5,49 €
Milagro abierto es poesía de la intimidad, del cuerpo, del abrazo erótico y del silencio en la habitación; el Devocionario del amor sexual renuncia al pudor y a los eufemismos de la abundante poesía amorosa que había. Los Consejos a Cristo revelan el temperamento religioso que siempre mostró Debravo; en Digo se oye con claridad la voz de su poesía testimonial, la impostación de un hablar político.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2014
Jorge Debravo
Milagro abierto
Milagro abierto
Turrialba (1959)
Esta vida en silencio
en la sombra desnuda.
Cayendo, meditando,
de machacada y ebria se hace pura.
Flotas tú restregada
en el tronco y el nervio.
Blancos se abren tu voz, el viento,
el alma…
Porque esta vida es un milagro abierto…
***¿Hacia dónde, en la bruma, hacia dónde?
El horizonte crece y nos embriaga.
Hay mudos torbellinos en la sombra
y un hálito viscoso nos envuelve.
Con perfume amoroso se desliza
de estas raíces turbias hasta el bosque
y retorna y nos hiere y nos desgarra.
Solo nos queda aquí el inmóvil sitio
donde estamos sufriendo, y la palabra;
¡hacia dónde, oh, brumas!, ¿hacia dónde?
***Chorreantes de dolor
las manos.
Desgajadas las calles
y el recuerdo.
Y dentro,
soledad de frío y madero.
Almas en fuga,
largamente pálidas.
***Era una campanada
milagrosa y dulce:
eras tú
casi llama.
Éramos esa blanca lluvia errante
trenzada a la ventana.
Temblando
nos bebíamos
el celaje silvestre,
trasmutados en ráfaga.
***Cayendo, meditando,
en su angustia se vierte.
En su delgada angustia
de un blanco color verde.
Pasa sobre las rocas
del crimen mansamente,
purificando luces
en su temblor de nieve.
Y ha venido de lejos
y de cerca y se duerme.
Para aspirar su alma
hay que ser blanco y verde.
***Turbios, casi lejanos,
esa mujer tenía un vago
temblor de arena en sus pechos.
Flotaban, en la sombra
se tendían, y su pálida
agonía entrelazaba
al erótico fruto de mis dedos.
Por su sabor a savia
los reconozco siempre.
Pechos dulces, oscuros:
respiraban mi angustia.
Tímida maravilla
de esa mujer y el campo.
***Te tendiste de nuevo
en estas largas soledades mías
para sufrir por siempre
mi tristeza.
Ya no puedes fugarte
de estos muros,
aunque te duelan todas mis caricias,
y te hiera la piel
un fuego muerto.
***En la leve penumbra –desangrando
claridades en flor– te habías marchado.
Guardaste las palabras en la sangre
pues no querías tornar; porque pensabas
arribar, allá lejos, donde el aire es divino.
Sin embargo, es sano que comprendas
lo inútil de las fugas
cuando en el alma aún queda espuma
de un paisaje querido.
Los regresos
a veces los llevamos en la sangre.
***Hay rojos fuegos que nos hacen honda
el alma de aspirarlos en silencio.
Al entreabrir su llama
el ojo se trastorna y una espesa
tempestad de celajes nos agobia.
Para emerger de allí, ¿cuál blanca espuma
es necesario atar desde la aurora?
¿Hacia qué amargo surco hay que tenderse?
Nos queda la inquietud, el beso abierto
y el espumoso vaho de las almas
que respiran desnudas en la sombra.
***Húmeda de recuerdos y caricias
tu piel florece al resbalar la bruma
en su clara y desnuda transparencia.
Nadie podrá encontrarte cuando adobe
tu carne con el néctar de mis sueños;
cuando ciña a tu carne la ternura
silenciosa y ardiente de mi pena.
Yo te hilaré a retazos en mi alma,
hasta sentir que son un solo beso
tus manos olorosas a silencio.
***No debes deshacerte
de los sabores claros
que se nos han abierto.
Desde el fondo del aire he creado
para tu voz un gran silencio
y mi alma dulcemente
comienza a arrebujarte entre sus pétalos.
Allá el sollozo aguarda
húmedo de recuerdos.
Te dolerá la carne crucificada en viajes,
si abandonas el albo
respirar de mis dedos.
***Sombras, éramos sombras.
Sombras dulces en la sombra.
Sombras blandiendo su angustia
y su pesantez de roca.
Sombras vivas aguzando
al desnudar su congoja.
Sombras deshechas a vientos;
de fuego en la sangre, sombras.
Sombras suaves en tu dedo;
sombra hacia mi nervio, roja;
sombras de sombras uniéndonos;
sombras de sombra en la sombra.
***Eres ese silencio
que hacia el alma resbala,
esa angustia desnuda
desangrada en el agua.
Eres esos vapores
que de la tierra arrancan;
el vaho de los vientos
que doran la montaña.
El sabor de la sangre
que aletea y se desgarra;
eres esa ternura
que reposa en mi alma.
***Te recuerdo
no obstante el frío
aliento fantasmal de la ventana.
La sangre de las selvas
me acrecienta el alma,
y a lapsos soy tan leve
como el milagro blando
de las margaritas.
***Un frío sudoroso de ternura
se adelgaza en la sombra raudamente.
Sopesando su languidez desnuda
he deshilado el alma de las bestias
y los nocturnos traunseúntes vacuos.
Tú lo sabrás también cuando se agobie
tu soledad al paso de la sangre
que en tus venas solloza. Y tu mirada
se llenará de sombras al sentirte
compañera del hielo que recorre
la olvidadiza testa del invierno.
***Desde la hierba ruda, hacia tu alma,
mi silencio es campana, desatándose.
Rebosando recuerdos los caminos
se nutren de tu savia.
La entraña fugitiva de la tarde
te hace languidecer al apresarte.
La fuga de tus manos es inútil:
de todas las ventanas y vestida
en los dulces retazos de mi angustia,
mi sangre te persigue
como suave, tibia, dulce bestia.
***Ebria de aires y viajes la mirada
en los caminos trémula se apaga.
Lejanas transparencias fosforecen.
El horizonte tiembla y abre el alma.
En noches así, suaves, nos fugábamos
desnudos hacia todas las distancias.
Estrellas silenciosas nos seguían en el aire.
Emergían de la hierba vaporosa palabras.
En los rojizos prados volaban sueños blancos;
temblorosos recuerdos blanqueaban en el agua.
Remolinos celestes de besos nos ceñían
y el silencio goteando se nos dormía en el alma.
***Era el instante de alejarte y todo
te llamaba en el viento como hiriéndote.
Se aguzaba la lluvia en tu cabello
trazándote desnudas llagas vivas.
Antes de aquella herida eras de fuego
y no dolía en tus dedos el presagio
de una fuga segura hacia los bosques.
Solo al saber que ya no se abriría
de nuevo tu estupor en estas aguas
te punzaban tus pasos alejándote.
***Bebíamos penumbra suavemente,
enlazadas las manos, casi en sueño.
La angustia se alejaba hacia las selvas.
La esperanza se ataba en el cabello.