Los piratas de Elsa Hunderluff - León Maffrand - E-Book

Los piratas de Elsa Hunderluff E-Book

León Maffrand

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Beschreibung

En un pueblo pequeño, aislado y aburrido, Elsa Hunderluff siempre encuentra la forma de entretenerse. Con una insaciable sed de aventuras y unos leales amigos, Elsa descubrirá que es capaz de hacer mucho más de lo que creía posible y acabará involucrándose en un asunto mucho más importante de lo que jamás hubiera imaginado.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Ilustraciones de tapa y de interior: Nixie Maffrand.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Maffrand, León

Los piratas de Elsa Hunderluff / León Maffrand. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

452 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-713-7

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Maffrand, León

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Dedicado a mi hermana Nixie, quien fue la primera y original Elsa Hunderluff.

Dedicado a todas las personas que se vean de alguna manera identificadas con cualquiera de los personajes de esta historia.

Dedicado también al estudio de desarrollo de videojuegos Naughty Dog.

Los piratas de Elsa Hunderluff

Capítulo I

Michervale

—¡Alcen las velas! —Se escuchaba en el silencio de una siesta en el pequeño pueblo de Michervale.

Era normal allí escuchar los gritos de Elsa Hunderluff, una joven de dieciséis años que aprovechaba que nadie estaba por allí para jugar con su fiel amiga Millie, con quien había compartido gran parte de su infancia.

—¡Ten cuidado, Elsa! —gritaba Millie al ver a su amiga subida en un árbol, simulando ser vigía de un barco pirata.

—¡No me caeré! —le respondía ella con confianza, para luego confirmarlo bajando de allí con un salto.

A Elsa siempre le había gustado jugar de ese modo, desde pequeña salía afuera y le gustaba subirse a los árboles, correr por las calles y saltar de un lado a otro, es por eso que era bastante atlética, y como también era bastante alta, alrededor de un metro setenta, podía hacer ciertas cosas con más facilidad. Su amiga Millie prefería solo observarla antes que participar de forma directa, aunque de cierta forma ella sí tenía su grado de participación. Su presencia era esencialmente el apoyo emocional que necesitaba Elsa para jugar de ese modo a pesar de su edad.

Luego de correr entre algunas plantas, comenzaba a practicar movimientos de lucha con una espada de madera que se había construido. A medida que avanzaba, corría y esquivaba ramas de árbol como si fueran las espadas de sus enemigos, y a decir verdad, lo hacía muy bien. Había estado haciéndolo todo el tiempo desde que tenía memoria, sin embargo en aquel momento acabó por soltar su espada sin darse cuenta. El arma de juguete voló y acabó estrellándose contra la ventana de la casa de un vecino.

—Ay no… —murmuró Elsa cuando se dio cuenta de lo que había pasado, aunque por suerte para ella, la espada volvió a sus manos de la misma manera en la que se había ido.

—¡Malditas! ¡Inmaduras! ¡Ahora verán! —Se oyó desde dentro de la casa.

Morgan, el nieto de Irma, una anciana muy amable del pueblo, había sido interrumpido por el estruendo del cristal mientras escuchaba música, y eso era más que suficiente para hacerlo enojar.

Las caras de las chicas no representaron exactamente alegría cuando vieron que el joven muchacho abrió la puerta, tomó un palo de escoba y salió con un ímpetu furioso. Al ver esto, Elsa tomó del brazo a su amiga y la jaló hacia atrás mientras salía corriendo.

—¡Cortaremos camino por este terreno abandonado! —le dijo mientras ambas se escabullían entre unos arbustos.

—¡Elsa! —protestó Millie—. ¡Suéltame o me caeré!

Las chicas corrieron a través de varias plantas, yuyos altos y árboles que se extendían por un largo terreno no ocupado, hasta que salieron por el otro lado, quedando justo al lado de la casa de Millie, que quedaba a pocos metros de la casa de Elsa.

—Uff... ¡Vaya! Que humor horrible tiene ese tipo —rebufó Elsa un poco agitada.

—¡A mí no me ha parecido gracioso! —protestó Millie algo molesta—. ¡¿Crees que algún día puedas dejar de blandir esa espada?!

—¡No lo creo! —dijo Elsa—. Además, ¿qué quieres que haga entonces? Me encanta imaginar que estoy peleando contra alguien —agregó justificándose.

—Podrías practicar lejos de las ventanas —murmuró su amiga.

—Es un buen punto —dijo Elsa.

—Mira —dijo entonces Millie — ¿Por qué no le pides a Mike que te ayude a practicar esgrima? Él recibe clases particulares.

—Mike va a hacerme un favor a mí… —dijo Elsa en tono irónico—. Tanto dinero le impide ser amable.

—¡Vamos, Elsa! —exclamó Millie—. No le des importancia. Si vive en este pueblo es porque no son tan ricos como aparentan ser.

—Viven aquí porque a sus padres les gustó el lugar —explicó Elsa—, además sus profesores están más cerca.

Así es, en este mundo los niños no iban a la escuela; aquel que tenía dinero podía pagar profesores para que le enseñen casi cualquier cosa, y aunque esto hiciera parecer que los que tenían menos acceso eran todos tontos, por lo general los niños acababan aprendiendo muchas cosas solos, como era el caso de Elsa y la mayoría de sus amigos. También era una tradición que los mayores les enseñasen cosas a los más pequeños. En las grandes masas urbanas, había algunos centros educativos, y en los pequeños pueblos, las enseñanzas persona a persona eran las que más abundaban.

Luego de una breve conversación, Millie se fue a su casa y Elsa decidió visitar a Mike, así que se sacudió un poco el polvo y caminó hasta su casa para avisar a su padre que no estaría.

—¡Papá! —saludó Elsa al abrir la puerta.

—¡Ah! ¡Hola, Elsa! —saludó su padre.

El padre de Elsa, Robert Hunderluff, era un hombre de apariencia sencilla, de corta estatura y complexión robusta. Vestía de manera humilde, con pantalones de trabajo y ropas más cómodas que estéticas. Su cabello era negro con rulos, ya bastante canoso por la edad y usaba unos anteojos muy gruesos por su severa miopía. Dedicaba su vida a trabajar e intentar darle lo mejor a su hija.

—¿Te has divertido? —preguntó Robert mientras regaba unas plantas en el jardín.

—Ehh... sí, claro. —Elsa prefirió obviar la parte en donde tuvieron intenciones de arremeter en su contra con un objeto contundente.

—Por cierto, papá, iré a la casa de Mike —dijo Elsa mientras caminaba hacia el refrigerador y se servía agua de una botella—. Solo será un rato, quiero preguntarle algo.

—¡Bueno! Está bien, anda —respondió su padre—, pero no llegues tarde.

—Okey, adiós papá —dijo Elsa mientras tomaba el agua. Luego abrió la puerta y salió nuevamente hacia la calle.

Elsa era amiga de Maia, la hermana gemela de Mike, que a diferencia de su hermano, era sencilla, amable y humilde, incluso más madura a pesar de tener la misma edad y estar igual de sobreprotegida. Mike y Maia vivían en una mansión no muy lejos de la casa de Elsa, al oeste de Michervale, y ella los visitaba de vez en cuando, o más precisamente, visitaba a Maia de vez en cuando. Ellas se habían hecho amigas circunstancialmente el día en que la familia Sorsch llegó al pueblo.

Michervale era un pueblo chico; muy chico, de hecho. Las calles eran de tierra y los terrenos bastante grandes, llenos de árboles y arbustos. El pueblo se encontraba localizado en una de las tantas islas flotantes del sistema, la isla de Michervale, la cual tenía una superficie de aproximadamente trescientos kilómetros cuadrados. Como era usual, cada isla contenía un pueblo o una gran ciudad, la cual podía tener más o menos habitantes, pero generalmente sería una sola.

Las islas eran muy distantes entre sí, y solamente la gente con actividades laborales o comerciales se movía entre ellas. En un pueblo como Michervale, la gran mayoría de los habitantes trabajaban localmente y jamás en su vida salían de la isla. Muchos de los residentes más viejos del pueblo, quienes eran los que más abundaban, habían venido hacía bastante desde las grandes ciudades, sobre todo desde Kevrylle, la capital del sistema, a menudo referida como “ciudadela” por su estilo arquitectónico y rol administrativo.

Los padres de Mike y Maia siempre habían sido personas de un alto nivel económico. Se dedicaban a hacer negocios en el exterior y casi nunca estaban presentes en el hogar. Los gemelos se habían criado casi toda su vida en Michervale, cuidados por los leales empleados de la acogedora y lujosa mansión que sus padres habían construido. Elsa conoció a Maia el día en que llegaron al pueblo. La construcción de semejante vivienda llamó inevitablemente la atención de los pueblerinos, y el señor y la señora Sorsch aprovecharon e hicieron una especie de presentación en la comunidad. Eran bastante amantes de la parafernalia social en todas sus formas.

Fue ese el día en que Elsa y Maia se vieron y charlaron sobre algunos temas. A Maia le agradó la simpatía y el humor de Elsa, y a ella le agradó la intelectualidad y la madurez de Maia. Desde entonces eran amigas, y aprovechaban que los padres de Maia casi nunca estaban para verse dentro de la mansión, ya que el personal era más flexible y fácil de convencer.

Alrededor del pueblo había campos sembrados pertenecientes a los granjeros locales, quienes exportaban lo que producían y mantenían funcionando la pequeña economía local. Más allá había un inmenso y retorcido bosque montañoso, con árboles que crecían en extrañas posiciones y pastizales densos. La cordillera se hacía cada vez más alta y grande hasta que finalmente llegaba al borde de la isla, en donde solo había barrancos que desembocaban hacia el infinito vacío. Aquellos lugares eran un tanto peligrosos, pero no había problema porque casi nadie tenía la necesidad de ir allí. El bosque solo era hogar de insectos y aves, y no había ningún otro tipo de animal, ni mucho menos personas. La única posible excepción era alguna ocasional banda de ladrones que podría usar el sitio como refugio provisional, pero eso no ocurría porque Michervale, a pesar de ser un pueblo muy pobre y chico, formaba parte de la zona protegida del sistema, también llamada “zona interior”, lo que le permitía de cierta forma estar en paz, aunque la guardia de la ciudadela no solía ponerles mucha atención salvo que ocurriese algo realmente severo.

Elsa se fue caminando hacia la mansión, esperando que Mike no se pusiera odioso cuando le dijera que quería practicar esgrima con él. En el camino, Elsa no pudo despegar de su mente la fantasía con la que siempre soñaba, aquella de salir a explorar otras islas flotantes y poder moverse libremente por el inmenso vacío que las separaba, pensar en eso siempre la hacía sentir mejor. Desde niña se había fascinado con historias y cuentos sobre piratas aéreos, leyendas sobre grupos de personas que viajaban por el infinito vacío en busca de nuevas experiencias y aventuras. Estas historias estaban diseñadas especialmente para la gente a la que le gustaba soñar, debido a que se sabía que en realidad aquellos piratas no habían sido exactamente lo que se mencionaba, sino los antagonistas de un reciente conflicto militar del que aún se tenía poca información al respecto, y no muy clara. Desde el punto de vista de Elsa, todos aquellos eran mitos que ponían a los piratas en una posición que no les correspondía. Muchas veces había discutido con personas a causa de esta visión tan diferente que tenía ella sobre la historia. Los demás decían que los piratas habían sido causantes de horrorosidades, y lo decían con mucha seguridad a pesar de no haber vivido en aquella época. ¡Atención! La inversa también era válida, y Elsa podría haberse estado equivocando, y verdaderamente los hechos históricos habían sido como se los describía en casi todos lados. En fin, ella tenía sus ideas que diferían de las de la mayoría, pero al menos eran ideas propias, y eso era un gran punto a su favor.

Cuando Elsa llegó a las altas paredes que rodeaban el extenso patio de la mansión Sorsch, tocó el timbre de la puerta y al cabo de unos segundos se oyó una voz a través de un parlante ubicado al lado del portón.

—¿Quién es? —se oyó despacio.

—¿Maia? ¿Eres tú? —preguntó Elsa.

—Sí, soy yo —respondió Maia—. ¿Elsa?

—Fiuu... —Elsa suspiró aliviada. Se acababa de ahorrar una enredada e innecesariamente larga conversación que hubiera tenido lugar en el caso de que su llamado hubiera sido atendido por Mike o por algún empleado de la casa.

—Pasa, pero ven directo a mi habitación —se le oyó decir a Maia, y al cabo de unos segundos, el portón se abrió y Elsa caminó hacia la mansión.

Maia era una niña muy correcta y educada, además de ser muy culta e inteligente. Como todos dentro de la mansión en la que vivía, su apariencia era formal todo el tiempo, usando un vestido elegante no muy largo color rosa claro, zapatos lustrados que hacían juego con su vestido y un moño rosa adornando su corto cabello castaño claro.

—Vaya, Elsa, a veces me gustaría tener la libertad que tú tienes —dijo Maia cuando escuchó la anécdota de Morgan.

—Sí, aunque es un poco peligroso —rio Elsa, para luego preguntar—. ¿Qué clase de restricciones podría tener alguien como tú?

—Muchas, mis padres casi no están, pero aun así sus paranoias se extrapolan al personal —dijo Maia mientras veía de reojo al mayordomo, quien la estaba mirando con esa típica mirada de desconfianza que ponía cada vez que Elsa entraba en la mansión.

Elsa la miró un rato y luego dijo:

—Vaya, siempre me sorprende que seas tan chica y hables con esas palabras tan complicadas.

Maia la miró rápidamente y aclaró:

—Mis padres nos hacen estudiar mucho, a veces parece incluso demasiado.

Elsa pensó en lo que dijo su amiga por un instante, y luego se rio un poco y le dijo:

—Bueno, tampoco exageres, tienes tiempo para jugar y un enorme jardín para ti sola.

Maia respondió sin mirar a Elsa

—Es cierto —dijo—, sin embargo, a veces me dan ganas de poder salir más. Una vez con Mike nos escapamos saltando la pared y nos fuimos a jugar cerca de loa árboles que quedan cruzando el terreno mientras el mayordomo no estaba. Creo que si Mike no estuviera tan sobreprotegido por mi mamá sería una persona increíblemente divertida.

En eso apareció Mike, comiendo una paleta como solía acostumbrar.

El niño normalmente vestía un traje de estilo de marinero color azul con botones adelante, tenía bucles en su pelo rubio y siempre hablaba de manera algo presumida.

—Mike, ayer comiste dos, te van a salir caries en los dientes —dijo Maia mirándolo fijamente.

—No exageres, además yo me los lavo. —Mike miró a Elsa y dijo—: ¿Qué buscas tú?

Elsa revoleó los ojos y le respondió.

—Mike... —Apartó entonces la vista para evitar ver al niño lamer lentamente su paleta, lo cual la hacía estresar, y suspiró—. Mike, vine a preguntarte si podríamos practicar esgrima.

—Que pereza… —balbuceó Mike sin dejar de lamer su paleta—. ¿Qué tal si te pongo en contacto con mi profesor?

—¡Ah, pero qué gracioso eres! —rio Elsa con sarcasmo—. ¡Te lo estoy pidiendo a ti para no tener que pagar!

—¡Ah, cierto! —balbuceó Mike intentando disimular la mala costumbre que tenía de suponer que todo el mundo tenía dinero en las mismas cantidades que él.

—Pues entonces hazme un favor primero —agregó mientras lamía su paleta.

—¿De qué se trata? —preguntó Elsa imaginando la posible respuesta, a lo que Mike respondió:

—No será muy complicado; mira, resulta que hace unos días Maia y yo salimos a jugar cerca del bosque, y vimos a lo lejos una especie de cueva oculta al pie de un gran árbol. Yo quería entrar, pero Maia me dijo que era peligroso ir solos. ¿Podrías acompañarnos? —dijo mientras se metía la paleta entera en la boca.

—Bueno, quizá eso si sea un favor que pueda hacerte —dijo Elsa, quien estaba esperando que Mike le pidiera alguna idiotez como comer un insecto o dejar que le pinte la cara con acuarelas.

—No creo que encontremos nada allí—dijo Maia—, pero quizá sea divertido si vienes con nosotros, Elsa.

Elsa pensó en lo que Mike le propuso, y estuvo de acuerdo en ir con los niños a esa cueva. Después de todo, no perdería nada por hacerlo, y hasta incluso podría ser divertido. Entonces Elsa se despidió y acordó con los niños en verse al día siguiente por la mañana, justo después de que sus padres se marcharan.

—Adiós, Maia; adiós, Mike —se despidió Elsa.

—Nos vemos, Elsa —saludó Maia.

—No nos dejes plantados —dijo Mike.

Elsa salió de la mansión y caminó por el jardín hasta el portón que daba a la calle, luego comenzó a caminar hacia su casa y en el camino se encontró con Millie.

—¡Millie! —la saludó Elsa—. ¿Pasó algo?

Millie miró hacia el suelo, dejándole entender a Elsa que no traía buenas noticias.

—Mira, Elsa, tú eres mi amiga y no quiero mentirte, así que voy a contarte lo que pasó. Morgan fue hasta mi casa y les contó a mis padres lo de la ventana. Estaba furioso, y mis padres se enojaron bastante.

Elsa abrió los ojos en señal de sorpresa y dijo:

—¡¿Qué?! ¡Maldición!

—Lo siento, luego Irma les dijo que había sido un accidente, pero mis padres se pusieron como locos y me dijeron que no te acompañara más en tus juegos.

Elsa no se contuvo y le dijo:

—¡Es ridículo! ¡Tus padres creen que eres una niñita! ¡Aparte de ser un par de crédulos!

Millie se sorprendió por la reacción de su amiga.

—Elsa, tranquilízate...

—¡Desde que somos niñas que tus padres siempre hacen eso! ¡Y tú te quejas siempre, pero acabas haciendo lo que te ordenan!

—Bueno Elsa, debo irme, lo lamento mucho, mañana hablamos, ¿sí?

Elsa no dio respuesta y dejó que su amiga se marchara. Era ya un tanto tarde y tenía hambre, así que caminó hasta su casa que estaba a unos cuantos pasos. Antes de llegar, se le vino a la cabeza una imagen mental de Morgan diciéndoles a los padres de Millie una sarta de estupideces, y eso le generó bronca.

Elsa entonces se desvió de su casa y caminó hasta la casa de Morgan, que no quedaba muy lejos, solo había que bordear una manzana bastante grande que había entre las calles.

Al llegar, notó que no había nadie y que la ventana estaba abierta. Al ver esto no pudo resistir la necesidad de asomarse. Saltó hábilmente la valla y se asomó por la ventana, desde allí podía alcanzar el reproductor de música portátil de Morgan, así que lo tomó entre sus manos y fijándose que no hubiera nadie mirándola, introdujo una aguja que encontró en su bolsillo en el orificio para conectar los auriculares. Luego posicionó el reproductor exactamente en donde lo había encontrado y se fue rápidamente mientras se lamentaba que no podría ver la expresión de Morgan cuando se enterara de que su amado reproductor de música ya no funcionaba.

Cuando llegó finalmente a su casa, su padre la estaba esperando para cenar.

—Discúlpame si llegué tarde —dijo Elsa un poco agitada.

—No, está bien, llegas justo a tiempo —dijo su padre mientras terminaba de poner la mesa.

En la pequeña mesa redonda de madera había un mantel puesto y sobre él dos platos pequeños. Su padre siempre se esforzaba por hacer una buena cena para no tener hambre a la noche. Robert había preparado unos huevos revueltos con una ensalada de zanahoria, la favorita de Elsa. En realidad, no tenían muchas preferencias de comida a decir verdad, ya que en Michervale había poca variedad de productos. Los únicos lugares en donde se podía comprar comida eran la despensa que quedaba a unos metros de la casa de Elsa, otra despensa más hacia el este del pueblo, y una panadería. Si se querían conseguir otros productos, se debía hacer un pedido al repartidor de bienes que venía desde Lundenor, una isla industrial situada cerca de Kevrylle, y para ello se debía llamar por teléfono y esperar a que pasara el vehículo una vez por mes. Como el repartidor era principalmente para abastecer con productos a los granjeros y comerciantes locales, el gasto de transporte costaba bastante dinero. Una suma que ciertas personas debían contar las monedas para poder pagar.

Elsa entonces se sentó y disfrutó de la cena, conversó un poco con su padre y ventiló un poco la rabia que le daba la actitud de los padres de su amiga. Robert no decía nada ante esto y solo la escuchaba, pues él también creía que eran un poco estrictos sin necesidad, y obviamente entendería que aquel suceso de la ventana había sido un accidente, además no había sido para tanto puesto que el cristal no se había roto. Luego de comer, Elsa se despidió de su padre y subió a su habitación, a la cual se accedía por una escalera de mano en una parte de la casa con el techo muy bajo.

Se recostó en su cama y se acobijó entre las frazadas. Dormir con algo de frío sería bastante sencillo, aunque luego le costó un poco conciliar el sueño pensando en lo que había pasado con su amiga Millie. Al final acabó por dormirse, pensando en que al día siguiente iría con Mike y Maia a investigar aquella cueva.

Capítulo II

La Gruta

Elsa se levantó con entusiasmo esa mañana, estaba dispuesta a ir a explorar la gruta de la que le había hablado Maia, así que se levantó de su cama a pesar de que en esas frías mañanas daban ganas de quedarse allí por siempre, y bajó la escalera.

—Buenos días, Elsa —la saludó Robert, quien también se acababa de levantar.

—Buenos días, papá —dijo Elsa mientras miraba por la ventana.

—¿A dónde irás que te despiertas tan entusiasmada? —preguntó Robert.

—Acompañaré a Mike y a Maia a una pequeña cueva que hay por aquí cerca.

—Suena interesante —dijo Robert—. Ten cuidado con los insectos.

—Lo tendré —respondió Elsa riendo al recordar una dolorosa picadura de araña que había recibido cuando tenía doce años por estar excavando la arena con las manos.

Robert sirvió unas tazas de té, sacó de una bolsa de papel unas galletas de mantequilla y las colocó en una bandeja de madera que había siempre en la mesa, al lado de una pequeña cajilla con servilletas de tela. Aquellas galletas eran una de las pocas cosas además del pan que se podían comprar en la panadería, y eran muy deliciosas, sobre todo cuando estaban calientes. Elsa una vez había intentado hacerlas en casa, pero accidentalmente se le cayó el pan de manteca encima del fuego y llenó la casa de humo. Por suerte su padre no recordaría el hecho cuando lo intentó con éxito unos meses más adelante.

Elsa tomó el té bastante rápido y se llevó dos galletas para el camino, luego se despidió de su padre, tomó su espada de madera y, aunque muchos le decían que una chica de su edad se veía ridícula con ese juguete, ella hacía oídos sordos y continuaba con su vida. Al abrir la puerta se encontró con que Millie la estaba esperando.

—¿Millie? ¿Qué quieres? —dijo Elsa sin entender mucho el motivo de la presencia de su amiga luego de lo que había ocurrido.

—Elsa, discúlpame, mis padres son algo exagerados —dijo ella—. Podremos seguir viéndonos, pero por ahora será mejor que no me vean saliendo mucho de mi casa.

—Bueno, no te preocupes, Millie —dijo Elsa suspirando—, ya se les pasará.

Millie se quedó un rato allí y luego dijo:

—Elsa, tengo algo para ti —dijo mientras se metía la mano en el bolsillo.

—¿Qué es? —preguntó Elsa intrigada.

—¿Recuerdas la muñeca de trapo que me rasgaste con una tijera? —dijo Millie haciendo un poco de suspenso.

—Ehh... sí —murmuró Elsa un poco apenada—. Lamento eso, fue un accidente.

—No te preocupes, ya la volví a coser y quedó como nueva —dijo Millie—. La parte que te interesará es esta carta que encontré en uno de los cajones de la mesa de coser de mi abuela.

Elsa se sorprendió bastante y se quedó mirando la carta, que era notoriamente antigua.

—Abrí un cajón para buscar hilo y encontré un montón de papeles viejos con olor a tierra —explicó Millie—, pero uno de ellos era una carta. Me llamó bastante la atención.

—Continúa —dijo Elsa interesada.

—Le pregunté a mi mamá y no tenía idea de dónde había salido. Mi papá dijo que seguramente es de algún negocio antiguo de la abuela. —Millie le hizo entonces entrega de la carta a su amiga—. Ninguno pareció darle mucha importancia.

—¿Y qué hay dentro del sobre? —preguntó Elsa.

—Pensé que querrías averiguarlo tú misma —respondió Millie.

Elsa entonces despegó el añejado papel y extrajo de dentro otro papel amarillento y plegado, de un tamaño bastante más chico que el mismo sobre.

Valle de Azola, Kevrylle. Día 83 del ciclo Azul, año 4012

Tenga cuidado, señor, están buscando el Orbo. Cuídelo. Pasaré cuando pueda recogerlo, pero ahora no es posible.

—¿Orbo? ¿Qué es un Orbo? —dijo Elsa extrañada.

—No lo sé... —dijo Millie confundida—. La verdad, estaba esperando que fuese una carta de amor del abuelo.

—¿Quizá tus padres sepan algo? —preguntó Elsa.

—No creo —dijo Millie—. La carta fue escrita hace cien años.

—¿Cómo habrá llegado hasta aquí? —preguntó Elsa en voz baja.

—Quizá mi abuela la obtuvo de alguna parte. Ella murió hace mucho ya, y tenía muchos contactos —dijo Millie—. A decir verdad, no tengo idea.

—Quizá le pregunte a alguno de los ancianos de aquí —bromeó Elsa.

—Puede que tal vez sea tu nueva aventura —dijo Millie—. Una aventura sin romper ventanas.

—¡Oye! —se quejó Elsa—. ¡No me culpes! —rio.

—Lo sé —rio Millie—. Adiós Elsa, debería estar comprando pan.

—Adiós, Millie —se despidió Elsa y dejó que su amiga se alejara para salir de la casa e ir hacia la mansión Sorsch.

Al llegar allí, Mike y Maia estaban ya preparados frente al gran portón.

—¡Hola, Maia! —saludó Elsa alegremente—. Hola, Mike —dijo luego con una expresión neutra.

—¡Hola, Elsa! —saludó Maia.

—La gruta está por allí —indicó Mike apuntando con el dedo—. Apurémonos antes de que regrese el jardinero.

—Traje algunas cosas que nos podrían ayudar —dijo Maia enseñándole a Elsa su mochila, en donde tenía una linterna, un trozo de cuerda y unas tijeras.

—¡Excelente! —dijo Elsa.

A continuación, los tres caminaron por el costado del terreno y por fuera de los muros hasta que llegaron a la parte trasera, en donde ya no había calles. Luego se salieron del camino y caminaron unos pocos metros entre los arbustos, por una pendiente que se inclinaba sutilmente hacia abajo, hasta llegar a una zona bastante poblada por árboles, en donde se veía a los pies de uno de los más robustos, al borde de un gran talud, la tan mencionada gruta.

—La entrada es bastante más grande de lo que recordaba —dijo Maia al acercarse y ver que se podía pasar tranquilamente sin necesidad de agacharse.

La gruta era oscura y se hacía más profunda cada vez. Parecía ser un no muy largo túnel que se inclinaba hacia abajo y que terminaba varios metros adelante. La entrada de la cueva estaba un poco cubierta por una frondosa planta que crecía al costado del talud, y que por la época estaba bastante seca y dejaba ver la gruta. Elsa se acercó a la entrada y entró. Por detrás de ella, Mike y Maia la siguieron.

—Está oscuro —dijo Elsa.

—Toma —le dijo Maia abriendo su mochila y alcanzándole la linterna.

—¡Gracias!—respondió Elsa y la encendió.

Al llegar al final del corto túnel, desde el cual aún se veía la luz del día a no muchos metros, notaron en el vértice del suelo y la pared una pequeña grieta. Del otro lado se veía oscuro, y al iluminarlo con la linterna daba la sensación de que al otro lado había un lugar bastante grande.

Elsa miró de cerca la grieta, y mientras Mike y Maia solo miraban alrededor, comenzó a golpearla con el talón para que se hiciera más grande. La grieta estaba socavada en la tierra, y no había grandes rocas bloqueando aquel sitio, por lo que al golpear el suelo la tierra se iba desmoronando poco a poco.

—¡Ayúdenme! —dijo Elsa—. ¡Hay algo del otro lado!

Mike y Maia vieron lo que Elsa estaba haciendo y procedieron a ayudarla. Mike tomó un palo que había cerca y comenzó a golpear aquella zona. Al cabo de un rato, un trozo grande de tierra del suelo se desmoronó hacia el otro lado, y los tres se apartaron cuando vieron el gran hueco que había quedado. Al caer, a la tierra no se la veía tocar el suelo, lo que les hizo saber que se trataba de un lugar grande.

—Vaya, es un lugar enorme —dijo Elsa.

—Está oscuro y profundo —agregó Maia.

—¡Miren allí! —Señaló Mike al fondo del lugar.

Se lograba ver un resplandor poco usual desde allí.

—¿Qué es eso? —dijo Elsa asombrada—. Brilla bastante.

Al iluminar con la pequeña linterna, no se llegaba a ver muy bien qué era, pero sí se alcanzaba a ver el suelo, que estaba a bastante altura.

—Podría ser el tesoro de la aventura —bromeó Maia.

—¡Maia! —protestó Elsa riendo—. ¡Ahora me has hecho dar curiosidad!

—Esa era la idea —rio Maia.

—Ahora tendré que bajar a buscarlo —dijo Elsa.

—¿Cómo piensas hacerlo? —dijo Mike un poco desafiante.

—¡Yo te ayudo! —respondió Maia entusiasmada y sacó de su mochila el trozo de cuerda.

—¿Cómo harás? —preguntó Elsa sin saber si su amiga tenía alguna idea.

Maia caminó hacia la salida de la gruta con un extremo de la cuerda en sus manos.

—¡La ataré a un árbol! —dijo mientras iba—. Ojalá alcance.

Maia ató la cuerda fuertemente al tronco del árbol más cercano y luego volvió apresurada hacia el final de la gruta.

—¡Ahora sí! —dijo un poco agitada—. ¿Quieres bajar, Elsa?

—De acuerdo —respondió ella—. Luego los ayudaré a bajar a ustedes, si quieren.

Mike y Maia supervisaron a Elsa mientras descendía y observaron lo poco que se veía desde allí arriba. Luego, cuando Elsa bajó, les alumbró con la linterna y comenzó a caminar hacia aquel objeto resplandeciente.

Elsa caminó con cuidado y con algo de miedo, ya que la cueva estaba muy desolada y era demasiado amplia para su gusto, así que se apresuró a llegar hasta el objeto y lo recogió.

—¡¿Que es?! —gritó Maia desde arriba.

—¡Una pulsera! —dijo Elsa al verla, y luego agregó—: ¡Una pulsera muy bella!

—¿Una pulsera que brilla? —preguntó Mike—. Debe ser valiosa.

—Creo que sí —respondió Maia—. Esperemos a verla bien.

Elsa comenzó a observar la pulsera de cerca y se dio cuenta de que no se trataba de un juguete. La pulsera tenía detalles que solo un orfebre profesional podría lograr, y el material del cual estaba hecha era un cristal demasiado resistente y brillante como para ser uno ordinario y barato. El brazalete en cuestión estaba hecho de un material rígido y aparentemente metálico, que en una parte tenía una especie de mecanismo con el que se podía ajustar el diámetro del anillo. Evidentemente era una pieza de joyería que estaba pensada para ser portada por alguien. En el centro había un dije soldado al anillo, que parecía estar hecho de un cristal opaco, el cual resplandecía levemente, sobre todo cuando recibía aunque sea una mínima cantidad de luz. Tenía unas formas abstractas muy similares a una bella y extraña flor, aunque también parecía un emblema bastante peculiar. Elsa la contempló por un rato y luego se la guardó en el bolsillo para volver hacia donde estaba la cuerda y subir de regreso.

—¿Puedo ver la pulsera? —preguntó entusiasmada Maia apenas Elsa llegó hasta arriba.

—Sí, toma. —Elsa le alcanzó la joya a su amiga.

—¡Es bellísima! —exclamó Maia—. Oye, Elsa, esto no es un juguete, lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé—dijo Elsa con seriedad—. Me extraña que esté aquí. ¿Quien compra joyas en Michervale?

—Los que compran joyas siempre tienen algo que ver con el crimen —dijo Mike mirando de reojo la pulsera.

—Ughh... —Elsa lo miró revoleando los ojos.

—En realidad puede que tenga razón —dijo Maia—. Aunque es cierto que la mayoría son mitos o leyendas, las joyas y el botín siempre se relacionan con los crímenes de guerra.

—¿Cómo es que sabes todo eso? —dijo Elsa estupefacta.

—Clases de historia —respondió Maia.

—Quisiera poder tener profesores también —le dijo Elsa.

—Es muy interesante, pero prefiero leer libros yo sola cuando tengo ganas —respondió Maia—. Los profesores acaban volviéndose un poco… intensos.

—Deberías prestarme algunos de esos libros —rio Elsa.

—No habría problema si los empleados de mi casa no ordenaran la biblioteca cuatro veces por semana —respondió Maia—. Luego me preguntarán qué ha pasado con tal libro, y tendré que escuchar sus opiniones sobre ti, y…

—Descuida —dijo Elsa—. No hay problema con eso —agregó riendo.

Los chicos se apresuraron a salir de la gruta, puesto que los padres de Mike y Maia podrían llegar en cualquier momento. Al salir de la gruta se despidieron, y antes de separarse, Maia le dijo una última cosa a Elsa.

—Intentaré conseguir más información sobre las joyas.

—Gracias, Maia, eso sería muy bueno—respondió Elsa.

Al regresar a su casa, abrió la puerta y saludó a su padre, quien se hallaba sentado en una silla leyendo un periódico.

—¡Hola, papá! —dijo Elsa alegremente—. ¿Llegó el repartidor? —preguntó al ver el periódico.

—Ah… Hola, Elsa —saludó su padre—. Aún no, este periódico es del mes pasado. Cuando llegue espero que traiga algunos de este mes.

—Bien —dijo Elsa—. Oye, tengo algo que mostrarte.

—¿Qué cosa? —preguntó su padre apoyando el periódico sobre la mesa.

—Resulta ser que dentro de la gruta había una caída muy profunda, y en el fondo hallé esto. —Elsa le acercó la pulsera a su padre, y éste se acomodó los anteojos para poder verla con detalle.

—¿Esto estaba allí? Que extraño... —murmuró Robert—. Parece ser de gran valor.

—Sí, eso fue lo que me dijo Maia, me prometió que investigaría el asunto.

—Qué bueno —le dijo su padre—. Estos símbolos tallados en la pulsera parecen ser un lenguaje antiguo.

—Eso parece —dijo Elsa—. En la cantina también hay de esos.

—Exacto —dijo su padre—. En la cantina tienen muchos elementos antiguos de colección, de hecho, la propia cantina es una de las construcciones más viejas de Michervale.

—Quizá vaya a compararlos, puede ser que descubra algo —dijo Elsa emocionada.

—Si vas a ir a la cantina ten cuidado. Vete tú a saber la gente que hay allí —le advirtió Robert.

—No te preocupes, papá, solo iré a echar un vistazo.

—Bueno, pero primero come algo, es hora de almorzar.

—De acuerdo —dijo Elsa recordando la cantidad de veces que por no poner atención a los horarios había tenido que comer el almuerzo frío.

Robert terminó de preparar un arroz al cual añadió algunos vegetales cortados en trozos, lo sirvió en unos platos y lo acompañaron con pan. Luego de comer, Elsa fue a cepillarse el cabello antes de salir nuevamente. No lo hacía porque quisiera, sino porque si no lo hacía, el estar expuesta al aire libre durante tanto tiempo haría que su cabello, que era muy denso y voluminoso, acabara por transformarse en la más grotesca esponja de mugre. Absolutamente nadie sabía cómo hacía Elsa para obrar cómodamente con el cabello suelto y largo, pero probablemente se haya debido a que era tan denso que se mantenía en su lugar casi todo el tiempo.

«Debería preguntarle a Laurence si quiere venir conmigo, hace bastante que no la veo», pensó Elsa mientras caminaba.

Así que antes de ir hacia la cantina, Elsa fue hasta la casa de la familia Clementway, en donde vivía su amiga Laurence. Tocó la puerta y no tardaron en abrirle. Al verla, la abuela de Laurence la saludó con una sonrisa.

—Hola. ¿Buscas a Laurence? —preguntó la anciana.

—Exacto —dijo Elsa.

Laurence era una niña muy amigable que se había hecho amiga de Elsa desde pequeña. Era cuatro años más joven que ella pero bastante madura, y se había ganado un lugar entre sus amigos debido a ello, amigos con los que ocasionalmente Elsa compartía sus juegos o simplemente una merienda. No había muchos otros niños en Michervale, y la mayoría solían vivir en sus casas y no salían a hacer muchas cosas afuera. El resto de la población era muy envejecida y casi ninguna familia estaba completa, puesto que la mayoría se habían mudado a Michervale luego de la separación del sistema, un acontecimiento histórico ocurrido hacía muchos años del cual Elsa sabía muy poco al respecto, y todavía estaba esperando que Maia lograra conseguirle información. Aquel evento dio lugar a una serie de reformas políticas, y durante los años posteriores, mucha gente huyó de los conflictos bélicos hacia las islas periféricas como Michervale, por ejemplo.

Robert le había contado a Elsa lo que sabía, ya que él había sido uno de los inmigrantes, y a ella le emocionaba porque tenía que ver con los piratas aéreos; sin embargo, su padre no recordaba muy bien lo que ocurría en aquel momento cuando aún vivía en la ciudadela. De joven sus únicas preocupaciones habían sido mantenerse a él y a su esposa. También sabía que su padre, el abuelo de Elsa, sabía más cosas al respecto, pero Robert nunca habló con él sobre eso.

Elsa esperó hasta que Laurence saliera, y al verla la saludó y le mostró su valioso hallazgo.

—¡Esta pulsera es increíble! —dijo maravillada Laurence cuando la vio.

—Lo es, ¿verdad?—dijo Elsa—. Pero no grites tanto, no quiero que se entere todo Michervale.

—De acuerdo. Ahora dime, ¿a dónde iremos? —preguntó con curiosidad Laurence.

—Quiero ir a la cantina y comparar esta pulsera con los objetos que tienen allí —dijo Elsa.

—Creo que es un idioma antiguo —dijo Laurence.

—Sí, eso parece —dijo Elsa—. Ojalá pudiera acceder libremente a la biblioteca de Maia.

—No te preocupes —dijo Laurence animándola—. Sabes que en todo caso mi familia puede prestarte sus libros cuando quieras. No son tantos como los que tiene Maia, pero tienen información bastante interesante.

—Muchas gracias —agradeció Elsa—. Lo tendré en cuenta.

Laurence y Elsa caminaron por la calle mientras seguían conversando, hasta que llegaron a la cantina, un pequeño local cerca de la plaza en donde siempre se juntaban las mismas personas a hacer lo mismo todos los días. Aquel era el único sitio en donde se podía acceder a una cerveza, y muchos de los residentes acudían día a día para beber y divertirse un rato.

—Mi abuela dijo que quieren comenzar a fabricar la cerveza aquí —comentó Laurence al ver la cantina.

—¿No la hacen aquí? —preguntó Elsa—. ¿De dónde la traen?

—Creo que desde Azenuria —respondió Laurence.

—¿Azenuria no queda en la zona exterior? —preguntó Elsa.

—No lo sé —respondió Laurence—. Pero creo que no.

El sistema Kevrylle era un sistema de islas que se encontraba en medio del infinito espacio vacío. Su isla principal era la isla de Kevrylle, la más grande y rica, en donde vivían millones de personas y había todo tipo de comercios, lugares, tecnología y muchísimas cosas más. Alrededor de Kevrylle se encontraban multitud de islas que contenían campos, haciendas, fábricas, puertos comerciales y hasta pequeños pueblos. La más cercana e importante era la isla de Lundenor, desde donde provenían todos los bienes que recibían los comercios locales de otras islas.

Generalmente, mientras más distante era una isla a la isla de Kevrylle, menos recursos tenía, y una de las últimas islas ubicadas dentro de la zona interior era la isla de Michervale, la cual contenía un pequeño pueblo que con suerte alcanzaba los cuatrocientos habitantes. Aquel lugar en donde estaba situada la isla se llamaba zona interior porque era la zona hasta donde la ciudadela había delimitado que aplicaría sus regulaciones y practicaría el comercio, además de que la guardia de Kevrylle pondría en circulación fuerzas policiales denominadas “protección civil” con el fin de asegurar el bienestar de los residentes de todo el sistema.

La zona exterior, por el contrario, había sido olvidada por la ciudadela luego de la separación del sistema. El acontecimiento se llamaba así porque literalmente separó al sistema Kevrylle en las dos zonas ya mencionadas. Los residentes de la zona exterior no recibían apoyo por parte de la ciudadela y eran considerados enemigos acérrimos. En cuanto al estilo de vida en aquella zona, poco se sabía desde la zona interior. Los medios de comunicación hablaban de aquel lugar como un conglomerado anárquico y decadente, repleto de delincuencia, pobreza y guerras de bandos. Se sabían con certeza solo dos cosas: la primera era que la ciudadela tenía una enorme barrera equipada con sofisticados sistemas de seguridad rodeando cual muralla toda la zona interior. Aquella barrera supuestamente se encargaba de proteger a los residentes de toda la miseria externa. Y la segunda era que la zona exterior era el lugar hacia donde habían sido expulsados todos los criminales de guerra de la separación del sistema, y que había sido así porque las islas de aquel lugar habían sido sus aliadas, por lo tanto, el ser excluidos de la zona interior era su precio a pagar por aquellos crímenes. Todo esto era sabido mayoritariamente por la gente que se movía entre islas o que tenía más acceso económico. La gran mayoría de la población de Michervale ni siquiera estaba al tanto de la actualidad, y vivían su vida un poco aislados de la realidad. Elsa intentaba informarse por todos los medios posibles, pero nunca era suficiente información.

Al llegar ya a la puerta de la cantina, Elsa comenzó a observar algunas de las antigüedades que se exhibían a través de una amplia ventana. Había algunos adornos extraños, pequeñas esculturas, relojes y utensilios de cocina, pero nada se asemejaba a la pulsera que había encontrado. Aun así, continuó mirando los objetos, ya que eran bastante llamativos y nunca antes les había puesto tanta atención. Pasó un tiempo mirando hasta que notó que dentro de la cantina, al lado del mesón, había un pedestal con una escultura de madera de un guerrero que llevaba un brazalete similar.

—Oye, Laurence, ¿me esperas un minuto? —dijo Elsa.

—¿Entrarás? —preguntó Laurence preocupada.

—Solo iré a ver una cosa, no me tardaré —aseveró su amiga.

—Hmm... no estoy segura —murmuró Laurence un poco preocupada.

—Quédate aquí si quieres, solo quiero mirar aquella estatua rápidamente —explicó Elsa.

—Está bien, voy contigo —dijo Laurence un poco incómoda.

—No va a ocurrir nada —dijo Elsa—. Son solo unos viejos bebiendo cerveza. Peor sería si fuese de noche, porque habría más gente y no nos dejarían entrar.

Laurence no estaba muy segura pero aun así acompañó a Elsa.

Capítulo III

El Orbo

Elsa y Laurence entraron con algo de timidez a la cantina, y se dirigieron rápidamente hacia donde se encontraba la estatua, que por suerte quedaba al lado de la barra, y el cantinero era el menos tosco de los hombres que allí había.

—¿Que hacen aquí? —preguntó él cuando las vio.

—Ehh... solo estamos mirando la estatua —dijo Elsa un poco nerviosa.

—Bueno, quédense por allí —respondió el cantinero mientras servía una cerveza a un tipo alto y bigotudo.

—Elsa, ya vámonos —sugirió Laurence.

—Solo un rato más, déjame mirarlo bien así me lo grabo en la memoria —dijo Elsa—. Ojalá tuviera una cámara fotográfica —murmuró por lo bajo, recordando aquel día en que Maia le había mostrado una y ella había quedado fascinada.

Elsa miraba la pulsera y luego la estatua en busca de algo que la sorprendiera. En eso se acercó el cantinero y les habló.

—Niñas. ¿Buscan algo en particular? Este no es un lugar muy apto para ustedes.

—Ehh... ¿Elsa? —preguntó en voz baja Laurence.

—¿Sabe algo sobre los símbolos que hay en la estatua? —preguntó Elsa.

—¿Esos símbolos? Creo que son una lengua muerta —respondió el cantinero sin entender mucho el motivo de la pregunta.

—Elsa... ¿Por qué de repente te interesan tanto los símbolos? —preguntó Laurence nerviosa y con ganas de irse de allí.

Entonces Elsa de repente recordó lo que había leído en la carta que Millie le había dado, y preguntó:

—Disculpe, ¿sabe qué es un Orbo?

El cantinero se volteó a verla y alzó una ceja.

—Ehh... No tengo ni idea, niña.

Ante esa respuesta, Elsa se encogió de hombros y le dijo adiós al cantinero. Laurence suspiró aliviada y caminó por detrás de ella, pero cuando estuvieron por marcharse, un hombre las detuvo diciéndoles algo.

—Orbo… —murmuró con voz ronca.

Las chicas se dieron vuelta y vieron cómo un hombre pelado y de estatura promedio, como de unos cincuenta años, les hablaba.

—Esa palabra me suena...

—¿Sa… Sabe lo que significa? —preguntó Elsa.

—Me recuerda a mi padre... —dijo con la mirada perdida—. Él era un buen hombre…

—Oye Elsa, este hombre está borracho, mírale los ojos —le susurró Laurence.

—Espera —respondió Elsa—, quizá sepa algo.

El hombre miraba hacia todos lados y se balanceaba de manera extraña.

—Está borracho, vámonos —insistió Laurence.

—No lo sé, niña. Mi padre era un hombre extraño —agregó para luego darle un trago a su botella de cerveza.

—Ahh... Bueno, ¡Gracias, señor! —dijo Elsa y dio la media vuelta para marcharse, cuando de repente el hombre dijo algo más.

—Niña... me has hecho recordar a mi padre, y eso me pone triste... —dijo el hombre con la vista perdida.

—Oh… Ehh… Yo... lo lamento —tartamudeó Elsa preocupada.

—Quiero que me lo compenses… —balbuceó el hombre acercándose.

Elsa y Laurence comenzaron a retroceder.

—¿Q... Qué puedo hacer? —preguntó Elsa algo asustada.

—¿Me darías tu pulsera? —dijo el hombre señalándole su bolsillo.

—¿Qué? Ehh... no… no puedo. —Elsa comenzó a ponerse muy nerviosa.

Laurence se puso detrás de Elsa y le susurró:

—Elsa, dale la pulsera.

—Váyanse de aquí, yo me encargo de él —les susurró el cantinero mientras salía de detrás de la barra y se paraba al lado de Elsa.

—Niña, No querrás faltarle el respeto a mi padre, ¿O sí? —dijo el tipo mientras se seguía acercando.

Elsa y Laurence no sabían qué decir, y solo seguían retrocediendo lentamente, hasta que en un determinado momento, el hombre se abalanzó torpemente y tomó a Elsa de la ropa con violencia.

—¡Oye, sal de aquí! —gritó el cantinero mientras intentaba hacer que la suelte.

Laurence se asustó demasiado, y en su desesperación tomó una botella de una mesa y sin pensarlo ni un segundo la estrelló sobre la pelada del hombre. Los vidrios astillados y la cerveza se desparramaron por el suelo mientras el tipo adolorido caía al suelo.

—¡Eh! ¡Niña estúpida! —El dueño de la cerveza, un hombre con pelo largo, se levantó de su silla y se acercó a Laurence.

—¡Váyanse de aquí! —gritó el cantinero mientras se interponía en su camino para evitar que algo les pasase.

—¿Y a ti que te pasa? —dijo el hombre de pelo largo y soltó un puñetazo en la nariz del cantinero.

El hombre pelado se levantó del suelo y lanzó un manotazo al aire para intentar golpear a una de las niñas, pero acabó golpeando a otro tipo. La cadena de agresiones se comenzó a hacer cada vez más grande hasta que se formó una peligrosa y violenta riña.

—¡Maldición, maldición! —gritó Elsa y jaló a Laurence de la ropa mientras la guiaba hacia la salida.

—¡Aaahh! —gritó Laurence al ver un fragmento de vidrio pasar volando cerca de su rostro.

Las niñas lograron salir rápido por la puerta trasera y corrieron por detrás de la cantina, que ocupaba un terreno lleno de algunas chatarras, hasta que llegaron a la calle y continuaron corriendo hasta la plaza, que no estaba muy lejos de allí. Al llegar se sentaron en una banca para relajarse un poco.

—Elsa, te odio —dijo jadeando Laurence.

—Lo siento... de verdad... —dijo apenada Elsa mientras se acomodaba el cabello.

—Te dije que no entraras —murmuró Laurence.

—Lo siento, es que realmente tenía mucha curiosidad —dijo Elsa intentando que Laurence no se enojara con ella.

—Bueno, de acuerdo —dijo Laurence aún agitada—. No diré nada, pero por favor déjame ir a mi casa a tomar agua.

—Está bien —dijo Elsa.

Laurence se fue a su casa y Elsa decidió regresar a la casa de Maia. Cuando llegó tocó el timbre y esta vez la suerte no estuvo de su lado y la atendió el mayordomo.

—¿Quién es? —se oyó a través del parlante.

Elsa hizo un gesto de desagrado por la situación y respondió:

—Elsa Hunderluff.

—¿Que desea? —se oyó de manera monótona.

—Quisiera ver a Maia —dijo Elsa.

—¿Para qué?

—Ahhg... te odio —suspiró Elsa sin que se escuchara—. Quiero pedirle algo.

—¿Qué cosa?

—¡Aahg! —Elsa apoyó bruscamente su frente sobre la pared y cerró los ojos—. Necesito pedirle un libro.

—¿Qué libro?

Elsa hizo una pantomima como si estuviera por golpear el parlante, ya que nadie podía verla y respondió ya con voz molesta:

—Un libro de historia.

—¿Para qué necesita usted ese libro? —El mayordomo continuaba poniéndole piedras en el camino.

Elsa se cubrió el rosto con las manos mientras resoplaba y murmuraba sin que se oiga:

—Para averiguar por qué eres tan molesto…

Luego se quitó las manos del rostro y respondió en voz alta:

—Para estudiar. Oiga, sé que no le agradan mis visitas, pero su deber es hacer que Maia esté bien, y ella está bien cuando está conmigo.

No se escuchó nada por un instante y luego se oyó:

—¡Señorita Maia, la busca su amiga!

—¡Sí! —dijo Elsa para sí misma.

El portón pronto se abrió y Elsa entró como si fuese su casa. El mayordomo solo la miraba de reojo. Él jamás hablaba cuando Elsa estaba presente, únicamente si le atendía el llamado.

—¡Hola, Elsa! —saludó Maia alegremente.

—¡Hola, Maia! —Elsa respondió al saludo.

—Lamento lo poco agradable que haya podido ser tu conversación con el mayordomo —dijo Maia y luego rio.

—No hay problema —respondió Elsa.

—Encontré un libro de historia que habla sobre la separación del sistema —dijo Maia mientras la guiaba hacia la biblioteca de la mansión.

—¿De verdad? —dijo emocionada Elsa.

—Sí —afirmó Maia—. Pero es un libro poco común, solo se imprimieron algunos, así que no me permitirán bajo ninguna circunstancia prestártelo.

—No importa, puedo leerlo aquí —dijo Elsa entusiasmada.

—Como quieras —respondió Maia.

Ambas caminaron a lo largo de un pasillo decorado con múltiples pinturas y adornos apoyados sobre lujosas mesas y aparadores. Al final del pasillo, había una puerta de madera oscura. Maia la abrió y entraron a la habitación.

Dentro de ella había tres grandes estanterías repletas de libros. La mayoría parecían ser antiguos, y había algunos ubicados en una mesita cercana que estaban abiertos. A un lado de la habitación había un escritorio inclinado, de esos que se usan para dibujar, y sobre él había papeles, reglas, lápices y diversos útiles relacionados.

Maia caminó hacia un pequeño mueble que estaba al lado del escritorio y abrió uno de los cajones.

—Aquí está, lo estuve leyendo ayer —dijo mientras sacaba de allí un libro azul no muy grande.

Elsa se sentó en un elegante sillón de terciopelo que había al frente de la pequeña mesa y Maia colocó el libro sobre ella.

El libro tenía una portada que mostraba un dibujo hecho a mano de unas montañas y una multitud de personas caminando por ellas. La simpleza de la ilustración hacía que no se entendiera muy bien lo que las personas estaban haciendo. Parecía que caminaban, pero llevaban grandes costales o mochilas, por lo que más bien parecía una migración masiva o la marcha de algún ejército.

El título al menos era conciso: “Biblioteca de Kevrylle: Historia”. Escrito por Wadengor Morris en el año 4078.

Para un mayor entendimiento del tiempo, es necesario aclarar previamente lo siguiente: Los años en este mundo se separan en cuatro ciclos que corresponden cada uno a una estación. Los años tienen 365 días sin excepción, y los ciclos correspondientes son los siguientes:

Ciclo Rojo (verano): 90 días.

Ciclo Amarillo (otoño): 91 días.

Ciclo Azul (invierno): 93 días.

Ciclo Verde (primavera): 91 días.

...

Elsa obvió las primeras páginas, que solo contenían información sobre el autor del libro y el lugar en donde se había impreso. Luego de eso había una página con una ilustración de la ciudadela propiamente dicha: un imponente y alto edificio con múltiples entradas en diferentes niveles, y que en la punta tenía una especie de esfera. A continuación, había una página que únicamente contenía un texto en el medio, citado como frase célebre.

Si la ciudadela tuviera que preocuparse por los problemas de cada isla, no alcanzarían ni diez islas iguales o más grandes que la propia isla de Kevrylle para el ejército que deberíamos de tener.

Ministro Jefferley, 3992

—Aquel hombre fue el causante de la separación, ¿cierto? —preguntó Elsa al leer la frase.

—El ministro Jefferley fue el ministro principal de la ciudadela durante muchos años. —dijo Maia basándose en lo que le habían enseñado—. Su gobierno fue muy duro y controvertido. Se ganó muchos enemigos.

—¿Qué es exactamente lo que te enseñan sobre la separación? —preguntó Elsa apartando la vista del libro.

Maia miró hacia arriba pensativa durante algunos segundos.

—Es un poco extraño, porque no hay casi ningún libro que lo cuente desde el inicio, este es el más detallado que pude encontrar —explicó Maia—. Los demás son libros que trae mi profesora de historia.

»Tampoco es que me enseñen todo el tiempo sobre la separación del sistema —continuó Maia—. Mis últimas clases han sido todas sobre las civilizaciones del borde noroeste del sistema. —Maia notó que Elsa estaba confundida.

»Es un tema muy aburrido —agregó inmediatamente —un montón de gente nativa que utilizaban artefactos y cosas relacionadas con la magia. Mi maestra cree que es un mito, pero volviendo al tema de la separación; aparentemente una parte del sistema se reveló contra el gobierno del ministro Jefferley, y eso desencadenó una guerra que los rebeldes acabaron perdiendo.

Elsa pensó en toda aquella información y luego buscó en el índice del libro alguna parte en donde se mencionara la separación. Encontró un capítulo en donde se hablaba del surgimiento del actual sistema de gobierno, y uno de los subtítulos parecía prometedor.

—Página ciento veinte —dijo para sí misma. Buscó la página y comenzó a leer.

“1. Etapa post-separación”, decía el subtítulo.

El consejo de Kevrylle aprobó la decisión de poner al ejército a cargo de controlar las actividades en las islas periféricas del sistema. Aquel evento llevó a que se formasen grupos opositores al gobierno central, que poco tardaron en desencadenar un conflicto bélico. Durante los primeros años, hubo escaramuzas que tuvieron lugar en diferentes lugares a lo largo de la periferia. En el año 3984, el gobierno local de Zunderlave le declara abiertamente la guerra a Kevrylle, ante lo cual el ministro Harold Jefferley contesta cortando las rutas comerciales con la periferia.

El gobierno central, en aquel entonces, prescindía de las rutas comerciales con la periferia para obtener recursos importantes, por lo que formó alianzas secretas con los gobiernos locales de Renervalia, Akradunia y Grechendor, ofreciéndoles recursos a cambio de que boicotearan los planes de Zunderlave. El asunto estaba haciéndose cada vez menos sustentable debido a los conflictos internos del gobierno central con el partido político de Edgar Herreld, por lo que el consejo se reunió para nombrar prematuramente a un partido de cabecera antes de tiempo. Esta decisión generó un alto grado de polémica en los diferentes sectores gubernamentales.

En el año 3992, el ministro Harold Jefferley se proclamó ministro principal de Kevrylle, eliminando por completo el sistema por partidos que se había venido manteniendo desde hacía décadas.

Conformado ya un único gobierno central, las duras pero estratégicas decisiones de Jefferley le dieron a Kevrylle la ventaja que necesitaba para sobreponerse a los rebeldes y controlar la situación en la periferia, que para aquel entonces se hallaba ya bastante complicada. En los próximos años, el gobierno de Kevrylle adquirió el poder necesario para mantenerse y formar una potente economía. Habiendo ya controlado la situación en Zunderlave, se procedió a un juicio en contra de los líderes rebeldes, el cual se resolvió rápidamente en su contra, aislándolos en su isla y cortando nuevamente las rutas comerciales. El ministro Jefferley ya tenía entonces un plan formado para mantenerlos a raya, y se encontraba buscando la oportunidad para ponerlo en práctica...

Si bien parecía que continuaba, el párrafo siguiente hablaba sobre el éxito que tuvo el nuevo sistema de gobierno, y de cómo fue que perduró hasta el presente. Luego el libro continuaba hablando de otros eventos posteriores que no tenían mucha relevancia.

—¿Encontraste algo que te interese? —preguntó Maia.

—No mucho —dijo Elsa—. Pensé que hablaría más sobre los piratas.

—Los rebeldes eran los piratas, supongo —dijo Maia.

—¿Eso crees? —preguntó Elsa dudando un poco—. Es que yo creo que los piratas eran la gente de la zona exterior.

—De igual manera, han quedado con el rótulo de antagonistas —aseveró Maia—. Quien sabe si será verdad o no.

—Yo creo que no —dijo Elsa orgullosa de pensar diferente—. Alguien que busca aventura nunca puede ser tan malvado.

—¿Y si en realidad los piratas no buscaban aventura? —preguntó Maia—. Quizá eran ladrones que aprovechaban que había guerra para…

—Maia —interrumpió Elsa—. No seas traicionera.

Maia rio al escuchar eso.

—Descuida Elsa —sonrió —Me da bastante igual lo que hayan sido. Solo decía…

—De igual manera, ahora creo que me entretendré con algo más —dijo Elsa y procedió a sacar de su bolsillo la misteriosa pulsera—. Ahora tengo la curiosidad de saber qué es esto.

Al meter la mano en su bolsillo, Elsa sintió el papel de la carta que le había dado Millie, que aún estaba allí guardada, entonces la retiró también y se la mostró a Maia. La niña la recibió y la leyó.

—Azola —dijo apenas vio las primeras palabras—. Mi mamá una vez me trajo unos perfumes desde allí.

Maia no tardó en leer el resto de la carta, y pronto puso esa mirada característica de cuando buscaba algo relevante que aportar.

—Millie la encontró en un cajón de una máquina de coser de su abuela —explicó Elsa—. ¿Tienes idea de qué cosa es un Orbo?

—Definitivamente no —dijo Maia aún mirando la carta—. Pero sea lo que sea parece que es importante… o era —dijo luego de un rato—. Esta carta tiene cien años.

—Sí —afirmó Elsa—. ¿Tendrá algo que ver con la familia de Millie?

—La familia Viltanja es la más antigua de Michervale, creo —respondió Maia—. Podría ser que estén relacionados incluso con la separación del sistema.

—¡Ay, Maia! ¿Que haría el mundo sin tu inteligencia? —bromeó Elsa.

Las chicas se rieron por un rato y luego salieron al patio.

—Voy a ver cómo está Laurence —dijo Elsa—. Casi nos matan en la cantina.

—¡¿Qué?! —exclamó sobresaltada Maia.

—Ah, cierto, no te conté —dijo Elsa rascándose la cabeza.

—¡¿Que les ocurrió?! —preguntó preocupada Maia.

—Por suerte nada —respondió Elsa—. Un hombre nos dijo algo sobre el Orbo; porque yo le había preguntado al cantinero, pero solo dijo algo sobre su padre… Estaba borracho, sin lugar a dudas. Luego quiso que yo le diera la pulsera y trató de atacarnos.

—¡Oh por dios! —dijo Maia.

—Descuida —dijo Elsa—. Se armó una riña allí dentro pero salimos ilesas. Ojalá hubiera tenido tu cámara fotográfica para tomarle una foto a aquella estatua.

—¿La estatua de la cantina? —preguntó Maia—. La conozco porque esa estatua fue traída desde el límite exterior del sistema por un buscador de tesoros.

—¡¿Y tú cómo demonios sabes eso?! —dijo Elsa completamente sorprendida.

—Tranquila, Elsa —rio Maia—. La estatua la compró mi papá en una subasta en Kevrylle, pero a mi mamá no le gustaba cómo se veía, decía que era perturbadora; así que un día mi papá se la ofreció al alcalde para ponerla en la plaza, y el alcalde se la terminó dando al dueño de la cantina porque allí tenían también otras antigüedades.

—¿Perturbadora…? —preguntó Elsa totalmente descolocada— …qué tontería—opinó.

—Mi mamá hace esas cosas… —dijo Maia riendo—. Oye, ya debes irte —dijo luego al ver al mayordomo hacerle unos gestos desde la ventana—. Mi profesor de arte está por llegar.

—De acuerdo —dijo Elsa y se despidió—. Muchísimas gracias por dejarme leer el libro.

—No hay de qué —dijo Maia mientras la acompañaba hasta el portón de salida.

Las dos caminaron hasta allí y se despidieron una vez más, luego Maia entró y el portón se cerró detrás de ella. Elsa entonces comenzó a caminar con rumbo hacia la casa de Laurence para ver cómo estaba. Y al llegar se encontró con ella en la entrada.

—¡Ah! ¡Hola, Elsa! Estaba por ir a buscarte a tu casa—dijo Laurence al verla.

—¿Estás bien? —preguntó Elsa.

—Me preguntaron qué nos pasó —dijo Laurence—. Porque llegué demasiado pronto y tenía toda la ropa llena de cerveza.

—Ay no.… y... ¿qué les dijiste? —preguntó asustada Elsa.

—No te preocupes, les dije que un tipo borracho se cayó encima nuestro y me creyeron —dijo Laurence.

—Qué alivio —suspiró Elsa que por un momento creyó que la matarían.

—Es la última vez que miento por tu culpa —le dijo Laurence.

—¡Ha sido la primera! —protestó Elsa.

—Ya sé, pero intenta que sea la última —dijo Laurence.

—¡Tengo una idea! —dijo Elsa—. ¿Quieres ver la gruta en la que encontré la pulsera?

—Buena idea —dijo Laurence—. ¿Es muy aterradora?

—Para nada —afirmó Elsa.

—Cierto —dijo Laurence—. Si fue Mike yo también podré.