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Esta antología poética refleja el devenir de una vida durante más de setenta años, desde la juventud hasta el tiempo presente. Es una obra personal, con una visión de una vida propia en la que hablo de experiencias personales porque estimo que son sentimientos que cualquiera puede compartir e identificarse con estos poemas de vida, amor y muerte. Ignacio Galán
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© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Juan Ignacio Galán Cano
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-446-1
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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Obra dedicada a toda aquella persona que ame la poesía, la poesía de amor vida y muerte.
PRÓLOGO
Este es mi último libro de poemas, la vida que me queda no creo que dé para más, pero nunca se sabe…
Como expreso en algún poema, los denominadores comunes son la vida, el amor y, sobre todo, la muerte, las tres heridas con las que llegó Miguel Hernández. Dejemos la belleza para el arte en sus manifestaciones. Entiendo que la poesía se ha de circunscribir a la persona que nace, ama, es el primer sentimiento que se tiene, que vive y padece y, de vez en cuando, disfruta algunos momentos y al final muere.
Todos los sentimientos que expreso han sido en mi vida, pero no son el estado natural del hacedor de poemas, están ahí, latentes, pero en algún momento, no elegido, surgen y entonces al no poder hacer realidad ese sentimiento lo único posible es revivirlo y describirlo por medio de la palabra y cuando esos sentimientos son de vida, amor y muerte es la poesía el instrumento.
El título de este poema trae cusa de un hecho acontecido en mi vida un Viernes Santo, 28 de marzo de 1975, Luna de Parasceve, primera luna llena de la primavera a partir del cual mi vida cambió y el sentido de mi vida solo encontró consuelo en la expresión del sentimiento que solo pude encontrar en la poesía: la propia y la ajena. Como me comentó alguien que conocí somos cuerpo de lo que comemos y sangre de lo que bebemos.
Con esta obra, al igual que las dos anteriores, Sombras del Recuerdo y Epístola a Pablo Salvat, no persigo reconocimiento ni elogio, sino testimonio de mi paso por este mundo.
Alguno de los libros que se editen subsistirán en una estantería, alguien los abrirá y leerá y con que comparta algún sentimiento de los expresados ya habrá tenido su utilidad.
Sea comprensivo con lo que una persona pueda sentir en setenta años de existencia.
LUNA DE PARASCEVE
Hace muchos años,
un Viernes Santo conocí
la luna de Parasceve,
Primera luna de primavera,
luna de viernes,
luna de sangre,
luna de muerte;
luna llena.
Pasado el tiempo conocí,
en Jerusalén,
en Getsemaní,
junto al Cedrón,
la última luna de primavera,
víspera del solsticio,
allí, en el Huerto, le vi,
le hablé,
le sentí.
No sé,
no recuerdo
lo que dije,
ni cómo lo dije
ni por qué lo dije,
pero le hablé,
hablé a Él
y a los presentes.
Habló mi corazón,
sentí su mirada,
su presencia,
y mis palabras
fueron oración.
No entiendo la vida sin fe.
No entiendo la vida sin amor.
No entiendo la vida sin Él,
desearía la paz,
imposible en la vida de los hombres.
La paz, ese preciado bien,
Superior a la libertad
es el premio a merecer,
es el premio que alcanzar.
La paz, la eternidad
son los premios
que Dios nos guarda para el final.
Mayo de 2011,
este fue mi último poema.
PENSAMIENTO
En la madurez de la vida
se endurecen los sentidos.
La pasión se diluye
en el agua del sueño.
El amor vivido,
el incierto futuro,
hoy son recuerdos
que nos muestran,
inequívocamente,
el progreso del tiempo.
Junio de 1994
EL VIENTO DEL SUR
El viento del sur
envuelve la noche.
Una paz quieta, azul,
en la blanca oscuridad
de la luna de verano.
Giran y giran
los brazos de luz
del gran faro.
La blanca luz lunar
iluminaba tu semblante;
solo se percibía
el aroma
que manaba
de las algas y las rocas
y el cansino rumor del mar.
Tú, ignorante,
desconoces mi sentir.
Eres una mujer,
—al menos lo pretendes—.
Yo, solo un niño,
atento a ti.
Rocé tu cintura
y un nuevo aroma
descubrí.
Miré a tus ojos
y, turbado en mi hallazgo,
estremecí.
Nunca jamás,
en mi corta edad,
en mi inocencia infantil,
algo parecido
sentí.
Absorto en el suceso,
ciertamente sorprendido,
comprobé
que una nueva vida
se abría ante mí.
Hoy,
lejano el tiempo,
ya recorrí
el tortuoso y dulce camino.
Sin embargo,
con agrado,
revivo en el recuerdo
el sueño
de aquella noche de verano:
El viento del sur
envuelve la noche.
Una paz quieta, azul,
en la blanca oscuridad
en que rocé tu cintura,
y solo prendí tu mano.
Julio de 1994
**
AYER
Ayer te quise,
hoy te quiero,
mañana te querré.
Ayer a ti sola,
hoy no solo a ti;
¿mañana? no sé.
Julio, 1976
VIENTO DE LEVANTE
La ira de Eolo se desata
en el Estrecho de Gibraltar.
La arena levanta,
la tierra calienta;
todo lo arrasa
en su caminar.
POESÍA
Llegó a mis manos
un libro de poemas,
pleno de belleza y dolor,
pasé sus hojas,
y, desgranando
cada verso,
conocí el amor.
Amor derrotado,
herido,
fracasado,
que motivó,
pena a pena,
cada canción.
Si el amor del poeta
triunfa,
se pierden
muchos poemas.
¿Qué importa más al poeta?
el amor correspondido,
convertido
en temporal,
perecedero;
o el amor imposible,
perdido,
derrotado,
fracasado,
convertido
en idea,
en pasión,
amor inmortal,
convertido
en poema.
Yo, aprendiz de poeta,
me planteé
este dilema,
de fácil solución:
cuando pasa la pena,
herida cicatrizada
por el tiempo,
en la carne disimulada
por nuevas vidas en mi vida,
que son otra canción.
Sin embargo,
aquella pena,
aquella gracia vivida,
pervive en el recuerdo
grabada en un poema,
escrito con dolor
sobre la carne del tiempo.
24 de diciembre de 1994
*****
ALEJADOS
El tiempo me alejó de ti,
y desde esta madurez,
con un vago recuerdo
de nuestro ayer,
una música de entonces
me evoca tu voz,
tu piel,
y en mi mente,
deseosa de ti,
te vuelvo a sentir.
Sin embargo,
amor mío,
ni entiendo
lo que me dices,
ni tú
lo que te digo.
EL BESO FINAL
Qué lejos quedan ya
aquellas tardes de verano,
aquella esquina,
aquel rojo banco,
en el paseo
frente al mar.
Qué lejos
aquellas inocentes mentiras
a nuestros mayores:
eran una gran verdad,
evidente
para nuestras vidas.
A la sangre
no le mientas,
no se le puede engañar.
Sin embargo,
nos tranquilizaba,
eran una justificación,
una explicación
tan ingenua
como nuestro
ingenuo
pero sincero
amor.
Aquel amor sellado,
terminado,
de modo tan sincero,
pero no tan imprevisto,
como empezó.
Sellado con un beso
junto al mar
a la luz de la luna
de un agónico agosto,
ya lejano en el tiempo,
a la vista de todos.
Recuérdalo:
Tú sentada en la arena,
yo me incliné
y, ante tu mirada,
firme, conformada,
mis labios
a los tuyos uní,
por última vez.
A MI MADRE
La vida,
ese milagro
de sentir,
de disfrutar,
de padecer,
de crear;
de conseguir.
Te lo debo,
madre,
a ti.
Toda una vida
a tu lado
gozando
tu presencia
y temiendo
tu ausencia.
Toda mi vida es
una deuda de amor
que no te puedo pagar.
Madre,
vuelvo la mirada
hacia atrás
y siempre
te encuentro
a mi lado,
y entre ambos,
la sombra de mi hermano.
Tú sabes de mi infancia,
de mi juventud,
de mis años de soledad,
de mi quiebra en el amor,
de mi pasión
y de mi mar.
Para ti, madre, este poema,
más que nunca,
con el corazón,
te dedico estos versos
que quedarán grabados
en nuestras almas
y en nuestro tiempo.
Sevilla, diciembre de 1995
EN LA ARENA
Hurgando en la arena
encontré un recuerdo
de un lejano amor,
lo quise prender,
pero una ola silenciosa,
olvidada,
viniendo del ayer
me lo arrebató.
Miré al mar,
celador
de la historia
y, agradecido,
me conformé
en la conciencia
de mi débil memoria
y efímera
existencia,