Mi reino en tus ojos - Carmen Ansede - E-Book

Mi reino en tus ojos E-Book

Carmen Ansede

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Beschreibung

Carla decide tomar las riendas de su vida: sale de una relación tormentosa y acepta el trabajo que siempre quiso. Y justo entonces, la vida se empeña en reunirla una y otra vez con Ramón, un chico fascinante que enseguida será algo más que un amigo. Madrid, Formentera y Los Ángeles son los sugerentes telones de fondo ante los que discurre esta vital historia de amor. Mi reino en tus ojos es un relato fresco y dinámico, actual y joven, que cuenta algo que, por qué no, podría pasarle a cualquiera, algo que todos deseamos que nos pase: encontrar el amor perfecto, aunque la vida de alrededor no lo sea.

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Primera edición: febrero 2022 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Composición de cubierta: Mariona Sánchez Maquetación: Eva M. Soria Corrección: María Luisa Toribio Revisión: Maite Lecue Santovenia

© 2021 Carmen Ansede © 2021 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-18913-82-2

Carmen Ansede

Mi reino en tus ojos

A mis hijos Sara y Julio por enseñarme a amar incondicionalmente. JYSOA.

A Juan, porque siempre estás y porque contigo, todo es de un azul más bonito. LUSKY.

Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Adiós, Salva. Hola, Ramón

Estrenando trabajo

Ramón, my love

Recordando...

Papá, mamá, os cuento...

Ramón otra vez...

Oliver, te cuento...

Al teléfono

El viaje

Confundida...

Entre la vida y la muerte

Ramón ya no es secreto

En casa de los Urdina Palacios

Adiós, Sarah

Amor y cositas buenas

Este es Ramón

Amor y sexo. Sexo y amor

Sí, quiero

El mejor padrino del mundo

Nuevo trabajo

Bienvenida, Nerez

Fiesta de compromiso

Aurora

Welcome to Los Ángeles

Ornella

Viviendo...

Home sweet home

Empezando de cero

Bienvenica, Ava

Epílogo

Agradecimientos

Mecenas

Contraportada

Adiós, Salva. Hola, Ramón

 

Cuando salí a la calle desde su portal llovía mucho, pero me daba igual. Necesitaba tener la sensación de que el agua limpiaba mi cuerpo, pero sobre todo mi mente, mis sentimientos.

En esa noche lluviosa de principios de julio, me di cuenta de que la decisión que acababa de tomar iba a cambiar definitivamente mi vida. Salva siempre sería importante para mí, pero ahora lo necesitaba lejos de mi cuerpo y de mi cabeza.

Caminé bajo la lluvia no sé durante cuánto tiempo, y sin darme cuenta mis pies me llevaron hacia nuestro parque, hacia nuestro banco. Empapada por la lluvia y con los ojos llenos de lágrimas me senté y me juré a mí misma que nadie, bajo ningún concepto, me haría sentir lo insignificante que me hacía sentir Salva. Lo quería mucho, pero, después de la discusión que acabábamos de tener, no me daba la gana sentirme como una mierda. Así que me sequé las lágrimas. Mi cara seguía empapada por la lluvia, pero mis ojos ya se habían cansado de llorar. Y sonreí, diciéndome a mí misma en alto para oírme bien:

—Carla, lucha por ser libre para decidir sobre tu vida, sin depender de nadie, sin tener que dar explicaciones, y sobre todo no dejes que te corten las alas.

Y entonces algo en mi interior empezó a moverse. Sentí un cosquilleo en el estómago y por fin, después de mucho tiempo, me sentí libre, fuerte y poderosa, haciéndole honor a mi nombre, con ganas de ponerme el mundo por montera y comérmelo con patatas.

Miré la hora en el móvil y ¡¡¡joder, ya eran las tres de la madrugada!!! Había dejado de llover y me paré a disfrutar de ese momento: el olor a hierba mojada era posiblemente uno de los mejores olores del mundo, junto con el de pan recién tostao y café recién hecho; bueno, y el de bebé recién nacido… Sí, todo «recién», todo nuevo, como mi nueva vida, que «recién» empezaba en ese momento.

Lo primero que hice al llegar a casa fue darme una duchita. Eran casi las tres y media de la madrugada y Aurora (Aury para mí), mi compañera de piso y mejor amiga, dormía.

Me sequé el pelo con la toalla, no quería usar el secador dadas las horas, y me metí en la cama. Hacía calor, veintiséis grados, julio, Madrid…, pero aun así me tapé un poco con la sábana. El tacto de la tela sobre mi piel me encantaba, y sin ser consciente pensé en Salva, supongo que por relacionar la caricia de la tela con sus caricias, y no pude por menos que sonreír. Noté cómo me dolía un poquito el corazón, pero no dejé que fuera a más. La sensación de libertad que sentía era más fuerte que el amor que aún le tenía, y eso me gustó. Cerré los ojos y poco a poco me dejé mecer por los brazos de Morfeo.

Me desperté a las once de la mañana y oí trastear a Aury en la cocina, era sábado y los fines de semana no trabaja. Ella es enfermera y entre semana no nos vemos, pero los findes, si no tenemos otros planes por separado, nos encanta pasar el día juntas. Y desayunar aún más, así que de un salto me levanté de la cama y fui a la cocina. Entraba un sol maravilloso por la ventana y eso me hizo darme cuenta de que es verdad lo que dicen: «Después de la tempestad llega la calma».

Estaba pletórica y con millones de ganas de contarle a Aury todo lo que había pasado la noche anterior. Me miró al entrar en la cocina y, claro, me lo notó:

—Buenos días, monina. Estás radiante... Que pasa, que ayer hubo mambo, ¿¡no!?

—Pues te equivocas, lista, lo que hubo fueron palabras, muchas y muy altas; vamos, que discutimos, como siempre. Pero esta vez fue la última, ¡¡lo juro!!! —dije levantando mi mano derecha para darles más credibilidad a mis palabras.

Aury me miró con gesto de «no te creo».

—Sí, Aury, por fin he tomado LA decisión. He dejado a Salva.

Su cara era un poema.

—¿Tú estás segura, Carla? Mira que luego no quiero llantos y arrepentimientos y eso de «ayyy, Aury, que lo quiero más que a mi vida y no puedo vivir sin él» y bla, bla, bla…

—De verdad que lo he dejado para siempre Aury, se acabó Salva en mi vida. Me he dado cuenta de que Salva para mí es tóxico. Es muy buena persona, pero no es para mí. Así que se acabó. Salva es historia.

—Te veo muy convencida y eso me gusta, bueno, y me asusta, porque te conozco y sé que toda esa energía con la que te has levantado después del broncón de ayer significa algo... Y eso, querida mía, me da miedo.

La miré a los ojos y pensé para mis adentros: «¡Que jodía la tía, cómo me conoce!».

—Pues sí, Aurora, ha llegado el momento de tomar las riendas de mi vida. Voy a luchar por mi sueño y ser feliz de una vez por todas.

—¿¡¿Vas a aceptar el trabajo de fotógrafa?!? —me dijo chillando.

—Definitivamente sí. —Me sorprendí a mí misma diciéndolo en voz alta, pues llevaba tiempo dándole vueltas al tema y ni siquiera estando sola me había atrevido a decirlo en alto.

Pero sí, iba a aceptar el trabajo de fotógrafa en la revista. Estaba muy bien pagado y así podría disfrutar de mis dos grandes pasiones: la fotografía y viajar.

—¡¡¡Tíaaaaa, eso está de puta madre!!! Joder, me encantaría ir contigo, Carly —así me llama a veces—, aunque solo fuera para llevarte los objetivos. Pero claro, no puedo dejar el hospital así de la mañana a la noche, mi jefa me mataría. Y a ti te pagarán todo, los viajes, las dietas, y yo con mi sueldo de mierda no pagaría ni el taxi al aeropuerto; y además sería una carga para ti, porque yo no tengo ni idea de fotos, ni de cámaras, ni de objetivos, ni de nada…Vamos, que no puede ser.

Ojiplática, miraba a mi amiga mientras se paseaba por la cocina de arriba abajo e iba soltando la retahíla de palabras sin parar ni para respirar. Y cuando paró y cerró la boca, nos miramos y soltamos las dos una carcajada que se nos escuchó en la otra punta de la ciudad, sin ninguna duda.

Nos abrazamos llorando de la risa y de los nervios, yo por el paso que iba a dar y Aury porque ella es feliz con todo lo bueno que me pase. Es así de maravillosa.

Pasamos el resto de la mañana en la cocina, bañadas por el sol que entraba por la ventana y disfrutando del café, mientras le contaba mi superbronca con Salva.

Desahogarme con Aury es tranquilizador. Ella, por una parte, tiene una incontinencia verbal desmesurada, pero, por otra, en el momento en que conecta el modo «amiga que escucha» es la mejor oyente que hay en el mundo, porque lo hace de corazón, y yo me desahogo hasta quedarme seca.

Enlazamos el desayuno con la comida, y mientras nos tomábamos el cafecito de sobremesa decidimos que lo mejor para pasar una tarde de sábado a cuarenta grados en Madrid era irnos de compras a un centro comercial y después a cenar por ahí. Como aún tenía en mi cuenta bancaria el finiquito de mi último curro, me pareció una idea cojonuda gastármelo con mi mejor amiga y celebrar así el primer día del resto de mi vida. O el que yo pensaba que era el primero…

Después de las compras nos fuimos a casa, había que ponerse guapas y estrenar la ropita nueva. Sobre las diez de la noche, salimos de nuevo subidas al tacón, con el labio pintado de rojo y con ganas de pasarlo genial.

Físicamente, Aurora y yo somos bastante parecidas. No somos tías superaltas, pero para la edad que tenemos, Aurora treinta y dos y yo treinta y cuatro, estamos bien. Medimos un metro setenta. Yo soy morena con pelo largo abundante y ondulado y los ojos azules y Aury es morena con pelo largo y muy liso y con ojos negros.

También usamos más o menos la misma talla, depende de la marca, pero estamos entre la cuarenta y la cuarenta y dos. Y esto para dos amigas es una ventaja cojonuda, porque multiplica por mil la posibilidad de ponernos una la ropa de la otra.

Hacía una noche maravillosa y fuimos dando un paseo hasta uno de nuestros restaurantes favoritos de Madrid, La Musa Malasaña.

Estábamos mirando las cartas, yo la de comer y Aury la de vinos, cómo no, cuando un grupo de amigos sentados en la mesa que tenía frente a mí se echaron a reír muy alto. Miré hacia ellos atraída por las risas y crucé sin querer la mirada con uno de los chicos. ¡¡¡Madre mía del amor hermoso, qué vuelco me dio el corazón!!! Creo que eran los ojos más azules que había visto en mi vida.

Cuando reaccioné y me di cuenta de que él también había clavado sus ojos en los míos, bajé la mirada y un calor recorrió todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta las uñas de los dedos meñiques de mis pies.

—Carla, ¿qué te pasa, por Dios? —me preguntó Aury sonriendo—, estás colorada como un tomate.

Ella, al estar de espaldas a la mesa del grupo, no se había fijado en ellos.

—Nada, nada… —respondí, aún mirando al suelo.

—Carly, monina, que te conozco como si te hubiera parido, ¿a quién has visto?

Se giró descaradamente e hizo un barrido por todo el local buscando al culpable de mi comportamiento.

—¡¡Aury, por tu madre, no seas tan descarada!! —le dije entre nerviosa y divertida.

Ella se topó con los ojos azules que me habían hecho acalorar de esa manera, y girándose hacia mí dijo:

—¡¡¡Pero, tía, tú eres un pendón desorejao!!!

Y nos echamos a reír como dos colegialas.

—Aury, no sé qué me ha pasado, pero hemos cruzado las miradas y me he puesto nerviosa nivel Dios, ¡¡¡joder, que me tiemblan hasta las pestañas!!!

—¡¡¡Se llama flechazo, cariño!!!

—Pero qué dices, ¡¡¡si no hace ni veinticuatro horas que he dejado a Salva!!! No puede ser un flechazo.

—Carly, tú hace muuucho tiempo que ya no sentías nada especial por Salva. Tu relación con él se había vuelto cómoda. Después de cuatro años juntos, os conocíais con los ojos cerrados, lo sabíais todo el uno del otro y era cariño lo que había entre los dos, pero nada más. Es verdad que os habéis querido mucho, pero eso pertenece al pasado. Para ti ha sido una liberación dejarlo, porque, como en todo lo que haces, pones más corazón que cabeza. Y en el momento en que tu corazón ha decidido que no quiere seguir amando a Salva, se ha liberado de sus cadenas, y al estar libre, está con ansias de amar, hija mía. Y como tienes el radar del amor a tope de cobertura, se te han cruzado unos ojazos azules y ¡¡¡zasss!!!, ha saltado Cupido y ha hecho su trabajo. ¿Comprendes, monina?

—Pufff, qué calor tengo ahora mismo. Claro que te comprendo, Aury, pero yo no quiero ahora nada con nadie.

—Ehhh, nena, ¿quién te está diciendo que te cases con ese morenazo de ojos azules?, porque yo no. Solo te digo que estás libre para hacer lo que quieras. Se puede controlar un acto, pero nunca un sentimiento.

—Bueno, vamos a pedir un vinito, que tengo la boca seca. A ver si se me quita un poco el calentón.

—Perfecto, yo elijo.

Y mientras ella miraba la carta de vinos, yo fui desviando la mirada hacia él muy lentamente.

Y ahí estaba, con sus ojos azules por bandera. Llevaba una camisa azul clarito que aún ensalzaba más su piel morena. Su cabello moreno, mojado y perfectamente despeinado, le hacía ser casi un dios. Estaba hablando animadamente con un chico sentado frente a él y sonreía asintiendo con la cabeza mientras el otro chico le contestaba. Cogió su copa de vino y de repente me miró.

Dios, creí que me desmayaba ahí mismo.

Y sin esperarlo, inclinó su copa levemente hacia mí, sonrió igual de leve y bebió un sorbo, todo sin dejar de mirarme a los ojos. Yo, como aún no tenía nada en mi copa, solo pude sonreír levemente, igual que él. Le aguanté la mirada dos segundos más y él volvió a mirar a su amigo sin dejar de sonreír.

Me dejó tan descolocada que no escuché a Aurora decirme, casi a grito pelao, que si me parecía bien que pidiéramos una botellita de Luna Lunera.

—Ehh... Sí, claro, sabes que me encanta ese vinito blanco.

La cena fue divertida. No paramos de reírnos imaginando las mil y una locuras que haríamos juntas si Aury se viniera de viaje conmigo a fotografiar el mundo. Sería genial, la verdad.

Durante la cena miré un par de veces hacia su mesa y siempre le pillaba sonriendo.

—¡¡Qué guapo es, joder!! —me decía a mí misma por lo bajinis.

Cuando acabamos de cenar, decidimos ir a tomar una copa a algún sitio tranquilo. La época de irnos a bailar hasta las tantas ya había pasado, pero tampoco queríamos irnos a casa.

Eran las doce y cuarto cuando nos levantamos de la mesa. Justo al llegar a la puerta, antes de salir del restaurante, le miré de reojo, y ahí estaban sus ojazos azules mirándome.

—Joder, joder, joder —murmuré.

Y mientras él ponía cara de que le gustaba lo que estaba mirando, alguien lo llamó por su nombre.

—Ramón ¿pedimos otras dos botellas de vino?

Él sonrió y sin dejar de mirarme dijo:

—Claro, la vida es bella.

El domingo fue un día tranquilo. Nos acostamos a las tantas, así que nuestro desayuno fue la comida: una ensalada de «pon de todo lo que haya por la nevera» y helado de vainilla fue lo que comimos. Un par de pelis y unas palomitas a media tarde completaron el resto del día. Nos dimos las buenas noches con un abrazo de los nuestros, de esos eternos y en silencio.

—Te quiero, monina —me dijo Aurora bajito.

—Y yo a ti, petarda —le contesté, y cada una nos fuimos a nuestra habitación.

Tumbada en la cama escuchando en Spotify una playlist de los Dire Straits, se me vino a la cabeza Ramón.

—Joder con Ramón, qué tío más guapo. Qué ojazos y qué sonrisa de anuncio. ¡Bah!, pero seguro que es un creído que sabe que es muuuy guapo y es insoportable. Aunque para un aquí te pillo aquí te mato ¡¡¡es perfecto!!! Bueno, deja de pensar en guarradas, que luego te pones cachonda, y necesitas estar descansada para mañana. Ya has decidido aceptar el trabajo de fotógrafa. Muy bien, pero tendrás que llamar a Estela para decirle que al final aceptas el curro, concretar las condiciones…, en fin, todas esas cosas importantes para el trabajo. —Cuando me di cuenta de que estaba hablando en alto yo sola me eché a reír—. Tía, estás como una puta cabra, ja,ja,ja,ja,ja, así que venga, a dormir, que mañana es un día importante.

Apagué la luz pero no la música, me gusta dormir con música de fondo. Con Salva no podía hacerlo nunca, él lo odiaba, y en ese momento me juré a mí misma que nunca dejaría de hacer lo que realmente me gusta y me hace feliz. Y sin querer, o queriendo, no lo sé muy bien, me quedé dormida pensando en Ramón y en sus preciosos ojos azules.

Estrenando trabajo

 

Me desperté cuando sonó la alarma de mi móvil.

—Las ocho y media, bonita, así que levántate, date una ducha, desayuna y al lío, que tu nueva vida laboral te espera —me dije.

A las diez en punto estaba marcando el número de teléfono de Estela, la directora de la revista de viajes All Travel.

—Buenos días. ¿Podría hablar con Estela, por favor?

—Al habla, ¿quién es?

—Hola Estela, soy Carla de Luna, te llamaba para comunicarte que finalmente he decidido aceptar tu propuesta.

—Ohhh, querida, ¡¡¡eso es maravilloso!!! Vente por mi despacho esta misma mañana y así te veo, hablamos y nos ponemos al día. Qué bien empezar un lunes con buenas noticias, Carla. Te va a encantar trabajar con nosotros.

Estela Miller fue mi profesora de Fotografía Informativa cuando estudié la carrera de Periodismo. Siempre hubo cámaras de fotos, carretes y objetivos en mi casa, pues mi padre era un enamorado de la fotografía, y a mí me encantaba meterme con él en el cuarto de revelar, «el cuarto de fresa», como yo lo llamaba. Me fascinaba cómo hacía magia, haciendo aparecer la imagen en un papel blanco cuando entraba en contacto con el líquido. Mi padre fue el que sembró en mí la semilla de la pasión por la fotografía. Pero fue Estela, durante la carrera, la que me alentó para que me dedicara a ello de manera profesional y la que me hizo ver que era muy buena cuando me ponía detrás del objetivo.

Cuando llegué al portal, en la calle de la Estrella, era un manojo de nervios.

—Voy a tranquilizarme un poco —me dije a mí misma —. Estela hace mucho que me conoce, y si me ha buscado para ofrecerme este trabajo es por que sabe lo mucho que valgo. Dejar el otro curro, donde solo ponía cafés y hacía fotocopias, ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. Nunca hubieran valorado mi potencial y Estela sé que sí. Así que venga, monina, como diría Aury, coge aire, cabeza arriba y al toro.

Sonreí, pues me di cuenta de que otra vez estaba hablando sola.

Llamé al tercero derecha en el interfono donde ponía All Travel y se oyó una voz que dijo:

—¿Eres Carla, verdad?, sube.

—Sí, soy yo, ábreme —contesté, más nerviosa que una novia a la puerta de la iglesia.

Subí y allí estaba ella, guapa, imponente, más pelirroja que hacía años y mucho más delgada.

—Ven aquí, querida. —Y me dio un abrazo de esos sinceros que te aprietan un poquito durante unos segundos. Eso hizo que todos los nudos que llevaba en el estómago se deshicieran al instante. Me recorrió un escalofrío por la espalda y pensé: «¡¡¡Qué maravilla!!!».

Me miró a los ojos y me dijo:

—Carla, no sabes lo feliz que me hace que hayas aceptado la propuesta que te hice de trabajar conmigo, de unirte a mi revista y a mi equipo. Más que una empresa, somos una familia.

—Muchas gracias, Estela. La verdad es que me sorprendió tu correo porque te hacía en Estados Unidos. No sabía que habías vuelto a España —le dije mientras caminábamos hacia su despacho.

—Sí, querida, volví hace dos años, después de morir mi marido, James.

—¡¡Lo siento mucho, Estela, no sabía nada!! —Tampoco sabía que estaba casada.

—Gracias. Bueno después de varios años luchando contra el cáncer finalmente se fue. Pero lo hizo, tranquilo, en paz con el mundo y rodeado de su mujer, de su hija y de sus amigos.

—Vaya, que descanse en paz. No sabía que tenías una hija; bueno, que tienes…

—Sí, se llama Sarah y tiene veintiséis años. Ahora te la presento, pues es parte fundamental de la revista. Ella, al igual que tú, estudió Periodismo, pero en California.

En ese momento apareció Sarah en el despacho.

—Hola, Carla, encantada de conocerte —dijo dándome dos besos—. No sabes lo mucho que mi madre me ha hablado de ti.

—Igualmente, Sarah. Bueno, yo a tu madre siempre le he tenido un cariño especial. Durante la carrera siempre fue como un oasis en medio del desierto para mí, ella fue la que me animó a explorar mi potencial como fotógrafa. Y bueno, hasta ahora iba haciendo trabajillos que me salían, algún reportaje, poca cosa. Y mientras, curraba en una pequeña editorial en la que ya no estaba a gusto. Pero un buen día tu madre me propuso trabajar aquí, y... ¡¡aquí estoy!!

—Pues genial, Carla, ya verás como no te vas a arrepentir de tu decisión. Bueno, yo os dejo mientras lees el contrato y habláis de vuestras cosas, que tengo mucho trabajo preparando la revista del mes que viene. Ehhh, una cosa, Estela... Bueno, Carla, como irás comprobando, aquí no nos tratamos como madre e hija, ja, ja, ja —me dijo guiñando un ojo—. Estela, no te olvides de llamar a Alberto para comentarle lo de los márgenes, ¿vale?

—Sí, tranquila, lo tengo aquí apuntado en un pósit, gracias —le contestó mientras Sarah cerraba la puerta del despacho.

—Tienes una hija encantadora, Estela, es igual que tú.

—Físicamente sí, pero es igual que su padre: trabajadora, tenaz y muy buena para los negocios. Realmente fue ella quien puso en marcha la revista. Aunque yo figure como directora, ella es la que se encarga de organizar casi todo. Cuando le comenté la posibilidad de contratarte como fotógrafa oficial de All Travel le pareció fantástico, pues, al igual que yo, te sigue en Instagram y le fascinan tus fotos.

—Muchas gracias —le dije ruborizada—. Siempre he sabido que son buenas, pero nadie como tú para hacer que me lo crea. —Y nos echamos a reír.

El trabajo consistía en lo siguiente: una vez que tomáramos la decisión de elegir el país o ciudad al que iba a estar dedicada la revista de cada mes, yo, con mi maleta y cámara en mano, viajaría hasta allí y recorrería los lugares más turísticos, los menos, los más típicos, los menos vistos, los más bonitos, e iría haciendo fotos de todo: de sus gentes, de sus costumbres, su gastronomía, sus ciudades, de sus pueblos… absolutamente de todo lo que viera y tuviera eso mágico que te atrae en una foto de una revista de viajes para que te entren ganas de viajar hasta allí.

Según me explicaba Estela todo esto, a mí solo me entraban ganas de llorar de la emoción. «¡¡¡Dios mío, me ha tocado la lotería con este trabajo!!!». Esta vez solo lo pensé y no lo dije en alto.

Pero lo mejor estaba por llegar. Me dijo que el primer viaje sería veinte días después, nada más y nada menos que ¡¡¡a Nueva York!!! Creí morir. No iba a ser mi primera vez allí, pero ir a Nueva York por trabajo me hacía sentir importante.

Cuando Estela vio mi cara me dijo con cierta preocupación:

—¿Algún problema, querida?

—Ehhh…, no, Estela, claro que no, solo que estoy como en una nube, y no me creo que esto me esté pasando a mí. Nueva York es lo más, y empezar mi nuevo trabajo allí…, pufff, me chifla, de verdad. Gracias por confiar en mí y en mi trabajo.

—Carla, querida, claro que confío en ti, sé lo sensible que eres detrás del objetivo y que tu trabajo va a ser exquisito. Y que gracias a tus fotos, All Travel va a triunfar mucho más de lo que lo está haciendo ahora. Sarah te hará llegar por correo electrónico el itinerario. Pero decirte que ya eres parte de la familia y que cualquier idea que tengas por supuesto que la puedes y debes aportar. Vas a tener libertad absoluta de movimiento. Te repito, confío plenamente en ti. Nos vemos el lunes próximo, Carla, y así vamos preparándote toda la documentación necesaria para que puedas viajar sin problemas. No te olvides de mandarme por WhatsApp el número de tu pasaporte.

—En cuanto llegue a casa te lo envío, tranquila. Muchas gracias, Estela, de verdad. No sabes las ganas que tengo de empezar y demostrarme a mí misma que soy buena.

Nos dimos un abrazo. Qué sensación más bonita, me sentí como en casa. Hacía mucho tiempo que no me sentía así.

Bajé las escaleras como si estuviera flotando, intentando digerir todo lo que había pasado en el despacho de mi jefa… «¡Qué bien suena!», pensé.

Salí del portal oscuro a la calle y el sol radiante me hizo reaccionar. No había un alma, y menos mal, porque empecé a saltar de la emoción como una loca.

Ramón, my love

 

Le mande un whatsapp a Aurora, ya que no me gustaba llamarla al trabajo, diciéndole que la invitaba a comer para celebrar mi nuevo curro en ese restaurante que nos encanta en la plaza de Chamberí. Contestó diciendo que perfecto, pero que tardaría un ratillo en llegar. Me daba igual, quería disfrutar de mi momento de felicidad, así que al llegar me senté a esperarla en la terraza y me pedí una cerveza bien fría.

—Ahhh la vida es bella —dije en alto, y a la vez pensé: «¿Dónde he oído yo esa frase hace poco?». Y mientras estaba pensando dónde había sido, escuché:

—Muy bella, sí.

Me giré hacia el lugar de donde provenía esa voz, profunda y varonil, y ¡¡¡zasss!!!, allí estaban sus ojos azules, su tez morena y su pelo perfectamente despeinado.

Casi me caigo de la silla. Era ÉL. Madre mía, con lo grande que es Madrid, y allí estaba, sentado a pocos metros de mí.

—Hola —saludó con una media sonrisa.