los habitantes del bosque

Edición de Miguel Ángel Pérez Pérez

Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez

Contenido

Introducción

Thomas Hardy y el pesimismo existencial

Vida y obra de Hardy

«Los habitantes del bosque»: deseo y volubilidad

Bibliografía

Los habitantes del bosque

Prefacio

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

XXVI

XXVII

XXVIII

XXIX

XXX

XXXI

XXXII

XXXIII

XXXIV

XXXV

XXXVI

XXXVII

XXXVIII

XXXIX

XL

XLI

XLII

XLIII

XLIV

XLV

XLVI

XLVII

XLVIII

Créditos

Introducción

Thomas Hardy y el pesimismo existencial

No creo que sea muy aventurado o exagerado afir mar que Thomas Hardy es el novelista inglés más importante del último cuarto del siglo XIX, o, lo que es lo mismo, el escritor del periodo victoriano tardío más personal, relevante y destacado. En tan rotunda afirmación el término «inglés» solo denota nacionalidad, pues Hardy comparte tal preeminencia con el norteamericano, después nacionalizado británico, Henry James1. Otros escritores más o menos contemporáneos de Hardy como George Meredith, Robert Louis Stevenson, George Gissing, Samuel Butler o el irlandés George Moore no pueden llegar a contender por tan alto honor, aunque ocupen un dignísimo segundo puesto colectivo (y las clasificaciones, claro está, además de bastante odiosas son siempre bastante discutibles), mientras que un autor fundamental como el polaco Joseph Conrad es ya un novelista moderno, en el más amplio sentido del término, al que debemos considerar perteneciente a la generación inmediatamente posterior y uno de los puntales de la novelística de principios del siglo XX que se diferencia de la novela realista que, tan a su modo y con tantos matices como se pueden hacer al término, había escrito Hardy.

La importancia de Hardy como literato se amplía aún más por el hecho de que no solo fue uno de los principales novelistas en lengua inglesa de las últimas dos décadas del siglo XIX, sino también uno de los poetas más destacados en esa lengua de las tres primeras del XX, junto a una figura de tantísima importancia como W. B. Yeats, una vez que optó por abandonar la narrativa a finales de siglo y dedicarse por entero a su pasión fundamental. La poesía es vital en la obra de Hardy, el cual siempre afirmó que era ante todo poeta, y que se había dedicado a la novelística para conseguir abrirse hueco en el panorama literario; impregna su prosa y su particular percepción del mundo y la existencia humana, y constituye uno de los factores esenciales que le otorgan su característica voz propia.

La carrera literaria de Hardy abarca desde 1870, cuando escribió su primera novela (aunque en el período 1865-1867 ya había pergeñado sus primeros poemas, que se publicarían muchos años después, y una novela que nunca vio la luz), hasta el mismo año de su muerte, 1928, en que compuso sus últimos versos. Si nos centramos en su faceta más conocida de novelista, su actividad se extiende fundamentalmente entre 1872 y 1895, lo cual nos permite clasificarlo con meridiana facilidad como un escritor del período victoriano tardío. En líneas muy generales, la producción novelística del tardovictorianismo, ejemplificada en la producción de los autores antes nombrados y de bastantes más, a los que justo a continuación hay que añadir la de los novelistas eduardianos de principios del siglo XX (Arnold Bennett, H. G. Wells, John Galsworthy, E. M. Forster, etc.) sigue en buena medida las pautas formales de la gran novela realista que había dominado el XIX —con todas las matizaciones y precisiones que queramos hacer al respecto—, pero incorpora un análisis de la condición humana desde nuevas perspectivas, sirviéndose de la revolución que supuso la teoría de la evolución de Darwin, de los fundamentos del Naturalismo francés, de la radical disección de las hipocresías y paradojas burguesas del teatro, asimismo naturalista, de Ibsen, de las teorías psicoanalíticas de Freud o de los cambios sociales y políticos que, a marchas forzadas, estaban operando en el país, para atreverse a tratar unos temas que habían estado vedados a sus precursores victorianos. El cambio, por lo tanto, está más en el fondo que en la forma, y es un fondo del que las novelas de Hardy son uno de los principales ejemplos. En ellas encontramos las ideas y tendencias propias de su época, como son la influencia de los avances científicos, las nuevas corrientes filosóficas que querían llenar el vacío dejado por la pérdida de fe religiosa, el rápido crecimiento de políticas de izquierdas para dar voz a la clase trabajadora o la lucha de las mujeres para conseguir un estatus social y legal más justo. Y, por supuesto, también hallamos un tratamiento de las relaciones humanas mucho más franco que en décadas anteriores.

El puritanismo pequeñoburgués imperante durante el período victoriano, sobre todo, en su momento culminante (1840-1870), había hecho imposible que los novelistas ingleses abordaran abierta y explícitamente cuestiones sociales e íntimas como podían ser el adulterio, la prostitución o el mero deseo humano incontrolable. Eso supone una lacra y carencia que contrasta con el tratamiento más directo de tales temas en los otros dos grandes frentes de la novela realista decimonónica, el francés y el ruso. No encontraremos en la novela victoriana grandes historias de adúlteras como la Madame Bovary (1856) de Flaubert, la Anna Karenina (1877) de Tolstói, la Thérèse Raquin (1867) de Zola o la propia La adúltera (1882), del alemán Theodor Fontane, como tampoco podían hablar abiertamente de hijas que por necesidad económica se ven abocadas a la prostitución, como en Crimen y castigo (1866) de Dostoievski, u otras situaciones similares. Por el contrario, en 1850 Dickens había abordado el tema de las «jóvenes descarriadas» en David Copperfield desde la posición paternalista de rigor en las figuras de Martha y la «pequeña» Emily, y redime a esta de su pecado enviándola al exilio en Australia, donde se entregará a la ayuda a los demás sin que pueda tener opción de rehacer su vida con algún hombre. La misma suerte correría la Ruth (1853) de Elizabeth Gaskell. Un personaje femenino aventurero y de dudosa moral como la Becky Sharp de La feria de las vanidades (1848) de Thackeray es una clara excepción a la regla victoriana, pero incluso en ella nos da la impresión de que el autor no se atreve a dejarle hacer todo aquello de lo que sería capaz. Anthony Trollope también trató con mucho cuidado el tema de las «descarriadas» en El vicario de Bullhampton (1870), y ese mismo año escribió otra novela, Ojo por ojo, que tardó nueve años en publicar porque en ella abordaba de forma explícita —y también muy paternalista— la cuestión del sexo fuera del matrimonio (y si se decidió a publicarla en 1879 fue precisamente porque con anterioridad algunas novelas de Hardy le habían abierto el camino). Solo en algunas de las llamadas novelas sensacionalistas, de mala reputación y, por lo general, peor calidad, se podían abordar —que no tratar explícitamente— temas escandalosos como seducciones que dan lugar a hijos ilegítimos y los avatares de las mujeres caídas o descarriadas (las novelas de Mary Elizabeth Braddon son un excelente, y bastante interesante, ejemplo de este subgénero, y, al fin y al cabo, abrieron en parte el camino para los libros de Hardy, Gissing o Moore).

Algunas de las novelas continentales mencionadas arriba pertenecen a la década de 1880 (al igual que La regenta de Clarín o Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós), años en los que Hardy estaba en pleno vigor como novelista, y él sí que tenía mucho que decir sobre el deseo y las relaciones humanas consideradas ilícitas por la sociedad, como había demostrado desde su primera novela. No es de extrañar que se le ensalzara en su momento como el Zola, el Tolstói o el Flaubert inglés. Pero, lo que es más importante, Hardy tenía una visión muy personal de la existencia humana de la que va dejando constancia libro tras libro, en los que configura su particular mundo que, con frecuencia, y pese a su aparente vocación realista, poco tiene que ver con el de sus contemporáneos.

Para empezar, Hardy es ante todo un cronista del mundo rural. Sus mejores novelas, así como muchos de sus poemas, transcurren, en especial a partir de Lejos del mundanal ruido, en el condado imaginario de Wessex. Sin embargo, eso significa esencialmente que dicho condado es un trasunto de un condado muy real, el de Dorset, en el suroeste de Inglaterra, donde Hardy nació, se crio, vivió parte de su vida y escribió muchos de sus libros, si bien no se corresponde topográficamente con exactitud con Dorset y, de hecho, Hardy fue ampliándolo a su conveniencia a lo largo de su obra. La ciudad que da título a El alcalde de Casterbridge, por poner un caso, es la propia Dorchester, la ciudad más cercana a la aldea en que había nacido Hardy, y la ciudad universitaria de «Christminster» de Jude el oscuro es Oxford; en Los habitantes del bosque, las ciudades, los pueblos y hasta las casas tienen su equivalente real en una zona del sur del condado, aunque Hardy fuera cambiándolos de localización según le convenía para los intereses de la historia (así, por citar varios ejemplos, «Exonbury» es en realidad Exeter, «Oakbury Fitzpiers» es Okeford Fitzpaine, «Sherton Abbas» es Sherborne, y «Hintock House», la casa de la señora Charmond, es Turnworth House, cuya situación real cambió Hardy para que los dueños de la mansión no se dieran por aludidos y se ofendiesen; sin embargo, no se ha conseguido dilucidar con exactitud qué aldea es Little Hintock, existiendo varias candidatas posibles). De ese modo, Hardy pudo ir desarrollando en sus libros su reino literario personal, dotado de su propia historia —que se remonta a las primitivas tribus celtas y a la ocupación romana—, paisaje, actividades económicas y personas, y utilizar sus mitos, supersticiones y leyendas trágicas. Wessex se convirtió en la marca de la casa Hardy, y contribuyó a darle aún más éxito como novelista.

Es ese mundo rural más o menos aislado y apartado del «mundanal ruido» el que Hardy mejor domina y en el que sitúa sus novelas más logradas. Ya el propio estilo narrativo del autor, pese a sus muchas veces sorprendentes disquisiciones o aserciones filosóficas y a sus peculiares elecciones léxicas, parece deberle mucho a la tradición oral popular, y los mismos argumentos de sus libros también parecen encajar con las baladas de amores complicados/desgraciados/pasionales que Hardy conocía desde pequeño. Una vez más, si las comparamos con las de su «rival» Henry James, las novelas de Hardy nos dan en todos los sentidos una impresión de rusticidad y provincianismo que quiere conscientemente eludir el momento presente y elevarse a la categoría de mito, si no ya del pasado, que también (de ahí las frecuentes alusiones a las civilizaciones precristianas de Wessex/Dorset), al menos en parte atemporal o excluido de las exigencias y condicionamientos modernos del presente. Pero en las novelas de Hardy existe una tensión entre el pasado, entre el mundo apartado de los vaivenes del progreso al que la localización de sus historias parecen querer remitirnos, y el inexorable presente de finales del siglo XIX; entre lo antiguo o rústico y lo moderno (a menudo superficial), que impide que las peripecias de los personajes puedan ser tan sencillas o nítidas como las de los de las baladas y cuentos populares. De todos modos, en esa rusticidad y provincianismo harto problemáticos reside precisamente el fuerte de Hardy, y frente al refinamiento social, intelectual y psicológico de los relatos de James (por seguir con la comparación), Hardy nos habla de una forma más directa y contundente de su visión de la condición humana. Las grandes novelas de Hardy son, si se quiere, tragedias clásicas, al modo de Aristóteles o de Sófocles, imbuidas de los intereses, sutilezas y ansiedades del mundo moderno. Definitivamente, Hardy tenía otras cosas en las que pensar.

La actitud del autor hacia el mundo natural no deja de ser ambivalente, como en tantos otros aspectos de su obra. La naturaleza da hogar y sustento, y muchas veces auténtico refugio y razón de ser, a los campesinos, pastores y otros muchos habitantes del condado de Wessex, pero su presentación detallista y poética de aquella, que es otro de los puntos fuertes de la narrativa de Hardy (y el presente libro es un claro ejemplo de eso), tampoco es siempre amable o meramente lírica y exuberante. En ocasiones la misma inmensidad y grandiosidad del mundo natural puede significar un obstáculo o amenaza para la realización de las aspiraciones humanas, como se aprecia en El regreso del oriundo, y sirve a Hardy para considerar a sus personajes desde una perspectiva comparativa de pequeñez rayana en la insignificancia, lo cual puede llegar a convertirse en un problema para un escritor si permite que el entorno natural acapare excesivo protagonismo en detrimento de la posición central y dominante, por muy grande que pueda ser su pequeñez vital, de las personas. Afortunadamente, Hardy no suele permitir que eso ocurra. Hay nostalgia y cariño en su evocación de un mundo rural que, indefectiblemente, ya estaba transformándose por causas económicas y sociales en las últimas décadas del XIX, pero Hardy no se refugia en esa visión elegíaca para huir de la realidad, ni permite que sus personajes lo puedan hacer tampoco. Centrándonos en Los habitantes del bosque, el autor dedica muchas más páginas de las que son habituales en él a presentarnos de un modo bastante lento y plácido —de hecho, hasta el capítulo XV, cuando tras la muerte de John South se desencadenará toda la trama del libro— a esa pequeña comunidad rural que, prácticamente aislada y al abrigo de los bosques que le proporcionan la subsistencia y estilo de vida, lleva una existencia pausada, cuyo ritmo está marcado por las estaciones y ciclos de ese entorno natural. Sin embargo,

[...] los bosques no constituyen el telón de fondo de una égloga idílica de seres humanos que viven en tranquila armonía con la naturaleza. Los árboles, que son una presencia tan dominante en la novela, compiten entre sí para obtener alimento y luz, son vulnerables a las enfermedades y los daños, y sus lamentos bajo el azote de la tormenta son aterradores. Los bosques representan la lucha darwiniana por la supervivencia, que Hardy ve que se extiende no solo a los habitantes de ese pequeño mundo, sino también más allá2.

De ahí que la descripción de los árboles sea en ocasiones muy «naturalista»3 y descarnada, con lo cual Hardy parece indicar que naturaleza y seres humanos comparten y son víctimas de las mismas leyes que rigen el universo, o, lo que es lo mismo, que los seres humanos están sometidos al igual que cualquier otro ser vivo a las leyes de la evolución:

Desde la otra ventana todo lo que alcanzaba a ver eran más árboles, recubiertos de liquen en lo alto y con musgo a los pies. En sus raíces había hongos amarillos sin tallo, como limones y albaricoques, y altos hongos con más tallo que caperuza. A continuación había más árboles apiñados, luchando por existir, con las ramas desfiguradas por las heridas resultantes de roces y choques entre ellos. Era la lucha entre dichos vecinos lo que Grace había oído durante la noche. Debajo de ellos estaban los tocones putrefactos de aquellos del grupo vencidos hacía ya tiempo, que brotaban del manto musgoso cual muelas picadas de verdes encías (pág. 492).

Allí, como en todas partes, la Intención Insatisfecha que hace de la vida lo que es podía apreciarse con tanta claridad como podría hacerse entre las depravadas multitudes de los barrios bajos de una ciudad. La hoja estaba deformada, la curvatura lisiada, la astilla interrumpida, el liquen se comía el vigor del tallo y la hiedra estrangulaba lentamente al prometedor árbol joven hasta la muerte (pág. 140).

Las vidas de esos «pequeños» habitantes, pese a su a menudo idílico y retirado entorno, no acostumbra a ser una existencia bucólica o fácil, ni, como decíamos, está anclada en un pasado mítico que los hace inmunes a los arrolladores avances del progreso moderno (que Hardy consideraba inevitables y, en algunos casos, beneficiosos), con los cambios y exigencias económicos y sociales que acarrea, ni tampoco los hace inmunes, especialmente, a ellos mismos. A lo largo de toda la obra de Hardy, encontramos unas constantes que, con diversas variaciones, hacen de ella lo que es:

Los intereses y preocupaciones más obvios de la vida y obra de Hardy fueron Dorset [...], las clases sociales y sus consecuencias, el rol y estatus de las mujeres, y el angustiante desvanecimiento de las creencias religiosas. La persistencia a lo largo de su vida y obra de esos temas no adoptó la forma de unas ideas y actitudes invariables. Por el contrario, variaron y se desarrollaron como las ramas de un árbol, según las experiencias, los hechos y el clima de ideas preponderante fueron cambiando. Algunas creencias evolucionaron, otras se atrofiaron, pero esos temas formaron la estructura básica de su panorama mental. Como también es poco habitual, Hardy se volvió menos dogmático, en lugar de más, conforme se hizo mayor. Su incertidumbre, al igual que su curiosidad, nunca cesó4.

Uno de los aspectos que siempre han llamado más la atención y se han destacado del pensamiento que Hardy parece transmitir a lo largo de su obra (y que también está abierto a mayor discusión, empezando por el hecho de que el propio autor lo negara) es su profundo pesimismo existencial. Las novelas —o tragedias— de Hardy transmiten la idea de un universo indiferente y en evolución que no se puede entender recurriendo a la idea de la religión convencional de que hay un Creador benévolo que ha hecho al hombre el centro de esa creación, y en el que el ser humano es víctima de esa indiferencia cósmica (que en ocasiones —Tess— adopta la forma de «dioses» que juegan con las vidas de los mortales)5 o de las ironías malévolas (Las pequeñas ironías de la vida tituló Hardy una de sus colecciones de relatos cortos) que la vida puede deparar a cualquiera, sobre todo si se trata de alguien incapaz de controlar sus ambiciones, aspiraciones y ansias personales, sin que exista ninguna providencia que vaya a ir a su rescate. A lo más a lo que parece que puede aspirar alguien, si quiere tener alguna posibilidad de ser mínimamente feliz, es a vivir en comunión con la naturaleza albergando pocas esperanzas y aspiraciones (e, incluso así, lo más probable es que termine perdiendo; en esta novela Giles Winterborne y Marty South son los personajes que parecen cumplir con esos requisitos mínimos para escapar a la maldad del destino, pero tampoco es así; al fin y al cabo, otro de los postulados hardianos es que, cuanto más sensible, inteligente y buena sea la persona, más probabilidades tiene de caer víctima de esa maldad; son en todo caso los campesinos que aún viven en el mundo del pasado de Wessex, sin que sus mentalidades se hayan visto afectadas por las ideas del mundo moderno, quienes conseguirán sobrevivir ocultos bajo los árboles). Si a ese negro panorama «cósmico» le añadimos aspectos mucho más terrenales e inmediatos como las restricciones, falsedades, injusticias, convencionalismos e hipocresías de la división de clases victoriana, y el daño o frustración que se puede llegar a infligir la persona a sí misma al no poder controlar sus impulsos sexuales, sobre todo al chocar con las restricciones sociales, nos encontramos con una visión fatalista de la vida humana que moldea las obras de Hardy, en las que definitivamente no sobrevive el «mejor»6.

Este concepto de Hardy de la delicada insignificancia y precariedad de la existencia humana se debe en parte a los descubrimientos científicos en astronomía, geología y biología evolutiva de su tiempo, que demostraban dicha insignificancia y precariedad, a los que hay que unir la pérdida de valores religiosos y la idea de que la religión y moralidad cristianas no sirven para dar respuesta a los problemas de las personas, sino que los complican y frustran aún más (Jude el oscuro es un buen ejemplo de ese punto de vista). Añadamos el sentimiento popular de que el hombre está en este valle de lágrimas para sufrir y ver su felicidad y aspiraciones frustradas, que Hardy recibió en especial de su madre, y obtenemos parte de las razones para esa visión determinista y fatalista de la existencia humana.

Otras cuestiones más inmediatas y terrenas, como decíamos, que permean la obra de Hardy son las de la diferencia de clases y la movilidad social, que relaciona directamente con el injusto tratamiento que reciben la clase trabajadora y las mujeres. Hardy no pretende ser un cronista social realista de las circunstancias sociales de Dorset en su tiempo, entre otras cosas porque, en su Wessex, la acción de las novelas transcurre en un tiempo que no es el actual, sino en un pasado reciente poco definido que no quiere ser un reflejo idéntico de las circunstancias económicas y sociales del suroeste de Inglaterra. Sin embargo, eso tampoco significa que sus personajes tengan una vida acomodada y sin problemas en su bucólica vida rústica; por el contrario, una novela como Los habitantes del bosque muestra con toda claridad y detalle las relaciones de poder existentes entre los personajes y la precariedad de las vidas de algunos de ellos (en especial de Marty). Por su parte, las diferencias de clase y las tensiones e injusticias que estas generan serán una constante en la obra de Hardy ya desde su primera novela, The Poor Man and the Lady (El pobre y la dama) que nunca se llegó a publicar. Asimismo, la desigualdad jurídica y social de la mujer con respecto al hombre será también un elemento clave en sus obras, junto con la cuestión de la llamada «nueva mujer», educada e individualista, que, a partir de la década de 1860, reclamaba libertad de pensamiento y acción en lugar de su papel subordinado al varón. El más claro ejemplo de esta clase de mujer, que Hardy trata de nuevo con ambivalencia, es la Sue Bridehead de Jude, pero también en Grace Melbury tenemos un retrato muy interesante de una mujer en proceso de cambio y sujeta a diversas contradicciones. Hardy libera a sus personajes femeninos de las ataduras victorianas de ser muñecas tontas asexuadas y afirma su derecho a ser, entre otras cosas, personas verdaderamente sexuales, y analiza las implicaciones sociales de esa sexualidad.

Desde su tercera novela hasta la última, Hardy adoptó el método de publicación que se había convertido en el más popular durante el período victoriano: la publicación por entregas en alguna revista semanal, quincenal o mensual, tras lo que salía a la venta el libro, o lo hacía poco antes de la aparición de las últimas entregas. Eso podía significar mayor popularidad y beneficios para el autor, pero también tenía sus inconvenientes, que Hardy padeció a lo largo de toda su carrera como novelista. Por un lado, los editores de las revistas no querían ofender a su público tan decididamente pequeño burgués, de ahí que evitaran tratar determinados temas considerados escabrosos e impidieran a Hardy ser todo lo explícito que era su intención inicial. Cuando, en la novela que nos ocupa, Felice Charmond confiesa a Grace al oído que se ha entregado a Fitzpiers y está embarazada, la exclamación de Grace («¡Se ha entregado a él!»), además de otras frases, tuvo que ser retirada de la correspondiente entrega7. Esa labor censora de los editores estaba respaldada por las poderosas librerías itinerantes, que por una módica cantidad facilitaban libros a sus lectores que de otro modo habrían escapado a sus posibilidades económicas, y ejercían su restrictiva influencia en los autores en aras de la moralidad. Lo que acostumbraba a hacer Hardy en tales casos era reincorporar las frases o pasajes omitidos en alguna edición posterior del libro (sin olvidar que fue un concienzudo revisor de sus novelas durante toda su vida, e introdujo cambios cada vez que salía una nueva edición de sus obras).

Por otro lado, y en lo que es una cuestión de mayor relevancia, la publicación por entregas le obligaba a someterse a unas exigencias que también coaccionaban su integridad artística. La necesidad de mantener el interés del lector hasta la aparición de la siguiente entrega (algo tan frecuente y bien gestionado, por ejemplo, en las novelas de Dickens), requería que cada entrega contuviese al menos un incidente que despertara la atención e intriga del lector, o un final (la llamada técnica del cliff-hanging) que lo mantuviese expectante hasta la aparición del siguiente número de la revista. Además, esas todopoderosas bibliotecas ambulantes preferían que las novelas aparecieran en tres volúmenes, y es por eso que la prosa victoriana es con tanta frecuencia tan larga; esto es, muchas veces responde a motivos puramente comerciales y no artísticos. Estas son algunas de las razones por las que los argumentos de Hardy resultan en ocasiones excesivos, exagerados o poco plausibles, aunque no debemos olvidar que, si a veces hallamos en ellos unas casualidades que nos pueden parecer bastante increíbles, es porque Hardy creía en esa clase de casualidades8. No en vano se pueden considerar parte de las malévolas ironías de la vida.

Tal vez un somero repaso a la vida y la obra de Hardy nos permita entender mejor las constantes y características de su producción literaria que aquí hemos esbozado brevemente.

Vida y obra de Hardy

Thomas Hardy nació el 2 de junio de 1840 en la aldea de Higher Bockhampton, perteneciente a Stinsford, pueblo a unos tres kilómetros al este de Dorchester, en el condado de Dorset. Fue el primer hijo de Thomas, un modesto constructor, atractivo, relajado y sin grandes aspiraciones, que amaba la naturaleza y la música, y tocaba el violín tanto en todo tipo de celebraciones como en servicios religiosos, y de Jemima, mujer de fuerte carácter, apasionada de la lectura, que había sido sirvienta desde los trece años. Obviamente, sus progenitores ejercieron en Hardy una influencia decisiva para su pasión por el mundo natural y rural, con sus tradiciones, leyendas, ritos y costumbres, y por la literatura. Su madre, asimismo, le inculcó la visión práctica y pesimista de la vida de que siempre podría ocurrir algo que echara por tierra las ilusiones y ambiciones de uno. Del mismo modo, Jemima nunca pareció tener una visión muy romántica del matrimonio, pues el suyo frustró su aspiración de ser cocinera en Londres, donde había trabajado una temporada de sirvienta. Al fin y al cabo, Thomas nació a menos de seis meses del matrimonio de sus padres, con lo cual no sabemos si la unión fue por amor o por mera obligación. La madre de Hardy llegó al punto de aconsejar a sus hijos (a Thomas lo siguieron tres más, Mary, Henry y Katherine) que no se casaran, y el único que no siguió el consejo fue precisamente Thomas.

De pequeño, Hardy fue un niño sensible de constitución algo frágil —habían llegado a pensar que moriría en el momento de su nacimiento— y, al parecer, bastante solitario y retraído, pese a que sus tres primos, hijos del hermano y socio de su padre, vivían en la casa de enfrente. Uno de los primeros recuerdos del autor era que su padre le regaló una concertina de juguete cuando tenía cuatro años, para instilarle su amor por la música, y después le enseñó a tocar el violín.

Cuando tenía ocho años, sus padres decidieron que estaba lo bastante fuerte para ir a la escuela, así que empezó a asistir a la que Julia Martin, esposa del propietario rural del lugar, había montado en Lower Bockhampton. Hardy ya era un ávido lector desde hacía años, y seguiría siéndolo durante toda su juventud, pero ahora pudo mejorar sus conocimientos de escritura, aritmética y geografía. No obstante, la mayor huella que le dejó su paso por esa escuela fue su vínculo emocional con la señora Martin, que no tenía hijos y pasaba muchas horas en la clase, donde acostumbraba a sentar al pequeño Hardy en su regazo, acariciarlo y besarlo. Era la primera dama, perteneciente a una clase social superior, con la que el niño se relacionaba, y la experiencia, de tintes verdaderamente románticos para él, persistiría en su recuerdo, según confesión propia, durante toda su vida.

Esa primera «relación amorosa» terminó cuando su madre decidió ir a Hatfield, en Hertfordshire, a cuidar a una hermana suya, Martha, que estaba embarazada y se llevó a Thomas con ella, donde el niño continuó sus estudios en la escuela local. Estuvieron allí desde el otoño de 1849 hasta principios del año siguiente. El viaje supuso la primera visita de Hardy a Londres, ya que había que hacer escala allí para llegar a su destino. Este dijo años después que había basado el personaje de Bathsheba, la heroína de Lejos del mundanal ruido, en su tía Martha, del mismo modo que el marido de esta fue el modelo para el sargento Troy.

Al volver a casa, su madre decidió que Thomas no iba a volver a la escuela de la señora Martin, ya que, consciente de la gran capacidad de su hijo, quería darle la mejor educación que estuviera a su alcance. Así pues, lo enviaron a una de Dorchester, cuyo director, Isaac Last, profesaba la fe protestante sin pertenecer a la iglesia anglicana (los llamados inconformistas o disidentes, en los que cabían puritanos, metodistas, etc.) y gozaba de buena reputación. Eso significó que el niño de diez años tenía que recorrer solo a diario la distancia de casi diez kilómetros en total, ida y vuelta, para ir a la escuela de Dorchester. Esos largos paseos contribuyeron a agudizar su observación de la actividad del mundo natural y del humano, además de fortalecer su forma física. También aumentó su consciencia de las duras condiciones que padecían muchos de los campesinos y trabajadores del lugar, y Hardy aprovechó la oportunidad de recibir una educación sólida que le daban sus padres. Así, a los doce años empezó a dar clases particulares de latín con el propio Last, lo cual era un requisito indispensable para acceder a una educación superior, que combinaba con el aprendizaje de francés y alemán por su cuenta. Por entonces la ambición de Hardy era obtener una licenciatura universitaria y ordenarse clérigo de la iglesia anglicana. Sin embargo, el estricto y clasista sistema educativo de la época, unido a la falta de medios económicos, hacían que fuese un sueño muy difícil de conseguir (como le ocurriría después al protagonista de Jude).

No obstante, los Hardy confiaban en las posibilidades de su hijo, y le facilitaron la oportunidad, pagando cuarenta libras, de ascender socialmente cuando en 1856, con dieciséis años recién cumplidos, le metieron de aprendiz de John Hicks, un arquitecto de Dorchester especializado en restauración de iglesias, con lo cual Thomas podría llegar en su momento a ser él también arquitecto, una vez finalizado el período de aprendizaje de tres años, ampliable a tres años más.

Así pues, continuaron los largos paseos diarios de Hardy de Bockhampton al despacho de Hicks en Dorchester, y también siguió su intensa formación intelectual dedicándose, por ejemplo, a leer de cinco a ocho de la mañana. Cuando el vicario de Stinford, a cuya iglesia acudían los Hardy regularmente los domingos, se enteró del rumbo profesional que estaba tomando Thomas, dio un sermón en uno de los servicios religiosos de ese verano en el que criticó la presunción de los pertenecientes a las clases más bajas al querer ascender socialmente ingresando en alguna profesión liberal. Hardy consideró que era un reproche dirigido a él y, profundamente humillado, le guardó al parecer rencor al vicario toda su vida. Tal vez fuera ese el inicio de su hostilidad a la iglesia. Siguió siendo practicante, aunque iba a otras parroquias siempre que le era posible, y fue desarrollando unas dudas que, perceptibles a lo largo de toda su obra, también encontrarían su máxima expresión en Jude el oscuro muchos años después.

Otro suceso que asimismo encontraría reflejo en su obra (en este caso en Tess, cuya protagonista sufre el mismo destino) tuvo lugar en agosto del mismo 1856 cuando asistió en Dorchester, junto con una gran multitud, como solía ser el caso, al ahorcamiento de una mujer acusada de asesinato.

Como el mismo Hardy reflexionaría muchos años después en su Vida (escrita en tercera persona para atribuir la autoría a su segunda esposa, pero en realidad es de él), que en esa época de juventud llevaba una triple existencia en la que se combinaban la vida profesional, la académica y la rústica:

Leía la Ilíada, la Eneida o el Testamento griego de seis a ocho de la mañana, se dedicaba a la arquitectura gótica durante todo el día, y después por la noche se iba corriendo con el violín bajo el brazo, a veces en compañía de su padre como primer violín y de su tío con el cello, a tocar contradanzas, bailes escoceses o de marineros a la boda, bautizo o fiesta de Navidad de algún agricultor, en alguna casa lejana entre los campos en barbecho, y sin que a veces volviera hasta casi el amanecer9.

Tal vez Hardy debería haber incluido una cuarta vida, la sentimental, por más que esta se limitara a amoríos adolescentes con chicas jóvenes del lugar, incluida una de sus primas mayores, que a menudo no tendrían gran repercusión, pero en los que se mezclaban la timidez natural de Thomas y una idealización de las mujeres cargada de un fuerte componente sexual.

Un momento importante en la vida de Hardy fue conocer a Horace Moule, hijo de otro vicario de la zona, que era ocho años mayor que él y un erudito clásico y pasó a convertirse en su mentor. Moule lo animó a leer, entre otros muchos de otros géneros, los textos científicos revolucionarios de mitad del XIX, con el Origen de las especies de Darwin a la cabeza, y así contribuyó a seguir minando la fe religiosa de Hardy. Y fue también en esos últimos años de la década de 1850 cuando Hardy escribió los primeros poemas que han llegado hasta nosotros.

Tras completar su aprendizaje, Hardy siguió trabajando como ayudante pagado de Hicks, lo cual le permitió vivir en Dorchester e ir a la casa familiar los fines de semana. Sin embargo, en abril de 1862 tomó la gran decisión de dejar a Hicks e irse a trabajar a Londres, donde permanecería hasta 1867. Encontró trabajo de dibujante y ayudante en la firma de Arthur Blomfield, prestigioso arquitecto también especializado en edificios religiosos. Hardy supo aprovechar todas las oportunidades culturales que le ofrecía la vida londinense, y continuó con su plan de formación. Frecuentaba exposiciones (su interés por la pintura siempre fue muy grande), bibliotecas, librerías de segunda mano, museos, salones de baile, teatros y la ópera; fue varias veces a oír a Dickens leer sus obras, así como a la Cámara de los Comunes a escuchar a los grandes oradores del momento; iba a clases de francés, siguió tocando música, aprendió taquigrafía y, por supuesto, continuó leyendo poesía con voracidad, con especial predilección por los románticos, y también escribiéndola (además de tener romances con varias jóvenes y un posible noviazgo de varios años con una de ellas, Eliza Nicholls).

Esos años fueron de gran actividad y agitación política en Londres, como Hardy bien pudo observar, de manera que su percepción de las grandes diferencias sociales se hizo más aguda. Asimismo, bajo la influencia de Moule, leyó a reformistas radicales de la época como John Stuart Mill o los franceses Fourier y el positivista Comte, todos los cuales tenían en común su descrédito de la religión. Hacia 1866 Hardy ya no asistía a la iglesia con regularidad.

Pese a ganar dos premios de la Asociación de arquitectos, uno por el diseño de una mansión campestre y otro por un ensayo sobre el uso de ladrillos de colores en la arquitectura moderna, Hardy pronto se dio cuenta de que sus posibilidades de triunfar en ese mundo eran escasas, debido a, entre otras cosas, sus humildes orígenes. Asimismo, la posibilidad de ir a la universidad seguía siendo muy difícil, al igual que la de hacer carrera en la iglesia. Todo eso le provocaba una frustración y un resentimiento que, unidos a los problemas de salud que empezó a tener en la primavera de 1867 y a la ruptura con Eliza Nicholls, hicieron que dejase Londres y volviera a Dorset para trabajar de nuevo para Hicks. Además, Hardy ya tenía la idea de escribir una novela, consciente de que la poesía no le abriría las puertas del mundo literario, por más que la prosa de ficción no le hubiese interesado mucho hasta el momento.

En Bockhampton terminó esa primera novela, El pobre y la dama, rápidamente, en enero de 1868. Era una crítica satírica a la insensibilidad e hipocresía de la clase media y alta hacia la baja y hacia cualquiera que pretendiese mejorar por medio de la educación, y, por supuesto, una complicada historia de amor entre dos personas de distinta clase social. Tras más de un año intentando que la publicaran en Londres sin ningún resultado, desistió. Más adelante se basaría en algunas partes del libro para otras novelas como, por ejemplo, Un par de ojos azules. El lector del manuscrito para uno de los editores londinenses fue el novelista George Meredith10, y este recomendó a Hardy que suavizara la crítica social del libro o que, aún mejor, escribiera otro con más argumento e intenciones más «artísticas». Hardy seguiría el consejo en su siguiente novela.

Mientras seguían esas infructuosas negociaciones con editores londinenses, Hardy pasó a trabajar a mediados de 1869, tras la repentina muerte de Hicks, para un arquitecto de Weymouth, adonde se trasladó a vivir unos meses para supervisar la reconstrucción de una iglesia. Durante su estancia en Bockhampton había tenido una estrecha relación con su prima Tryphena, de dieciséis años, y al parecer también con una sirvienta local. En otoño de ese año empezó a escribir una nueva novela, Desperate Remedies (Remedios desesperados), la primera que publicaría, y en la que, como decíamos, siguió los consejos de Meredith. Basándose en las novelas sensacionalistas tan de moda entonces de Wilkie Collins y otros, pergeñó un melodramático argumento que incluía el asesinato de una esposa, una dama de buena posición que tenía un hijo ilegítimo como resultado de una violación, todo tipo de extrañas coincidencias e, incluso, ciertas tendencias lésbicas. Terminó la novela en la primavera de 1870, y, pese a que lo negara, también había en ella un componente autobiográfico, pues el protagonista es un joven arquitecto de origen humilde que, tras solventar muchas dificultades, consigue casarse con la dama a la que ama, la cual guarda gran parecido físico con la que sería la primera mujer de Hardy, Emma.

Pues poco antes de terminar la novela, en marzo de 1870, el autor había conocido a la que sería una persona fundamental en su vida y obra. Ocurrió cuando aceptó trasladarse a una remota aldea de Cornwall para restaurar una iglesia. Al llegar a la rectoría, lo recibió la cuñada del párroco, que no era otra que Emma Guifford. Esta, que contaba entonces veintiséis años, procedía de una acomodada familia de clase media que había tenido apuros económicos, por lo cual tanto ella como su hermana Helen habían trabajado unos meses como institutrices, hasta que Helen se había casado con el vicario de aquel lugar, muchos años mayor que ella, y Emma se había ido a vivir con el matrimonio. Salir a pasear con Emma, ella montada a caballo, por los agrestes acantilados de Cornwall (una imagen muy propia del ideario romántico) hizo que fuese en aumento el interés de Hardy por esa joven que no parecía ceñirse por completo a los rígidos patrones victorianos que regían el comportamiento de una joven.

De vuelta en Weymouth, y mientras trabajaba en los planos para aquella iglesia de Cornwall, Hardy supo en abril que el poderoso editor Macmillan, que ya había rechazado El pobre y la dama, se negaba a publicar Remedios desesperados, que Hardy le había enviado aún sin terminar, por ser demasiado sensacionalista. Sin embargo, en mayo otra editorial, Tinsley Brothers, de menor nivel que la otra, aceptó publicar la novela si Hardy les pagaba la elevada cantidad de setenta y cinco libras para cubrir posibles pérdidas. Él aceptó y se trasladó a Londres a terminar el libro, mientras volvía a hacer trabajos para Blomfield y otro arquitecto para subsistir. Se carteaba con Emma, y en agosto fue invitado por los familiares de esta a que volviese a su aldea de Cornwall, St Juliot, y pasara las vacaciones con ellos. Así siguió avanzando el romance entre Thomas y Emma, y él fue conociendo de forma más directa las dificultades sociales y económicas a las que estaba sometida una mujer de clase media con ingresos muy limitados o inexistentes, además de ampliar sus conocimiento de los detalles propios de la femineidad, todo lo cual era una «mina», en palabras propias, para su incipiente carrera como novelista. Hardy se marchó de allí, al cabo de tres semanas, prometido a Emma. Durante los cuatro años de noviazgo que siguieron, solo se verían como mucho unos pocos meses cada año, de manera que tuvieron que mantener vivo su amor por carta.

En septiembre de 1870 volvió a Bockhampton y terminó de preparar Remedios desesperados, que iba enviando a Emma para que lo copiase con su bonita caligrafía. En enero de 1871 fue a Londres, pagó a Tinsley las setenta y cinco libras y, finalmente, en marzo se publicó la novela de forma anónima, en los habituales tres volúmenes, por más que Hardy siguiera convencido de que su anterior novela inédita era mejor. El libro tuvo algunas críticas buenas, aunque la del Spectator no lo fue tanto por culpa de su sensacionalismo, pese a que alababa la vívida capacidad descriptiva del autor desconocido y su especial habilidad para presentar a la gente de campo. Hardy nunca llevó muy bien las críticas negativas. Tras unos meses en Weymouth construyendo casas y colegios, volvió en mayo a St Juliot, donde Emma y él pudieron regocijarse con lo que ella llamaba el libro de los dos. Emma siempre sostuvo que había ayudado bastante a su marido en la redacción de sus libros, mientras que Hardy insistía en que prácticamente solo se había limitado a copiar sus manuscritos. Durante esa nueva estancia de un mes en St Juliot, Hardy continuó escribiendo la nueva novela que había comenzado, Under the Greenwood Tree (Bajo el árbol de la floresta), la primera de las ambientadas en Wessex, que terminó en agosto de ese año mientras seguía trabajando en la construcción en Weymouth, como continuaría el resto del año y a principios del siguiente, y que Tinsley publicaría en dos volúmenes, sin que tampoco figurase el nombre de Hardy, en junio de 1872, tras pagarle la escasa cantidad de treinta libras.

Bajo el árbol de la floresta, que transcurre en Mellstock (Bockhampton), se recrea en los aspectos rústicos que mejores críticas habían dado a Hardy con su anterior novela, y está repleta de descripciones de la naturaleza, música de iglesia, bailes populares y la vida de una comunidad rural, mientras tres hombres intentan conquistar a una joven maestra de escuela. Horace Moule, el mentor de Hardy, fue uno de los que ensalzaron el libro en una revista.

Tinsley necesitaba un serial para la revista que publicaba mensualmente, y pidió uno a Hardy. Este ya había empezado la redacción de su tercera novela, Un par de ojos azules, y se la ofreció. Así comenzaría la publicación por entregas de las historias del autor antes de salir el libro, que duraría hasta el final de su carrera de novelista. Esta vez Hardy cobró doscientas libras y se reservó los derechos de la novela, cuyas entregas se publicaron entre septiembre de 1872 y julio de 1873, tras haber salido el libro en tres volúmenes en mayo de ese año, ya con el nombre de Hardy en portada. Lo más importante de esa nueva novela es el estudio psicológico de la protagonista y el examen de los efectos inhibidores de las convenciones sexuales de la época. Además, la acción de Un par de ojos azules transcurre en Cornwall y tiene cierto componente autobiográfico, pues uno de los dos pretendientes de la protagonista es un joven arquitecto al que el padre de aquella rechaza por sus orígenes humildes, una vez más.

Y eso es lo que había ocurrido en la realidad. En agosto de 1872, Hardy volvió a Cornwall, pero en esa ocasión a casa de los padres de Emma para pedir su mano. Sin embargo, el señor Guifford, con típico esnobismo de clase media, rechazó a Hardy por ser hijo de un constructor. Hardy, de nuevo humillado, se marchó de la casa, al parecer en compañía de Emma, y nunca volvería a tener contacto con los padres de ella. Se fueron a casa del cuñado y hermana de su prometida, los cuales sí aprobaban la relación, y Hardy permaneció en St Juliot hasta mediados de septiembre. Cuando le ofrecieron más trabajo de arquitecto en Londres, decidió que ya podía permitirse rechazarlo, y comenzó a dedicarse, a los treinta y dos años, a la escritura a tiempo completo.

De vuelta en Bockhampton, Leslie Stephen, director de la prestigiosa revista Cornhill (y padre de Virginia Woolf), escribió a Hardy para pedirle un serial para su publicación. A continuación, el autor pasó las navidades de 1872 en Cornwall en casa del cuñado de Emma, y después volvió a Bockhampton a terminar de escribir Un par de ojos azules y empezar la redacción del serial para el Cornhill, que sería su novela Lejos del mundanal ruido. En junio se publicó Bajo el árbol de la floresta en Estados Unidos, y ese mismo mes, tras pasar unos días en Londres acompañado por su hermano Henry, y después unos cuantos más en Cambridge con Horace Moule, donde pudo observar la vida universitaria que no había podido tener, Hardy se reunió con Emma en Bath. Volvió a casa de sus padres y siguió escribiendo la nueva novela, que completaría en julio de 1874. La primera entrega apareció en enero de ese año y la última en diciembre, justo después de que saliera el libro en dos volúmenes en noviembre. Fue un gran éxito e hizo a Hardy famoso.

En Lejos del mundanal ruido tenemos la novela rural más cálida y luminosa de Hardy. La historia inicial de la relación entre una joven granjera, un pastor y un sargento de caballería se fue ampliando hasta crear un condado de Wessex ya mucho más amplio que su trasunto real de Dorset. En palabras de Geoffrey Harvey:

Es la primera novela en la que Hardy intenta presentar una comunidad rural en su totalidad, con su cultura compartida y solidaridad humana, en un paisaje que conoce bien. [...] El íntimo conocimiento de Hardy de las cuestiones rurales le permite combinar los elementos pastoriles de la novela con un tratamiento minucioso no solo del pastoreo, sino también de la pobreza e inseguridad de los campesinos11.

De todos modos, había aspectos del libro que Leslie Stephen consideró que podían herir la sensibilidad de sus lectores burgueses, y así Hardy tuvo que aceptar las exigencias de aquel y eliminar de las entregas determinados episodios, para después volverlos a añadir al publicarse el libro. Fueron unas prácticas censoras que continuarían a lo largo de toda su carrera.

En septiembre de 1873, mientras Hardy escribía Lejos del mundanal ruido, Horace Moule se suicidó en Cambridge rajándose la garganta. Desde hacía mucho sufría fuertes ataques de depresión, que intentaba mitigar con alcohol y opio. Fue un duro golpe para Hardy, que nunca volvería a tener un amigo tan íntimo e influyente.

Su éxito como novelista hizo que las puertas del mundo social comenzaran a abrírsele tanto en Dorset como en Londres. Eso le permitió, entre otras cosas, conocer a mujeres interesantes, entre las que se encontraba la ilustradora de Lejos del mundanal ruido, de la que se enamoró. Sin embargo, continuó su noviazgo con Emma y, finalmente, se casaron en Londres el 17 de septiembre de 1874, ahora que Hardy ya era un autor consagrado y disponía de suficiente dinero para crear un hogar. La madre de Hardy, Jemima, tampoco aprobó la unión, habida cuenta de su visión negativa del matrimonio. La luna de miel fue en París y Rouen. De vuelta en Inglaterra, se instalaron en una casa de Surbiton, a las afueras de Londres, pero pocos meses después se mudaron a otra.

Stephen quería otro serial para el Cornhill. Hardy, molesto por la insistencia de los críticos en que su fuerte era la vida rural, así como por las comparaciones con George Eliot, decidió dejar de lado la historia que tenía en mente (que años después se materializaría en nuestra Los habitantes del bosque) y escribir en su lugar una comedia satírica que transcurriera en su mayor parte en Londres. La mano de Ethelberta es la historia de una mujer moderna que, de origen humilde y rural, pasa a formar parte de la aristocracia gracias a su matrimonio y al final triunfa por encima de la decadencia de dicha clase social. Tal vez la novela peque de un argumento demasiado complicado y a veces sorprendente, como suele ocurrir en Hardy, pero, como vemos, seguía escribiendo variaciones de su primera novela que nunca había llegado a ver la luz. A sus editores no les gustó mucho, y al público y a la mayoría de críticos tampoco. Apareció en el Cornhill entre julio de 1875 y mayo de 1876, y el libro en dos volúmenes se publicó en abril de ese año.

Pese a ese relativo fracaso, Hardy seguía siendo un escritor popular, y, después de hacerse miembro de una asociación para la mejora de las leyes de derechos de autor británicas e internacionales, formó parte de la delegación que se entrevistó con el primer ministro, Benjamin Disraeli (que también era novelista), con tal fin. En junio de 1875 Emma y él fueron a buscar casa en Dorset, y se decidieron por Swanage, un pueblo costero en el que vivirían hasta marzo de 1876, tras lo que se instalaron en Yeovil. Por entonces ya habían comenzado los problemas entre el matrimonio, como sabemos sobre todo a partir de algunos poemas escritos por Hardy en esa época. Vivir en Swanage, cerca de Bockhampton, les permitió invitar a su casa a las dos hermanas de Hardy, que así tuvieron ocasión de conocer a su cuñada.

En mayo de 1876, los Hardy hicieron otro viaje al continente, desembarcando en Rotterdam y visitando Colonia, Coblenza, Heidelberg, Baden-Baden, la Selva Negra, Estrasburgo, Bruselas y el campo de batalla de Waterloo, que interesaba mucho a Hardy con vistas a escribir una novela histórica situada en las guerras napoleónicas, al tiempo que se hallaba inmerso en un proceso de reflexión sobre su carrera como escritor. A los pocos días de volver a Inglaterra, en julio encontraron casa en Sturminster Newton, en el valle de Blackmoor (que aparece en la presente novela) al norte de Dorset y a unos treinta y dos kilómetros de Bockhampton. La casa daba al río Stour. Vivirían casi dos años allí, en su período de mayor felicidad conyugal.

En esa casa Hardy trabajó en su nueva novela, El regreso del nativo, en la que el Hardy poeta se funde con el novelista para dar una de sus mejores obras. De nuevo el paisaje, una comunidad rural aislada y la exploración de las relaciones humanas y las diferencias sociales son elementos en los que el autor se mueve como pez en el agua, en lo que viene a ser una tragedia clásica. Stephen rechazó el manuscrito inconcluso que Hardy le envió por miedo a que la historia deviniese en algo que escandalizara a sus lectores, así que se publicó en la revista Belgravia a lo largo de todo 1878, y como libro en tres volúmenes en noviembre de ese año. De nuevo se vio obligado a hacer algunos cambios durante la aparición de las entregas, y los críticos consideraron en general la novela demasiado sombría e intelectual, además de moralmente reprochable.

En la Navidad de 1876, Hardy llevó a Emma por primera vez a pasar unos días en casa de sus padres. Jemima y Emma no congeniaron, pero tampoco se pelearon. Hardy pasó buena parte de esos dos años en Sturminster Newton escribiendo, leyendo poesía con Emma y dando largos paseos solo. La concentración en su trabajo hacía que descuidase un tanto a su mujer, y ambos empezaban a resentirse del hecho de que no consiguieran tener hijos. En octubre de 1877, Hardy acompañó a su padre a los baños de Bath para tratarse de reumatismo, y, en marzo del año siguiente, el matrimonio dejó Dorset para volver a instalarse en Tooting, en el sur de Londres, ya que a él le convenía más por razones profesionales.

De nuevo a Hardy volvieron a abrírsele las puertas de la vida intelectual y social londinense. Fue admitido en el distinguido club Savile, como correspondía a un caballero, frecuentaba los mismos salones literarios que, por ejemplo, Henry James, y conoció a distinguidas personalidades como el científico T. H. Huxley, amigo y defensor de Darwin y abuelo de Aldous Huxley, o el poeta Tennyson. Mientras, Emma se aburría bastante en casa, pese a diversiones ocasionales como unas vacaciones en Francia en el verano de 1880. Ella siempre había tenido también ambiciones literarias que no cuajaban en nada, y su vida dependía demasiado de la carrera de su marido, que Emma seguía considerando que también era la de ella.

En Londres Hardy trabajó en su nueva novela, The Trumpet-Major (El sargento trompetista), la novela histórica que tenía en mente y para la que se documentó asistiendo con frecuencia a la biblioteca del Museo Británico. Las entregas se publicaron de enero a diciembre de 1880 en la revista Good Works, y el libro en tres volúmenes en octubre de ese año. La novela transcurre durante las guerras napoleónicas de 1804-1808, y además de su investigación previa, Hardy también hizo uso de las historias que le había contado su abuela sobre los preparativos que se habían hecho en Dorset para defenderse de una posible invasión y de la figura de un antepasado suyo, el capitán Hardy, que había estado presente en Trafalgar. Con ese trasfondo de los preparativos en Wessex para una posible invasión de Napoleón, la historia narra el cortejo de tres hombres, dos de ellos hermanos, a una joven. El tono general es de comedia un tanto irónica, y da la impresión de que Hardy intentó evitar en la medida de lo posible conflictos con editores y críticos. No obstante, siguen presentes algunas de las características más destacadas de su obra. Hardy escribió al secretario personal de la reina Victoria y le mandó un ejemplar de la novela, ya que en ella también figura Jorge III, abuelo de la reina, que en su momento había visitado Dorset con motivo de la guerra. Unos pocos meses después mandó otro ejemplar al príncipe de Gales.

En 1879 y 1880 se publicaron varios relatos cortos de Hardy (ya había escrito otros con anterioridad), que fueron muy bien recibidos en Estados Unidos, y su editor americano, Harper, le pidió una novela por entregas para la edición europea de su revista. En ese nuevo libro, A Laodicean (Una laodiceana), término tomado del Apocalipsis de San Juan y con el que se designa a una persona que permanece fría e indecisa ante demasiada circunstancia, la persona que responde a tales características es la protagonista, una rica heredera que, además de mucho dinero, posee un castillo medieval del que le gusta su antigüedad, pero que también quiere modernizar. Es una comedia que deriva en melodrama en la que el elemento amoroso lo añade un joven arquitecto. Según el propio Hardy, era su novela más autobiográfica; sin ir más lejos, esa ambivalencia entre lo antiguo y lo moderno, que el autor abrazaba desde una actitud pragmática, es muy propia de él. Las entregas aparecieron entre diciembre de 1880 y diciembre de 1881, y el libro ese mismo mes.

La redacción de Una laodiceana fue muy complicada, pues, cuando llevaba escritos los primeros capítulos, cayó enfermo, al parecer por una inflamación de vejiga que él achacó al frío que había cogido en las vacaciones que habían pasado en Normandía en julio de ese año de 1880, y, entre grandes dolores, hubo de estar postrado en cama varios meses para evitar tener que operarse. Así pues, le dictó a Emma buena parte de la novela, al tiempo que esta se hacía cargo de la casa, del enfermo y de su correspondencia. En mayo ya pudo levantarse y salir a la calle, y los Hardy decidieron dejar Londres y volver a Dorset, donde encontraron casa en Wimborne, pequeña ciudad a algo más de treinta kilómetros de Dorchester. Entre otras cosas, Hardy quería estar cerca de sus padres, ya bastante mayores.

En Wimborne escribió su siguiente novela, Two on a Tower (Dos en una torre). El argumento gira en torno a la astronomía; no en vano, en diciembre de 1882 se esperaba que tuviese lugar el poco habitual tránsito de Venus por delante del sol, con lo cual era un tema que estaba muy de actualidad. Llegó a pedir permiso para visitar el observatorio de Greenwich, que le concedieron no sin ciertas dificultades. Basándose en una torre de una mansión del XVIII que estaba a unos pocos kilómetros de Wimborne, que en la novela se transforma en observatorio astronómico, escribió el relato («romance» lo llamó él) del amor entre una dama casada de veintiocho años y un chico pobre e inteligente de diecinueve aficionado a la astronomía; era una situación escandalosa para aquellos tiempos, y Hardy estaba incidiendo de nuevo en el tema de su primera novela inédita. Hay un fuerte componente sensual en la historia que conduce a situaciones harto melodramáticas. Las entregas aparecieron en el Atlantic Monthly de mayo a diciembre de 1882, y el libro en tres volúmenes en octubre. Las críticas no fueron en general muy buenas, pero las ventas sí. En Wimborne también escribió una novela corta, Las aventuras románticas de una lechera, y dos relatos cortos que fueron publicados en 1883. Por las mismas fechas también publicó un artículo sobre las condiciones de vida de los trabajadores de Dorset que de nuevo mostraba su ambivalencia acerca del pasado y el presente, pues a su nostalgia por la despoblación de las zonas rurales y la desaparición de oficios propios del campo se unía su aprobación de los cambios tecnológicos y económicos. El artículo también es ejemplo de la reticencia que tuvo Hardy toda su vida a tomar posiciones políticas bien definidas.

En otoño de 1882 los Hardy se fueron a pasar unas largas vacaciones a París, con lo cual el autor no revisó las entregas de Dos en una torre para su publicación como libro. Alquilaron un piso durante más de un mes, visitaron el Louvre y otras muchas galerías, y volvieron a Versalles, donde ya habían estado en su luna de miel. Pese a ese «cosmopolitismo» y a sus años de estancia en Londres, Hardy seguía aferrado a su condado natal, y en especial al área de su niñez, donde quería construirse una casa. Además, Wimborne no satisfacía el ansia de distinción social de Emma. De ahí que en el verano de 1883 se mudaran a una casa de Dorchester, mientras seguía buscando el terreno en el que construir la suya propia. Lo encontró a kilómetro y medio de Dorchester, y, tras comprárselo al ducado de Cornwall al que pertenecía, se erigió la casa, según sus propios planos12, y con su padre y hermano de constructores. La llamaron «Max Gate», y ahí viviría Hardy el resto de su vida. Él plantó personalmente los muchos árboles que rodeaban la casa, y la experiencia le serviría más tarde para describir la íntima relación entre Giles y los árboles que planta en Los habitantes del bosque. Asimismo, durante la construcción se encontró un enterramiento de tiempos de la ocupación romana con varios esqueletos, un tema que siempre le había interesado mucho. Hardy se integró en la sociedad del lugar, y llegó a convertirse en juez de paz y miembro del museo del condado de Dorset.

Ese retorno a Dorchester lo impulsó a escribir su nueva novela, El alcalde de Casterbridge, otra de sus obras más importantes, mientras vivía en esa ciudad y construían Max Gate. La historia transcurre en la década de 1840, la de la niñez del autor, y en ella explora la fuerza de los cambios históricos y su impacto en una comunidad rural, fundamentalmente a través de la figura del protagonista, Michael Henchard, de gran complejidad psicológica. La investigación previa que llevó a cabo en los archivos del periódico local le permitió dar veracidad al relato, por muy improbables que puedan resultar determinados sucesos. Si al principio de la narración Henchard vende a su esposa a un marinero, es porque un hecho similar había ocurrido años antes en Somerset. El alcalde de Casterbridge se eleva a la categoría de verdadera tragedia clásica, teñida del habitual fatalismo de Hardy. Si su argumento resulta demasiado recargado y precipitado, se debe, como se quejaría el propio autor, a la necesidad de incluir algún incidente relevante o interesante en cada entrega. Estas aparecieron en el Graphic entre enero y mayo de 1886, y el libro en dos volúmenes ese mismo mayo. La recepción crítica no fue en general muy positiva, dado el tono tan sombrío del relato en comparación con otras novelas de Wessex. Hardy lo escribió a lo largo de 1885 mientras sufría determinados momentos de depresión, sin que se conozcan las causas exactas, como le ocurriría también más adelante cuando estaba enfrascado en Los habitantes del bosque. Parte del problema, sin duda, se seguía debiendo a las presiones y prisas de la publicación por entregas.

A partir de 1883, los Hardy adoptaron la costumbre, que mantendrían prácticamente ininterrumpida los siguientes veinticinco años, de asistir a la temporada alta londinense, que abarcaba parte de la primavera y el verano, para lo cual se trasladaban a dicha ciudad y acudían a las fiestas y demás eventos de la clase alta. Hardy, por supuesto, también aprovechaba esas estancias londinenses para ponerse al día con la vida cultural de la gran ciudad, además de conocer a numerosos políticos e intelectuales del momento. Al fin y al cabo, esa aceptación en los círculos sociales más distinguidos era prueba del triunfo social del escritor, y tanto a Emma como a Hardy les agradaba. Asimismo, mientras estaban el resto del año en Max Gate empezó a hacerse cada vez más frecuente que recibiesen a ilustres visitantes. Robert Louis Stevenson y su mujer, por poner un ejemplo, estuvieron en Max Gate en agosto de 188513.

La primera novela que Hardy escribió por completo en Max Gate fue Los habitantes del bosque, cuya redacción comenzó a finales de 1885, y que, como decíamos, ya había empezado a desarrollar tras Lejos del mundanal ruido. Apareció por entregas entre mayo de 1886 y abril de 1887, y el libro en tres volúmenes un mes antes de la última entrega. En general fue bien recibida, pero algunos críticos manifestaron sus dudas acerca de su moralidad. El del Spectator, por ejemplo, se quejó de que Fitzpiers saliera tan bien librado y, en cambio, el intachable Winterborne sufriera tanto castigo, lo cual atribuyó a la intención de Hardy de escandalizar y deprimir a sus lectores, a lo que también contribuía el comportamiento sexual de algunos personajes. Un nuevo ejemplo del pesimismo de Hardy es que, en el período de redacción del libro, leyó a Hegel y escribió la siguiente nota, que después incluiría en su Vida: «Los filósofos parecen partir de un presupuesto equivocado; no son capaces de quitarse la idea preconcebida de que, de algún modo, el mundo tiene que haber sido creado para que sea un lugar agradable para el hombre».