Miedo a amarte - Tara Pammi - E-Book

Miedo a amarte E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Ella anhelaba la paz... Y no se dio cuenta de que había iniciado una guerra... Riya siempre había vivido a la sombra del esquivo Nathaniel Ramírez, el hijo de su padre adoptivo. Decidida a reconciliar a la familia y a conseguir que el pasado quedara atrás, consiguió que Nate regresara a casa tentándole con lo único que él siempre había deseado: la finca familiar. Aunque le enojaba que Riya le hubiera hecho enfrentarse con su pasado, Nate no podía renunciar a lo que ella le ofrecía. El único atisbo de esperanza era la atracción que veía ardiendo en los ojos de Riya. Utilizaría todas las sensuales armas de su considerable arsenal para reclamar lo que era suyo y conseguir meterla en su cama...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Tara Pammi

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Miedo a amarte, n.º 2413 - septiembre 2015

Título original: The Man to Be Reckoned with

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6788-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

SE PODRÍA morir ahora mismo o podría llegar a cumplir los cien años. No está en nuestras manos». Nathaniel Ramírez miró hacia los nevados picos de las montañas y respiró profundamente. A pesar de todos los años que habían pasado, seguía recordando perfectamente las palabras que el cardiólogo le había dicho a su madre y que él había escuchado sin que ninguno de los dos se percatara. El aire frío le enfrió la garganta e hizo que los pulmones de expandieran avariciosamente para recibirlo.

¿Habría llegado el día?

Alzó el rostro hacia el cielo hasta que se le aclaró la visión y consiguió que el corazón volviera a latirle con normalidad.

En algún momento de la escalada, se había dado cuenta de que no llegaría a la cima aquel día. No sabía si era porque, después de estar doce años cortejando a la muerte, se había cansado por fin de jugar al escondite o, sencillamente, porque aquel día estaba más cansado de lo habitual.

Durante una década, había estado recorriendo el mundo, sin echar raíces en ninguna parte, sin regresar a casa, haciendo negocios en lugares diversos y ganando millones con ellos.

La imagen de las rosas del jardín que su madre tanto había amado, allí, en California, con su vivo color rojo y los pétalos tan delicados que ella le había prohibido tocar le recorrió el pensamiento.

La añoranza se apoderó de él mientras avanzaba por el helado sendero. Cuando llegó a la cabaña de madera en la que llevaba viviendo desde que cerró el acuerdo Demakis en Grecia hacía ya seis meses estaba completamente empapado de sudor. Sin embargo, la inquietud se había adueñado de él.

Sabía lo que aquello significaba. La jaula que se había construido estaba empezando a agobiarle. Se sentía solo. Los miles de años de la evolución humana lo empujaban a construir un hogar, a buscar compañía.

Necesitaba buscarse un nuevo desafío, un acuerdo inmobiliario o la conquista de un rincón del mundo en el que aún no hubiera grabado su nombre. Afortunadamente para él, el mundo era muy grande y los desafíos que presentaba muy numerosos.

Quedarse en un lugar era lo único que lo debilitaba, que le hacía añorar mucho más de lo que le era posible tener.

Acababa de darse una ducha caliente cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Solo un puñado de personas podían ponerse en contacto con él a través de aquel número. Se pasó la mano por el largo cabello y miró quién le llamaba.

El nombre que apareció en la pantalla le provocó una instantánea sonrisa.

Conectó la llamada y el sonido de la voz de María, el ama de llaves del que había sido su hogar en la infancia, le llenó con una calidez que había echado de menos durante demasiado tiempo. Después de la muerte de su madre, María se había convertido en su punto de apoyo.

De repente, se dio cuenta de que echaba de menos muchas cosas de su casa. Aplastó aquel estúpido anhelo antes de que se convirtiera en lo único que despreciaba.

El miedo.

–¿Nathan?

–María, ¿cómo estás?

Sonrió mientras María le dedicaba unos cuantos apelativos en español y le preguntó cómo estaba como si aún siguiera siendo un niño pequeño.

–Necesito que vengas a casa, Nathan. Tu padre... Hace demasiado tiempo que no os veis.

La última vez que Nate lo vio, su padre había sido el ejemplo perfecto de un canalla egoísta en vez de comportarse como apenado marido o padre protector. A pesar de los diez años y de los miles de kilómetros que Nathan había interpuesto entre ellos, la amargura y la ira que sentía hacia él seguían tan vivas como siempre.

–¿Vuelve a estar enfermo, María?

–No. Se ha recuperado de la neumonía. Ellos, al menos la hija de la mujer, lo cuidaron bien.

Los elogios que María hacía de «la hija de esa mujer», tal y como ella lo había definido, significaban que la hija de Jackie había cuidado a conciencia de su padre.

Nathan frunció el ceño. El recuerdo de la única vez que había visto a la hija de la amante de su padre le había dejado un amargo sabor de boca. Incluso entonces se había mostrado amable.

Aquel día en el garaje, con el sol de agosto brillando gloriosamente en el exterior a pesar de que el mundo de Nathan se había desmoronado por completo. La pena por la pérdida de su madre se había diluido ya, pero el miedo, el puño que le apretaba el pecho al pensar que podía caer muerto en cualquier minuto como ella, seguía presente. La niña que apareció nerviosamente en la puerta del garaje había sido el testigo silencioso de los sollozos que habían atenazado su cuerpo.

Odiaba todo lo ocurrido aquel día.

–Siento mucho que tu madre haya muerto. Si quieres, puedo compartir la mía contigo –le había dicho aquella niña con un hilo de voz.

Y, a cambio, él le había destrozado con sus palabras.

–Se va a casar, Nathan –le dijo la ansiosa voz de María, sacándole de sus pensamientos–. Esa mujer... –añadió. Se negaba a pronunciar el nombre de Jacqueline Spear. El odio que sentía por ella resultaba evidente incluso a través de la línea telefónica–. Por fin va a tener lo que siempre ha querido desde hace mucho tiempo. Once años viviendo en pecado con él...

Al escuchar los exabruptos que María le dedicaba a Jacqueline Spear, sintió una profunda amargura al pensar en la que era la amante de su padre, la mujer con la que él había empezado una nueva vida incluso antes de que la madre de Nathan falleciera.

–Es su vida, María. Tiene todo el derecho a vivirla como quiera.

–Por supuesto, Nathan... pero esa mujer está pensando en vender la casa de tu madre. Hace solo dos días, me pidió que vaciara la habitación de tu madre y que me quedara con lo que quisiera. Las pertenencias de tu madre, Nathan... Todas sus joyas están ahí. Va a vender la finca entera con todo su contenido. Si tú no regresas, todo se perderá para siempre.

Nathan cerró los ojos. La imagen de la mansión de ladrillo se irguió ante él. Una extraña ira le embargó. Comprendió que no quería que esa casa se vendiera.

Llevaba una década viviendo la vida de un ermitaño y, de repente, la imagen de la casa de la que había salido huyendo produjo un extraño efecto en él.

–No tiene ningún derecho a venderla.

–Él se la ha regalado, Nathan.

Las náuseas se apoderaron de él. Su padre era el responsable de la muerte de su madre tan claramente como si la hubiera asesinado con su repugnante aventura. Había vivido en aquella casa con su amante y, después... Asió con tanta fuerza el teléfono que los nudillos se le pusieron blancos.

No lo toleraría.

–¿Se la va a dar como regalo de bodas?

–A Jackie no, Nathan. A la hija de ella. No sé si la conoces. Tu padre redactó las escrituras hace unos meses, cuando estuvo tan enfermo.

Nathan frunció el ceño. Es decir, la hija de Jackie iba a vender la casa que le había pertenecido a la madre de Nathan. Una fiera determinación se apoderó de él. Había llegado el momento de regresar a casa. No podía permitir que la casa de su madre cayera en manos de un desconocido.

Se despidió de María y encendió el ordenador.

A los pocos minutos, estaba charlando con Jacob, su manager virtual. Le dio órdenes para que se ocupara de encontrar a alguien que le cuidara la cabaña, que le comprara un billete de avión a San Francisco y que buscara toda la información que pudiera encontrar sobre la hija de la amante de su padre.

Capítulo 1

HE OÍDO que los inversores han vendido la empresa a un multimillonario al que no le gusta la publicidad.

–Alguien de RRHH me ha dicho que solo la ha comprado por las patentes del software. Y que tiene la intención de despedirnos a todos.

–No me había dado cuenta de que valíamos tanto como para atraer a alguien de esa índole.

¿De qué índole estaban hablando? ¿De qué multimillonario?

Riya Mathur se frotó las sienes con los dedos para tratar de silenciar las inútiles especulaciones que estaba escuchando a su alrededor. ¿Qué había cambiado en la semana que había estado ausente por primera vez en los dos años que habían pasado desde que Drew y ella fundaron la empresa? ¿Qué era lo que él le estaba ocultando?

De repente, una ventana de chat se abrió en la pantalla de su ordenador. Riya se vio obligada a centrarse en lo que decía. Era un mensaje de Drew. Ven a mi despacho, Riya.

Ella sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Hacía seis meses que las cosas iban de mal en peor entre Drew y ella, desde el Año Nuevo para ser exactos. Riya no había sabido cómo hacer que mejoraran. Se había limitado a agachar la cabeza y a hacer su trabajo.

Salió del pequeño cubículo que ocupaba y que estaba separado de las mesas del resto de los empleados por una mampara. Se dirigió muy ansiosamente hacia el despacho del director. Se había pasado toda la mañana esperando, ignorando los comentarios y tratando de animar a todo el mundo a concentrarse en su trabajo mientras que la puerta de Drew permanecía cerrada.

Al llegar frente a la puerta del despacho, se secó las manos sobre los pantalones y llamó. Entonces, sin esperar respuesta, abrió la puerta. El coro de voces disonantes que había escuchado desde el otro lado se convirtió en un silencio mortal cuando los que había en el despacho se percataron de su presencia.

Riya dio un paso al frente y cerró la puerta.

El sol que entraba a raudales por las ventanas hacía destacar el esbelto cuerpo de Drew contra la línea del horizonte que formaban los rascacielos de San Francisco. Abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, Riya dio otro paso al frente. Drew se tensó un poco más e inclinó la cabeza.

Aquella sensación de incomodidad había estado presente en todas sus conversaciones.

–Los rumores están en boca de todos... –dijo ella mientras se detenía a pocos pasos de Drew–. Sean cuales sean nuestras diferencias personales, se trata de nuestra empresa, Drew. Estamos juntos en esto.

–Fue su empresa hasta que aceptaron el capital inicial de un inversor –anunció una voz nueva a sus espaldas. Todas sus palabras iban marcadas por la mofa y la ironía.

Riya se dio la vuelta y centró su atención en la mesa de reuniones. En la cabecera de la misma, estaba sentado un hombre. La silla quedaba a contraluz de la ventana, por lo que solo el perfil resultaba visible para Riya. Ella dio unos pasos al frente para poder verlo mejor.

Sentía que la mirada del recién llegado estaba pendiente de ella, de todos sus movimientos.

–Tenía muchas ganas de conocerla, señorita Mathur –añadió él–. La lúcida mente que creó el software que es el motor de esta empresa.

Había pronunciado su apellido correctamente, algo que ni siquiera Drew, a pesar de los años que hacía que se conocían, no había conseguido. Cuando por fin se detuvo y pudo verle, sintió una extraña sensación en el estómago. Lo primero que se le ocurrió fue que él debería estar en una reunión de moteros y no en una sala de reuniones.

Poseía unos ojos eléctricos, de un resplandeciente tono de gélido azul. Su rostro era anguloso, masculino. Aquella mirada resultaba familiar y desconocida a la vez, divertida y seria. Una chispa prendió dentro de ella. Algo le indicaba que aquel hombre la conocía, a pesar de que no recordaba haberlo visto antes.

Su cabello era rubio oscuro, lo suficientemente largo como para que los dedos de Riya ansiaran acariciarlo. La luz del sol sacaba de él reflejos cobrizos al tiempo que parecía jugar al escondite con los ángulos de su rostro. Por lo que podía ver, su piel indicaba que pasaba mucho tiempo al aire libre. Ciertamente, tenía un aire rudo, curtido. Tenía una barba algo descuidada. Llevaba una chaqueta de cuero que, evidentemente, había visto tiempos mejores sobre una camisa no demasiado nueva.

La barba, junto con la ropa que llevaba puesta y su apariencia general, debería haber diluido la intensidad de su presencia en el despacho. Debería haberle dado un aspecto menos autoritario. Sin embargo, aquellos ojos se lo impedían.

–¿Quién es usted? –le preguntó Riya antes de poder contenerse. Necesitaba recordar quién era aquel hombre.

–Nathaniel Ramírez –respondió él mientras se reclinaba cómodamente en su butaca.

Riya se quedó boquiabierta al recordar un artículo que había leído hacía unos meses en una revista de viajes.

Magnate de los viajes de lujo. Empresario virtual. Multimillonario solitario.

Se decía que Nathaniel Ramírez era un visionario a la hora de realizar hoteles que eran una extensión del hábitat en el que se encontraran, un hombre que había conseguido millones con una mínima inversión. La cadena de hoteles que él había ideado y construido en diferentes parte del mundo eran lo más entre las celebridades que buscaban unas vacaciones íntimas, alejadas de los ojos curiosos de la gente.

Él había creado un mercado que no solo satisfacía una demanda existente sino que había dado paso a una nueva industria para muchas personas en muchos remotos lugares del mundo. Y, más que eso, era un enigma, un desconocido que llevaba recorriendo el mundo desde que tenía diecisiete años y que no se quedaba en ningún sitio más de unos meses. De hecho, no poseía ninguna vivienda en ningún lugar del mundo ni tenía vínculos familiares ni ningún tipo de relación personal. La revista ni siquiera había podido proporcionar una fotografía de él. Había sido una entrevista virtual. Lo había denominado El solitario por excelencia, la personalidad perfecta para un hombre que viajaba por el mundo.

Solo había dicho su nombre. Nada más. No había mencionado lo que estaba haciendo allí, en San Francisco, en Travelogue, en el despacho del director de la empresa. ¿Por qué estaba allí?

Miró a Drew y vio que él seguía inmóvil junto a la ventana.

–Usted se gana la vida viajando por el mundo. ¿Qué puede hacer por usted una pequeña agencia de viajes online? –le preguntó–. Además, ¿por qué está usted sentado en la silla de Drew?

Él la observó atentamente durante unos segundos más y, por fin, se incorporó.

–Anoche compré Travelogue, señorita Mathur.

Ella parpadeó.

–Anoche, yo compré un litro de leche y una barra de pan –le espetó Riya con ironía, aunque le estaba costando trabajo no ceder al miedo que se estaba apoderando de ella.

–No fue tan sencillo –dijo Nathan.

Se levantó y comenzó a andar por el pequeño despacho. Se sentía incómodo, acorralado. Rodeó la mesa y se detuvo a un par de pasos de ella. El miedo que emanaba de Riya Mathur resultaba evidente y le hizo sentirse más cómodo. Al mismo tiempo, experimentó una profunda curiosidad.

«De tal palo, tal astilla».

Apartó rápidamente aquel pensamiento. Era cierto. Riya Mathur era la mujer más hermosa que había visto nunca y, como hombre que había viajado por todos los rincones del mundo, tenía conocimiento suficiente para opinar. Al mismo tiempo, era también muy inteligente. Además, si todo lo que había oído sobre Drew Anderson y ella era cierto, Riya parecía poseer, como su madre, el talento de jugar con los pensamientos de los hombres. Sin embargo, al contrario de la descarada belleza de Jacqueline, la de Riya quedaba diluida por la inteligencia y un elaborado aire de indiferencia.

Tenía unos exquisitos ojos almendrados, de color caramelo, ocultos tras unas gafas. Su nariz era recta, distinguida, y la boca de labios gruesos bien delineados. El color de su piel era dorado y sedoso, como si el alabastro de la piel de Jackie y el color tostado de la de su padre hindú se hubieran mezclado en proporciones perfectas.

Ella lo miraba con perplejidad desde que entró en el despacho, lo que indicaba que solo era cuestión de tiempo que recordara, a pesar de que él se había cambiado el apellido y no se parecía mucho al muchacho de diecisiete años que ella había visto llorando once años atrás.

Debería decirle la verdad y terminar con todo. Sin embargo, prefirió guardar silencio.

–Tuve que pedir muchos favores para descubrir quiénes eran sus inversores. Cuando quedaron informados de mis intenciones, estuvieron encantados de cumplir mis deseos. Aparentemente, no les gusta mucho el modo en el que se han estado haciendo las cosas últimamente.

–Querrá decir más bien desilusionados sobre los montones de dinero que querían que les proporcionáramos.

–¿Y qué tiene eso de malo, señorita Mathur? ¿Por qué cree usted que la gente invierte su dinero en empresas emergentes? ¿Para hacer una buena obra?

–Por supuesto que no. Sin embargo, existe el crecimiento y el riesgo –dijo ella mientras respiraba profundamente para tratar de recuperar el control–. Si lo que busca usted son beneficios, ¿por qué nos ha comprado?

–Digamos que me apetecía.

La frustración hizo que Riya explotara.

–Nuestro medio de vida, todo por lo que llevamos cuatro años trabajando está pendiente de un hilo. Y usted habla de compras de última hora, de cosas que le apetecen... Tal vez el hecho de que haya estado viviendo tan apartado de la civilización, apartado de todos, recorriendo el mundo sin ataduras...

–Riya, no... –le advirtió Drew. Sin embargo, ella estaba demasiado asustada como para hacerle caso.

–... le ha hecho fijarse solo en los beneficios, pero, para nosotros, el elemento humano es igual de importante.

–Me hace parecer un lobo solitario, señorita Mathur.

–Bueno, eso es lo que es, ¿no? Mire, lo único que me importa es saber lo que piensa usted hacer con esta empresa. Con nosotros.

Algo cambió en el rostro de él. La mirada de hielo de aquellos ojos azules se endureció aún más.

–Déjenos a solas, señor Anderson.

–No –le espetó ella presa del pánico–. No hay nada que tenga que decirme que Drew no pueda escuchar.

Drew se acercó a ella y, por fin, la miró a los ojos. La resignación que Riya vio en ellos la dejó sin palabras.

–Drew, sea lo que sea lo que estás pensando, podemos luchar. Tenemos la patente del software...

–¿Es que no te importa nada más que esta maldita empresa? Las estatuas poseen más sentimientos que tú –replicó Drew con amargura.

Riya sintió cómo aquellas palabras la atravesaban. Palideció y trató de comprender a qué se debía la reacción de Drew.

–Estoy acabado, Riya...

–Pero Drew, yo...

Él le colocó las manos sobre los hombros y se inclinó para darle un beso en la mejilla, todo ello bajo la atenta mirada de hielo del recién llegado, del hombre que estaba echando a Drew de su despacho. Riya observaba incrédula todo lo que estaba ocurriendo. Se sentía incapaz de moverse.

–Hablaré con tu asistente, Nathan –dijo Drew antes de marcharse.

Sin apartar la mirada de Riya, el odioso hombre asintió.

–Adiós, Riya.

Aquellas palabras sonaban tan definitivas que Riya se echó a temblar. Observó cómo Drew salía del despacho y cerraba la puerta. Se sintió enjaulada, atrapada con un animal salvaje... Su mente no dejaba de pensar, de darle vueltas a todo lo que acababa de vivir...

Nathan... Nathan... Nathaniel Ramírez. Dueño de un grupo de empresas dedicadas a los viajes y a las vacaciones llamado RunAway International. Llevaba viajando por todo el mundo desde los diecisiete años...

Sintió un extraño escalofrío en la espalda.

–¿Qué ha querido decir Drew?

–El señor Anderson ha decidido que quiere dejar esta vida... Quiere dejar... Travelogue.

Riya se sintió como si él le hubiera dado una bofetada. No se podía defender contra lo que no comprendía. Nunca antes se había sentido tan fuera de lugar.

–¿Quién demonios se cree usted que es? No puede echarle. Drew y yo somos los dueños...

–Él me ha vendido sus acciones. Ahora, tengo el setenta y cinco por ciento de la empresa. Soy tu nuevo socio, Riya. O jefe. O... En realidad, nos podríamos referir el uno al otro de muchas maneras diferentes.

Capítulo 2

DE ESE modo, al escuchar su nombre en los labios de aquel hombre, vio la luz el recuerdo que había estado tratando de desbloquear desde que se miró en aquellos ojos fríos como el hielo.

«Está muerta. Y se ha muerto sabiendo que la cerda de tu madre está esperando en la puerta, lista para entrar y ocupar su lugar. Espero que las dos os pudráis en el infierno».

El recuerdo de aquel lejano día volvió tan vivamente que Riya tuvo que agarrarse a la silla para que no se le doblaran las temblorosas piernas.

La esposa de Robert se llamaba Anna. Anna Ramírez.

–Eres Nathan Keys, el hijo de Robert. He leído tanto sobre ti y jamás me he dado cuenta...

Él asintió. Riya sintió que se le cortaba la respiración. Su pequeña mentira había funcionado. Allí estaba él, con la mayor parte de las acciones de la empresa en su poder. Con su medio de vida en las manos.

El hijo de Robert. El muchacho que había huido de su hogar tras la muerte de su madre, el hijo del hombre casado con el que su madre había empezado una relación, el hijo del hombre que había sido más padre para ella que su propio progenitor.

El hijo que ella había estado tratando de acercar a Robert.

Le había mentido a María sobre lo de vender la finca con la esperanza de conseguir que él volviera. Le daría a Nathan la oportunidad que ella nunca había tenido con su propio padre.

Una risa histérica se apoderó de ella.

Él estaba apoyado contra la pared, con las piernas cruzadas elegantemente. Sonrió.

–¿Qué? ¿No le vas a dar la bienvenida al que está a punto de convertirse en tu hermanastro, Riya?

–Te estás burlando de mí, ¿verdad?

–Sé que acepto tu ofrecimiento de solidaridad familiar casi una década tarde, pero...

–Tú... Entras aquí, te libras de mi socio, me restriegas por la cara una parte de mi empresa más grande que la que yo tengo... ¿De verdad quieres que te dé la bienvenida? –le espetó ella–. Si te estás vengando porque mi madre empezara una relación con tu padre, déjame decirte que...

–Me importa un comino mi padre o tu madre.

La falta de sentimiento en aquellas palabras hizo que Riya se parara a pensar un instante. Se iba a poner furioso cuando supiera la intención que ella había tenido.

–Entonces, ¿de qué se trata?