Me has matado - Julia Isabel Castro Rodríguez - E-Book

Me has matado E-Book

Julia Isabel Castro Rodríguez

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Beschreibung

 "Para unos tan sabia, para otros tan inoportuna. Para mí, no hay palabras que te describan, Maldita Muerte" Después de perderlo todo y de hacer un pacto con la Muerte, Leonard Latus decide emprender un viaje infortunio, donde deberá enfrentarse a sus peores demonios, con pruebas épicas que superar y miles de sombras por destruir; para encontrar la luz y aquel elemento que le devuelva lo que la Parca le arrebató. Porque para él, perder un juguete, que quizás con el tiempo se pueda reponer, es triste y doloroso, pero perder a quien más se ama, es ser un alma en pena. ¿Has conocido el verdadero amor? ¿Has sentido el frío áspero del dolor de la pérdida? Si te dijeran que hay un camino para lograr lo impensable... ¿SERÍAS CAPAZ DE RETAR A LA MUERTE?

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Julia Isabel Castro Rodríguez

Santiago Barón Ortiz

Me has matado

Tropus

El dueño de las sombras

1ª edición en formato electrónico: febrero 2023

© Julia Isabel Castro Rodríguez y Santiago Barón Ortiz

© Ilustraciones de Julia Isabel Castro Rodríguez y Santiago Barón Ortiz

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Montaje de cubierta: TastyFrog Studio

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-126743-1-6

THEMA: FM 2ADSL

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

Julia Isabel Castro Rodríguez

Santiago Barón Ortiz

Me has matado

Tropus

El dueño de las sombras

¿Quién es la persona más importante para ti?

¿Atravesarías la línea blanca al final del túnel por alguien?

¿Has conocido el amor de verdad?

Pues gracias a ustedes, nosotros sí sabemos quien es la persona más importante en nuestras vidas.

Por ustedes atravesaríamos la línea blanca al final del túnel.

Por ustedes hemos conocido el amor de verdad.

Para ustedes, Familia Castro Rodríguez y Ortiz Lizarazo.

Por enseñarnos las maravillas del universo de la mano de Dios y,

brindarnos su compañía para terminar de descubrirlo.

Este es el resultado de una gran inspiración, la cual nos enseña que, un para siempre, sí existe.

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Prólogo

—¿Por que has llegado tan pronto a cumplir tu misión? —Esa pregunta cerró su garganta, expulsando toda su desesperación en gotitas de sal, las cuales se deslizaban lentamente por su mejilla—. ¿No podías haber estado un poco mas? Tú ni siquiera tienes corazón, ¡¿cómo eres tan vil de venir y llevarme en este momento tan valioso para mí?!

¿Atravesarías la línea blanca al final

del túnel por alguien?

Soled estaba arrodillada implorando unos segundos más de vida, mientras La Muerte la acariciaba y consolaba para hacer su partida menos dolorosa, cuando una sombra que helaba la piel, cruza a sus espaldas.

Por temor, la mujer calló y fue doblegada.

Leonard Latus, un famoso chelista en la cima de su carrera, ve como todos los reflectores se apagan y, ahogado en llanto, pide a La Muerte que no se lleve lo que tanto ama, cuando una sombra que helaba la piel, a sus espaldas le susurra:

—Ella no es quien lo decide.

Pero aquella sombra recibe el repeluzno de vuelta, cuando es retada por las palabras de Latus.

—Te invoco y te reto para que me devuelvas lo que me has quitado. Arrebataré de tus garras todo lo que me pertenece, porque la muerte no es como dicen, ella es mucho peor.

—Ja, ja, ja, ja, ¡¿TE CREES MUY VALIENTE?!

—Dicen que los guerreros están extintos, que los buenos de corazón murieron en guerras pasadas; pero, sobre todo, que el amor verdadero ya no existe, que es un tema demasiado molido, empero, no soy el más valiente, tampoco he hecho gran hazaña; lo más arriesgado que he hecho y volvería a hacer, es morir e ir por ella, porque cuando se lucha o se muere por amor, no es un acto de rebeldía, es ir por la parte de tu corazón que se fue con ella.

—Pero yo no soy malo, por lo contrario, soy tu amigo. Yo te puedo ayudar… —Al mismo tiempo que extendía su mano.

—Me la quitaste, no sé en qué lugar está, pero te juro que lucharé para traerla de vuelta..

“TÚ ESTÁS EQUIVOCADO, NO ES LA MUERTE QUIEN VIENE POR TI”.

Capítulo 1

Un aturdidor trueno partía el cielo en diminutos pedazos, y un par de implacables rayos doblegaban los árboles y todo a su paso, mientras los relámpagos alumbraban de forma intermitente cada una de las casas a su alrededor. La tormenta que azotaba este lugar, nadie puede decir haberla presenciado antes. No hay ser humano que se atreva a comparar este momento o decir que lo ha vivido, porque aquel mentiría desmesuradamente, y las palabras se quedarían escasas para describirlo. Tanto así, que las ventanas cimbraban, y dicen que muchos resguardados en sus casas se santiguaban, supuestamente asegurándose de que si era el fin del mundo fueran salvos. A pesar de ello, una personita aguardaba con fe de que todo pasaría, aunque su casa era más azotada por la torrentosa lluvia que otras. Esta morada tambaleaba y sufría, y era aquella habitada por Soled, una solitaria mujer embarazada.

La situación parecía sin esperanza, pero Soled, con toda la calma y con toda la templanza que solo una madre puede tener, protege a su pequeño retoño. No quiere que nada la asuste. Por ello, posa sus manos en su vientre y le susurra palabras dulces. Con todo ello, no quería hacerse la ciega, ni negarse a sí misma, de que la muertevenía por ella. No sabía cómo, pero simplemente lo sabía. No estaba dispuesta a perder la calma por aquello que asustaba a muchos allí afuera. Por eso, con una dulce sonrisa trazada en sus finos labios, su cabellera recién peinada, y telas de seda perladas que arropaban su cuerpo apacible, acaricia su vientre. El universo entero sabía que estaba lista para ser madre; de su corazón y alma brotaba el más dulce significado de AMOR.

Bajó levemente la vista hacia su retoño creciente. Era el regalo más hermoso que su esposo le podía haber dejado. Sus manos la saludaban con el espectacular brillo de la joya que consumía su pacto matrimonial. La ternura que emanaba de su ser era tangible para cualquier persona que pudiera ver semejante escena onírica y extraordinaria. Una lágrima entrañable mostraba su decisión por luchar. La muerte le había arrebatado a su amado, pero había puesto en su lugar el fruto de su amor genuino y primaveral.

—No temas a la frialdad del mundo, mi pequeña. Yo estaré siempre a tu lado para protegerte, corregirte, consentirte, asegurarte de que todo va estar bien y demostrarte cómo el amor puede transformar a cualquier ser. No tengas miedo, porque yo te he esperado ansiosa estos maravillosos meses y estás pronta a tocar mi piel y yo la tuya, sentir la calidez de tu ser y ver la inocencia atravesando las ventanas de tu alma.

Terminando de esbozar estas dulces palabras, un nuevo rayo, justo en la puerta, ahora inquieta un poco su ser. Las luces naturales y artificiales que alumbraban aquel recinto se apagaron. El momento se tensaba, pero la madre intentaba guardar completa calma.

Sonidos de pesadas cadenas a rastras, acompañadas de fuertes lamentos como si fueran almas en pena, encerradas por un hálito de frío, seguido de un silencio estremecedor, hacen palpar la respiración lenta y profunda de Soled.

La rama de un árbol era casi quebrantada, o eso era lo que Soled creía ver por la ventana que daba a la calle. No sabía si su mente le estaba haciendo una mala jugada, porque aquella supuesta rama comenzó a tornarse en una inmensa mano cadavérica que tambaleaba con fuerza, para posteriormente ir tomando forma de una demencial sombra amorfa que encerraba todo el lugar.

Soled intentaba seguir conservando la calma, hasta que aquella sombra, envuelta en una interminable capa oscura, encorvándose por la ventana, y mirándola fijamente con sus ojos poseídos por el mal y consumidos por voraces llamas, con voz espasmódica, detenidamente le susurra:

—¿No vas a rogar por un momento más de vida? ¡Falta muy poco para venir por ti!

La valentía de Soled no fue suficiente para evitar una desgarradora lágrima que bajaba por su mejilla. Sin duda, tuvo fuerzas para defenderse ella misma y a su criatura:

—Sabes… no te tengo miedo. Seas… lo queseas.

Al fondo se escuchaban graves carcajadas que a cualquiera podían hacer morir de pánico, carcajadas que se iban alejando lentamente, acompañadas de…

—Pronto vendré por ti. ¡Sabes que tu tiempo ha llegado!

Soled recostó sus temblorosas manos a sus costados, y deslizó la lengua por sus labios, intentado ser valiente por su hija. Respirando profundamente vuelve a la calma, como posiblemente cualquier otro ser humano hubiera tardado en hacerlo.

Se dirigió hacia la cabecera de su lecho, y con sus finos dedos, tomó una cerilla y la deslizó sobre su lámina de papel recubierto con polvo y esquirlas, provocando una hermosa chispa en aquel portador de luz. Sus ojos se abrieron con expresión conmovida, mientras encendía las velas. Con una gran bocanada de aire, otorgó suspiro a su alma. Dobló sus rodillas, acunando con ellas su vientre, y encendió el altar que tenía a su Redentor. Cerró sus ojos y alzó su himno diciendo:

—Amado Señor, no creo merecer que esta presencia venga por mí. Solo tengo palabras de agradecimiento por todas las bondades que has dado en mi preciada vida. Pero te imploro, ¡NO ME PONGAS EN ESTAS CIRCUNSTANCIAS! Lo sé, me he equivocado, pero solo Tú has logrado sanar cada parte de mí y reconstruirlas, para hacerme la fiel portadora del fruto de la vida. Te pido por mi pequeña, por mi Helena. Altísimo, ¡APIÁDATE DE ELLA CUANDO LA OSCURIDAD SE QUIERA APROXIMAR!, cuando las palabras ponzoñosas quieran robar toda su inocencia. Que seas Tú quien esté delante de ella, protegiéndola como un escudo. Pido perdón por cada uno de mis errores y te imploro desde lo más profundo de mí, que me des la absolución de todos los pecados que permití entrar. Límpiame desde el interior para que, con el gozo y la paz de mi alma, pueda regocijarme del maravilloso regalo de ser madre. Señor, no permitas que el mal intente asustarme.

La brisa entró, esta vez con más fuerza, y ella se dejó abrazar por la presencia de sanidad y la respuesta a todas sus plegarias. Podía sentir cómo el aire entraba de nuevo, puro y grácil, llevando el oxígeno y la paz a cada fibra y centímetro de su interior. Sintió cómo su pequeña le acariciaba sus entrañas con extremada dulzura; escuchando y recibiendo atenta cada una de las palabras de su progenitora.

Sin embargo, aquella presencia maligna, ya sin dar la cara, no pretendía dejarla en paz, y recordándole que sus ruegos no servirían de nada, de un remezón hizo que un rayo impactara directamente una de sus ventanas.

Los vidrios intentaron salpicar el rostro de Soled, pero ella, como nadie podría imaginar, conteniendo todo su miedo, y confiando en un Ser Supremo y Celestial, pasó los cuatro dedos de su mano derecha por sus labios, plantando un beso en ellos, para después llevarlos hasta su pequeña, porque no quería que su hija antes de nacer conociera la cobardía.

—Te amo, mi niña, aún desde antes de saber que serías parte de mi vida. Descansa, porque estaré aquí, velando por tus sueños.

Era evidente que Soled, era una mujer inquebrantable.

No obstante, a espaldas de Soled, la vida y la muerte no se ponían de acuerdo, porque… no tardó mucho en ver el lado oscuro y devastador de sus súplicas. Su ingle era bañada por un líquido tan oscuro como la noche, pero tan brillante como la escarlata. La sangre borbotaba desde sus entrañas y sentía que el tiempo se hacía corto para poder reaccionar o esperar la salvación. Más que por su vida, temía por la de su chiquilla. Ansió moverse, pero sus músculos se adormecían, tornándose rígidos e inservibles. Su instinto maternal y la fuerza de su ser tomó poderío, y la ayudó a levantarse. Trastabillando, obtenía apoyo de las paredes y cualquier objeto del que se pudiera sostener.

En una carrera contra el reloj, guardó el aire suficiente para pedir auxilio, intentando cruzar el extenso pasillo que le permitiría salir de su morada. En ese tránsito, toda su vida: su pasado y presente, empañaban su vista, y se iban apoderando completamente de ella.

Sus recuerdos arrasaban con las despedidas pendientes, las esperas sin regreso y los besos no correspondidos. Era un momento lleno de hermosura, ensueño, pero también de intenso dolor. ¿Quién podría traer recuerdos tan sensibles de su mente hasta sus ojos? Era realmente devastador, tanto para ella que estaba sufriendo, como para su entrañable testigo, la muerte.

La muerte paseaba por su casa, y Soled sabía que venía por ella y, contradictoriamente, la vida pasaba ante sus ojos. ¿Cómo podría olvidar a los hombres que fueron parte de su vida? Eran exactamente dos… uno, quien le enseñó a amarse a sí misma para poder amar a los demás: su padre. Y otro, que le enseñó que el para siempre sí existe, que es posible cruzar la línea blanca al final del túnel para salvar a quien se ama: su difunto esposo.

Su padre, un hombre fuerte, pero no te confundas, no era corpulento, o tal vez sí, su corazón y alma sí que eran grandes. Tanto así, que alcanzaba para cada persona que se acercaba a él como un árbol que da sombra a quien se arrima. Todo era magnífico para él. Los milagros sucedían día a día. Soled no podía olvidar cómo su padre besaba su frente cada mañana una y otra vez, al contarle una historia épica de la época del rey Arturo, donde los caballeros rescataban a las princesas, luchaban por su amor y lograban grandes hazañas. Ella sabía que todo lo sucedido en tales historias eran producto de la gran imaginación de su padre, para demostrarle, en forma de metáfora que, su amor nunca se jactaría y buscaría siempre la forma de hacérselo saber, así fuera utilizando a otros como protagonistas. No obstante, era la mentira más hermosa que su padre podía haberle inventado; creer en el otro, no perder la fe en el prójimo, creer en Dios y creer en sí misma. Con él, cuando la muerte llegó, la mitad del corazón de ella quedó sepultado junto a su tumba, dejando miles de abrazos sin devolver, miles de sonrisas por corresponder, y miles de historias por contar.

Hasta ahora, se han podido reconstruir, crear y hasta trasplantar corazones, pero ningún hombre bajo el nombre de la ciencia, ha podido devolver la mitad del alma que se fue con el muerto. No ha podido descubrir cómo se vive con la mitad del corazón en el cementerio, y el resto del mismo palpitante al lado izquierdo de un supuesto vivo. Quizás un truco de magia podría encontrarle explicación, y eso, dudando de su alcance.

¿Era realmente importante recordar todo esto en aquel momento?, ¿por qué llamar al martirio en esa situación tan poco favorable?

Era más que necesario. Ella sabía que cuando se pierden las personas que hacen tu vida única y diferente, en medio de la ausencia, el eco del alma como significado de libertad, puede responderte con un sinónimo de soledad absoluta. Porque cuando buscas detrás de tus hombros, todo se esfuma como el algodón en el agua, la brisa en el desierto, o por qué no, como los años; haciendo que las manos del doliente se queden vacías esperando algún consuelo.

No cabe la menor duda de que son los momentos más difíciles, haciéndole reconocer que era feliz sin darse cuenta.

Su hija, su incondicional retoño, le recordaba el gran amor por su padre, Chaled.

Su remembranza se hizo más presente cuando el único antídoto para todo el sufrimiento convertido en veneno, era gritar, clamar por ayuda:

—¡Papá!, toma mi mano y recuérdame que todo va estar bien. Deseo verte de nuevo, abrazarte y pedirte perdón por todos los asuntos pendientes… El Todopoderoso decidió separarnos. Mi corazón arde porque sabe que estás ante Su Presencia. Con todo ello, aún no deseo despojarme de esta pequeña realidad a la que llamo mundo. No considero que sea justa mi partida en este momento. Sé qué es perder a tus padres, no quiero lo mismo para mi hija. Te lo ruego, intercede por mí.

Terminando su jaculatoria, una espesa nube de humo se colaba por debajo de la puerta. Se escuchaban miles de voces al unísono, pasos repetitivos y fuertes intentando derribar la entrada.

Soled sabía que era el mal atacándola de nuevo, y que nadie más lo veía, porque la elegida era ella.

El terror prosiguió con un fuerte temblor sacudiendo su casa, pero no era momento de rendirse. Soled caminando pausada pero segura, haciendo caso omiso a su voz temblorosa, desgarra su garganta:

—Eres tan cobarde que te escondes en la sombra. Aparece de una buena vez. No intentes intimidarme.

Pero lo que siguió le haría recordar que debía haberse tragado sus palabras.

Soled sintió cómo la presencia de una sombra negra se posó detrás de ella, tocando su hombro izquierdo, helando todo su cuerpo y dejándolo inmóvil al tacto, le sentenció:

—Estás muerta, y esta noche te vas conmigo.

Lamentablemente, el mal había llegado, y estaba ganando la contienda. El cuerpo de Soled, se estaba entregando al miedo.

Estaba pasmada.

Una lágrima tan solitaria como ella misma dio respuesta a sus ruegos, a sus miedos y a su tristeza.

En ese preciso momento, Soled fue atravesada por un agudo y electrizante dolor arqueando su espalda, provocando que sus rodillas impactaran súbitamente el suelo, dejando escapar un potente chillido.

Con escaso aliento, se resistía a caer.

Dos tirones más en su bajo vientre, la obligaron a volver a la realidad. Sentía el aire abandonar poco a poco sus pulmones, nublando casi por completo su visión.

Sus intentos para salir habían sido insuficientes y lentos.

Distantemente en la calle, percibía algunos niños correteando unos tras otros con los restos de árboles dejados por la lluvia... ¿Cómo todo había cesado tan rápido? Un lazo tocaba el asfalto según le indicaban sus sentidos, y brincaban una y otra vez en los charcos estancados. Se escuchaba como un arrullador canto de cuna. Los niños, el viento, y la ventana, aunque no era la salida, le vislumbraban un mejor panorama, porque afuera todo volvía a la calma. Todo.

Arrastrándose, intentaba llegar al vano de la puerta. Faltaban pocos metros para poder salir… sin embargo, su cuerpo había perdido las fuerzas, y la obligaba a permanecer tendida en el suelo bocarriba. Estaba al borde del desmayo.

Como si todo lo sucedido fuera poco, Soled, con los ojos entre abiertos, siente un fuerte escalofrío recorrer todo su cuerpo. Sin tener tiempo de preguntarse nada, observa esta vez un largo y ancho velo blanco de fina seda aparecer sutilmente por el recinto. Todo el pasillo comenzaba a emanar un delicado y fresco olor a incienso. La calma y la paz empezaban a invadir la morada.

De la nada, una impetuosa ráfaga de viento abrió paso hacia lo majestuoso. Del viento se desprendió una suave niebla azulada, gráciles luciérnagas doradas y plateadas revoloteaban a su alrededor, adhiriéndose poco a poco a su vestimenta.

Aquella escena tan terrorífica se había convertido en un espectáculo digno de admiración.

Soled, sin poder levantarse, inclinando solo su cabeza, divisa, con sus ojos contorneados por diminutas lágrimas, una delicada mujer de silueta casi perfecta, con su cabello lacio negro destellante elevado por el viento, sin dejar su rostro al descubierto, y siendo vestida por aquellos velos. Los pies de aquel ser levitaban, no tocaban el suelo. Por los aires, se acercaba lentamente hacia Soled, brindando una sensación cálida y tranquila. Al llegar, la mujer se dejó reposar, plantando con total suavidad sus pies sobre la superficie.

Soled sabía que esta presencia tan cálida y agradable, era realmente La Muerte, no esa cosa espantosa que minutos antes había intentado robarle la calma.

La respiración de Soled, profunda y tardía, no daba muy buenas esperanzas.

Aquella, a la que Soled llamaba La Muerte, le toma afectuosamente su cabeza, le da un beso en la frente, y al separarse, una lágrima casi transparente con bordes de plata, sale desde su línea de agua, cayendo lentamente sobre el rostro de Soled.

Soled pierde toda razón.

Con sus ojos cerrados profundamente entre lo que creería podía ser un sueño, vislumbra a los lejos al segundo hombre más importante en su vida, su difunto esposo. Él estaba allí, de espaldas, con su cabello rebelde haciendo muecas al viento. Soled, corre sin espera a su encuentro. Sus pasos se hacían pesados y lentos. Su esfuerzo era incesante. Sin embargo, nuevamente aquella, la sombra oscura, la sombra sin nombre, sin identificación, sin destino, la sombra perversa, aparecía detrás de su amado. Y, aunque era aquella sombra terrorífica, él no mostraba oposición alguna.

Era evidente que su amado aún no se percataba de la presencia de su esposa, pues yacía inmóvil.

Mientras Soled sentía desgastadas sus fuerzas para seguir corriendo, un hilo invisible y poderoso la continuaba halando hacia la realidad. Por un momento parecía que por fin él la escuchaba y la veía. Él sonreía. Su rostro se atisbaba de perfil, luciendo tan fresco y alegre, tan imperfecto pero lleno de virtudes que lo hacían lucir como perfecto, como si la muerte no lo hubiera arrancado de su costado.

Faltaban pocos pasos para llegar a su encuentro. El suelo regado por miles de hojas de colores, cobijaba la pesadez de su cuerpo. Soled, extendió sus brazos, preparando su ser para el reencuentro majestuoso con su esposo. Cuando por fin sus dedos casi rozaban su ropa, siente cómo una fuerza intentaba devolverla a la realidad. Pero ella se opone rotundamente, y, en aquella peregrinación de aparentes recuerdos, aquel hombre, el amor de su vida, parece reconocer la realidad y su rostro se torna perturbado, sudoroso y preocupado. Cuando su amado apenas intenta correr, aquella sombra tenebrosa lo arropa en sus garras, pero él se resiste a ser arrastrado de la mente de Soled, y en modo de advertencia grita desesperadamente con las escasas fuerzas que le quedaban:

—NO ES LA MUERTE QUIEN VIENE POR TI. Es algo muchísimo peor. ¡Corre Soled! ¡CORRE! ¡Esa cosa no tiene piedad! ¡No ruegues más! ¡NO RUEGUES MÁS, POR FAVOR!

El padre de su hija se iba esfumando en sus recuerdos, y Soled expectante, presentía conocer el origen de esa energía sombría. Obligándose a no creerlo y como si fuera una escena de la peor película de terror, es arrastrada de golpe a la realidad, mientras su esposo se desvanece en lo profundo de la oscuridad.

Soled quedó estática, sin respiración y con el corazón latiendo a velocidad inverosímil. Sus ojos se vistieron con un torrente de lágrimas, abriéndose enormemente, al mismo tiempo que su cuerpo se sacudía del temor o del dolor. No sabía cuál intentaba matarla. Lo único que podía hacer era santiguarse una y otra vez, obligándose, en un intento fallido, librarse de aquella escena espantosa, y de esa presencia que en cada aparición se acercaba más a ella.

Esta vez el temor sí logró embargarla, y todo su cuerpo temblaba. Miraba a su alrededor y la soledad le erizaba cada folículo de su piel. Es la realidad, obvio que es la realidad. Ya no está en un sueño o desvariando.

Sus ojos se abren con esfuerzo cerca del vano de la puerta donde había quedado en proceso de parto, con la ausencia y el silencio más abrupto. No obstante, sabiendo que debía aprovechar este momento, ya que podría ser el último, con voz tenue y apresurada, dirigiéndose hacia su vientre, acariciando a su primogénita, le dice:

—Querida hija, mi Helena… ¿puedes perdonarme? ¿Con los años recordarás cuánto te amo? ¿Sabes…?, una mañana confirmé la noticia de que estabas en camino. Fue hermoso. Tu padre lo supo primero que yo. Sí, suele ser inusual… Él lloraba ansioso al saber que vendrías a dar luz a nuestras vidas. Desde el primer momento de tu concepción él lo sabía. Yo te sentía fuertemente, pero, aunque asustada por quizás no corresponder a tu grandeza, mi vida cambió, y todos los días nuestras plegarias y saludos eran por y para ti.

Las palabras pasaban entrecortadas por la garganta de Soled. No sabía cómo no se había percatado de aquella presencia tan hermosa. Su memoria le recordaba que, antes de todos los momentos que invadieron su mente, la había visto llegar. Era una mujer completamente de blanco y se hallaba a sus espaldas. Se acercó con particular ternura y tocó su cabeza. La miraba con una gran compasión acompañada de estas palabras:

—No te preocupes. Nadie más va a venir por ti.

El tiempo no dio tregua para respuesta alguna. El vientre y espalda baja de Soled le proporcionaban fuertes contracciones. El momento de dar a luz había llegado. Siente el fuego crecer más y más en su pecho y en su vientre, gracias al calor de la cabecita de su bebé acariciando su ingle con un deseo implacable por luchar y permanecer fuerte.

Después de iniciar el coronamiento, deja caer su cabeza bañada de sudor, y escucha el clamor de las campanas de la iglesia. La risa de los niños jugando y los transeúntes cruzando más allá del parque… Vislumbra, por el marco inexplicablemente entreabierto de la puerta, cómo soplan las copas de los árboles de un lado a otro, cantando un Hallelujah. Un haz de luz entra directo a su morada, proveniente de la inmaculada entrada del alba.

La noche y la madrugada habían pasado tan rápido como su calma.

El momento, aunque caótico, era mágico. Aquella presencia estaba llena de inconmensurable luz. Desdibujadamente podía observar que era la silueta de una mujer bondadosa, haciendo que Soled viera en ella una oportunidad de vida.

—Eres quien me va a dar una tregua para seguir en esta vida, ¿cierto?

—Lo dudo.

—No creo que sea mala persona.

—No por eso se deja de morir.

—Pero… pareces ser bondadosa. Yo sé que puedes darme un suspiro más.

—Entonces… no soy tan mala como dicen, porque yo soy todo lo contrario… yo soy La Muerte.

Como un par de redobles, el corazón de Soled comenzaba a retumbar todo su ser, dándole coraje para atreverse a cuestionar:

—¿Por qué has llegado tan pronto a cumplir tu misión? —Esa pregunta le cerró su garganta, expulsando toda su desesperación en gotitas de sal que se deslizaban por sus mejillas— ¿No pudiste esperar un poco más? No tienes ni siquiera corazón. ¡¿Cómo eres tan vil de venir a llevarme en este momento tan valioso para mí?!

Una punzada la deja sin aliento, mientras su abdomen continúa con las contracciones. Un doloroso chorro de agua-sangre trae consigo la cabecita de la bebé. La pequeña Helena comienza a salir. El desespero de la madre es latente, pero igual sigue intentando ser fuerte, y con media sonrisa trata de conservar postura:

—Mi vida, mi Helenita… tranquila, chiquitina de mi alma. Todo está bien. Mamá está bien.

Como si el destino hubiera descubierto su mentira, un grito lacrimoso soltó la madre, mientras la presencia solo mostraba en su rostro de porcelana destellante, la compasión y aflicción que le generaba aquella escena desgarradora que abatía todo su ser.

Soled, con escaso aliento puja por última vez. Puja mordiendo sus labios y su rostro va palideciendo, siendo necesario para que Helena salga por completo entre sus piernas.