Maria Montessori, una historia actual - Grazia Honegger Fresco - E-Book

Maria Montessori, una historia actual E-Book

Grazia Honegger Fresco

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Beschreibung

Maria Montessori fue una mujer extraordinaria, capaz de despertar el entusiasmo más acalorado y las críticas más hostiles. Incluso hoy, su pensamiento y sus descubrimientos provocan reacciones encontradas. A partir de una exhaustiva investigación en Italia y en el extranjero y apoyándose en documentos originales y privados de Maria Montessori y su familia, así como en conversaciones con quienes la conocieron íntimamente, Grazia Honegger Fresco examina los hitos de su vida: sus años de formación, que culminó convirtiéndose en una de las primeras doctoras de Italia; la triste experiencia de la maternidad oculta; las luchas feministas, que le inspiraron una nueva sensibilidad respecto a la justicia social; la dedicación a los niños y niñas con menos recursos, y su revolucionaria idea pedagógica, basada en la promoción de las habilidades y la libertad desde la niñez hasta la adolescencia.

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MARIA MONTESSORI,UNA HISTORIA ACTUAL

La vida, el pensamiento, los testimonios

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Originalmente publicada en Italia en la colección Appunti Montessori con el título Maria Montessori, una storia attuale. La vita, il pensiero, le testimonianze

© Del texto: Il leone verde edizioni, 2018

https://www.leoneverde.it/appunti-montessori-collana/

Traducción publicada por acuerdo con Il leone verde edizioni trabajando conjuntamente con Anna Spadolini Agency, Milano.

© De la traducción: Maria Sirera

© De la presente edición: Universitat de València, 2021

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Coordinación editorial: Amparo Jesús-María

Maquetación y diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: David Lluch

ISBN: 978-84-9134-760-6

Edición digital

El peso de los siglos descansa sobre los niños.

Flannery O’Connor

Para la pequeña Laila y para aquellos que,como ella, vivirán en este siglo XXI,esperanza para una humanidad más uniday menos violenta.

Índice

Nota del editor

Prefacio a la tercera edición

Agradecimientos

Siglas utilizadas en el presente texto

Prólogo

RECUERDOS DE INFANCIA Y DE FAMILIA

UN PARENTESCO IMPROBABLE

LA FAMILIA PATERNA

UNA INFANCIA SERENA Y PROTEGIDA

LOS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS

LAS PRIMERAS MUJERES MÉDICO

UNA ESTUDIANTE CON AMPLIOS INTERESES

UNA ÉPOCA DE GRANDES MAESTROS EN LA FACULTAD DE MEDICINA

SER MUJER, SER MADRE

EN LOS ALBORES DEL FEMINISMO

PRIMERAS CONFERENCIAS

UN VÍNCULO DE AMOR

UN PSIQUIATRA VALIOSO

LOS NIÑOS EN LOS PSIQUIÁTRICOS

LA CONDICIÓN INFANTIL

LA LIGA NACIONAL PARA LA PROTECCIÓN DE LOS NIÑOS DEFICIENTES

¿Y EN EL EXTRANJERO, QUÉ SE HACE POR LOS NIÑOS MÁS DÉBILES?

SÉGUIN, ITARD Y L’ENFANT SAUVAGE

ENTRE LA RENUNCIA Y UN NUEVO COMIENZO, LAS LUCHAS FEMINISTAS

ÉXITOS Y DECEPCIONES

LA ANTROPOLOGÍA, NUEVO CAMPO DE INVESTIGACIÓN

LAS CLASES EN MAGISTERIO

LAS LUCHAS POR EL DERECHO AL VOTO

DESDE SUECIA, UNA VOZ PARA LOS NIÑOS

MENTIRAS Y DOBLE MORAL

LA EXPERIENCIA DE SAN LORENZO

SANEAR SAN LORENZO

¿DESDE DÓNDE COMENZAR?

«¡UNA CASA DE LOS NIÑOS!», EXCLAMA LA AMIGA

¿POR QUÉ «LIBRE ELECCIÓN» Y «CONTROL DEL ERROR» EN MANOS DE NIÑOS TAN PEQUEÑOS?

PRESENTAR EN LUGAR DE ENSEÑAR

LOS NIÑOS HAN SIDO MIS MAESTROS

LOS ADMIRADORES DE LA CASA DE LOS NIÑOS

LA AYUDA CONCRETA DE LOS FRANCHETTI

PRIMEROS PASOS EN MILÁN

COMO UN INTERMEDIO

DESPUÉS DE 1907: LIBROS, CONFERENCIAS, VIAJES, CURSOS… LA ESCUELA ELEMENTAL

«¡AYÚDAME A HACERLO SOLO!»

LA DIFUSIÓN POR ESTADOS UNIDOS

1915: SE CELEBRA EN AMÉRICA LA APERTURA DEL CANAL DE PANAMÁ

COMIENZA LA ACTIVIDAD EN BARCELONA. LA FAMILIA DE MARIO

LAS NUEVAS CASAS DE LOS NIÑOS Y LAS PRIMERAS ESCUELAS ELEMENTALES EN ROMA Y NÁPOLES

CRÍTICAS, DISCUSIONES Y FAMA EN EL MUNDO

¿CÓMO «SUAVIZAR» UN MÉTODO TAN RIGUROSO?

LA ACOGIDA EN GRAN BRETAÑA

ENCUENTRO-DESENCUENTRO CON IDEALISMO Y FASCISMO

«¡LA INJUSTICIA CONTRA LAS MUJERES Y NO SU VERTIENTE POLÍTICA!»

EL TRABAJO EN LAS MORTÍFERAS CIÉNAGAS LACIALES

LAS AMBIGÜEDADES DE MUSSOLINI

LAS ACUSACIONES DE LOMBARDO RADICE

1934, LOS MONTESSORI DEJAN ITALIA

ENTRE POSITIVISMO Y ESPIRITUALIDAD

«OBSERVAR LOS HECHOS ANTES DE HABLAR»

EL POSITIVISMO DE MARIA MONTESSORI

EL ENCUENTRO CON LAS FRANCISCANAS DE VIA GIUSTI Y LA ESPIRITUALIDAD DE MARIA MONTESSORI

NO-VIOLENCIA EN LA RELACIÓN CON NIÑOS Y JÓVENES: CASI UN RECORRIDO ESPIRITUAL

OTRAS FES, OTRAS VISIONES DE LA VIDA

EDUCACIÓN COMO INSTRUMENTO DE PAZ

¿DÓNDE ENCONTRAR LAS RAÍCES DE TANTO ODIO?

PONER FIN A LA LUCHA ENTRE ADULTO Y NIÑO

DESPUÉS DE LA GUERRA, ¿UN NOBEL PARA MONTESSORI?

LOS ÚLTIMOS AÑOS

LA EXPERIENCIA DE LAREN

CON DESTINO A LA INDIA

QUIÉNES ERAN LOS TEÓSOFOS

EN KODAIKANAL

EN EL AÑO 46 LOS MONTESSORI VUELVEN A EUROPA

EN ITALIA, EL PRIMER GRAN ENCUENTRO DESPUÉS DE LA GUERRA

ÚLTIMO CURSO EN ITALIA, ROMA 1950-1951

«LA CASA EN EL MAR»

ASEGURAR LA CONTINUIDAD

LA RELACIÓN CON EL MUNDO CATÓLICO: HISTORIA DE UN ENCUENTRO FALLIDO

LA «CASA DELS NENS» Y EL LABORATORIO DE PEDAGOGÍA EXPERIMENTAL EN BARCELONA

MONTESSORI EN LA CONCRECIÓN DE SU PROPUESTA

RESPUESTAS A «LA LARGA INFANCIA HUMANA»

LA ORGANIZACIÓN DE LA «CASA»

«AYÚDAME A HACERLO SOLO»

LA MÚSICA EN LA ESCUELA MONTESSORI

LOS NIÑOS DE LAS ELEMENTALES

GRANDES Y PEQUEÑOS JUNTOS: ELEMENTO ESENCIAL DE UNA ESCUELA MONTESSORI

DE CERO A TRES AÑOS: «EDUCACIÓN DESDE EL NACIMIENTO COMO AYUDA A LA VIDA»

OTRA ESCUELA PARA LOS ADOLESCENTES

PARA EL NIÑO CON RETRASO

ALGUNOS ESCRITOS DE MARIA MONTESSORI

LA MANO (1910)

LA PREPARACIÓN DEL ESPACIO (1931)

A SERVICIO, NO DEL NIÑO, SINO DE SU DESARROLLO (1931)

AQUEL NIÑO RECIÉN NACIDO… (1947)

SOBRE EL NOBEL (1948 O COMIENZOS DE 1949)

LA EXACTITUD, BASE DE LA EDUCACIÓN (1950)

CÓMO ORGANIZAR LOS CURSOS MONTESSORI

Bibliografía

Índice onomástico

Nota del editor

Volver a proponer, a más de diez años de distancia de su primera edición, la afortunada biografía de Maria Montessori de Grazia Honegger Fresco ha sido, ante todo, un acto de fe en la actualidad del mensaje que quiere vehicular. Al mismo tiempo nos preguntamos, con la meticulosidad que debe atribuirse al estudioso serio y objetivo, si tenía sentido y cuál iniciar otra vez esta empresa. Es bien sabido que cada investigación, aunque rigurosa y documentada, sufre inexorablemente los efectos del tiempo, y pensamos que este escrito correrá la suerte habitual.

Durante los últimos años, se ha acumulado una impresionante cantidad de nuevos estudios, a menudo de elevada calidad científica, que –bien recorriendo hasta el final caminos ya trazados, bien abriendo caminos inéditos– han rediseñado en parte el perfil bibliográfico e intelectual de la científica de las Marcas, ofreciendo interpretaciones articuladas y tal vez de naturaleza opuesta. Gracias a ello, el riesgo de que Montessori pudiese ser reducida, como alguno temía, a los límites convencionales, y entregada a la posteridad rodeada de inciensos y encerrada en una especie de santoral laico, podemos decir que está superado. A medida que se individualizaban y reconocían las variadas tramas de las que está tejido el rico urdimbre de su pensamiento y se esclarecía la red de sus múltiples referentes culturales, emergían también contradicciones y elecciones controvertidas que hoy –hay que admitirlo– pesarían no muy favorablemente sobre la imagen de un personaje de su calibre.

A pesar de este arduo trabajo de investigación, los interrogantes suscitados parecen más numerosos que las respuestas proporcionadas, y el de la científica sigue siendo un identikit ideológicamente de doble cara: ¿quién era realmente Maria? ¿La intelectual agnóstica y laica, carente de «superestructuras» metafísicas, decididamente convencida de que los vectores de la historia individual y colectiva se tenían que buscar en las interacciones químico-físicas y en las variables socioeconómicas que regulan la vida de los hombres? ¿La personalidad influyente, unida a oscuros y fuertes poderes, invisibles artífices de un orden supranacional? ¿La celadora de doctrinas de carácter iniciático y esotérico a cuya potente influencia se reconduciría una parte de su producción? O era una creyente sincera, una católica devota que en un determinado momento pensó incluso en consagrar su propia existencia y la de las jóvenes mujeres que la rodeaban a una misión educativa iluminada por la luz de la fe; la autora de refinados escritos sobre la educación litúrgica y sobre la participación en la vida eclesiástica de los niños, apreciada por presbíteros, religiosos y religiosas, como Luigi Sturzo, Antoni Batlle, Igini Anglés, Vincenzo Ceresi, Marie de la Rédemption, Isabel Eugénie y Luigia Tincani?

En este contexto, sería frívolo proponerse alcanzar una unívoca y compartida veritas sobre el personaje y sobre su propio pensamiento, ni tampoco el presente ensayo pretende hacerlo. Su autora, por otra parte, está convencida de que tales investigaciones, rigurosas y analíticas, si bien deseables y necesarias, pertenecen al historiador o al documentalista y resultan de menor relevancia, al menos en un primer momento, para los que se acerquen con interés, puede que por primera vez, a la extraordinaria revolución pedagógica que Montessori teorizó y sostuvo con obstinación. Toda la obra de la doctora, como en muchas ocasiones ella misma tuvo ocasión de corroborar, ha estado orientada a colocar al niño y todas sus auténticas necesidades en el centro de cualquier acción educativa, y sería realmente paradójico que aquella que permanece entre sus últimas alumnas vivas no compartiese esta tesis. Por ello, el verdadero protagonista del volumen que se entrega de nuevo al juicio del lector no es tanto Maria Montessori, la mujer, la madre, la científica, el poliédrico personaje conocido a escala planetaria, sino su Método, que paradójicamente es todavía hoy bastante menos conocido que su creadora.

Planteada esta necesaria premisa hermenéutica, todavía queda hacer alusión a una tipicidad de esta biografía montessoriana. Acabaría desilusionado quien la recorriese buscando aquella amplísima cantidad de informaciones y de referencias bibliográficas y archivísticas que caracteriza otros significativos escritos del mismo género. Estas se dan por adquiridas en buena parte. Se ha hecho intencionadamente, y no solo con el fin de no recargar un texto con propósitos puramente divulgativos, sino para proponer en ella una modalidad de transmisión de la «historia» perteneciente a las primeras generaciones de montessorianos hoy desaparecidos. Esta –si se me permite la comparación– presenta una fortísima afinidad con aquel proceso de mediación de un saber que en la tradición educativa hebraica se plasmaba a través de la relación personal entre un maestro y su alumno, vivida bajo la forma de un contubernium y resumida en el binomio qibbel / m’sar, recibir / transmitir.

Del mismo modo, las primeras «testigos» del Método, después de conocer a Montessori en las clases, se convirtieron verdaderamente en alumnas después de hacerse discípulas de alguna de las antiguas compañeras que habían tenido con ella una intensa comunión de vida y de acción: Grazia, Sofia Cavalletti y Gianna Gobbi siguieron a Adele Costa Gnocchi; Vittoria Fresco, a Anna Maria Maccheroni; Costanza Buttafava, a Giuliana Sorge, y así sucesivamente. Para todas ellas, la historia de Montessori era aquella aprendida, de viva voz, de sus maestras, y su formación no consistió nunca en un conjunto de nociones técnicas que había que recordar y poner en práctica con precisión mecánica. Fue este, por ejemplo, el gran malentendido en que incurrió Joan Palau i Vera, el cual, después de leer El método de la pedagogía científica y visitar una de las «Casas de los niños» de Roma, intentó aplicarlo en solitario en el parvulario que había abierto en Barcelona. Fue, como es bien sabido, un clamoroso fracaso.

Para cada uno de estos pioneros del Método, este fue ante todo una praxis, un ejercicio cotidiano, una llamada constante a la observación y a la valoración ponderada de las multiformes e imprevisibles demandas de los niños que encontraban.

Por lo tanto, no debe sorprender si en esta biografía no se encuentran referencias a escritos, fechas y lugares o se ven reducidas al mínimo las informaciones sobre el largo debate crítico que acompañó al desarrollo de la pedagogía montessoriana. Por el contrario, resonarán frescas como en aquel momento las voces de los muchos primeros apóstoles del Método que, en efecto, han hecho su historia y que, demasiado a menudo, otros han descuidado. La autora los conoció a todos, o casi: Paolini, Maccheroni, Sulea Firu, Costa Gnocchi, Guidi, Joosten, solo por citar algunos personajes con los que mantuvo una larga y entrañable relación con el deseo de saber cómo había empezado todo. De su mano conoció la «verdadera» historia de Maria Montessori y en este libro ha preservado del olvido el inestimable legado de su memoria.

Gradualmente, junto con su historia de Montessori, Grazia Honegger Fresco también ofrece a sus lectores las memorias de una vida entera dedicada a poner en práctica las intuiciones, dedicada al cuidado del niño, «padre del hombre», y dice acertadamente a quien hojea sus páginas: «Tradidi enim vobis in primis quod et accepi», «Así pues os he transmitido, ante todo, lo que a mi vez he recibido».

Marcello Grifò

Palermo, 1 de mayo de 2018

Prefacio a la tercera edición

Hoy, casi diez años después de la segunda edición, nos encontramos ante un interés renovado por Montessori y por su método «salvífico». Se abren clases de primaria sin haber organizado antes una Casa de los niños, se recoge apresuradamente alguna de las sugerencias que abundan en la red para poder afirmar que «aquí se hace Montessori». Me propongo con esta nueva edición, en la que hablo honestamente de ella y de sus propuestas para cada fase del desarrollo, aclarar tales malentendidos, muy peligrosos para el bienestar de los niños.

Muchos consideran que el repentino interés por las propuestas de Montessori nació a partir de la serie sobre su vida emitida en Italia por Mediaset durante la primavera de 2007: dos capítulos realmente decepcionantes. Es cierto que una historia televisiva no puede transformarse en un análisis pedagógico; sin embargo, en aquel caso se dio demasiado espacio a tramas fantasiosas, a empalagosos sentimentalismos absolutamente extraños al personaje, a improbables relaciones con la familia Montesano o con el fascismo, sin dedicar al menos una o dos escenas para transmitir el valor de sus innovaciones. En efecto, se trata de una «telenovela» que habría podido tener como protagonista a cualquier otra mujer de principios del siglo XX.

El motivo por el cual se hizo famosa en todo el planeta no se entendía a partir de la ficción: todo quedaba confuso, como un poco milagroso. En aquel momento nadie de la prensa italiana lanzó dudas sobre la veracidad de aquella historia; alguno, más bien, aprovechó la ocasión para presentar a Montessori como una ambigua seguidora de ideologías no cristianas, entre la teosofía y la masonería, partidaria de teorías positivistas y admiradora de Mussolini, como queriendo decir: «No os fieis de ella porque bajo sus palabras se esconde un pensamiento peligroso, incluso esotérico».

Más recientemente se ha presentado de ella una imagen de pedagoga rigurosamente cristiana, tal vez en perjuicio de la gran atención que prestó al resto de expresiones de la fe religiosa. Ciertamente, ideas y hechos pueden ser vistos de formas distintas y todas son legítimas, pero proceder a base de interpretaciones no beneficia la causa de los niños ni de la escuela, sino que se detiene en modelos del siglo pasado (basados en premios y castigos, juicios y competiciones desde la primerísima infancia), resistentes a cualquier cambio sustancial.

En esta, como en las ediciones precedentes, he buscado atenerme a hechos documentados, nunca haciendo conjeturas ni interpretando.

Se pueden encontrar correcciones y capítulos nuevos, todo nacido de investigaciones y contactos posteriores.

Aun sin descartar la posibilidad de haber cometido errores involuntarios, puedo afirmar que la poliédrica personalidad de Montessori y su apertura de ideas ofrecen continuamente nuevas oportunidades de profundización.

Agradecimientos

En la primera edición había escrito un agradecimiento afectuoso a mis lectores de confianza: Sara y Fulvio Honegger, Mariuccia Poroli y Franca Russi, Lia De Pra y Costanza Buttafava. Sin su opinión no me habría sentido tranquila. Dediqué un agradecimiento muy especial a Goffredo Fofi, amigo fraterno de toda la vida, que entendió muchas cosas de los niños y de los adultos, y a Renilde Montessori, heredera directa de un gran pensamiento, que compartió mis intenciones.

En esta tercera edición quiero también expresar la más viva gratitud a Carolina Montessori por la cuidadísima relectura con la que me ha obsequiado tantas veces, detectando errores e imprecisiones en la historia de su bisabuela y de la familia, con la competencia que le viene, además de los recuerdos, de su actual misión de reordenación y de cuidado del Archivo Maria Montessori en la AMI.

Gracias, Carolina, has sido para mí una amiga inestimable.

Otro sentido agradecimiento es para el ingeniero Mario Valle y para su esposa Antonella Galgano, además de otro para el ingeniero Germano Ferrara por el trabajo de preparación técnica del texto. Estoy también muy agradecida a Marcello Grifò, con el cual he compartido constantemente, en una amistosa sinergia, el cansancio de la puesta a punto de esta edición. Quiero expresar también mi gratitud hacia Rosa Giudetti, presidenta de la Asociación Montessori de Brescia, por el empeño llevado a cabo durante estos años en la divulgación de nuestros propósitos educativos.

Siglas utilizadas en el presente texto

El asterisco indica organizaciones que ya no existen.

AIM*

 

Scuola Assistenti all’Infanzia Montessori (Roma)

AMI

 

Association Montessori Internationale (Ámsterdam)

AMS

 

American Montessori Society (Nueva York)

ANIMI

 

Associazione Nazionale per gli Interessi del Mezzogiorno d’Italia (Roma)

BES*

 

Bureau International de l’Éducation

CEIS

 

Centro Educativo Italo-svizzero «Remo Bordoni» (Rímini)

CEMEA

 

Centri di Esercitazione ai Metodi dell’Educazione Attiva

CESMON

 

Centro Studi Montessoriani (Roma)

CISM

 

Centro Internazionale Studi Montessori (Bérgamo)

CNM

 

Centro Nascita Montessori (Roma)

GAM

 

Gonzaga Arredi Montessori (Gonzaga, MN)

LUMSA

 

Libera Università Maria Santissima Assunta (Roma)

MCE

 

Movimento Cooperazione Educativa (Italia)

NAMTA

 

North American Teachers Association

NEF*

 

New Education Fellowship

OMEP

 

Organization Mondiale pour l’Éducation Préscolaire

ONM

 

Opera Nazionale Montessori (Italia). En el texto: l’Opera

QI

 

Quoziente d’Intelligenza

UDI

 

Unione Donne Italiane (Roma)

Prólogo

Muchas veces me he aventurado a trazar notas biográficas sobre Maria Montessori, cuya filosofía de vida y logros han impregnado mi vida profesional y mi visión de la realidad; pero con la perspectiva del tiempo, después de haber continuado buscando incansablemente nuevos documentos y datos, he tenido que constatar imprecisiones que aquí, de nuevo gracias a la ayuda de Carolina Montessori, he corregido con placer, valiéndome, como siempre, de ulteriores fuentes y testimonios.

La vida de Maria Montessori, incluso en su linealidad cronológica, tiene múltiples aspectos escondidos a causa de sus viajes constantes. En el curso de su existencia vivió en varias ciudades, visitó numerosos países, cosechó amigos y alumnos por doquier y dejó señales de su existencia en personas y lugares diversos, no siempre fáciles de conectar. En su empeño por «sembrar» los resultados de sus descubrimientos acabó por esconder –y en cierto modo negar– los años luminosos de su formación, que coincidieron con las luchas feministas y con la experiencia dolorosa de la maternidad, marcados por un nuevo sentido de la justicia social y por la nueva conciencia sobre el rol de la mujer. La sofocante hipocresía de su tiempo ha considerado inapropiadas algunas de sus experiencias, hasta el punto de construir alrededor de su figura una especie de leyenda.

La primera vez que se me propuso este trabajo se cumplían cien años de la apertura de la primera Casa de los niños. Acepté con placer, decidida a citar solo noticias documentadas o ciertas, encontradas en artículos, cartas, fotografías de la época, referidas por testigos fiables o vividas por mí personalmente. La intención era restituir una imagen nítida de Maria Montessori, libre de los tonos hagiográficos, que no encajan con ella y, a pesar de todo, comunes en muchas biografías, y de las tan frecuentes interpretaciones gratuitas. En las cartas a algunas de sus alumnas que conocí –Anna Maria Maccheroni, Adele Costa Gnocchi, Giuliana Sorge, Maria Antonietta Paolini–, Maria siempre alternó un tono confidencial o ligeramente irónico con una especie de desapego hacia las cosas, siempre mirando al futuro, con el pensamiento orientado a la causa de los niños y de los jóvenes, al bienestar de toda la humanidad a través del reconocimiento de los derechos de la «larga infancia humana».

Hemos visto a Maria Montessori en sellos, en las monedas de doscientos y en los billetes de mil en los tiempos de la lira, a modo de vieja gloria nacional, de «estampita religiosa» de papel entregada a la historia. Un modelo superado, se oye decir, que paradójicamente ahora seduce a muchos frente a una escuela que programa, adiestra, manda deberes, ocupa desmesuradamente el tiempo de los alumnos de cualquier edad, motiva continuamente a la competitividad y obliga a socializaciones forzadas mientras devalúa las individualidades. Una escuela que juzga sin juzgarse nunca, que no prepara a los docentes para la autocrítica. Un sistema, en resumen, en el que el niño, el joven, el adolescente no son tenidos en cuenta con sus necesidades de crecimiento específicas y sus diferencias individuales, sino que o bien son tratados como si fuesen vasos vacíos que hay que llenar o bien son superprotegidos y consentidos hasta el punto de hacer de ellos tiranos siempre descontentos. ¿Cuándo encontraremos nosotros, los adultos, la justa medida?

No han faltado, desde el final de la Segunda Guerra Mundial en adelante, experiencias que proponen varias vías educativas: los CEMEA, fundados en Francia en 1936 y conocidos también en Italia, el CEIS de Rímini, la Escuela-Ciudad Pestalozzi en Florencia o las clases planteadas por Maria Lodi y Lorenzo Milani. Aunque muy celebradas, no dejan de ser casos aislados y no han influido en los modelos pedagógicos habituales. Ni siquiera Dewey, dado a conocer después de la Segunda Guerra Mundial por aquel excelente maestro que fue Lamberto Borghi, y mucho menos Freinet, con el MCE –nombre de por sí amenazador para la vida tranquila–, tuvieron una repercusión significativa en las facultades de pedagogía y en los istituti magistrali.1

Recuerdo a un inspector de educación que, a principios de los setenta, a propósito de las fichas autocorrectivas y del diario publicado por los niños y utilizado en las clases activas, negaba el hecho de que ellos pudiesen controlar sin problemas los resultados alcanzados o que consiguiesen descubrir los misterios de la ortografía que en otros lugares infundía tanto pavor, manipulando ellos mismos los caracteres tipográficos. Desconfianza, miedo a la libertad y recelo hacia formas de aprendizaje que generan deleite.2

Con más motivo, todos estos prejuicios debían valer para una figura tan «impertinente»3 como la de Maria Montessori. Y, además, mujer. Y, por si fuera poco, una mujer médica, que creía tener algo que enseñar a los pedagogos de profesión, que estudiaba a los oligofrénicos y pretendía aplicar los mismos métodos a los niños normales, que había copiado a las hermanas Agazzi, que se había enriquecido gracias a los materiales sensoriales y a sus escuelas para los hijos de los ricos, que no se sabía bien si era de derechas o de izquierdas. Positivista, feminista, masona, teósofa, fascista, católica. Apoyada, de vez en cuando, por la política o por los poderes fácticos. Madre soltera que había abandonado a su propio hijo para dedicarse a los niños de los demás y científica autorreferencial, celosa de sus propias ideas. Miradas con suspicacia primero por los filósofos idealistas de su tiempo, más tarde por el movimiento de las escuelas activas, sus propuestas educativas, aun habiendo recibido respaldos puntuales por parte de la Iglesia católica, se difundieron sobre todo en países de tradición protestante, incluso entre los hindúes, sijs y sintoístas, así como en muchísimas escuelas laicas.

En su época fue objeto de continuas objeciones y críticas, y todavía molesta su agudo sentido de la libertad, la novedad incómoda de un pensamiento que exige de los adultos un comportamiento educativo profundamente distinto. Por ello, según los casos, se ha dicho que «da demasiada libertad», o bien, por el contrario, que «es demasiado rígida» o que su método «no desarrolla la fantasía» y no se puede adaptar a los tiempos que cambian. Es cierto que defendió enérgicamente la integridad de su propio trabajo: no quería que fuese manchado por ningún acuerdo, ni transformado en un negocio lucrativo. Otros se han enriquecido en su nombre o lo han instrumentalizado para distintos fines.

Hasta su vida personal –de la que no se sabe mucho, dado que siempre estuvo marcada por una gran discreción– se ha escrito con gran descuido o incluso inventando.4

No menos infundada es la postura de quien la considera un «fósil» en el campo de la pedagogía, oscureciendo a priori el contenido revolucionario de sus estrategias operativas, puestas en práctica en innumerables escuelas de todo el mundo, pero que en Italia no encuentran espacio a causa del extendido escepticismo y de resistencias culturales en relación con la libertad de pensamiento. A las razones históricas, políticas e ideológicas se suman el peso oprimente de la burocracia y la responsabilidad de quien, en Italia, usando su nombre para iniciativas superficiales, ha afrontado la desaparición de escuelas Montessori públicas y privadas desanimando incluso a la realización de cursos de formación para educadores y docentes.

Hoy, en Italia, las instituciones serias que acogen a niños de edades comprendidas entre los tres y los doce años según la fórmula montessoriana se pueden contar con los dedos. Al contrario que en Canadá y Estados Unidos, donde existen decenas de estas, por no hablar de las muchas publicaciones, de los boletines, de las revistas para padres y madres, de los cursos de formación para adultos que aplican el Método en las distintas franjas de edad y para directores y administradores de escuelas Montessori. También en varios estados europeos (Francia, Alemania, Bélgica, Gran Bretaña, España, Holanda, Suecia, Noruega) o de otros continentes (Australia, Hong Kong, México, Ecuador, Brasil, Chile, Marruecos, Sudáfrica, Tanzania, India) existen escuelas Montessori de todos los niveles y grados, muchas de las cuales cubren la franja entre los dos o tres años y los quince, utilizando espacios contiguos con el fin de aprovechar al máximo la interacción entre las distintas edades, las diferencias –incluidas las de niños con dificultades– y la multiplicidad de intereses. Gran parte de estas instituciones son privadas y no siempre únicamente para ricos; así mismo, no faltan escuelas públicas, incluso de secundaria. En Japón, donde el itinerario escolar es muy competitivo, hace poco han aparecido escuelas para niños desde los seis hasta los doce años, mientras que empiezan a difundirse Casas de los niños incluso en China y en Corea.5 En Italia, con gran sorpresa para los extranjeros, todavía hay pocas y están mal diseñadas, a partir de la histórica de la via dei Marsi, 58 –la primera en San Lorenzo–, que un atento estudioso de Montessori como Raniero Regni definió como «la Pompeya de la pedagogía».

En Estados Unidos ya existen numerosos estudios sobre los resultados alcanzados por estas instituciones6 y la difusión de las obras de Montessori es amplia, no solo de las más conocidas, convertidas ya en verdaderos clásicos (en Italia casi todas editadas por Garzanti y desgraciadamente no siempre disponibles), sino también los escritos menores, discursos pronunciados en varias ocasiones o reelaboraciones de los cursos impartidos por ella en la India o en otros países de lengua inglesa y nunca traducidos al italiano.

En varias universidades norteamericanas y europeas, la oferta formativa Montessori es estudiada por su contenido profundamente innovador, mientras que, en Italia, donde tuvo su origen esta aventura educativa, el espacio reservado para ella se reduce a unas pocas páginas en los manuales de historia de la pedagogía. La única excepción es el CESMON, creado por Clara Tornar en la Universidad de Roma III.

La trayectoria educadora de Maria Montessori, iniciada a principios del siglo XX en una pequeña habitación del barrio popular de San Lorenzo, después llamada Casa de los niños, se dilató hasta proponer, en condiciones y culturas muy diferentes, una nueva imagen del niño y más tarde del adolescente: ya no era un receptor pasivo de saberes viejos o nuevos ininterrumpidamente madurados por generaciones de adultos, sino un individuo apasionado y responsable hacia sí mismo y hacia los otros.

El 6 de enero de 2007 habían transcurrido cien años desde aquella primera y reveladora experiencia.

Intentaré aquí, con la precaución que imprime el peso de esta historia escolar, recorrer las etapas más significativas del empeño que Montessori sintió tener que asumir para completar, por usar las palabras de John Dewey, una «nueva revolución copernicana»: convertir en el motor de la educación, no al adulto, sino al propio niño con su capacidad autoformativa, educado en un ambiente de vida radicalmente transformado en el que se altera el modo habitual de entender la relación entre padre e hijo, entre maestro y alumno, para conseguir encontrar el punto de partida con el fin de construir una humanidad menos salvaje.

1 En la actualidad, en este campo se puede encontrar el interesante ejemplo de Franco Lorenzoni con su libro I bambini pensano grande (Sellerio, Palermo, 2016) o también, de un estilo diferente pero igualmente estimulante, el de D. Tamagnini, Si può fare. La scuola come ce la insegnano i bambini (La Meridiana, Molfetta, BA, 2017).

2 En un artículo del jesuita M. Barbera titulado «Umanesimo moderno», aparecido en La Civiltà Cattolica del 3 de diciembre de 1939, el autor, celebrando la «renovación del régimen fascista», incluía una nota a modo de conclusión en la que afirmaba: «De la “escuela activa” y de la “nueva educación” fundadas sobre el naturalismo de Rousseau, e inclinadas al humanismo, por ello antihumanistas en el sentido contrario a la tradición clásica y cristiana, hemos hablado varias veces».

3 En el sentido irónico propuesto por Piergiorgio Odifreddi de «no perteneciente». El significado original del siglo XIX se ha transformado con el uso en «descarado».

4 Es el caso, por ejemplo, del volumen de D. Palumbo, Dalla parte dei bambini. La rivoluzione di Maria Montessori, San Dorligo della Valle, Edizioni EL, 2005, que por desgracia ha resultado una oportunidad fallida: destinado a los jóvenes, tiene un título atractivo, pero contenidos decididamente decepcionantes. De hecho, la autora se decide por introducirnos en historias ficticias que se abandonan a asombrosos anacronismos, como el así llamado viaje llevado a cabo por Maria a la Patagonia en compañía de Itard, muerto –como es conocido– en 1838, más de treinta años antes de que Montessori naciese. Interpretaciones no menos discutibles se encuentran en autoras como Marjan Schwegman y Paola Giovetti.

5 Gracias al impulso, sobre todo, del inteligente trabajo llevado a cabo por Giuseppe Marangon, ya presidente de la Gonzagarredi.

6 Una investigación que ha tenido mucha resonancia, incluso en la prensa italiana, es la de la psicóloga Angeline Lillard, de la Universidad de Virginia, y de Nicole Else-Quest, de la Universidad de Wisconsin, aparecida en la revista Science en septiembre de 2006. Este trabajo ha constatado, validado por elementos de control fiables, mayor creatividad, capacidad de integración social y velocidad de aprendizaje en niños y jóvenes de escuelas Montessori americanas.

Recuerdos de infancia y de familia

El año 1870 es un momento de grandes cambios en todo el mundo: en Europa resuena la guerra franco-prusiana que llevará a la caída de Napoleón III y a la restauración de la república en Francia; en Austria y en Inglaterra se aprueban leyes para la laicización del Estado, en el primer caso con la introducción del matrimonio civil y en el segundo con el nacimiento de las escuelas comunales, en las que se abole cualquier instrucción religiosa; en Estados Unidos el Congreso aprueba la XV enmienda, sobre la base de la cual el derecho de voto no puede ser negado por motivos de raza o de color de piel. En lo que respecta a Italia, las tropas entran en Roma a través de la brecha de Porta Pia y ponen fin al poder temporal de los papas. Pío IX, el último papa rey, no opone resistencia militar, deja el Quirinal y se refugia en el Vaticano. El 2 de octubre, mediante un plebiscito, la ciudad es proclamada capital.

En 1870, las Marcas –la región en la que empieza nuestra historia– forman parte del Reino de Italia desde hace ya una década, pero los grandes acontecimientos políticos apenas rozan la vida de las tranquilas localidades de la provincia, como Chiaravalle, pequeña ciudad a pocos kilómetros de Ancona. Allí, el 3 de agosto de aquel año, nace la primera y única hija de Renilde Stoppani y Alessandro Montessori. Tres días después será bautizada en la iglesia de Santa Maria in Castagnola –la simple, harmoniosa abadía que se remonta al siglo XII – con los nombres Maria Tecla Artemisia, los dos últimos heredados de las abuelas.

Es el padre quien lo cuenta en las breves «noticias sobre el nacimiento y desarrollo físico e intelectual» de la hija, escritas por él mismo muchos años después. Son simples folios escritos con una caligrafía nítida, inclinada, como era habitual entonces.1 Por él sabemos que, a pesar de un esfuerzo largo y difícil, asistido por la «matrona y otras mujeres conocidas», la recién nacida presenta un «aspecto de robustez y salud».

Alessandro, originario de Ferrara, había podido estudiar en tiempos de atraso y de pobreza inimaginables, convirtiéndose primero en empleado de oficina en las salinas de Comacchio y después en inspector en el sector del tabaco para el Ministerio de Finanzas del nuevo Estado unitario. En los años de juventud había participado en las campañas del Risorgimento, experiencia que marcó su pensamiento y su estilo de vida. A mediados de los años sesenta fue enviado a Chiaravalle en labores de intendencia. En la zona agrícola circundante, además de olivos, viñas y grano, se cultivaba tabaco, y había una o puede que más fábricas que se dedicaban a su recogida, secado de las hojas y preparación de los productos para fumar. Fue en esta pequeña ciudad donde Alessandro –bigote negro y expresión decidida, como nos muestra un viejo daguerrotipo– encuentra a Renilde Stoppani, originaria de Monsanvito,2 pueblecito a cinco kilómetros de Chiaravalle, donde el padre de ella, Raffaele, poseía probablemente algunos terrenos.

Vivaz, graciosa, de altura media –cualidad rara entre las mujeres de ambiente campesino–, lectora apasionada, Renilde comparte con su marido una cierta obediencia católica y, al mismo tiempo, aquella sintonía con los ideales resurgimentales que ya revelaba una discreta autonomía de pensamiento. Juntos formarán una familia modesta pero decorosa, no carente de aspiraciones culturales.

UN PARENTESCO IMPROBABLE

Renilde tenía un apellido importante, el mismo del célebre abad Antonio Stoppani, uno de los más brillantes estudiosos de su época, hoy considerado el padre de la geología italiana: paleontólogo, conocedor de los Alpes (fue uno de los fundadores del CAI), en particular del territorio de Brianza y Lecco. Nacido en Lecco el 15 de agosto de 1824, Stoppani ingresó en el Instituto de la Caridad, la congregación religiosa fundada por Antonio Rosmini, y se convirtió en sacerdote en 1848. Esta elección no le impidió participar junto con otros clérigos, a pocos meses de su ordenación, en las Cinco Jornadas de Milán. En aquella ocasión proyectó globos inflados con aire caliente, de hecho, pequeños globos que, lanzados desde la ciudad, atravesaban las líneas enemigas llevando noticias de la insurrección a la campiña lombarda e incitando a la población rural a sublevarse. En 1861 ya era docente en la Universidad de Pavía y en el Politécnico de Milán. Durante nueve años, desde 1883 hasta su muerte –acaecida el día de Año Nuevo de 1891–, fue director del Museo Cívico de Historia Natural de la capital lombarda, ubicado en las estancias del Palacio Dugnani, un histórico edificio situado en el centro de los jardines públicos de corso Venezia. Escribió muchísimo: obras científicas (reelaboraciones de cursos de geología que impartía en la universidad y cuatro volúmenes de paleontología escritos en francés para difundir también en el extranjero sus estudios) y varios textos divulgativos. Entre ellos, el más conocido es sin duda Il bel paese. Conversazione sulle bellezze naturali, la geología e la geografía física d’Italia (1876), que evoca en el título la sugerente expresión usada por Dante y Petrarca. El libro, destinado a los jóvenes, tuvo un éxito inmediato y le supuso una gran notoriedad que traspasó los reducidos círculos científicos, lo que dio popularidad a su nombre entre las familias y en las escuelas. Profundamente religioso, Stoppani mantuvo los fundamentos de una investigación libre y desvinculada de apriorismos confesionales, cuyos logros no amenazaban la credibilidad de las Sagradas Escrituras en el orden espiritual que les correspondía. Así nacieron Il dogma e le scienze positive (1882), Gli intransigenti (1886) y el denso Sulla Cosmogonia mosaica, publicado en 1887 con imprimátur regular. No cita las teorías darwinianas, decididamente demasiado alejadas de su horizonte de pensamiento, pero en sus libros aparecen los nombres de Galileo, Newton o Cuvier, ciertamente poco gratos para los sombríos custodios de la ortodoxia católica.

El equilibrio demostrado a la hora de afrontar la espinosa cuestión de la relación entre ciencia y fe le valió la estima de León XIII, quien, en marzo de 1879, lo recibió en audiencia privada para agradecerle los volúmenes con los que el abad le había rendido homenaje. En aquella ocasión el pontífice le dio una medalla de oro conmemorativa de su pontificado3 y le confió que había leído con particular interés La purezza del mare e dell’atmosfera fin dai primordi del mondo animato,4 obra considerada como «una de las más bellas […] que salieron de la mágica pluma de Antonio Stoppani».5 Es un texto de 1875, todavía muy placentero, que combina hábilmente rigor científico y actitud divulgativa y formula hipótesis que la ciencia moderna ha demostrado completamente. Este libro fascinará a Maria Montessori, como se lee en su Antropología pedagógica. Corregirá algunos conceptos en De la infancia a la adolescencia y en Cómo educar el potencial humano (ambos publicados en Italia en 1970), que presentan innovadoras propuestas didácticas para introducir a los jóvenes de la segunda infancia en una visión global (cósmica) del planeta. Describe las fuerzas destructoras y constructoras que lo atraviesan y también el papel de la biosfera, la función de cada especie vegetal y animal a partir de su estructura corpórea, la capacidad de adaptación a los ambientes más diversos, el cuidado de la prole y la importancia de las cadenas alimentarias para el mantenimiento del equilibrio general.

A menudo se afirma que el abad Stoppani era el tío de Renilde o tal vez un pariente menos próximo, pero es dudoso, dado su nacimiento en Lecco. Prescindiendo de las coordenadas geográficas, es difícil creer que de un vínculo así no se haya conservado ningún contacto objetivable. Hace más de treinta años, el sociólogo Nedo Fanelli, por entonces director del Centro Studi Maria Montessori de Chiaravalle, se dedicó a una investigación profunda sobre la familia de origen de nuestra ilustre protagonista,6 sin llegar a ningún resultado concluyente. En cambio, hay quien continúa dando crédito a esta hipótesis y se refiere a él definitivamente como tío materno de la científica7 respaldándose en una discutible interpretación de una afirmación de la misma Montessori. Durante la Convención de las Mujeres Italianas llevada a cabo en Milán en 1908, la científica, al dirigirse a un amplio auditorio, mencionó a un tío que «cuando intentaba explicarle la obra sublime del desarrollo espontáneo del hombre, me decía: “No me cuentes estas cosas, porque siento que enloquezco”». Es poco creíble, sin embargo, que un hombre de ciencia como Stoppani necesitase ser iluminado por su sobrina en temas que debían ser muy familiares para él y que mostrase respecto a estos ese fervoroso entusiasmo. En cualquier caso, no existe prueba de un encuentro entre el abad y la joven Maria.

LA FAMILIA PATERNA

Gracias al manuscrito de Alessandro y a sus «recuerdos oídos en la juventud» podemos reconstruir una especie de árbol genealógico que se remonta a comienzos del siglo XVIII. Cuatro hermanos Montessori, tal vez nacidos en Correggio, provincia de Reggio Emilia –un clérigo, un militar y dos burgueses–, eran titulares en Ferrara de una contrata para la fabricación de tabacos. De sus nombres Alessandro recuerda solo el de Domenico, nacido en Módena, pero «fundador de la rama de Ferrara»: su bisabuelo. El contrato para la fábrica había sido estipulado bajo el pontificado de Clemente XIII, por tanto, entre 1758 y 1769. Domenico, administrador imprudente de los bienes de la familia, había muerto súbitamente, dejando en graves dificultades económicas a sus hijos, que sin embargo fueron ayudados por sus tíos. Giovanni, único nombre de la segunda generación que recuerda, dado que era su abuelo, consiguió alrededor de 1810 un empleo en la fábrica de tabacos de Ferrara. Casado con Artemisia Verdolini, tuvo dos hijos, ambos nacidos en Módena: Giulio Cesare y Ercole Nicolò o Nicola (1796-1874). Este último, después de la muerte de su primera mujer, se volvió a casar con Teresa Donati y con ella se fue a vivir a Bolonia. Serán los abuelos Nicola y Teresa los dos padrinos en el bautizo de Maria. Los hijos de Nicola, ambos de Ferrara, son Giovanni (que tendrá tres hijos, dos mujeres y un varón, Tito, casado con una mujer enferma y estéril) y Alessandro, que tendrá una única hija, Maria. La rama de Ferrara finaliza, pues, aquí. Absolutamente inventados, por tanto, los «nobles orígenes» de los que hablan algunos.8 La lista de Alessandro se cierra con la siguiente frase: «Maria Montessori, nacida en Chiaravalle en 1870, soltera. Doctora en Medicina y Cirugía y profesora de Ciencias Naturales».

Las noticias sobre la niñez de la hija, aun recogidas desde su más tierna infancia, son igualmente sucintas. En cada cumpleaños el padre anota su altura: ochenta y ocho centímetros a los tres años, un metro y nueve centímetros a los cinco, uno con cincuenta y ocho a los dieciséis. En torno a los siete meses dice «mamá» y «papá»; a los once camina sola; entre los dieciséis y los diecinueve sabe explicar lo que quiere y conoce «una cantidad de nombres de personas, animales y objetos». A los dos años ya le han salido veinte dientes. Un desarrollo totalmente normal: una niña sana con unos padres atentos y «modernos», como demuestra esta otra anotación:

El 30 de abril de 1871 en la sala del cuerpo de guardia de la Guardia Nacional de Chiaravalle le fue inoculada la vacuna de la viruela por el doctor Arcangeli Adriano, habiendo extraído el pus de un ternero que a tal efecto algunos días antes había sido vacunado. Ocho días después la viruela se manifestó vigorosamente en ambos brazos.9

En febrero de 1873 Alessandro es trasladado a Florencia, donde permanece con su familia casi dos años. De esta estancia toscana el padre nunca contará nada, salvo que el primer octubre Maria «comenzó a ir a la escuela» (no dice cuál): los padres temían que «por su carácter vivaz e independiente» no se acostumbrara a esta; sin embargo, la niña demostró su capacidad de adaptación. El 2 de noviembre de 1875 la familia se muda de nuevo, esta vez a Roma, porque el padre ha conseguido un empleo más prestigioso, y la niña es matriculada en la escuela preparatoria municipal de Rione Ponte, cerca de Campo de’Fiori. A comienzos de marzo de 1876, Maria ingresa en otra escuela municipal en la via San Nicolò da Tolentino, en las inmediaciones de la plaza Barberini, y por tanto en otro barrio distinto. Es fácil imaginar que los Montessori fueran a vivir a aquella parte de la ciudad. Es el padre el que sugiere ese cambio. También puede ser que decidieran mudarse a una zona menos popular y que precisamente este hecho hubiese determinado la elección de la nueva escuela.

UNA INFANCIA SERENA Y PROTEGIDA

¿Qué tipo de niña fue Maria Montessori? Tal vez podríamos imaginarla –basándonos en la afirmación paterna antes citada– como una niña de aquellas que en Roma son llamadas «fierecilla»: vivaz, curiosa, ávida de saber. Su paso por los estudios elementales, sin embargo, no parece muy brillante, puede que a causa de algún problema transitorio de salud y una larga rubeola. No obstante, va contenta a la escuela y crea lazos de afecto con sus compañeras. Comienza a estudiar francés y pianoforte, pero abandona pronto. Alrededor de los diez u once años –es Alessandro de nuevo quien lo cuenta–, el estudio comienza a apasionarla, obstaculizado a veces por fuertes migrañas ininterrumpidas. En mayo de 1884 se convierte en «mujer, sin padecer graves molestias».

Entre los papeles del Fondo Giuliana Sorge se encontraron algunos folios de protocolo –catorce páginas repletas de una escritura muy tupida– que Maria escribió entre 1904 y 1907 en los cuales somete a un análisis decididamente despiadado los sentimientos, los deseos y las desilusiones que inquietaban su ánimo de niña. Se extiende en torno a su gran pasión por el arte dramático, mostrada desde pequeña:

Mi juego era el teatro. Si por casualidad veía recitar, yo imitaba con gran vivacidad: hacía mías las partes hasta empalidecer o sollozar y llorar recitando cosas fantásticas. Inventaba pequeñas comedias, improvisaba argumentos; componía vestuarios y escenas. En la escuela no estudiaba lo más mínimo: el estudio no me interesaba en ninguna de sus vertientes. No estudiaba nunca las lecciones y estaba poco atenta a las maestras organizando juegos y comedias mientras duraban las clases. No me interesaba pasar a las clases superiores.

Gracias a su imaginación sobresalía en las redacciones y conseguía disimular sus lagunas, por ejemplo, en gramática o en matemáticas.

No entendía las operaciones aritméticas y durante mucho tiempo escribí los resultados poniendo cifras inventadas, las primeras que me pasaban por la cabeza. Escribía bien, pero «de oído» y sabía leer bien: leía con tal énfasis que hacía llorar a los otros y a menudo la maestra reunía a más clases para que me oyesen. Si había que recitar algo, era suficiente con una prueba y estaba lista.

Maria preguntó a su padre si podía asistir a una escuela de declamación para señoritas: él acepta y «se sacrifica» –lo que suscita en ella mucha gratitud– porque la acompaña «todas las noches, incluso los días de fiesta».10 Los docentes de la escuela se congratulan de su trabajo.

Comenzaron a seducirme, haciéndome ver que tendría un grandioso futuro de gloria en el teatro. Pero yo también lo sentía: había nacido para aquello y aquella era mi pasión. A los doce años había hecho tales progresos que estaba lista para el debut en teatro en una primera parte. Los profesores rondaban ansiosos a mi alrededor, las compañeras de la escuela estaban admiradas: era el centro de sus afectos […]. Esta compleja seducción de alabanzas y éxitos tuvo en mi alma un efecto extraño: fue solo un momento y vi que realmente iba hacia la gloria, a cambio de renunciar a la seducción del teatro.

Así, de un día para otro, renuncia a todo, a sus amigas, a los viejos sueños, y se consagra «a los estudios severos», comenzando por la aritmética. Ella misma reconoce como característica suya

la capacidad de abandonar de repente las cosas a las que parecía más unida –por las que había hecho sacrificios incluso heroicos […], adioses improvisados, fugas repentinas, cambios instantáneos, verdaderas rupturas completas, fatales destrucciones que nadie ni nada podía remediar […] parecía que cualquier comunicación mía con los otros humanos se hubiese suspendido, aunque fuesen las personas más cercanas de la familia, las más amadas […]. Pero ¿por qué reacciono así –creándome enemigos, haciéndome detestar–, mientras todos tienden a acercarse a mí, a amarme y yo siento un amor tan profundo e inmenso que podría abrazar a toda la humanidad?

En febrero de 1884 se abre en Roma una escuela estatal femenina, la Regia Scuola Tecnica «Michelangelo Buonarrotti»: Maria está entre las primeras diez alumnas que entran y al parecer se apasiona sobre todo por las letras. Asiste a dicha escuela hasta 1886, cuando obtiene, con una calificación de 137 sobre 160,11 «el diploma y el premio de primer grado».

En otro de sus raros escritos autobiográficos, titulado por ella La historia,12 se lee:

Hacia los 14 años, [fui] a una escuela secundaria masculina, precisamente porque las mujeres no tenían otras vías abiertas más que aquellas de la educación que no me atraían. De ese modo, trepando por caminos inciertos, comencé mis estudios de matemáticas, con la intención inicial de convertirme en ingeniera, después en bióloga y finalmente me centré en los estudios de medicina.

A los dieciséis años «habría deseado –anota el padre– entrar en la Escuela Superior de Magisterio femenina para profundizar en la literatura», pero por la normativa del momento solo pueden acceder las jóvenes provenientes de la llamada escuela normal o aquellas que superan una prueba específica de admisión. Se ve obligada a conformarse con el «Instituto Técnico Masculino “Pietro [sic] da Vinci”»,13 al que asiste desde 1886 hasta 1890.

Los buenos resultados obtenidos animan a Maria a proseguir los estudios y a matricularse, el otoño siguiente, en el curso de licenciatura en Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Es bastante probable que aquella elección estuviese ya orientada a los proyectos futuros de la joven universitaria, que debía de conocer la correspondencia del plan de estudios del bienio con el de Medicina y el hecho de que otras mujeres, antes que ella, se habían pasado de una facultad a otra. De hecho, una vez conseguido el diploma de licenciatura en este lugar, en 1892 pide y obtiene la inscripción en Medicina y Cirugía.

De los años de juventud no sabemos mucho salvo algún detalle de su vida sentimental. El padre menciona a un joven estudiante más mayor que Maria que va a su mismo instituto y que empieza a interesarse por ella «siguiéndola de lejos». Después de cierto tiempo se presenta a los Montessori manifestando intenciones serias de matrimonio que habrían podido concretarse «al final próximo de los estudios y después del año de voluntariado militar». Se le consiente visitar su casa una vez por semana, el domingo. Al final del año académico, Maria aprueba, mientras que el joven, suspendido en una materia, regresa a su pueblo, en el sur de Italia, para pedir la aprobación de su familia para la boda. Sin embargo, su madre considera que es demasiado pronto para un compromiso así, lo que desagrada a Renilde, que aprecia al joven, pero para alivio de Alessandro, que, a pesar de reconocerle buenas cualidades, estaba preocupado por su carácter «demasiado taciturno y melancólico […] demasiado diferente del carácter vivaz y expansivo de la joven». Tal contraste no puede presagiar «un matrimonio feliz entre seres tan diferentes. ¡Fuego al profeta!», concluye Alessandro. La historia acaba aquí sin dejar rastro. Pero ella, Maria, ¿qué sintió o experimentó? En aquellos años, la opinión de una hija, incluso en una familia abierta y atenta como la suya, era absolutamente secundaria. Por otra parte, la perspectiva de los estudios debía parecerle cautivadora, llena de incógnitas y de sorpresas: el tiempo del amor todavía está lejos para ella.

1 Manuscrito que data de 1896. Actualmente hay una copia en el Archivo M. Montessori de la AMI.

2 Renilde había nacido en Monsanvito (ahora Monte Sanvito), en la provincia de Ancona, el 25 de abril de 1840; Alessandro en Ferrara el 2 de agosto de 1832. Se casaron el 7 de abril de 1866 por el doble rito: civil en el municipio de Monsanvito y eclesiástico en Chiaravalle. Sus retratos están reproducidos en Maria Montessori. A Centenary Anthology 1870-1970, Ámsterdam, AMI, 1970, p. 4. Los dos murieron en Roma, ella el 20 de diciembre de 1912, y él, el 25 de noviembre de 1915. Su tumba se encuentra en Verano.

3 Habla con emoción de este encuentro a la madre en una carta del 15 de marzo de 1879, reproducida en el prefacio que Antonio Malladra añade a la tercera edición del ensayo que se titulará Acqua e Aria. La purezza del mare e dell’atmosfera fin dai primordi del mondo animato, Milán, Cogliati, 1898, pp. 27-28.

4La purezza del mare e dell’atmosfera fin dai primordi del mondo animato, Hoepli. Este texto, el único de Stoppani al que Maria Montessori hizo referencia, es muy poco conocido.

5 Lo escribe Alessandro Malladra, naturalista, profesor del Colegio «Rosmini» de Domodossola, en su prefacio a la tercera edición del volumen, publicado con el nuevo título Acqua ed aria, ossia la purezza del mare e dell’atmosfera fin dai primordi del mondo animato. Conferenze, Turín, SEI, 1898, p. 10.

6 Hoy casi nadie recuerda ya al célebre geólogo. Hasta hace pocos años, su imagen afable se encontraba en el conocido queso «Bel Paese», producido y exportado por Galbani a todo el mundo. En 1991, la revista Il Quaderno Montesssori preguntó a dicha empresa el motivo de aquella combinación. Recibió una inmediata y cortés respuesta que sintetizamos aquí. En marzo de 1907, cuando comenzaba su actividad, Davide Galbani quiso lanzar desde su quesería de Ballabio, en la provincia de Como, un nuevo tipo de queso blando. Quería relacionarlo con una obra célebre –exactamente Bel paese–, así que pidió la aprobación a los dos sobrinos del abad, que no solo aceptaron de buen grado (y de forma gratuita), sino que enviaron «un retrato de nuestro Tío Abad Stoppani, para que vuestro litógrafo lleve a cabo la semejanza justa al representarlo». Cf. G. Honegger Fresco: «El abad Antonio Stoppani», Il Quaderno Montessori, XXXII, n.º 127, 2015, pp. 55-63, doc. LXXXIII.

7 V. P. Babini y L. Lama: Una «Donna Nuova». Il femminismo scientifico di Maria Montessori, Milán, Franco Angeli, 2000, pp. 35 y 78-79.

8 Cf. M. Schwegman: Maria Montessori, Bolonia, Il Mulino, 1999, p. 15.

9 La vacunación contra la viruela fue experimentada por primera vez en 1796 por el médico inglés Edward Jenner.

10 Curiosamente, Alessando, en sus notas, no menciona nunca esta pasión de la hija.

11 La foto del expediente con el que es admitida a la segunda clase se encuentra en A Centenary Anthology, op. cit., p. 7.

12La Storia, texto mecanografiado inédito de Maria Montessori, reunido por Lina Olivero, llegó a mis manos gracias a la amiga Costanza Buttafava Maggi, alumna de Giuliana Sorge y de Sofia Cavalletti, responsable de la Escuela Montessori de Como y hoy codirectora de la de via Milazzo en Milán.

13 Este instituto, inaugurado en 1871, tenía su sede en Villa Cesarini en el Esquilino. En 1884 permitió el acceso a las chicas. Parece ser que Maria fue la primera alumna. Debo esta información a Renilde Montessori.

Los estudios universitarios

Maria, como se ha dicho, manifiesta inclinación hacia las materias literarias y la escritura, pero inicia un curso de estudios científicos. No proviene de un itinerario académico humanístico y por tanto la elección de la facultad se ve necesariamente restringida a aquellas a las cuales puede tener acceso. Según un relato con sabor hagiográfico que nunca llegó a confirmarse, su decisión de estudiar Medicina y las dificultades expuestas por el ministro Guido Baccelli1 para su matrícula, en tanto que mujer, habrían suscitado bastantes controversias dentro de la familia.

Es posible que sus padres considerasen arriesgada la elección de esta vía de estudios. Puede ser que, como cualquier padre de su tiempo, Alessandro desease que su hija tuviese una buena instrucción, pero pensando en un futuro diferente, imaginado dentro de un hogar doméstico y dedicado a quehaceres familiares; o bien juzgó inapropiado para una joven, además bastante graciosa, ese ambiente todavía rigurosamente masculino. Sin embargo, no parece que hubiera puesto objeciones cuando, a los dieciséis años, quiso asistir al «Leonardo da Vinci», también una escuela masculina. En aquel caso el padre podría haber aconsejado la elección de estudios técnicos –en lugar del liceo, tal vez considerado más difícil y costoso– con la esperanza de poder verla pronto integrada en el mundo laboral.2

Por las notas de Alessandro se sabe que no había podido matricularse en Magisterio femenino debido a su diploma técnico. Así pues, la elección del bienio en ciencias físicas y naturales había sido, en cierto sentido, obligada. Matricularse en la Facultad de Medicina y Cirugía, en aquel tiempo, se permitía únicamente a aquellos que habían cursado estudios clásicos, considerándose indispensable el conocimiento del griego y el latín.

En el caso específico de Maria, fue Baccelli quien subsanó la irregularidad reconociendo como válido, después de los titubeos iniciales, el diploma del bienio de ciencias, lo que permitió que se matriculase en el tercer año de Medicina con deliberación del Senado Académico del 21 de enero de 1893. El Ministerio de Instrucción Pública ratificó la deliberación el 9 de febrero del mismo año.3 Al comienzo de la carrera, los exámenes eran, en efecto, los mismos:4 Botánica, Zoología, Física Experimental, Histología, Fisiología General, Anatomía Comparada y Química Orgánica. Maria los superó con una media de veintisiete y completó los estudios examinándose de los últimos en el año académico 85-86.

Las pocas noticias ciertas, que dimensionan los aspectos novelados en torno a su figura de estudiante obstinada y rebelde –las luchas feministas comenzaron algunos años más tarde–, demuestran, sin embargo, su creciente interés por los estudios científicos y médicos, en aquel momento más simples en comparación con los de hoy en día, pero no menos arduos, especialmente los relacionados con los experimentos de laboratorio o la preparación en sintomatología.5 Tampoco hay que infravalorar la difícil experiencia de encontrarse, como única mujer, en medio de tantos hombres, profesores y compañeros de estudios, en una época puritana y formal. Un desafío, este, de los más importantes de su vida, que Maria no duda en soportar con notable coraje a pesar del considerable aislamiento social.

Del peso de tales emociones dejó testimonio ella misma en algunas cartas y en un pequeño cuaderno de apuntes datado en 1891, hoy custodiado en el Archivo Maria Montessori de la AMI y publicado hace algunos años.6 Después de haber anotado el malestar experimentado durante las clases de Anatomía, escuchadas desde «la salida», donde sin embargo no se oye nada, cuenta que fue a ver al docente, el profesor Giuliani, para preguntarle por

… un libro ilustrado. Comenzó a explicarme cosas sobre aquel libro y en el mejor momento dijo: «Usted aquí no puede entender nada. Las figuras sirven cuando ya se ha estudiado esto en el cadáver». Después me dijo, sin la amabilidad de antes, que si yo tenía temor de ciertas cosas, si no me lanzaba y no olvidaba que era una mujer, no haría nada: «Que vaya a las clases como el resto, que esté en las explicaciones sobre el cadáver». Sentí una gran desilusión: así pues, ¿había caído en desgracia? Respondí: «Es casi ridículo estar “apoyada” sobre los estudiantes y sentada en medio de la platea donde escribo sobre las rodillas […]. A partir del momento en que usted me habla así, iré a todas las clases, pero una vez dentro tendré que permanecer para escuchar lo que el profesor dice. Sufriré mucho, más no podré. Quería evitarme un sufrimiento, pero no importa […]. Tal vez, es más, ciertamente venceré. De lo contrario, creo que seré un estorbo».

La respuesta del profesor es clara y alentadora:

Las cosas que menciona son prejuicios de la sociedad. Con la voluntad que dice tener, aprenda a emanciparse. El objetivo por el que usted siente y ve ciertas cosas es noble: por tanto, se impondrá a quien la rodea y no se le faltará al respeto. Por lo demás, estamos hechos igual, se tiene que meter esto en la mente y ante el cadáver usted es como los otros. Aquel cadáver ya no es una persona –lo fue: ahora se ha convertido en un objeto, el objeto de nuestro estudio que nos sirve para conocer y socorrer al vivo.

De ese modo, Giuliani, con el puro en la boca para amortiguar el olor –además, es un día caluroso–, la conduce a la sala de operaciones. Después de la penosa experiencia, se lavan en la pila primero con jabón normal, después con jaboncitos perfumados.