Los medallones de la virtud - María Laura Paván - E-Book

Los medallones de la virtud E-Book

María Laura Paván

0,0
4,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Y si un día descubrieras que no eres tan común como pensabas? Diana es una adolescente normal, que despierta el día de su cumpleaños decidida a celebrarlo de la forma más tranquila posible. Sin embargo, cuando un taxi de lo más extraño la recoge por su casa, sus planes se ven alterados completamente. Diana se enfrentará a un pasado que ignora, y que no la dejará escapar. Para sobrevivir, contará con la ayuda de un medallón, que le concederá poderes mágicos inimaginables. Mientras tanto, deberá decidir si confiar en Evan; un muchacho atractivo y misterioso, por el que tiene sentimientos encontrados. Nuestra protagonista tendrá que abrir sus ojos a un nuevo e intrigante mundo para entender la verdad que se encuentra escondida en su memoria. ¿Será capaz de afrontar su inevitable destino?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 74

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Paván, María Laura

Los medallones de la virtud / María Laura Paván. - 1a ed - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

84 p. ; 11 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-669-0

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863.9283

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Paván, María Laura

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Los Medallonesde la Virtud

MARÍA Laura Paván

Agradecimientos

A mis padres, por su cariño incondicional, y por incentivar mi amor por la literatura desde temprana edad.

A mi esposo, por alentarme a escribir, y por ser el mejor compañero.

A mi hija, por darme la voluntad de cerrar un ciclo, con la esperanza de que algún día pueda leer esta novela, y, espero, disfrutarla también.

A mi familia política, por su entusiasmo y aliento, cuando decidí aventurarme a plasmar mis ideas en papel.

A Pamela, por inspirar a algunos de los personajes, por aportar sus geniales ideas, y por dedicar su tiempo a leer pacientemente cada versión y corrección de esta novela.

Finalmente, a Laura. Espero que se anime a escribir su propia novela y, cuando lo haga, estaré allí para ella.

Prólogo

La madrugada del sábado, Elizabeth y James Bonfire tenían una animada conversación en el living de su casa. Ella, una mujer rubia, de ojos café y muy delgada, estaba sentada en el sillón preparando su maletín. Él, un hombre atractivo, de piel trigueña, cabello negro como el ébano, y ojos igualmente oscuros adornados por unas gafas, permanecía de pie al otro lado de la habitación.

—Hay que decírselo, James. Si esa mujer vuelve a aparecer, debe estar preparada.

—Estoy de acuerdo, pero ya te lo he dicho hasta el cansancio, debemos hacerlo poco a poco. Recuerda que el hechizo que usamos es muy poderoso. No podemos crear algo y borrarlo a nuestro antojo. Por ahora solo le daremos el medallón y contestaremos sus preguntas llegado el momento.

Capítulo 1

Una mAñAna invernAl

Qué difícil es abrir los ojos por las mañanas, ¿no es verdad? Sobre todo, en el invierno. De seguro en mi vida pasada debo haber sido un Ursus americanus (conocido como oso pardo), pues creo firmemente que invernar es una práctica saludable. Claro, saber el nombre científico de un animal podía hacerme blanco de burlas, pero era una persona curiosa, y, bueno, a lo que ya es parte de la esencia es inútil negarlo. Volviendo a mi reflexión inicial, y como no era un depredador con garras y filosos dientes, debía levantarme. Mi rutina cotidiana era de lo más soporífera. Primero asearme, luego vestirme, tender la cama, desayunar en familia, tomar el autobús e ir a la escuela. Aquel hábito aplicaba también para aquella estación del año, por supuesto. La gente normal no va a la escuela en invierno por receso obligatorio, pero tenía el privilegio, decía mi padre, de ir a la única escuela en toda la ciudad (y el universo) que dictaba clases en esa época.

De cualquier manera, me desperté aquella mañana y, felizmente, era sábado. Los sábados podía dormir hasta un poco más tarde. Solo un poco, claro, dado que los sábados eran días de limpieza general en mi casa. Mi madre trabajaba de lunes a sábado en el Hospital de Urgencias, por lo que me correspondía colaborar con el saneamiento de la casa. Mi padre siempre decía que esas pequeñas costumbres formaban el carácter. Personalmente, difiero con su postura, aquellas acciones solo formaban callos en las manos y causaban dolores de espalda.

Logré desenterrar mi cabeza del acogedor hueco en mi almohada y me erguí de un brinco para despabilarme. Tomé el celular que estaba sobre la cómoda y llamé a mamá al trabajo. Como era costumbre, ella atendió el teléfono y cortó inmediatamente después. Este era un código entre nosotras; si ella estaba disponible, iniciaba la conversación, si no, me devolvería el llamado cuando pudiera. En caso de ser una emergencia, yo debía insistir, llamarla cuantas veces fueran necesarias. Como ese no era el caso, esperaría a que se comunicara conmigo.

Desplacé mi incordioso cuerpo hasta el baño, abrí la llave de la ducha para dejar correr un poco el agua hasta que se calentara. En invierno eso podía llevar unos minutos, así que aproveché para lavar mis dientes mientras tanto. La ducha fue rápida, pero, al salir, tomé tiempo para hacer lo que más me gusta, perfumarme. Lo sé, es un poco tonto bañarse antes de limpiar la casa, pero, si no lo hacía, no lograría despabilarme y vagaría como zombi el resto de la mañana. Volví al cuarto y vi toda mi ropa de diario apilada sobre la silla del escritorio. Sabía que debía ordenarla, pero pensaba hacerlo más tarde. No era una persona desordenada, pero ordenar mi ropa no era una de mis actividades favoritas. Miré alrededor y observé con atención cada detalle de mi habitación. Era un lugar amplio y acogedor. El gran ventanal que daba al balcón llenaba todo de una cálida luz. Las cortinas color lavanda rozaban el piso de parqué color caoba. El armario, la cómoda, el marco del espejo de pie y los respaldos de mi cama eran de una madera muy parecida a la del piso. Las paredes eran de un lila más pálido que el de las cortinas, logrando así un profundo contraste. Estaba todo en armonía, ese era mi lugar en el mundo.

Cogí del armario ropa limpia para vestirme: una camiseta gris, un jean azul, mis borceguíes negros, y una pañoleta negra. Luego recordé que más tarde debería salir para ver a mi amiga Anna, así que estiré prolijamente sobre la cama un Montgomery azul, que desentonaba con las arrugadas sábanas y el edredón encarrujado. Sabía que necesitaría más abrigo, pero moriría congelada antes de usar más ropa. ¿Testaruda yo?, solo un poco, el exceso de prendas me daba comezón y me hacía ver gorda. Bueno, está bien, quizás era más por lo segundo que por lo primero, pero ¿a quién le importaba?

Una vez vestida, recogí mi cabello en una media cola y eché un detallado vistazo a mi reflejo en el talludo espejo de pie que estaba cerca de la cómoda. Siempre me consideré una persona de apariencia corriente. Poco agraciada, aunque mi madre decía que era muy hermosa. Supongo que lo decía porque era mi madre. En realidad, no había nada en particular que me agradara de mi físico. En primer lugar, mi piel era de un beige mate muy extraño. En cuanto a mi rostro, tenía ojos grandes, y mis pómulos eran abultados. Tal vez si mi cabello castaño oscuro no hubiera sido tan rebelde, podría haber evitado el peinado. A mi favor diré que tenía labios delicados, y que mi nariz era pequeña y respingada. Con respecto a mi altura, me encontraba dentro del promedio, era delgada pero rectangular, sin cintura, por lo que la ropa me lucía o muy ceñida o muy holgada. Rara vez encontraba algo de mi talla. Finalmente, mis piernas, que parecían dos mondadientes, me daban una postura chistosa y chueca.

Una vez acabada la inquisición en el espejo, bajé las escaleras con brío y fui a la cocina para comenzar con los quehaceres. Para mi sorpresa, mamá había dejado listo el desayuno sobre la mesada de mármol. Mi madre hacía los mejores desayunos del mundo, y no porque fueran algo extraordinario, sino por su perfecta simpleza. Las tostadas siempre estaban crujientes y doradas, aunque no demasiado, y el café tenía la cantidad exacta de azúcar y miel. Sí, café con miel, porque mi madre en su juventud sufría continuamente de faringitis, así que nuestro café tenía miel y nuestros cuellos, bufanda o pañoleta.

Calenté el café en el microondas y comencé a sorberlo, en ese momento la voz de mi padre apareció en mi mente «Pequeña saltamontes, es de mala educación comer parado, toma asiento ahora mismo». El pensamiento hizo que revoleara los ojos con desprecio por el regaño y así pude percatarme de que debajo del plato de tostadas había un papel con un recado:

Diana:

Como verás, hemos dejado listo el desayuno. ¡Muy feliz cumpleaños! ¡Ya Tienes 17 años, hija! Hay una torta de chocolate y unos sándwiches, de los que te gustan, en el refrigerador, así que invita a quien quieras a casa. Cuando volvamos esta noche, saldremos a cenar. Nos vemos a las 9.00 pm. Te amamos.

Mamá y Papá.

PD: La casa está limpia, tienes el día libre, te lo mereces.

No podía creerlo, no solo había olvidado mi propio cumpleaños, lo cual era bastante patético, sino que ninguno de mis padres iba a estar en casa para celebrarlo conmigo hasta la noche. Papá seguramente estaría en la biblioteca trabajando como todos los sábados y mamá en el hospital.

«Feliz cumpleaños»