¡Mira lo que trajo el mar! - Marcela Velásquez Guiral - E-Book

¡Mira lo que trajo el mar! E-Book

Marcela Velásquez Guiral

0,0

Beschreibung

Todo ocurre en un caserío costeño, Mirat, enclavado entre el mar y la montaña; un pequeño mundo, por supuesto, donde habitan niños: Miguel, que vive en una canoa, y Marthita, su única amiga; pescadores, ancianos y animales (entre ellos el loro de la abuela de Tribi, Capitán Lor, presunto pirata), y ocurren cosas, a veces pintorescas y amables, a veces oscuras e inquietantes.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 69

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Segunda edición, septiembre de 2020

Primera edición, abril de 2016

© 2016 Marcela Velásquez Guiral

© 2016 Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

IlustracionesGustavo Rosemffet AbramovichDiagramaciónOnce Creativo S.A.S.

ISBN Impreso: 978-958-30-6042-7ISBN Digital: 978-958-30-6475-3

Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del Editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S.A.

Calle 65 No. 95-28,

Tel.: (57 1) 4302110 - 4300355, Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Historias en las que te puedes zambullir

Niños amantes del agua (de ríos, mares, charcos

y aguaceros), chiquillos exploradores de bosques

(jardines, materas y escondites), valientes que

enfrentan peligrosas hazañas (aunque a veces

les asuste una araña), este libro es para ustedes.

Aquí les dejo estas historias. Algunas dulces como

el mango maduro. Otras saladas como el agua de mar.

Y, por supuesto, para Teresa Durán, Gusti, Fabio, Mónica

y mamá (siempre inquietos, sonrientes y alcahuetes).

Un corte de cabello

—¡Hanu!

—No grites, Tribi, ¿qué pasa?

—Te quiero mostrar algo.

—Estoy trabajando. Tengo que entregar un encargo hoy, ¿qué quieres?

—... Ven, Hanu, por favor.

—Ya te dije que no. Dime desde allá para saber si te puedo ayudar.

—No, quiero que veas.

... (silencio que ya está en otra cosa).

—¡Hanu!

—(Silencio que mira por la ventana). DIME, Y DEJA DE GRITAR O LE DIGO A MAMÁ QUE NO TE VUELVO A CUIDAR.

—¡Veeen!

—... (No lo vuelvo a cuidar). Ya te dije que no.

—¡Hanu!

—No-gri-tes-Tri-bi-por-fa-vor.

... (Silencio).

... (Silencio que presta atención al otro silencio).

... (Silencio extraño).

... (Silencio a ver qué pasa).

... (Ruidos, aleteos, risas).

—¡Tribi, Agustino! ¿Qué están haciendo?

—Nada, Hanu.

—¿Para qué me llamabas entonces?

—Para nada. Ya no te necesitamos. Ya no vengas.

—¿Cómo que ya no me necesitan? ¿Para qué?

—Para lo que te dije que vinieras. Nosotros nos vengaremos solitos.

—¿Vengarse? ... (Se levanta y se va).

... (Ruidos, aleteos, risas).

—¿Y ese ruido? ¡Abran la puerta, niños!

... (Silencio que están ocupados).

... (Silencio que escucha tras la puerta).

—Ya te dije: le cortaré un poco y nada más (susurrando).

—¡Hagámosle un corte de cabello a este pollo! (Tribi tiene el pollo entre las piernas).

—¡Te volviste loco! (susurrando).

—No. Ese pollo es todo presumido con ese copete largo, se cree el rey del gallinero. Le daremos una lección con lo que más quiere: su pelo (susurrando).

—Dirás sus plumas (susurrando).

—Eso. Es que es todo pinchado con ese pelo pa-rado (susurrando).

—¡Plumas! (susurrando).

—Eso. Seré su peluquero (susurrando).

—¡Plumero! (susurrando).

—¿Plumero? (susurrando).

—Sí, peluquero es de pelo, plumero de plumas (susurrando).

—(Susurrando). ¡A veces eres muy inteligente, Agustino! Seré su plumero.

—TRIBI, AGUSTINO, ABRAN…

... (Silencio que están muy ocupados).

... (Tribi imita los movimientos de un experto peluquero, coge entre sus manos el copete y corta pluma tras pluma).

... (El pollo se sacude).

—(Susurrando). ¡Apúrate, Tribi, que se me escapa!

—Agustino, tápale el pico, agárralo bien (olvida susurrar).

—¡Es que no se queda quieto! (tampoco susurra).

—MIRA, TRIBI, ABRE ESA PUERTA O...

—(Ay, ay, ay).

... (Tribi pasa la mano por la cabeza del pollo y no satisfecho sigue cortando).

—(Susurrando). ¿Más, Tribi?

—(Susurrando). Ya casi termino.

... (El pollo se mueve, aletea, se sacude).

—ABRAN YA.

—No, Hanu, ya no hace falta.

—¿QUE NO HACE FALTA?

... (El pollo está por zafarse, aletea, aletea, aletea).

—Para lo que te dije que vinieras. Ya cogí tus tijeras del cuarto de costuras.

—(¡AUXILIO!).

—¡Agustino, ayúdame. ¡Quieto pollo!

—¿QUIETO QUÉ?... (silencio, agarrándose la ca-beza).

—... (Ay).

... (El pollo aletea, aletea, aletea).

—TRIBI, ¡QUÉ ANIMAL TIENES AHÍ?

—... (Ay, ay, ay).

—ESTOY YENDO POR LAS LLAVES, NIÑOS.

—¡Ya, pollo, quédese quieto! Es para que aprendas a no meterse a nuestro solar y poner esas olorosas rilas en las azaleas de mi mamá.

—¡Cuidado, Tribi!

... (Hanu se acerca).

... (Agustino mira sorprendido el reguero de plumas que forman un negro tapete a su alrededor).

... (Hanu abre la puerta).

—¡TRIBI! (te voy a regañar).

—¿Sí? (ay...).

—¿QUÉ LE HAS HECHO A ESTE POLLO?

—¿Qué tiene?

—¿Cómo que qué tiene?

—¿Parece un cepillo?

—¡Está todo trasquilado! ... ¡Eso tiene!

—¡Yo no fui!

—No te hagas el gracioso. Ahora sí doña Clemencia me va a despedir. Ese pollo holandés es su tesoro más preciado y el orgullo de su gallinero.

—Pero, Hanu, es el pollo más riloso del mundo y picotea las flores de mamá. Así aprenderá con lo que más quiere: su pelo.

—Plumas.

—(Silencio, que se agarra la cabeza). ¡Ahora sí me van a despedir!

—No te preocupes Hanu, mañana Agustino y yo le ponemos de tu champú y bálsamo para que le crezca el pelo sedoso y brillante como el tuyo.

—Las plumas.

—(¡NO LO VUELVO A CUIDAR!)

—Pero, Hanu, ¿viste cómo quedó de lindo con su nuevo corte de cabello?

—De plumas.

... (Silencio, silencio, silencio).

Feliz cumpleaños

Ayer Marthita estuvo de cumpleaños. Su mamá le mandó coser un vestido amarillo y le preparó la mejor de las fiestas.

Hubo muchos obsequios, un gran pastel en forma de palmera y la casa estuvo llena de los empleados de su padre, de muchos globos y serpentinas. Cuando se fueron los borrachos y se quedó a solas con su mamá, ella se le había acercado más de lo acostumbrado, entonces Marthita fue feliz y aprovechó para abrazarla por la cintura.

Su cabeza había quedado apretada contra su vientre, y entonces sintió toda la vida que a su mamá le bullía por dentro y se quiso quedar allí, oyéndola para siempre. Pero cuando doña Clemencia le pasó la mano por su cabello —como muestra de cariño o queriéndole decir que la soltara ya, no sé—, una de sus hebillas le pinchó un dedo, y le gritó, la apartó con brusquedad y le dijo que si además de inválida era torpe.

Marthita se asustó mucho, le puso un pañuelo en la mano que se fue poniendo rojo, le pidió perdón y se fue a la cama sin mirar los regalos.

Mango maduro

Miguel tiene un costal de cabuya. Allí guardará algo único, algo que busca con especial atención. Con los ojos negros y las piernas de garza, trepa por uno de los árboles de la casa de la señora Eva, que son altos, tienen follaje abundante y dan mangos buenos para el jugo (y para regalos también). Y ahí se sienta a comer de prisa.

Primero encuentra tres biches, pero a Marthita no le gustan, porque le hacen destemplar los dientes. Y a Miguel le encantan, porque, cuando los muerde y siente el sabor ácido en la boca, hace caras graciosas, como cuando va a estornudar. Luego alcanza cinco pintones. Marthita dice que son mangos sin gusto a nada, sin un sabor definido. Miguel se preocupa por los mangos pintones que nadie quiere. Les da un lugar, un sentido. Los guarda en el costal al lado de los biches.

Finalmente encuentra dos maduros. Solo dos. Así le gustan a Marthita. A él también.

Miguel tiene que seleccionar el mejor para su amiga, entonces muerde el primero. Está rico, jugosito, sabe a caramelo derretido. Después prueba el otro. Es dulce como la miel del panal de abejas que está cerca del puerto. Vuelve a probar el primero y le recuerda a un jugo frío y cremoso que le regaló una vez don Ricardo en el pueblo. Muerde el segundo, y mientras siente que el líquido se derrama por las comisuras de sus labios, camina hacia la casa de la niña.

Miguel piensa que seleccionar el mango para Marthita está muy difícil. Y recuerda que debe apurarse, porque doña Clemencia debe estar por llegar de la iglesia, y si lo ve ahí empezará a gritar como la otra vez que se asomó por la ventana y vio que estaban juntos, sentados en el corredor en un montón de frutas y cáscaras amarillas, y decía con los ojos como bizcos: “¡Ese mugroso no entiende que en esta casa no lo quiero ver! ¡Cómo se lo tengo que decir!”, y se agarraba la cabeza y a él le parecía que se iba a arrancar el pelo: “¿Acaso no es suficiente con tener una hija inválida como para que un niño bobo visite mi casa? ¡Un niño bobo en mi casa es una extravagancia!”.