Melodía para la seducción - Lucy Monroe - E-Book

Melodía para la seducción E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

Bianca 2015 De pequeña, Cassandra fascinaba al público de sus conciertos noche tras noche… Pero, cuando murieron sus padres, Cass se encerró en su propio mundo, llegando a ser incluso demasiado tímida como para salir de casa. Una vez al año, compartía su amor por la música ofreciendo clases de piano en una subasta benéfica… Ese año consiguió la puja más alta. ¡Nada menos que cien mil dólares! El comprador fue Neo Stamos, un arrogante empresario griego. Deseaba a Cass con ardiente pasión, aunque sabía que la dulce y tímida joven necesitaría su tiempo…

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Lucy Monroe

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Melodía para la seducción, Bianca 2015 - marzo 2023

Título original: The Shy Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción.

Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416412

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

EL puerto de Seattle no era tan diferente de cualquier otro puerto en los que había estado Neo Stamos, desde que se había enrolado en el carguero Hera a los catorce años. Sin embargo, era un puerto especial porque allí su vida había cambiado. Fue donde se bajó del Hera y nunca más volvió a subir a bordo.

Su amigo Zephyr Nikos y él habían tenido que mentir sobre su edad para poder formar parte de la tripulación hacía seis años. Pero cualquier cosa había valido con tal de dejar atrás su vida en Grecia. Neo y Zephyr se habían conocido en Atenas, entre bandas callejeras, y los había unido un deseo común: conseguir algo más en la vida que llegar a ser jefes de su pandilla.

«Lo conseguiremos», se juró el joven Neo, de veinte años mientras el sol salía por el horizonte.

–¿Estás preparado para el siguiente paso? –preguntó Zephyr.

–No viviremos más en las calles –dijo Neo tras asentir, viendo cómo el barco se acercaba al puerto.

–Llevamos seis años sin vivir en las calles.

–Es verdad. Aunque nuestros camarotes aquí en el Hera no han sido mucha mejoría.

–Sí son mejores que las calles.

Neo estaba de acuerdo, aunque no dijo nada. Cualquier cosa era mejor que vivir en las calles, bajo las reglas de la banda callejera de turno.

–Lo que está por llegar será aún mejor.

–Sí. Hemos tardado seis años, pero ya tenemos el dinero necesario para dar el siguiente paso.

Seis años de mucho trabajo duro y sacrificio. Habían ahorrado cada céntimo que habían podido de su salario y habían estado leyendo todo lo que había caído en sus manos sobre negocios y desarrollo urbanístico. Cada uno se había hecho experto en un campo diferente, para combinar su inteligencia en una alianza estratégica.

Tenían un plan detallado para incrementar su capital comprando, al comienzo, casas pequeñas y terminar realizando planes urbanísticos completos.

–Nos convertiremos en dos grandes empresarios –dijo Zephyr con convicción.

–Antes de los treinta –puntualizó Neo con una sonrisa.

–Antes de los treinta –repitió Zephyr con determinación.

Triunfarían.

El fracaso no estaba en sus planes.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ES una broma, ¿verdad? –dijo Neo Stamos, mirando un certificado que tenía estampado el logo de una organización benéfica. Su único y más viejo amigo, además de socio, Zephyr Nikos, tenía que estar bromeando, pensó.

–No es broma. Feliz treinta y cinco, filos mou –repuso Zephyr, recurriendo al griego, su lengua materna, que utilizaban entre ellos de vez en cuando.

–Si fueras mi amigo, no me harías un regalo así.

–Al contrario. Como soy tu amigo, sé que este pequeño regalo es muy apropiado.

–¿Lecciones de piano? –preguntó Neo y se fijó que la duración del curso era de un año. De ninguna manera, pensó–. No lo creo.

–Pues yo sí lo creo –repuso Zephyr–. Perdiste la apuesta.

Neo se quedó en silencio, pues sabía que no iba a servir de nada protestar. Una apuesta era una apuesta. Y él debía haberlo pensado mejor antes de apostar nada con Zephyr.

–Tómatelo como una prescripción médica.

–¿Prescripción para qué? ¿Para perder una hora a la semana? No me sobran ni treinta minutos –replicó Neo, negando con la cabeza–. A menos que pase algo que yo no sepa… –señaló, pensando que, a menos que se anulara alguno de sus proyectos inmobiliarios internacionales, no tendría tiempo–. No hay espacio en mi agenda para clases de piano.

–Pasa algo que tú ignoras, así es, Neo. Se llama vida y estás tan ocupado con el negocio que la estás dejando pasar de largo.

–La compañía Stamos y Nikos es mi vida.

–El plan era hacer que la compañía fuera nuestro billete a una nueva vida, no que se convirtiera en nuestra única razón para vivir –puntualizó Zephyr–. ¿No lo recuerdas, Neo? Íbamos a ser grandes empresarios a los treinta.

–Y lo conseguimos.

Habían ganado su primer millón de dólares tres años después de pisar suelo estadounidense. Habían llegado a un capital de más de mil millones de dólares cuando Neo había cumplido treinta. Y la multinacional Stamos y Nikos no sólo llevaba su nombre, consumía también todas sus horas de vigilia y sueño.

–Querías comprar una casa grande, formar una familia, ¿recuerdas? –preguntó Zephyr.

–Las cosas cambian –afirmó Neo, pensando que algunos sueños eran infantiles y debían ser dejados atrás–. Me gusta mi ático.

–No se trata de eso, Neo.

–¿Entonces de qué se trata? ¿Crees que preciso lecciones de piano?

–Pues la verdad es que sí. Aunque tu médico no te hubiera advertido tras tu último examen, yo sé que tu vida tiene que cambiar un poco. Teniendo en cuenta el estrés que soportas a diario, no hace falta ser médico para adivinar que eres candidato perfecto a un ataque al corazón.

–Trabajo seis días a la semana. Un nutricionista excelente me planifica las comidas. Mi ama de llaves me las prepara a la perfección y como siguiendo un rígido horario. Mi cuerpo está en excelente forma física.

–Duermes menos de seis horas por la noche y no tienes nada que te funcione como válvula de escape para el estrés.

–¿Y mis logros?

–No son más que un modo de satisfacer tu naturaleza competitiva. Siempre estás presionándote para conseguir más.

Zephyr sabía lo que decía. Hacía dos años que había empezado a salir de la oficina a las seis en vez de a las ocho. Y, a pesar de que había adquirido algún hobby, su vida no era mucho mejor que la de Neo. Era sólo un poco distinta.

–Intentar superarse no tiene nada de malo.

–Es cierto –repuso Zephyr, frunciendo el ceño–. Pero has de tener equilibrio en tu vida. Tú, amigo mío, no tienes una vida.

–Tengo una vida.

–Tienes más voluntad que cualquier otro hombre que conozca, pero no equilibras tus logros con ninguna de las cosas que dan sentido a la vida –señaló Zephyr, aunque él mismo se encontraba en la misma situación.

–¿Y crees que las lecciones de piano le darán sentido a mi vida? –preguntó Neo y pensó que, tal vez, era Zephyr quien necesitaba tomarse un descanso para no volverse loco.

–No. Creo que te aportarán un lugar donde ser Neo Stamos durante una hora a la semana y no el gran empresario. Se nos da muy bien comprar tierras, construir y venderlas. Se nos da muy bien hacer negocios. ¿Pero cuándo tendremos suficiente?

–Estoy satisfecho con mi vida.

–Pero nunca tienes bastante.

–¿Y tú sí?

–Estamos hablando de ti. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste el amor, Neo?

–Ya no tenemos edad para contarnos secretos de alcoba, Zee.

–No quiero que me hables de tus conquistas –repuso Zephyr, sonriendo.

–¿Entonces, qué? Tengo sexo siempre que quiero.

–Sexo, sí. Pero nunca has hecho el amor.

–¿Qué diferencia hay?

–Tienes miedo de intimar.

–¿Cómo diablos hemos pasado de las clases de piano a la terapia psicológica? ¿Y desde cuándo estás dándole vueltas a esas tonterías?

–Sólo estoy diciendo que tienes que ampliar tus horizontes.

–Ahora pareces un agente de viajes.

–Soy tu amigo y no quiero que mueras por culpa del estrés antes de llegar a los cuarenta, Neo.

–¿De dónde te sacas eso?

–Gregor, tu médico, me llamó para hablar conmigo el mes pasado. Opina que estás cavando tu propia tumba.

–Haré que le retiren la licencia.

–No lo harás. Es nuestro amigo.

–Es tu amigo. Y mi médico.

–De eso te estoy hablando, Neo. Tienes que buscar equilibrio en tu vida. No centrarte sólo en los negocios.

–¿Y tú qué? Si las relaciones son tan importantes para tener una vida plena, ¿por qué tú no sales con nadie?

–Salgo con alguien, Neo. Y, antes de que me digas que tú también, reconozcamos ambos salir con una mujer con el único propósito de tener sexo no es tener una relación.

–¿En qué siglo vives?

–Créeme, vivo en este siglo. Igual que tú. Así que deja de comportarte como un burro y acepta mi regalo.

–¿Así sin más?

–¿Prefieres incumplir la apuesta?

–No quiero recibir clases de piano.

–Antes te gustaba.

–¿Qué? ¿Cuándo?

–Cuando vivíamos en las calles de Atenas.

–De niño tenía muchos sueños y he aprendido a librarme de ellos.

Acumular el tipo de riqueza que tenía a su disposición requería constante e intenso sacrificio, pensó Neo, y él estaba encantado de hacerlo. En el proceso, se había convertido en un hombre de provecho. No tenía nada que ver con el padre que los había abandonado cuando él había tenido dos años ni con la madre que había preferido las drogas a cuidar niños.

–Mira lo que dice el hombre que salió de las calles de Atenas para hacerse el rey de Wall Street.

Neo sintió que iba a tener que rendirse porque, para empezar, no quería decepcionar a la única persona del mundo que le importaba de veras.

–Lo intentaré durante dos semanas.

–Seis meses.

–Un mes.

–Cinco.

–Dos y es mi última oferta.

–Si te fijas, te he pagado un curso de un año.

–Pues si me gusta, lo haré completo –aseguró Neo, aunque estaba seguro de que eso no iba a suceder.

–Trato hecho.

 

 

Cassandra Baker se retocó el delicado vestido azul y blanco que llevaba, nerviosa. Que viviera como una ermitaña no significaba que tuviera que vestirse como una mujer de las cavernas. Al menos, eso se había dicho cuando había pedido su nuevo vestuario de primavera a través de una tienda de moda en Internet. Llevar ropa a la moda, aunque no la viera nadie fuera de su propia casa, era una de las pocas cosas que hacía para intentar sentirse normal. No siempre funcionaba, pero ella lo intentaba.

Con los dedos inmóviles sobre las teclas de su piano de cola, se dijo que debería tocar. Eso la relajaba. O, al menos, era lo que todo el mundo le decía.

Faltaban menos de cinco minutos para que Neo Stamos llegara a su clase.

Cuando Cassandra había ofrecido el valor equivalente a un año de clases de piano a la subasta benéfica, como hacía todos los años, había dado por hecho que el alumno sería, como siempre, algún músico principiante, deseoso de trabajar con una reconocida pianista y compositora de New Age.

Cass se soltó el pelo y se lo recogió de nuevo. Posó las manos sobre el teclado, pero no presionó ninguna tecla. Había estado segura de que, como en años anteriores, el comprador habría sido alguien que compartiera su pasión por la música. No había contado con que, tal vez, su próximo alumno no compartiría su adoración por el piano.

No había podido ni imaginar que su alumno iba a ser un novato total en música. Era toda una pesadilla para una mujer para quien era más que difícil abrirse a los desconocidos.

Intentando superar esa sensación, Cass había pasado mucho tiempo leyendo artículos y viendo fotos sobre él. Pero eso no la había ayudado, sino al contrario.

En las fotos, parecía un hombre que nunca escuchaba música. ¿Por qué iba a querer alguien así recibir clases de piano?

En la subasta, cuando las pujas habían superado los diez mil dólares, Zephyr Nikos había hecho una oferta de cien mil dólares. Era demasiado para ella… Cien mil dólares por una hora a la semana de su tiempo. A pesar de que las clases tenían una duración de un año, la puja había sido exagerada.

Poco después, Cass había recibido una llamada de la secretaria del señor Stamos para fijar el día y la hora. Acordar las clases para el martes a las diez de la mañana no había sido un problema para ella. Sin embargo, la secretaria del señor Stamos había hablado como si él fuera a tener que sacrificar a su primogénito para poder asistir.

Cass no tenía ni idea de por qué un hombre de negocios rico, atractivo y extremadamente ocupado querría recibir lecciones de piano. Y eso la hacía estar aún más nerviosa. Lo cierto era que no había sentido tanta ansiedad desde la última actuación que había hecho en público. Llevaba toda la mañana diciéndose que era ridículo. Pero no había conseguido calmarse.

El timbre sonó y Cass se quedó petrificada. El corazón se le aceleró y comenzó a respirar entrecortadamente. Intentó moverse, pero no pudo. Tenía que hacerlo. Tenía que abrir la puerta y conocer a su nuevo alumno.

El timbre sonó por segunda vez y, por suerte, Cass salió de su parálisis. Se puso en pie y se apresuró a ir a la puerta.

¿Estaría el mismo Neo Stamos en la puerta o sería su secretaria? ¿O tal vez un guardaespaldas o un chófer? ¿Hablaban los multimillonarios con sus profesoras de piano o utilizaban a sus asistentes personales para eso? ¿Habría más personas delante durante la lección? ¿Dónde los colocaría?

Sólo de pensar en tanta gente desconocida en su casa, Cass se puso a hiperventilar mientras recorría el estrecho pasillo de su modesta casa, hacia la puerta.

Quizá, él estaría solo. Si había conducido él mismo, eso implicaba más problemas. ¿Le importaría aparcar su coche de lujo en aquel vecindario? ¿Debería ella ofrecerle usar su garaje?

El timbre sonó por tercera vez y Cass abrió. El señor Stamos, que era aún más imponente en persona que en las fotos, no pareció avergonzarse de haber llamado con tanta impaciencia.

–¿Señorita Cassandra Baker? –preguntó él, expectante.

–Sí –repuso ella, inclinando la cabeza, y se obligó a decirle lo mismo que decía a todos sus estudiantes–. Puedes llamarme Cass.

–Te va más llamarte Cassandra, no Cass –repuso él con voz vibrante.

–Mis alumnos me llaman Cass.

–Yo te llamaré Cassandra –señaló él, esbozando una media sonrisa.

Ella lo miró, sin saber cómo tomarse su arrogancia. Daba la impresión de que él se sentía con el poder de llamarla como mejor le pareciera.

–Creo que será más fácil empezar la lección si me dejas pasar –indicó él con impaciencia.

–Claro… ¿Quieres aparcar el coche en el garaje? –ofreció ella, indicando hacia el flamante Mercedes aparcado ante su puerta.

–No será necesario.

–Bueno. Entremos –dijo Cass y lo guió hasta la sala del piano.

La sala albergaba poco más que su piano Fazioli. Como únicos muebles, había un gran sillón y una pequeña mesa redonda.

–Toma asiento –invitó ella, señalando el banco que había ante el piano.

Neo obedeció. Tenía un aspecto mucho más relajado ante el piano de lo que ella había esperado. Tenía un cuerpo bien proporcionado y musculoso, observó Cass. Y tenía manos fuertes, con dedos largos. Su traje era más apropiado para una reunión de ejecutivos que para tocar música. Sin embargo, él no parecía en absoluto fuera de lugar.

–¿Quieres algo para beber antes de empezar?

–Ya hemos gastado varios minutos de la hora que dura la clase, quizá sería más eficiente ir al grano.

–No me importa pasarme unos minutos de la hora, para que recibas tu lección completa –señaló ella.

–Pues a mí, sí.

–Entiendo –repuso Cass, sintiendo que, por alguna extraña razón, su ansiedad se calmaba ante los abruptos modales de él.

Lo cierto era que Cass estaba encontrando la situación mucho menos difícil de lo que había esperado.

–La próxima semana, si quieres, puedes entrar directamente, no hace falta que llames –ofreció ella.

–¿No cierras la puerta con llave? –preguntó él–. Al cerrarla, yo he echado el pestillo.

–Me sorprende que no hayas traído guardaespaldas –comentó ella, pensando que no era raro que un hombre en su posición cerrara las puertas con llave.

–Tengo un equipo de seguridad, pero no vivo perseguido por guardaespaldas. Antes de que mi secretaria te llamara, fuiste investigada –informó Neo, mirándola–. Y no presentas ninguna amenaza para mí.

–Entiendo –repuso ella, sintiéndose incómoda.

–No te lo tomes como algo personal.

–Fue algo necesario –comentó ella, que también había buscado información sobre él en Internet.

Sin embargo, Cass sospechó que la investigación de que ella había sido objeto había sido bastante más exhaustiva. Sin duda, él conocía su historia. Y sus peculiaridades, como solía decir su manager. Y, a pesar de ello, el señor Stamos no la trataba como a un bicho raro.

–Exacto –dijo él y miró su reloj de pulsera.

No era un Rolex, observó ella para sus adentros.

El resto de la hora pasó sorprendentemente deprisa.

A pesar de que él comenzó a despertar en Cass un tipo muy diferente de tensión.

 

 

Neo no entendió la sensación de ansiedad que sintió el martes por la mañana al despertarse y caer en la cuenta de que ese día recibiría su segunda clase de piano.

Cassandra Baker era tal y como le había informado su equipo de investigadores. Bastante callada y tímida. Aunque tenía algo que le fascinaba.

No se parecía a las mujeres con las que él solía salir. Tenía el pelo lacio y castaño, pecas y una figura muy delgada. Y no la habría conocido nunca de no haber sido por la intervención de Zephyr.

Zee también había sido quien le había dado a conocer la música de Cassandra. Su socio le había regalado discos de ella por su cumpleaños y por Navidad.

Neo solía escucharlos cuando se ejercitaba en el gimnasio de su casa y los ponía a veces cuando estaba trabajando con el ordenador. Hasta que había llegado un momento en que había empezado a escuchar la música de Cassandra casi todo el tiempo que pasaba en casa.

No se había fijado en quién era la artista, sino sólo en la música. Ni siquiera había reconocido su nombre en el bono que le había regalado Zephyr. Hasta que no había recibido el informe preliminar de su equipo de investigadores, no había caído en la cuenta de que ella había compuesto la mayor parte de la música que a él tanto le gustaba.

Y no le gustaba sólo a él. Cassandra Baker era número uno en ventas de música New Age. Neo no había esperado que una artista de tanto talento fuera, al mismo tiempo, tan modesta y sencilla.

A pesar de su sencillez, Cassandra tenía unos ojos de color ámbar impresionantes. Su expresión honesta y abierta lo cautivaba y su color era único y auténtico, a diferencia de las lentes de contacto coloreadas que solían llevar muchas de las mujeres con las que había tenido aventuras.

Fuera como fuera, Neo estaba deseando conocerla mejor. Además, ¿cuándo había sido la última vez que él se había permitido el lujo de disfrutar de una relación personal?

Cuando llegó a su casa, cuatro horas después, Neo descubrió que ella había dejado la puerta sin cerrar con llave. Le preocupó que no cuidara más su seguridad, pero le preocupó aún más el sonido de música que salía del pasillo. Lo más probable era que Cassandra ignorara que él había llegado.