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Platón

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Beschreibung

A lo largo de sus muchos diálogos, Platón recurrió a menudo a la elaboración de mitos a fin de ilustrar mejor mediante ellos el concepto o la idea que quería expresar. Su utilización de este ancestral recurso didáctico que se remonta a los principios del pensamiento humano y que destaca por su fuerza poética y plástica y su fuerza de seducción intelectual habría de hacer especial fortuna a lo largo de la transmisión de la filosofía, y muy especialmente en el caso de algunos de ellos, como el célebre "mito de la caverna", el del Andrógino (origen de la noción de "la media naranja") o el del continente Atlántida, raíz de una fecunda veta en diversos ámbitos de la cultura. "Mitos" reúne en un solo volumen todos aquellos pasajes más relevantes en los que Platón se sirvió de este eficaz recurso metafórico. Prólogo de Carlos García Gual

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Seitenzahl: 215

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Platón

Mitos

Presentación de Carlos García Gual

Índice

Presentación. Invitación a la lectura

Procedencia de las traducciones

Mitos

Sobre los orígenes de la humanidad

Sobre el amor

Alegorías

El alma tras la muerte y el viaje al Hades

La Atlántida y la Atenas primitiva

El mito como instrumento de persuasión

Créditos

Presentación

Invitación a la lectura

¿Qué es, en sentido propio, un mito?

La palabra «mito» se usa ahora en muchos sentidos. Es uno de esos términos de extraordinario éxito en el lenguaje de los medios de comunicación, que se prestan a usos de connotaciones varias y vagas. Tal vez esa misma vaguedad de sentidos fomente su difusión. Basta echar un vistazo a las noticias de prensa o a los anuncios publicitarios para encontrar la palabra con muy diversas referencias, calificando a un artista, una modelo, un lugar, una moto o un perfume, por ejemplo. A menudo alude simplemente a algo o alguien que parece en extremo fabuloso, seductor, impregnado de encanto, y que resulta así un tanto fantasmal y maravilloso, como de otro mundo y de dudosa realidad. Un «mito» es algo que impacta en la imaginación popular, y deja un rastro fascinante en la memoria. Pero conviene que, al tratar de los mitos antiguos, heredados, esas memorables narraciones que perviven en la literatura y la religión, precisemos su sentido y apuntemos una definición de la palabra. Empecemos por un vistazo a su etimología.

«Mito» proviene del término griego mythos, un vocablo sin equivalente exacto en otras lenguas antiguas, que luego los latinos tradujeron por la palabra latina fabula. El caso es que mythos significaba originariamente en griego (por ejemplo, en los textos homéricos) «palabra, discurso, relato, narración, fábula, cuento» con un sentido amplio que se concretaba según su uso en un contexto determinado. Luego, a partir de la época de la sofística, es decir, ya en la Atenas ilustrada del siglo v a. C., mythos pasó a designar el relato tradicional, la narración figurada y dramática, opuesta al discurso razonado o al razonamiento, el logos.

Esa oposición de mythos y logos resulta muy característica del desarrollo de la cultura griega. Se tiende a oponer un razonamiento coherente y susceptible de comprobación, un método exigente de pensar, que podemos calificar de «lógico», basado en un análisis preciso y estricto, con datos que remiten a la observación de lo real, propio de la filosofía y los saberes científicos y empíricos, a un «pensamiento mítico», que procede recurriendo a los «mitos» y que se muestra de manera ejemplar en esos relatos arcaicos y tradicionales. Se ha descrito el progreso de la filosofía en Grecia como una marcha del mito al logos. (Vom Mythos zum Logos es el título famoso de un atractivo libro de W. Nestle). Se califica de progreso el histórico avance desde las explicaciones basadas en la autoridad tradicional de los mitos, progresivamente arrumbadas, a las precisas demostraciones fundamentadas en las razones de la experiencia y la argumentación lógica. Platón se halla situado en un momento avanzado y definitivo de esa historia del pensamiento griego. Pero en su amplia obra ese dominio de los argumentos lógicos y una depurada dialéctica se combina con su afán de recuperar los encantos y saberes del mito, en un empeño que, al pronto, resulta un tanto enigmático y sorprendente. Y esa nueva valoración del mito dentro de su propia obra filosófica marca otra etapa de la larga marcha de la busca del saber y la verdad última sobre la vida y el mundo. (Trataremos este punto más adelante.)

Presentemos, pues, nuestra propuesta de definición: el mito es una narración dramática y de origen tradicional, que cuenta la actuación decisiva y memorable de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano. Protagonistas de los mitos clásicos son los dioses y los héroes de la mitología griega, cuya actuación memorable, realizada en un tiempo pasado y prestigioso, reviste un carácter paradigmático. La narración mítica viene así a explicar –de un modo imaginativo y simbólico, con su narración dramática y sencilla– aspectos importantes del cosmos y del mundo social. Los mitos pertenecen a la memoria colectiva de un pueblo o una nación y se cuentan, de generación en generación, como una herencia cultural decisiva para comprender y ordenar el mundo y las instituciones básicas de la sociedad. Los viejos cuentan los mitos a los jóvenes, los sacerdotes y los poetas los custodian, y en las ceremonias se recuentan o escenifican esos mismos relatos para todo el pueblo. La mitología es, vista desde una perspectiva histórica, una arcaica herencia cultural y popular de raíces profundas.

Los mitos –en una sociedad primitiva o arcaica– explican, aclaran y revelan, a su manera, el sentido oculto y permanente de la realidad contando las historias fundamentales y sagradas de la tribu. Hablan de dioses y héroes, de los comienzos de las cosas y costumbres, de las causas de las instituciones que mantienen el orden del mundo y de lo que hay más allá de la muerte. Explican el presente y los grandes temas que angustian y preocupan al hombre como resultados de algo que cuentan que sucedió una vez, en un tiempo pasado, prestigioso y distinto del mundo cotidiano. Sus «historias» se aceptan como sagradas y memorables. Transmiten un saber ancestral y se mantienen amparados por la autoridad de esa tradición secular.

Los mitos suministran una primera interpretación del mundo. De algún modo podemos decir que revelan y rememoran –en su repertorio de grandes relatos– un sentido último y oculto del mundo. Por eso los mitos están muy unidos, en su origen, a la religión. Fundan y ofrecen una perspectiva imaginaria sobre la realidad esencial y transmiten una imagen humanizada en extremo del entorno natural y social. Y de lo que hay detrás de lo que vemos en nuestro presente, de esas causas ocultas y esenciales de las cosas, de los poderes cósmicos y divinos, de las huellas de los grandes hechos heroicos, que han marcado el decurso del mundo posterior.

Los mitos explican a su manera, con sus historias fabulosas y dramáticas, por qué nuestro mundo es así. Temas como el del origen del fuego, la invención del sacrificio, o la aparición del mal en el mundo, por ejemplo, se cuentan en mitos de larga resonancia. También cuentan los mitos cómo nacieron y cómo se comportan los dioses. Y explican los méritos y las grandes hazañas de los héroes civilizadores, y las secuelas de sus empresas más gloriosas. Esta explicación de los mitos es anterior y distinta a la que buscan la filosofía y las ciencias, saberes más críticos y empíricos. Y reviste, como venimos diciendo, una forma narrativa un tanto primitiva e ingenua –en contraste con la argumentación crítica posterior–, y de fuerte dramatismo, de figuras extraordinarias y símbolos memorables.

La mitología y los poetas

El conjunto de mitos de una cultura constituye su mitología. La mitología griega es un repertorio de narraciones de espléndida fantasía y muy destacada belleza poética, una mitología que se caracteriza no sólo por albergar muchos dioses y diosas, sino a la vez por la importancia de sus numerosos semidioses o héroes y heroínas. Desde Homero (siglo VIII a. C.), ese repertorio de mitos divinos y heroicos es la base de la religión y de la literatura helénica clásica.

Resulta un hecho muy característico y bien conocido de la cultura griega que los encargados de transmitir a las gentes esos relatos míticos hayan sido, no los sacerdotes, como es usual en otras, sino los poetas. Desde los aedos de los poemas épicos, como Homero y Hesíodo, a los poetas de la lírica coral, como Píndaro, y los dramaturgos de la Atenas clásica, que componían sus tragedias siempre sobre los mitos heroicos, los poetas fueron los grandes guardianes y difusores de la tradición mítica. Ya el historiador Heródoto elogiaba la influencia de Homero y Hesíodo en la configuración de una mitología común para todos los griegos, al escribir: «Éstos son los que crearon poéticamente una teogonía para los helenos, dando a los dioses sus epítetos, distribuyendo sus honores y competencias y fijando sus figuras» (Historia, II, 53).

No se trata, desde luego, de que los poetas épicos (y luego los líricos y los trágicos) inventaran esas figuras, nombres, imágenes o rasgos singulares de los dioses y sus cultos; sino de que ellos los expresaron de forma poética, los configuraron y reinterpretaron con renovada hondura y vigor dramático y así se transmitieron por toda Grecia y dieron así una forma casi canónica al repertorio mitológico. Fueron, por así decir, los maestros del saber mítico, inspirados por las Musas a las que invocaban en los comienzos de sus cantos. (Las Musas eran diosas hijas de Zeus y Mnemósyne, la divina Memoria, y, según la creencia primitiva, ofrecían a los poetas la materia básica de sus poemas, informándoles de ese mundo mitológico y legendario.) En resumen, los poetas recrean una muy antigua tradición oral que luego tras ser recogida por escrito permanece viva en su poesía.

Esta importancia de los poetas en la transmisión de la mitología griega es un hecho muy bien conocido, pero que debemos meditar. Esa tradición poética ha dado a la mitología griega una notable flexibilidad, unas especiales soltura y belleza, y una falta de rigidez y dogmatismo que contrasta con las tradiciones religiosas de otros pueblos. Aunque Homero y Hesíodo hayan fijado los rasgos distintivos de los dioses y los héroes, no hay en Grecia un culto basado en la ortodoxia que obligue a una creencia a pies juntillas. Se admite la crítica y una cierta burla incluso respecto a los dioses, como se ve por ejemplo en las comedias de Aristófanes. Se admiten variantes en la transmisión de los mitos. Y existen a veces notables variaciones respecto de un mito. (Como las que hay, por ejemplo, del nacimiento de la diosa Afrodita, surgida del mar y nacida del esperma de Urano, según Hesíodo, pero hija de Zeus y de Díone, en la versión distinta que recoge Homero. En el Banquete de Platón encontramos algunos ejemplos de esas recreaciones poéticas acerca del nacimiento de Eros.)

Tengamos en cuenta ese legado poético a la hora de admirar la frescura y riqueza imaginativa de los relatos míticos, y, a su vez, la flexibilidad para su posible recreación con variantes en otras obras literarias. La literatura europea –comenzando por los romanos y los poetas latinos– ha recogido la herencia mitológica de los griegos y la ha imitado y manejado con admiración y familiar soltura, en parte por la forma narrativa ejemplar que le dieron los grandes poetas antiguos.

Platón criticó duramente a los poetas al verlos como los competidores de los filósofos en la educación de los jóvenes. Ciertamente se venían considerando desde antiguo como maestros del saber y educadores del pueblo. Eran unos «maestros de verdad» que ostentaban un prestigio debido a la tradición popular y a los encantos seductores de la poesía, poco fiables, sin embargo, a los ojos del nuevo y sólido saber de quienes conocen de verdad las ideas modélicas. De ahí que le pareciera que merecían ser censurados por ciertos escandalosos relatos sobre los dioses y por su incapacidad de explicar su conocimiento de la realidad. Por eso decidió que deberían ser expulsados de la ciudad ideal de la República, donde la educación, tarea importantísima y muy cuidadosamente legislada en su conjunto, está programada de modo racional y queda a cargo de los filósofos guardianes.

Pero lo que resulta sorprendente es que Platón no renuncia, ni siquiera en ese espacio utópico, a los mitos como una forma de expresar la verdad, sino que, a la postre, los recoge con fines filosóficos y pedagógicos. De ahí una cierta paradoja: en el conflicto entre el logos y el mythos Platón no elimina la herencia mitológica, sino que trata de complementar el uno con el otro desde un nuevo horizonte, con vistas a una pedagogía filosófica y su deriva ética.

Los mitos en Platón

Comencemos por destacar algo evidente: Platón es un estupendo narrador de mitos. Ése es un hecho indiscutible e indiscutido, y que se evidencia bien en una selección como la que se presenta en las páginas siguientes. Todo lector de Platón es consciente de ese rasgo de su obra. Los mitos no sólo ocupan cierta extensión en sus páginas, sino que destacan en el conjunto de la obra platónica por su fuerza poética y plástica y su seducción intelectual. Quien ha leído los más importantes Diálogos, recuerda siempre esos mitos que parecen abrir en las charlas del parlero Sócrates luminosas ventanas a un fantástico más allá. Lo que plantea, desde un comienzo, una serie de cuestiones.

En primer lugar, ¿cómo un filósofo, posterior a la ilustración sofística y discípulo del racionalista Sócrates, recurre a los mitos para su teoría filosófica, siendo así que el razonamiento filosófico, el logos, parecía ser distinto, por su propia esencia, y aun oponerse al modo de explicación de los relatos míticos? ¿Por qué convoca de nuevo Platón el encanto misterioso y arcaico de los mitos?

En segundo lugar, ¿cómo es posible inventarse un mito, cuando queríamos definirlo, al mito justamente, como un relato heredado, albergado en la memoria colectiva, y, por tanto, tradicional? ¿Qué significa esa creación de mitos de uso propio? ¿Hasta qué punto se crean o se recrean sobre antiguas pautas esas historias o ficciones míticas?

Platón, por otro lado, parece utilizar los mitos, traídos a cuento con mucha intención y oportunidad, con un valor funcional. Y quizás con más de una función (explicativa, pedagógica y acaso religiosa) se esfuerza en presentarnos todo un abanico de mitos de muy distinto formato y de muy diverso alcance. Por otra parte, es fácil ver que algunos relatos insisten en un mismo tema, como es el caso de las tres narraciones sobre el destino del alma tras la muerte y el viaje al Hades. (Las encontramos con breves variantes en el Gorgias, el Fedón y la República.) Algunos relatos que suelen calificarse de míticos parecen más bien alegorías, como sucede con el famoso «mito de la caverna» o el del viaje de los carros alados en el Fedro. Contrastan unos muy breves con otros más extensos. Y algunos están puestos en boca de otros autores, como el de Prometeo, narrado por el sofista Protágoras, o el de los humanos demediados en el Banquete o Simposio, contado por el cómico Aristófanes. ¿Conviene trazar aquí una división oportuna y clasificar los mitos platónicos en varios tipos? Pues probablemente el carácter diverso e incluso la extensión, tan diversa, de los mitos contados puede guardar relación con la distinta función de los mismos dentro de los diálogos respectivos.

Quizás puede añadirse además una cuarta pregunta: ¿puede advertirse una evolución en la larga serie de obras de Platón con respecto al uso de los mitos, como podríamos rastrearla en sus ideas respecto al papel de la mitología en la educación de la sociedad?

No pretendo ofrecer aquí unas respuestas simples y rápidas a estas cuestiones, sino dejarlas en el aire, para que mediante la lectura y la reflexión podamos contestarlas de modo más matizado. Será más útil, pienso, detenernos en el análisis de algunos ejemplos.

El mito de Prometeo en el Protágoras

Si tenemos en cuenta el orden de los Diálogos, éste es el primer mito que Platón nos cuenta. Pero lo pone, de manera muy significativa, en boca del sofista Protágoras y lo introduce con cierta cautela (Protágoras, 320c y ss.). En boca del ingenioso sofista el mito sirve para ilustrar su afirmación de que la «virtud» (areté) es susceptible de ser enseñada y de que todos los ciudadanos participan de una común capacidad política que es básica para la democracia.

Invitado por Sócrates a dar una demostración de tal creencia, Protágoras pregunta a sus oyentes:

«–Claro que no me haré de rogar, Sócrates –respondió–. Pero ¿preferís que os lo demuestre contando una historia, como un viejo a los más jóvenes, o mediante un razonamiento paso a paso?

Entonces, muchos de los que estaban sentados le respondieron que iniciara la exposición de la manera que quisiera. «En tal caso me parece –dijo– que será más agradable contaros una historia».

Y empieza a contarlo con un estilo sencillo, introduciéndolo mediante la fórmula típica de los cuentos: «Érase una vez un tiempo...».

Se trata del mito famoso y tradicional acerca de Prometeo. Es un mito que conocemos bien por el relato doble que hace Hesíodo en sus dos obras Teogonia y Trabajos y días, y que Esquilo había tratado en la trilogía trágica a la que pertenece su Prometeo encadenado. Probablemente Protágoras había escrito sobre él en su obra Acerca del origen de la cultura. (Y quizás Platón resume aquí las auténticas ideas del sofista. Como hemos perdido del todo ese texto, sólo podemos conjeturarlo.)

Si contrastamos la versión que se nos ofrece aquí, en boca del sofista, con los relatos anteriores que conocemos, es decir, con la versión del poeta épico y la fragmentaria del gran autor trágico, advertimos pronto cómo el narrador insiste en ciertos aspectos y pasa por alto otros. Nada nos cuenta de otros episodios en el enfrentamiento entre el filántropo Prometeo y Zeus, como son la invención del sacrificio y la retirada del fuego, y la creación posterior de la primera mujer, Pandora, que eran elementos fundamentales en la narración de Hesíodo. No menciona tampoco la rebeldía titánica de Prometeo frente a un Zeus tiránico, que caracteriza al sufrido protagonista de la tragedia de Esquilo. En cambio destaca la torpeza de Epimeteo, que obliga a intervenir a su previsor hermano para salvar a la humanidad, y la decisión salvadora de Zeus de dotar a los hombres con sentido de la decencia y la justicia (aidós y díke). De tal modo es Zeus quien, con la ayuda subsidiaria de Hermes, funda la convivencia política y asegura así el progreso humano. El narrador ha recontado el mito con una intención significativa propia, y ha recreado los detalles a su conveniencia.

Luego Protágoras completa su demostración explicando cómo frente al reparto del fuego, que simboliza la habilidad técnica, el reparto igualitario y universal de aidós y díke justifica el uso democrático ateniense de conceder a todos los ciudadanos el mismo derecho de opinión y de voto en las deliberaciones y decisiones de la ciudad sobre asuntos de interés colectivo. Sea cual sea la condición social y la orientación profesional, todos los ciudadanos tienen el mismo derecho a opinar y votar porque todos los hombres han recibido una parte de la justicia y del sentido de lo decente, gracias a la intervención final del providente Zeus. El don del fuego robado por Prometeo sólo favorece el progreso técnico, pero es necesario completarlo con la ciencia de la política para que la humanidad conviva en paz y logre un mundo mejor. Es Zeus quien completa los beneficios de Prometeo, de modo sabio y generoso. ¡Qué atinado puede parecemos aún hoy, en tiempos donde la técnica ha llegado mucho más lejos de lo que cualquier griego pudo soñar, esta distinción platónica de un progreso mecánico y tecnológico frente a un progreso de la sensibilidad, la moralidad y la justicia!

Con la nueva interpretación sobre el progreso humano y la fundamentación mítica de la isonomía democrática, el sofista y Platón han recargado de nueva significación el viejo mito. Pero no es sólo eso lo que debemos destacar aquí, sino que hay que subrayar también cómo el sofista presenta el mito como un recurso pedagógico, una alternativa de la demostración lógica. La emplea porque le parece que es «más agradable», es decir, más divertida y plástica, y lo hace teniendo en cuenta que es una persona mayor frente a unos jóvenes. (Los primeros mitos se los contaban habitualmente los mayores a los niños, y los más sencillos los relataban los ancianos, los abuelos, las nodrizas, antes de que el niño los escuchara a los recitadores más famosos, rapsodas y poetas; y Protágoras juega a resaltar su papel de afable educador de más edad que sus oyentes.)

El texto muestra cómo los sofistas no vacilaban en utilizar un mito como recurso didáctico cuando les parecía más conveniente, o divertido o elegante. En otro ejemplo, que nos atestigua Jenofonte, el sofista Pródico contaba y glosaba en alguna obra el mito de Heracles en la encrucijada, prefiriendo ejemplarmente el camino arduo de la Virtud a la cómoda calzada del Vicio. En esa mítica alegoría al héroe se le presentaban dos bellas mujeres, una sencilla y sin adornos, la otra muy compuesta y alhajada. Representaban la Areté y la Kakía, la Virtud que invita al esfuerzo y la Maldad, cómoda y ociosa. Y él debía elegir una u otra forma de vida.

El mito de Aristófanes: Eros y los seres demediados

Si en el Protágoras es un sofista quien relata el mito, en el Banquete (189c-l93d) es el comediógrafo Aristófanes quien lo hace. Esta vez no es un mito tradicional, puesto que no lo conocemos en otras versiones. Parece un relato inventado por el imaginativo autor de comedias, con un tono de farsa y notable brillantez. No sabemos que Platón lo haya tomado de una obra de Aristófanes, pero el relato está logrado con un excelente estilo cómico. A diferencia de un autor trágico, que tomaba sus argumentos del repertorio de mitos heroicos, el autor de comedias recurría a su imaginación personal para fabular un mito novedoso, y Aristófanes era muy apreciado por esa fantasía un tanto surrealista. Es un mito ofrecido «al estilo y la manera de Aristófanes».

El mito se presenta sin preámbulos ni advertencias formales. Para indicar cuán grande es el poder de Eros y cómo fue la primitiva naturaleza humana, el famoso comediógrafo cuenta cómo al comienzo los seres humanos eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos sexos y dos caras. Luego, para castigar su insolencia y reducir su fuerza, los dioses los castigaron partiéndolos por la mitad y retocando los seres demediados resultantes de forma que, en un futuro, pudieran relacionarse mejor los unos con los otros. (Se suele llamar a este mito «el del andrógino» con poca propiedad, pues Aristófanes deja claro que no eran andróginos los seres primitivos, sino de tres sexos, según las combinaciones posibles: hombre-mujer, mujer-mujer y hombre-hombre.) El impulso erótico es, por tanto, el anhelo por encontrar la mitad perdida y unirse a ella.

El mito parece una chispeante invención del narrador, pero está trazado sobre una pauta tradicional. La intervención de los dioses para castigar a los humanos es un tópico o motivo frecuente en las mitologías. Como el argumento es muy sencillo, vivaz el estilo, y de gran fuerza plástica el relato, deja una viva impresión y se recuerda muy bien. Hasta tal punto que hay quien toma este mito por una variante del amor platónico. No es así, desde luego. Lo que Platón piensa sobre el amor es algo muy distinto. Sócrates lo aclara luego, con alguna alusión despectiva al cuento aristofánico. (En el eros platónico no existe un ser humano que complemente el ansia del amante y no hay ninguna unión de los cuerpos que rotundamente recupere la dicha anterior. Nadie tiene por ahí perdida una mitad ni se hace feliz al conquistar a su «media naranja». Por el contrario, el amor platónico es sublimación del anhelo de belleza y afán de trascendencia desde lo corpóreo a lo ideal y eterno. Pero éste no es por ahora nuestro tema.)

El mito de Aristófanes muestra su papel funcional claramente: explica lo actual como consecuencia de un episodio excepcional, acaecido en el tiempo lejano de los mitos, in illo tempore, cuando los dioses actuaban para castigar, espectacular y duraderamente, la arrogancia de los hombres primigenios. El mito sirve para explicar así, por sus resultados actuales, los efectos de esa actuación divina en el presente.

Mito y alegoría en el mito socrático de Diotima

Muy distinto es el mito que Sócrates cuenta que le contó a él la sacerdotisa Diotima de Mantinea. Es el relato del extraño nacimiento de Eros, como hijo del rico Poros y la pordiosera Penía, tras el encuentro furtivo en una noche de embriaguez.

La explicación del carácter de un personaje mítico por su origen es frecuente en la mitología. La genealogía de los dioses y los héroes constituye una parte esencial de los mitos. Es curioso notar que la tradición refiere de varios modos el origen divino de Eros. En Hesíodo es una divinidad primordial, anterior a los Olímpicos, como lo ha recordado Fedro antes, en el mismo Banquete (en 178b). Surgido del Caos, en los mismos comienzos del mundo, es en ese pasaje de la Teogonía un dios cósmico sin figura personal y sin descendencia directa. Otras veces, en cambio, se le menciona como hijo de Afrodita, la diosa del amor (y de Zeus, de Hermes, o de Ares). Ésa es la versión más extendida. Se le representa, con mucha frecuencia en el arte helenístico, como un niño alado y juguetón –y con su carcaj y sus flechas– al lado de su madre.

Pero Platón ha preferido darle por padres dos figuras alegóricas, y convertir su nacimiento en un símbolo que ilumina su modo de ser, a la par generoso e inventivo, menesteroso y suplicante. Con ese breve relato mítico atribuido a Diotima, se nos explica cómo Eros aparece como un ser intermedio, un daímon, ávido de la belleza que no tiene y dadivoso de la esplendidez de su padre. El mito funciona como una alegoría fabricada –sobre una pauta tradicional– para explicar la idea socrática del Amor.

Desde esta perspectiva no hay tanta diferencia con el mito de Aristófanes. Siempre el relato mítico sirve para explicar una realidad mediante el recurso a un hecho maravilloso del pasado. Lo que sucedió antaño entre los dioses ilumina lo que nos intriga ahora. Los mitos nos aclaran, en un caso el anhelo del amante, y en otro la ambigüedad de la pasión del enamorado, personificada en ese dios o daímon de difícil definición que Diotima describe muy bien.

También éste es un mito de construcción muy sencilla, pero que deja una viva impresión en el lector. De nuevo el mito sirve para dar respuesta a algo que puede explicarse por el logos, y puede verse, de nuevo, como una alegoría, es decir, como una representación figurada de una enseñanza que podría argumentarse de modo lógico.

Podríamos señalar, entre los mitos de las obras de Platón, algunos relatos mucho más próximos a la alegoría casi desprovista de acción dramática, relatos que nos dan una imagen figurada de la idea que el filósofo quiere evocar con vivos perfiles, pero que no son propiamente mitos en sentido estricto. Así, por ejemplo, sucede con «el mito de la caverna» en la República y con «el del carro alado» [o «tronco alado»] del alma en el Fedro. Más próximo a un esquema mítico de corte tradicional está «el relato fenicio» de las tres clases de almas de la República, aunque se reconozca de antemano que sólo se trata de una «noble mentira» –gennaîon pseûdos–,una astuta ficción política utilizada para enseñar y adoctrinar al pueblo. Pero veamos un tercer tipo de mito, que ya no es alegórico, sino que revela una verdad que no tiene traducción clara al lenguaje lógico.

Los mitos del viaje del alma al Más Allá

Tres de los Diálogos más conocidos de Platón concluyen con un mito sobre el destino del alma después de la muerte. Esos tres relatos se presentan como variaciones sobre un mismo tema: el viaje al Más Allá, el juicio en el Hades y el destino futuro del alma. Sirven de colofón inesperado e intrigante en el Gorgias, el Fedón y la República.