Matar al lobo - Carlos Alberto Velásquez Córdoba - E-Book

Matar al lobo E-Book

Carlos Alberto Velásquez Córdoba

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Beschreibung

El entramado de esta alucinante ficción urde dos empresas. La primera de ellas, rica en ingenio y conocimiento, está condenada al fracaso; la segunda, que se sabe inútil, constituye un triunfo de la inteligencia. "Matar al lobo" es el emblema que da título a este libro, que al mismo tiempo podemos leer como novela o como colección de cuentos, ya que las pequeñas ficciones, autónomas en sí mismas, se enmarcan en la ficción general de los viajes en el tiempo, cuyo destino es la paradoja de lo imposible. "Matar al lobo" es un proyecto de Benjamín Goldstein, general del ejército israelí, quien, partiendo de la construcción de una "máquina del tiempo", se propone enviar agentes al pasado austriaco o alemán, con la misión de matar al joven Hitler, antes de que este se convierta en el líder que conduce al mundo al horror del Holocausto. La meta de Goldstein necesariamente fracasa al mismo tiempo que triunfa la de Carlos Alberto Velásquez, quien consigue uno de los libros más lúcidos de la literatura de nuestros días. Luis Fernando Macías

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Matar al lobo

Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Literatura / Novela

Editorial Universidad de Antioquia®

Colección Literatura / Novela

© Carlos Alberto Velásquez Córdoba

© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-501-080-2

ISBNe: 978-958-501-081-9

Primera edición: octubre de 2021

Hecho en Colombia / Made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

Editorial Universidad de Antioquia®

(57) 604 219 50 10

[email protected]

http://editorial.udea.edu.co

Apartado 1226. Medellín, Colombia

Imprenta Universidad de Antioquia

(57) 604 219 53 30

[email protected]

Esta obra obtuvo Mención de Honor en la convocatoria de Estímulos del Ministerio de Cultura en el 2018

Prefacio

¿Se puede viajar al pasado y cambiar el presente? Muchos hemos soñado con regresar y cambiar algo de nuestro pasado: tal vez no haber hecho trampa en un examen, o quizás haber pedido el teléfono a la muchacha de ojos bellos que se bajó del metro antes de que nos decidiéramos a hablarle. Muchos quizás hubieran querido no haber rechazado el billete de lotería que les ofrecieron en una esquina y que dos días más tarde obtuvo el premio mayor sin que nadie lo comprara. Cuántos hubieran querido haber dicho “lo siento” y ahora se arrepienten de no haberlo hecho, cuando ya es muy tarde.

Imagina tan solo qué harías si tuvieras la oportunidad de viajar al pasado. ¿Qué cambiarías?

Quizá muchos de nosotros buscaríamos la forma de cambiar nuestra vida, pero los grandes hombres sueñan con regresar y cambiar el mundo.

Matar al loboes la historia de un general del ejército israelí que, en un futuro cercano, decide construir una máquina para viajar en el tiempo y matar a Adolf Hitler antes de que ocasione la muerte de millares de judíos y de que lleve al mundo a la segunda guerra mundial.

En las últimas páginas encontrarás un cuadro cronológico que relaciona la ficción con los datos históricos reales... al menos tal y como los conocemos en esta dimensión. Al fin y al cabo, ¿quién puede estar seguro de que su pasado ha permanecido siempre inalterado?

El libro plantea interrogantes que todos nos hemos hecho: ¿Si pudiera viajar al pasado y cambiar cualquier cosa, que cambiaría? ¿Acaso yo seguiría siendo el mismo? ¿Realmente puedo cambiar lo que ya ocurrió?

Te propongo un reto: piensa en la posibilidad de que esta mañana hayas muerto en un accidente y que alguien que viajó al pasado haya cambiado las cosas y estés aquí leyendo estas líneas porque ese alguien cambió lo que ya había ocurrido. ¿De verdad moriste? Nunca lo sabrás.

Así pues, lector, te dejo este libro con un solo propósito: que te diviertas aquí y ahora. Aprovéchalo, porque quizás en un futuro no muy lejano alguien piense que este libro nunca debió escribirse y viaje al pasado para evitarlo, o, lo que es peor, impedir que tú lo leas.

El principio

En la madrugada del 1 de septiembre de 1939, exactamente a las 4:00 horas, un acorazado alemán abrió fuego contra la guarnición polaca de Westerplatte. Cuarenta y siete minutos después, una cuadrilla de aviones de la Luftwaffe dejaba caer sus bombas sobre la fortaleza defendida por ciento ochenta hombres.

A las 4:26, tres aviones alemanes habían lanzado bombas para cortar un cable de detonación instalado por los ingenieros polacos para destruir la vía e impedir el avance del convoy blindado lleno de soldados alemanes y piezas de artillería que participarían en la invasión. A pesar del exitoso bombardeo, los defensores polacos volvieron a empalmar los cables e hicieron estallar las estructuras a las 6:30, retrasando el avance alemán.

Pero era tarde. A las seis de la mañana, los aviones de la Luftwaffe ya habían bombardeado la base aeronaval de Puck, produciendo las primeras bajas del ejército polaco. Varsovia estaba bajo ataque. Quince minutos después, los aviones alemanes sobrevolaban el aeropuerto de Cracovia, produciendo más daños.

Durante varias semanas el ataque continuó. Las tropas alemanas tomaron el control de las grandes urbes. Varsovia y las principales ciudades de Polonia estaban destruidas. Grupos de soldados alemanes entraban a los edificios derruidos buscando objetos de valor.

Un joven soldado subió a un segundo piso y encontró una estancia llena de libros. Sobre la mesa había varios de ellos cubiertos por el polvo que había caído del cielo raso durante los bombardeos. De todos, distinguió uno en especial: La máquina del tiempo. Estaba en alemán. Lo reconoció porque había sido uno de los libros que había leído cuando era adolescente. Recordaba que durante mucho tiempo había pensado en lo que haría si pudiera viajar en el tiempo. A su lado había otro libro que llamó su atención: Teoría general de la relatividad, de un alemán apellidado Einstein.

Alguien le había explicado que, según esa teoría, si uno viajaba a la velocidad de la luz el tiempo se detenía, y que si lo hacía aún más rápido era posible viajar en el tiempo. Pero el libro estaba prohibido en Alemania. Sabía que su autor era de una raza impura. Como buen alemán, conocía las Leyes de Núremberg y estaba convencido de que los judíos eran una raza inferior. Con rabia arrojó el libro contra el piso.

En ese momento otro soldado ingresó al recinto.

—¿Hay algo que valga la pena?

—Nada. Solo libros.

—Debemos irnos. El comandante dice que tenemos que llegar a la base antes de que oscurezca —dijo el otro, volviendo a bajar por las escaleras.

—No me tardo...

Tomó unas hojas que reposaban sobre la mesa. En ellas había unos esquemas de algo que parecía una máquina. Tenía anotaciones en polaco. Trató de traducirlo y solo pudo entender que se trataba de algo relacionado con viajes en el tiempo. La mayoría de las hojas tenían ecuaciones matemáticas muy complejas para su compresión.

Sabiendo que debía apurarse, se dirigió a una esquina y usó las hojas como papel higiénico.

El desafío de la maestra Kreutzer

El miércoles 20 de septiembre de 1993 la profesora de literatura Judith Kreutzer comenzó la clase haciendo un recuento de los trabajos que sus alumnos entregaron luego de haber visto la película Jurassic Park. Ella se ufanaba de que en sus clases los estudiantes integraban los hechos cotidianos con la literatura.

La maestra Judith trabajaba en un pequeño colegio hebreo en la ciudad Schaffhausen en Suiza. A pesar de que la institución educativa no era muy conocida, tenía la esperanza de que entre sus alumnos hubiera algunos que sobresalieran un día por su contribución a su pueblo y a la humanidad. Por eso los estimulaba a imaginar el mejor futuro posible. Este día les traía un nuevo desafío.

—A ver, jóvenes: el ejercicio de hoy es escribir una composición literaria. El tema consistirá en describir qué harían ustedes si tuvieran acceso a una máquina del tiempo y pudieran viajar al pasado. Recuerden que ya leímos el libro de H. G. Wells. Quiero que esta vez escriban qué cosa cambiarían del pasado si pudieran, y cómo lo harían.

Los muchachos se miraron entre sí. Algunos odiaban la clase de literatura precisamente porque la profesora les exigía a todos como si fueran unos escritores consumados. No solo les pedía que tuvieran mucha imaginación, sino también una ortografía impecable y un manejo de la gramática como si se tratara de literatos famosos.

—Para que le pongan todo su empeño, el mejor trabajo, el más original, tendrá un premio: quedará eximido del examen final.

Algunos se miraban desconsolados mientras que otros empezaban a planear lo que escribirían. Unos pocos comenzaron a garrapatear en sus cuadernos como si alguna vez se hubieran hecho la pregunta y tuvieran claro qué harían si tuvieran esa posibilidad.

El tiempo de clase trascurrió muy rápido para algunos y muy lento para otros. Al final la campana anunció que era necesario pasar a otra clase. La maestra los tranquilizó. Dijo que les quedaba como tarea terminar la composición en sus casas. Debían pasarla en limpio y entregarla en la siguiente clase. Ella las leería todas y les calificaría el esfuerzo.

Y así lo hizo. A la semana siguiente, la señorita Judith habló de lo contenta que estaba con los textos de la mayoría.

Muchos habían escrito sobre cambiar algo de su pasado. Tina Harper, por ejemplo, había escrito sobre jugar la lotería la semana pasada con los números que sabía que ganarían. En su composición, ella y su familia se harían millonarios. Joseph Schweisser habría impedido que su abuelo saliera a caminar en junio del año pasado y con ello habría evitado que fuera arrollado por un camión. Un alumno que la profesora no quiso identificar habría viajado en el tiempo con las respuestas del examen de álgebra que casi todos perdieron. El plan no solo era ganar el examen sino también vender las preguntas a sus compañeros y hacerse con un dinero extra. Todos en el salón supieron inmediatamente que se trataba de Absalon Pinsker, quien, además de no negarlo, se atrevió a preguntar cuál de ellos estaría interesado en comprar las respuestas. Los estudiantes lo ovacionaron.

Benjamín Goldstein había escrito algo sobre construir una máquina para viajar en el tiempo y matar a Hitler, y así evitar la segunda guerra mundial y el exterminio de millares de judíos. La maestra casi esperaba esto. Ella sabía del viaje que recientemente había hecho el joven Goldstein con su familia a los campos de concentración nazis. Después del viaje, el muchacho ya no era el mismo.

La composición de Benjamín había puesto a pensar mucho a Judith. Su familia había sido diezmada por los nazis. De haber tenido posibilidad de viajar en el tiempo, ella hubiera matado a Hitler con sus propias manos. Pero como maestra tenía la obligación de enseñar que el fin no siempre justifica los medios. Entendía lo que debía estar pasando por la cabeza de Benjamín pero no podía escoger dicho texto como el mejor. No debía promover la violencia ante sus alumnos. Fue una decisión difícil. De todos ellos, Benjamín Goldstein era el estudiante en quien más fe había depositado. Según ella, los hombres comunes soñaban con cambiar su propia vida, los grandes hombres soñaban con cambiar el mundo.

Finalmente, la profesora mostró un texto de una sola hoja y pidió a su autor, Jonas Herzl, que lo leyera en voz alta para el grupo.

Compañeros, mientras ustedes escribían un tonto texto de cómo volver al pasado y cambiar el presente, yo hice de verdad un viaje en el tiempo.

Minutos después de que la profesora Judith Kreutzer puso la tarea de escribir una historia sobre viajar al pasado, yo decidí viajar al futuro. Quise adelantarme hasta nuestra graduación para ahorrarme el tener que estudiar y hacer más tareas. Sin embargo, encontré una cosa aterradora. Nunca llegamos a graduarnos.

Cuando averigüé la causa me enteré de que al terminar la clase en la que la señorita Kreutzer puso esa tarea, el colegio sufrió una tremenda explosión y nadie quedó vivo. En el futuro al que viajé, todos acusaban de la explosión a Abel Grossman, el profesor de química.

No tuve más remedio que volver al pasado y arreglar el asunto. Me devolví en el tiempo al 20 de septiembre de 1993, miércoles, a las 9:30 de la mañana, exactamente una hora antes de que empezara la clase con la profesora Judith.

Escogí esa hora porque era la clase de química con el profesor Grossman y debía impedir los planes de ese científico loco. Quizás todos recuerden que en esa clase yo quebré un frasco en el que había ácido sulfúrico. Ahora pueden entender por qué el profesor se enojó tanto conmigo. No era que yo fuera un incompetente. Lo que ocurrió es que yo frustré sus planes de destruir nuestro colegio y matarnos a todos. Cuando quebré el frasco, evité una tragedia enorme. Fue completamente injusto que el director me llamara a su oficina y hablara con mis padres para que me reprendieran.

Sin que ustedes lo supieran, al regar todo el ácido sulfúrico me convertí en un héroe. Ya sé que nadie jamás me creerá, pero les he salvado la vida a todos. Lo que ustedes recuerdan no fue un acto de torpeza, ni un acto de vandalismo. Fue una acción heroica por la cual deberían estar agradecidos.

Por lo tanto, yo soy quien merezco el premio y ser eximido del examen final de literatura. Además, exijo que tanto el señor Grossman como el director del colegio me ofrezcan disculpas. Gracias a mí, todos ustedes están vivos.

Jonas Herzl

No cabía la menor duda. Jonas merecía el premio a la composición literaria más original. Nadie antes había salvado el colegio como lo había hecho él. Los estudiantes, en un acto de locura colectiva, cargaron al compañero en hombros y lo pasearon por el patio central como si fuera un verdadero héroe. La profesora, a sabiendas de que semejante desorden no era permitido, participó con ellos en la actividad. Era un relato excelente. Judith Kreutzer estaba orgullosa de su alumno.

Birkenau

Benjamín Goldstein estaba contrariado. Solo a su padre se le ocurría hacer un viaje durante las vacaciones a Polonia para mostrarle el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau.

Mientras que Jonas Herzl, su mejor amigo, había ido a un parque Disney, o Tina Harper, la pesada del salón, había hecho un crucero por el Mediterráneo con toda la familia, él, Benjamín Goldstein, había ido a conocer el campo de concentración donde habían torturado y asesinado a miles de judíos. Sabía que su abuelo, antes de morir, le había hecho prometer a su padre que iría con su nieto para que conociera el lugar. Pero para un niño de tan solo trece años eso no parecía justo.

Padre e hijo discutieron. Muchas personas, incluyendo su madre, se opusieron a que se llevara al joven a semejante lugar en vez de llevarlo de vacaciones a otro sitio más agradable, pero el padre de Benjamín, un diplomático israelí de corte conservador, tenía sus propias ideas de lo que debería ser la educación de su hijo. Él creía que conocer la historia de su pueblo lo haría fuerte. Soñaba con que su hijo algún día fuera un gran hombre.

Su padre insistía en que, para su pueblo, el pasado tenía otra connotación.

—Mira, Ben: nuestro pasado es lo que nos ha llevado a ser lo que somos ahora. El viaje no lo haremos para conocer el pasado. Lo haremos para que entiendas tu futuro. Cuando cualquier día de tu presente decidas mirar atrás, descubrirás que no estás viendo tu pasado, sino las bases de tu futuro.

Benjamín lo entendía, pero hacer un viaje a un sitio donde se habían cometido tantos horrores no era su ideal de vacaciones. Hubiera disfrutado más ir a cualquier otro sitio.

A pesar de todas las oposiciones, Benjamín un día se vio ante una entrada con letras forjadas en hierro que decían: Arbeit macht frei, las palabras que su abuelo repetía como si fuera una maldición: “El trabajo os hará libres”.