Lucha contra el deseo - Lori Foster - E-Book

Lucha contra el deseo E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Con la vida que había llevado y los músculos que había desarrollado, Armie Jacobson no le tenía miedo a nada. Excepto quizá al efecto que le producía Merissa Colter. No era solo que fuera la hermana pequeña de su mejor amigo. El hecho era que ella se merecía algo mejor. Las mujeres lo perseguían por una noche de placer, y eso era lo único que él estaba dispuesto a ofrecerles. Hasta que rescatar a Merissa de un robo propició el encuentro más erótico de su vida. Chica buena conoce a chico malo: una historia que rara vez terminaba bien. Pero Merissa estaba asumiendo el control de su vida. Al margen de cómo se viera a sí mismo, el Armie que conocía era valiente, honorable y absolutamente leal. Y, cuando los demonios familiares colisionaron con los peligros actuales, ambos no tardaron en aprender aquello por lo que merecía la pena luchar…

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Seitenzahl: 551

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Lori Foster

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lucha contra el deseo, n.º 269 - febrero 2021

Título original: Fighting Dirty

Publicada originalmente por HQN™ Books

Traducido por Fernando Hernández Holgado

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Harlequin Enterprises Limited e IStock.com.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-658-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

A la increíble lectora Kizzie Brown, que me autorizó a pedirle prestado su nombre para una de las más descaradas e insistentes mujeres del pasado de Armie. Kizzie, espero que disfrutes de tu pequeño papel en el libro. Y, por favor, acepta mi agradecimiento por tus estupendas críticas. ¡Espero que mis historias no te decepcionen nunca!

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—Dios mío, Rápido. Eres un friqui de la naturaleza. Lo sabes, ¿verdad?

Armie Jacobson, conocido como Rápido por sus compañeros de lucha, ignoró la queja y lanzó unos cuantos golpes más seguidos de un gancho final, haciendo que Justice, un peso superpesado de un metro noventa, se doblara sobre sí mismo. Retrocediendo, Armie flexionó los dedos de las manos y esperó.

Por desgracia, lo único que hizo Justice fue apoyar las manos sobre las rodillas y tomar aire.

Con el ceño fruncido, Armie se quitó su protector dental.

—¿Estás de broma? Venga, hombre. Sigamos.

—Que te zurzan —Justice se arrastró hasta su esquina y agarró una botella de agua. Se regó con ella la cabeza y el pecho y se puso a resoplar.

Consciente de que los demás estaban mirando, Armie no dijo nada. Todo el mundo entrenaba y se ejercitaba en el gimnasio, concentrado cada uno en lo suyo. Pero últimamente, cada vez que lo hacía él, una decena o más se detenían para mirar. No le importaba tener público. Diablos: de haberle importado, no habría podido ser luchador. Durante la mayor parte del tiempo, no prestaba atención alguna a lo que lo rodeaba. Una vez que se metía en faena, se concentraba a tope y el mundo exterior desaparecía.

Pero aquella enloquecida manera que tenían de mirarlo, como si fuera una atracción de feria, le estaba sacando de quicio.

Una gota de sudor resbaló por debajo de su casco para deslizarse sien abajo. Se la enjugó con el antebrazo. Le ardían los músculos y más sudor le empapaba el pecho, los abdominales y la columna vertebral. Estaba pensando en algo que decirle a Justice para que retomara el combate cuando percibió su aroma. El leve perfume atravesó el aire del gimnasio, denso de olor a hombres sudorosos entrenando duro.

En un intento por aparentar indiferencia, Armie continuó mirando fijamente a Justice aunque, con su visión periférica, la detectó atravesando la sala. La amplia zancada de sus largas piernas, o su melena oscura aún más larga, no ofrecían lugar a sudas. Tragó saliva, paralizado.

—¿Qué pasa? —inquirió Justice con un tono entre desconfiado y ridículamente alarmado por la fijeza de la mirada de Armie.

Armie sacudió la cabeza… y afortunadamente Merissa desapareció en el pasillo que llevaba a las oficinas.

Soltando el aliento, desvió la mirada hacia el reloj de pared y frunció el ceño. Sí, llevaban combatiendo un buen rato, quizá más de lo que había pretendido. Su capacidad de resistencia era mayor que la media, sobre todo mayor que la de Justice, el gigantón. Se acercó a él.

—Necesitas meter más gasolina en ese tanque.

—Vete al diablo.

Cuando Armie se sonrió, Justice le advirtió:

—Para ya.

Dejó de sonreír para preguntarle, frunciendo el ceño:

—¿Qué te pasa? ¿Estás mosqueado?

Justice se dejó caer al suelo, contra la pared más cercana, y lo fulminó con la mirada.

—No deberías tener fuerzas ni para sonreír, capullo. Deberías estar tan cansado como yo.

Acostumbrado como estaba a entrenar a tope, Armie no pudo menos que apiadarse de él.

—Eres demasiado grande —en tanto que peso mediopesado, él era unos diez centímetros más bajo que Justice y pesaba bastante menos.

—Pues yo no tengo ningún problema con eso.

Agachándose frente a él, Armie le aconsejó en voz baja:

—Nos están mirando, así que deja de gimotear.

Justice miró detrás de él y gruñó por lo bajo.

—Sí. Los peces gordos han vuelto — «malditos cotillas», añadió Armie para sus adentros. Desde que había firmado para la SBC, los capos de la misma lo habían estado analizando como si fuera su última rata de laboratorio—. Levántate, lucha conmigo durante otro par de minutos y lo dejaremos en tablas.

Resoplando, Justice se levantó trabajosamente.

—Friqui de la naturaleza —masculló de nuevo, pero siguió a Armie hasta el centro del ring, y, una vez allí, hizo lo que pudo.

Que fue más bien poco, pensó Armie. Aunque lo cierto era que luchaban por motivos bien diferentes.

Veinte minutos después, recién duchado, Armie estaba listo para marcharse. El tiempo de mediados de febrero era muy frío, así que se caló un gorro en la cabeza todavía húmeda y se puso una gruesa sudadera con capucha. Portando su bolsa de gimnasio, salió con paso precavido a la zona central. A hora tan avanzada del día, los tatamis estaban vacíos. Miles y Brand se turnaban para fregar. La mayor parte de las luces estaban apagadas y solamente seguía allí el núcleo central de amigos, conversando.

Los mandamases de la SBC se habían marchado y, lo que era aún mejor, a Merissa no se la veía por ninguna parte. Probablemente estaría haciendo papeles para su hermano Cannon, el propietario del gimnasio.

Aliviado, se dirigió hacia la puerta. Con un poco de suerte, conseguiría escaparse antes de que alguien lo interceptara y…

—Hola, Armie.

Maldijo para sus adentros. Tras una ligera vacilación, se volvió para enfrentarse al grupo formado por Denver, Stack y Cannon.

—¿Qué pasa? Parecéis los tres mosqueteros. Los tres casados, por cierto.

Stack, que solo llevaba casado un mes, apestaba a satisfacción.

—Claro: está celoso.

Vaya. Dado que moriría antes que admitirlo, Armie replicó:

—Ni hablar.

Denver, otro recién casado, sonrió.

—Y probablemente también se sentirá solo, pobrecito.

Admiradoras, orgías y aventuras de una sola noche no daban como para aburrirse. Tenía reputación de donjuán, y eso era lo que las damas esperaban y querían de él. Eso, y nada más. Miró su reloj.

—Ahora mismo podría sentirme solo con tres estupendas damas si os dignaseis dejarme en paz, palurdos.

Al contrario que los demás, Cannon no se rio.

—¿En serio? ¿Otra vez?

¿Por qué diablos su mejor amigo tenía que mirarlo con aquella cara de decepción? Y, si sabía por qué Armie había hecho aquellos planes, probablemente se mostraría tan enfadado como desaprobador, porque la culpa la tenían sus constantes esfuerzos por dejar de pensar en la hermanita de Cannon. Por lo demás, un cuarteto de aquella clase iba a servir de muy poco. Su obsesión con Merissa parecía acentuarse día a día.

Armie se encogió de hombros.

—Sí, en serio. A no ser que tú tengas un mejor plan que proponerme…

—De hecho, era precisamente por eso por lo que quería hablar contigo.

Vaya, diablos. Eso no se lo había esperado. Se pasó una mano por el pelo.

—Oigámoslo entonces.

—Yvette ha invitado a todo el mundo a pasarse por casa esta noche.

Armie adoraba a Yvette. Era perfecta para Cannon y un encanto de mujer. Pero…

—¿Quién es «todo el mundo»?

—Pues todos los importantes —respondió Cannon con una sonrisa de inteligencia—. Todos los que nos importan a nosotros. Así que no te lo pierdas.

Armie volvió a maldecir para sus adentros. Definitivamente, Merissa contaba entre los importantes. No quería, pero, dada la manera en que los muchachos lo estaban taladrando con los ojos, ¿cómo podría negarse?

—¿A qué hora?

—Ahora.

—¿Qué quieres decir con «ahora»? —frunció el ceño.

—Ahora, así que olvídate de cualquier otro plan. De todas formas, no te iba a dar tiempo.

Justice apareció arrastrando los pies, con su pelo rubio teñido todavía mojado, su perilla necesitada de un buen recorte y sus orejas de coliflor en peor estado que nunca. Golpeó con su hombro el de Armie cuando pasó a su lado.

—Si no hubieras puesto tanta pasión en lisiarme, quizá habrías salido antes y hubieras dispuesto de algo de tiempo para retozar un poco.

—Nenaza —lo acusó Armie con una sonrisa.

—Él tiene razón —intervino Brand mientras empujaba el cubo de la fregona hacia ellos.

Lo secundó Matt, que acababa de sacudir el último tatami.

—Tú sigue combatiendo tan duro y acabarás lesionando a alguien antes de que empiece el torneo.

—Todavía me quedan dos meses —dos meses de libertad que emplearía como quisiera. Armie sabía que existían normas de entrenamiento, pero ese tipo de cosas no eran para él. Nunca lo habían sido y nunca lo serían, al margen de las razones que tuviera para luchar.

—Los combates locales se han acabado. Estamos en otra liga —le recordó Denver.

Como si lo hubiera olvidado…

—Carter Fletcher no es ningún flojo —añadió Miles—. Puede que no te resulte tan fácil batirlo como a los colegas.

—Lo he visto luchar y es imprevisible —comentó Brand, frunciendo el ceño.

Así que su primer rival iba a ser un pez gordo… Estupendo. Armie se encogió de hombros como para aparentar que no le importaba lo más mínimo. Hacía poco que la SBC, la organización más prestigiosa de artes marciales mixtas, prácticamente lo había coaccionado para que firmara con ellos. Cannon había colaborado en la tarea, empujándolo para que diera ese paso una vez que pulverizó todos los récords en los torneos locales.

Y era un paso bien grande, algo para lo que los demás muchachos habían trabajado sin cesar. La SBC pagaba mucho más y proporcionaba un prestigio y una fama enormes. Sus luchadores viajaban por todo el mundo de competición en competición.

Pero a Armie prefería no llamar la atención, lo cual era muchísimo más seguro por múltiples razones. Si no hubiera sido por Cannon…

—Lo hará muy bien contra Carter —afirmó Cannon—. Y que no os preocupe su manera de entrenar. Armie se motiva de manera diferente, eso es todo.

Siempre, de manera incondicional, podía contar con Cannon. Como la única persona que sabía por qué había rehuido fama y fortuna, Cannon lo entendía. No estaban emparentados, pero en la práctica funcionaban como verdaderos hermanos.

Lo cual constituía la segunda y fundamental razón por la que no podía, no debía, desear a Merissa como la deseaba. Cannon protegía a la gente que quería. Y a su hermana la quería muchísimo.

—Se está haciendo tarde —añadió Cannon—. No querrás hacer esperar a Yvette.

Contento del cambio de tema, Armie sacó su móvil.

—Será mejor que haga un par de llamadas para informar a las damas de que no me reuniré con ellas después de todo.

Stack miró a Denver.

—Si eso lo hubiera dicho cualquier otra persona, habría pensado que era un farol.

—El solitario… —ironizó Denver.

Armie se alejó sabiendo que tenían razón.

 

 

Merissa Colter se apoyó en el mostrador de la cocina con una copa de vino en la mano, viendo cómo Yvette preparaba una bandeja de carnes frías y quesos.

—¿Seguro que no quieres que te ayude?

Yvette le lanzó una sonrisa alegre.

—No hay tanto que hacer. Además, te has acicalado tanto esta noche que no quiero que corras el riesgo de mancharte.

Mirándose, Merissa replicó:

—Menudo cambio, ¿no?

Yvette asintió con una sonrisa astuta y se limpió las manos en el delantal.

—Es bueno para una chica cambiar de aspecto de cuando en cuando. Y con esas piernas tan largas que tienes, el conjunto que llevas te queda fenomenal.

—Me lo compré con Vanity —Vanity, la mejor amiga de Yvette y en aquel momento la mujer de Stack, era una fanática de la moda—. Fue ella la que insistió en las botas.

—Con tacones —precisó Yvette, animada, ya que Merissa siempre llevaba calzado plano—. Me gusta.

—Lo malo es que soy tan condenadamente alta…

—Como una modelo.

—No sé —dijo, porque más bien solía sentirse desgarbada, no una modelo.

—Confía en mí —le aseguró Yvette mientras colocaba las últimas lonchas de queso en la bandeja—. Causarás sensación. Dejarás a todo el mundo con la boca abierta. Eres muy alta, sí, pero con una figura estupenda.

Merissa casi se atragantó al oír aquello.

—Pues mi talla de sujetador es bastante pequeña….

Un sonido llegó hasta ellas desde el umbral de la cocina y Merissa alzó la mirada para descubrir a Brand, Miles y a Leese mirándola con una sonrisa. Los tres fantásticos, musculosos, muy atractivos.

Pero ninguno de ellos era Armie.

Lo que sentía por ellos, y viceversa, no era en absoluto romántico. Aun así, un rubor se extendió por su rostro. Al fin y al cabo, acababan de oírla hacer un comentario sobre su busto…

Mirando a su alrededor en busca de un arma, Merissa agarró una bayeta y se la lanzó.

—¡Fingid que no habéis oído nada!

—Demasiado tarde —Leese atrapó la bayeta y la dejó sobre el fregadero—. No sé qué es lo que echas de menos, pero yo te aseguro que no te falta de nada —se volvió hacia los otros dos luchadores—. ¿Estoy o no en lo cierto?

—Por supuesto.

—Definitivamente.

Avergonzada, pero agradecida al mismo tiempo por el comentario, Merissa se echó a reír.

—Sois mis amigos. Estáis obligados a decir eso.

—Es la verdad. Te lo juro —insistió Leese antes de sacar tres cervezas de la nevera y lanzar una a Brand y la otra a Miles.

Recorriéndola con una pecaminosa mirada, Brand se alejó hasta el otro extremo de la cocina.

—¿Y ese conjunto? —arqueó una ceja—. Es muy sexy.

De repente se sintió muy expuesta con su suéter ancho de escote de pico, el pantalón ceñido y las botas de tacón.

—¿Lo ves? —intervino Yvette—. Estás despampanante. ¿A quién le importa que no tengas una talla grande de sujetador?

A ella, sí.

—Insisto en que no te falta nada —remachó Miles. Tanto Brand como él eran morenos de pelo, pero Miles tenía los ojos de un verde claro, siempre estaba sonriendo… y flirteaba con cada mujer que se le ponía a tiro—. Confía en mí.

Leese se pasó una mano por su pelo negro azabache, con un brillo juguetón en sus ojos azules.

—Yo soy más bien de traseros —le guiñó un ojo, como indicándole que el suyo satisfacía sus requisitos.

Era un milagro que pudiera pensar en algo rodeada como estaba por tipos tan atractivos. Su vida habría resultado mucho más fácil si hubiera sentido por alguno de ellos lo mismo que sentía por Armie.

Yvette empezó a echarlos entonces a todos de la cocina.

—La estáis avergonzando. Fuera de aquí.

—Solo estábamos reforzando su autoestima —protestó Brand.

Los hombres se marcharon a regañadientes. Una vez que volvieron a quedarse solas, Yvette seguía sonriendo con un cálido brillo de alegría en los ojos.

Merissa supo entonces que estaba pasando algo. Tanto su hermano como Yvette estaban demasiado alegres. Dejando a un lado su copa, preguntó:

—¿Se puede saber qué os pasa a Cannon y a ti?

Tarareando por lo bajo, Yvette sacó un cuenco y lo llenó de patatas fritas.

—No sé qué quieres decir.

—Oh… oh.

Justo en aquel momento, Armie asomó la cabeza por la cocina.

—Hey, Yvette… —se interrumpió en seco cuando descubrió a Merissa.

Impresionado, Armie recorrió su cuerpo con la mirada, absorbiendo cada detalle. Su pecho se dilató en un lento suspiro. Merissa no se movió. Verlo le producía un efecto completamente distinto que el que experimentaba con otros hombres, como por ejemplo aquellos que acababan de hacerle comentarios sobre su ropa. Esta vez, sin embargo, se trataba de Armie. No quería que su opinión le importara tanto… Pero le importaba.

Demasiado tarde, la mirada de Armie regresó a su rostro y se quedó ya allí. Apretó la mandíbula. Sus oscuros ojos parecían consumirla y, justo cuando sintió que se iba a desmayar por la falta de oxígeno, él se volvió para marcharse.

Claramente Armie no había esperado verla y tampoco lo había querido. Eso le dolió.

Fue Yvette quien lo detuvo.

—¡Armie! Pasa. ¿Qué te apetece beber?

De espaldas a ellas, se quedó inmóvil. Flexionó los músculos de los hombros… y los relajó luego deliberadamente antes de volverse. El calor de sus ojos se había trocado en indiferencia y su arrogante sonrisa casi convenció a Merissa de que se había imaginado la tensión anterior.

—No quiero nada.

Merissa resopló escéptica. No había querido hacerlo. Fue algo involuntario.

Armie clavó de nuevo la mirada en ella.

—¿Hay algo que te parezca divertido, Larga?

Dios, ¡cómo odiaba aquel apodo! Enfatizaba su estatura, pero, lo que era aún peor: demostraba que Armie no la veía como una mujer deseable.

—¿Que no quieres nada, has dicho? —resopló de nuevo—. No me lo creo.

Entrando del todo en la cocina, Armie le dijo a Yvette:

—Tomaré una cerveza.

—Claro —Yvette sirvió un tazón de té sin azúcar. Se lo entregó a Armie, le dio un beso en la mejilla y recogió luego la bandeja para llevarla al comedor.

Armie se quedó mirando el tazón, perplejo.

Merissa aprovechó para contemplarlo. Hasta hacía muy poco se había teñido el pelo de un rubio casi blanco, pero había dejado de hacerlo y en aquel momento había recuperado su tono natural, de un rubio oscuro. No contrastaba ya tan dramáticamente con el marrón chocolate de sus ojos. Lucía tatuajes en los antebrazos y, aunque no podía verlo debido a la camiseta, sabía que se había hecho otro en la espalda.

Llevaba unos tejanos de cintura baja que resaltaban sus estrechas caderas, algo largos sobre sus deportivas. La pechera de su ceñida camiseta ostentaba descaradamente dos palabras: Orgasmos gratis.

Merissa se aclaró la garganta.

—¿No te gusta el té?

—No especialmente —dejó el tazón a un lado y se acercó a la nevera.

Merissa aprovechó que había metido la cabeza dentro para contemplar su cuerpo. Recorrió con la mirada los tatuajes de aspecto étnico que decoraban sus voluminosos antebrazos hasta los codos: adoraba la tersa y tensa piel de sus bíceps. Por un estremecedor segundo, se le subió la camiseta y alcanzó a ver una franja de piel justo encima de sus boxers. Era todo músculo, un espectáculo que siempre conseguía derretirla por dentro.

Se abanicó el rostro.

—Yvette está intentando salvarte de ti mismo.

—Es una causa perdida —masculló Armie mientras sacaba una cerveza y cerraba la nevera. Apoyándose en la mesa, la abrió, se la llevó a los labios… e Yvette se la quitó en cuanto volvió a la cocina.

Muy dulcemente, le dijo:

—Cannon me ha dicho que tienes que seguir una dieta estricta para tu próximo combate.

—¡Pero si todavía faltan dos meses!

—Cannon ya me avisó de que responderías eso.

—¿Ah, sí? — miró a su alrededor, entrecerrando los ojos—. ¿Dónde está tu marido?

Ignorando la implícita amenaza de su tono, Yvette se echó a reír.

Armie abandonó entonces su gesto agresivo.

—Una cerveza no me hará ningún daño, cariño —recuperó la botella—. Te lo prometo.

Yvette no parecía muy convencida, pero terminó cediendo.

—Está bien. Pero solo una —se volvió hacia Merissa—. Hazme un favor, Rissy. Vigílamelo.

Merissa empezó a protestar, pero para entonces Yvette ya había vuelto a marcharse con el cuenco de patatas fritas, dejándola sola en la cocina con Armie.

Con una expresión cuidadosamente aséptica, tensos los músculos, Armie la miró.

Merissa soltó un largo y exagerado suspiro.

—Un Mississippi. Dos Mississippis. Tres Missi…

Armie frunció el ceño.

—¿Qué estás haciendo?

—Contar el tiempo que vas a tardar en entrar en pánico y salir corriendo de aquí.

Retrocedió un paso, perplejo.

—Yo nunca entro en pánico.

—Tonterías —se apartó bruscamente del mostrador, viendo cómo relampagueaban sus ojos—. Desde aquel fatídico beso que nos dimos hace ya meses, cada vez que me ves, sales corriendo en la dirección opuesta. Pero no te preocupes, Armie. Estás a salvo de mis malvadas garras. El mensaje me llegó alto y claro —dejando su copa sobre el mostrador, se dispuso a marcharse.

Pero él la agarró del brazo.

Su manaza se cerró sobre la parte superior de su antebrazo, cálida, fuerte. Suave pero firme.

De espaldas a él, con el corazón atronándole en el pecho, Merissa esperó. Él no dijo nada, pero al cabo de unos segundos empezó a mover el pulgar sobre su piel. Aquello casi hizo que se le detuviese el corazón, y… ¿no era sencillamente patético? Él no la deseaba. Se lo había dejado muy claro. Aquella vez, en noviembre, la había besado… para asegurarle a continuación que todo había sido un error. Ahora estaban en febrero y, en todo el tiempo transcurrido, apenas se había dignado mirarla.

—No pretendía ahuyentarte —se acercó. Lo suficiente como para que ella sintiera la calidez de su cuerpo.

Reforzando su resistencia, obligándose a recordar su renovada resolución, Merissa se volvió para mirarlo. Su alta estatura, con el complemento de los tacones, la colocaba justamente a su mismo nivel.

Él se la quedó mirando fijamente a los ojos y bajó luego la mirada hasta su boca.

Un desesperado anhelo le robó el aliento, convirtiendo su negativa en un susurro:

—No.

—¿No? —repitió él, con la misma suavidad.

Apoyando ambas manos en la pechera de aquella ridícula camiseta, con las palmas sobre su duro pecho, lo apartó.

—Ya me besaste una vez. Me pareció que había sido esa tu intención… hasta que te dio asco.

—¿Asco? Para nada.

Resuelta, se llevó una mano al corazón, con el puño cerrado.

—Me machacaste, Armie. Me hiciste sentime fatal. Y todo por un simple beso. Así que, efectivamente, lo entiendo. Tú no me deseas. Comprendido. Créeme cuando te digo que no quiero volver a pasar por aquello.

Antes de que pudiera alejarse, él volvió a sujetarla del brazo.

Se lo quedó mirando fijamente, deseosa, con una pequeña parte de su ser esperando todavía que él pudiera decir algo que lo cambiara todo.

No lo hizo. Entornó los ojos y apretó la mandíbula como si estuviera luchando consigo mismo. Luego, por pura fuerza de voluntad, abrió los dedos y la soltó.

Ahogándose casi de dolor, Merissa se volvió para marcharse… y casi chocó contra su hermano. Su pequeño y musculoso chucho, Muggles, la saludó con un agudo ladrido.

Canon la atrajo en seguida hacia sí.

—Oye, ¿estás bien?

Armie hizo un intento de pasar por delante de ellos y marcharse, pero Cannon, sin acritud, le bloqueó el paso.

Merissa masculló:

—Me marcho. Ha sido un día largo y estoy agotada.

Su hermano le dio un beso en la frente.

—Está bien —luego, volviéndose hacia Armie, los incluyó a los dos cuando dijo—: pero antes Yvette tiene que anunciarnos algo.

Con un brazo sobre sus hombros, la guio hasta el salón. Muggles corrió hasta donde se encontraba Yvette, presidiendo la habitación con una sonrisa de felicidad en los labios. La rodeaban sus amigos: Denver y Cherry, Stack y Vanity, Gage y Harper. Los solteros, que eran Leese, Justice, Brand y Miles, habían llegado solos, así que quizá habían sospechado que la fiesta incluiría un anuncio de carácter íntimo.

Adivinando ya la noticia, Merissa sonrió también.

—Adelante, ve —le dijo a su hermano—. Estoy perfectamente.

Cannon la abrazó antes de reunirse con Yvette a la cabecera del salón. Levantó al perro con una mano y pasó la otra por la cintura de su mujer.

Tan embelesada a esas alturas como Yvette, Merissa ignoró a Armie, que se había colocado a su lado, para concentrarse únicamente en la felicidad de su hermano.

Apoyando la cabeza sobre el hombro de Cannon, Yvette anunció:

—¡Estoy embarazada!

Los gritos resultaron casi ensordecedores, lo que hizo que Muggles se pusiera a aullar todo excitado. Todo el mundo empezó a abrazar a todo el mundo y, de alguna manera… Sí. Merissa terminó abrazada a Armie.

Él parecía tan anonadado como se sentía ella por dentro, pero eso solamente duró un segundo. Porque de repente sonrió, la alzó en volandas y empezó a girar con ella. Cuando volvió a bajarla al suelo, le sonrió enternecido:

—Vas a ser tía.

—Un bebé —las lágrimas le escocían los ojos. No podía dejar de sonreír—. No puedo esperar.

Cuando Cannon volvió a reclamar la atención de todo el mundo, ambos se volvieron para mirar al frente. Pero, esa vez, Armie mantuvo un brazo sobre sus hombros. De repente fue como en los viejos tiempos, cuando ella era más joven y Armie siempre andaba cerca, gastándole bromas y protegiéndola. La emoción inundó su pecho.

—Hacía ya algún tiempo que lo sabía —informó Yvette.

Eso provocó las bromistas quejas de todo el mundo.

—Tuvimos el combate de Denver, y luego Cherry y él se casaron —explicó Cannon—. Luego Stack y Vanity se fueron a Las Vegas a casarse, y con tanta buena noticia junta…

—La nuestra podía esperar —continuó Yvette—. Pero ahora estoy feliz de compartirla con todos vosotros.

—Tiene que haber algo en el aire —comentó Vanity—. La hermana de Stack también está esperando un bebé.

Denver arqueó una ceja y miró a Cherry, que se apresuró a protestar:

—No. Yo no. Pretendo seguir disfrutando como esposa por un tiempo.

Vanity aplaudió su decisión.

—Muy bien dicho.

Durante la hora siguiente todo el mundo charló y rio, abordando todos los temas: desde nombres para el bebé hasta el mobiliario de su cuarto o la fiesta que darían cuando se acercara el parto. La comida que había servido Yvette fue devorada en un tiempo récord y Merissa no perdió en ningún momento su buen humor. Tras felicitar a la pareja y comentarles lo feliz que se sentía por ellos, decidió escabullirse. O, al menos, lo intentó. Porque, sin que se dieran cuenta los demás, Armie la siguió.

Ella, por supuesto, fue consciente de su cercanía. Sentía su mirada como una cálida caricia. Cada vez que la rozaba levemente, el contacto era como un calambrazo. Quizá él pudiera soportarlo, pero ella no.

Por el bien de su propio orgullo, necesitaba alejarse de él. En aquel preciso instante.

Pero, tras el abrazo con que se despidió de su hermano y de Yvette, se lo encontró a su lado. Fue terminar de ponerse el abrigo y chocar contra él. Sin molestarse en abrochárselo, deseosa únicamente de escapar, salió a toda velocidad de la casa.

Por fin sola, se detuvo un momento para recuperarse. El frío aire de la noche la obligó a cerrarse el abrigo y subirse el cuello. Acababa de soltar un profundo suspiro cuando la puerta de la casa se abrió de nuevo y apareció Armie.

La luz del porche los iluminaba con su resplandor amarillo. Sin abrigo alguno, sin más protección contra el frío que su camiseta, se la quedó mirando.

—¿Qué… qué estás haciendo? —exigió saber Merissa.

Él hundió las manos en los bolsillos de sus tejanos.

—Quería hablar contigo un segundo.

No y no. Merissa no quería hablar. De todas formas, ya sabía lo que iba a decirle.

—No es necesario —se volvió para dirigirse hacia su coche y… maldijo para sus adentros, porque Armie le estaba pisando los talones. En la acera, se giró para enfrentarlo—: ¡Armie!

—Rissy —esbozó una media sonrisa.

Ella alzó las manos en un gesto de frustración.

Él se frotó un ojo, luego la nuca. Dejando caer las manos, se la quedó mirando fijamente.

—Aquel beso…

Estupefacta, sintió que se quedaba sin aire. Permaneció muy quieta.

—Hace ya meses de aquello —precisó, como si ella no se acordara, como si no lo hubiera rememorado mentalmente casi sin parar, día tras día—. En el bar de Rowdy…

—Ya. Lo recuerdo —reconoció. No eran pocas las veces que habría preferido olvidarlo.

Había intentado ligar con Leese, solo para sacudirse la frustración que le provocaba Armie. Pero Leese era un gran tipo y la había rechazado con elegancia, no sin antes dejarle claro que habría aprovechado gustoso la oportunidad de no haber sabido que tenía el corazón puesto en otro hombre. Desde entonces, Leese y ella se habían hecho todavía más amigos.

—¿Qué pasa con aquel beso?

Armie se la quedó mirando durante toda una eternidad. Finalmente se acercó aún más y susurró:

—Fue la cosa más condenadamente sexy que he disfrutado nunca.

Oh, Dios. No podía escuchar aquello. No podía alimentar sus esperanzas.

—Voy a ser sincero contigo.

Merissa sintió una punzada en el pecho.

—De acuerdo.

—Nada me gustaría más que hacerte el amor. Nada.

¿Hacerle el amor? Solo el hecho de oírselo decir la hizo reaccionar físicamente.

Él le acarició la melena y se la echó sobre un hombro.

—Ni ganar el primero premio de la lotería. Ni un cinturón de campeón del mundo de lucha. Nada.

Deslizó el pulgar por su cuello, acelerándole el pulso.

—He pensado sobre ello —añadió—. Mucho.

—Yo también.

—Ssh — le puso un dedo sobre los labios para acallarla—. Dudo muy seriamente que estemos pensando en las mismas cosas.

Merissa ansiaba desesperadamente saber en qué estaba pensando. Armie era conocido por sus excesos sexuales y por la variedad de sus experiencias. Demasiado a menudo se torturaba preguntándose por el tipo de cosas que querría hacer con ella.

—Y ese es el problema —añadió él.

Ella quiso gritarle que no había ningún problema, pero sabía que él no le haría ningún caso.

—Te deseo, Rissy. Eso nunca debería ponerse en cuestión —sujetándole la barbilla, escrutó su rostro y repitió—: Nunca.

Allí estaba: una implacable esperanza. Sin saber qué decir, asintió.

—Pero, más que eso, quiero para ti algo mejor que… yo.

«Espera un momento», se dijo. ¿Qué? No podía estar hablando en serio. ¿Mejor que él? ¿Acaso no era consciente del hombre tan increíble que era? ¿Cómo podía ser? Tenía amigos que le querían. Tenía a Cannon y, maldita sea, su hermano era el mejor hombre que conocía. Cannon nunca se habría hecho tan amigo de un tipo al que no pudiera reputar de estupendo, de genial.

—Sé que dejarías la casa de tu hermano por mi causa, y eso es lo último que debería ocurrir. No quiero alejarte de tu familia. No quiero que te sientas mal.

—Demasiado tarde.

El rostro de Armie se tensó. Bajó las manos y retrocedió un paso.

—Aquí es donde tienes que ayudarme —con expresión demasiado seria, afirmó—: No quiero hacerte el menor daño: de eso puedes estar segura. Así que primero necesitas establecer tus prioridades.

Ella sacudió la cabeza. Pero él acabó diciéndose de todas formas:

—Así que… adelante y búscate un buen tipo. Diablos… —titubeó un poco, pero luego susurró—: Sienta la cabeza, establécete, ten hijos.

Sin él.

Era eso lo que había querido decirle. Que hiciera todo eso… sin él. Una renovada ola de furia ayudó a reducir algo de su dolor.

—¿Crees que no puedo?

—Sé que puedes —tragó saliva—. Cualquier hombre sería muy afortunado de tenerte.

Aquello la hizo reír. Cualquier hombre… que no fuera él.

—¿Te has fijado en mi nuevo look? Quiero decir que… todo el mundo lo ha hecho.

En voz muy baja, confirmó:

—Sí.

—Bueno, pues esta soy yo ahora —se ahuecó el pelo—. Nuevo look, nueva actitud. Incluso podría ascender en el banco —una nueva posición de directora la distanciaría un tanto de Armie. Lo malo era que la distanciaría también de su hermano, sobre todo ahora que estaba a punto de convertirse en tía. Pero no conocía otra manera—. He decidido seguir tus pasos, Armie.

—Dios.

—¿Qué pasa? ¿Crees que eres el único que puedes jugar a ese juego, soltarte un poco el pelo? Yo también quiero vivir experiencias —había querido vivir esas experiencias con él, pero por nada del mundo se lo suplicaría—. Sigue tú adelante con tu vida, con la conciencia tranquila… porque yo haré lo mismo con la mía.

Apartándose bruscamente, subió a su coche e insertó nerviosamente la llave en el encendido. Armie se quedó donde estaba, rígido, con expresión inescrutable. Y, de alguna manera, pese a lo muy imbécil que era, con aspecto herido. Dolido.

Finalmente, una vez que ella consiguió arrancar el coche, Armie se alejó y cruzó la calle, hasta donde había dejado aparcada su camioneta. Respirando aceleradamente, Merissa se lo quedó mirando hasta que arrancó el motor y se marchó también.

En la dirección opuesta a la de ella. Como siempre.

Y, maldijo para sus adentros, pero el dolor que sintió fue tan fuerte que no pudo contener las lágrimas. Porque sabía esa vez que todo había acabado… cuando, en realidad, ni siquiera había empezado.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Mediados de febrero se convirtieron en principios de marzo y Armie no volvió a ver ni una sola vez a Rissy. Ni en el gimnasio, ni en el bar de Rowdy donde todo el grupo solía coincidir las noches de los viernes y los sábados, ni tampoco en la casa de su hermano. Deseaba preguntar por ella, pero sabía que no tenía derecho alguno.

Sentado solo en la barra, bebiendo una maldita agua de limón, escuchaba a medias a Miles y a Brand mientras hablaban de los próximos combates instalados en una mesa cercana. Las mujeres intentaban llamar su atención, pero él no tenía mayor interés. Había puesto buena cara, incluso había lanzado un par de insinuaciones, y probablemente había convencido a todo el mundo con sus tonterías, pero la verdad era que hacía ya bastante tiempo que no ponía ya interés real alguno en esas cosas.

No desde el día en que finalmente saboreó a Rissy.

Desvió la mirada hacia el corto pasillo del bar: estrecho y sombrío, llevaba a la oficina y a los servicios. Meses atrás había acorralado a Rissy allí y había perdido la pelea. Boca contra boca, una danza de lenguas, un húmedo calor y una tormenta de fuego. Recordando, cerró los ojos y experimentó una violenta punzada de deseo. Que Dios le perdonara: había sido una sensación tan maravillosa… Su cuerpo se había acoplado perfectamente al suyo.

Un codazo en las costillas le obligó a abrir los ojos. En lugar de alguno de los chicos, resultó ser Vanity, la mujer de Stack, que ocupó un taburete a su lado.

—¿Qué pasa? —inquirió él.

—Eso dímelo tú —le sostuvo la mirada, tamborileando con las uñas en la barra.

Despampanante con su larga melena rubia, su cuerpo imponente y su carita de ángel, Vanity seguía siendo una de las personas más bondadosas y sensatas que conocía.

—¿Se supone que debo encontrarle un sentido a eso, Vee?

—Sí. Estás deprimido y quiero saber por qué.

Stack apareció detrás de su mujer y se apoyó en la barra.

—Es el inminente combate. Está asustado.

—Para nada —negó Justice, sentándose junto a Armie.

Armie los recorrió a todos con la mirada.

—Adelante, reuníos todos conmigo. Poneos cómodos.

Vanity le palmeó un brazo con actitud compasiva.

—No soportamos las formalidades. No cuando vemos a un amigo deprimido.

—Yo no estoy deprimido —negó él. Dios, sí que lo estaba…

Justice se echó a reír.

—He visto cómo te tiraban los tejos cinco mujeres distintas. Todas follables… perdón, Vanity… y tú te las has quitado de encima a todas.

—No me he escandalizado, tranquilo —dijo Vanity, y se volvió de nuevo hacia Armie—. ¿En serio? ¿No estás en el mercado?

Pareció demasiado complacida con la perspectiva. Stack se echó a reír.

—Eso es todavía más ridículo que si yo dejara de burlarme de él.

Una morena se acercó en aquel momento a la barra y Armie reprimió un gruñido. Por supuesto que la recordaba, pero disimuló. Así era de imbécil.

—¿Armie? —ignorando a los demás, la joven deslizó un dedo todo a lo largo de su brazo, hasta el hombro—. Estoy libre esta noche.

—¿De veras? —Armie miró a Justice—. Él también. Podríais ligar los dos.

Justice se irguió.

—Tiene más razón que un santo.

La morena entrecerró los ojos.

—Estaba hablando contigo, Armie.

—Yo también. Lo tomas o lo dejas.

Vanity le dio un puñetazo. Stack tosió. Justice pareció simplemente esperanzado.

La morena inquirió, expectante:

—¿Te reunirás con nosotros?

—¡No! —se apresuró a intervenir Justice—. No lo hará.

Armie miró el puchero que hizo la dama, la desaprobadora expresión de Vanity, el ceño consternado de Justice… y no pudo menos que echarse a reír.

—Si me disculpáis…

Con gesto indiferente, dejó un par de billetes sobre la barra y se marchó. A medio camino hacia la puerta, Miles lo llamó.

No se detuvo.

Dos mujeres intentaron abordarlo, pero fingió no darse cuenta. Una vez fuera, respiró a fondo el frío aire de la noche, lo cual no ayudó en nada a despejar su dolor de cabeza. De repente, sin necesidad de mirar a su espalda, supo que tenía detrás a Cannon.

—Diablos.

Cannon se echó a reír.

—¿Estás en condiciones de conducir?

Esforzándose por borrar toda emoción de su rostro, Armie se volvió hacia su amigo.

—No puedo emborracharme a base de agua de limón, ¿no te parece?

—¿Era eso lo que querías hacer? ¿Emborracharte?

No, lo que quería era llevarse a Merissa a la cama y no moverse de allí hasta que no hubiera apagado aquel ardor que le recorría la sangre, y expulsado todos aquellos lascivos pensamientos de su mente. Sacudiendo la cabeza, respondió:

—No lo sé.

—No es por el combate —cruzándose de brazos, Cannon apoyó la espalda en el muro del bar de Rowdy—. Te conozco demasiado como para saber que no estás preocupado por Carter.

—O gano ese combate o no —Armie se encogió de hombros, simulando indiferencia. Nunca pensaba en términos de ganar o de perder: solo de ganar. Y, con ese fin, hacía siempre lo necesario para garantizarse el éxito.

—Todo el mundo lo atribuye a la presión añadida por el hecho de que entrarás en la SBC. Pero yo te conozco demasiado bien.

—Bueno, un combate es un combate. El tamaño de la multitud…

—¿O la cifra del cheque?

—… no me importa.

—Lo sé —Cannon enarcó una ceja—. Entonces… ¿vas a decirme qué es lo que te está reconcomiendo?

«Un grave caso de lujuria desesperada por tu hermana», pensó. Pero no iba a compartir eso con él. En lugar de negar el problema, sacudió la cabeza.

—Ya me las arreglaré.

—¿Evitando tener sexo?

Alzó la barbilla.

—¿Quién ha dicho eso?

Cannon ni siquiera pestañeó.

—Hombre, te conozco. Mejor que nadie. ¿Creías que no me daría cuenta de que estabas con síndrome de abstinencia?

Armie se quedó tan sorprendido que retrocedió un paso. No se le ocurrió nada que decir. Si intentaba achacarlo a la preparación para el próximo combate, su amigo volvería a reírse en su cara.

—Supongo que no voy a poder convencerte de que no es asunto de tu incumbencia.

—Claro que sí. Si eso es realmente lo que quieres —Cannon se apartó de la pared—. Pero si quieres hablar, si necesitas cualquier cosa…

—Lo sé —una vez, hacía una eternidad de aquello, Cannon había sido la única persona que lo había apoyado. Contra toda lógica y contra las peores acusaciones, se había puesto de su lado y nunca, ni una sola vez, había dudado de él. Incómodo ante el pensamiento de volver a sentirse tan necesitado, Armie flexionó los músculos de los hombros y dijo:

—Gracias, pero estoy bien.

—Eso ya lo sé —Cannon le apretó cariñosamente un hombro—. Solo falta que tú mismo te lo creas.

Armie lo miró ceñudo mientra regresaba al bar. No necesitaba en absoluto una charla melodramática como aquella. Con un profundo suspiro, contempló la calle de asfalto iluminada por la luna, el banco del autobús cubierto de escarcha, y alzó luego la vista al negro cielo tachonado de estrellas.

¿Se las estaría arreglando bien Merissa en aquel momento? ¿Estaría con otro hombre… tal como él mismo le había sugerido?

Era eso lo que él quería, lo que sería mejor para ella… pero, al mismo tiempo… Dios, lo torturaba.

Después de la vida que había llevado, con los antecedentes que había tenido que superar y las habilidades que había adquirido, no le tenía ya miedo a nada ni a nadie, excepto al efecto que Merissa Colter ejercía sobre él. Y eso le aterraba. Lo llenaba de un miedo cerval, devorador.

Miró hacia atrás, a la gran cristalera del bar, y vio a sus amigos. Los amigos de Merissa. Solo que ella no estaba allí… por culpa de él.

Había llegado el momento de dejar de comportarse como un cobarde en lugar de enfrentar aquel miedo. Al día siguiente por la mañana, se enfrentaría con ella.

Y, de alguna manera, solucionaría las cosas.

 

 

La mayoría de la gente pensaba que los directores de banco trabajaban con un horario fijo de nueve a una. ¡Ja! Desviando la mirada del impaciente cliente que todavía le quedaba por atender hacia el reloj y las agobiadas cajeras, supo que aquel día volvería a llegar tarde a casa. Lo que deberían haber sido cinco minutos más iban a convertirse en media hora, como poco.

Sonó el teléfono. Acababa de contestarlo cuando la puerta se abrió de nuevo. Junto con una corriente de aire helado, entraron dos clientes embutidos en gruesos abrigos de invierno, bufandas y gorros de lana.

Y, justo detrás de ellos, estaba… Armie.

Al contrario que los otros tipos, llevaba solamente una camisa de franela abierta sobre su camiseta térmica. Tenía las mejillas enrojecidas por el frío, con el pelo rubio tan despeinado como de costumbre, y estaba tan guapo que Merissa sintió que el corazón le daba un salto en el pecho para dispararse luego a doble velocidad.

Llevaba semanas enteras diciéndose a sí misma que estaba perfectamente, mejor, de hecho… sin él. Y casi se había convencido de ello, también. Pero una sola mirada a Armie y ya volvía a estar locamente enamorada.

—¿Hola? ¿Hay alguien?

Dándose cuenta de que no había dicho nada desde que descolgó el teléfono, Merissa apartó la mirada de Armie y recuperó su tono más profesional. O al menos lo intentó.

En el preciso instante en que Armie la miró, la piel empezó a arderle y las mariposas empezaron a volar dentro de su estómago. Volvió a dejarse caer en el sillón acolchado, contenta de sujetarse en algo.

El irritado cliente había dejado su cuenta al descubierto y quería que el banco le retirara la penalización. Merissa solo lo escuchó a medias y, finalmente, incapaz de concentrarse, derivó la llamada a una de las cajeras.

Dado que la hora de cierre ya había pasado, necesitaba cerrar la puerta, pero eso significaba que tendría que hacerlo con Armie dentro. Vaciló, titubeante, pero finalmente él tomó la decisión por ella y se le acercó.

Saltando de su sillón, lo recibió a la puerta de su despacho. Lo saludó con la mayor naturalidad que pudo.

—Hola, Armie.

La recorrió con la mirada. Esa vez, como estaba en el trabajo, Merissa llevaba un suéter abotonado al frente, falda larga y botas sin tacón, pero la atención que él le dedicó la hizo reverberar por dentro, de todas formas. Él flexionó los hombros, se removió.

—¿Podemos hablar?

¿Otra vez? ¿Acaso no le había dicho suficiente? Para alguien que no quería tener nada que ver con ella, le gustaba bastante charlar.

—Armie… —susurró, algo avergonzada, porque estaba segura de que nadie en el banco había pasado por alto su presencia. Tenía ese tipo de presencia: alto y grande, tremendamente sexy.

Él seguía mirándola de aquella manera tan intensa, cálida y firme a la vez, así que ella terminó cediendo.

—Está bien. Pero tengo que cerrar la puerta, y luego todavía tardaré un poco en acabar.

—Ya, no hay problema —suspiró—. Esperaré.

Mientras Armie se acercaba al sofá de la esquina, uno de los hombres que le había precedido al entrar caminó hacia ella. En la puerta de su despacho, Merissa se disponía a indicarle con una sonrisa que se pusiera en la fila de las cajeras… cuando el tipo la hizo a un lado y entró.

Incrédula, retrocedió automáticamente un paso.

—¿Qué cree que está haciendo?

El hombre cerró la puerta. Con el gorro calado sobre los ojos y la bufanda ocultándole la mayor parte del rostro, sacó un arma y chistó con tono amenazador:

—Sshh.

A Merissa se le secó la garganta, sobre todo cuando aquellos ojos entrecerrados recorrieron su cuerpo.

—Pero…

—Tú y yo —dijo el hombre, después de volver a chistarle— vamos a quedarnos fingiendo aquí dentro mientras mi socio se ocupa de todo ahí fuera. Y, cariño, espero que finjas bien.

El miedo y el estupor la dejaron paralizada cuando tomó conciencia de que aquello era un atraco… y, Dios, Armie estaba al otro lado de la puerta.

 

 

En el instante en que vio cerrarse de golpe la puerta de su despacho, Armie supo que algo no marchaba bien. Lo sintió en las entrañas. Avanzó un paso… y el tipo que estaba delante de él sacó un arma.

Maldito…

—Que todo el mundo permanezca tranquilo —gritó el hombre, retrocediendo para abarcar a clientes y cajeras en su ángulo de tiro—. Las cajeras, que levanten las manos. ¡Ya! Mi socio tiene a la directora de la oficina. Si a alguien se le ocurre pulsar el botón de alarma, ella será la primera en morir.

Hasta que no oyó aquella última frase, Armie no había entrado en pánico. Pero, ante la mención de Merissa, ante la imagen de Merissa retenida contra su voluntad, el terror y la rabia empezaron a girar en remolino en una mezcla explosiva. En seguida se quedó rígido, ralentizada la velocidad de su pulso, maximizada su capacidad de concentración.

—Que nadie se ponga nervioso. Que cada cajera abra su caja. Un solo movimiento en falso y perderéis a uno de los vuestros.

Pálidas, las empleadas obedecieron.

—Bien. Y ahora quiero a todo el mundo en este lado de la sala.

«Perfecto», pensó Armie. Eso lo situaba más cerca del despacho de Merissa. Se sumó al pequeño grupo, utilizando su cuerpo para proteger a un matrimonio mayor y a una mujer que aferraba la mano de su hijo de unos cinco años. El último cliente, un joven de unos diecinueve años, observaba con hostil desconfianza al atracador. Dos de las cajeras eran mujeres de unos cuarenta y pocos años. La otra debía de andar por los veinte.

El ladrón apuntó con su arma al chico.

—¡Tú!

El muchacho se quedó paralizado.

—Encárgate de recoger el dinero. Vacía las cajas de billetes, rápido.

El joven no dijo nada: simplemente tomó la bolsa que le tendió el atracador y trotó hacia las cajas. Mientras la llenaba de billetes, Armie vio que de cuando en cuando levantaba la mirada como para no perderse detalle de la escena.

Un ruido, como el de alguien chocando contra la puerta, resonó en el interior del despacho de Merissa. Los sentidos de Armie se agudizaron aún más, pero no llegó a moverse.

El atracador se echó a reír, como divertido por lo que pudiera estar ocurriendo en aquel pequeño despacho.

El niño empezó a llorar entonces, atrayendo la atención del ladrón. Armie se colocó delante de él, ocultándolo a su vista, Sorprendido, el tipo lo miró a los ojos… y lo que vio en ellos ciertamente lo alarmó.

—Ni se te ocurra —le advirtió el atracador.

Armie alzó las manos, pero no desvió la vista.

—Dame el maldito dinero —gritó el hombre, y el joven regresó corriendo y le tendió la bolsa.

—Déjala allí —le ordenó, indicando una mesa llena de folletos e impresos—. Y reúnete luego con estos.

—Sí, claro.

Impresionado, Armie observó cómo el joven bajaba lentamente la bolsa y se retiraba. El muchacho parecía listo y se tomaba su tiempo, conduciéndose sin apresuramiento alguno… y dándole a Armie la oportunidad de evaluar bien la situación.

El matón parecía inquieto. Por encima de la bufanda, sus ojos azul claro viajaban constantemente de izquierda a derecha. La mano que empuñaba el arma temblaba levemente. No dejaba de cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro, como si resistiera el impulso de echar a correr.

Flexionando alternativamente los músculos de los hombros, Armie se relajó. Tenía que mantenerse frío.

Otro golpe resonó en el interior del despacho y Merissa soltó un grito. El sonido atravesó el corazón de Armie con una punzada de terror, robándole la poca paciencia que le quedaba. Se apartó del grupo, volviendo a llamar la atención del atracador. El chico, viéndolo, se desplazó en la dirección opuesta.

—¿Qué estáis haciendo? —nervioso, el tipo apuntó a izquierda y luego a derecha—. ¡Quietos los dos!

Asegurándose de que el ladrón se concentraba en él y solamente en él, Armie se le aproximó.

—Y si no… ¿qué?

—¡Te dispararé, maldita sea!

Poseído por una furia helada, y desesperado al mismo tiempo por salvar a Merissa, Armie sonrió desdeñoso.

—¿Ah, sí? ¿Con el seguro puesto? —continuó acercándose.

El tipo respiraba a jadeos. Incluso a través de su grueso abrigo, Armie podía ver la manera en que se agitaba su pecho.

—Las Glock no llevan seguro.

—Eso no es una Glock, estúpido.

En el preciso instante en que el tipo bajó la mirada como para comprobarlo, Armie le soltó una patada. El ladrón salió proyectado hacia atrás y fue a caer bajo la mesa de los folletos. El chico se apresuró a arrodillarse, esforzándose por apoderarse de la pistola.

—¡Ayuda! —gritó el ladrón un segundo antes de que el puño de Armie impactase en su cara, haciéndolo rodar nuevamente por el suelo. El golpe que se dio en la cabeza lo dejó aturdido y le impidió ya levantarse.

Se oyeron más ruidos y golpes, procedentes del interior del despacho. Dispuesto a cargar contra la puerta, Armie susurró a los clientes:

—¡Al suelo!

Todos, menos el joven, se apresuraron a obedecer. Estaban todos a un lado de la puerta del despacho. Un instante antes de que Armie la derribara, se abrió de golpe y se encontró cara a cara con Merissa: el atracador la tenía fuertemente agarrada del cuello y se estaba sirviendo de ella como escudo. Tenía el maquillaje corrido, el pelo despeinado… pero su mirada era puro fuego. Más que miedo, era rabia lo que la consumía.

Presentaba un gran moratón en la mandíbula y aferraba desesperadamente con las dos manos el brazo que la apretaba, como si se estuviera ahogando.

El tipo, afortunadamente, no le estaba apuntando a ella, sino que tenía el brazo de la pistola rígidamente extendido. Eso le dio a Armie la oportunidad perfecta de agarrarle la pistola con la mano izquierda al tiempo que le golpeaba la muñeca con la derecha. El canalla no llegó a disparar un solo tiro antes de que Armie se hubiera apoderado del arma.

Soltando una maldición, el matón empujó a Merissa contra Armie y los desequilibró a los dos. Él la sujetó y, mientras intentaba recuperar el equilibrio, ella le golpeó inadvertidamente la mano en la que sostenía la pistola, que fue a parar al suelo.

Lo primero que vio Armie fue un puño en su dirección. Rápidamente empujó a Merissa para librarla de todo peligro y recibió un puñetazo en la barbilla. Eso hizo que echara la cabeza hacia atrás por el impacto, pero aguantó bien el golpe. Se aprestó entonces a machacar al hombre que se había atrevido a tocar a Merissa.

Armie siempre había sido un luchador rápido, adaptable. Se movía de memoria, esquivando golpes y atacando con renovada fuerza. El ladrón era un hombre grande y musculoso. Armie sintió perfectamente el crujido que hizo su nariz cuando se la rompió de un puñetazo y vio que se ponía a escupir sangre.

Las mujeres chillaron. El niño no paraba de llorar.

El joven dijo algo y, un segundo después, el otro ladrón, que finalmente había logrado recuperarse, blandía contra él uno de los postes de metal con cuerdas que servían para organizar las colas de espera. Lo descargó con fuerza sobre su espalda.

Dios, aquello sí que dolió.

Cayó al suelo por el impacto, pero no por ello se rindió. Al contrario. Su combate de suelo era tan bueno como su combate de pie.

El hecho de que fueran dos contra uno complicaba algo las cosas. Normalmente, sin embargo, habría sido pan comido de no haber habido tantas potenciales víctimas cerca.

El ladrón que había agredido a Merissa intentó darle una patada en las costillas aprovechando que estaba en el suelo. Armie le atrapó la pierna y terminó tumbándolo de espaldas. El hombre maldijo e inmediatamente rodó a un lado para quedar en una posición menos vulnerable.

El tipo no era ningún patán. Como luchador que era, Armie tuvo que reconocer que poseía algún tipo de entrenamiento.

Merissa intentó ayudarlo, pero Armie le gritó que se mantuviera a distancia. El joven procuró meterse también, pero con tantos puñetazos y patadas, no resultó fácil.

Y necesario tampoco.

Ninguno de aquellos tipos era rival para Armie. Se incorporó justo cuando el otro matón volvía a blandir el poste contra él. Se agachó, pero el golpe le rozó la frente: una cortina de sangre le cayó sobre los ojos. Se la limpió con la mano y oyó a Merissa soltar un grito.

El hombre que la había agredido en el despacho había recuperado una de las pistolas y le estaba apuntando en aquel momento.

Armie apenas fue consciente de ello, pero el caso fue que una fracción de segundo después se encontraba delante de ella, estirando los brazos y utilizando su cuerpo como escudo.

—Armie —suplicó Merissa.

Bloqueando de su mente su voz temblorosa, seguía mirando con fijeza al atracador al tiempo que la protegía a ella con su corpachón. El tipo había perdido el gorro y casi la bufanda. Pero con la cara tan machacada por los golpes de Armie, lo cierto era que no necesitaba disfraz alguno.

Ni su propia madre lo habría reconocido en aquel estado.

La nariz, partida y cubierta de sangre, había adquirido un tono morado subido, a juego con el moratón de su ojo derecho. Tenía los labios hinchados, sanguinolentos también. Parte del desgarrado gorro le colgaba del cuello.

Armie se concentró en sus ojos. Eran de un azul más claro que los de su socio.

—Armie, por favor… —forcejeó Merissa a su espalda—. ¡No hagas esto!

Armie la sujetaba estirando una mano hacia atrás. No dijo nada. ¿Qué había qué decir?

Moriría antes de dejar que le dispararan.

El otro hombre tiró a su socio del abrigo, urgiéndolo a huir mientras todavía podían hacerlo.

—¡He oído sirenas! Tenemos que largarnos ya.

Y sin embargo el canalla seguía apuntándolo con su pistola, indeciso.

Con los pies firmemente plantados en el suelo, sin romper en ningún momento el contacto visual, Armie relajó la respiración a la espera del veredicto.

Aquellos ojos azul hielo parecían sonreírle… hasta que, un segundo después, ambos atracadores se marcharon a la carrera.

Armie se dispuso a seguirlos, pero Merissa cerró ambos puños sobre su camisa, reteniéndolo.

—¡Maldito seas, no!

Detectó el terrible miedo en su voz y, reacio, obedeció la orden. Una vez que los hombres desaparecieron de su vista, Merissa se derrumbó blandamente contra su espalda. Dulce, cálida, sana y salva. Armie tragó saliva, cerró los ojos solo por un momento y se volvió hacia ella.

Habría podido morir.

Cerró las manos sobre sus hombros.

—¿Estás bien?

Con los labios apretados, asintió. Pero en seguida le dio un golpe en el pecho.

—¿Estás loco?

Él le acarició una mejilla y vio que su expresión se suavizaba.

—Oh, Dios mío, Armie… estás sangrando.

El muy canalla le había hecho daño.

—No es nada —se limpió la sangre del ojo con un hombro y le acarició suavemente el moratón que tenía en la mandíbula—. Rissy… ¿qué te ha hecho?

Ella se apretó entonces contra él, enterrando la cara en su cuello.

—Solo… dame un segundo.

Con manos temblorosas, Armie le frotó la espalda. No quería mancharla de sangre.

—Ya ha pasado todo —le ardían los ojos, consciente como era de que había estado a punto de perderla. Le besó la sien—. Ya ha pasado.

—Sí.

Armie sintió en su pecho su profundo suspiro y la manera en que tensó los hombros. Merissa se apartó súbitamente, se limpió la cara y, haciendo un visible esfuerzo por reponerse, miró a su alrededor.

Armie hizo lo mismo.

El joven finalmente había conseguido recuperar el arma de debajo de la mesa de los folletos, pero no pareció inclinado a usarla, gracias a Dios. Diligentemente la dejó sobre los fajos de folletos y se estaba retirando de allí cuando exclamó, abriendo mucho los ojos:

—¡Se han dejado el dinero!

Allí, en el suelo, estaba la bolsa con el dinero todavía dentro.

—Increíble —Armie la recogió, la metió en el despacho de Rissy y cerró la puerta.

Las cajeras seguían estremecidas. El niño pequeño se aferraba a su madre, gimoteando.

—¿Todo el mundo se encuentra bien?

Todos lo miraron, pálidos. Al contrario que Merissa, probablemente no estarían acostumbrados a ver combates con sangre.

—Gracias, Armie —ya perfectamente recuperada, Merissa se dirigió apresurada a la puerta y la cerró—. Lo siento —se dirigió a todo el mundo—. Si esas sirenas no eran para nosotros, de todas formas tendré que llamar a la policía. Necesitamos quedarnos aquí hasta que lleguen —caminó con paso enérgico hacia su despacho—. Armie, el baño está al fondo —se lo señaló—. Valerie, ¿querrías enseñárselo, por favor? Necesita… —tragó saliva—. Limpiarse toda esa sangre. ¿Alguien podría ir a buscar el botiquín de primeros auxilios?

Armie se quedó donde estaba, mirándola. La vio usar el teléfono para hacer una llamada corta. Luego Merissa se acercó a un armario y volvió segundos después con unos papeles en sus manos temblorosas.

—La policía está en camino —apresuradamente se dedicó a repartir los papeles entre las empleadas del banco.

Impresionado por su actitud, Armie le preguntó:

—¿Qué es eso?

—Instrucciones para después de un robo —respondió, y se dirigió luego a sus empleadas—. Leedlas de nuevo y seguid el procedimiento.

Armie se sorprendió muchísimo de verla tan al mando de la situación, tan controlada a pesar de lo que acababa de suceder. Al niño le consiguió una piruleta, y repartió latas de refrescos entre los clientes.

Cuando hubo terminado, se volvió de nuevo hacia Armie y, suspirando, lo recorrió con la mirada. Ni Valerie ni él se habían movido de su sitio.

—Oh, Armie —lo agarró de un brazo y, como si estuviera tratando con un inválido, lo urgió a moverse.

—Er… ¿a dónde me llevas?

—Al baño.

—¿Por qué?

—Estás sangrando y además no puedes estar de pie —le quitó la camisa de franela y regó generosamente con agua de la pila el dobladillo.

Con expresión muy seria, le limpió con la punta del dobladillo mojado la sangre del lado derecho del rostro, encima de un ojo, la sien…

—Tiene un aspecto horrible.

Valerie le dejó en silencio el equipo de primeros auxilios sobre el lavabo. Pero, cuando Merissa fue a recogerlo, él le sujetó las muñecas.

—Cariño, estoy bien.

Vio que tragaba saliva y sacudía la cabeza, rehuyendo su mirada.

—Rissy, háblame.

—No puedo cree que hicieras algo así —frunció el ceño y cerró los ojos.—. Prácticamente lo retaste a que te…

—Sshh —aquella vocecita rota se cerró como un cepo sobre su corazón. Se acercó aún más a ella, dejándole sentir su fuerza, demostrándole que estaba perfectamente indemne. Porque necesitaba saberlo, y quizá ella también necesitara hablar, le preguntó—: ¿Te golpeó ese canalla?

Ella asintió.

Bajando la mirada al botón que casi había saltado de su suéter, Armie sintió que se ahogaba de furia, pero aún así, le preguntó con suavidad:

—¿Te forzó?

Su rostro se tensó y tragó saliva convulsivamente.

—Él… Él dijo que quería…

—¡La policía está aquí!

—Es el joven —dijo Armie, esperando animarla—. ¿Sabes? Me cae muy bien.

Los tensos hombros de Merissa parecieron relajarse un tanto con la interrupción.

—Sí. Fue de gran ayuda —se lavó las manos en el lavabo—. Bueno, tengo que irme.

—Lo sé. ¿Hablaremos después?

Ella estuvo a punto de reírse al oír eso.

—¿Qué pasa?