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Estaría preparado para darle una segunda oportunidad al amor… y a la familia que siempre había deseado tener. Hacía dos años, Sara había ayudado a curar el cuerpo y el alma de Jase Cramer. Y ahora, tras perder su casa a causa de un incendio, Sara y su hija eran las que necesitaban ayuda. Aceptar el ofrecimiento de Jase de alojarse en la cabaña de los viñedos de la familia era una tentación que la fisioterapeuta viuda no había podido resistir. Pero ¿iba a poder controlar la química que había entre ellos? Jase no había olvidado los buenos cuidados de Sara, ni la atracción imposible que había sentido por ella. Y, de repente, había regresado a su vida, despertando sentimientos acompañados de recuerdos de un corazón roto.
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Seitenzahl: 234
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Karen Rose Smith
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Marcados por el pasado, n.º 2045 - julio 2015
Título original: Wanted: A Real Family
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6793-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Sara Stevens apartó la mirada del camino que se abría paso entre enrejados de viñas, rosaledas y las montañas al fondo, para echar una ojeada a su hija de cuatro años sentada en la parte trasera del coche. Amy miraba por la ventana y, por lo callada y quieta que estaba, su madre supo que estaba muy asustada. No había abierto la boca desde que la despertara unas cuantas noches atrás en una casa llena de humo.
¿Solo habían transcurrido unas cuantas noches?
Lo habían perdido todo, excepto el coche. Sin embargo, en esos momentos, lo más difícil era decidir cómo y dónde vivir. A través del Club de las Mamás, una organización con sede en Fawn Grove, California, que se dedicaba a ayudar a madres en apuros, Jase Cramer les había invitado a Amy y a ella a alojarse en la casa de invitados, en los viñedos Raintree.
Pero Jase no le era desconocido, y solo había accedido a echar un vistazo a la cabaña de invitados. A lo mejor conseguían encontrar otro sitio en el que alojarse.
O a lo mejor no.
Mientras se acercaba con el coche hasta la cabaña, lo vio junto a la puerta, bajo el sol de mediados de mayo. Los negros cabellos estaban revueltos, pero los ojos grises conservaban la misma intensidad de siempre. El rostro estaba surcado de arrugas, sin duda resultado de todo lo que había visto en su anterior profesión. La terapia física había finalizado hacía dos años. ¿Qué había sido de él desde entonces?
Estaba a punto de averiguarlo.
Era un hombre alto y atlético, de piel bronceada gracias al trabajo en los viñedos, muy distinto de su anterior profesión como fotógrafo y reportero especializado en informar al mundo sobre los niños que vivían en campos de refugiados.
No había motivos para sentirse tan inquieta por volverlo a ver. A fin de cuentas, desde su último encuentro había enviudado. Sin embargo, saber de él de nuevo le había retrotraído dos años, a una época en la que había creído ser feliz, antes de que su matrimonio hubiera quedado roto y su mundo hecho añicos.
—Sara —Jase le ofreció una mano en cuanto ella abrió la puerta del coche—. Me alegra verte, aunque siento que sea en estas circunstancias.
—¿Cómo te enteraste de lo del incendio? —la cálida voz de barítono le produjo un escalofrío.
—Te vi en las noticias.
—Justo después del incendio —ella asintió—. Ese reportero no paraba de hacerme preguntas.
—Es que eras noticia. Sacaste a tu hija de una casa en llamas. Un acto de heroísmo.
—Heroísmo no. No habría podido marcharme sin ella. Es mi vida.
—¿Y qué tal le va? —Jase echó un vistazo a la parte trasera del coche.
—No entiende lo que ha sucedido. Kaitlyn Foster fue muy amable al acogernos en su casa, pero Amy está muy confusa.
—¿Echamos un vistazo a la casa de invitados? A lo mejor le gusta la cabaña y el viñedo.
Minutos después, Sara llevando a Amy de la mano, entraba en la casa de invitados de los viñedos Raintree.
—¿Qué te parece? —preguntó Jase mientras señalaba las bombillas desnudas, el salón vacío con chimenea de piedra y la cocina y el comedor adjunto. El brillante suelo, las paredes encaladas y los armarios de madera de abedul aligeraban un espacio que resplandecía bajo la luz del sol que entraba por las ventanas.
Amy se acurrucó contra su madre y Sara se agachó y rodeó los hombros de su hija con un brazo.
—Qué bonito ¿verdad?
La pequeña se limitó a meterse el dedo en la boca y contemplar sus zapatillas deportivas.
—Podrás tener tu propia habitación —Jase se agachó junto a Sara—. Hay dos, una para tu mamá y otra para ti. Y, si tienes suerte, puede que veas algún ciervo por la ventana. O un colibrí. ¿Alguna vez has visto un colibrí? Son muy pequeños y mueven las alas muy deprisa.
Jase había logrado captar la atención de Amy que lo miraba fijamente.
—Les gusta revolotear alrededor de la aguileña.
—¿Podré atrapar un colibrí? —preguntó Amy.
—No lo creo, pero si colgamos un comedero en el porche, puede que los veas a menudo.
Sara también estaba encantada con la idea de ver un colibrí.
—Kaitlyn quiere que te diga que los muebles no supondrán ningún problema. Al parecer, el Club de las Mamás tiene muchas cosas guardadas para casos de emergencia como este.
Sara cerró los ojos y suspiró.
—¿Qué sucede? —Jase se acercó un poco más a ella.
—No quiero toda esta ayuda. No quiero ser objeto de caridad.
—Sara —la dulzura con la que pronunció su nombre estuvo a punto de hacerle llorar—. Esto es solo temporal. Una vez me dijiste que tenía que olvidar mi orgullo y replantear mi vida.
El que recordara las palabras que le había dedicado siendo su fisioterapeuta le conmovió. Su estado, tanto físico como anímico, había sido muy precario y se había mostrado reacio a renunciar a la vida que había llevado hasta ese momento. Había resultado herido, como consecuencia del ataque de una banda de criminales, junto con algunos voluntarios mientras fotografiaba niños en un campo de refugiados en Kenia. Lo último que había querido hacer era regresar junto a su padre y los viñedos Raintree. Sara nunca había averiguado el motivo, pero sí algunos detalles, como la infidelidad de su prometida.
—Qué buena memoria tienes —murmuró ella mientras se preguntaba qué más recordaría.
—Solo me acuerdo de lo importante —él rio antes de fijarse en Amy—. ¿No crees que será feliz aquí? Hay mucho espacio para pasear. Y a ti también te vendrá bien. Me han contado que los paseos son terapéuticos.
—¿Has seguido todos los consejos que te di? —en esa ocasión fue Sara quien rio.
—Todos no, aunque sí la mayoría. Quería ponerme fuerte y bien.
Y era más que evidente que lo había conseguido. A pesar de los pantalones vaqueros y la camisa arremangada, con cada movimiento se le marcaba la atlética musculatura. Como fisioterapeuta, Sara solía hacer un rápido análisis del estado de una persona con solo echarle un vistazo.
Jase Cramer no podía calificarse como atractivo. Las arrugas alrededor de los ojos y la boca eran un poco más profundas de lo que deberían ser para los treinta y seis años que tenía. Sin embargo, había en él una intensidad, una pasión, que no había visto al comienzo de la terapia.
—Echemos un vistazo a los dormitorios —sugirió él.
«Dormitorios vacíos», se recordó ella. Al cruzarse sus miradas sintió una inesperada chispa. «No va a suceder», se advirtió. Si al final aceptaba el amable ofrecimiento de Jase, sería solo durante el tiempo necesario para recuperarse económicamente.
Uno de los dormitorios era más pequeño que el otro, pero ambos adecuados. La casa de invitados, resultaba de lo más acogedora y se preguntó por qué estaría vacía.
—¿La sueles alquilar?
—Mi padre no lo ha hecho desde que regresé a casa. Cuando era pequeño, nuestra asistenta vivía aquí, pero él prescindió de sus servicios cuando me fui a la universidad. De vez en cuando se alojaba en ella algún amigo. Pero eso fue antes de que mi padre la vaciara. La ha remodelado entera porque le gusta que todo esté perfecto, aunque no lo use.
Sara percibió cierto distanciamiento en el modo en que Jase se refería a su padre.
—¿Y no le importa que nos alojemos aquí?
—Te seré sincero —Jase frunció el ceño—. No le gusta ver a mucha gente por aquí. Nuestro vinicultor jefe, Liam Corbett, vive encima de la bodega, pero se ha acostumbrado a su presencia. Cierto que mostró ciertas reservas ante vuestra llegada, pero no fue capaz de ofrecerme un buen motivo para no invitaros. Le prometí que no darías fiestas salvajes.
—Nada de fiestas salvajes —ella sonrió.
Regresaron al salón y Jase volvió a ponerse en cuclillas frente a Amy.
—He querido preguntártelo a ti primero —él le guiñó un ojo a la niña—. ¿Te apetece un pastelito? Hay bollitos rellenos de mermelada de nuestras uvas. Puedes tomarte uno con un vaso de leche.
La pequeña miró a su madre con expresión suplicante. Era muy golosa y Sara solía permitirle solo una galleta antes de acostarse. Sin embargo, Amy había sufrido tanto que no tuvo corazón para negárselo. En el incendio había perdido sus juguetes. Las últimas noches habían dormido en el cuarto de invitados de Kaitlyn, pero la niña le había preguntado cuándo volverían a casa. Resultaba muy difícil explicarle a una cría de cuatro años que ya no tenían casa.
—Creo que a todos nos vendría bien un bollito —Jase se puso en pie y miró a Sara a los ojos.
Camino de la casa principal, Sara echó un vistazo a los viñedos. El paisaje era hermoso. Jase le había contado una vez que había más de ochenta hectáreas. Algunos campos estaban cubiertos de tréboles y todo era muy verde. El aire estaba impregnado de un intenso aroma que surgía de la tierra húmeda y los rosales. Allí se sentía inexplicablemente diferente. Quizás había sido un error vivir en la casa que Conrad les había comprado. Recién casada, lo había amado de una manera ingenua y confiada. Pero, con el tiempo, había aprendido que si solo había confianza por una de las dos partes, el conjunto se destruía.
Amy parecía ansiosa por seguir a Jase, aunque no se apartaba del lado de su madre. Estaba acostumbrada a ver a otros niños, pero era evidente que le faltaba un modelo masculino.
Unos peldaños de piedra conducían hasta una brillante puerta trasera de nogal. Jase la abrió y entraron en una lúgubre cocina. La estancia no tenía nada que ver con la cálida cabaña, a pesar de la chimenea de ladrillos. Todo parecía nuevo e impoluto, pero no había ningún toque de color y las persianas estaban cerradas, dejándolo todo en penumbra.
Jase señaló un plato sobre la encimera. Amy abrió los ojos desmesuradamente y sonrió.
—¿Puedo, mami?
—Por supuesto. Aunque creo que primero deberías aprovisionarte de servilletas.
Jase sacó unos platos del armario y unas servilletas del cajón. Sentados a la mesa, Amy mordisqueó con avidez el bollo.
—En la entrevista, dijiste que perdiste a tu marido hace un año. Lo siento.
—Sí, fue hace un año —Sara sintió que había perdido el apetito.
—¿Fue algo repentino? —insistió Jase.
—Un infarto —al ver la expresión inquisitiva en el rostro de Jase, continuó—. Tenía cuarenta y cuatro, quince años más que yo. El médico dijo que podría haber sido una lesión congénita.
Además, el estrés con el que había convivido no había ayudado en nada. Ella intentaba no sentirse culpable, pero lo cierto era que lo era… por estar tan ciega. No había sabido nada de la deuda. Recién casada y madre primeriza, había permitido que su marido se ocupara de las finanzas y no había hecho preguntas. Había confiado demasiado en él.
Jase la miraba con expresión cálida y el corazón empezó a latirle con más fuerza.
—¿Puedo tomar un poco de leche? —Amy plantó una mano pringosa en la manga de Jase.
—¡Oh, Amy! —la blanca tela quedó manchada de mermelada de uva.
Con el tiempo, Sara había descubierto que a los hombres no les gustaba la suciedad de los niños. Conrad siempre se había negado a darle de comer a su bebé y la costumbre le hizo levantarse de un salto para intentar limpiar la mancha, aunque lo único que consiguió fue extenderla aún más. Al rozar el brazo desnudo de Jase sintió el calor que emanaba de su piel y al mirarlo a los ojos…
El incómodo silencio que se instaló bastó para hacerle temblar de pies a cabeza.
—Mami, lo siento —lloriqueó Amy.
—No pasa nada —Sara abrazó a su hija, consciente de que le estaba dando demasiada importancia al incidente—. Le lavaremos la camisa al señor Cramer y lo solucionaremos.
—Relájate —Jase apoyó una mano en su hombro—. Solo es una camisa —se volvió hacia Amy y se arremangó la camisa del todo—. ¿Lo ves? Solucionado. Te traeré un vaso de leche —de nuevo se dirigió a Sara—. Estás muy nerviosa. Deberías darte un paseo por los viñedos para relajarte.
Tras un incómodo silencio, rectificó.
—Lo siento. No tengo derecho a darte consejos. No me imagino lo que debe ser perder tu casa.
Para sorpresa de Sara, Jase humedeció una toalla de papel y se sentó de nuevo con Amy.
—Vamos a quitarte un poco de esa mermelada de las manos.
—Ya lo hago yo —Sara agarró la toalla de papel y de inmediato recordó algunas fotos de ese hombre alimentando niños malnutridos sentados en su regazo.
—Tienes que calmarte —insistió él, cubriéndole la mano con la suya—. Todo se arreglará.
El contacto con la mano de Jase le provocó un escalofrío. No era normal. A fin de cuentas había tocado muchas veces a ese hombre cuando era su paciente. Con los pacientes, dejaba fuera cualquier sentimiento personal. Además, en aquella época estaba casada e ignoraba cualquier muestra de afecto de otro hombre. Sin embargo, de repente parecían haberse abierto las compuertas y todo en Jase Cramer le afectaba.
Al fin se sentó y probó el bollito. Jase regresó a la mesa con tres vasos de leche, el de Amy solo lleno hasta la mitad, otra muestra de su saber hacer con los niños.
A sus oídos llegó el sonido de pisadas y, segundos después, Ethan Cramer entró en la cocina. Sara lo reconoció por las fotos de los artículos que se publicaban sobre los viñedos Raintree. Los vinos Raintree habían sido galardonados con numerosos premios.
Como nunca había visto a Ethan Cramer en persona, Sara no sabía qué esperar de él, pero sí percibió claramente el gesto de desaprobación del hombre al posar la mirada en Amy y en ella. Jase y su padre no se parecían en nada.
Mientras que Jase era moreno, pelo negro y ojos grises, su padre era rubio y poseía unos fríos ojos azules.
—¿Es esta la señorita Stevens? —le preguntó a su hijo.
—Sí, son Sara y su hija, Amy.
—Siento que hayáis perdido vuestro hogar —les saludó Ethan con mirada escrutadora.
Sara no sabía qué decir ni qué se ocultaba tras las amables palabras, aunque algo había. Jase le había asegurado que su padre estaba de acuerdo en alojarlas en la casa de invitados, pero empezaba a preguntarse si sería cierto o no.
—Jase nos ha invitado a tomar unos bollitos mientras decidimos si nos quedamos en la cabaña. Ha sido muy amable al ofrecérnosla.
—Fue Jase quien la ofreció, y yo estuve de acuerdo en que era lo correcto. Pero, en cuanto te hayas recuperado del bache, espero que te busques un hogar propio.
—¡Padre!
—Señor Cramer, si prefiere que no nos quedemos, encontraré otro alojamiento.
—De no ser por Sara —intervino Jase con gesto tenso—, no me habría recuperado tan deprisa. Tengo una deuda con ella.
—Lo sé —Ethan suspiró—. Y cuando su estancia aquí haya concluido, consideraremos la deuda saldada —miró a Sara fijamente—. ¿Ya has tomado una decisión?
Las circunstancias distaban mucho de ser ideales, pero sus opciones, al igual que las finanzas, eran muy limitadas. Confiaba en que tanto ella como Amy serían capaces de mantenerse lejos de Ethan. De día, la niña estaría en la guardería y ella trabajando. Y por la noche se mantendrían lejos de la casa. Los fines de semana, estaría ocupada reconstruyendo su vida. No había razón alguna para tropezarse con Ethan Cramer, ni con Jase. El sol, el campo y una habitación propia le vendrían bien a Amy. Sería una estupidez no aceptar.
—Raintree es un lugar hermoso, y creo que es justo lo que necesita Amy en estos momentos. Hasta que empecemos a recomponer nuestras vidas, nos encantaría alojarnos en la cabaña.
—No olvides la reunión que tenemos con Liam en la bodega a la una —Ethan se dirigió a su hijo—. Quiero hablar sobre los nuevos barriles.
—No me he olvidado.
La voz de Jase sonaba tensa y Sara se preguntó si esa tensión se debía únicamente a su presencia o si había algo más. ¿Habría preferido Ethan que su hijo trabajara en los viñedos mientras este se dedicaba a recorrer el mundo como fotógrafo? De ser así, ya lo había conseguido. ¿No le bastaba?
El hombre asintió y abandonó la cocina cerrando la puerta.
Sara se dirigió al armario en busca de otra toallita de papel y Jase la siguió.
—No sé qué le pasa.
—¿Suele ser tan… frío?
—Siempre ha sido una persona distante y algo fría. He llegado a aceptarlo.
—No te entiendo.
—Ethan Cramer es mi padre adoptivo.
—No lo sabía.
—No suelo hablar de ello. La gente de Fawn Grove de toda la vida lo sabe.
—Yo vine a vivir aquí después de sacarme el master en fisioterapia.
—¿Dónde te criaste?
—En San Francisco. Estudié en Berkeley.
—¿Tu familia sigue allí?
—Perdí a mis padres el día de la graduación. Sufrieron un accidente de coche camino de la ceremonia.
—Sara… —Jase la agarró por los hombros y la giró—. Has sufrido demasiadas pérdidas.
—Todo el mundo ha sufrido pérdidas. Todo el mundo echa de menos a algún ser querido. Sin embargo, aunque siempre los echaremos de menos, hay que conseguir ponerlo en perspectiva. Yo lo conseguí concentrándome en el master y las prácticas, pero necesitaba empezar de nuevo y acudí a una oficina de empleo que me encontró este puesto en Fawn Grove. He sido feliz aquí.
—Hasta este último año.
En realidad mucho antes, pero Jase no lo sabía. Las manos que apoyaba en sus hombros parecían encajar perfectamente allí y su proximidad le permitió estudiar los pómulos y la barbilla. Las cicatrices en la sien destacaban blancas sobre la bronceada piel.
Bruscamente, Jase la soltó. Algo brilló en los ojos grises y ella se preguntó si tendría algo que ver su relación con las mujeres, con la novia que le había abandonado en sus horas bajas.
Fuera cual fuera el motivo, Sara se alegraba de que la hubiera soltado. No estaba dispuesta a volver a mantener una relación, ni siquiera con un hombre que parecía entender a los niños, ni siquiera con un hombre cuya mera presencia le hacía vibrar por dentro. Ninguna relación. Nunca. Jamás.
Tras ducharse, Jase paseó inquieto por su habitación. Era sábado por la mañana y Sara llegaría pronto. Rezó para que su decisión de invitarla a Raintree no hubiera sido un error.
Hasta entonces, el único error que había cometido en su vida había sido el de unirse a Dana, una mujer atractiva, excitante y entusiasmada con su carrera. Jase no había visto más allá de las curvas y había empezado a soñar con una vida compartida. Sin embargo, incapaz de soportar sus heridas y la incertidumbre de la recuperación, Dana se había buscado otro hombre tras el accidente. Durante los últimos dos años, Jase se había dedicado en cuerpo y alma a convertir Raintree en el viñedo de más éxito de California, sin tiempo para mujeres o sus maquinaciones.
Sacó un par de vaqueros limpios del armario y se vistió. El problema era que no incluía a Sara en la categoría de las demás mujeres. Gracias a ella podía mover los hombros. Gracias a ella había recuperado poco a poco las fuerzas, el tono muscular y su actitud ante la vida.
No podía negar que, siendo su paciente, se había sentido atraído por ella, pero la alianza en el dedo y oírle hablar con ternura de su hija le habían hecho desistir de cualquier intención.
«Pero ahora es viuda», le susurró el diablillo sentado en su hombro.
Una viuda vulnerable y sin hogar de la que jamás se aprovecharía. Por su experiencia, nada bueno duraba para siempre, y lo cierto era que no era capaz de volver a confiar en una mujer.
¿Había tomado la decisión acertada al invitar a Sara a Raintree? Su padre estaba furioso, y él mismo no tenía ni idea de cómo acabaría todo.
«Agradecimiento», ni siquiera se aproximaba a lo que Sara sentía mientras Jase ayudaba a una de las voluntarias del club de las mamás a meter un bonito sofá en tonos malva y verde en la cabaña. Era el día de la mudanza.
Aún no estaba segura de haber tomado la decisión correcta, pero ver a Amy pintar sentada bajo un roble, la tranquilizó enormemente.
Jase llamó su atención desde la puerta. Los anchos hombros llenaban todo el espacio y no se veía nada detrás de él, ni siquiera veía a su hija.
—Está bien —la tranquilizó Jase—. Sabe dónde estás —se volvió a su secretaria, Marissa, que había aparecido con un estuche de rotuladores para Amy—. ¿Puedes echarle un vistazo?
Marissa sonrió y asintió.
—Marissa fue la que me informó sobre el Club de las Mamás y me pasó el teléfono de Kaitlyn. Al parecer, la ayudaron cuando se quedó embarazada. Dinos dónde quieres el sofá.
Sara no había visto a Jase desde el día en que había visitado Raintree para ver la cabaña. Había hablado con él por teléfono un par de veces y el sonido de su voz había permanecido en sus oídos mucho tiempo después de colgar.
Al dejarle entrar, y muy a su pesar, no pudo evitar impregnarse del aroma a aftershave.
—Prefiero que no esté contra la pared —observó al fin—. Mejor frente a la chimenea. Amy y yo podremos acurrucarnos allí cuando haga frío. Ese sillón estaría bien junto a la ventana para que Amy pueda ver la televisión.
—¿Tú no ves televisión?
—Apenas. Si me siento en el sofá después de acostar a Amy, suelo quedarme dormida —o sentada en la oscuridad, preocupada por cómo iba a pagar las facturas.
Pero eso era algo que Jase no necesitaba saber. Si le contaba el asunto de Conrad y las deudas, estaría abriendo la puerta a unas confidencias que no estaba segura de querer compartir.
—Me pregunto de dónde han salido estos muebles —ella cambió de tema—. Está todo como nuevo.
—He encontrado un montón de ángeles de la guarda en el club. Desde personas que ingresan dinero en una cuenta hasta las voluntarias que echan una mano.
En ese momento llegó Kaitlyn Foster, una mujer impresionante de cabellos rubios y ojos verdes, capaz de despertar la envidia de cualquier mujer. Y su personalidad compasiva de pediatra era tan impresionante como su aspecto. Una compasión que parecía extenderse a todos los aspectos de su vida. Había sido muy amable con Sara y buena con Amy.
—Solo falta enchufar esto para que Amy tenga lista su habitación —anunció mostrando una lámpara en tonos rosas y blancos—. Te he dejado las sábanas sobre la cama.
—No sé cómo voy a devolver todo esto al Club de las Mamás. ¿Hay algo que pueda hacer?
—Tenemos prevista una entrega de comida y un programa de verano para niños y padres —contestó la mujer—. Proporcionamos comidas y cestas para familias necesitadas. Aunque la comida no sea más que un sándwich y una manzana, a los críos les parece un festín. Siempre nos viene bien ayuda. Cuando estés instalada, hablamos sobre ello.
—A mí también me gustaría ayudar —intervino Jase.
Ambas mujeres lo miraron sorprendidas.
—¿Qué pasa? ¿Un hombre no puede ayudar en el Club de las Mamás? Puedo donar algún dinero y parte de mi tiempo. Estoy muy ocupado, pero ayudar a los niños solía ser mi objetivo.
De nuevo la mente de Sara se pobló de fotos de Jase y de artículos que había escrito. Ella sabía exactamente qué había sucedido para cambiar ese objetivo. ¿Echaría de menos su antigua vida?
Kaitlyn prometió mantenerles informados sobre el reparto de comida y se dirigió a la habitación de Amy mientras Jase empujaba el sofá al lugar que ella le había indicado.
—¿Qué te parece?
—Perfecto. Si alguna vez te hartas de fabricar vino, puedes pasarte a las mudanzas —bromeó ella.
Jase contempló el viñedo desde la ventana. Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, ella percibió una ligera nostalgia. ¿Con qué soñaba Jase Cramer?
—Si soy capaz de mover este sofá es gracias a tus cuidados —él se acercó un poco más a ella.
—Jase…
—No me digas que no es así.
—Cualquier terapeuta te habría enderezado ese brazo y el hombro.
—No sé si estoy de acuerdo con eso. Fueron tus cuidados y tu espíritu positivo los que me hicieron comprender que tenía un futuro aquí, que el fotoperiodismo no lo era todo. Me diste algo más que fisioterapia, Sara. Aunque supongo que lo haces con todos tus pacientes.
Al mirar fijamente a Jase y comprender que había hablado en serio, el corazón de Sara se aceleró. Recordó las cicatrices del hombro, la que cruzaba el estómago donde las balas casi habían terminado con su vida. Un médico de campaña del campo de refugiados le había operado de urgencia en unas penosas condiciones y salvado la vida. Jase tenía suerte de estar vivo.
Amy entró corriendo y se abrazó a las piernas de su madre, proporcionándole la excusa para desviar su atención de Jase a la niña. Su prioridad siempre debía ser Amy.
—¿Qué pasa, bichito?
—No soy un bichito, soy Amy.
—¿Te sentías sola ahí fuera? —Sara abrazó a su hija.
—Quiero ver mi habitación.
—Buena idea. Aún no está lista del todo, pero puedes ayudarme a hacer la cama.
—¿Puede ayudar también el señor Jase? —Amy le dedicó a Jase una amplia sonrisa.
Era más que evidente que lo había aceptado en su vida. El bollito había tenido mucho que ver, pero su actitud también. No solo toleraba a Amy, se ponía a su nivel.
—Estoy segura de que el señor Cramer tiene muchas cosas que hacer.
—Me he tomado la mañana libre —Jase le ofreció una mano a Amy—. Vamos a ver esa habitación.
En la habitación de Amy había una cama sencilla con un cabecero blanco, una coqueta infantil con espejo y, junto a la cama, una alfombra estampada con gatitos. Sobre el colchón descansaba un juego de sábanas sin estrenar en tonos rosas.
—Me gusta el rosa —observó Amy, perpleja ante las visibles dudas de su madre.
Sara tenía un nudo en la garganta. Alguien se había tomado muchas molestias por su hija.
Jase pareció comprender la situación. Se acercó a la cama y dio una palmadita en el colchón.
—Ven a probar el colchón. No deberías saltar, pero sí puedes botar un poco.
—Es muy blandito —la niña olvidó a su madre por un instante y se subió a la cama.
—Intenta meter la almohada en la funda —Jase le pasó la funda rosa—. Me sería de gran ayuda.
Amy se bajó de la cama y, con la ayuda de su madre, le puso la funda a la almohada mientras Jase colocaba las sábanas.
—¿Sueles hacer esto a menudo? —bromeó ella.
—Estoy acostumbrado a montar campamentos —contestó él—. No hay gran diferencia.
—Apuesto a que de niño nunca tuviste que hacerte la cama.
El rostro de Jase se ensombreció. Ella ya lo había visto durante la terapia cada vez que recordaba algo que preferiría olvidar. Era normal que fuera así con respecto a sus heridas y la traición de su prometida, pero ¿con su infancia?
—La asistenta se ocupaba de eso.