Melodía inacabada - Jessica Lemmon - E-Book
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Melodía inacabada E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

Él eligió la música country Cash Sutherland, estrella de la música country, tenía demasiado éxito. Tenía fama de chico malo con necesidad de redención y tanto él como su discográfica estaban haciendo todo lo posible por que cambiase de reputación. De hecho, habían contratado a la periodista Presley Cole para que escribiese un artículo que le daría un empujón a las carreras de los dos. El único problema era que Presley era la mujer a la que Cash había dejado atrás, y que todavía no estaba preparada para perdonarlo por haberle roto el corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Jessica Lemmon

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Melodía inacabada, n.º 2158 - abril 2022

Título original: Second Chance Love Song

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-699-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Diez años antes

Universidad Estatal de Florida

 

Presley Cole sintió que su piel echaba chispas bajo la lluvia, pensó que se iba a desvanecer.

Casi no podía creer que estuviese delante de su residencia universitaria besándose con Cash Sutherland, quien, como por obra de algún milagro, se había convertido en su novio.

Habían salido juntos un par de veces, a cenar o a una fiesta, y ella siempre se había contentado con tenerlo cerca. Jamás había soñado con terminar la noche con él de manera inocente, con la ropa puesta, a pesar de que había tantas chicas guapas en aquella universidad dispuestas a acostarse con él.

Sobre todo, después de que ella le hubiese dicho que no iba a hacerlo. Lo deseaba, pero lo que sentía por él era demasiado fuerte, demasiado aterrador, para comprender lo que le estaba ocurriendo. Además, tenía miedo de traspasar sus propios límites y que, entonces, él la dejara.

–Merece la pena esperar –le había dicho él la noche anterior, después de haberle hecho llegar a un increíble orgasmo con sus caricias.

Presley se había disculpado por no querer ir más allá, por haberlo dejado a él sin aliviarse, pero Cash la había abrazado y había vuelto a besarla, mientras ella notaba su erección clavada en el muslo, y le había asegurado que no debía preocuparse por él.

En esos momentos, Cash se apartó y le apartó el pelo mojado de la cara. Estaban apoyados en la pared de ladrillos, pero el voladizo no los protegía de la lluvia, sobre todo, porque hacía viento. Era época de huracanes.

Ella clavó la vista en la escayola que unía sus dedos corazón y anular, admiró sus ojos profundos, oscuros, su afilada nariz, sus labios gruesos que solían sonreírle. Aunque llevaba tiempo sin sonreír, como si la herida le hubiese robado la alegría.

–¿Te duele el dedo? –le preguntó.

Se lo había roto jugando al fútbol americano, una mala noticia para un chico al que podían haber llamado para la Liga Nacional en cualquier momento. Aunque lo que más le fastidiaba a Cash era no poder tocar la guitarra. Su pasión por el canto y la composición la habían dejado de piedra la primera vez que había hablado con él. Había pensado saber qué tipo de chico era, pero Cash no dejaba de sorprenderla. Era guapo y practicaba un deporte duro, pero, al mismo tiempo, era capaz de entonar canciones de amor cargadas de emoción. No era de extrañar que estuviese loca por él.

–Pres, tengo que decirte algo.

Cash habló en tono monótono y ella intentó pensar que no iba a darle una mala noticia a pesar de saber que eso era lo que iba a ocurrir. Empezó a temblar y notó que le castañeteaban los dientes como si estuviese bajo una tormenta de nieve y no en Florida.

–¿Quieres subir? –le preguntó, con la intención de posponer cualquiera que fuese la mala noticia–. Aquí nos estamos mojando.

Él hizo una mueca, no le devolvió la sonrisa nerviosa. Después, respiró hondo. Era tarde. Habían pasado todo el día en clase y casi toda la tarde estudiando en la biblioteca. Ambos estaban cansados. Presley intentó convencerse de que solo era eso.

–Sube –repitió, agarrándole la mano herida–. Prepararé chocolate caliente y podremos sentarnos en mi cama a charlar.

Se puso de puntillas, le dio un beso en la mejilla y añadió.

–O a no charlar.

Pensó que él le iba a contestar que no, pero lo vio asentir.

Presley se lo tomó como una victoria mientras subían las escaleras, entraban en su habitación y ella se cambiaba la camiseta mojada por una seca. Entonces, empujó a Cash hacia la cama y se dio cuenta de que volvía a estar muy serio, lo que la preocupó. Era evidente que ocurría algo.

No tardó en descubrir el qué.

Cash rompió con ella aquella noche y la dejó llorando. Fuera, la tormenta arreció, pero nada que ver con su tormenta interior. Un rayo iluminó el cielo y ella miró por la ventana con los ojos inflamados, ardiendo. El sonido de un trueno ahogó el de sus sollozos.

La relación más bonita que había tenido, con el hombre más guapo que había conocido, se había terminado. Cash volvería a casa a la semana siguiente. Se marchaba a Tennessee y no estaba interesado en mantener una relación a distancia. No estaba interesado en ella.

Se había terminado. Para siempre.

Eso, si en realidad había comenzado alguna vez.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Presley, muy guapa, vestida con una falda fucsia, una blusa de flores y unos zapatos con la punta abierta, se agarró la rodilla para evitar mover la pierna sin parar. Había tomado demasiada cafeína y se había pasado la noche sin dormir, pero no había querido perder ni un segundo cuando por fin había encontrado la inspiración.

Llevaba tanto tiempo sonriendo que le estaba empezando a doler la cara, así que se tapó la boca y tosió para relajar un poco el gesto. Cuando su jefa, Delilah, volvió a mirarla, Presley sonrió de nuevo.

«Di que sí. Solo necesito un sí».

Desde que tenía memoria, Presley había deseado marcharse de Florida. Siempre había querido viajar por el mundo, visitar otros países, conocer personas nuevas, interesantes, pero viajar costaba dinero y no tenía mucho, así que se sentía atada a Tallahassee como si una fuerza invisible se empeñase en retenerla allí.

Cuando, un mes antes, su jefa había anunciado una competición amistosa para ir a trabajar a tiempo completo y como redactora sénior a cualquiera de las oficinas de Viral Pop del mundo, a Presley se le había hecho la boca agua solo de pensarlo.

Solo tenía que escribir un artículo que se hiciese viral y se había pasado toda la semana anterior dándole vueltas al tema, pero sin que se le ocurriese nada. Entonces, al llegar a casa la noche anterior, había oído una canción de su exnovio en la radio.

Cash Sutherland se había marchado de Florida siendo una estrella del fútbol americano y en esos momentos era una estrella de la música country. Al escuchar su canción más popular, a Presley se le había ocurrido, de repente, una idea.

En realidad, no lo había visto claro desde el principio. No le apetecía volver a pensar en aquella ruptura que la había dejado por los suelos años atrás, pero, por otra parte, quería ganar. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

Así que se había quedado despierta hasta las dos de la madrugada escribiendo la propuesta que Delilah estaba leyendo en aquel preciso instante.

–Esto requeriría que estuvieses fuera de la oficina –comentó su jefa mirando a Presley.

La mirada inquisidora de Delilah siempre era intimidante, pero Presley quería ganar. Así que podía soportar que la intimidasen un poco.

–Ya he trabajado a distancia antes –le respondió–. Se me da bien la gestión del tiempo, sobre todo, cuando se trata de mi propio tiempo. O del tiempo que paso aquí, en el trabajo. Y, sobre todo, valoro tu tiempo.

Apretó los labios para no parecer que estaba desesperada.

Delilah se quedó pensativa, puso a un lado la tableta que tenía en las manos y le preguntó:

–¿Qué te hace estar tan segura de que Cash Sutherland va a contarte sus secretos cuando siempre ha evitado hablar con la prensa?

Presley se humedeció los labios con nerviosismo. No estaba segura de que Cash Sutherland fuese a contarle cómo había compuesto su mayor éxito y a quién iba dirigido. Desde que el tema Lightning había llegado a las listas de éxitos, la prensa había intentado resolver el misterio y había muchos rumores que señalaban a estrellas del cine y de la música y, teniendo en cuenta su historial, lo cierto era que podía ser cualquiera.

–Somos viejos amigos –le respondió a su jefa–. Fuimos juntos a la universidad. Y hace dos años fui a hablar con su hermano Gavin para escribir el artículo acerca de Elite Records.

No tenía ningún reparo en ir a ver a Cash. Su ruptura formaba parte del pasado y había hecho todo lo posible por dejarla atrás. No sabía qué pensaría él si la veía aparecer de repente, pero Gavin le había sugerido que no avisase a su hermano de que iba a ir a verlo.

–Ven al espectáculo –le había dicho–. Una vez aquí, no tendrá elección, tendrá que hablar contigo.

Así que su plan no estaba muy claro, pero, por otro lado, no podía arriesgarse a que Cash se negase a recibirla.

Durante su primera visita a Beaumont Bay se había asegurado de que Cash no estaba en casa antes de concertar una entrevista con Gavin y William Sutherland. Por aquel entonces, no se había sentido preparada para volver a ver a Cash, pero no había podido evitar querer escribir la historia acerca de cómo la discográfica Elite Records había sido relanzada con gran éxito por el hijo mayor de la familia. Había sido la primera en dar la noticia de la resurrección de esta y los lectores habían devorado el artículo acerca de los cuatro atractivos hermanos.

En aquella época le había preocupado que la visita le trajese recuerdos desagradables, pero la visita a aquella ciudad rica y elegante no le había recordado al Cash al que ella había conocido. En realidad, se había dado cuenta de que nunca había conocido a Cash. O de que ya no lo conocía.

–Fue un artículo que escribí cuando todavía trabajaba en adaptación de contenidos –añadió al ver que su jefa no decía nada.

Gracias a aquel artículo, que había tenido mucho éxito, la habían ascendido a redactora, pero seguía en Tallahassee y su último texto se había titulado: Diez veces en las que has deseado ser Taylor Swift.

–Gavin Sutherland me ha contado que Cash va a dar un concierto privado –continuó–. No hay más prensa invitada.

No había incluido eso en su propuesta, que se reducía a un análisis de costes para demostrar lo barato que iba a resultar su viaje para la empresa.

–Elite Records quiere lavar la imagen de Cash después de que fuese condenado por conducir bajo los efectos del alcohol y la familia confía en mí porque me conoce.

Al menos Gavin confiaba en ella.

Delilah arqueó una ceja.

–¿No es Cash un chico malo? ¿Qué más le da eso?

Cash había sido un chico malo. De adolescente, había causado varios problemas en su ciudad natal, Beaumont Bay. En una ocasión, incluso le había robado el coche a su padre solo para divertirse. Así que cuando le habían dado una beca universitaria para jugar al fútbol americano, sus padres habían respirado aliviados, pensando que sus años difíciles habían quedado atrás.

Pero, al parecer, Cash había vuelto a su ciudad y a su comportamiento de chico malo. Sus hermanos le habían organizado incluso una gira con Hannah Banks, otra cantante de country con fama de chica buena, para intentar mejorar su reputación.

Pero Cash era un hombre que actuaba con las mujeres como si fuesen objetos de usar y tirar y Presley lo sabía mejor que nadie. La había amado y dejado cuando estaban en la universidad. Aunque lo de amar eran palabras mayores. En realidad, solo habían compartido unas sesiones de besos en su habitación, pero nunca habían llegado a amarse.

No obstante, ella, que con veintipocos años había sido muy inexperta, se había sentido completamente enamorada de él. Lo había entrevistado como parte de un trabajo de clase, dando por hecho que jamás conseguiría tenerlo más cerca, y se había sorprendido cuando la estrella del fútbol americano de su universidad le había pedido que saliese a cenar con él una semana después.

También se había llevado una gran sorpresa cuando se habían vuelto inseparables. Al menos, hasta que Cash se había marchado de Florida y no había vuelto a dar señales de vida. No solo había dejado atrás Florida y el fútbol para hacer carrera en la música, sino que también la había dejado a ella.

–¿Piensas que te hablará de ese tema? –le preguntó su jefa.

Presley no tenía ni idea.

–Estoy convencida –mintió–. Está trabajando en un disco nuevo y va a necesitar publicidad. Supongo que sabe que necesita un cambio de imagen.

Aunque no un cambio de imagen literal. Aunque Presley llevaba años sin verlo en persona, sí había visto fotografías suyas en Internet. Y seguía siendo tan guapo como lo recordaba: tez y pelo morenos, ojos color miel, la mandíbula marcada y una sonrisa capaz de hacer derretirse a una monja. Y, eso, solo por encima del cuello. Además de su altura, tenía los hombros anchos y musculosos, los abdominales marcados y los muslos fuertes. En una fotografía reciente, Presley se había fijado en que llevaba un tatuaje en un brazo. Ese era uno de los múltiples cambios que debía de haber sufrido desde que la había dejado.

–Te doy una semana –le dijo Delilah, poniéndose las gafas y clavando la vista en el ordenador.

Un momento después, empezó a teclear y Presley imaginó que aquello sonaba a afirmación.

–¿Es eso un… sí?

–Sí –le respondió Delilah sonriendo–. Espero un jugoso artículo acerca de la mujer que ha inspirado Lightning, un análisis profundo del chico malo de Beaumont Bay y todos los chismes posibles acerca de su condena por conducir ebrio. ¿Piensas que podrás hacerlo?

–Por supuesto. Estoy segura.

Presley se puso en pie de un salto. Lo que Delilah le pedía le parecía demasiado invasivo, pero pensó que podía escribir un artículo completo y respetuoso al mismo tiempo. No tenía ningún interés en vengarse de una ruptura ocurrida hacía mil años. Su único objetivo era salir de Florida.

–Y… –añadió Delilah antes de que le diese tiempo a marcharse–. Espero que vayas informando a mi asistente, Sandra, de tus progresos por correo electrónico.

–Sin problema –le respondió ella.

Mientras salía del despacho le envió un mensaje de texto a Gavin Sutherland: Saldré el viernes.

No tuvo que esperar mucho su respuesta: Perfecto. Hasta entonces.

A ella se le hizo un nudo en el estómago. Iba a conducir ocho horas hasta Tennessee para entrevistar a su exnovio acerca de las mujeres de su pasado y de su condena por conducir bajo los efectos del alcohol. Iba a preguntarle acerca de la fama y de la fortuna, de su fama de chico malo y, también, por qué la había dejado.

Aunque formase parte del pasado, una parte de ella anhelaba conocer el motivo. En primer lugar, para zanjar el tema y, en segundo, para satisfacer su curiosidad. Se dijo que si no conseguía obtener una respuesta, se consolaría con una copa de champán y un viaje en primera hacia otro destino, fuera de Tallahassee.

Por suerte, tenía el resto de la semana para prepararse para el viaje. Hacía mucho tiempo que no veía a Cash y estaba empezando a sentirse de nuevo como una veinteañera enamorada… pero se dijo que había madurado y que no iba a volver a ponerse en semejante situación.

No, aquella no iba a ser una tarea fácil, pero no iba a perder la oportunidad de mudarse y continuar con su vida. Ya llevaba demasiado tiempo posponiendo sus sueños.

Además, Cash se lo debía. La había dejado de un día para otro, sin mirar atrás. Y ese, en parte, era el motivo por el que Presley se había visto atrapada en aquella ciudad. Mientras salía con él, había considerado hacer unas prácticas en Nueva York o en Tallahassee, pero se había decidido por la segunda porque Cash estaba en Florida. Él había tenido una beca allí y había sido una promesa del fútbol americano. Presley no había contado con que se marchase de aquel modo.

Pero se había equivocado.

Así que había llegado el momento de ser egoísta y centrarse en sus propios sueños. El puesto de redactora sénior fuera de Florida la esperaba. Podía ir a Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, Londres… o incluso Roma. Eso, sin perder antigüedad y sin tener que empezar de cero en otra empresa. Si le encantaba, podría pedir que la trasladasen allí de manera indefinida. Su familia podría ir a visitarla, o ella podría volver en vacaciones. No tenía nada más que la atase allí.

Sintió que el corazón le daba un vuelco mientras tecleaba.

Podía hacer aquello. Iba a hacerlo.

El viernes pisaría el acelerador de su jeep y conduciría hasta Beaumont Bay para hacerle una visita a su exnovio. Conseguiría que este le desvelase sus secretos y, después, tal y como había hecho él, se daría la media vuelta y se marcharía de allí sin mirar atrás.

 

 

Una sombra se había cernido sobre la vida de Cash Sutherland dos meses antes y no veía la manera de apartarla de allí.

No era la primera vez que pasaba por un mal momento, tanto en los negocios como en su vida personal, pero siempre conseguía remontar. La reacción de los medios sociales a su condena le parecía una locura. Era como si quisiesen hundir su carrera. La prensa era capaz de cualquier cosa con tal de tener una historia.

Eran todos unos buitres.

Y en el epicentro de la tormenta estaba, lógicamente, Mags Dumond, la mujer que se había autoproclamado primera dama de Beaumont Bay años atrás, cuando su difunto marido había sido alcalde. La familia Dumond había fundado Beaumont Bay, así que Cash suponía que se había ganado el apodo a pulso. Tras un fallido intento de lograr la fama en Nashville, Mags había vuelto a Beaumont Bay, se había casado con el alcalde y se había dedicado a dar fiestas.

La terrible noche de la que todo el mundo hablaba Mags había celebrado una fiesta benéfica y todo el mundo que era alguien en la bahía, en definitiva, casi todo el mundo, había asistido a la misma. Cash había bebido champán mientras charlaba con unos y otros y, a medianoche, sus hermanos se habían dirigido hacia la puerta y él los había seguido, pero Mags le había cortado el paso y había insistido en brindar con él. Tras acceder y dar un único sorbo a una copa que no quería beberse, Cash se había subido al volante de su Bugatti Chiron.

Se había sentido sobrio cuando le habían hecho detenerse en un control cerca de la mansión, pero, según el oficial de policía, había superado el límite legal de alcohol en sangre.

El recuerdo de aquella noche lo enfadó. Mags lo había perseguido durante gran parte de la velada, un hábito que había ido perfeccionando con el tiempo y del que él estaba cansado. Llevaba años presionándolo para que firmase con su discográfica, Cheating Hearts.

Y cuando uno de sus hermanos, Will, había relanzado Elite Records, ella no había ocultado su enfado y le había dejado claro que los hermanos Sutherland estaban adentrándose en terreno sagrado. Nadie tenía la osadía de competir con la reina de la bahía. O nadie la había tenido hasta que Will se había puesto al mando de Elite, Cash había grabado un disco con él y había ganado un importante premio de la industria discográfica. Y el éxito de Elite Records ya no tenía límites desde que la prometida de Will, Hannah, estaba con ellos. Asimismo, su hermano Luke los había invitado a tocar en uno de sus locales y Gavin, que era abogado, se dedicaba a asesorar a todos los artistas.

Dejando a un lado la historia de la ciudad y de la industria, lo único que importaba en esos momentos era que su fotografía policial corría por Internet como la pólvora. Su expresión de enfado hacía, además, que pareciese culpable.