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Hemos oído las historias acerca de Jesús calmando la tormenta, alimentando a los cinco mil y sanando a los ciegos, pero hoy pueden parecer tan lejanas de nuestra experiencia de seguir a Jesús. ¿Cómo hubiera sido presenciar estos eventos de primera mano? Simon Kistemaker le ayuda a ver más de cerca los milagros de Jesús para una mejor comprensión del propósito detrás de cada uno. Al poner cuidadosamente el trasfondo cultural, el simbolismo y las conexiones del AT, Kistemaker le muestra cómo estos milagros se relacionan con la manera como usted sigue a Jesús. El resultado es una exploración detallada que profundizará su comprensión de la obra milagrosa de Jesús. "Me encanta la manera clara, simple y profundamente perspicaz como Simon Kistemaker explora los milagros de Jesús. Este es un estudio rico y gratificante de todas las principales señales y maravillas registradas en los evangelios. Estos eventos iluminan nuestra comprensión de la vida y la obra terrenales del Salvador -y revelan su verdadera gloria- en una manera única y poderosa." John Macarthur, autor; presidente de Grace to You "¡Qué increíble libro! Lo he estado leyendo a manera de devocional y ha alimentado mi alma y mi mente. Si usted nunca ha estudiado los milagros de Jesús, se ha sentido abrumado por su poder o se ha regocijado en lo que Él ha hecho por los suyos, este es el lugar para empezar. ¡Léalo! Estará tan complacido de haberlo hecho." Steve Brown, autor; presidente del programa de radio key life profesor del seminario teológico reformado, Orlando, Florida"
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Seitenzahl: 307
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Copyright © 2006 por Simon J. Kistemaker
Originalmente publicado en inglés bajo el título: “The Miracles” por Baker Books, una division de Baker Publishing Group. Grand Rapids, Michigan, 49516, U.S.A. Todos los derechos reservados.
Primera edición en Castellano 2.019 por
www.edicionesberea.com
Todos los derechos reservados.
A menos que se especifique, todas las citas bíblicas son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional 1.999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro puede ser duplicada, copiada, transcrita, traducida, reproducida o almacenada, mecánica o electrónicamente, sin previa autorización de la editorial. Todos los derechos reservados.
Editor General: Héctor H. Gómez
Diseño General: Inti Alonso
ISBN: 978-958-52178-0-5
Producido en Bogotá D. C., Colombia.
Contenido
Introducción
PARTE I
LOS MILAGROS EN LA NATURALEZA
Convirtiendoel Agua en Vino
Calmando laTormenta
Alimentando a los Cinco Mil
Jesús Camina sobre el Agua
Alimentando a los Cuatro Mil
El Pago del Impuesto del Templo
La Maldición de una Higuera
La Primera Pesca
La Segunda Pesca
PARTE II
LOS ENFERMOS SON SANADOS
La Suegra de Pedro
Un Hombre con una Mano Paralizada
El Siervo del Centurión
El Hijo de un Funcionario Real
La Mujer con Derrames de Sangre
La Mujer Encorvada
Un Hombre con Hidropesía
Malco
PARTE III
LOS SORDOS OYEN
Un Hombre Ciego y Mudo
Un Hombre Sordomudo
PARTE IV
LOS DEMONIOS SON EXPULSADOS
Un Hombre Mudo y Endemoniado
Un Endemoniado en la Sinagoga
El Endemoniado de Gadara
Una Madre Cananea
Un Muchacho Epiléptico y Endemoniado
María Magdalena
PARTE V
LOS MUERTOS SON RESUCITADOS
El hijo de la Viudade Naín
La hija de Jairo
Lázaro
PARTE VI
LOS CIEGOS RECUPERAN LA VISTA
Dos Hombres Ciegos
Bartimeo
El Ciego de Betsaida
El Hombre Nacido Ciego
PARTE VII
LOS LEPROSOS SON LIMPIADOS
El Leproso que es Sanado
Diez Leprosos son Sanados
PARTE VIII
LOS LISIADOS CAMINAN DE NUEVO
La Sanidad de un Paralítico
El Hombre en el Estanque de Betesda
PARTE IX
LOS MILAGROS Y JESÚS
Nacido de una Virgen
La Transfiguración
La Resurrección
Apariciones Después de la Resurrección
La Ascensión
PARTE X
UNA FE QUE SANA
Sanidad para Ayudar a Nuestra Fe
Conclusión
Introducción
Con frecuencia usamos la palabra milagro cuando alguien se recupera de una seria lesión o de una cirugía de vida o muerte. Así expresamos nuestra incapacidad para explicar el poder para sanar del cuerpo humano. Comprendemos que la recuperación no es debida sólo a la habilidad o experiencia de los cirujanos, sino que depende de la innata fortaleza que reside dentro de nuestro cuerpo físico y que supera los obstáculos para la restauración.
Sin embargo, de buena gana admitimos que una recuperación milagrosa de una lesión o de una enfermedad se diferencia de los milagros que Jesús hizo cuando sanó a los enfermos y resucitó a los muertos, y atribuimos el restablecimiento de la salud y la fortaleza a un poder misterioso que Dios creó dentro de nuestro cuerpo físico. Pero los milagros que Jesús hizo fueron diferentes porque el poder para sanar y restaurar personas residía en Él.
Esto no significa que seamos plenamente capaces de explicar los milagros de Jesús. Todo lo que podemos hacer es describirlos mientras observamos su ministerio registrado en los evangelios. Los evangelistas lo describen como el “hacedor de milagros de Dios” que sanó todas las enfermedades y resucitó gente de entre los muertos.
Los milagros que Jesús realizó fueron puestos dentro de un contexto que apuntaba a su divinidad. Después de presenciar estos asombrosos eventos, la gente preguntaba si Jesús era el Hijo de David, es decir, el Mesías. Después de limpiar a los leprosos, Jesús los envió con los sacerdotes como testimonio de que Él ciertamente había sido enviado por Dios. Él puso a los entendidos maestros de la Ley en un dilema, al hacerlos escoger el más fácil de dos actos que sólo Dios podía hacer: perdonar pecados o sanar a un paralítico. Cuando Jesús le dijo al hombre que se levantara y caminara, Él probó su divinidad.
Cuando Jesús expulsó demonios, ellos gritaban para que todos oyeran que Él era el Hijo del Dios Altísimo. Los demonios temían que Él hubiera venido a atormentarlos antes de su tiempo del juicio. Aun cuando el clero en tiempos de Jesús se rehusó a reconocerlo como el Hijo de Dios, los demonios temblaban en sumisión a Él.
Aunque el Maestro sanó a todos los que vinieron a Él, al acercarse a los enfermos y afligidos, Él fue selectivo. Por ejemplo, sólo un hombre en el Estanque de Betesda fue sanado, pero los demás que habían sido dejados en la orilla del agua, no lo fueron. En su hogar, Nazaret, Jesús no pudo hacer muchos prodigios con excepción de sanar a algunos enfermos.
La sanación ocurría inmediatamente después que Jesús decía algo o ponía sus manos sobre quienes sufrían. Él usó diferentes métodos, incluyendo embadurnar con barro los ojos de un hombre que había nacido ciego y tocar los ojos de otro. En otras ocasiones, Él sanó a la gente a la distancia, entre ellos al siervo de un Centurión romano, al hijo de un funcionario de la corte y a la hija de una mujer sirofenicia.
Al menos dos de los milagros de Jesús caracterizan la obra o la gloria de Dios. En el caso del hombre nacido ciego, Jesús se refirió a la obra de Dios desplegada en su vida. Cuando Él estaba a punto de resucitar a Lázaro de entre los muertos, Jesús dijo que los transeúntes verían la gloria de Dios. Los milagros no son incidentes aislados sino que son para revelar la gloria de Dios en su poder. Por lo tanto, Él es digno de recibir las acciones de gracias de la gente.
¿Cuál fue el propósito de Jesús con su ministerio de sanidad? La respuesta es que fue demostrar que Él era el Mesías. Juan el Bautista envió a sus discípulos con Jesús para preguntarle si Él era “el que habría de venir”. Jesús respondió que todos podían comprobarlo por estos milagros:
Los ciegos recibían su vista.Los lisiados caminaban.Los leprosos eran limpiados.Los sordos podían oír.Los muertos eran resucitados.Los pobres oían la predicación del evangelio.Sólo Jesús, el Mesías, podía realizar estos milagros. Él probó ser el Hijo de Dios enviado a liberar a su pueblo.
PARTE 1
Capítulo 1
Convirtiendo el Agua en Vino
Juan 2:1-11
Después de encontrarse con Juan el Bautista en el Río Jordán, donde Jesús fue bautizado, Él y sus discípulos viajaron a Galilea. La distancia podía ser cubierta caminando con paso ligero en pocos días. Ellos llegaron a la aldea de Caná, cerca de Nazaret. En ese momento, los aldeanos estaban celebrando una boda en la que María, la madre de Jesús, había estado de acuerdo en servir a los invitados.
Las bodas eran celebradas como fiestas reales que podían continuar por siete días. Después de un período de compromiso que duraba un año, el día oficial de la boda empezaba en la noche del día de la boda. Luego, el novio y sus amigos iban a la casa de la novia y la llevaban acompañada de sus damas de honor a su casa.
Aunque los detalles son escasos, podemos asumir confiadamente que la novia o el novio eran amigos o que al menos uno de ellos era pariente de María. Sabemos que Jesús había sido invitado con sus discípulos a venir a la fiesta. Indudablemente, la presencia de invitados adicionales en la boda puede haber contribuido a que con el tiempo el vino escaseara.
Las fiestas de boda eran ocasiones alegres, durante las cuales los invitados consumían grandes cantidades de comida y de vino. En la cultura hebrea, el consumo de vino era parte de la entretención de los invitados y del gozo de la comunión de unos con otros. Esta bebida era en ocasiones diluida con agua para mantener el nivel de alcohol bajo. Además, las normas sociales consideraban la intoxicación algo culturalmente inaceptable. De hecho, la Escritura habla contra la borrachera.
Mientras el tiempo pasaba, los sirvientes observaron que el suministro de vino estaba disminuyendo y agotándose. Esta situación causaría una inevitable vergüenza a la pareja de novios y a la familia, además de un ineludible gasto financiero. Ellos tenían que hacer algo rápidamente para salvar la situación y evitar una desgracia social. María aprovechó el momento para pedirle ayuda a Jesús. De todos los invitados y servidores, ella era la que lo conocía mejor. Y la relación entre María y Jesús era firme, especialmente porque Él había sido su sustentador tras la muerte de su esposo, José.
A nuestros oídos, la respuesta de Jesús a María suena más que brusca. Él dijo: “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Todavía no ha llegado mi hora”. En el mundo occidental, se oye sumamente rudo y maleducado que un hijo se dirija a su madre como “mujer”. No así en los tiempos de Jesús, donde la palabra mujer era un título de respeto igual que el término señora, el cual es una manera cortés de dirigirse a la madre en muchas partes del mundo. La intención de Jesús sería similar a “mi querida madre”.
Sin embargo, las palabras de Jesús pusieron una distancia entre Él y su madre, de manera que ella entendiera que había habido un cambio en su relación. María tenía que reconocer que Jesús ya no era más su proveedor y que ahora asumía el rol para el que Dios lo había llamado. Las misteriosas palabras, “todavía no ha llegado mi hora”, apuntaba a su inminente pasión, muerte, resurrección y ascensión. María tuvo que recordar las palabras dichas por Jesús a sus doce años, en el Templo: “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?”
Jesús transformó la íntima relación de una madre con su hijo en la de una pecadora que necesitaba un Salvador. Él había venido a este mundo a salvar a su pueblo de sus pecados, y María debía admitir que ella también era una pecadora por quien Jesús había venido como el Mesías. De hecho, como Cordero de Dios, Él sufriría eventualmente una muerte cruel para borrar su pecado. Él le dejó claro que ella no podía pedirle más que lo que cualquier otra persona le habría pedido porque Él era el Hijo de Dios y había sido enviado a cumplir las órdenes de su Padre.
María tenía que recordar que décadas antes, en el Templo, el anciano Simeón había hablado acerca del destino de su hijo. Él había dicho que la vida de Jesús estaba destinada a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y también que una espada le atravesaría el alma a María.
Ahora, en el inicio de ese destino, Jesús alertaba a su madre para que comprendiera que su ministerio terrenal había comenzado. Él y no su madre, determinaría la agenda de este ministerio que eventualmente lo condujo a su muerte en la Cruz del Calvario.
Luego María les dijo a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les dijera. Ella sabía que Jesús podía hacerle frente a la situación. Cerca había seis tinajas hechas de piedra que eran usadas por los judíos para la purificación ceremonial. Cada una tenía la capacidad de albergar veinte o treinta galones. Jesús ordenó a los sirvientes que llenaran completamente las seis tinajas con agua del pozo. Él quiso asegurarse que los recipientes estuvieran vacíos antes que fueran llenados con agua limpia para beber.
Jesús no pronunció ninguna fórmula mágica, no tocó el agua ni le oró a Dios por un milagro. No hubo despliegue de poder ni grandes gestos de ilusionismo o artimañas. Jesús simplemente le pidió a uno de los sirvientes que sacara un poco del agua de estas tinajas y se la llevara al encargado del banquete. Y entonces, el milagro de convertir el agua en vino ocurrió.
El Misterio
Los sirvientes vieron que el agua se había convertido en vino. Incapaces de explicar el milagro que había ocurrido, ellos fueron donde el encargado del banquete y le dieron el vino. Él lo probó sin saber del milagro e inmediatamente reaccionó diciéndole al novio que algo estaba mal, pues se acostumbraba servir primero el vino bueno y luego el de menor calidad. Cuando los invitados se hubieran saciado, no sentirían la diferencia. Pero aquí había ocurrido lo contrario, es decir, el vino más pobre había sido servido hasta acabarse y luego, repentinamente, el mejor vino estuvo disponible.
El novio no sabía cómo había llegado al salón del banquete el vino bueno. Pero cuando le dijeron que las seis tinajas estaban llenas con un vino de mejor calidad, quedó abrumado con el regalo de bodas que Jesús había dado a la pareja de novios. La gran cantidad de vino se convirtió en el regalo de bodas para los recién casados.
El milagro en sí siempre será un misterio para nosotros, pues el poder sobrenatural de Jesús obró para cambiar el agua en vino. Podemos entender algunos aspectos de este evento, es decir, cuando Jesús realizó este milagro, Él eliminó el elemento del tiempo. La fabricación del vino toma un tiempo largo, el cual comienza con el crecimiento de las uvas, luego la cosecha y el exprimido, y finalmente, la recolección del jugo. Luego el proceso de fermentación debe tomar su curso. Después que ha pasado el tiempo adicional, el vino puede ser probado y consumido. Es un hecho conocido que entre más tiempo pasa, la prueba del vino es mejor.
Jesús convirtió el agua en vino con un milagro que ocurrió instantáneamente. Pero en efecto, el proceso de crecimiento de diminutas flores a uvas completamente desarrolladas también es un milagro. Y así es el proceso de fermentación que obra silenciosa y discretamente. Ningún ser humano tiene el poder, conocimiento o capacidad de hacer tales milagros.
Según el apóstol Juan, convertir el agua en vino es la primera señal milagrosa que Jesús realizó en Caná de Galilea. Los milagros revelaron la gloria de Jesús, pero también cumplieron el propósito de hacer que sus discípulos pusieran su fe en Él. Como regla, los milagros generalmente ocurrieron para hacer que la gente tuviera fe en Jesús o como respuesta a la fe. Al convertir el agua en vino, Jesús convirtió a sus discípulos en creyentes. Ellos pudieron verificar la verdad de sus palabras acerca de que verían el cielo abierto y a los ángeles de Dios ascender y descender sobre el Hijo del Hombre.
El relato de la fiesta de bodas pone a Jesús en el centro del escenario. No se nos dice nada acerca del novio, la novia, el maestro de ceremonia o la relación de María con la pareja de novios. El enfoque principal de esta escena está en Jesús, el hacedor de milagros. Los demás son secundarios. Jesús desplegó su gloria como el que fue enviado por el Padre al mundo. Esta señal fue la primera de una serie de milagros que Jesús hizo durante su ministerio.
Puntos para Reflexionar
Hay una cantidad de simbolismo en este relato. La presencia de Jesús en la boda de Caná apunta al celestial banquete de boda al final de los tiempos. En ese entonces Jesús será el novio y el pueblo de Dios será la novia. Aquí yo veo una imagen dentro de otra, porque los invitados al matrimonio de la novia serán el pueblo de Dios y a su vez, serán la novia del novio, es decir, del Cordero.
Jesús no convierte el agua en vino en ninguna otra boda, pero Él quiere estar presente en una boda cuando un esposo y una esposa comienzan una familia. Él desea ser la cabeza de cada familia, el invitado invisible de cada comida y el oyente silencioso de cada conversación.
Jesús aún viene con promesas y le dice a la pareja de novios que confíen en Él con todo su corazón y no en su propio entendimiento. Él los impulsa a reconocerlo en todo lo que hacen y así Él los bendecirá al enderezar sus caminos.
Capítulo 2
Calmando la Tormenta
Mateo 8:23-27 • Marcos 4:35-41
Lucas 8:22-25
La Tempestad
Al final de un día ocupado enseñando a la multitud, Jesús estaba física y mentalmente exhausto. Él había sanado a muchos enfermos a lo largo de la orilla occidental del Lago de Galilea y había enseñado a multitudes de personas durante gran parte del día. En la noche, Jesús y sus discípulos abordaron un bote de pesca, el cual muy probablemente pertenecía a alguno de ellos, tal vez a Pedro. Jesús les dijo que se dirigieran a la otra orilla del lago, a un área que los judíos evitaban debido a su población predominantemente gentil. Mientras ellos cruzaban el lago, también había otros botes con ellos.
Jesús anhelaba un tiempo de descanso y relajación. Había encontrado un lugar en la parte trasera del bote y cayó dormido casi inmediatamente. Aun cuando Él había demostrado una asombrosa resistencia durante todo el día, ahora demostraba que su cuerpo físico necesitaba descanso. Mientras sus discípulos remaban y navegaban la nave, Él dormía.
Los discípulos —muchos de ellos eran pescadores— estaban plenamente familiarizados con la configuración del terreno a su alrededor, así como con las dimensiones y peligros de este cuerpo de agua. Para cruzar el lago de occidente a oriente, había que recorrer una distancia de trece kilómetros; y de veintiún kilómetros, si se recorría de norte a sur. Como una extensión del Río Jordán, el lago está localizado en un profundo canal rodeado por altas montañas excepto por un tramo en ambos extremos, tanto al norte como al sur. El lago se encuentra muy por debajo del nivel del mar, pero recibe su agua del deshielo del Monte Hermón, que se encuentra muy cerca, al norte de allí.
Durante los meses del ardiente verano, la temperatura en el lago puede subir a 37ºC en la sombra. Cuando el aire frío de la montaña desciende sobre el aire caliente que cubre el lago, surgen tormentas repentinas y convierten sus aguas generalmente calmadas en un remolino peligroso y violento. El intempestivo choque de las masas de aire se constituye en un peligro mortal para la gente que se encuentre en el lago cuando esto ocurre.
Las tormentosas olas de casi dos metros de altura aterrorizan aun al más experimentado pescador. Bien podemos imaginar que esto fue exactamente lo que sucedió aquella noche en el Lago de Galilea, cuando Jesús se quedó dormido en el bote. Una tormenta descendió de repente sobre ellos, pero Jesús estaba profundamente dormido con su cabeza recostada sobre un cojín de marinero. Él estaba muerto para el mundo, aun cuando una violenta tormenta estaba arrasando con todo a su alrededor. Ni el aullido del viento, ni las salpicantes olas, ni las sacudidas del bote tenían efecto alguno en Él. Nada parecía despertarlo.
No obstante, cuando lo llamaron, Él escuchó inmediatamente los gritos de sus discípulos. Ellos gritaban a su Señor y Maestro que los salvara de morir ahogados. Sus gritos lo alertaron acerca de que realmente sus vidas estaban en peligro. Ellos estaban por perecer y necesitaban ayuda inmediata. Tan pronto como los discípulos pidieron ayuda, Jesús se despertó inmediatamente. Él se levantó, reprendió al viento y le dijo al mar que se calmara. De repente, el viento y el mar se calmaron completamente. El agua parecía un cristal.
Después de ese incidente, Jesús se dirigió a sus discípulos y les preguntó por qué estaban temerosos. Como regla fundamental, ellos debían saber que en presencia de su Maestro, siempre estarían salvos y seguros. Aunque el viento y las olas desataron su furia contra todos los que estaban en el lago, con Jesús a bordo, ellos no tenían nada que temer. Aun así, esto requería tener fe en Jesús. Por eso, Jesús les hizo la pregunta directa: “¿Dónde está la fe de ustedes?” Jesús nunca ha reprendido a alguien por confiar demasiado en Él. Él siempre presta atención cuando sus seguidores lo buscan con la fe de un niño.
Los discípulos sintieron temor cuando vieron el poder de Jesús sobre los elementos de la naturaleza. Ellos presenciaron un milagro en medio de una situación aterradora, en la que Jesús estuvo completamente en control.
¿Por qué ellos no comprendían que con Jesús a bordo, ellos no naufragarían? Como agente de la creación, Él estaba completamente en control de los elementos de la naturaleza. ¿No sabían que toda la creación tenía que escuchar su voz? Si ellos sólo hubieran sabido que tenían a bordo al Creador del universo, no les hubiera preocupado su seguridad. Jesús no los estaba reprendiendo por tener miedo sino por su falta de fe. Por lo tanto, Él les enseñó esta lección: que en la presencia de su Maestro, ellos estarían siempre salvos y seguros.
La Soberanía de Jesús
Los discípulos se aterrorizaron cuando vieron la majestuosa soberanía de Jesús extenderse sobre el viento y las olas. Ellos preguntaron: “¿Quién es éste, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?” Ellos habían visto su capacidad para conquistar las fuerzas de la naturaleza, a las cuales consideraban como poderes de la oscuridad. Sus mentes los llevaron de regreso a Moisés, quien al extender su mano sobre el Mar Rojo separó las aguas para que los israelitas pudieran cruzar con seguridad al otro lado. De manera similar, en los días de Josué, las aguas del Río Jordán se detuvieron para que todo Israel cruzara por tierra seca.
Todo lo que ellos sabían era que nadie más que Dios podía controlar el viento y la tempestad. Ahora Jesús simplemente le hablaba a la tormenta y tanto el viento como el agua le obedecían. Es verdad que por su familiaridad con la naturaleza, ellos sabían que las tormentas en el Lago de Galilea podían levantarse y disiparse en cuestión de minutos. Sin embargo, en medio del aullido del viento y de las salpicantes olas, Jesús reprendió a las fuerzas de la naturaleza que inmediatamente se subordinaron a Él. Cuando ese milagro ocurrió, sus discípulos lo reconocieron como el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre.
Los discípulos vieron ahora un despliegue de la divinidad de Jesús en acción. Ya no era más el carpintero convertido en profeta ni el maestro que había venido de Nazaret. Ahora ellos entendían que Él era al mismo tiempo divino y humano, con poderes que controlaban la naturaleza a su alrededor. Ellos temieron y reconocieron a Jesús como Señor Soberano. Jesús cumplió las palabras del salmista que habló de gente que se hizo a la mar en barcos, de tempestades y olas, de marineros clamando al Señor y de Dios cambiando la tormenta en suave brisa (Salmo 107:23-30).
Puntos para Reflexionar
Si los discípulos hubieran sabido que Jesús era el agente de la creación y que tenía poder sobre las fuerzas de la naturaleza, lo habrían dejado dormir. Él necesitaba un descanso bien merecido. Ellos debían haber comprendido que Jesús nunca se expondría Él mismo ni a sus discípulos al peligro de ahogarse en el Lago de Galilea. Pero en lugar de confiar, les faltó fe y se llenaron de un miedo mortal.¿Es el temor una reacción natural a las fuerzas externas? ¿El temor siempre demuestra falta de fe? ¿Deberían los cristianos sentir miedo alguna vez? La respuesta a estas preguntas es que de hecho, el miedo aparta la fe; por el contrario, la fe suprime el miedo. En los Evangelios, en Hechos y Apocalipsis, Jesús le dice repetidamente a su pueblo: “¡No tengan miedo!” Él le dio a sus seguidores esta promesa: “estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Cuando estemos en una situación que cause temor como una reacción natural, debemos recordar que el miedo debería llevarnos a Jesús en lugar de apartarnos de Él. Él siempre está cerca de nosotros y nos dice palabras de ánimo. Jesús nos hace libres del miedo.Por otro lado, la Escritura nos enseña a temer a Dios y a amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente. Expresamos un temor piadoso cuando vivimos en armonía con su Palabra y sus preceptos. El temor en el sentido de reverencia a Dios es una de las más grandes riquezas espirituales que podemos poseer en algún momento. Lo reverenciamos como Creador de todas las cosas; sabemos que Él está plenamente en control de cada situación, incluyendo las tempestades de cualquier índole que inquiete nuestras vidas.Capítulo 3
Alimentando a los Cinco Mil
Mateo 14:13-21 • Marcos 6:32-44 Lucas 9:10-17 • Juan 6:1-13
Pastor y Oveja
Todos los cuatro Evangelios mencionan el milagro de Jesús alimentando a los cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños. Si estamos de acuerdo que hay tantos hombres como mujeres, la multitud se dobla en tamaño. Y si agregamos a los niños, el conteo total puede bien exceder las veinticinco o treinta mil personas. Alimentar a tal multitud sin detenerse a pensar, sin duda es un milagro.
Los escritores de los Evangelios también relatan cuándo y dónde ocurrió el milagro. Jesús y sus discípulos habían ido a un lugar solitario apartado de ciudades y aldeas cercanas. Eso fue en la orilla oriental del Lago de Galilea, en la primavera de ese año, probablemente en Abril, cuando el pasto aún estaba verde. Jesús eligió este lugar para tener privacidad y estar lejos de las multitudes que lo seguían por doquiera que iba.
Sin embargo, la quietud que Jesús y sus discípulos buscaban llegó al final, cuando la gente se le acercó por miles. Ellos caminaron alrededor del lago y llegaron donde Jesús estaba, anhelando que los sanara de sus enfermedades y que les enseñara.
Jesús pasó el resto del día ministrando a la gente porque estaban como ovejas sin pastor. Aunque el clero de ese tiempo trataba de darles dirección espiritual e instrucción religiosa, ellos fracasaron. Jesús llenó esa necesidad. Él cuidó a la gente con su enseñanza y con sus hechos, Él sanó a los enfermos y afligidos.
La gente se quedó hasta el final del día y pronto se hizo evidente que necesitaban alimento físico. El tiempo de enseñar a las multitudes había terminado y el momento de suplir las necesidades de sus cuerpos físicos había llegado. En un sentido, Jesús se convirtió en su gentil anfitrión, en tanto que ellos se convirtieron en sus ilusionados invitados. ¿Sería Él capaz de cuidar de esta inmensa multitud e incluso ser su proveedor?
Todos los escritores de los Evangelios relatan que los discípulos se le acercaron a Jesús con la sugerencia de despedir a las multitudes para que fueran a comprar comida en las aldeas cercanas. Pero Jesús sabía exactamente lo que iba a hacer. Él preguntó a los discípulos si tenían el dinero para comprar suficiente pan para todas esas personas. Él quería que ellos participaran en la labor de alimentar a la muchedumbre y probó su fe al enseñarles a satisfacer las necesidades físicas de las multitudes.
Felipe hizo un cálculo rápido y estimó que la cantidad de dinero que un trabajador ganaba en ocho meses no sería suficiente para darle a cada persona un pedazo de pan. Él comprendió rápidamente la imposibilidad de satisfacer las necesidades de las multitudes. Su sugerencia había sido una simple suposición y ahora él veía a Jesús ayudar a resolver el problema.
Pan y Pescado
Andrés, el hermano de Simón Pedro, observó que un muchacho tenía cinco hogazas de pan de cebada y dos pequeños pescados. Esto era suficiente para calmar el hambre de un muchacho pero no era nada para una multitud. Por eso, Andrés le preguntó a Jesús hasta qué punto esta diminuta cantidad de comida satisfaría la necesidad de una multitud. Andrés no comprendía que estaba en presencia del Creador del universo que alimenta diariamente a todas sus criaturas. Es más, los discípulos no vieron que Jesús nunca envía a la gente lejos con las manos vacías. Él siempre ministra a quienes dependen completamente de Él.
El pan de cebada era consumido por los pobres que no podían comprar un pan hecho de mejores granos. La cebada no es apropiada para hacer un pan compacto; el trigo y el centeno son granos más adecuados para ese propósito. Los dos pequeños pescados eran del tamaño de las sardinas que servían como condimento cuando estaban saladas. Esta fue la elección de Jesús para alimentar a la multitud.
Jesús ordenó a los discípulos que hiciera que la gente se sentara sobre el pasto verde en grupos de cien y de cincuenta. Esto fue hecho por familias y de esa manera, el número total podía ser rápidamente contado. Ellos se sentaron agrupándose en una manera ordenada, así que no hubo confusión. Los jefes de familia se encargaron de reunir a sus propios clanes, en una forma muy parecida a como Moisés agrupó a los israelitas en el Desierto del Sinaí.
Luego Jesús tomó el pan y los peces en sus manos, miró al cielo y bendijo el alimento dándole gracias a Dios, el proveedor de todo lo bueno y perfecto. De esa manera, Él demostró a la gente su dependencia en Dios para suplir sus necesidades diarias y la necesidad de expresar gratitud.
Cuando Jesús partió el pan, el milagro de la multiplicación ocurrió de una manera que puede ser explicada al compararlo con el milagro que Jesús realiza cuando Él alimenta diariamente a toda la población de la tierra. Sin duda, ¡esa hazaña es un milagro!
Jesús dio el pan y los peces a los discípulos, quienes a su vez lo pasaron a la gente hasta que todos estuvieron llenos. Cuando cada uno estuvo satisfecho, Él dijo a los discípulos que reunieran las piezas sobrantes de pan y pescado para que nada se desperdiciara. Toda la comida sobrante ocupó doce canastas.
Este milagro describe a Jesús cuidando las necesidades tanto espirituales como físicas de la gente. Él les enseñó la Escritura del Antiguo Testamento y les trajo la revelación de Dios. En resumen, Él les dio el pan de vida, y al final del día, los alimentó físicamente con pan y pescado.
Puntos para Reflexionar
Dios es bueno con todos, pues Él hace que la lluvia caiga sobre justos e injustos. De hecho, Él provee diariamente comida y bebida para toda la gente, aun cuando algunos experimentan períodos de hambre. En pocas palabras, este acto en sí mismo es un milagro que exige respuestas de gratitud de quienes lo reciben.En el tiempo de la comida, los cristianos expresan su gratitud a Dios y con frecuencia enseñan a sus hijos a orar: “Dios es grande, Dios es bueno y le agradecemos por nuestra comida”. Jesús expresó su gratitud a Dios Padre y mediante su ejemplo enseña a los cristianos a expresarle su gratitud a Él también. Sin embargo, olvidar dar gracias es una señal de ingratitud y negarse a hacerlo es un acto de insolencia que culmina apartando a la persona del Dios viviente.La gente que Jesús alimentó probablemente pensaba en el profeta Elías, cuyo milagro en Sarepta consistió en que el tarro de harina de la viuda nunca estuviera vacío y su jarra de aceite nunca se secara (1 Reyes 17:7-15). Y ellos recordaron que el profeta Eliseo alimentó a cien hombres con veinte panes de cebada y aún sobró comida (2 Reyes 4:42-44).Aquí, ellos reconocieron que había un profeta mucho más grande que Elías y Eliseo. Ellos reconocieron al que Moisés había anunciado, al Mesías, el Gran Profeta. Ellos incluso quisieron hacerlo su rey para derrocar a los invasores romanos. Pero Jesús no sería un rey político en un reino terrenal. Él es el Rey de reyes y Señor de señores en un reino que no es de este mundo.Capítulo 4
Jesús Camina sobre el Agua
Mateo 14:22-23 • Marcos 6:45-51 • Juan 6:16-21
Un Bote Lento
Después de una tarde placentera con parientes y amigos, sabemos que ha llegado el momento de decir adiós. Luego, a los amables anfitriones nos queda la tarea de limpiar y ordenar las habitaciones y de lavar los platos. Después nos relajamos por un momento antes de retirarnos para descansar en la noche.
En un sentido, esto es lo que le sucedió a Jesús y sus discípulos. Después de alimentar a una multitud de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, Jesús despidió a la gente. Él dijo a sus discípulos que entraran al bote y se adelantaran para cruzar el Lago de Galilea hacia la ciudad de Betsaida. Él se retiró y fue a un lugar alto a orar. Él necesitaba tiempo para estar a solas y en comunión con su Padre. Entre otras necesidades, Él oró por la seguridad y el bienestar de los discípulos que necesitaban su protección de los tormentosos elementos del viento, el agua y las olas.
Los discípulos entraron al bote tarde en la noche. Tan pronto como ellos dejaron la orilla, enfrentaron un viento que pronto se convirtió en tormenta. Los discípulos no podían avanzar. Sin poder izar una vela, sólo podían usar sus remos, pero todos sus recursos humanos parecían ser de poca utilidad. Ellos entendieron que su progreso era mínimo y que después de muchas horas de estar remando no habían avanzado más allá de la mitad del lago. Al final de la noche, ellos aún estaban a casi cinco kilómetros de su destino. Cansados y frustrados, ellos sabían que su esfuerzo había terminado sólo en un éxito limitado.
Los discípulos preguntaban por qué Jesús los había enviado solos en la noche a cruzar el lago. ¿Él los había abandonado? Ellos querían escuchar de Él, especialmente en medio de las tormentosas aguas, palabras de seguridad; ellos recibirían su poder omnipresente sobre la naturaleza. Ciertamente ellos preguntaban dónde podría estar Él. ¿Acaso durmiendo mientras ellos se esforzaban?
De repente, ellos vieron a alguien caminando sobre las olas del lago. Ellos habían remado durante toda la noche sin haber avanzado sustancialmente y ahora veían a la distancia una tenue figura que se acercaba sin esfuerzo, como si los fuera a pasar. ¿Cómo podía un hombre caminar sobre la superficie de las olas como si estuviera por tierra seca? ¿No se hundiría y se ahogaría? Ellos estaban llenos de miedo. De repente, uno de ellos gritó: “¡Es un fantasma!” Todos estaban de acuerdo en que era un fantasma, una ilusión, un espíritu demoníaco flotando como una aparición por encima de la superficie del agua. Ellos estaban aterrorizados y todo rastro de valentía desapareció.
Luego ellos oyeron una voz familiar, la de Jesús diciéndoles: “¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo.” Jesús no los había abandonado del todo. Él había pasado tiempo orando, pidiéndole a su Padre que los protegiera de todo mal y peligro. Pero ahora Jesús quería fortalecer su fe en Él, demostrándoles que controlaba los elementos. Ellos presenciaron el milagro que Jesús realizó justo delante de sus ojos, ejerciendo todo su poder sobre la naturaleza; Él fue capaz de desafiar las leyes de la gravedad y de la hidrodinámica. Las fuerzas físicas estaban totalmente sujetas a Él.
Fe y Temor
Este milagro produjo en Pedro la reacción que Jesús había pretendido, es decir, que Pedro pusiera su fe en Él. Pedro dijo: “Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre el agua.” Él no dudó por un momento que esa persona era Jesús. En efecto, dado que él sabía que era Jesús, le preguntó si podía caminar con Él sobre el agua. Su petición no estaba queriendo decir que él era más fuerte en la fe que los otros discípulos. Pedro quería estar cerca de Jesús para poder experimentar también del poder de Cristo sobre la naturaleza. Él necesitaba la aprobación divina del Señor para hacer que este milagro se volviera auténtico para él en respuesta a la fe.
Mientras Pedro miró a Jesús, efectivamente pudo caminar sobre el agua aun cuando el viento soplaba y las olas crecían. Al momento que él apartó su mirada del Señor y vio la fuerza del viento y del agua, se precipitó a lo profundo. Pero antes de hundirse, él gritó pidiendo ayuda. Inmediatamente Jesús lo tomó de la mano y lo sacó del agua. Y una amable reprensión salió de los labios de Jesús: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Luego ambos subieron a bordo y para el absoluto asombro de los discípulos, el poder del viento se detuvo en seguida. Ellos adoraron a Jesús y dijeron: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.”
Pedro no pudo mantener su mirada en Jesús y por lo tanto, empezó a hundirse. Cuando él gritó, “¡Señor, sálvame!”, Jesús lo tomó de la mano y lo subió al bote. Observe que la urgente oración de Pedro por su vida fue seguida por una genuina adoración.
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