Matrimonio de verdad - Karen Rose Smith - E-Book
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Matrimonio de verdad E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

¿Podría un matrimonio de conveniencia convertirse en un amor que durara toda la vida? Parece que últimamente en Rust Creek Falls no se habla más que de parejas que se enamoran y se comprometen. Pero esta última las supera a todas. ¡El doctor Brooks Smith, nuestro veterinario favorito, el soltero más recalcitrante de todo Montana, también va a casarse! El hecho de que haya escogido a Jazzy Cates, su nueva asistente y natural de Thunder Canyon, ha desatado los rumores. Se comenta que este "matrimonio por amor" es en realidad una unión de conveniencia. Pero tal vez la dulce Jazzy tenga algo más en mente…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Matrimonio de verdad, n.º 94 - octubre 2014

Título original: Marrying Dr. Maverick

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5605-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

BROOKS Smith llamó con fuerza a la puerta de la casa del rancho, escudriñando la familiar propiedad en la penumbra.

Su padre no respondió al instante, y Brooks pensó en volver a la clínica veterinaria, pero entonces oyó unos pasos y esperó, preparándose para aquella conversación.

Cuando su padre abrió la puerta se le quedó mirando, desde la barba incipiente que parecía estar presente desde la inundación, hasta las botas cubiertas de barro. Ocuparse de animales grandes requería a veces atravesar el campo.

—No sueles llamar a mi puerta los martes por la noche. ¿Tienes algún problema para el que necesites mi ayuda?

Barrett Smith era un hombre de pecho ancho, pelo gris y mejillas sonrojadas. Brooks, que medía dos metros, le sacaba un par de centímetros. Su padre había engordado otros cinco kilos en el último año, y Brooks se dio cuenta de que tendría que haberse preocupado de aquello con anterioridad.

El tono de su padre encerraba una nota desafiante, como sucedía desde que se separaron. Pero Brooks era un veterinario con cuatro años de experiencia a sus espaldas, y no le pedía consejo a su padre en cuestión de animales, y lo cierto era que últimamente en ningún tema.

—¿Puedo pasar?

—Claro.

Brooks entró en el salón en el que había jugado de niño. Las alfombras de estilo Navajo estaban ahora desgastadas, el suelo lleno de arañazos.

—Solo tengo unos minutos —le advirtió su padre—. Todavía no he dado de comer a los caballos.

—Entonces iré directo al grano —Brooks se quitó el sombrero vaquero y se pasó la mano por el pelo, consciente de que aquella conversación iba a ser difícil—. Me he encontrado con Charlie Hartzell en la tienda.

Su padre esquivó la mirada.

—¿Y?

—Me dijo que cuando se pasó por aquí el fin de semana, no te vio muy bien.

—No sé a qué se refiere —murmuró su padre sin mirarle a los ojos.

—Dijo que cargaste con un cubo de avena hasta la cuadra y que estabas pálido y jadeante. Se te cayó el cubo y estuviste a punto de desmayarte.

—Cualquiera puede tener un accidente. Después bebí un poco de agua y me recuperé.

Según Charlie, aquello no era verdad, pensó Brooks. El amigo de toda la vida de su padre se había quedado una hora más para asegurarse de que a Barrett no le diera un síncope.

—Trabajas demasiado —insistió Brooks—. Si me dejaras ocuparme de tus pacientes, podrías retirarte, dedicarte a los caballos y ayudarme todo lo que quisieras.

—No ha cambiado nada —afirmó Barrett enfadado—. Sigues sin dar muestras de querer sentar la cabeza.

Aquella era una discusión antigua que había empezado cuando Lynnette rompió su compromiso justo antes de que Brooks se graduara en la Escuela de Veterinaria de Colorado. Aquella noche lejana, su padre quiso hablar del tema con él, pero Brooks, que tenía el orgullo herido, le pidió que lo dejara estar. Barrett no le hizo caso. Frustrado, su padre estalló, algo habitual en él. Lo que no era habitual fue la amenaza que le lanzó: no dejaría de ejercer ni le entregaría el negocio a Brooks hasta que su hijo encontrara una mujer que se quedara a su lado y construyeran juntos una casa en la tierra que su abuela le había dejado.

—El terreno de tu abuela sigue ahí, y no hay signos de construcción —continuó su padre—. Ella también quería que echaras raíces. Por eso te dejó esa tierra. Hasta que te cases y te plantees al menos tener hijos, no dejaré de trabajar. Y tú puedes ocuparte de tus propios asuntos.

Brooks podía morder el anzuelo. Podría discutir con su padre como había hecho con anterioridad. Pero no quería que a su padre le subiera la tensión, así que decidió mantener la calma.

—Puedes lanzarme un ultimátum si quieres, pero no se trata de mí. Se trata de ti. No puedes seguir trabajando tanto como llevas haciendo desde la inundación. Seguramente no estás comiendo como debes, solo te alimentas de rosquillas y de patatas fritas que compras en la tienda.

—¿Estás espiando lo que compro?

—Por supuesto que no. Estoy preocupado por ti.

—Pues no lo estés. Preocúpate de ti mismo. Preocúpate de la vida que no tienes.

—Tengo una vida, papá. La vivo a mi manera.

—Sí, bueno, dentro de veinte años me cuentas cómo te ha ido. Voy a salir. Ya sabes dónde está la puerta.

Cuando su padre se dio la vuelta para marcharse, Brooks supo que aquella conversación había sido inútil. Sabía que seguramente no tendría siquiera que haber ido. Tenía que encontrar la manera de que su padre se diera cuenta de cómo se le estaba deteriorando la salud. Y la encontraría.

Jasmine Cates, Jazzy para los amigos y la familia, estaba fuera del Ace in the Hole, el único bar de Rust Creek Falls, mirando hacia el desgastado cartel de madera. Miró a su alrededor, hacia la calle casi desierta, confiando en ver a su amiga Cecilia, que estaba en una reunión comunitaria. Se suponía que debían encontrarse allí.

El Ace in the Hole, situado al norte del pueblo, no había resultado afectado por la devastadora inundación de julio, pero Jazzy no se sentía demasiado cómoda entrando allí sola. Era un lugar de encuentro para vaqueros, un sitio en el que se reunían los hombres solteros para relajarse. Pero cuando se relajaban, se podía desatar un infierno. Jazzy había oído que de vez en cuando había peleas de bar allí dentro.

Sentía como si se hubiera desollado la piel en la ducha de la posada Strickland en un intento de quitarse el polvo de una desastrosa cita. Se quedó mirando la gigantesca carta que había encima de la puerta, un as de corazones que brillaba con luz de neón. Tras subir los dos escalones de madera desgastada, abrió la puerta de goznes chirriantes y la cerró tras de sí. De la gramola salía una melodía country. Había mesas con sillas de madera pegadas a la pared y alrededor de la pista de baile. Jazzy miró las mesas de billar que había al fondo. De las paredes colgaban fotos del Antiguo Oeste y de ranchos locales. A la derecha había una barra con taburetes. Un espejo de pared reflejaba las filas de botellas de cristal.

Vaqueros y trabajadores de los ranchos ocupaban las mesas, y unos cuantos la miraron de un modo que daba a entender que podrían estar interesados en hablar… o en algo más. Jazzy miró hacia la barra. Había un taburete libre, y estaba al lado de…

¿No era aquel el doctor Brooks Smith? No le conocía oficialmente, pero durante su trabajo como voluntaria, ayudando a los dueños de los ranchos a pintar y reparar, le había visto de vez en cuando ocupándose de los animales. Le gustó el modo en que se ocupó de un caballo herido. Fue respetuoso y cariñoso con el animal.

Con la decisión tomada, se acercó a la barra y ocupó el taburete de al lado suyo. Brooks tenía un aspecto sexy y algo descuidado aquella noche. Era alto, delgado y de hombros anchos. Normalmente le dedicaba una sonrisa a todo el que se le acercaba, pero ahora tenía una expresión de granito y los puños apretados. No parecía ni que hubiera tocado la cerveza.

Como si presintiera su mirada, y tal vez su curiosidad, se giró hacia ella. Sus miradas se encontraron, y la intensidad de sus ojos marrones le hizo saber que había estado pensando en algo importante. Brooks deslizó la vista por su cabello rubio, la blusa de botones y los vaqueros, y aquella intensidad se transformó en admiración masculina.

—Puede que esta noche necesites guardaespaldas —bromeó Brooks—. Eres la única mujer del bar.

Él podría ser su guardaespaldas cuando quisiera. Jazzy borró aquel pensamiento al instante. Recordó haber escuchado en alguna parte que no salía mucho con mujeres.

—He quedado con una amiga —le tendió la mano—. Tú eres Brooks Smith. Soy Jazzy Cates. Te he visto trabajando en los ranchos.

Él se la quedó mirando otra vez.

—Eres una de las voluntarias de Thunder Canyon.

—Así es —afirmó Jazzy con una sonrisa, contenta de que la hubiera reconocido.

Cuando Brooks le tomó la mano para estrechársela, Jazzy sintió un escalofrío en el brazo. Aquello no podía ser. Había estado casi prometida a un hombre y no había sentido aquellos escalofríos. Brooks tenía la mano fuerte, firme y cálida, y ella se sintió… extraña.

—Todo el pueblo agradece vuestra ayuda —afirmó Brooks.

—Rust Creek Falls es una comunidad muy unida. He escuchado historias sobre lo sucedido después de la inundación. Todo el mundo compartió lo que tenía en la nevera para que nadie pasara hambre.

Brooks asintió.

—Fue Collin Traub quien alentó ese espíritu comunitario en todos.

—He oído que se le declaró a Willa Christensen en Main Street, pero no lo vi con mis propios ojos.

A Brooks se le oscureció la mirada cuando mencionó lo de la declaración, y Jazzy se preguntó por qué.

—Willa y él parecen felices —se limitó a decir.

Así que al hombre no le gustaba cotillear. Eso le gustaba. Le gustaban muchas cosas de él. Comparado con el vaquero con el que había salido antes aquella noche…

En aquel momento sonó una melodía country muy enérgica que les distrajo momentáneamente.

—¿Vienes mucho por aquí? —le preguntó entonces Jazzy.

—Vivo y trabajo sobre todo en Kalispell, así que normalmente no tengo mucho tiempo. Pero de vez en cuando quedo con algún amigo aquí.

Kalispell estaba a unos treinta kilómetros de allí, y era el destino de todos los habitantes de Rust Creek Falls para todo lo que no encontraban en el pueblo.

—Entonces, ¿pasas consulta en Kalispell?

—Sí, trabajo con otros compañeros. Pero nos llamaron para venir a ayudar aquí porque mi padre no podía con todo.

Jazzy había oído que el padre de Brooks pasaba consulta en Rust Creek Falls y dio por hecho que padre e hijo trabajaban juntos. Sentía curiosidad. Ella, desde luego, sabía lo que eran las complicaciones familiares.

—Supongo que ya no te necesitarán tanto, el pueblo se está levantando.

—No tanto como antes, pero todavía hay animales recuperándose de la inundación. ¿Y qué me dices de ti? ¿Sigues limpiando barro de las casas afectadas por la inundación?

—Sí, pero también estoy trabajando en la escuela.

—Es verdad, ahora me acuerdo. Viniste con el grupo de Dean Pritchett.

—Dean es amigo de la familia desde hace muchos años. Fue uno de los primeros voluntarios que se ofreció a ayudar.

—¿Cuánto tiempo puedes estar fuera de Thunder Canyon?

—No estoy segura —como Brooks era un desconocido, se vio diciéndole lo que no podía decirle a alguien más cercano a ella—. Estaba estancada en mi trabajo. Necesito un máster en empresariales para subir de categoría y he estado ahorrando para ello. Vine aquí a ayudar, pero también para escapar de mi familia. Necesitaba un cambio.

—Lo entiendo —afirmó Brooks asintiendo con la cabeza—. Pero sin duda te echan de menos en casa, y una mujer como tú…

—¿Una mujer como yo?

—Supongo que tendrás a alguien especial allí esperándote.

Jazzy pensó en Griff Wellington y en el compromiso que él quería proponerle, un compromiso que ella había evitado rompiendo la relación. Su familia trató de convencerla de que debería casarse con él, pero algo en su interior le dijo que había hecho bien. Griff había sufrido y Jazzy se sintió fatal por ello, pero no podía atraparlos a ambos en una relación que ella sabía que no funcionaba.

Tal vez fuera la forma de ser relajada de Brooks, tal vez fuera el interés de su mirada, tal vez el modo en que la escuchaba, pero Jazzy admitió:

—No hay nadie especial. De hecho, esta noche tenía una cita y he acabado aquí.

—No lo entiendo. Si tenías una cita, ¿por qué no está él aquí contigo?

—Es un vaquero de rodeos.

Brooks se inclinó un poco más hacia delante para escucharla por encima de la música. Sus hombros rozaron los suyos y Jazzy sintió punzadas de calor por varias partes del cuerpo.

—¿Y qué tiene que ver eso con vuestra cita?

—La cita consistía en ir a un rodeo a echarle el lazo a un becerro.

Brooks se subió el sombrero con el dedo.

—¿Qué?

—Lo que has oído. A él le pareció que sería divertido enseñarme a lo que se dedicaba. Eso habría estado bien, pero luego quiso que lo hiciera yo. Sí, sé montar. Sí, me encantan los caballos. Pero nunca antes había intentado echarle el lazo a un becerro, así que lo intenté. Había barro por todas partes, me resbalé, me caí y me quedé cubierta de barro de los pies a la cabeza.

Brooks se rio entonces. Fue una risa profunda y sincera que pareció atravesarla con su eco. Le gustaba hacerle reír. Le dio un golpe cariñoso en el brazo.

—No fue tan gracioso cuando estaba ocurriendo.

Brooks sonrió con gesto inocente.

—¿Qué le hizo pensar que te gustaría intentarlo?

—No tengo ni idea, excepto que le dije que me gustaban los caballos. Traté de mostrar interés por lo que él hacía, y le hice preguntas al respecto.

—¿Era vuestra primera cita? —preguntó Brooks.

—Y la última —respondió Jazzy.

—Pero no la última cita de tu vida.

Ella suspiró.

—Seguramente no.

¿Estaba pensando en pedirle salir? ¿O solo se trataba de un coqueteo?

—Así que has venido aquí a reunirte con una amiga y desahogarte por todo lo que ha pasado —concluyó él.

—¡Dios mío, un hombre que comprende a las mujeres!

Brooks se rio otra vez.

—Bueno, no tanto.

Jazzy se preguntó a qué se refería.

—Cuando estoy en casa, a veces me desahogo con mis hermanas.

—¿Cuántas tienes?

—Cuatro hermanas, un hermano y unos padres que creen saber qué es lo mejor para mí.

—Tienes suerte —aseguró Brooks.

—¿Suerte?

—Sí, yo soy hijo único. Y perdí a mi madre hace mucho.

—Lo siento.

Brooks se encogió de hombros.

—Eso ya es agua pasada.

Pero hubo algo en su tono que indicaba que no era así, por lo que le preguntó:

—¿Estás unido a tu padre?

—Él es la razón por la que estoy aquí esta noche.

—¿Para encontrarte con él?

—No —Brooks vaciló, y luego añadió—, hemos tenido otra pelea.

—¿Otra?

Brooks hizo una pausa antes de decir:

—Mi padre no se está cuidando, y yo no puedo darle lo que más quiere.

Jazzy solía decir en su casa lo que pensaba, y la mayor parte de las veces nadie la escuchaba. Pero ahora preguntó:

—¿Y qué es lo que quiere?

—Quiere que me case, pero nunca lo haré.

¡Vaya! Jazzy quería hacerle la pregunta más importante: «¿Por qué?». Pero acababan de conocerse oficialmente y sabía que no debía indagar demasiado. Ella lo odiaba cuando su familia lo hacía.

Sus preguntas debieron hacerle creer a Brooks que él también podía preguntarle cosas, porque volvió a inclinarse hacia ella. Esta vez tenía el rostro muy cerca del suyo cuando le preguntó:

—¿Y en qué consistía el trabajo que has dejado?

Jazzy dejó escapar un suspiro y dijo:

—Era secretaria.

—Secretaria —murmuró él observándola—. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Rust Creek Falls?

—Ya llevo aquí bastante, así que supongo que regresaré pronto. Trabajo en el hotel de Thunder Canyon. Formo parte del grupo de asistentes que se encargan de todo lo relacionado con el esquí. Había acumulado muchos días de vacaciones, pero ya se han acabado. No quiero utilizar todos mis ahorros porque quiero ahorrar para el máster. Algún día tendré mi propio rancho y dirigiré una organización benéfica dedicada a rescatar caballos.

Brooks volvió a inclinarse hacia ella y la observó como si estuviera tratando de discernir todos los pensamientos de su cabeza, como si dudara de que le estuviera contando la verdad. Por supuesto que era verdad. Hacía tiempo que su objetivo era tener un rancho de rescate.

—¿Cómo empezaste con eso del rescate de caballos?

—Ayudo a una amiga que lo hace.

Brooks le dio un par de largos sorbos a la cerveza y luego dejó el vaso en la barra torciendo el gesto.

—Ni siquiera te he ofrecido invitarte a algo de beber. ¿Qué te apetece?

—Una cerveza estaría bien.

Brooks llamó por señas al camarero, y Jazzy tuvo enseguida una espumosa cerveza delante. Aquello parecía una cita, pero no lo era. Le gustaba la sensación.

La música de la gramola se había detenido, y Jazzy oyó el sonido de las conversaciones, las risas y el ruido de los platos cuando una camarera le sirvió a un vaquero una hamburguesa en la mesa.

Finalmente, como si Brooks hubiera llegado a alguna especie de conclusión, se dio la vuelta en el taburete y la miró.

—Si tuvieras un trabajo en Rust Creek Falls, ¿te quedarías más tiempo?

Jazzy no sabía dónde quería llegar, ya que en el pueblo había muy pocos puestos de trabajo. Pero le dijo la verdad.

—Tal vez.

—¿Te gustaría trabajar como secretaria y asistente personal mía?

—No lo entiendo. Acabas de decirme que pasas consulta veterinaria en Kalispell.

—Esta noche he tomado una decisión. Solo hay una manera de evitar que mi padre se agote físicamente, y es llevándome a algunos de sus clientes. Si abro una consulta en Rust Creek Falls, puedo asumir la carga de mi padre y al mismo tiempo demostrarle que puede confiar en mí tanto si me caso como si no.

Jazzy admiraba lo que Brooks quería hacer por su padre. Tal vez trabajar con él podría suponer un avance en su vida. Aprendería mucho.

—¿Puedo pensármelo al menos hasta mañana?

—Claro. Tómate un par de días. ¿Por qué no me acompañas a mis visitas pasado mañana y te haces una idea de lo que hago? Tengo cosas que hacer en Kalispell, pero luego podemos pasar el día juntos para que veas cómo trabajo.

Cuando Jazzy miró a los oscuros ojos de Brooks, sintió algo en lo más profundo de su ser. En aquel momento fue como si el mundo desapareciera.

Podrían haberse quedado toda la noche mirándose a los ojos, pero…

Cecilia Clifton estaba de pronto al lado de Jazzy diciendo:

—Tendrías que haber venido a la reunión. El pueblo está haciendo planes para las vacaciones —cuando miró a Brooks, se detuvo y contuvo el aliento—. Ah, hola.

Sí, Brooks podía dejar a una mujer sin aliento. Jazzy pensó otra vez en su proposición.

—Me gustaría ser tu sombra durante un día y ver qué haces.

Brooks sonrió, y ella también. Tenía la sensación de que pasado mañana iba a ser un día para recordar.

Capítulo 2

DOS días más tarde, Brooks detuvo la camioneta frente a la posada Strickland, una construcción victoriana de cuatro plantas algo ruinosa. La pintura, antes color púrpura, se había desteñido hasta quedarse en un gris lavanda. Los vaqueros del circuito de rodeos se habían alojado allí durante años, pero en aquel momento estaba ocupada principalmente por los muchos voluntarios de Thunder Canyon que estaban allí para ayudar al pueblo. Melba y el viejo Gene Strickland se ocupaban de sus huéspedes a la vieja usanza.

Brooks apagó el motor y pensó que debía estar loco por haberle pedido a Jazzy Cates que trabajara para él. No sabía nada de ella a excepción de lo que lo había contado la propia Jazzy. Había seguido a su instinto, como solía hacer en su trabajo, pero eso no significaba que fuera a acertar. Después de todo, con Lynnette se había equivocado mucho. Creía que era una mujer que entendía la fidelidad y la lealtad hacia su hombre, pero se había equivocado de cabo a rabo.

Sin embargo, sabía que era un acierto abrir su propia consulta veterinaria y hacerse cargo de parte del trabajo de su padre. Después de todo, lo hacía por su bien. Sin embargo, pedirle a Jazzy que se implicara en aquella aventura…

Era muy guapa. Tenía el cabello rubio y los ojos azules. Cuando se miró en aquellos ojos sintió una punzada que le asombró. Hacía mucho tiempo que una mujer no provocaba una reacción así en él. Sin embargo, si la contrataba, tendría que olvidarse de su belleza y de cualquier atracción que pudiera surgir entre ellos. Sería su jefe, y tendría que acostumbrarse al hecho de que ella trabajaba para él, aunque solo fuera temporalmente. Tal vez Jazzy decidiera volver a Thunder Canyon antes de lo esperado. Después de todo, Lynnette no había querido vivir en un pueblo tan pequeño como Rust Creek Falls. ¿Cuántas mujeres querrían hacerlo?

Los escalones de madera que llevaban al porche crujieron bajo sus botas. Abrió la puerta de entrada con su cortina de encaje y aspiró el aroma de algo dulce que se estaba horneando. Sin pensar en la reputación de Melba como gran cocinera, Brooks había comprado unas rosquillas y café en la panadería de Daisy pensando que Jazzy no habría desayunado todavía.

Ella le había dicho el número de su habitación, la 2D en el segundo piso. Brooks subió las escaleras y enfiló por el pasillo. Llamó a la puerta con los nudillos y esperó. Tal vez Jazzy hubiera olvidado que había quedado con él. Tal vez no se levantara temprano. Tal vez estuviera abajo desayunando. Tal vez había decidido que ir con él iba a ser una experiencia similar a la de echarle el lazo a un becerro.

Jazzy abrió la puerta en aquel instante. Iba vestida de un modo similar al de la otra noche, con una blusa de manga larga y vaqueros ajustados que le moldeaban las piernas. Brooks alzó la vista al instante hacia su rostro.

—Me he retrasado un poco —jadeó ella—. Pero ya estoy lista.

Se había recogido la rubia melena en una coleta. El flequillo le cubría la frente. Olvidarse de lo guapa que era le iba a costar mucho trabajo.

—He comprado rosquillas y café, por si te apetece.

—Sí, claro que me apetece.

Parecía que no podían apartar los ojos el uno del otro, y fue como si las palabras de Jazzy tuvieran un doble sentido. Pero nada de doble sentido. Lo que ocurría era que llevaba mucho tiempo sin salir con una mujer. Estaba viendo lo que no había en aquellos ojos azules capaces de hacer perder la cabeza a cualquier hombre.

Brooks nunca perdía la cabeza. No lo hacía desde que murió su madre. No lo hizo durante sus años en la Universidad de Colorado ni durante su compromiso. Su frialdad había sido la razón por la que su compromiso se había ido al garete.

—Entonces vamos. He quedado con Sam Findley en su rancho a las siete y media para ver cómo están un par de caballos que casi se ahogan durante la inundación. Uno de ellos tiene síndrome postraumático y se asusta con cualquier cosa.

—¿Resultaron heridos físicamente? —Jazzy cerró la puerta de su habitación con llave y luego se la guardó en el bolso que llevaba al hombro.

—Sparky se hizo unos cuantos cortes profundos que han tardado bastante tiempo en curarse. Quiero asegurarme de que no se le han vuelto a abrir.

—¿La mayor parte del tiempo trabajas con caballos?

—Sí, con caballos y con ganado, es lo que hay en los ranchos de por aquí. Pero también tengo clientes en la clínica. O al menos los tenía.

Al final del pasillo, Brooks le hizo una seña para que le precediera. Cuando pasó por delante de él, captó la esencia de algo floral. Podía ser el champú, o colonia. No había imaginado que se pondría perfume para aquella pequeña excursión, pero las mujeres nunca dejaban de sorprenderle.

Jazzy bajó las escaleras de un modo que le hizo saber que se trataba de una mujer enérgica. Salió al porche y se quedó mirando el cielo, que tenía el mismo color de sus ojos. Señaló hacia un grupo de nubes en la lejanía. Estaban tan bajas que daba la impresión de que podían tocarse con la mano.

—¿No es precioso? Antes no apreciaba los días sin lluvia tanto como ahora.

No solo era guapa. Era preciosa. No como una modelo inalcanzable, sino al estilo de la chica más guapa del pueblo. Brooks salvó la distancia que los separaba y se apoyó a su lado en la barandilla.

—Sé a qué te refieres. Yo nunca había visto tanta devastación. La mitad del pueblo resultó afectada. Gracias a Dios que tenemos colinas. La tienda, la panadería y la posada están en la zona alta. El otro lado de Rust Creek está todavía recuperándose. Hacia allí es donde nos dirigimos.

Estar allí al lado de Jazzy, con el brazo rozándole el suyo, hablando del cielo y de la inundación, le resultaba demasiado íntimo en cierto modo. Extraño. Tenía que estar atento.

Jazzy le dirigió una de sus sonrisas fugaces. Había visto algunos ejemplos la noche que estuvieron en el bar del pueblo. Luego se dirigió hacia los escalones. Era una mujer que sabía cómo moverse. Una mujer decidida.

Una vez en la camioneta, Brooks dijo:

—No has traído chaqueta. Aunque todavía hace buen tiempo, por las mañanas ya hace fresco. ¿Quieres que ponga la calefacción?

Jazzy le miró de reojo y señaló el café que estaba en el reposavasos del coche.

—Si uno de esos es para mí, no necesito nada más.

—¿Rosquilla ahora o más adelante?

—Una ahora no me vendría mal.

Brooks se rio entre dientes y rebuscó en la bolsa que tenía detrás.

—Aquí hay también azúcar y leche.

Observó cómo Jazzy se servía dos paquetitos de leche en el café y le añadía el sobre entero de azúcar.

—Busca en la bolsa hasta que encuentres lo que quieres.

Jazzy sacó una rosquilla cubierta de chocolate, le dio un mordisco y luego le guiñó el ojo a Brooks.

—Perfecto.

Brooks sintió que el cuerpo se le ponía tenso, que la sangre le circulaba más deprisa, y agarró rápidamente su vaso de café. Tras unos cuantos sorbos con los que se escaldó la lengua y la garganta, sacó una rosquilla rellena de crema de la bolsa y le dio un mordisco. Se dio cuenta de que Jazzy le estaba observando.

—Las rosquillas de Daisy son las mejores —murmuró ella sin aliento.

A él también le faltaba el aliento. Ya era suficiente café y suficientes rosquillas. Había llegado el momento de centrarse en el trabajo. Centrarse era la clave.

Diez minutos después, Jazzy se preguntó si habría dicho algo malo, porque Brooks había cerrado por completo el grifo de la conversación. Estaba actuando como si la carretera fuera un enemigo que había que conquistar. Supuso que estaba bien así. Comer rosquillas con él había sido un poco… pegajoso. Había viso en sus ojos algo que la había excitado de un modo que Griff nunca había conseguido. Aquello era una tontería. Si iba a trabajar con Brooks…

Pero no lo había decidido todavía.

Brooks se desvió hacia la izquierda y tomó un camino lleno de baches que habían rellenado con grava. Sí, como en muchas calles de Rust Creek Falls, todavía había muchos agujeros. Los equipos de pavimentación habían tratado de hacerlo lo mejor posible, pero el dinero y la mano de obra eran limitados. Había muchos pinos por toda la propiedad. Los arces, los álamos y los alerces estaban cubiertos del dorado y el rojo de octubre. Jazzy y Brooks se bajaron de la furgoneta y se dirigieron a una enorme cuadra blanca.

—¿El señor Findley tiene ganado? —preguntó Jazzy para acabar con la incomodidad y empezar una vez más una conversación.

Brooks respondió sin vacilar.

—No, ganado no. El modo de vida de Sam no quedó afectado como el de otros. Él es guía de naturaleza salvaje. Cazadores y turistas se quedan a dormir en la granja, y detrás tiene dos cabañas. Él se queda aquí si tiene huéspedes femeninas que prefieren estar solas en la casa.

—Parece todo un caballero.

Brooks se encogió de hombros.

—Es un buen negocio. La reputación aquí es muy importante. Pero supongo que en Thunder Canyon es igual.

—Lo es.

Un hombre alto, guapo, de pelo negro y ojos grises salió a recibirles a la puerta de la cuadra. Brooks presentó a Jazzy.

—Es una de las voluntarias de Thunder Canyon, pero hoy va a pasar el día conmigo.

Cuando Sam le abrió la puerta a Jazzy, dijo: