Manuela - Olga Idone - E-Book

Manuela E-Book

Olga Idone

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Beschreibung

La protagonista guarda un álbum de fotos de su infancia. Recorriendo sus páginas recuerda momentos significativos de su vida, sobre todo aquellos que la marcaron negativamente, aquellos que, como un cerrojo, la inmovilizaron. Este recorrido le permite encontrar nuevos sentidos a los recuerdos y comenzar un camino para liberarse.

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OLGA IDONE

MANUELA  

Idone, Olga 

   Manuela / Olga  Idone. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: online

   ISBN 978-987-87-1358-8

   1. Novelas. I. Título.

   CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

[email protected]

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A todos los que, a pesar del dolor, 

creen en la transformación.

Como todos sabemos, cada experiencia vivida deja en nosotros una marca que junto con otras que se arremolinan entre sí, nos hacen ser de una manera o de otra.

Esta es la historia de Manuela, de algunos de los personajes de su historia, de escenas familiares que la marcaron hondo, de cómo transformó su tristeza, de que experiencias se alejó y de cuales se apropió.

Actualmente, Manuela vive en una gran ciudad, su casa está ubicada sobre una avenida. La avenida comienza cerca del rio y trepa la barranca hasta nivelarse con las calles del centro. La primera ciudad fundada varios siglos atrás, fue destruida en su totalidad y los escombros se utilizaron para ganarle al rio y para nivelar la avenida más allá de la barranca. Aquellos escombros están como valiosos tesoros y sostienen lo nuevo que de esas profundidades surgieron.

La casa está en un piso alto y mira al río, tiene una gran ventana por donde entra la luz a raudales y se puede ver la totalidad del cielo, algo curioso, dado que hay poco cielo en esa zona de la ciudad rodeada de grandes edificios. Ese pequeño retaso de la gran ciudad, es el lugar donde vive Manuela.

Se recibió de arqueóloga a los 25 años hace ya varias decenas. Su figura mantiene un aire juvenil, ni muy alta ni muy baja, pelo oscuro largo recogido en una trenza que cae sobre su espalda a la altura de los omóplatos. Al caminar se le nota un leve balanceo, hacia la derecha primero y hacia la izquierda después. Ese leve balanceo hace que la trenza salte de un lado hacia otro agregándole una pizca de gracia a su presencia seria y abstraída. La piel es cetrina, los ojos oscuros con mirada interrogante y un tono suplicante en la voz.

Manuela es heredera de la cultura yagan del sur de Chile por su padre y de la europea por su madre.

Cuenta la historia, y Manuela se sobrecoge cada vez que la escucha, que los yaganes deambulaban prácticamente desnudos en un clima extremadamente hostil. Sus mujeres se arrojaban a las aguas heladas de la bahía de Tierra del Fuego para recoger las centollas que los alimentaban. ¿Qué de aquella mágica adaptación encontraremos en Manuela? También cuenta la historia acerca de las grandes migraciones europeas huyendo del hambre y las guerras. Aquellas historias, contadas o silenciadas, sabidas o ignoradas modelaron el carácter de Manuela como una matriz que desde el fondo de las entrañas genera vida.

Está rodeada de objetos arrancados a las entrañas de la Tierra, objetos que parecen descartables y que solo la mirada atenta y experimentada de alguien como Manuela ve en ellos indicios de una manera de vivir, sentir y pensar propias de un ayer que se refleja hoy.

La casa, desde que Miguel y los mellizos se fueron, primero Miguel y un tiempo después los hijos, está silenciosa, a veces le parece escuchar viejos sonidos como el ruido de la llave entrando en la cerradura, el “mamá” urgente de alguno de sus hijos, el crash de la puerta tijera del ascensor. En Costa de Marfil donde Miguel está por trabajo, la están esperando, la llaman y escriben apurándola y ella inmóvil y confundida no atina a nada, una vieja sensación habita en ella paralizándola

Manuela, apesadumbrada, hurga en su interior de la misma forma y con el mismo cuidado con que observa un vaso o una fuente rota. Cada recuerdo magullado y en cada reiteración, es cuidadosamente acomodado al lado de otro y así va recuperando memorias e inventando sentidos. Manuela había notado que, desde hacía un tiempo, sobre todo desde la partida de Miguel y los chicos, los recuerdos ocupaban sus pensamientos con más asiduidad que antes y trataba de espantarlos, presurosa,

— Quiero vivir el hoy, el pasado está ocupando todo mi presente y me siento sin vida, muerta, le había dicho a su hermano un tiempo atrás.

Luego se daría cuenta de que aquello que llamaba pasado todavía no lo era y que debía recordar para olvidar.

Cuando esa mañana despertó, el cielo estaba cubierto por una nube espesa que no dejaba pasar la luz y el telón grisáceo le molestó. Era marzo, un jacarandá había vuelto a florecer y sus flores liliáceas ponían un toque de color al techo gris. Sintió frio y volvió a cobijarse bajo la frazada. Raro, pensó y recordó que el clima nunca había sido su preocupación, ¿por qué ahora sí?, se sentía vulnerable, no quería que nadie traspasase el espacio que imaginariamente consideraba seguro y todo estímulo, como le pasaba con el clima, le resultaba peligroso.

Un verano frío y lluvioso no estropeaba sus vacaciones en la playa. Cuando el viento soplaba y levantaba manojos de arena caminaba a favor del viento y sentía la arena picándole la piel. Se sentía libre y soñaba con que el viento la levantara por encima de las olas.

Allá y entonces, su ánimo no era el de hoy y casi sin prestar atención observó la flor color naranja que estaba en una botella, dos ramas de helecho translúcidas se curvaban hacia el exterior y casi tocaban la mesa, esta flor tiene alas pensó, no debería estar prisionera en la botella, abrió la ventana jugando con la idea de que tal vez se atreviera a buscar la luz y el cielo.

Tropezó con su álbum de fotos, lo tomó y volvió a meterse en la cama.