Mi mujer ideal - Jessica Hart - E-Book

Mi mujer ideal E-Book

JESSICA HART

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cada día que pasaba, deseaba más quedarse ella con el puesto de esposa… Tyler Watts era rico, atractivo y un hombre con éxito en los negocios. De hecho, estaba en lo más alto del mundo empresarial, pero sabía que le faltaba algo que todos los de su posición parecían tener: una esposa y una familia modelo. Tyler necesitaba ayuda en tan delicada situación, por lo que contrató a una experta en relaciones, Mary Thomas. Mary era una madre soltera que sabía mucho de las relaciones, pero si se trataba de las suyas propias era un verdadero desastre...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 169

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Jessica Hart

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mi mujer ideal, n.º 2087 - noviembre 2017

Título original: Business Arrangement Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-480-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DÓNDE la había visto antes?

Tyler observó a la mujer, que sonreía mientras estrechaba la mano de un grupo de hombres con traje de chaqueta. Se había fijado en ella desde que llegó y estaba intentando recordar quién era desde entonces. ¿Por qué su cara le resultaba tan familiar?

No era el tipo de mujer que llamaría su atención normalmente. Tenía unas facciones normales, ni bonitas ni feas, el pelo oscuro, rizado, y llevaba un traje de chaqueta que le quedaba demasiado estrecho. Elegante y sofisticada no era, desde luego.

Sin embargo, había algo en ella… Tyler no podría decir qué era y eso lo sacaba de quicio. A él le gustaba saber con qué estaba lidiando en cada momento y lo irritaba no poder dejar de mirar a una mujer que ni siquiera se había fijado en él.

Evidentemente, ella tenía la habilidad de entablar conversación con cualquiera, algo que Tyler era incapaz de hacer… o eso decía Julia.

–Eres una persona encantadora –le había dicho su mejor amiga, con su característica sinceridad–. Pero, de verdad, eres tan sociable como un rinoceronte.

Tyler hizo una mueca al recordarlo.

Sin percatarse de que la mueca había provocado un ligero ataque de pánico en las personas que estaban a su lado, tomó un sorbo de champán y observó el vestíbulo de su nuevo edificio, lleno de gente. Él odiaba los eventos sociales. No le gustaba perder el tiempo hablando de bobadas con unos y otros, como hacía aquella mujer, pero su director de Relaciones Públicas había insistido en que debía asistir a la fiesta de inauguración. De modo que allí estaba, en un vestíbulo lleno de concejales del Ayuntamiento de York, consejeros y hombres de negocios. Y todos querían hablar con él.

Todos menos ella.

Que no lo había mirado en toda la noche.

Un concejal lo estaba aburriendo contándole algo sobre el plan de transportes de la ciudad, y Tyler volvió a mirar alrededor, preguntándose cuándo podría marcharse. ¿Por que había aceptado acudir a aquel evento tan aburrido?

De repente, se dio cuenta de que no veía a la mujer y pensó que la había perdido. ¿Se habría marchado?

¡Ah, allí estaba! En una esquina, quitándose los zapatos de tacón. Tyler vio que hacía una mueca de dolor. Afortunadamente, no se había ido o no habría podido averiguar quién era… Esa idea lo molestó.

Podría preguntarle a alguien, seguramente, pero el grupo que lo rodeaba seguía hablando sobre planes de transporte.

O podría ir y preguntarle él mismo.

–Perdonen –dijo bruscamente. ¿Quién había dicho que no sabía comportarse?

Y luego, sin decir nada más, se dirigió hacia la desconocida.

 

 

En una esquina, al lado de los ascensores, Mary estaba moviendo los dedos del pie derecho para activar la circulación. Le había parecido buena idea ponerse zapatos de tacón, pero aquello era una tortura.

La noticia de que Tyler Watts iba a trasladar el cuartel general de su famosa empresa inmobiliaria a York había alterado a toda la comunidad. La construcción de un modernísimo edificio frente al río había indignado a los conservadores, pero los que opinaban que York, una ciudad medieval, también podía ser una comunidad del siglo XXI, estaban encantados.

En cualquier caso, el evento para celebrar la finalización de las obras era una gran oportunidad, y Mary estaba decidida a aprovecharla. No sería la única que buscase un contrato con la constructora Watts y, aunque no consiguiera nada, los contactos siempre eran interesantes.

De modo que había elegido su atuendo con cuidado. Era su primer evento social desde el nacimiento de Bea y quería tener un aspecto elegante y… en fin, profesional. Un traje de chaqueta y unos zapatos de tacón darían la impresión perfecta. Lo sabía porque compraba revistas de moda.

Desgraciadamente, las revistas no decían qué hacer cuando el tacón de aguja te cortaba la circulación en los pies, o cuando, cinco minutos antes de salir de casa, una descubría que el traje le quedaba demasiado estrecho. Y tampoco solían recordarte que algunos arquitectos modernos confunden el suelo de un vestíbulo con una pista de patinaje.

Mary suspiró, volviendo a ponerse el zapato para quitarse el otro. Como solía pasarle en la vida, había una gran diferencia entre su imaginación y la realidad. Se había imaginado a sí misma encandilando a los concejales de York, tan impresionados con su profesionalidad que hacían cola para contratar los servicios de su agencia de empleo, pero no había sido así.

Sí, todo el mundo era muy agradable. Y aunque nadie había sido tan grosero como para señalar que el traje le quedaba estrecho, tampoco le habían ofrecido trabajo.

Lo único que había conseguido esa noche era un dolor de pies.

Mary tomó un sorbo de champán mientras se daba un masajito en la planta del pie. Haría un último esfuerzo para hablar con el director de Recursos Humanos de la constructora Watts, decidió, y luego se iría a casa.

Entonces detectó que alguien estaba mirándola. Y cuando giró la cabeza vio nada menos que a Tyler Watts dirigiéndose hacia ella. Como un elefante en una cacharrería, iba abriéndose paso entre la gente, que se apartaba para dejarle sitio.

Y él no parecía darse cuenta de nada, claro. Que típico de él. En sus breves encuentros con Tyler Watts en el pasado, le había parecido la persona más grosera y más arrogante del mundo, y no tenía ningún interés en volver a verlo. Quería un contrato con la constructora Watts, pero no tenía intención de hablar con su presidente.

Sin embargo, él parecía dirigirse hacia ella. Mary miró alrededor, por si acaso había alguien interesante a su lado, pero no, estaba sola.

Si no hacía algo rápidamente, Watts llegaría a su lado. De modo que se puso el zapato y se lanzó de cabeza hacia el grupo más próximo. Pero no había contado con aquel suelo resbaladizo y, de repente, su tacón derecho patinó y se vio lanzada hacia delante.

A su alrededor pudo oír que la gente contenía el aliento, anticipando el desastre, pero no llegó al suelo. Una mano la había sujetado del brazo, tirando de ella hasta que recuperó el equilibrio. Más o menos. Porque seguía aleteando con el brazo izquierdo y el resbaladizo suelo no ayudaba nada.

Mortificada, consiguió ponerse en pie definitivamente.

–Muchas gracias por… –Mary no terminó la frase al ver frente a ella los glaciales ojos azules de Tyler Watts.

Su primer pensamiento fue que debía haberse movido a la velocidad del rayo para llegar a tiempo, el segundo, que aquel hombre debía de ser increíblemente fuerte. Ella no era precisamente una pluma, pero Tyler Watts la había sujetado con una sola mano.

Sólo entonces se fijó en la mancha que tenía en la camisa. Mientras intentaba no caer al suelo debía de haberle tirado el champán encima…

–Vaya, lo siento –se disculpó, nerviosa.

No tenía por qué estarlo, pero había algo en Tyler Watts que la ponía a una en alerta. Debía admitir que tenía una presencia formidable. Y no era sólo su aspecto… aunque el contraste entre el pelo oscuro y los ojos tan claros daba un poco de miedo. Exudaba una energía que dejaba a la gente boquiabierta con una mezcla de aprensión y admiración.

No era un hombre al que una quisiera tirarle una copa de champán.

–¿Se encuentra usted bien?

–Sí, gracias –contestó Mary, intentando controlar el deseo de tocarse el brazo, donde tenía una sensación de hormigueo–. Este suelo es letal para los tacones –intentó explicar–. Pero así son los diseños modernos. ¿A qué idiota se le habrá ocurrido poner un suelo de mármol resbaladizo en un vestíbulo?

–Supongo que a un idiota como yo –contestó él con una mirada irónica.

Si la tierra se hubiese abierto bajo sus pies en aquel momento, Mary se habría dejado tragar por ella tranquilamente. ¿Cómo podía haber dicho eso? Criticar el diseño del edificio delante del constructor cuando necesitaba trabajo era una soberana estupidez.

–Evidentemente, usted nunca ha intentado caminar con tacones.

–Pues las demás mujeres no parecen tener problemas –contestó él–. Quizá el problema son sus zapatos, no mi suelo.

Los dos miraron hacia abajo. Aquellos zapatos eran los favoritos de Mary, o lo habían sido hasta aquel momento, y los había elegido deliberadamente porque le recordaban sus días en Londres, cuando era delgada y tenía éxito en la vida. Eran negros, con lunares blancos, de modo que podía llevarlos con un traje de chaqueta oscuro. Pero el lacito negro les daba un toque divertido, informal.

Aunque quizá el tacón era demasiado alto, pensó. Pero ¿qué clase de arquitecto diseñaba un edificio de oficinas sin tener en cuenta los tacones de aguja?

Tyler miró los zapatos, notando de paso que tenía unas piernas muy bonitas, y sacudió la cabeza.

–Sugiero que la próxima vez lleve algo más práctico.

Mary abrió la boca para contestar que quién era él para dar consejos después de poner un suelo que parecía una pista de patinaje, pero se detuvo a tiempo. Debería estar buscando trabajo, no enfadando a un posible cliente.

–Lo haré –dijo, en cambio. Y aunque había apretado los dientes, esperó que Tyler Watts no lo hubiese notado.

No había querido hablar con él, pero ya que estaba allí, debería aprovechar la oportunidad. Tenía que convencerlo de alguna forma de que era una mujer de negocios, y no sólo una boba con tacones demasiado altos. Si podía dar una buena impresión, sus problemas habrían terminado.

Los más acuciantes, por lo menos.

Sonriendo, Mary le ofreció su mano.

–Me llamo Mary Thomas.

El nombre no le decía nada, pensó Tyler. Pero, claro, no era un nombre particularmente memorable. De hecho, tampoco había nada particularmente memorable en ella ahora que la veía de cerca. Tenía la piel preciosa y unos inteligentes ojos grises, pero su cara redonda era simpática más que bonita, con unas cejas desiguales y unas facciones que parecían todas un poco… hacia arriba, dándole a su boca una permanente sonrisa.

Nada de lo cual explicaba por qué su rostro le resultaba familiar.

Irritado por no poder recordarla, Tyler estrechó su mano.

–Soy Tyler Watts.

–Lo sé.

–¿Lo sabe?

–Todo el mundo sabe quién es, señor Watts –contestó ella–. Es famoso en York. Todo el mundo quiere hablar con usted.

–¿Usted también?

–Sí, yo también –asintió Mary–. Aunque, en realidad, esperaba hablar con Steven Halliday.

–¿Por qué no quería hablar conmigo?

–Por nada. Pero pensé que sería más apropiado hablar con el señor Halliday. Tengo entendido que es su director de Recursos Humanos.

Más apropiado y mucho más cómodo. Mary no conocía a Steven Halliday, pero seguramente sería más fácil lidiar con él que con el impresionante Tyler Watts, que, según decían, sólo daba treinta segundos a sus empleados cuando querían contarle algo. A ella le gustaría hablar con alguien un poco más paciente. Y con alguien que no tuviera esa expresión casi feroz, ni esos ojos azules, fríos como el hielo, que la miraban con una mezcla de arrogancia e impaciencia.

–¿Para qué quería hablar con él?

–Porque me dedico al reclutamiento de personal.

Era el momento de sacar una de esas tarjetas de visita que tanto le habían costado. Llevaba toda la tarde dándoselas a unos y a otros y esperaba que le quedase alguna.

Pero cuando empezó a buscar en el bolso, quizá por los nervios, debió tirar demasiado y la cadena se rompió, lanzando el contenido por el suelo de mármol.

Mary cerró los ojos. Genial. Había estado a punto de acabar por los suelos, le había tirado una copa de champán, insultaba sus gustos arquitectónicos y ahora se le caía el bolso al suelo… No podía hacer más el ridículo. ¡Y delante del hombre que podía levantar o destruir su agencia, ni más ni menos!

Roja de vergüenza e irritación, se inclinó para recoger las llaves, la barra de labios, las tarjetas de visita… aparentemente, había más de las que pensaba, una colección de bolígrafos, agenda, horquillas, pañuelos, un par de disquetes, una lima de uñas y una cucharilla de plástico.

Una galleta que se había salido de su bolsa acabó frente al brillante zapato negro de Tyler Watts. Eso explicaba las migas en el fondo del bolso, claro. Debía llevar allí siglos.

Tyler se inclinó para tomar una compresa.

–Gracias –murmuró Mary.

Le asombraba que Watts siguiera allí. ¿Por qué se había acercado?, pensó entonces. Ella estaba tan ricamente pensando en sus cosas, sin meter la pata, y entonces tuvo que aparecer él para convertirla en un manojo de nervios.

Pero Tyler no se movió. Se quedó allí, mirándola con una expresión indescifrable.

Tyler, en realidad, estaba lamentando haberse acercado. Había acudido a rescatarla al ver que resbalaba… sin saber que no era precisamente un peso pluma. Había tenido suerte de no caer al suelo con ella. Siempre preocupado por su aspecto, Tyler miraba en aquel momento la mancha de champán en la camisa. Y en la corbata, descubrió, irritado.

No contenta con tirarle una copa encima, la tal Mary había criticado el suelo de su vestíbulo y a él no le gustaban las críticas. Todo el mundo estaba mirándolos, además. Y él con una compresa en la mano…

Si había algo que Tyler odiaba era sentirse ridículo.

Bueno, había muchas cosas que odiaba, pero sentirse ridículo era la peor de todas.

Ojalá no se hubiera acercado nunca a la caótica órbita de Mary Thomas, pensaba, pero ahora que estaba allí no se le ocurría una forma de apartarse. Si estuvieran en una reunión, podría haberle dicho que habían pasado los treinta segundos pertinentes, pero al verla así, colorada hasta la raíz del pelo, no era capaz de darse la vuelta, por mucho que quisiera hacerlo.

–¿A qué tipo de reclutamiento se refiere? –preguntó entonces, intentando olvidar el incidente del bolso.

Mary decidió aprovechar la oportunidad. Todos los que estaban allí darían un brazo por hablar con Tyler Watts, pero no era fácil cuando a una le dolían los pies, el busto se le salía por el escote de la chaqueta y se había sentido humillada no menos de tres veces delante del hombre al que quería impresionar. Y cuando donde una querría estar de verdad era tumbada en el sofá delante del televisor, con una taza de café en la mano.

Pero tumbándose en el sofá no conseguiría levantar su agencia. No conseguiría una casa propia o vida decente para Bea.

Tumbarse en el sofá estaba descartado.

Mary respiró profundamente mientras le daba una tarjeta.

–Tengo entendido que quiere usted ampliar sus operaciones en el norte del país ahora que ha convertido York en su cuartel general, de modo que si necesita personal experto en contabilidad, recepción, secretariado, informática… espero que llame a mi agencia de empleo. Yo puedo enviarle a los mejores.

–Yo no me encargo de seleccionar al personal administrativo. De eso se encarga el director de Recursos Humanos.

–Ya lo sé, por eso quería hablar con Steven Halliday. He trabajado para Watts en el pasado, de modo que sé cómo funciona la empresa. Ésa es una gran ventaja cuando hay que encontrar personal adecuado; supongo que estará de acuerdo.

Pero Tyler no estaba escuchando.

–¿Ha trabajado para mí?

–Hace casi diez años, así que no creo que me recuerde –contestó ella–. Trabajaba en Recursos Humanos aquí, en York. Guy Mann era el director entonces.

–Ah… –Tyler sonrió, satisfecho.

Mary Thomas, claro.

–Ahora me acuerdo. Fue usted quien tiró el café en la mesa de conferencias durante una reunión.

Claro, tenía que recordar eso. Mary se mordió los labios.

–No suelo ser tan patosa.

–Y me desafió usted sobre aquel tipo… ¿Cómo se llamaba?

–Paul Dobson –suspiró Mary, viendo que sus esperanzas se esfumaban.

–Dobson, sí. Me dijo que estaba equivocado –siguió Tyler, mirándola con renovado interés. Muy poca gente se atrevía a decirle que estaba equivocado.

Ahora lo recordaba todo. Recordaba el silencio que se hizo cuando Mary Thomas le habló en aquel tono; cómo la miraban, atónitos, como si un gatito, de repente, hubiera sacado sus garras.

–Espero haber sido un poco más diplomática –dijo Mary.

–No, no fue en absoluto diplomática. Me dijo que estaba equivocado y que debería darme vergüenza.

Se había puesto furioso, recordaba ella, maravillándose de haber tenido valor para hablarle así. Pero cuando lo miró le pareció ver un brillo burlón en sus ojos azules… Ese brillo burlón le daba a sus facciones un aspecto más amistoso, menos impresionante.

–Y usted me dijo que era demasiado blanda.

–Porque lo era. Pero una blanda que se salió con la suya, si no recuerdo mal.

–Sí, fue usted muy comprensivo –asintió Mary.

Una cosa se podía decir de Tyler Watts: podía ser grosero e impaciente y el jefe más difícil del mundo, pero también era un hombre justo y no manipulaba los hechos para que jugasen a su favor. Podía ser irritante, pero la había escuchado cuando insistió en que se equivocaba sobre Paul Dobson y estuvo dispuesto a reconsiderar su decisión.

Tyler asintió con la cabeza. Habiendo resuelto el misterio, podía seguir adelante, pero acababa de recordar algo que le había dicho su jefe de Recursos Humanos: «Mary Thomas es joven, pero tiene una instintiva comprensión de las relaciones humanas».

Y, si era así, Mary Thomas podría serle útil.

–¿Por qué se marchó de la constructora Watts?

–Porque quería trabajar en Londres –contestó ella–. Crecí en York y tuve mucha suerte de conseguir trabajo en su empresa nada más terminar la universidad, pero tres años después me apetecía vivir en una ciudad más grande.

–Podría haber trabajado para nosotros en Londres.

Parecía molesto. Como si trabajar para la constructora Watts fuese un compromiso de por vida y ella hubiera cometido un delito marchándose. Aunque los ejecutivos cambiaban casi cada año, la mayoría aterrorizados de Watts. Mary había conseguido sobrevivir durante tres años porque no era tan importante como para tener que verlo a menudo.

Pero sería mejor no decirle eso.

–Quería ampliar mi experiencia.

–Ah, ya. Y ahora está de vuelta en York, por lo que veo.

–Sí, llevo aquí unos meses. He abierto una agencia de empleo y ofrezco un servicio completo para personal administrativo. Las empresas tienden a gastar mucho dinero contratando ejecutivos y ahorran en el personal administrativo, pero en mi opinión es un ahorro falso. Gastarse dinero contratando a los mejores para cada puesto, al final ahorra dinero a la empresa. Si todo el personal, desde los conserjes a los directores de división están haciendo el mejor trabajo posible, la empresa funciona de manera más eficiente.

Tyler no parecía muy impresionado.

–Pero esa clase de reclutamiento saldrá cara.

–Es más caro que aceptar al primero que llega, pero menos caro que comprobar que esa persona no sabe hacer su trabajo, tener que despedirla, pagarle una liquidación y luego buscar otra. Antes de señalar a las personas adecuadas, tengo que conocer bien la empresa y eso significa trabajar muy de cerca con el departamento de Recursos Humanos –le explicó Mary–. Es importante saber qué se pide exactamente para cada puesto de trabajo y qué tipo de personalidades están buscando para formar un buen equipo. En realidad, mi trabajo consiste en fraguar relaciones humanas.

«Relaciones». Tyler odiaba esa palabra. Y estaba harto de oírla. Recientemente había pasado un fin de semana con sus mejores amigos, Julia y su marido, Mike, que se habían pasado todo el tiempo hablando de «relaciones» y dándole consejos.

–Eres muy inteligente para los negocios, pero increíblemente tonto en lo que se refiere a las mujeres –le había dicho Julia–. No sabes nada sobre las relaciones.

Tyler se había sentido ofendido.

–¿Cómo que no sé nada? He tenido muchas novias.