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Reagrupar cronológicamente pequeños y grandes momentos de tres etapas de mi vida, no fue tarea fácil, pero sí muy placentera. Es mi deseo que también resulte una lectura placentera sobre la vida, en mi entorno –como yo la vivencié– en esas épocas tan diferentes a las actuales, y a la vez con muchas coincidencias; y muy especialmente por el marco de nuestra historia familiar, con 4 abuelos inmigrantes y coincidentemente con el mismo origen: San Esteban de la Sierra - Salamanca - España. Hay otras vivencias que exceden esta obra, que fueron y son muy intensas, que siguieron aportándome momentos, pero pertenecen a etapas posteriores de mi vida.
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Seitenzahl: 777
Veröffentlichungsjahr: 2023
MONONA
MononaMomentos : relatos de vivencias / Monona. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2821-6
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
INTRODUCCIÓN
Mi Diario y papelitos
PRIMERA PARTE
1
El inicio de mi vida
(octubre 1942)
2
Descalza yo y descalzando mi muñeca
(febrero 1945)
3
Te vas a casar con un Jorge y Juanma en camino
(febrero 1948)
4
A la escuela con agua y a cocochito
(marzo 1949)
5
Travesura en Navidad
(diciembre 1950)
6
En trencito y de payaso
(febrero 1951)
7
La siesta sin siesta
(Fines de febrero 1951)
8
Estudiar piano
(noviembre 1951)
9
Preparativos de las primeras vacaciones a Córdoba
(noviembre 1951)
10
Otra siesta sin siesta
(noviembre 1951)
11
Navidad en el campo de los abuelos
(diciembre 1951)
12
Primeras vacaciones en Córdoba
(enero 1952)
13
Cariño y Torpe
(febrero 1952)
14
Carnaval en Resistencia
(febrero 1952)
15
La penitencia y el banquito
(mayo 1952)
16
“La razón de mi vida” ...en la escuela
(junio 1952)
17
Cuando ardieron mis trenzas
(julio 1952)
18
El parque y la estación
(noviembre 1952)
19
La mosca en el licuado
(noviembre 1952)
20
En el campo de Luisa y Pedro
(Primera semana de diciembre 1952)
21
Segundo viaje a Córdoba
(enero 1953)
22
Otras siestas sin siestas
(setiembre 1953)
23
El cumple de Chichita
(Setiembre 1953)
24
Días extras y Navidad en el campo
(diciembre 1953)
25
Terceras vacaciones en Córdoba
(enero 1954)
26
Vacaciones de invierno en Santa Fe
(julio 1954)
27
Teatro y baile clásico
(marzo a diciembre 1954)
28
Cuartas vacaciones en Córdoba
(enero 1955)
29
¡Señorita!
(octubre 1955)
30
Última Navidad en el campo con Esteban y Selva
(diciembre 1955)
31
Un antes y un después
(enero 1956)
32
La 48
(marzo a noviembre 1956)
33
Últimos momentos en General Pinedo
(diciembre 1956-febrero 1957)
34
Las lágrimas de papá
(16 de febrero 1957)
SEGUNDA PARTE
35
Mi cable a tierra
(febrero/marzo 1957)
36
Cuando conocí a Carlos Monzón
(marzo 1957)
37
La postergada inauguración
(junio 1957)
38
A reformar la Constitución
(agosto 1957)
39
Me siento una vieja de 15
(0ctubre 1957)
40
Recuperando la Navidad
(diciembre 1957)
41
Noche de Reyes
(enero 1958)
42
Verano entre rock moldes y dibujos
(enero-febrero 1958)
43
Necesito un novio
(marzo 1958)
44
Escapada a San Lorenzo
(julio 1958)
45
Regreso a San Lorenzo
(Julio 1958)
46
Asaltos Cine y Centro
(setiembre-octubre 1958)
47
Mi cumple con el Abu Esteban
(octubre 1958)
(16 de octubre 1958)
(sábado 17 de octubre 1958)
48
Fiesta de 15 en el Colegio
(noviembre 1958)
49
Días previos a Navidad
(diciembre 1958)
50
Una fiesta navideña diferente
(26 de diciembre de 1958)
51
Revolución cubana
(enero 1959)
52
La sofisticada Barbie
(marzo 1959)
53
Días de virus, té con leche, tostadas y lecturas
(mayo 1959)
54
0 (cero) en Física
(junio 1959)
55
Noticias de Cuba
(Julio 1959)
56
El cumple de María Julia
(octubre 1959)
57
El lado oculto de la Luna
(octubre 1959)
58
El profe de Matemáticas
(octubre 1959)
59
Grata sorpresa
(octubre 1959)
60
Charlas en el recreo largo
(noviembre 1959)
61
Al día siguiente
(noviembre 1959)
62
La previa de América
(noviembre 1959)
63
América
(noviembre 1959)
64
Virreinato del Río de la Plata
(noviembre 1959)
65
República argentina
(noviembre 1959)
66
Llegada a la Argentina en 1908
(noviembre 1959)
67
Vivencias en Buenos Aires
(noviembre 1959)
68
Rosario y San José de la Esquina
(noviembre 1959)
69
Chaco
70
¡Cosa de locos!
(Enero/febrero 1960)
71
Año de prácticas
(marzo a octubre 1960)
72
Fin de curso
(octubre 1960)
73
Noticia inesperada
(octubre 1960)
74
Viaje de egresadas
(noviembre 1960)
75
Trámites de inscripción y Navidad
(diciembre 1960)
TERCERA PARTE
76
Viaje relámpago al Chaco
(enero 1961)
77
Primeras lecciones de manejo
(enero 1961)
78
Noticias de París
(enero 1961)
79
Profesora de piano
(febrero 1961)
80
Inicio de Facultad
(abril 1961)
81
Nefertitis o Nefritis
(junio-Julio 1961)
82
Vuelta a clases
(agosto a octubre)
83
El descubrimiento de Susana
(agosto 1961)
84
Visita a Monseñor
(setiembre 1961)
85
Y transcurren los días
(setiembre/octubre 1961)
86
Fin de curso
(noviembre 1961)
87
Final inesperado
(marzo 1962)
88
Un año intenso y especial
(abril a diciembre 1962)
89
Un nuevo año
(febrero 1963)
90
Ana María
(enero 1964)
91
Festival en calle San Martín
(febrero 1964)
92
Clases al aire libre
(marzo a octubre 1964)
93
Sociales además de estudio
(marzo a noviembre 1964)
94
La Petit París de Santa Fe
(febrero 1965)
95
Novedades
(marzo-abril 1965)
96
Falsa polisemia
(mayo-junio 1965)
97
Dr. Zhivago
(julio 1965)
98
Final de curso muy variado
(julio-diciembre 1965)
99
A la hora señalada
100
Un viaje inesperado
(enero 1966)
101
Un antes y un después (por segunda vez)
(Del 12 al 30 de enero 1966)
102
Encuentro con Loquito
(enero 1966)
103
Falsa parafasia semántica
(febrero 1966)
104
Ya somos Abogados
(19 de marzo 1966)
105
Carrera contra el tiempo
(marzo/junio 1966)
106
Novia por telegrama
(julio 1966)
107
Próxima meta: trabajo
(agosto/setiembre 1966)
108
Cosas de la vida
(noviembre/diciembre 1966)
109
Situación no prevista
(febrero/marzo/abril 1967)
110
Mi vestido azul de terciopelo
(julio 1967)
111
Telegrama en japonés
112
Pretensiones que se cumplen
(julio 1967 a enero 1968)
113
Y se suman emociones
(marzo 1968)
114
Ultimátum
(julio 1968)
115
Se invierten roles
(agosto a diciembre 1968)
116
Compromiso
(enero 1969)
117
Nuestra Boda
(19 de abril 1969)
118
Mis siete noches de boda
(abril/mayo 1969)
EPÍLOGO
Un día de tantos, charlando con Nachito en el balcón, pasábamos de un tema a otro según iban surgiendo. Me contó, entre otras cosas, cómo los chicos de su generación comienzan un noviazgo, y un poco cómo se relacionan los jóvenes en general en distintos lugares y ocasiones. Algunas cosas, para mí eran muy de avanzada. En ese momento, Nachito tenía 19 años.
Le conté entonces algo que había vivido cuando comencé la facultad. No lo podía creer, se rio a su gusto y eso dio lugar a preguntas, a su asombro y sus ganas de que le contara más.
Ese momento que vivimos, me llevó a abrir mi valijita a cuadros y meterme en el túnel del tiempo y allí encontré una frase de Walt Disney que guardo desde el estreno de Cenicienta en los años 50: “si lo puedes soñar, lo puedes hacer”.
Y se me ocurrió la idea de escribir un libro donde les trasmitiera a nietos y sobrinos esas vivencias, no para contarles cosas como cosas mías, de lo que pienso, sino mostrarles a través de esos “momentos” cómo era la vida –como yo la vivencié– en aquellas épocas tan diferentes a las actuales.
Y cuando me refiero a esos “momentos”, no son los que me contaron sino justamente los que vivencié y están en mi memoria con detalles concretos o con emociones. Por eso, es posible que haya huecos sin llenar, pero hay un hilo conductor que recorre ese camino, en cómo se desarrollaba mi vida, en el tema de la inmigración, que tanto me inquietaba. El por qué salieron de España hacia Argentina, cómo era la situación allí y aquí en esos momentos, cómo abrieron el largo camino que recorrieron hasta lograr estabilizarse, cómo era el marco político que acompañaba mi vida en sus distintas etapas. Y quiero aclararles desde ya, que todo, absolutamente todo, es lo vivido y recibido en ese trayecto, no he abonado ningún tema con búsquedas actuales en libros ni en el tan a mano Google. Si alguno quiere precisiones que conciernen a la Historia, las buscarán según sus inquietudes. Lo que yo transmito, es lo obtenido en charlas con el abuelo Esteban, con personas de la familia, maestros y profesores del momento, diarios y revistas de la época y téngase en cuenta, que cuando llegó la televisión a Santa Fe —29 de marzo de 1962— el grueso de lo que cuento, ya estaba en mi valijita.
Desde siempre me intrigó conocer el porqué de cada cosa, nada me desconcerntraba tanto como la respuesta “porque sí y no le des más vueltas”. Pero me tenían paciencia, casi siempre respondían, y de a poco me fui dando cuenta a quién preguntar y sobre qué, aunque había uno al que podía preguntarle cualquier cosa, es más, adivinaba lo que quería aún antes de que preguntara: el abuelo Esteban. No era tan alto de estatura, si más que el abuelo Juan Antonio que también era más rellenito; pero para mí ¡era un gigante!
Nunca gritaba, pero tenía muchos matices de voz según su estado de ánimo. Y también era referencia de los otros de su edad, muchas veces el Abu Juan Antonio reunido con José –hermano de la abuela Flores— y tío Rodríguez, decía “hablemos con Esteban ¡coño! Que él sabrá qué hacer”. Juan Antonio siempre gritaba, en realidad no eran gritos, tenía un fuerte vozarrón, “vozarrón al cuete” decía papá cuando le pedía que hablara bajo.
El Abu Esteban no solo me escuchaba, también me alentaba a expresarle todo lo que sentía y si él creía que no tenía que responderme, me explicaba por qué.
Yo me recuerdo inquieta, demandante y un poco rebelde, y un día escuche al Abu Esteban hablando con mamá:
—No tienes que callarla porque sí.
—Pero es que es muy rebelde, muy cocorito —contestaba ella.
— A la rebeldía no se la aplasta hija, se la conduce.
Y yo no entendía muy bien, iba y lo anotaba, ¡tenía tantos papelitos!
Quizás por eso (aunque luego volveré al comienzo), voy a comenzar con un “momento” a mis 9 años, que es el que dio inicio a traer a mi memoria más organizadamente, a muchos otros “momentos” de mi vida, y esto ocurrió cuando me preparaba para tomar la Primera Comunión.
Aquí estoy, frente al espejo con mi vestido blanco tan armado que no me reconozco. Me veo más grande, y aunque según el abuelo Juan Antonio parezco un ángel, yo me siento prisionera del vestido y molesta porque no me gustan estos bucles. Quiero mi pelo de siempre por más que tía Florentina diga que es el peinado de moda.
Mamá termina de arreglarme los bucles y les indica a todos que salgan. Papá tiene que esforzarse para sacar a Juancito que tironea el vestido de mamá.
Ya a solas, mamá me regala un cuaderno que según dice es muy especial. Tiene tapas duras con un cartelito que dice Mi Diario. Agachada frente a mí, acomodándome el pelo y tomándome de los hombros, me dice “para vos que te gusta tanto escribir y dibujar, para que anotes aquí todo lo que quieras en vez de acumular papelitos”.
Este Diario se convierte en algo inseparable. No me gusta escribir muy largo, hago un resumen que a veces es una sola palabra o un dibujo.
Me dan ganas de mostrárselo a mi amiga Delia, la rubia. (Con Delia nacimos el mismo día, a la misma hora, yo con el pelo castaño y ella muy rubia, papá y el suyo, decidieron anotarnos con el mismo nombre, sin hacerle caso papá al abuelo Esteban, que le sugirió ponerme Scheherezada).
Se lo muestro y Delia recorre mi Diario y me dice:
—¡No entiendo nada! ¡Hay hojas en las que no se sabe a qué te referís!
—¡Gracias! Es justo lo que quería saber, solo te lo muestro porque quieres tener uno. Yo lo escribo y lo dibujo para mí, no hace falta que los demás lo entiendan si lo miran.
—¡Tienes razón! —Y chasquea los dedos— voy hacer lo mismo.
—¿Qué? ¿Ya tienes uno? ¿Quién te lo regalo?
—Nadie todavía, le voy a pedir a mi mamá que me regale uno.
Mi Diario y yo somos inseparables. Cuando comienzo el secundario como pupila en Santa Fe —1956— sigue conmigo. O lo llevo en mi portafolio, o en el bolso cuando voy a gimnasia o sobre mi mesa de luz. Un viernes en agosto, tía Rosita y Peti vienen a buscarme para pasar el fin de semana. Una vez en la casa, me doy cuenta que no tengo el Diario. ¡Qué desprotegida me siento!
Les pido que me lleven de vuelta al colegio y me llevan el sábado y lo primero que hago es buscarlo en los tres lugares habituales. No solo no está, sino que tampoco encuentro el bolso de gimnasia. Con la ayuda de las chicas y de la Hna. “Ojos verdes” lo buscamos recorriendo todos los rincones. Recuerdo que antes de salir con mi tía estuve en la capilla, y allí vamos, pero no encontramos nada. La Hna. recuerda que ese viernes hubo encuentro de exalumnas con misa y kermes. Avisamos a las delegadas y ponemos cartelitos en varios lugares. Pero ni mi Diario, ni el bolso aparecen.
Rezo todas las noches por mi Diario y el único consuelo es que quien lo tenga, no entenderá nada. Y comienzo a extrañar mucho mis afectos y mi casa.
Una noche de tantas resulta, sin embargo, una noche muy especial.
Mi dormitorio, que es solo de internas mayores, está en un primer piso. Sobre la mesa de luz que está a la derecha de la cama que yo utilizo, hay una ventana alta que se repite cada dos camas. En ese sector todas estamos de acuerdo en tener claridad por las noches y después de varios intentos, se coloca un biombo en el pasillo para las que quieren oscuridad y la Hna. “Ojos verdes” logra que, aunque los vidrios y las cortinas transparentes se cierren, las persianas queden semiabiertas.
Esta primera noche de claridad se convierte en una noche especial, miro con avidez traspasando la cortina y me imagino que estoy en la habitación que tenían para mí los abuelos cuando me quedaba con ellos y esa noche comienzo a soñar despierta hasta que el sueño llega.
A partir de esa noche, casi dos meses desde que perdiera mi Diario, comienzo el hábito de anotar todo lo que recuerdo de mi Diario, no voy a reemplazarlo pero en mi mesa de luz tengo lapicera y hojas sueltas para anotar mis recuerdos y lo actual, sin esforzarme, libremente, nunca pienso (dejemos el nunca) no pienso demasiado lo que voy a descubrir a través de la ventana, simplemente mi caballo alado viene a buscarme y me lleva al encuentro de algún castillo encantado donde juegan mis recuerdos. Los reconozco y luego los escribo. Esos son momentos de libertad y como dice Gustavo Adolfo Bécquer en el libro que me regaló tía Selva “me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido, mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personas reales”.
Solo estoy pupila un año. Después, sigo escribiendo, haciendo anotaciones cuando algo aflora y las guardo en forma desorganizada en la valija que me regaló papá para mis cosas personales. La vida sigue su viaje año tras año. En algunos momentos retomo algún recuerdo con el Abu Esteban, con papá, con tía Florentina o con tía Selva, y ocurre muy especialmente en oportunidad de mi convalecencia tras la operación del riñón. Es entonces, que entre tanto reposo surgen recuerdos sin buscarlos, flashes sin previo aviso, como más me gusta, libremente. Y voy llenando mi valijita… Mucho me cuesta ahora reconstruir todo y no puedo hacerlo en forma totalmente completa pero sí en su mayoría, ya que, ante el incentivo de una palabra descubierta o un dibujo, mi memoria y mis emociones responden. ¡Qué ideas las mías! Siempre me entusiasmó conocer el lenguaje taquigráfico que me permitía escribir poco diciendo mucho, y en un comienzo lo aprendí con ayuda de tío Benjamín y Don Macías, el contador de papá, y como no era un estudio exhaustivo, me gustaba inventar signos, como siempre los recordaba o los asociaba, no me preocupé en ese entonces, de dejar constancia del significado de cada uno. Y los años pasaron…
Ya en la facultad, retome la costumbre de los signos para tomar apuntes, y también inventaba algunos. Los utilice luego en el Tribunal y cuando deje mi primer cargo en la Secretaría de Audiencias —1980— dejé también de utilizarlos. Cuando revisé mi valijita encontré más de un jeroglífico, y con mucha paciencia, y con el manual, que por esas cosas de la vida aún conservo, les fui dando vida.
Ahora los he reagrupado cronológicamente y aunque no es fácil hilvanarlo todo, gracias a Dios, mi memoria está activa.
Así es que, por ese Diario y los papelitos que siguieron, mis recuerdos, vivieron, durmieron y despertaron.
La autora
// Cuando se perdió mi Diario, antes de comenzar a reconstruirlo en papelitos, me invadió la tristeza y extrañaba mucho a mis afectos, especialmente a mamá, casi no recordaba su voz, y en mi desvelo imaginé el inicio de mi vida //.
(octubre 1942)
—¿Dónde estoy?
Me lo pregunto una y otra vez. No caben dudas, es un espacio, sí, simplemente un espacio amplio. Una fuerza misteriosa me ha dejado aquí. Me ha dejado también cosas que no son mías, noto y observo todo ese equipaje en mi propia valija. ¡He sido concebida!
He llegado al mundo de los seres vivos, aunque estoy escondida, no los veo. Pero, aunque no sé cómo lo sé, aún hay mucho camino por recorrer. Debo prepararme hasta estar lista, hay nueve meses por delante.
En este espacio, puedo deslizarme en un manto de caricias envolventes, tocar la suavidad de este universo y escuchar esos sonidos que llegan tenues, parecen venir desde muy lejos, sonidos que no comprendo pero que me acompañan y me gustan.
Los sonidos se van desgranando unos de otros y cada uno tiene su música propia. Poco a poco percibo uno que es diferente a todos, me llega como si fueran gotitas que caen directo a mi corazón y yo abro una ventanita y los dejo entrar y los guardo para volver a escuchar ese sonido cuando solo queda el silencio.
Cada vez que vuelvo a escuchar ese sonido diferente, siento que me envuelve y me hace fuerte.
Este espacio tan mío, tan cómodo, se va haciendo cada vez más pequeño.
¡Claro! Ahora me doy cuenta, esa es la primera sensación, pero no es el espacio el que cambia, soy yo. Mis manos, quieren tocarlo todo, están tan torpes, es que han crecido, mis piernas largas y mis pies pequeños, que antes se movían como pececitos en un mar inmenso, ya no pueden estirarse y tengo que utilizar mi ingenio para encontrar la mejor posición para estar cómoda, para seguir oyendo esa música que cada vez siento más cerca, y poder apoyar unas de mis manos cuando me doy cuenta que otras manos acarician la piel que nos separa, ¡¡y me llega un calorcito!! ¡¡Y un olor tan particular!!
Un calor y un olor que puedo revivir con solo imaginarlos cuando ya todo está tan quieto y calmo. Pero, por poco tiempo, y yo lo que no puedo hacer es manejar el tiempo, todo simplemente sucede no sé si rápido o lento.
Y de repente, aparece esa sensación, esas ganas de impulsarme fuerte, de dejarme caer, aunque no sepa que hay al final del camino. Y a la vez la sensación de querer permanecer en este mundo conocido donde estoy protegida y me siento la princesa más princesa. Es querer irme y querer quedarme.
Siento que me observan y puedo oler y sentir las ganas que tienen de verme y me voy llenando también de esas ganas. Sería un encuentro, el momento de estar frente a frente. Aunque he crecido, ¡me siento tan pequeña!
Mi mente va más rápido que mis movimientos, éstos, aunque son libres son torpes, no siempre obedecen lo que quiero hacer. Me siento indefensa.
¿Qué pasará conmigo cuando deje este universo tan conocido?
¿Tendré que ensayar señales para comunicarme?
¿Será que me ayudarán?
¿Cuidarán de mí?
Sé que se ha cumplido el tiempo de permanecer oculta. Una fuerza desconocida me impulsa a cerrar los ojos y lanzarme por ese tobogán tan mojado y sedoso, y mis manos inquietas tratan de tomarse de ese cordón que creció conmigo alimentándome, y dejarme llevar y sentir que todo se agita, que quiero conocer esas voces, quiero sentirme envuelta en ellas y entro en una nube que me arrastra y finalmente solo puedo dejar salir ese grito contenido y estiro mis brazos buscando sentir el contacto directo de los que me acariciaban a la distancia.
Ya no estoy sola, libero mis fuerzas y me dejo envolver en ese estado de ensueño ¡He llegado! Y grito mi primer saludo como puedo, como sale, con todas las cuerdas de mi garganta y aprieto los parpados y muevo mis manos, mis pies y sigo rugiendo con una sensación que poco a poco se calma. Me doy cuenta que no caí en un pozo. Siento que me tocan, que me quitan suavemente, pero con energía la crema que me envuelve.
Ya no siento el frio que sentí al salir de “mi mundo”, y de repente ¡¡esas manos!! ¡¡¡Esa piel!!! ¡¡Esa voz!!
Ese sonido inconfundible que me suena a coro de ángeles y me recuesto feliz gozando esa protección que percibo que me llena la piel, el corazón y la mente.
Me dejo inundar de sabores conocidos y nuevos. Todo se aquieta y sonrió por la tibieza que me envuelve, y sonrió porque es la mejor forma de demostrarlo.
Estoy en brazos de mamá y con las caricias de las miradas de papá. Mi lengua se mueve sin palabras.
Estoy flotando en aires nuevos.
¡He nacido!
(febrero 1945)
Estoy en la vereda de casa con un vestidito celeste, girando la cabeza hacia uno y otro lado, tratando de seguir con una mirada pícara y una risita entrecortada por los saltos, el movimiento de mi pelo mientras disfruto del contacto de mis piecitos descalzos en la vereda tibia del sol.
—Ma… mamá… chucu-chucu… ma y pa… chucu-chucu —repito con cara de asombro y señalando mis pies descalzos busco la mirada cómplice de mi abuelo Esteban.
Mamá y papá viajaron a Buenos Aires a hacer una consulta médica y lo hicieron en tren. Los abuelos se instalaron en casa para cuidarme.
Mamá no me permite andar descalza, yo vagamente lo recuerdo, me lo cuenta la abuela Flores, ella tampoco me deja. Pero sí me llega claramente la sensación de disfrute de ese momento con la complicidad de las miradas y la intensa alegría de hacer el recorrido descalza tal como quería hacerlo, exteriorizándolo con pelo, manos, pies y sonidos.
..........
A esa imagen en movimiento le sigue otra como si fuera a continuación de aquella. Sé que no van juntas, pero deben surgir así, porque la sensación es la misma y mi vestido también, solo que en esta ya no estoy descalza. Ahora tengo una muñeca en brazos. La miro y abrazo con emoción y con nerviosismo le desabrocho los zapatos mirando los míos impecablemente puestos. Y está papá cerca guiñándome un ojo al advertir el gesto.
Esa noche duermo con la muñeca junto a mí tocando sus piecitos descalzos y sonriendo.
Mamá y papá habían regresado esa mañana y siento una alegría distinta (ahora diría que era seguridad).
Pero también percibo otra sensación, me descubro pensando “ya están aquí y yo anduve descalza cuando no estaban”. Es una sensación sin definición en mi mente, pero seguro es rebeldía porque tengo bien presente mi pregunta “¿Por qué no puedo andar descalza estando con ellos?”.
// En el año 2004 estuve internada en Rosario en el Sanatorio Centro. Una tarde fue a visitarme Delia Rodríguez –Demetria (una de las mejores amigas de mamá junto con Teresa, la mamá de Beto y Angelito) y me llevó un recorte de diario con una noticia suya de años atrás. Y me la llevó porque en esa foto, ella estaba descalzando su muñeca y dijo que ese gesto lo tuvo acordándose de mí //.
(febrero 1948)
Mis cinco años en la larga espera de los seis para poder ingresar a primer grado. Como los cumplo en octubre, el abuelo Juan Antonio se enoja porque considera que pierdo un año. Es pleno verano, mamá pasa el tiempo de esas tardes muy tranquila, siempre con visitas y tocándose la panza tan grande ya, comenta “parezco una visita más en esta casa, no me dejan hacer nada”.
Es media tarde —¡Hora del mate! —Dice mamá con su sonrisa al ver llegar a los Leonardi Bracamonte con sus hijos, el más pequeño de mi edad. También está en casa, mi amiguita Delia, la rubia. Jorgito, Delia y yo nos ubicamos en un rincón del comedor junto a la puerta de calle que a esa hora siempre está abierta. Vamos a hacer “tareas”. Hay una pequeña mesa con una enorme máquina de escribir. Esa máquina es como un imán de atracción. El tío Benja me enseña todos los días a manejarla y yo me siento una experta cuando nos reunimos, como este día, con Delia y Jorgito. Delia mientras garabatea letras en una hoja, repite mirando a Jorgito “yo quiero ser tu novia” y él le contesta “yo me voy a casar con esta Delia porque no es rubia”. Yo dejo de escribir, lo miro con trompa y le digo “yo no quiero ser tu novia” y el moviéndose y señalándome con un dedo contesta “si no te casas conmigo, igual te vas a casar con un Jorge”.
Una y otra vez es esa imagen y esa conversación, no percibo un antes ni un después.
// A Jorgito no volví a verlo en años porque se fueron de General Pinedo, aunque siempre teníamos noticias.
Por esas cosas de la vida ¡sucedió lo que dijo!
Y en el primer viaje que hicimos al Chaco con “mi” Jorge tres meses después de casados pasamos por Las Breñas a visitar a la familia Leonardi Bracamonte y especialmente al Jorgito de mi niñez. Ya estaba casado. Lo pasamos muy bien recordando nuestra infancia //.
(marzo 1949)
Agua. Agua por todas partes. Desde la ventana, con el delantal puesto y las botas de goma, solo veo agua y el agua me pone eufórica. Se borraron las veredas y las calles, es como si las casas nacieran del agua.
Y esa sensación de placer por el agua se une a la de desesperación porque quiero ir a la escuela igual ¡Cómo sea!
Quiero ver el agua desde la escuela, quiero estar ya con mi seño ¡llevo un año esperando! Y ¡es mi primera vez!
Y mamá, papá, el abuelo Juan Antonio y los tíos, tratando de hacerme entender que el agua lo cubre todo, que es difícil llegar a la escuela, que no se puede usar el auto.
—¿Y el camión?
—¡Tampoco se puede!
Y yo estiro mis manos a través de la ventana, asomo mi cabeza y mis lágrimas caen al agua, no razono, solo quiero ir y extiendo los brazos para que alguien me lleve.
Hay mucha gente en la esquina, todos con agua hasta las rodillas. Es el punto de reunión porque desde allí queda más fácil.
Llega también la Directora Sra. Chulín de Parra con su hijo Pichón en brazos del maestro Raúl García, las seños Alba y Pola Tejeda, que todos viven cerca de casa.
Los otros chicos imitan mis movimientos de brazos. Ahí están también Manolo y Pedro Parra (son dos jóvenes hijos de Doña María, y muy amigos de papá y mamá).
Extiendo mis brazos hacia ellos y muevo los dedos como si rascara algo, y entonces ¡el milagro!... Manolo se acerca con los brazos extendidos y me dice:
—¿Ya estás lista para ir a la escuela?
—Sí, sí, sí.
Y me saca por la ventana, me sube a cocochito en sus hombros y con el permiso un poco forzado de mamá y papá, partimos hacia la escuela.
Pedro levanta a Kuki, otros llevan a Teresita y a Beto, otros también están listos y se alinean, somos una caravana cruzando obstáculos que no se ven. Tres vecinos van adelante marcando el camino. Sí, el camino hacia la escuela, solo el camino y la expresión cómplice de Manolo que me sujeta fuerte.
// Imposible olvidar ese primer día de clases. Imposible olvidar el agua. Y qué curioso: el agua siempre estuvo ligada a mí en momentos importantes de mi vida //.
(diciembre 1950)
El 24 a la nochecita hay reunión en casa. Papá y los tíos preparan una picada y ya cerca de las 12 salimos hacia la Iglesia a la misa del Gallo. Nos daba risa porque no entendíamos qué significaba ya que los gallos no cantan a medianoche sino de madrugada, pero en el barullo de los preparativos no nos llevan el apunte y nadie nos contesta.
Al salir, ya queda preparada la mesa con las tacitas de café y una variedad de cosas dulces que todos traían.
Mi amiguita Kuki, que vive en frente de nuestra casa, también viene a misa con nosotros. Papá carga a Juancito y yo de la mano de mamá y Kuki. Al llegar, antes de la misa admiramos el pesebre viviente que está a la entrada y le pregunto a papá.
—¿Por qué no estás en el pesebre?
—No puedo por mi trabajo.
—Y los otros, ¿los que están, no trabajan?
—Sí, pero podrán dejar a otros en sus trabajos.
—¿Los tíos o el abuelo no podían quedarse?
—No, no podían. Shhhh estás muy charleta.
Y la misa comienza con cantos. Y a la distancia entre los bancos, nos saludamos con Teresita y Beto. Kuki se hace chiquita para que los otros no la vean ya que por ser judía le sacaban la lengua.
A la salida hay saludos y volvemos a casa, vienen también los Rozas, doña María con Manolo, Pedro y Delfina y se cruzan los Vildósola a saludar.
El abuelo Esteban y la Abu Quiquiriquí habían venido por la tarde desde el campo para ir a misa.
En algún momento me separo y me siento en las rodillas del Abu Esteban y le pregunto al oído “¿Porque papá lo abraza a Emilio Vildósola que es peronista, que a veces grita desde su vereda y papá entra enojado?
—Porque en Navidad nos unimos todos, nos perdonamos y deseamos ser mejores, aunque cada uno piense diferente.
—Ahhhhhhh ¿y las amigas que me burlan qué?
—También hay que perdonarlas.
—¿Y si siguen siendo malas igual después de Navidad?
—¿Y a ti que te importa?, tú no las perdonas por ellas, las perdonas para estar bien tú.
—No lo entiendo mucho.
—El espíritu de la Navidad es paz y amor, ya lo vas a endentar, el beneficio es siempre para el que perdona.
Y se me ocurre una idea. Busco a Kuki, le cuento y le digo “como eres judía no tienes necesidad de perdonar”. Y ella se enoja “no, si paso Noche Buena contigo yo quiero hacer lo mismo que hagas” Y tratando de que no se den cuenta —aunque tío Benja nos ayuda— la llamamos por teléfono a Chichita, que es muy odiosa y cuando nos atiende le decimos las dos juntas “¡Feliz navidad! Te perdonamos” y le cortamos riéndonos.
—Así no, así no —dice tío Benja mientras acomoda el teléfono.
Pero ya está hecho y corremos a buscar algo dulce.
(febrero 1951)
—Chucu… chucu… dale… dale… chucu… chucu.
Bien indiecita estoy con pantalón corto, camisetita, el pelo recogido en una cola larga y caminando de rodillas, descalza, con los talones llenos de tierra detrás de Juan Manuel, Juanma o Juancito como lo llamamos.
Estamos en la casa de los abuelos Esteban y Flores que ya viven en el pueblo, y la casa está ubicada a una cuadra de la nuestra.
En el campo de los abuelos quedaron tío Esteban y tía Selva.
Hacemos un tren con sillas y banquitos y corremos alrededor. Es la segunda vez que mamá y papá viajan a Buenos Aires y esta escena del trencito se repite todos los días a la hora en que se siente el silbato del tren que pasa cerca. Y en algún momento salgo rápido al patio porque Juanma se escapa, le gusta escuchar el silbato, pero para nada jugar al tren. Y ahí el abuelo lo toma en sus brazos y me pide que cante algo y haga de payaso. La abuela trae el mate y unos bizcochitos, son mi público. Yo canto con una escoba a modo de micrófono moviéndome y haciendo monerías y mi hermano ríe y ríe mientras se llena la boca de migas y las escupe.
La abuela aplaude y le junta las manos para que él también aplauda.
// Los 3 y 8 años no eran como los de ahora. En mi recuerdo éramos más chicos que los que ahora tienen esas edades.
Las canciones que sabía eran, (recuerdo algunas estrofas) entre otras:
—“Hola don pepito… hola don José…”. (La conocían los abuelos ya de España y luego fueron populares con otras en los años 70 por los payasos de la tele “Gaby Fofo y Miliki”).
—“La viudita del Conde Laurel, que quiere casarse y no sabe con quién”.
—“Antón, Antón pirulero, cada cual, cada cual atiende su juego”. “Tengo una muñeca vestida de azul”.
—“Había una vez un barquito chiquito, que no sabía, que no podía navegar”.
—“Al pasar la barca me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero”.
(Estos dos últimos me los enseñó el abuelo Juan Antonio) //.
(Fines de febrero 1951)
Me siento muy unida a mis abuelos.
Juan Antonio es el padre de papá (a Higinia no la conocí porque murió muy joven); Esteban y Florentina son los padres de mamá. Y de todos ellos, muy especialmente unida al abuelo Esteban.
A Florentina todos le dicen Flores y yo la llamo abuela Quiquiriquí porque se levanta muy temprano, cuando cantan los gallos, y ella me dice “mi mononín” o “mi monona”. (Justamente por eso, y como no me gustaba mi nombre, ni Delia como me dicen todos ni Delita como me dice papá, pedí a todos que me dijeran Monona como me dice la Abu Quiquiriquí).
Ya estamos a fines de febrero y seguimos en casa de los abuelos, extraño mucho a papá y a mamá, y mucho pero mucho el beso de las buenas noches de papá.
Estoy molesta sin saber claramente por qué.
Me da rechazo cuando la Abu dice “a lavarse los dientes” … “¡a lavarse las manos ya!” … “a tomar la leche” … “a bañarse” … me provoca sensación de enojo.
No discuto ni pongo cara fea, a veces tal vez un pucherito, y es muy fuerte la sensación de soledad, aunque estemos los cuatro, y eso me desorienta.
Se me debe notar por la cara de complicidad del abuelo, y eso es un bálsamo que disfruto.
La hora de la siesta es una costumbre muy rigurosa, y no entiendo porque tengo que “dormir la siesta” si no tengo sueño, más bien tengo ganas de moverme, de mirar un cuento con figuras o jugar en el patio.
Ya en la cama “para hacer la siesta” me desquito: pensar e imaginar son mi mejor entretenimiento. Me tapo con la sabana y dejo solo un huequito por donde veo la luz de una hendija de la persiana (que la abuela baja para dar oscuridad) y escapo con mi mente por ese huequito iluminado y soy rescatada por duendes mágicos (los que ayudaron a Giuseppe, el zapatero, cuya historia me conozco de memoria.) A veces voy muy lejos, paseo por plazas inventadas, entro en algún castillo y al salir lo que más me gusta es subir al caballo dorado que me espera y galopar y galopar sintiendo el viento en mi cara y en mi pelo suelto, ¡suelto! (El Abu me prometió que pronto tendría un caballo solo para mí en el campo).
La Abu no quiere que use el pelo suelto “no mientras no esté tu mamá” porque se enreda mucho, se ensucia y qué sé yo qué más...
Ella sabe que me gusta suelto, sobre todo cuando juego a ser cantante, pero no afloja. Entonces, el Abu corta flores del limonero y me adorna las trenzas o las colitas para contentarme.
Soy rebelde, lo sé. Esta semana estoy odiosa, es enojo y tristeza. Y el abuelo se da cuenta (y visto a lo lejos lo veo con claridad, el abuelo lo sabe sin que yo se lo diga porque habla conmigo con palabras sencillas que nunca olvido).
Y lo hace un lunes, lo recuerdo muy bien porque los lunes me gustan más que todos los días de la semana, porque los lunes todo comienza, me siento menos atada a los demás, todos se dedican a sus cosas, tienen “obligaciones” como le escucho decir al abuelo Juan Antonio y yo tengo más espacio.
Este lunes despierto contenta (porque es lunes) pero dura poco, enseguida aparece la sensación de enojo. El Abu Esteban sabe lo que pienso de los lunes (igual que papá y el tío Benja) y cuando estamos desayunando me guiña un ojo y me dice:
—Hoy a la siesta nos escapamos a la sombra del paraíso y vamos a contarnos historias, a charlar, será una siesta sin siesta.
El corazón me late fuerte ¡ya sabía yo que los lunes eran hermosos!
Esa propuesta me mantiene contenta toda la mañana, tengo ganas de moverme y la Abu tiene que bailar conmigo para hacerme las trenzas. Finalmente, no puede me hace dos colitas de caballo o “coletas” como dice ella, pero no se enoja, tal vez porque me ve contenta.
Yo solo espero la siesta sin siesta prometida.
El abuelo me ve eléctrica y en complicidad me dice “tenemos que acortar el tiempo que falta”.
—¿Y cómo hacemos Abu?
—Buscando una actividad, si nos quedamos quietos las horas no pasan nunca, nos aburrimos y podemos hacer hasta lo que no queremos.
—¿Y qué actividad buscamos?
Y se nos ocurren varias; llevar a Juanma a dar vueltas la manzana en su triciclo, en la galería lo sentamos en su sillita alta, el abuelo pela papas y yo le doy a Juanma las cáscaras y él tiene que tirarlas y embocarlas en un balde que yo sostengo saltando ¡es tan divertido!
Después de esa actividad trabajo, ponemos un mantelito rojo con puntillas en la mesita del patio y aplaudimos mientras esperamos el gran banquete antes del almuerzo.
Y aparece la abuela con su cóctel de energía (yemas batidas con azúcar y café liviano).
—Esto se toma en los castillos para tener fuerzas, para montar a caballo, para jugar a las escondidas y encontrar un buen escondite, al gallito ciego y ¡a tantas cosas!
Yo lo tomo sin respirar ¡es tan rico! Y siento que me lleno de fuerzas, de energía como dicen, y pregunto:
—¿Qué color tiene la energía Abu? —Y salto y salto.
—Es azul con brillos dorados, y cuando estamos muy enérgicos se pone roja, si estamos desganados se pone gris y si nos enojamos o peleamos se pone negra.
// Mucho tiempo después, el abuelo Esteban me contó que, en España, a todos ellos, los Nieto Gómez, que eran de tez muy blanca, tirando a pelirrojos y que, ante cualquier circunstancia externa o interna, se ponían rojos como una manzana, les decían “los rojos”.
También yo a medida que crecía, era como la sabionda entre mis amigos, les hablaba de la energía, que no había que dejar que se pusiera gris porque era la del aburrimiento, ni negra porque era la de la bronca y la trampa, y era común que nos dijéramos “ponete azul” o “ponete roja” o “estás gris” o “estás negro”. Un día en séptimo grado, la señorita Alba, nuestra maestra, se intrigó cuando me escuchó decir “ponete azul y después hablamos” y le conté lo del abuelo y que ya lo habíamos usado en cuarto grado.
Le gustó tanto que lo aplicó en clase y la meta diaria era que nuestra aula estuviera siempre azul y que nos ayudáramos entre todos a mantenerla así, limpiando los grises y los negros //.
El almuerzo de este día es puré de papas y zapallo con un bifecito de hígado con cebolla chiquitita (pensar que entonces me gustaba tanto y ahora no) y de postre: compota de manzanas y ciruelas.
Me apuro a ayudar a la abuela a levantar la mesa mientras el abuelo entretiene a Juanma que se pone insoportable.
Corro a lavarme los dientes y voy a mostrárselos a la abuela con una sonrisa grande, feliz con mis paletones y la abuela extrañada y contenta con mi actitud. Yo le hago una guiñadita al abuelo en una mueca tonta, porque no me sale bien y le digo despacito “vamos a hacer que nos acostamos, dale, dale”.
La abuela cierra todo, baja las persianas, acuesta a Juanma en la camita al lado de la suya. El abuelo también se acuesta, veo que lo hace vestido y corro y le digo al oído “se va a dar cuenta” y él dice en mi oído “no, porque esta oscuro y la abuela es chicata”.
Y la abuela me acompaña a mi camita a la otra habitación, me da un beso y mientras me acuesto (hago que me acuesto) ella va al baño.
Qué lento pasa todo... y finalmente se acuesta y el corazón me palpita fuerte mientras espero la señal del abuelo. Viene, me hace una seña con el dedo en la boca indicando silencio y salimos en puntitas de pie.
Nunca me pareció tan hermoso el día. Disfruto el calor y la sombra agradable del paraíso.
—¿Qué escondes en la mano Abu?
—Caramelos masticables de frutas... es un secreto entre nosotros y me guiña un ojo en una guiñada perfecta que yo no puedo imitar, y como me pongo negra por no poder hacerlo, pongo mis dos dedos entre los labios y silbo con fuerzas, ¡eso sí que me sale bien!
—Shhhh dice el abuelo —se van a despertar.
Pero yo después de haber chiflado, me siento azul.
El abuelo se acomoda en su sillón, yo en el mío, los caramelos en la mesita a mano y sin negativas.
—¿Y qué hacemos Abu?
—Charlemos... veamos... te voy a recordar algo; hay una mamá y un papá que viajaron y con tristeza dejaron a sus dos hijos con los abuelos. Esos dos son una lagartija y un robot con cuerda permanente
—Síííííí —le digo yo riéndome.
—Sigo... lagartija ha estado azul y roja solo los lunes, el resto de los días escondió sus colores. ¿Podrá lagartija contarme qué le pasa?
—Abuelo, te cuento... por la noche y a la siesta yo le cuento cosas a mi Ángel de la guarda, y cuando le empiezo a contar que estoy triste, aparecen cosas lindas, y ando a caballo, subo a los árboles y subo al tren, pero no adentro sino arriba en el techo, donde me da el viento ¡y cómo me gusta el viento!... Sigo... a veces estoy triste y me enojo y no sé bien por qué... no me gusta que la abuela me ordene, me ordene y me ordene y también me pongo triste porque sé que soy mala y no quiero ser mala y desobediente como ella dice. Son dos cosas juntas: no me gusta hacerle caso y no quiero ser mala. Vos sos como un Ángel de la guarda, ¿sabes por qué no puedo hacerle caso y me dan ganas de hacer otra cosa?
—¿Cómo te has sentido hoy y cómo te sientes ahora?
—¡Contenta!... roja y azul mientras esperaba esta siesta sin siesta —digo yo— parándome y dando vueltas.
—¿Necesitó la abuela ordenarte que te lavaras los dientes?
—¡No!... ¿pero por qué no puede ser así siempre?... Ves que soy mala.
—No eres mala, simplemente no te gusta recibir órdenes, eso te enoja.
—Entonces siempre voy a estar enojada porque la gente grande siempre ordena. Me dan ganas de decirle “¡lávate vos los dientes!”.
—Todos debemos lavarnos los dientes, y le vamos a encontrar la solución, hay chicos que cumplen esas órdenes les gusten o no les gusten, tal vez protestan un poco pero no se ponen tristes. Hay otros, como algunos que yo conozco (y toca con sus dedos mi cabeza) a los que les gusta saber porque sucede todo y no quieren hacer algo sin saber por qué. Sentís que te gusta ser libre, aunque no lo entiendas muy bien.
—¿Qué es ser libre?
—Lo vas a aprender más adelante, pero para que te des cuenta, es que puedas elegir entre una cosa y otra y que puedas decir esto quiero y esto no quiero.
—¿Y eso es malo o es bueno?
—¡Es bueno!
—¿Y entonces por qué no me dejan elegir?
—Porque a veces hay razones y tú necesitas que te las expliquen, y en vez de una “orden”, recibir “un pedido” y que tú resuelvas hacerlo.
—¿Y cómo sé que es un pedido y no una orden?
—Lo vas a ir descubriendo tú misma prestando atención.
Me paro nuevamente y dando saltitos alrededor del sillón del abuelo le digo: no me gusta que la Abu Quiquiriquí me diga “¡rápido, rápido, a lavarse las manos y a la mesa sin chistar!”. Y haga un aplauso con las manos. Y yo no le puedo ordenar lo que tiene que hacer porque ella es grande y yo soy chica.
—¿Sabes? Aquí cabe una aclaración: todas las personas aún las más pequeñas pueden decir o explicar cuando algo les gusta o no, y las otras personas tienen que escuchar, entender y dar razones... los grandes tenemos la manía de ordenar, así nos lo inculcaron, y los chicos, casi todos los chicos se acomodan a eso, aunque no les guste o no entiendan, y hay unos pocos que se ponen tristes y rebeldes y se hacen preguntas. Tú eres una de esas y no eres mala por eso, y cuando desobedeces es porque estás mal y está bueno que lo digas.
—Pero mamá dice que soy chica y no tengo que desobedecer, y aunque no me guste que me manden no me puedo quejar.
—¡Claro que puedes! Por eso estamos hablando y tanto tu mamá, la Abu y todos tenemos que escucharte y tratar de que estés contenta y feliz.
—Vos no me ordenas nunca, pero la Abu vive ordenando “porque sí” o “porque yo lo digo” y me aturde.
—¿Siempre sentís que te ordena?
—A veces no sé si es una orden, pero ella decide lo que tengo que hacer, lo que me tengo que poner o no y en el momento que ella lo quiere y no me pregunta.
El Abu se queda pensativo, yo como dos caramelos juntos y doy una vuelta por el patio saltando y vuelvo.
—Bien, dice el abuelo, vamos a ponernos de acuerdo en algo, esta reunión queda entre tú y yo.
—Y mi Ángel de la guarda Abu, no puedo dejarlo afuera.
—Sí, sí, por supuesto, y vamos a
—¡Momento abuelo!
—¿Qué pasa?
—Por qué no hablas como nos enseñan a nosotros, o bueno, como hablan todos acá que dicen “vos” y no “tú” y eso cambia las otras palabras también. Y a mí me gusta como hablas, pero si yo lo hago, en la escuela los chicos me hacen burla y me dicen “finoli”.
—Ja... ja... ¡Me gusta que lagartija se da cuenta de todo!... Pero es sencillo, el nuestro es el idioma propio de España, con sus modos y aquí habláis el mismo idioma castellano, pero con otros modos, te prometo que en otra siesta sin siesta hablaremos de esto y no hagas caso de las burlas, ¡choca esas manos!
Y chocamos las manos.
—Sigamos, te decía que a partir de ahora vamos a fijarnos metas.
—¿Metas? ¿Son dibujos y se pueden pintar?
Y el abuelo me da un coscorrón en la cabeza —¡Me vuelves loco! No son dibujos, pero se pueden escribir y a veces pintar, ahora lo veremos. Pero antes dime ¿qué pasó esta mañana cuando te dije que tendríamos una siesta sin siesta?
—¡Me puse muy contenta!
—¿Y todo lo que hacías lo hacías pensando en eso?
—Sí, quería hacer todo rápido y bien para que llegue pronto.
—¿Y qué sentiste cuando te lavaste las manos antes de comer?
—¡Alegría! Sentí el olorcito rico del jabón que otros días me daba ¡puaj!
—¡Eso es! La siesta sin siesta fue la meta que nos fijamos esta mañana y todo giró para que esa meta se cumpliera. Eso es fijarse una meta, pensar en algo a lo que queremos llegar o algo que queremos hacer o conseguir.
—¿Y qué metas nos vamos a fijar ahora?
—Primero me gustaría que me contestes otras preguntas, ¿Por qué te molesta tanto que te manden a lavar las manos? ¿Sabes por qué te lo piden?
—Primero te digo ¿ves que vos nunca me ordenas? Y ahora te contesto... me molesta que me lo ordenen justo cuando estoy terminando de pintar o de mirar algo, y me molesta porque no entiendo porque me lo ordenan siempre, si a veces tengo las manos limpias. Mama dice que tengo las manos sucias de jugar y hay que comer con las manos limpias. Yo miro mis manos y no las veo sucias, bueno, a veces sí, pero otras veces no.
—¿Sabes por qué después de comer dormimos la siesta?
__ ¡Odio dormir la siesta! Mamá dice que necesita descansar tranquila sin preocuparse por lo que hacemos y yo no me voy a ningún lado, solo quiero pintar a veces.
—Mmmnnn ¿y sabes por qué la Abu te pide que tiendas la cama o pongas la mesa?
—Porque es una cómoda y no quiere que termine de jugar y porque tiene ganas que papá y mamá vuelvan pronto así no tiene tanto trabajo.
—¡Jajajaja! ¡Qué maravilla!
—¿Sí, ves? Es una maravilla que papá y mamá vuelvan pronto.
—No me refiero a eso, digo que es una maravilla que te cuestiones todo, que protestes, que discutas, pero también tienes que interesarte por saber las razones de cada cosa y no solo imaginarlas
—Quedan dos caramelos Abu, ¿quieres uno?
—Sí gracias. Sigamos con las metas y las vamos a enumerar porque nos reuniremos todos los días (y el Abu tenía un cuaderno donde anota todo) Primero entonces, como te he dicho, nos reuniremos todos los días, vamos a anotar todo en una libretita y día tras días hablaremos distintas cosas.
—¡No tengo una libretita Abu!
—Yo te conseguiré una.
—¿Hoy?
—Sí, hoy mismo —y sigue anotando y leyendo en voz alta. — Segundo: cuando sepamos la razón de cada cosa harás o no harás cosas sin necesidad de una orden, en todo caso con algún recordatorio (y ahí me da un tironcito de oreja). Tercero: cuando conozcamos todo eso hablaremos de tus derechos.
—¿De mis qué?
—Jajajaja... Algo que se llama derechos. Lo veremos con ejemplos. Todas las personas a cualquier edad tienen derechos. Todas las personas pueden decir lo que piensan, aunque sea algo distinto de lo que piensa otro.
—Ajá.
—Pueden ser escuchadas todas las personas, así como yo te escucho ahora.
—Espera Abu... ¿Cualquier otra persona que no sea yo?
—Sí, justamente porque todas las personas tienen derechos. Puedes reclamar todo lo que te parece que te gusta, o lo que quieras hacer, cuando te gusta hacerlo y cómo. Igual que se te pide que respetes a un mayor, los mayores te tienen que respetar... sí, sí, sí vamos a ver también que es el respeto (dice el abuelo adelantándose a mi mueca).
—Ah sí Abu... Siempre dicen “tienes que respetar a los mayores” ... pero ¿qué es? Para, para que yo sé... ¡Es hacerles caso!, y te cuento, a mí me dicen “anda a jugar que no puedes escuchar lo que hablamos” pero cuando hablamos despacito con Kuki o con Teresita todos quieren saber de qué hablamos.
—JaJaJaJa cuando conozcas todos esos derechos que tienes, que todas las personas tienen, vamos a hablar de las obligaciones que tienes tú y todas las personas.
—EI Abu Juan Antonio siempre habla de las “obligaciones” que tiene la gente mayor que trabaja… yo no soy mayor ¿tengo “obligaciones”?
—Por supuesto que sí señorita.
—¿Y qué color tienen las obligaciones?
—¡Sabía que lo dirías! Eso es muy interesante y estará entre las cosas a descubrir. Sigamos anotando; cuarto: hablar con la abuela y de esta meta me encargo yo.
—¿Y se va a enojar?
—¡Qué va!... no chiquita, la Abu te quiere mucho. Ella se acostumbró a criar 8 hijos juntos propios y algunos otros ajenos, fueron todos seguiditos y de eso hace ya mucho tiempo. Esto de cuidarlos a ustedes es nuevo para ella... pero lo vamos a hablar. Recuerda que la primera es la más importante: todos los días tendremos una siesta sin siesta en este mismo lugar, y la abuela estará enterada.
—¿Con caramelos?
—Sí, sí con caramelos.
—¿Y si llueve?
—Si llueve nos quedamos en la galería, o en la cocina, y te das una vueltita con paraguas por el patio ¿qué te parece? Y me hace una guiñadita.
Pego un salto y lo abrazo fuerte, me siento sobre sobre sus rodillas y le digo que estoy muy contenta, que quiero saber, saber y saber y pego otro salto y me pongo a bailar con la escoba al sol.
Dejo la escoba y vuelvo a buscar un caramelo, y ya no quedan más.
// Y esos fueron los días más hermosos de la estadía con los Abuelos. Aprendí a hacer rosquillas y perronillas. Bueno, aprender, aprender no, me sentí importante con sus explicaciones, leímos el diccionario con dibujos que compró el abuelo. También la abuela preparó tantos moños para mis trenzas, que me daban ganas de que me las hiciera y nos divertíamos con el terremoto de Juanma que solo se calmaba cuando escuchaba pasar un tren y se quedaba quieto señalando con el dedo.
Y todas las tardes vinieron a visitarnos el abuelo Juan Antonio y la tía Florentina que a veces lo llevaba a Juancito a pasar el día. El tío Benja pasaba un ratito por la mañana y también tío Esteban cuando venía del campo a hacer compras.
Tengo muy presente esas charlas con el abuelo, revolotean en mi mente, aunque no tan nítidas como las cuento, pero sí sensaciones, igual sé que fueron así, porque ya grande, tanto en la época de mi secundario y algo de la universidad, íbamos a la casa de los abuelos a San Lorenzo (Pcia. de Santa Fe) donde se habían mudado, en ocasión de algún cumple, en Navidad o simplemente para verlos, y seguí teniendo esas charlas con él y me contaba con lujo de detalles sobre esas siestas sin siesta que había inventado para verme contenta. Me mostraba sus anotaciones de aquella época y me decía que, sin saberlo entonces, ya tenía inclinación por la carrera que quería seguir y que de hecho seguí. Y yo iba preparando anotaciones de esa época y de cosas que me interesaban sobre porque dejaron España para venirse a la Argentina. Me pedía que siguiera filosofando como lo hacía espontáneamente que de esa manera enriquecía la capacidad de asombro, que era vital conservar, que no la perdiera nunca //.
(noviembre 1951)
Cuartito azul,
De mi primera pasión,
Si alguna vez volviera la que amé,
Tú le dirás,
Que nunca la olvidé...
Cómo le gusta cantar al tío Benja y mientras canta se mira en el espejo haciendo muecas ¡es loco por la música!
Lo que más le gusta es el tango, y cada vez que pasa por la galería, le hace dar unas vueltitas a mamá y sigue cantando y haciendo muecas al espejo y yo repito la letra con él.
—¿Cómo la entusiasmas con tangos a esta edad? —Le dice el abuelo Juan Antonio moviendo la cabeza.
—No padre —dice Benja— ¡Lo que le enseño es el color de los tangos! Y me hace una guiñada, me toma las manos y bailamos_ viejito ¡la música no tiene edad!
Algunos trocitos de letras o algunas palabras sueltas me quedan grabadas y corro a anotarlas en mi Diario, me gusta mucho cuando canta “Cuartito azul” (y mamá, por cómo le gusta esa canción le puso cortinas azules en su habitación).
También me gustan “Uno” que habla de esperanzas y de sueños, “Naranjo en flor”, “Mi noche triste”, “Cambalache” que es muy divertido y con palabras raras, le pido una y otra vez que lo cante, y él actúa mientras lo hace, claro que a cada rato le pido que me explique qué significa porque no lo entiendo ¿qué es eso de “chorros” “maquiavelos” y “estafaos” ?, él me hace un gesto de fastidio riéndose y se va al negocio.
En algún momento me explica que esas palabras pertenecen a una forma de hablar que se llamó “lunfardo”, que comenzaron a usarla los delincuentes en Buenos Aires principalmente, luego se extendió al interior, mezclaban las lenguas que hablaban los inmigrantes que llegaban al Rio de la Plata, especialmente italianos y africanos que se mezclaban con palabras indígenas y gauchescas.
Se difundió mucho en los arrabales o sea lugares alrededores del centro, pero alejados. Lo usaron mucho los autores de letras de tangos.
Pero cuando está inspirado, vuelve a la galería y le divierte cantar “mis 100 barrios porteños”. Me cuenta de Alberto Castillo, que es médico, pero se dedicó a la música y a lo que más le gusta que es cantar.
La que me hace cerrar los ojos para disfrutarla mejor es “Por una cabeza”, me da emoción pensando en el caballo que me prepara el Abu Esteban y que ya lo bauticé “Cariño”.