Melodia de pasión - Emma Darcy - E-Book

Melodia de pasión E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Detestaba sentir lo que sentía Cuando el millonario Johnny Ellis heredó parte de Gundamurra, el rancho de ovejas que con tanto cariño recordaba de su juventud, lo último que le interesó fue el dinero. Pero la oportunidad de ayudar a recuperar el negocio lo impulsó a regresar. No había previsto la hostilidad con que lo iba a recibir su nueva socia, Megan Maguire... Megan había pasado años intentando olvidarse de la atracción que sentía por Johnny. Ahora seguía detestando sentir lo que sentía; además, había tenido la esperanza de que Gundamurra fuera sólo suyo. De pronto, la química que había entre ellos desembocó en una inesperada noche de pasión. Pero lo que definitivamente no esperaba era lo que Johnny estaba a punto de proponerle: Gundamurra sería sólo suyo... si se casaba con él.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Emma Darcy. Todos los derechos reservados.

MELODÍA DE PASIÓN, Nº 1567 - julio 2012

Título original: The Outback Bridal Rescue

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0721-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Johnny Ellis

Primer día en Gundamurra

La avioneta se dirigía hacia una pista de tierra. Aparte de los edificios del rancho ovejero de Gundamurra, en el horizonte no había nada más, sólo un paisaje desierto, interminable, con algún árbol pelado.

A Johnny le recordó una de esas viejas baladas en las que el héroe tenía que sufrir increíbles infortunios. Y allí estaba él, teniendo que enfrentarse con la dura realidad durante seis meses. Era comprensible que la música de esas baladas fuese tan lenta. Allí no podía pasar nada.

–Ojalá hubiera traído mi cámara –murmuró Ric Donato.

El comentario despertó su curiosidad. Aparentemente, el impacto visual de aquel paisaje no intimidaba a Ric aunque, como él, había vivido toda su vida en una gran ciudad. Le resultó raro que a un chico de la calle le interesara la fotografía. Aunque quizá sólo estaba intentando disimular sus miedos.

Ric Donato podría haber pertenecido a la mafia: pelo oscuro, piel morena y unos ojos oscuros que brillaban con lo que a Johnny le parecía una peligrosa intensidad. Pero si Ric perteneciera a la mafia, un buen abogado habría conseguido que no estuviera en aquella avioneta con Mitch y con él.

–Estamos en medio de ninguna parte –suspiró Mitch Tyler, entristecido–. Empiezo a pensar que hemos cometido un error.

Parecía más preocupado que su otro compañero de viaje. Al contrario que Ric y él, Mitch tenía una familia y su familia no podía ir a visitarlo allí. Pero elegir un año en un reformatorio en lugar de la sentencia alternativa: seis meses trabajando en un rancho ovejero...

–No –replicó Johnny, convencido–. Cualquier cosa es mejor que estar encerrados. Aquí, al menos, podremos respirar.

–¿Qué, arena? –se burló Mitch.

La avioneta aterrizó, levantando una nube de polvo.

Pero a Johnny no le importaba el polvo. Eso era infinitamente mejor que estar encerrado. Y esperaba que Mitch Tyler no estuviese de tan mal humor durante aquellos seis meses... o que fuera agresivo. Al fin y al cabo, había sido condenado por agresión. Quizá era verdad que sólo le había pegado una paliza al tipo que violó a su hermana, pero parecía un chico agresivo.

Tenía los ojos azules, el pelo oscuro y unas facciones marcadas que producían respeto. Era más bien delgado, pero con buenos bíceps, y Johnny tenía la impresión de que podría ser violento. Vivir con él iba a ser un problema si no se hacían amigos.

–Bienvenidos a las llanuras australianas –dijo el policía que los escoltaba–. Si queréis sobrevivir, recordad que de aquí no se puede salir.

Ninguno de los tres le hizo caso. Tenían dieciséis años y, a pesar de lo que la vida les había deparado, iban dispuestos a sobrevivir como fuera. Seis meses trabajando en un rancho ovejero tenía que ser mejor que un año en un reformatorio.

Aunque Johnny no se sentía culpable. Él no era un traficante de drogas. Simplemente, le había hecho un favor a los chicos de la banda, consiguiendo un poco de marihuana para después de la actuación. Ellos le habían dado el dinero y la policía lo pilló con las manos en la masa.

Por supuesto, no los delató para no quedar como un chivato y tuvo que cargar con la culpa. Pero les había hecho un favor que le serviría para cuando saliera del rancho. Quizá conseguiría entrar en la banda como guitarrista...

Johnny había aprendido pronto que ser amable con la gente era la mejor forma de ir por la vida. Era mucho más inteligente llevarse bien con todos. Aún recordaba cuando, de pequeño, sus primeros padres de acogida lo encerraban en un armario. Cuando cambió de familia, sabía lo que tenía que hacer. Era como un plano que llevaba siempre en la cabeza: haz amigos, evita los problemas.

Y esperaba que el propietario de aquel rancho no fuese un dictador que explotaba el sistema judicial para conseguir mano de obra gratuita, como algunas familias de acogida, que aceptaban dinero del estado para cuidar niños que luego tenían que cuidar de sí mismos en todos los sentidos.

El juez había dicho que aquél era un programa para salvaguardar los valores morales. Un programa que les enseñaría la realidad de la vida...

¡Como si ellos no conocieran ya la realidad de la vida!

¡Y sus lecciones!

Aun así, Johnny estaba seguro de que los seis meses pasarían enseguida. Una sonrisa en los labios, una actitud agradable, dispuesta...

La avioneta se acercó hasta un jeep Cherokee, conducido por un hombre muy alto, de hombros anchos, con el pelo gris y el rostro surcado de arrugas. Debía de tener más de cincuenta años, pero su apariencia era formidable.

Un hombre impresionante, pensó Johnny, aunque el tamaño y la fuerza no le daban miedo. Él también era grande, más que la mayoría de los chicos de su edad que, en general, se lo pensaban dos veces antes de meterse con él. Aunque él evitaba las peleas. Una actitud simpática y una sonrisa siempre habían sido su pasaporte.

–Mira, John Wayne –se burló Mitch Tyler.

–Pero sin caballo –comentó Johnny, con una sonrisa en los labios.

Mitch sonrió también y eso le dio cierta esperanza. Ric Donato los estaba mirando y se preguntó qué pensaría. ¿Que no era una amenaza?

Johnny intentó verse a sí mismo objetivamente: un tipo grande que no estaría fuera de lugar en un equipo de rugby, pelo castaño que, invariablemente, caía sobre su frente, ojos pardos con un brillo de buen humor que él mismo cultivaba, dientes blancos, sonrisa contagiosa...

Aun así, no podría competir con Ric Donato. Seguramente, todas las chicas estaban locas por él. Y eso fue lo que le metió en aquel lío. Había robado un Porsche para impresionar a una chica de buena familia... Él aún no tenía tiempo para eso. A él sólo le interesaba la música, entrar en una banda, echarse a la carretera...

La avioneta se detuvo en ese momento.

–Aquí están sus chicos, señor Maguire. De las calles de la ciudad al campo. A ver si aprenden, aunque sea a golpes.

El señor Maguire, que parecía más grande de cerca, miró al policía con cara de pocos amigos.

–Aquí no hacemos las cosas así.

Lo había dicho sin levantar la voz, pero en su tono había una autoridad impresionante.

–Soy Patrick Maguire. Bienvenidos a Gundamurra. En el idioma aborigen, significa «buen día». Y espero que algún día os parezca que así fue el día que pusisteis los pies aquí.

Johnny se tranquilizó. Parecía una buena persona pero, de todas formas, observó, atento, cómo se acercaba a Mitch.

–¿Cómo te llamas? –preguntó Patrick Maguire, ofreciéndole una mano que parecía un martillo.

–Mitch Tyler –contestó él, alargando la suya con gesto retador.

–Encantado de conocerte, Mitch.

Fue un apretón amistoso, sin intención de dominar.

Johnny sonrió entonces, intentando desarmarlo.

–Johnny Ellis. Encantado de conocerlo, señor Maguire.

El hombre estrechó su mano con un brillo burlón en los ojos. Pero lo miraba como no lo había mirado nadie. Y cuando apretó su mano, tuvo la extraña sensación de que aquel hombre intentaba verlo por dentro.

–¿Nos vamos? –preguntó Maguire, después de saludar a Ric.

–Yo estoy listo –contestó él, con cierta agresividad.

Dispuesto a comerse el mundo si era necesario, interpretó Johnny, preguntándose si Patrick Maguire estaría buscando ese tipo de persona. ¿Habría suspendido él la prueba mostrándose demasiado agradable?

Daba igual.

Lo único que tenía que hacer era soportar allí seis meses y meterse en la menor cantidad de problemas. No le gustaban las peleas, pero sabía cómo sobrevivir. Amoldándose a las situaciones, acomodándose... así era él.

Sin embargo, cuando Patrick Maguire miró de uno a otro y asintió con la cabeza como si los aprobara a los tres, Johnny se relajó. Había pasado la prueba, fuese la que fuese. Era aceptado.

De modo que Gundamurra no sería tan mal sitio. Maguire había dicho que significaba «buen día» y eso sonaba bien. Nada de preocupaciones, nada de estrés, no tendría que buscar la forma de entrar en el mundo de la música... Durante aquellos seis meses, todo eso podría esperar porque estaba dispuesto a relajarse y disfrutar de los espacios abiertos de la llanura australiana.

Sí, estaba preparado para eso.

Probablemente más que Ric y Mitch.

Aunque esperaba que los tres se hicieran amigos mientras estaban allí.

Johnny Ellis no podía imaginar que aquella se convertiría en una amistad para toda la vida, que estarían siempre juntos en los momentos difíciles.

El lazo de Gundamurra estaba a punto de forjarse.

Y la persona más importante para ellos sería Patrick Maguire, la figura paterna que nunca habían tenido, un hombre que los conocía, que los guiaba, que los animaba para que volasen como sólo ellos podían hacerlo... y que siempre, siempre, les daría la bienvenida en su casa.

Capítulo 1

Veintidós años después...

Johnny Ellis entró en el viejo decorado del oeste construido para la película. Tras él, el desierto de Arizona. Frente a él, el equipo de técnicos, con las cámaras rodando. Tenía que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada porque estaba interpretando a un personaje: un vaquero con una misión.

En el mundo de la música pop y la música country había llegado a lo más alto, vendiendo millones de discos, pero aquélla era su primera película y lo estaba pasando bien haciendo algo que jamás habría soñado.

Había aprendido a montar a caballo en Gundamurra y ser alto y fuerte hizo que le dieran el papel. Por supuesto, era una estrella para millones de personas, algo que su representante había recalcado mucho. Fuera como fuera, allí estaba, encantado de seguir los pasos de John Wayne.

Mitch y Ric se habían reído a placer, por supuesto.

Pero tenía que ponerse serio. La cámara estaba rodando. Hora de desmontar, atar al caballo y entrar en el saloon con cara de vaquero. Era el último plano del día, tenían una luz perfecta y no quería meter la pata. Él era un profesional acostumbrado al escenario y hacerlo bien era como una segunda naturaleza. Las puertas del saloon se cerraron tras él y el director gritó:

–¡Corten!

Johnny sonrió mientras volvía a salir a la calle, seguro de que no habría que repetir la escena. Y la sonrisa se amplió al ver a Ric Donato detrás de las cámaras.

¡Su amigo había ido a verlo!

Lo había invitado a acudir al rodaje en cuanto supo que estaba en Los Ángeles para comprobar cómo iba la sucursal californiana de su empresa de fotografía. Era una pena que Lara y los niños no estuvieran con él. La mujer de Ric era una chica encantadora y Johnny quería a sus hijos como si fueran sus sobrinos. Al pequeño Patrick, que acababa de cumplir tres años, le habría encantado subirse en una de las grúas.

–¡Cuánto me alegro de que hayas venido! –sonrió, abrazándolo–. ¿Quieres que te presente a todo el mundo?

–No.

La respuesta lo dejó perplejo. Entonces se dio cuenta de que Ric tenía mala cara.

–¿Podemos ir a tu trailer, Johnny? Quiero hablar contigo a solas.

–Sí, claro.

Caminaron juntos, uno al lado del otro, en silencio. En otro momento, Johnny le habría pasado un brazo por los hombros, pero intuía que pasaba algo.

–¿Qué ocurre, Ric? Cuéntamelo –le dijo, en cuanto estuvieron solos.

Él dejó escapar un suspiro.

–Megan ha llamado a Mitch.

–¿Megan Maguire?

Johnny vio una imagen de la hija pequeña de Patrick Maguire: cascada de salvajes rizos pelirrojos, cara llena de pecas, ojos grises como una nube de tormenta, fieramente independiente, rechazando sus ofertas de ayudarla en el rancho, retándolo a que dijera que ella no podía dirigir Gundamurra como lo hacía su padre.

Eso era lo que Megan siempre había querido hacer. Johnny admiraba su capacidad de trabajo. Lo que no entendía era por qué con él se mostraba fría, por qué no lo hacía sentir bienvenido como su padre. Invariablemente lo desdeñaba y, siempre que tenía oportunidad, se reía de su condición de estrella.

Sin embargo, cuando era pequeña le gustaba oírle tocar la guitarra. Por qué se había convertido en una mujer tan amarga, no tenía ni idea, pero eso no iba a evitar que él siguiera yendo a Gundamurra. Patrick era como un padre para él. El mejor padre que hubiera podido tener...

–Patrick... Le ha pasado algo a Patrick –dijo entonces, como una premonición.

Ric apretó los labios.

–Ha muerto, Johnny.

Él sintió como si una garra apretara su corazón. Negaba con la cabeza, incapaz de creerlo.

–No, no...

–Hace dos días –siguió Ric, muy serio–. Murió en su cama, de un ataque al corazón. Nadie lo supo hasta el día siguiente. Megan lo encontró, pero... había muerto.

Muerto.

Patrick se había ido, dejando un inmenso agujero negro en su corazón. Sus pies se movían sin que se diera cuenta. Apenas se percató de que Ric había tomado su brazo. No veía nada. Sólo cuando puso un vaso de whisky en su mano se dio cuenta de que estaba en el sofá del trailer.

–Es un golpe terrible para todos, Johnny.

Él asintió. No podía hablar.

–Tengo billetes de avión para los dos. Pero supongo que habrá que retrasar el rodaje.

El rodaje... ya no tenía importancia.

El dolor lo consumía. Ric y Lara tenían hijos. Mitch y Kathryn esperaban un niño. Los dos tenían un hogar. Para Johnny, Gundamurra y Patrick eran su hogar. Y si Patrick había muerto... era como si le hubieran arrancado las raíces.

No había razón para volver.

Megan no lo querría allí.

Pero tenía que volver por última vez... para decirle adiós al hombre que siempre lo había tratado como a un hijo, aunque entre ellos no hubiera relación de parentesco. Ric y Mitch estarían allí con él. Los tres recordando lo que Patrick les había dado... el gran corazón de ese hombre.

¿Por qué se había parado?

Johnny miró a Ric, angustiado.

–Sólo tenía setenta y dos años.

–Setenta y cuatro –murmuró su amigo.

–Era tan fuerte. Debería haber vivido hasta los cien.

–Todos pensábamos eso, Johnny.

–Sólo han pasado tres meses desde Navidad y entonces estaba tan bien... tan bien como siempre.

Ric sacudió la cabeza.

–No hubo ninguna señal. Quizá el estrés de la sequía, haber tenido que sacrificar ganado, despedir a algunos empleados...

–Le ofrecí mi ayuda. Le dije que podía pedirme lo que quisiera... sabes que me sobra el dinero.

Su amigo sonrió.

–Yo le hice la misma oferta. Y, seguramente, Mitch también.

–¡Él nos ayudó, maldita sea! ¿Por qué no dejó que lo ayudásemos? –exclamó Johnny–. Seguro que fue Megan quien no quiso aceptar la oferta. Es demasiado orgullosa. Y Patrick no habría querido llevarle la contraria...

–No culpes a Megan. La pobre ya tiene suficiente sobre sus espaldas como para culparla por la muerte de su padre. Yo que tú, sería considerado con ella. Muy considerado. A Patrick le habría gustado eso.

–Sí, lo sé, lo sé... –murmuró Johnny, abriendo las manos en un gesto de angustia–. Lo echaré de menos.

Ric apartó la mirada, pero había visto el brillo en sus ojos. Eso le recordó que Patrick Maguire había sido un padre para los tres, no sólo para él. A Ric también le dolía. Como le dolería a Mitch.

Seguramente, Mitch ya estaría en Gundamurra para hacer lo que pudiera, para encargarse de todo el papeleo. Siendo abogado, haría eso por las hijas de Patrick. No sólo había que pensar en Megan, sino en Jessie y en Emily. Estarían las tres destrozadas.

Ric tenía razón. Patrick esperaría que sus chicos se portaran de forma considerada.

–No sabemos por qué murió –dijo Ric entonces–. Quizá era... su hora. Pero eso ya da igual. Lo importante es que tenemos que ir a Gundamurra lo antes posible.

Johnny se tomó el whisky de un trago. Eso lo ayudó a controlar las lágrimas.

–Cuando quieras –dijo bruscamente–. Pero antes tengo que hacer un par de llamadas.

Un helicóptero hasta Phoenix, un avión a Los Ángeles... pasaron muchas horas antes de que Ric y Johnny pudieran tomar el vuelo de Qantas hasta Sidney. La azafata les ofreció champán y ambos declinaron, eligiendo zumo de naranja. No era momento para champán.

Pero había una pregunta que daba vueltas en la cabeza de Johnny:

–¿Por qué no me llamó Mitch directamente? Te habrías ahorrado un viaje.

–Pensamos que era mejor de esta forma... que los dos fuéramos juntos a Gundamurra –suspiró Ric.

–Me alegro de que estés conmigo, pero podríamos haber quedado en el aeropuerto de Sidney.

Su amigo sonrió.

–Quería ir contigo al rancho.

Johnny hizo una mueca.

–¿Pensabas que ibas a tener que apretar mi mano?

–No, es que... hay más. Mitch no quería contarte todo esto por teléfono y me lo dejó a mí... para cuando hubieras superado la muerte de Patrick.

A Johnny se le hizo un nudo en el estómago.

–Estoy sentado y no puedo salir del avión. ¿Qué más tienes que decirme?

Ric lo miró, para comprobar si estaba preparado.

–El testamento de Patrick. Mitch lo ha leído.

–Bueno, eso no puede ser malo –suspiró él, aliviado–. Patrick siempre fue un hombre muy justo.

–Prepárate para otra sorpresa, amigo. Gundamurra está hipotecada y tú estás a punto de heredar la mitad de esa hipoteca.

–¿Qué? –exclamó Johnny, incrédulo.

–Bueno, no exactamente la mitad. Te ha dejado el cuarenta y nueve por ciento de Gundamurra y a Megan el cincuenta y uno. Pero ella no esperaba heredar el rancho a medias contigo. Lo normal hubiera sido que lo heredasen sus tres hijas.

¿Copropietario de Gundamurra con Megan?

–Mitch pensó que debías estar preparado antes de llegar a Gundamurra.

A Johnny le daba vueltas la cabeza.

¿Qué significaba eso?

¿Por qué Patrick Maguire había dejado fuera del testamento a dos de sus hijas?

¿Por qué le había dejado a él el cuarenta y nueve por ciento del rancho y no a Mitch o a Ric?

–Yo no le pedí que me dejara nada. Te juro que yo no lo sabía...

–Ya lo sé, Johnny –sonrió Ric–. No tengo ninguna duda de que Patrick lo planeó sin contárselo a nadie.