Milagro abierto - Jorge Debravo - E-Book

Milagro abierto E-Book

Jorge Debravo

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Beschreibung

Milagro abierto es poesía de la intimidad, del cuerpo, del abrazo erótico y del silencio en la habitación; el Devocionario del amor sexual renuncia al pudor y a los eufemismos de la abundante poesía amorosa que había. Los Consejos a Cristo revelan el temperamento religioso que siempre mostró Debravo; en Digo se oye con claridad la voz de su poesía testimonial, la impostación de un hablar político.

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Veröffentlichungsjahr: 2014

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Jorge Debravo

Milagro abierto

Milagro abierto

Turrialba (1959)

 

Esta vida en silencio

en la sombra desnuda.

Cayendo, meditando,

de machacada y ebria se hace pura.

 

Flotas tú restregada

en el tronco y el nervio.

Blancos se abren tu voz, el viento,

el alma…

Porque esta vida es un milagro abierto…

*** 

¿Hacia dónde, en la bruma, hacia dónde?

El horizonte crece y nos embriaga.

Hay mudos torbellinos en la sombra

y un hálito viscoso nos envuelve.

Con perfume amoroso se desliza

de estas raíces turbias hasta el bosque

y retorna y nos hiere y nos desgarra.

Solo nos queda aquí el inmóvil sitio

donde estamos sufriendo, y la palabra;

¡hacia dónde, oh, brumas!, ¿hacia dónde?

*** 

Chorreantes de dolor

las manos.

Desgajadas las calles

y el recuerdo.

 

Y dentro,

soledad de frío y madero.

Almas en fuga,

largamente pálidas.

*** 

Era una campanada

milagrosa y dulce:

eras tú

casi llama.

 

Éramos esa blanca lluvia errante

trenzada a la ventana.

 

Temblando

nos bebíamos

el celaje silvestre,

trasmutados en ráfaga.

*** 

Cayendo, meditando,

en su angustia se vierte.

En su delgada angustia

de un blanco color verde.

Pasa sobre las rocas

del crimen mansamente,

purificando luces

en su temblor de nieve.

 

Y ha venido de lejos

y de cerca y se duerme.

 

Para aspirar su alma

hay que ser blanco y verde.

*** 

Turbios, casi lejanos,

esa mujer tenía un vago

temblor de arena en sus pechos.

Flotaban, en la sombra

se tendían, y su pálida

agonía entrelazaba

al erótico fruto de mis dedos.

 

Por su sabor a savia

los reconozco siempre.

 

Pechos dulces, oscuros:

respiraban mi angustia.

Tímida maravilla

de esa mujer y el campo.

*** 

Te tendiste de nuevo

en estas largas soledades mías

para sufrir por siempre

mi tristeza.

 

Ya no puedes fugarte

de estos muros,

aunque te duelan todas mis caricias,

y te hiera la piel

un fuego muerto.

*** 

En la leve penumbra –desangrando

claridades en flor– te habías marchado.

Guardaste las palabras en la sangre

pues no querías tornar; porque pensabas

arribar, allá lejos, donde el aire es divino.

 

Sin embargo, es sano que comprendas

lo inútil de las fugas

cuando en el alma aún queda espuma

de un paisaje querido.

Los regresos

a veces los llevamos en la sangre.

*** 

Hay rojos fuegos que nos hacen honda

el alma de aspirarlos en silencio.

 

Al entreabrir su llama

el ojo se trastorna y una espesa

tempestad de celajes nos agobia.

 

Para emerger de allí, ¿cuál blanca espuma

es necesario atar desde la aurora?

¿Hacia qué amargo surco hay que tenderse?

 

Nos queda la inquietud, el beso abierto

y el espumoso vaho de las almas

que respiran desnudas en la sombra.

*** 

Húmeda de recuerdos y caricias

tu piel florece al resbalar la bruma

en su clara y desnuda transparencia.

 

Nadie podrá encontrarte cuando adobe

tu carne con el néctar de mis sueños;

cuando ciña a tu carne la ternura

silenciosa y ardiente de mi pena.

Yo te hilaré a retazos en mi alma,

hasta sentir que son un solo beso

tus manos olorosas a silencio.

*** 

No debes deshacerte

de los sabores claros

que se nos han abierto.

 

Desde el fondo del aire he creado

para tu voz un gran silencio

y mi alma dulcemente

comienza a arrebujarte entre sus pétalos.

 

Allá el sollozo aguarda

húmedo de recuerdos.

Te dolerá la carne crucificada en viajes,

si abandonas el albo

respirar de mis dedos.

*** 

Sombras, éramos sombras.

Sombras dulces en la sombra.

Sombras blandiendo su angustia

y su pesantez de roca.

 

Sombras vivas aguzando

al desnudar su congoja.

Sombras deshechas a vientos;

de fuego en la sangre, sombras.

 

Sombras suaves en tu dedo;

sombra hacia mi nervio, roja;

sombras de sombras uniéndonos;

sombras de sombra en la sombra.

*** 

Eres ese silencio

que hacia el alma resbala,

esa angustia desnuda

desangrada en el agua.

 

Eres esos vapores

que de la tierra arrancan;

el vaho de los vientos

que doran la montaña.

 

El sabor de la sangre

que aletea y se desgarra;

eres esa ternura

que reposa en mi alma.

*** 

Te recuerdo

no obstante el frío

aliento fantasmal de la ventana.

 

La sangre de las selvas

me acrecienta el alma,

y a lapsos soy tan leve

como el milagro blando

de las margaritas.

*** 

Un frío sudoroso de ternura

se adelgaza en la sombra raudamente.

Sopesando su languidez desnuda

he deshilado el alma de las bestias

y los nocturnos traunseúntes vacuos.

Tú lo sabrás también cuando se agobie

tu soledad al paso de la sangre

que en tus venas solloza. Y tu mirada

se llenará de sombras al sentirte

compañera del hielo que recorre

la olvidadiza testa del invierno.

*** 

Desde la hierba ruda, hacia tu alma,

mi silencio es campana, desatándose.

Rebosando recuerdos los caminos

se nutren de tu savia.

La entraña fugitiva de la tarde

te hace languidecer al apresarte.

La fuga de tus manos es inútil:

 

de todas las ventanas y vestida

en los dulces retazos de mi angustia,

mi sangre te persigue

como suave, tibia, dulce bestia.

*** 

Ebria de aires y viajes la mirada

en los caminos trémula se apaga.

Lejanas transparencias fosforecen.

El horizonte tiembla y abre el alma.

 

En noches así, suaves, nos fugábamos

desnudos hacia todas las distancias.

Estrellas silenciosas nos seguían en el aire.

Emergían de la hierba vaporosa palabras.

 

En los rojizos prados volaban sueños blancos;

temblorosos recuerdos blanqueaban en el agua.

Remolinos celestes de besos nos ceñían

y el silencio goteando se nos dormía en el alma.

*** 

Era el instante de alejarte y todo

te llamaba en el viento como hiriéndote.

Se aguzaba la lluvia en tu cabello

trazándote desnudas llagas vivas.

 

Antes de aquella herida eras de fuego

y no dolía en tus dedos el presagio

 

de una fuga segura hacia los bosques.

 

Solo al saber que ya no se abriría

de nuevo tu estupor en estas aguas

te punzaban tus pasos alejándote.

*** 

Bebíamos penumbra suavemente,

enlazadas las manos, casi en sueño.

La angustia se alejaba hacia las selvas.

 

La esperanza se ataba en el cabello.