Mi gran boda millonaria - Katy Evans - E-Book
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Mi gran boda millonaria E-Book

Katy Evans

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Beschreibung

Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea… Nell necesita dinero para pagar su préstamo universitario y Luke para salvar su bar, así que se apuntan a un reality donde pueden ganar un millón de dólares. Las reglas son sencillas: deberán casarse, aunque no se conozcan de nada, y competir contra otras parejas en retos por todo el país. Ah, y está prohibido enamorarse. Parece fácil, Nell y Luke no podrían ser más diferentes, pero ¿podrán respetar las reglas?

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Mi gran boda millonaria

Katy Evans

Traducción de Eva García

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

La hora de la verdad

Una deuda de medio millón de dólares

La audición

Pánico

Sobrevivir a la primera fase

Sí, queremos

Perdidos en el maizal

Primer puesto fronterizo

Francés en la oscuridad

«Langosta» de recompensa

Aislados por la nieve

En cabeza

Confianza

Dulce como la miel

Aloha, Hawái

Más allá de los Siete Lagos Sagrados

Línea de meta

El mundo real

Encuentro a escondidas

Final

Seguir adelante

Epílogo

Agradecimientos

Lista de reproducción

Sobre la autora

Página de créditos

Mi gran boda millonaria

V.1: diciembre de 2021

Título original: Million Dollar Marriage

© Katy Evans, 2019

© de la traducción, Eva García Salcedo, 2021

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021

Todos los derechos reservados.

Esta edición se ha gestionado mediante un acuerdo con Amazon Publishing, www.apub.com, en colaboración con Sandra Bruna Agencia Literaria.

Diseño de cubierta: Letitia Hasser

Publicado por Chic Editorial

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-17972-44-8

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Mi gran boda millonaria

Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea…

Nell necesita dinero para pagar su préstamo universitario y Luke para salvar su bar, así que se apuntan a un reality donde pueden ganar un millón de dólares. Las reglas son sencillas: deberán casarse, aunque no se conozcan de nada, y competir contra otras parejas en retos por todo el país. Ah, y está prohibido enamorarse. Parece fácil, Nell y Luke no podrían ser más diferentes, pero ¿podrán respetar las reglas?

Una novela adictiva de la autora best seller de las series Real y Pecado

«Una historia de amor moderna con emociones auténticas. ¡Un libro muy recomendable!»

Harlequin Junkie

A la vida, experta en desgarrarnos

cuando necesitamos madurar.

Era un matrimonio de pega.

O, al menos, esa era la idea…

La hora de la verdad

17 de diciembre

Nell

Tengo ganas de vomitar.

Es la final en directo que todo el país ha estado esperando. El plató está repleto de periodistas y las cámaras nos enfocan. Se disparan los flashes, y mi futuro pasa ante mis ojos a la misma velocidad.

Todo depende de lo que ocurra en la próxima hora. Podríamos responder en un segundo, pero ahora no. Sé que el presentador se va a enrollar hasta la saciedad. Un resumen con los momentos más conmovedores de la temporada, entrevistas a los concursantes, actuaciones de «invitados famosos especiales» que también son fans del programa.

Cada detalle está pensado para crear emoción hasta que llegue la hora de la verdad.

La gente en este plató, los trece millones de espectadores que nos ven en sus casas, todos esperan en vilo la respuesta a una única pregunta.

¿Sí… o no?

Ojalá pudiéramos responder y acabar de una vez.

Está muy cerca, pero también podría estar a millones de kilómetros. Entrelazando sus dedos con los míos, saluda a la multitud que corea nuestros nombres. No le sudan las palmas de las manos. Echo un vistazo a sus facciones marcadas y a su sonrisa relajada y se me hace un nudo en la garganta.

No me extraña que todo el mundo esté enamorado de él, ni que haya sido el favorito de los fans desde la primera semana.

Ya está. Es el final. O quizá…

Lo miro y le digo:

—Luke… Yo no…

Niega con la cabeza con gran disimulo.

—No pasa nada —murmura mientras me acaricia la palma de la mano con los dedos—. Respira, Penny. Respira.

Eso hago. Pero aire no es lo único que necesito ahora mismo para recomponerme.

Hemos pasado por muchas cosas, más de lo que la mayoría de las parejas vivirán en toda su vida.

Y ahora estamos a punto de tomar la decisión que determinará nuestro futuro.

Me resulta extraño pensar que hace siete meses ni siquiera conocía a Luke Cross. Y que hace tres meses lo odiaba. Pero en algún momento las cosas cambiaron.

En algún momento de esta aventura de locos que hemos representado en televisión para que la vea todo el mundo hice lo que me prometí a mí misma que nunca haría.

Ni siquiera sé cómo pasó, pero, cuando vuelvo la vista atrás, me parece que era inevitable. Como si no hubiera podido impedirlo siquiera, aunque lo hubiera intentado.

Pero que tuviese que pasar no significa que vaya a durar eternamente…

Una deuda de medio millón de dólares

Nell

Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Seguro que voy a ser la primera persona a la que echen. Si es que aquí se echa a la gente. No veo la tele, así que no tengo ni idea de cómo funcionan estos concursos.

—Confesionario de Nell, día 1

Siete meses antes

Me encuentro tumbada en el suelo del salón, en mi piso a las afueras del campus. Creo que me va a dar un infarto.

Courtney entra y me observa mientras hago un mohín. Me da un toquecito con la punta de sus zapatos planos.

—¿Tan mal?

Entonces, repara en el sobre roto y en el extracto bancario doblado en tres partes que descansa encima de mi abdomen.

Sabe a ciencia cierta qué época del año es y lo que eso significa.

Y sí, también sabe que, en efecto, las cosas van mal.

Pero en los últimos años se me ha dado muy bien vivir negándome a aceptar la realidad, y he ignorado el hecho de que el día del juicio final se acercaba cada vez más. El día en que me salpicaría la mierda.

Y no hay duda de que ese día ha llegado.

—No puedo respirar —gimo—. Me muero.

Courtney va a la nevera y coge un racimo de uvas.

—Mmm… Si te mueres, ¿se hará cargo alguien de tus préstamos estudiantiles?

Me incorporo y la miro con el ceño fruncido, pero solo durante un segundo, porque de pronto vuelvo a sentirme débil. Quizá me estoy poniendo enferma. Me tumbo y me quedo mirando la vieja araña de cristal cubierta de polvo de nuestro piso de mierda. El piso de mierda que elegí para ahorrar dinero. Ni que hubiese vivido a cuerpo de rey todos estos años. ¡Joder, me he contenido!

Courtney se agacha a recoger la carta.

—¡Quinientos mil dólares! ¡Guau!

Dios. Oírlo en voz alta solo hace que la deuda me parezca más imposible de afrontar. Empujo el culo contra el suelo con la esperanza de que me trague.

—¿Cómo he acabado así?

Courtney se da golpecitos en la barbilla.

—No sé. ¿Quizá porque no has trabajado desde que te graduaste en la universidad hace cuatro años?

Me incorporo y la miro a los ojos. Mi mejor amiga, Courtney, se especializó en educación, se sacó el título en Emory a la vez que yo y tiene un buen trabajo. No gana un dineral, pero al menos lo suficiente para devolver el préstamo estudiantil cada mes, y no tiene que pagar su parte proporcional del alquiler con la tarjeta de crédito como yo. Y encima puede permitirse pequeños lujos como…

Courtney se da cuenta de que estoy mirando su Frappuccino helado de vainilla y me lo ofrece. Le doy un sorbo con avidez.

—Ay, pobre.

Cruzo las piernas como los indios.

—¿Cómo esperas que consiga trabajo si aún estoy intentando acabar el doctorado?

Se ríe.

—En literatura comparada. Ni siquiera sé a qué clase de trabajo puedes optar con ese título. Dijiste que no querías ser profesora en la universidad.

—Y es verdad. —Pero eso no significa que no lo haría si pudiera. La verdad es que enseñar parece divertido, pero el mero hecho de pensar en dirigirme a una sala llena de estudiantes universitarios hace que me pique todo. Odio exponerme de esa forma—. Sin embargo, me he graduado con matrícula de honor en todas las asignaturas. Hay muchos puestos de trabajo disponibles para alguien con mi educación.

Quizá me esté engañando a mí misma. Mientras me sacaba la carrera no pisé ni una vez el despacho del consejero de carreras. No he movido un dedo para mejorar mi currículum. Yo estaba la mar de bien mientras ampliaba mis estudios en la Universidad Emory: primero, el doble grado en Filosofía e Historia del Arte, luego, el máster en Antropología y, por último, el doctorado. Eso es porque Penelope Carpenter siempre termina lo que ha comenzado. Cuando era pequeña, les pregunté a mis padres hasta dónde podía llegar en mis estudios y cursé las asignaturas que me interesaban para alcanzar mi objetivo. Dije que iría a por todas, y lo he cumplido, aunque a mi manera.

Estoy hecha para llegar lejos. El problema es que he ido acumulando algunas deudas por el camino.

Madre mía, me aterra el mundo real. Donde destaco y estoy a gusto es en clase. Los libros son mi refugio. En cambio, la vida es todo menos eso.

Puf, solo de pensarlo ya noto que me salen ronchas en la cara.

Ojalá me quedase algún título por sacarme. Un super doctorado. ¿Y si empiezo el doctorado en jurisprudencia, de modo que pospongo aún más el día del juicio final?

—Vendrás el jueves a la graduación, ¿no? —le pregunto.

Ella se quita la americana.

—Pues claro, doctora.

Le sonrío. Perfecto. Me cuesta hacer amigos, así que ella es lo más parecido a una familia que tengo en Atlanta. El resto de mis parientes están en Nueva Inglaterra y viven a lo grande. Y no, me dejaron bastante claro que, si quería ir a una universidad que no fuese Harvard, los gastos correrían de mi cuenta, y así ha sido: he asumido los costes—a duras penas— a base de dar clases particulares aquí y allá. Mi padre llegó a donde está ahora por sus propios medios y quiere que sus hijos hagan lo mismo. Firmó como garante de la tarjeta de crédito y del contrato de alquiler del piso, pero espera que se lo devuelva todo cuando pueda reunir el dinero. Mi madre piensa que estoy cometiendo un grave error al sacarme títulos sin parar y no duda en recordármelo cada vez que puede. Mi padre ya me ha avisado de que, cuando se muera, mi herencia irá a Harvard, su alma mater, así que ni siquiera les he invitado a la graduación. Aunque tampoco es que fuesen a venir.

Levanto la hoja por una esquina como si estuviese sucia y la dejo caer al suelo.

—¿Crees que Gerald irá?

Courtney resopla.

—No.

—Pero…

—Nell. El tren Gerald no solo ha salido de la estación, sino que ya está en otro país y se aleja de ti cada vez más rápido.

Eso, Nee, tú no te cortes. Pero sí. Ya lo sabía. Aun así, siempre mantengo la esperanza en sus ojazos azules. Antes de conocerlo nunca me había interesado especialmente ningún chico, pero no dejaba de encontrármelo en la biblioteca. Acabó pidiéndome que estudiásemos juntos y llevo colada por él desde entonces. Es monísimo, practica esgrima, entiende de vinos y ama el arte y la música clásica. En definitiva, es el hombre de mis sueños.

También trabaja como interno en el Hospital de Niños de Atlanta y está prometido con una Barbie que estudia medicina. Hace nueve meses que rompimos. Lo normal sería que, a estas alturas, ya hubiese pillado la indirecta y hubiese dejado de enviarle mensajes todas las semanas.

Eso sería lo que cualquier chica con dos dedos de frente haría.

Pero no Nell Carpenter, que lo único que tiene es una deuda tan enorme como un agujero negro.

Me pongo de pie, tiro el extracto de mi préstamo estudiantil a la basura, me envuelvo en mi manta más calentita y, hecha polvo, me desplomo en el sofá.

Courtney me mira con pena.

—Cielo… ¿Sabes qué? Esta noche echan Solteros de oro en la tele. ¿Qué tal si me cambio, calentamos una pizza congelada y lo vemos juntas? Así podemos burlarnos de lo patéticos que son todos los concursantes.

Ni siquiera contesto. Ella sabe que nunca veo esas cosas ni como nada congelado. Mis maneras de entretenerme incluyen leer, escuchar música clásica, practicar con mi arpa y limpiar la casa. Además, cuido mi alimentación. Algunos consideran que tengo TOC, pero no es verdad. Solo soy exigente conmigo misma.

Cuesta creer que hayamos durado tanto como compañeras de piso. Por suerte no es una completa vaga. Courtney es una de las pocas personas que puede soportar mis rarezas; por una parte, porque el trato con ella es bastante fácil, y, por otra, porque no le quedó más remedio. En nuestro primer año en Emory nos vimos obligadas a compartir cuarto y, desde entonces, hemos vivido siempre juntas. Cuando digo que me cuesta hacer amigos, miento. En realidad, ni siquiera lo intento. Que sí, que serán importantes, pero siempre he dejado claro que mi prioridad son los estudios, por lo que nunca he salido de fiesta ni cotilleado con nadie o frecuentado la sala común. Pero parecía como si no me hubiera quedado otro remedio que hacerme amiga de Nee, como si el hecho de estar tan cerca y compartir una habitación diminuta lo dictase. Los primeros meses hasta me resistía, pero Courtney es encantadora y está llena de vida. Siempre cae bien a todo el mundo. Con el tiempo, acabamos yendo al comedor y estudiando juntas y nos hicimos mejores amigas.

—Vale. Yo voy a comer pizza mientras veo la tele. Tú deprímete ahí sentada si eso es lo que quieres.

Y eso hago. Me hago un ovillo y lloriqueo sin consuelo mientras ella coge una Coca-Cola Light y una pizza congelada y se sienta a mi lado a ver el programa de mierda. Trato de ignorarlo, pero al final el millonario macizo acaba por llamarme la atención. Sobre todo cuando veo que una noche se va con una chica a que les den un masaje en pareja y a la siguiente se mete en el jacuzzi con otra.

Miro la pantalla con los ojos entornados cuando empieza a liarse con la segunda chica en la bañera de hidromasaje.

—Qué majo. ¿Cómo puedes ver esa bazofia?

Está enganchadísima; solo un holocausto nuclear conseguiría despegarla de la tele.

—Está muy bueno.

—Y es gilipollas.

Continúa viendo el programa sin que eso le importe. Se le cae la baba. Tiene un novio adorable y maravilloso que la trata como a una reina y, aun así, suspira por el gilipollas este.

Entonces, empiezan los anuncios y se va a hacer palomitas en el microondas. Me estiro y pruebo la pizza. Puaj. Hasta el cartón sabe mejor. Mientras vuelvo a poner la cabeza sobre la almohada, algo en la pantalla me llama la atención y hace que me detenga; me caen churretes de falso queso por la barbilla.

—¡Llamada para todos los habitantes de Atlanta de entre veinticinco y cuarenta y nueve años! ¿Te apetece ganar un millón de dólares? Acude a las audiciones para nuestro nuevo y exitoso reality: ¡Matrimonio por un millón de dólares! ¿Tienes una personalidad única y espíritu aventurero y arrasas por donde pasas? ¡Pues reúnete con nosotros en el Centro de Convenciones de Atlanta el quince de mayo entre las doce y las cinco!

Miro la tele con tanta atención que me olvido de parpadear.

—Eh, ¿te has comido mi pizza? —grita Courtney desde la cocina.

Me limpio el queso de la barbilla y señalo la pantalla.

—¿Eso de qué va?

—¿El qué?

—Las audiciones… ¿Para qué son?

Courtney se deja caer en el sofá con un bol de palomitas enorme.

—¡Ah, sí, eso! ¡Qué ganas! Joe y yo vamos a ir. Llevamos meses planeándolo.

Estoy confundida.

—¿Vosotros?

—Sí. Han estado haciendo audiciones por todo el país. Pero… —añade, aunque se detiene al darse cuenta de que ya me estoy imaginando cosas—. No te hagas ilusiones, Nell. En serio. Si crees que Solteros de oro es cutre, Matrimonio por un millón de dólares hará que te explote la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque a la gente —la gente normal que no parece que tenga un palo metido por el culo— le gusta lo cutre. Lo devoran. Y te aseguro que esto será tres cuartos de lo mismo. Que sí, que es un programa nuevo y todo lo que tú quieras, pero se rumorea que la premisa es superdiferente.

No profundiza más.

—Superdiferente en plan… —No completa mi frase—. ¿A qué te refieres? El primer premio es un millón de dólares y yo tengo deudas. Vendería mi alma por ese dinero.

Courtney se ríe a carcajadas durante un buen rato.

—Ay, no, Nell, no. Esto no es para ti. Ya lo has oído: es solo para aventureros.

—¿Y?

—¿Cómo que «y»? —Me mira como si fuese evidente—. Si para ti ordenar el botiquín ya es una locura.

Se me desencaja la mandíbula.

—Qué va. —Bueno, vale, quizá sí. Una vez encontré un par de pastillas que no había visto nunca—. Además, ¿quién te crees tú? ¿Indiana Jones? Ni que fueras doña aventurera. Además, piden personalidades únicas.

Se encoge de hombros.

—Eso lo tienes seguro. Pero aun así… ¿En serio estarías dispuesta a salir por la tele y dejar que todo el mundo viese lo que haces en cada momento?

—Supongo que por un millón de dólares sí. Venga, ¿no puedo acompañaros?

Le pongo ojos de cordero degollado.

—Pues… —Mira la tele—. Quince de mayo. ¿Sabes que es el día de tu graduación?

Cierto.

—Sí, pero las audiciones son de doce a cinco y la graduación no es hasta las siete. ¿Qué hay de malo en que vaya contigo a echar un vistazo?

Me observa con indecisión.

No entiendo por qué se muestra tan reacia. Por lo general, siempre está dispuesta a participar en este tipo de planes.

—Venga, Nee, porfa, que necesito el dinero.

La llamé Nee una vez porque pensé que era mono y gracioso, y nos reímos tanto que he seguido usando ese apodo hasta hoy. Desde entonces somos Nee y Nell.

—Vale, puedes venir. Pero como pongas los ojos en blanco o me digas que es una chorrada una sola vez, te voy a mandar a la mierda.

—¡Yupi! —La abrazo—. Me muero de ganas.

—Mi niña —dice mientras me da palmaditas en la cabeza como si fuese un perro labrador—. Te aseguro que no. Ni te imaginas la que te espera.

Luke

Solo quiero decir una cosa: adelante. Estoy abierto a lo que sea.

—Confesionario de Luke, día 1

Se respira un ambiente animado en el bar de Tim. Todo el mundo está de pie, con los ojos pegados a las pantallas de las esquinas.

Por el aspecto de esta multitud, se podría decir que a mi humilde negocio no le va nada mal.

Pero las apariencias engañan.

Solo han venido a animar a Jimmy Rowan, la leyenda, que estrena nuevo espectáculo en YouTube. Aquí es donde empezó. Donde consiguió seguidores. Donde dejó huella. Y también donde conoció a Elizabeth Banks, la rica con la que ha estado saliendo los últimos seis meses.

Jimmy gestiona todos sus negocios desde mi bar, hasta el punto de que uno de los reservados en la parte de atrás es su despacho. Se ha pasado la última media hora ahí, haciendo Dios sabe qué con ella. Le lanzo una pajita de plástico por encima de la barra, y se da la vuelta.

—¿Estás listo?

Se levanta sin soltar la mano de Lizzy, que me sonríe de oreja a oreja.

—Se trata de James. Nació preparado —asegura, y lo mira—. ¿No es lo que dices siempre?

Él le sonríe y asiente.

—Sí. Exacto. —Se frota las manos—. Eh, ¿estás bien?

Asiento con la cabeza. De puta madre.

Se vuelve hacia su público y carraspea.

—¡Chicos! Os presento el estreno mundial de la hazaña que grabamos en Oahu. Lo subiré a mi canal este fin de semana.

Jimmy no ha cambiado nada desde que empezó a salir con Lizzy. Sin embargo, consiguió el capital que necesitaba para expandir su canal de YouTube y llegar a rincones mucho más exóticos. Mentiría si dijera que no estoy un poco celoso. Antes de que apareciese Lizzy, Jimmy y yo íbamos por el mismo camino: crecimos en las calles más duras de Atlanta y estábamos destinados a vivir el resto de nuestras vidas aquí y ser enterrados aquí. En cambio, ahora Jimmy se va por ahí de aventuras cada dos semanas mientras que yo ni siquiera he salido del estado. Además, pese a lo diferentes que son él y Lizzy, ella le hace tanto bien que casi me hace creer en el amor.

Casi.

Enciendo el Blu-ray y le doy al play. La pantalla pasa del negro a mostrar una imagen de Jimmy con casco en el cráter de un volcán.

Todos le vitorean. Es el héroe del barrio.

Un tío al que no había visto nunca me llama la atención.

—¿A esto le llamas whisky? ¿Tú qué haces, le echas agua a esta mierda?

Lo miro con severidad.

—Vete a otro sitio.

—Sí, te lo aseguro, pero no voy a pagar por esta mierda.

Entonces pierdo los estribos, aunque en realidad mi agitación se debe a la llamada que he recibido esta tarde. Cojo el vaso de chupito que estaba limpiando y lo estampo contra la barra. Se hace añicos en mi puño.

Jimmy me mira estupefacto. Lizzy también.

Acto seguido, Jimmy se encara con ese tío.

—Lo vas a pagar, ¿a que sí, cabrón?

—¡Eh! —exclamo mientras levanto una mano. No necesito que me defienda, pero, sobre todo, lo último que necesito es que me rompa más muebles, como suele hacer—. No pasa nada.

Jimmy entorna los ojos.

—Y una mierda. Se queja de la bebida, pero no ha dejado ni gota.

El hombre se lo piensa mejor, abre la cartera, lanza un billete de diez y sale por patas.

—¡Y no vuelvas, capullo! —le grita Jimmy. Después se apoya en la barra—. ¿Te importaría contarme qué ha pasado?

—Nada —mascullo.

—¡Mira tu mano! —exclama Lizzy mientras la señala. Está llena de sangre.

—No es nada. —Me la envuelvo con un trapo limpio. No dejan de mirarme, como si esperasen que siga—. Oye, es tu gran noche. Pásatelo bien. Luego hablamos.

Ese «luego» acaba siendo a las tres de la mañana. Aviso de que voy a cerrar a las dos, pero en realidad la gente no se va hasta una hora después. Jimmy me ayuda a echar a los últimos rezagados. Para entonces, Lizzy ya se ha quedado dormida hecha un ovillo en su «despacho», tapada con una de sus camisas de franela.

—A ver, ¿por qué has estado mirando así a todo el mundo? —me pregunta mientras sirvo dos tequilas—. Como si quisieras arrancarles la cabeza y retorcerles el pescuezo.

Me bebo el vaso de un trago.

—Estoy sin blanca.

—Bueno, no es la primera vez que estás en horas bajas…

—Esto ya no es como antes. Llevo años en números rojos. Los del banco están hartos. Me han dicho que mi abuelo pidió un montón de préstamos hipotecarios para este local, de lo cual yo no tenía ni idea, y que tengo que pagarlos todos antes de que acabe el año. Pero no puedo porque tengo que pagar las facturas de la residencia de mi abuela.

—¿Y a cuánto asciende?

—A quinientos mil dólares.

Jimmy se atraganta y mira a su alrededor.

—No te ofendas, tío, pero este sitio no vale medio millón de pavos.

—Ya. El apartamento que tengo en el piso de arriba es un antro todavía peor que este.

—Joder. Este sitio ha sido de tu familia durante años.

No quiero pensar en eso. Mi abuelo era el Tim del bar de Tim. Que su legado acabe conmigo es un palo muy gordo.

—La residencia en la que está tu abuela parece el Ritz.

Asiento con la cabeza.

—Y allí se va a quedar. Sus amigas también viven allí y le encanta jugar al mahjong con ellas y esas cosas. Es lo que la hace feliz.

Jimmy echa una ojeada a su despacho, donde su novia duerme profundamente. Sé en qué está pensando.

—Bueno, Lizzy tiene debilidad por este sitio…

—No. No se lo digas. La conozco y sé que me daría el dinero en un abrir y cerrar de ojos, pero no quiero que lo haga. No quiero deberle nada a nadie.

Me mira como si me hubiese vuelto loco, pero asiente de todos modos.

—Vale. Entonces ¿qué vas a hacer?

—¿Rezar para que ocurra un milagro? —pregunto mientras me encojo de hombros—. Ni puta idea.

Se apoya en la barra con aire pensativo.

—No. No necesitas un milagro. Tengo la solución aquí mismo. —Se dirige a su despacho y saca una hoja del montón desordenado que hay en la mesa—. Esta gente quería poner un anuncio en mi canal. Mañana estarán por aquí porque tienen que hacer pruebas para un nuevo reality. El primer premio es un millón de dólares.

Miro la hoja con atención.

—¿Matrimonio por un millón de dólares? No veo esas mierdas de los reality shows. ¿De qué va?

Jimmy se encoge de hombros.

—No sé. Aquí dice que los concursantes deben tener entre veinticinco y cuarenta y nueve años, estar en forma y estar abiertos a la aventura. Nada más. Tío, a ti te pega.

Me río.

—Te pega a ti.

—Sí, pero yo no necesito el dinero. Y la cámara te adora. Las mujeres se volverían locas contigo.

—Vale, vale —musito mientras me rasco la barbilla—. Me lo pensaré.

Cierro el bar, me despido de mis amigos y subo a mi zulo de dos habitaciones. Vivía aquí con mis abuelos hasta que él murió y ella sufrió el primero de muchos derrames cerebrales que la llevaron a la residencia. Cuando vivíamos aquí los tres, mi abuela lo decoraba con cortinas y velas para darle un toque hogareño y femenino, pero yo no valgo para eso, y tampoco paso mucho tiempo en casa, de modo que no lo cuido mucho.

Hasta el bar se está yendo al garete por mi culpa. Al principio sentía cierto orgullo. Con solo veintitrés años, ya era dueño de un local y regentaba mi propio negocio. Pasar de donde estaba tan solo cinco años antes a esto supuso un giro de ciento ochenta grados. Fue como triunfar por primera vez en la vida. Un ejemplo a seguir para todos los adictos que piensan que no se puede salir del hoyo.

Pero no ha sido fácil. Y, ahora, estoy hecho mierda.

Como si me estuviese enterrando en otro hoyo. Me estoy cargando la casa de la abuela, poco a poco.

Me quedo en calzoncillos y me siento en el borde del colchón. Me miro las cicatrices del brazo y me acuerdo de todas las noches que pasé en los callejones oscuros del centro de Atlanta, tumbado encima de mi propio meado, enganchado a cualquier chute barato; creí que moriría antes de cumplir los veinte.

Todo lo que me he ganado desde entonces pende ahora de un hilo. Voy a perder este sitio. Y pronto perderé a mi abuela también. ¿Qué me quedará entonces? Vivo todos los putos días con la convicción de que es eso lo que encabeza la corta lista de cosas que evitan que vuelva a ser un yonqui.

Sin eso… En serio, ¿qué coño me quedará?

Me acerco a la cómoda para coger el panfleto que me ha dado Jimmy antes y lo desdoblo. Me tumbo en el colchón y me pongo a pensar en ello más de la cuenta. ¿Un reality? Nunca me habría imaginado que llegaría a planteármelo siquiera. Pero cuanto más lo pienso, más creo que podría ser la única oportunidad que tengo de salvar el bar… y de paso también el pellejo.

La audición

Nell

Supongo que, si se trata de desafíos mentales, puedo hacerlo bien. Pero si implica cualquier tipo de coordinación entre las manos y la vista, estoy apañada. Soy un pelín torpe.

—Confesionario de Nell, día 1

Al final, resulta que Courtney tenía razón.

No tenía ni idea de la que me esperaba.

Son las diez de la mañana y el Centro de Convenciones de Atlanta está atestado de gente. Parece que se vaya a jugar la Super Bowl. Pudimos encontrar aparcamiento a un kilómetro y medio de una cola interminable que salía en zigzag desde la entrada principal. Cuando al fin llegamos y me di cuenta de que el enorme edificio casi no se veía desde donde estábamos, comencé a poner mala cara.

Lo estoy pasando fatal.

—Tenías razón, Nee. Ha sido una tontería venir —reconozco entre dientes mientras ella se apoya sobre Joe. Es el novio perfecto; la trata como a una reina. Se sacó la carrera a la vez que nosotras, consiguió un buen empleo y ahora gana un buen sueldo. Lleva a Courtney a restaurantes caros y se le da muy bien eso de ser adulto.

No como a otra que yo me sé.

—¿Qué te había dicho? —pregunta Courtney, que me aparta cuando intento apoyarme en ella. Me duelen los pies—. Si vas a ponerte tan negativa, mejor vete.

Suspiro y miro el reloj. Llevamos solo quince minutos y nos hemos movido algo así como… un metro. Vuelvo a suspirar. Me pongo de puntillas para intentar ver mejor el centro de convenciones.

—¿Ha venido toda Atlanta o qué?

—Oye, cállate ya —dice Courtney, y gesticula como si se cerrase los labios con una cremallera.

—Vale.

Ojalá pudiese apoyarme en alguien. Me pongo en cuclillas y, acto seguido, me siento, pero, nada más hacerlo, la fila avanza de nuevo. La historia de mi vida. Me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz y me meto como puedo en la cola.

—¿Qué lees? —me pregunta Joe.

—Compendio de la antigua filosofía china —anuncio sin levantar la vista; si me pierdo de nuevo, se me va a ir la pinza.

—Fascinante —dice.

—Pues sí.

La cola avanza de nuevo. Esta vez no me levanto, sino que me arrastro sin levantar la vista de mi libro.

Trato de leer más, pero la gente frente a mí está hablando demasiado alto. El gran tema de conversación es cuál será el objetivo de Matrimonio por un millón de dólares. Se escuchan rumores disparatados. Parece que las rubias tetonas que tengo delante junto con sus novios surfistas piensan que van a ofrecer a la gente un millón de dólares por casarse con sus respectivas parejas en directo.

Para mí eso sería una putada, porque mi única pareja es mi libro de texto gigante.

—¿Sabes lo que pienso? —me dice Courtney, apoyada en el hombro de Joe—. Hablaban de aventura. Creo que van a hacer un equipo de hombres y otro de mujeres y les van a poner una carrera de obstáculos. Y quien gane tendrá que casarse en directo o perderá todo el dinero.

La observo fijamente. Razón de más para largarme de aquí cagando leches. No hago deporte. Soy más tope que un pato. Tengo el cuerpo lleno de lorzas y curvas, y soy feliz así. Solo echaría a correr si alguien me estuviera persiguiendo. ¿Y casarme con un completo desconocido? No y mil veces no.

Miro con nostalgia en dirección a donde Joe ha aparcado el Jeep.

—No harían eso, ¿verdad? Obligar a dos desconocidos a casarse —pregunto, alarmada.

Ella se encoge de hombros. Ay, madre, eso significa que sí.

—¿Nunca has visto Casados a primera vista?

¿Casados a qué? Sabe con quién está hablando, ¿no?

—Un momento, entonces… ¿te casarías con un desconocido, aunque estés con Joe?

Ella asiente.

—¿Por un millón de dólares? Claro. Y él haría lo mismo.

Joe la rodea con un brazo y conviene:

—Ya ves.

¿En qué se han convertido? Al final será verdad que el romanticismo ha muerto.

Un poco más tarde, se acerca a nosotros una mujer vestida con un polo sobre el cual lleva pegada una etiqueta que dice «MMD: ¡Hola, soy Eve!». Lleva un auricular que le confiere un aspecto profesional y murmura algo.

—Disculpe —le digo—. ¿Puede decirme si los concursantes deberán casarse?

No me responde, pero me mira como si fuera tonta y empieza a reírse.

Oh, Dios.

Nos reparte unas hojas y varios bolígrafos.

—Por favor, rellenad esta encuesta y tenedla lista cuando lleguéis al mostrador. ¡Gracias!

¿Al mostrador? Estiro el cuello, en un intento por ver algo aparte del páramo siberiano. Mientras lo hago, Courtney se echa a reír.

—Madre mía, me meo con las preguntas.

Miro mi hoja. Aparte de la información habitual, leo lo siguiente:

Indique en una escala del uno al cinco (siendo uno «encaja totalmente conmigo» y cinco «no encaja nada conmigo») cómo encaja cada una de estas afirmaciones con usted:

Me encanta conocer gente.

Me gusta estar solo.

Mi círculo social es muy amplio…

Y así sucesivamente. La hojeo y me doy cuenta de que hay más de quinientas preguntas sobre personalidad para evaluar nuestra condición física, nuestra inteligencia y cómo nos relacionamos con los demás.

No hay mal que por bien no venga. Me encanta hacer tests.

Me pongo a ello de inmediato. Uso mi libro para apoyarme y empiezo a rodear números con entusiasmo. Por alguna razón, esto siempre me ha relajado. De hecho, me encantó hacer las pruebas de admisión del grado y el posgrado. Sonrío todo el tiempo, o al menos hasta que Nee me propina un codazo.

—¿Nunca te han dicho que pareces una asesina en serie cuando haces tests?

Le doy una cachetada.

Lo que me lleva más tiempo es enumerar todos mis títulos y premios, pero aun así termino antes que los demás. En ese momento, noto una presencia que acecha cerca de mi hombro.

—Joder, qué rápida.

Me giro y miro hacia arriba. Muy muy arriba para observar al tiarrón más sucio que he visto en mi vida. Es como si sus músculos estuviesen luchando por escapar de una camiseta demasiado pequeña. Lleva tatuajes. Diría que un montón, pero uno ya es demasiado para mí. Además, es velludo, va sin afeitar y el pelo le tapa los ojos. Percibo un leve olor a tabaco. Es… un macarra.

Y sus ojos están fijos en mí. Unos ojos verdes preciosos que no encajan con el resto de su persona y que se clavan en mí hasta perforarme.

Vaaale. Me envaro y le doy la espalda con la esperanza de que se vaya si lo ignoro. Finjo que estoy interesada en lo que está haciendo Courtney.

En ese momento, Joe se vuelve hacia los hombres que están detrás de mí y exclama:

—¡Hostia puta! ¿Tú no eres Jimmy Rowan?

—Sip —responde el amigo del chico sucio.

—¡Qué pasada, tío! ¿Te vas a apuntar?

Ay, no.

Detrás de mí, Jimmy le contesta:

—Qué va. Solo he venido a acompañar a mi colega.

—¿En serio? Te escogerían sin pensarlo. Seguro que quieren famosos —se emociona Joe. Courtney pega la oreja en cuanto oye la palabra «famosos». Se pone de pie y lo mira de cerca mientras Joe añade—: Es un youtuber muy famoso.

A Courtney se le desencaja la mandíbula. Pongo los ojos en blanco. ¿Qué demonios es un youtuber famoso y por qué a los tontos de mis amigos les parece tan interesante? Estos tíos son unos macarras.

Joe rebusca en su mochila.

—¿Me firmas un autógrafo?

Ay, señor. Me pongo de puntillas para ver si avanza la cola y me cruzo de brazos, decidida a no girarme ni entablar conversación con ellos. Courtney me tira de la manga, pero me zafo de ella con brusquedad y la fulmino con la mirada.

—Nell —me susurra al oído, sorprendida—. Es famoso. ¿Y has visto a su amigo?

Se abanica la cara. ¿Está insinuando lo que creo que está insinuando?

—Me da igual —canturreo.

—Pues no debería. Usa tus técnicas de seducción por una vez en tu vida. A lo mejor así te olvidas del imbécil de Gerald.

—Eh… Uno, yo no conozco ninguna técnica de seducción. Dos, ya he olvidado a Gerald. Y tres, aunque no fuese así, el macarra ese no conseguiría que lo olvidase. Parece… un animal.

—Un animal sucio y sexy. Mmm.

—¡Nee! ¡Esa boca!

Cuando Joe consigue su autógrafo, lo mira como si fuese su posesión más preciada mientras habla por los codos con los chicos sucios. Mientras tanto, yo trato de ponerme lo más cerca posible de la gente que tengo delante para alejarme todo lo que puedo de los macarras. Abro el libro y leo.

—¿No es un tocho muy gordo para una renacuaja como tú? —oigo que alguien me pregunta por encima del hombro al tiempo que su aliento me hace cosquillas en la oreja.

Por poco doy un bote.

Huele bien. ¿Por qué huele bien? Aprieto los dientes y me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz.

—No soy tan pequeña.

De verdad que no. Mido casi 1,70 m. Pero supongo que, en comparación con él, sí que lo soy, porque él es una bestia.

—¿Estás estudiando para algún examen?

Pongo los ojos en blanco.

—No, estoy leyendo por diversión.

Se ríe.

—¿Leer te parece divertido?

Buf. Sí, me divierte leer; no como a él, para quien seguro que divertirse es sinónimo de pegar tiros o arrancarles la cabeza a las gallinas de un mordisco. Decido no contestar con la esperanza de que quizás así se de cuenta de que no quiero hablar con él.

No sé cómo lo consigo, pero le ignoro hasta que terminamos de hacer la cola. Dos horas después, llegamos a recepción. Nos dan números y nos llevan a una zona del centro de convenciones con mesas para sentarnos. Intento sentarme lo más lejos posible del yeti y su amigo famoso, pero, por desgracia, Joe nos arrastra a su mesa mientras se comporta como si fuese el mayor fan del youtuber.

—Número 4322 —anuncian por megafonía.

Miro el mío. Tengo el 5696.

Buf.

Un hombre mayor con una gorra de béisbol agita su número y corre hacia el escenario. Una mujer con un polo de MMD asiente hacia él, invitándole a seguirla, antes de conducirlo a través de una puerta.

Un instante más tarde, vuelve a entrar con expresión enfadada, por lo que supongo que no lo han seleccionado. Le dice algo a su novia y, antes de irse, ambos le sacan el dedo corazón a la mujer de la puerta.

Muy bonito.

Ella los ignora y anuncia el siguiente número.

Al menos avanzan rápido.

—Como me pase todo el día aquí para estar solo cinco segundos ahí dentro con ellos me voy a cabrear —susurra Courtney.

—Ya ves —mascullo. Me da un poco de vergüenza estar aquí, eso lo primero. ¿En serio creía que esto sería mi salvación? No soy única. Ni aventurera. Y por supuesto que no me voy a casar con un viejo para aumentar la audiencia de un programa de televisión. Courtney tenía razón: no encajo aquí. Entre toda esta gente sumarán un coeficiente intelectual de diez. Cuando dentro de una hora me vaya con las manos vacías tendré que abrir los ojos y buscarme un trabajo normal como hace todo el mundo.

Y quizá ese es el motivo por el que todavía no me he marchado.

Entierro la nariz en el libro de texto e intento ignorar las conversaciones a mi alrededor. La gente sigue conjeturando sobre el tema del programa, y parece que todos están a punto de explotar de la curiosidad.

Levanto la cabeza y veo que el yeti me está mirando. Ojos penetrantes, oscuros, posesivos.

Vale, ya entiendo a lo que se refiere Courtney. Tiene el atractivo típico de todos los malotes. Es probable que me interesase si me gustase ese rollo, pero no me gusta. Prefiero a los chicos aseados, inteligentes y cultos.

Pero, entonces, ¿por qué noto un calor en la entrepierna?

Trago saliva y vuelvo a concentrarme en el libro, pero acabo por leer la misma frase una y otra vez.

Levanto la cabeza de nuevo. Me sigue observando con intensidad; sus ojos se posan en mí con una fuerza que me atrapa. Nadie me ha mirado nunca tan fijamente.

—¿Qué? —espeto.

Niega con la cabeza de forma casi imperceptible.

—Nada, solo que me gusta mirarte.

Estupendo.

Cojo el libro de la mesa, le doy la espalda y me lo coloco en las rodillas. «Pues espero que también te guste mirarme la nuca».

Consigo acabarme el capítulo de Mencio, pero el hormigueo que siento en el cuello no desaparece, ya que creo que todavía tiene la vista clavada en mí. Dios, sus ojos son increíbles, ardientes. No pestañea. Es como si hubiese identificado a su presa y estuviese a punto de abalanzarse sobre ella. Pero al rato lo oigo hablar con su amigo, el famoso, y me relajo un poco.

Anuncian otro número por megafonía y Courtney da un brinco mientras agita su hoja.

—¡Me toca! ¡Me toca! ¡Deseadme suerte!

Se dirige hacia la puerta mientras da saltos de la emoción y Joe y yo intercambiamos miradas.

—No ha parado de hablar de esto. ¿Crees que tiene posibilidades?

—Claro —respondo. Es guapa, jovial y a todo el mundo le encanta pasar tiempo con ella. Aunque hay mucha competencia, Courtney es la típica concursante de reality. La cámara la adora—. Tiene muchas posibilidades.

Pero al momento la puerta se abre y entra cabizbaja con lágrimas en los ojos.

—No me han cogido —gime mientras Joe la estrecha entre sus brazos.

Entonces, lo llaman a él. La besa en la frente y la consuela:

—Ya verás como a mí tampoco me cogen.

Pero va de todos modos. Courtney se sienta a mi lado y dice:

—No han tenido piedad. Ni siquiera me han preguntado nada. Solo me han mirado y me han dicho que no era lo que estaban buscando. Fin.

—¿En serio? ¿Y qué están buscando?

—Y yo qué sé —masculla justo cuando se abre la puerta del fondo y entra Joe con los brazos levantados en señal de victoria. Courtney abre los ojos como platos—. ¿Te han seleccionado?

—Qué va. Solo me han mirado y me han dicho: «Cuidado con la puerta, no te vaya a dar un golpe al salir».

Courtney suspira.

—Bueno, al menos no he sido la única.

Joe junta sus dos números y los hace trizas. Después, coloca una mano sobre mi hombro.

—Ayúdanos, Obi-Wan. Eres nuestra única esperanza.

Las palabras todavía flotan en el aire cuando anuncian mi número.

Vale. Bien. Si solo me van a mirar y me van a decir que me largue ya no me siento tan mal. Me meto el libro bajo el brazo y saludo a la mujer mientras agito el número.

—Hola.

Echa un vistazo a su portapapeles.

—Hola. ¿Nombre?

—Penelope Carpenter. Pero suelen llamarme Nell.

—Penelope Carpenter. Por aquí. —Me lleva por un pasillo oscuro y estrecho. Al final hay unas puertas de dos hojas flanqueadas por dos guardias de seguridad, un hombre y una mujer—. Nada de preguntas. Por favor, no hables a no ser que te hablen. Si te piden que te vayas, hazlo de inmediato. Al presentarte firmaste una exención que establece que no comentarás el proceso de audición con nadie —lee en tono monocorde—. ¿Queda claro?

—Sí —afirmo, y pienso: «¿Me podéis rechazar ya para que pueda irme a casa?».

—Por aquí, señorita —me indica el hombre, que me hace pasar por un detector de metales como los de los aeropuertos. Tengo que entregar mi bolso y mi libro para avanzar. Cuando me los devuelven, la mujer me hace un gesto con la cabeza que me indica que ya puedo entrar. ¿A quién narices voy a ver? ¿Al papa?

Respiro hondo y entro.

La sala es enorme y está revestida con paneles de madera. Hay una mesa gigante en el centro. Tres personas se sientan en la otra punta, una mujer y dos hombres. Parecen intranquilos. Los hombres parecen un poco mayores que yo, pero la mujer debe de tener unos cincuenta años. Hay latas de Coca-Cola y una caja de pizza abierta delante de ellos. Solo sobra un trozo. El hombre del bigote mordisquea su boli y me contempla como si hubiese matado a su familia.

—Hola —digo, y saludo sin alzar la mano del todo.

—Siguiente —dice el hombre de forma brusca.

Gracias a Dios.

Doy media vuelta.

—Espera, espera, espera —oigo que la mujer me llama—. ¿Qué estás leyendo?

Les enseño el título.

El hombre del bigote que tanto me odia suelta un «ah». No tiene pinta de filósofo, pero…

—¿Siempre llevas esas gafas?

Me las subo en un acto reflejo. Llevo gafas desde los tres años, y estoy a nada de que me declaren oficialmente ciega. Las lentillas son un fastidio, y las gafas siempre me han permitido aislarme del mundo exterior.

—Sí…

Supongo que esa es la señal de que debo irme ya. Al fin y al cabo, ya llevo más tiempo aquí que Joe y Courtney juntos. La mujer continúa:

—Pareces joven. ¿Cuántos años tienes?

—Acabo de cumplir veinticinco.

Mira un folio. Será la encuesta que rellené y entregué en la recepción.

—Aquí pone que eres doctora.

—Sí —asiento—. Esta noche me dan el doctorado en literatura comparada.

—Tienes un largo historial académico —señala el otro hombre, calvo y con gafas de pasta—. Me interesa saber por qué has venido. Ves muchos realities, ¿no?

Niego con la cabeza.

—No veo la tele. No es lo bastante estimulante para mí. He venido para acompañar a mi amiga y porque necesito el dinero para devolver mis préstamos estudiantiles.

—Entonces… ¿qué sería para ti algo suficientemente estimulante?

—En mis ratos libres toco el arpa, de modo que la música que me conmueve me encanta. Mozart, Músorgski, Mahler… Me interesan mucho el teatro y el arte, y, por supuesto, la buena literatura…

Me callo cuando me doy cuenta de que están mucho más interesados en mi vida de lo que nunca lo ha estado nadie. De pronto parecen pendientes de cada una de mis palabras.

Pero ¿por qué?

—¿Y hay algo que no soportes?

No me creo que esto esté pasando.

—Ah, bueno, lo normal. La ignorancia, la pereza, las personas mimadas. La gente que no lee o que cree que los deportes son una religión o que se pasa el día comiendo comida basura. Son los culpables de que la sociedad se esté yendo al garete.

—Mmm. ¿Te consideras deportista?

Bajo la cabeza y echo un vistazo a mi cuerpo.

—¿Usted qué cree? Ni siquiera he visto un solo partido en mi vida. Como he dicho antes, no es lo bastante estimulante para mi mente. Creo que el cuerpo humano es una obra de arte solo por su mente.

La mujer mira su hoja.

—Interesante, Penelope. ¿Y tienes novio?

Por un momento pienso en Gerald.

—Nell. Y no.

El hípster me hace un gesto para que avance.

—¿Puedes acercarte, soltarte el pelo y darte la vuelta, por favor?

No quiero hacerlo, pero obedezco. Camino hacia la mesa, me quito la coleta y me giro un poco como si fuera una modelo en la pasarela, pero casi me caigo de culo. Me aferro a la mesa para conseguir estabilidad.

Cuando miro hacia arriba, los tres están sonriéndose y asintiendo.

La mujer rebusca en su portapapeles y saca una carpeta negra. Me hace un gesto para que me acerque y, con entusiasmo, anuncia:

—Enhorabuena. Pasas a la primera ronda. Soy Eloise Barker, la productora ejecutiva. En esta carpeta está todo lo que necesitas saber.

La miro embobada. Esto no está pasando.

—¿Primera ronda?

Ella asiente y me estrecha la mano.

—Sí, estás entre los cincuenta concursantes y cinco suplentes que serán elegidos para la grabación de la primera temporada de Matrimonio por un millón de dólares. La grabación empezará en septiembre. Hay varias fases, pero ya has dado un gran paso hacia el millón de dólares.

Que no, que esto no está pasando. Estoy soñando.

—Pero, a ver, ¿ni siquiera van a explicarme de qué trata el programa? ¿Lo del matrimonio, por ejemplo?

El hombre del bigote me estrecha la mano. Al parecer ahora me adora.

—Soy Vic Warner, productor y guionista. —Señala al hípster calvo—. Y este es Will Wang, famosa celebrity de la televisión y nuestro presentador.

Lo miro fijamente. ¿Famoso? Si no lo he visto en mi vida.

—Eh… ¿Y el programa?

Eloise niega con la cabeza.

—Todo lo que tienes que saber está en la carpeta. Llámanos si tienes alguna duda. Siento que no podamos responder a todas tus preguntas con la información de la carpeta, queremos mantener cierto aire de misterio, pero todo llegará a su debido tiempo.

Niego con la cabeza. ¿Aire de misterio? Eso no va conmigo.

—Es que yo…