Motivos - José María Eguren - E-Book

Motivos E-Book

José María Eguren

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Beschreibung

Motivos es el único libro en prosa de José María Eguren. Es una recopilación póstuma de ensayos publicados en revistas y periódicos. En su género, es una de las cumbres de la literatura en español del siglo XX. "Ese poeta fuera de lo común, que en los años difíciles de comienzos del siglo XX fraguó un mundo personal e insólito –la hora de la maravilla– que, a medida que pasan los años, gana lectores y devotos por la fuerza de su imaginación, la delicadeza de su fantasía y la originalidad y riqueza de su expresión". Mario Vargas Llosa

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Motivos

 

 

José María Eguren

 

 

 

Índice

CubiertaPortadaNota a esta ediciónPresentaciónSintonismoEufonía y canciónLa lámpara de la menteLínea. Forma. CreacionismoLas ventanas de la tardeDe estética infantilEl diario íntimoLa bellezaMetafísica de la bellezaLa emoción del celajeEl olvido de los recuerdosLas estampas de la vidaTropicalLa realidad del instanteLa graciaNotas rusticanasArte inmediatoPaisaje mínimoLa esperanzaFilosofía del objetivoLa eleganciaVisión nocturnaEl nuevo anheloLa piedadLas terrazasExpresiones líricasEl ideal de la vidaEl ideal de la muerteIdeas extensivasSinfonía del bosqueLos finalesNoche azulIntelecciónNotas limeñasLos caballos de ChagallPedrería del marIdeaciónLa impresión lejanaEn esta colecciónSobre el autorCréditos

Nota a esta edición

Esta edición de Motivos sigue la edición fijada por Ricardo Silva-Santisteban en Biblioteca Ayacucho. Como la edición de este libro fue póstuma, Silva-Santisteban trabajó con manuscritos y textos publicados en periódicos y revistas. Para darles un orden siguió un criterio temático. En nuestra edición modernizamos la ortografía y salvamos erratas evidentes.

Presentación

Por Damián Ríos

 

 

 

Pasó casi un siglo y la obra de José María Eguren sigue teniendo vigencia. Considerado el padre de la poesía moderna del Perú –y esto quiere decir de César Vallejo, de Martín Adán–, sus libros de poemas fueron fundamentales en su tiempo y a veces incomprendidos, salvo para un grupo de iniciados. Nació en 1874 en Lima y pasó su infancia y juventud en la hacienda familiar; la experiencia de la vida en el campo iba a tener mucha influencia en su obra. En 1900 se mudó a Barranco, cerca de Lima, para vivir con sus dos hermanas. La fragilidad de su salud le impidió asistir con regularidad a instituciones educativas. Se educó con tutores y mayormente en forma autodidacta. Bien entrada la madurez trabajó de bibliotecario, el único trabajo estable que tuvo.

Además de dedicarse a la literatura, fue pintor y fotógrafo. Se fabricó una pequeña cámara fotográfica con la que experimentaba distintas formas de impresión y copiado en el proceso de laboratorio.

Entre 1930 y 1931 publicó, en periódicos, artículos y ensayos, seguramente para ganarse la vida. Después de su muerte, esos ensayos fueron recogidos, finalmente, bajo el título de Motivos. Escritos en un español de una prosa tan sugerente, con tantos matices, musical, capaz de tanto lirismo, la experiencia de su lectura es muy rica y desafiante. La música, las artes plásticas, la fotografía, la literatura, la noche, el campo, la infancia son algunas de sus preocupaciones. Una primera lectura de Motivos revela una plasticidad inédita en el lenguaje y la notable capacidad de Eguren para tejer imágenes e ideas, para hallar correspondencias asombrosas, a veces en pequeños relatos, a veces en textos que bordean la filosofía o toman la forma de poemas en prosa.

Eguren representa la “poesía pura” para Juan Carlos Mariátegui: sin intereses políticos, ideológicos o morales. César Aira dice que su obra es una “personalísima digresión del modernismo o más bien una reinvención del simbolismo”. Mario Vargas Llosa dice que la obra de Eguren tuvo muy poco que ver con esa escuela y que su mundo es “privado, personal y único”. Es verdad que las escuelas europeas de principios del siglo XX adoptan en América características propias, pero en el caso de la obra de José María Eguren, la percepción simbólica de la realidad y el pensamiento por correspondencias, como quería Baudelaire, lo acercan a esta corriente estética.

José María Eguren no era un hombre de fortuna, más bien era humilde, padeció algunas privaciones y vivió sin lujos; en su casa se reunían jóvenes poetas y fue parte de la vida intelectual de Lima durante muchos años. Ya anciano, recibió la visita de Gabriela Mistral, la nobel chilena que era fiel admiradora de su obra. Finalmente, le llegó el reconocimiento oficial cuando fue nombrado Miembro de Número de la Academia Peruana de la Lengua, designación que no pudo recibir públicamente por problemas de salud.

Este libro, Motivos, es póstumo. En vida Eguren publicó tres libros de poesía: Simbólicas y La Canción de las figuras, de 1911 y 1916, y Poesías, de 1929, una recopilación de los anteriores, con dos trabajos nuevos, publicada por Mariátegui.

Para medir la importancia de su obra en la literatura latinoamericana, alcanza con que César Vallejo y Gabriela Mistral la hayan tomado como referencia. Pero su importancia no se detiene en el terreno de esas influencias: en una obra rodeada de misterio, personalísima, la numerosa invención de hermosos neologismos, la incorporación de regionalismos en un español tan bello y delicado como el suyo marcaron un camino, un rumbo lleno de posibilidades que fueron aprovechadas por muchos autores que se apoyaron en él para fundar una tradición.

Editamos, proponemos este libro para su lectura. Si lo abrimos al azar y avanzamos algunas oraciones, vamos a encontrar un adjetivo admirable, una imagen elaboradísima, una línea que expresa una síntesis perfecta, fuentes todas estas de felicidad.

José María Eguren murió en 1942.

 

Sintonismo

La música es la expresión directa del sentimiento. Es la risa o el lloro que lanza lo profundo de nuestra existencia conmovida. El músico vierte en el piano su angustia y su contento, su fantasía y abstracción. La música es sucesiva como la respiración y la conciencia, pero la ilación de sus notas forma unidad acústica. Es simple y compleja como la vida. En las aves es una emoción recóndita o una llamada de amor; en el hombre, emanación del espíritu y dádiva del corazón. Sus atributos son inmensurables, su esencia, ignota. La infancia sueña en la cuna de los principios y cree oír la celestial sonata. Recuerdo las primeras canciones de mi niñez, delicadas como las clavelinas de las mañanas azules; los primeros sones del valle expresivos, y los ritmos lontanos de los insectos de la noche serena. El campo tiene afinidades infantiles; de aquí que el hombre generalmente lo olvide y el niño lo ame con regocijo. La naturaleza es un inmenso surtidor de sones finos y temerosos, exhalados por miríadas de entes frágiles. Es música expresionista esta sinfonela campesina; cada timbre diverso que escuchamos denota una entidad. No arriba a variaciones individuales; es la canción inconclusa; pero dice la voz simbólica de los paisajes sensibles. La música es propia del hombre compositor; los demás seres naturales no la integran. Pero en la naturaleza todo se unifica; y así como hay ejemplares que son puntos de enlace entre órdenes zoológicos, hay aves como el ruiseñor posesoras de la virtud humana de creación. Particularmente los seres campestres no brindan riqueza musical; pero sí una entrada melódica desconocida. Sorprenden los murmurios de la oquedad y el canto exótico de las aves migratorias. Yo vi una tarde en la landa verde elevarse un pájaro como una tórtola grande de terciopelo oscuro, con una cinta blanca. Despedía un canto melodioso que resonaba en los oteros. Lo vi rondar en el aire, como un acordeón alado; ejecutó dos motivos y se perdió a mi vista en la oscuridad del monte. Era un canto langoroso, un lindo trémolo, que distante de sus amores modulaba este fino volador sureño. Otra vez, en una curva del camino, me sorprendió la suave música de un sauzote que delineaba una glorieta de encaje verde. Era un cuarteto concertado por el árbol y la fuente un ave violinista y los bajos del viento. En algunos lugares montuosos, las colinas se pueblan de un carrizo áspero y fino que despide acento extraño, hondo suspiro, con resonancias armoniosas, voz de tristeza, de piedad y consolación. Si se inventaran instrumentos que dieran sonidos idénticos a los que despide la naturaleza silvestre, se arribaría a un módulo diferencial, a una nueva expresión excelsa. Grandes músicos se han inspirado en la campiña y se han unificado con ella en sus estados sensitivos. Beethoven en su Claro de luna espejea la melancolía, la abstracción desolada del astro pálido. Beethoven es el metafísico de la armonía. En ninguna música se siente vibrar los nervios como en la de Beethoven, se compenetran en ella de tal suerte que le comunican su calidad física. La música de este genio es una creación de cuerpo y alma; se caracteriza por los arrebatos que le remontan a la sublimidad. El Claro de luna con sus notas románticas y desolaciones azules es el misticismo de la Naturaleza. En la Novena se oye sobre los sonidos instrumentales una armonía silenciosa, emanación del misterio. El niño acepta primeramente la melodía, después el contrapunto enriquece su campo auditivo, que llegará al cuarto tono, que se aviene con la música del campo. Metafóricamente la escala diatónica podría ser el agua; la cromática, las flores; y el ritmo, el insecto leve, tintineante, de las noches tiernas. La música se complace en arabescos y forja todos los castillos. Es amiga de los sueños deliciosos y tan novelera y matizada como ellos. Puede despertar una ficédula o dormir un sueño de amor; ser un suspiro o un lamento religioso. Nada tan fino como la Primavera de Mendelssohn para dormir una belleza en el bajel de la elegancia; nada tan glorial como la música de Falla para tocar el cielo. El vanguardismo abre los campos dilatados de la música. Debussy, Ravel, Prokofieff ponen un pensamiento armónico en cada frase musical. Stravinsky transmita las figuras. Sus princesas danzarinas son unas muñecas extravagantes y encantadoras. Su Berceuse no es la cuna de la infancia sino la mecedora de la muerte. Chopin es el músico prodigioso. Nada atrae en el mundo bello como la delicadeza y el misterio. Chopin pinta sus nocturnos con los colores de la noche y lanza escalas finales que terminan en un arrullo. Su música lleva consonancias pintorescas, flota en los corredores embarandados de los jardines, se mece en la hamaca y despierta a la niña con un beso. Su maestría logra que el piano dé el sonido de otro dulce instrumento. Si este avance se aplicara a los de cuerda y viento, el arte ganaría una melopea deliciosa y nueva. Tocamos el linde sonoro de los mirajes y damos en el crucero de las posibilidades. Chopin es un gran inductor del recuerdo. Por asociación de ideas, trae a mi memoria un piano antiguo en la sala silenciosa de una hacienda. Allí dormitaba sin otra compañía que obscuros duendes alados y los insectos nocturnos. De tarde en tarde se animaba la sala de parejas alegres y lo adornaban con floreros azules. Niñas rubias tocaban en sus notas marfileñas el impromptu feliz, acompañadas de los lueñes rumores de la campiña obscura. Han pasado los años; pero me parece que el piano conservara las visiones idas. Es inanimado pero figura tener muchas almas. Ha sentido en su fondo el espíritu de Chopin y hay divinas huellas en sus notas y registros. Hoy está enmudecido, pero podría ser un maestro del pasado y concertar en las almas la filarmonía. La música es persuasiva y sugerente; señala vías rosadas y paraísos perlinos; los ensueños, las almas matizadas y los símbolos. Mendelssohn despierta figuras tenues. Tengo un recuerdo musical que sería una pintura. Una tarde, en la sala azul, una niña de ojos verdes tocaba el laúd antiguo de cuello largo y fino. Tenía en su postura incomparable gentileza. Su semblante era una joya de marfil y esmeralda, con luz melodiosa. Sus ojos eran notas suaves y su boca el signo de una canción. Irradiaba una simpatía y ensueño que parecía la imagen de la gracia y la sonrisa. Este recuerdo es de melodía. En nuestros tiempos la música se ha modernizado con Honnegger, Milhaud y otros, inclinados a la síntesis liberadora y a la sugerencia incógnita. La música es la mansión encantada que llora y ríe gracias si el genio acierta a levantar su velo enigmático. Angustiosamente pretendemos alcanzar la altura canora y anhelamos el diafragma que diga la palabra bella. Vamos por la región de lentitudes y de tarde en tarde se nos abre una puerta luminosa. ¿Adónde nos llevará este arte de los misterios sensibles? ¿Comprenderemos la música que llevamos en el alma? Cuando un genio musical toca su canción mañanera adivinamos el motivo, pero no los pensamientos, imágenes y sugerencias del artista. El día que leamos como en un libro y la sintamos en verdad pura, habremos descifrado la esfinge. Sabremos reconditeces de la vida; las ideas innatas de la música y la razón del ideal y la hermosura. La celestidad del corazón que canta la afinada sinfonela de la esperanza y del amor.

Eufonía y canción

La música de la palabra admite todo género de variaciones. Son inagotables las voces de idiomas y dialectos conocidos, pues solamente de insectos hay veinte mil nombres vulgares. La fonética cuenta innumerables sonidos, todos asequibles a la voz humana, que podrá formar con ellos nuevas palabras. Si Beethoven y Bach son considerados los primeros músicos del instrumento y el canto, Lamartine y Poe lo son igualmente de la poesía lírica. La música de la palabra es el complemento del canto, marca un colorido visible y atesora inflexiones para los seres y las cosas, para los matices del sentimiento y la forma. Hay palabras definitivas en su sonido expresivo como amor, alegría, ternura, mañana, tarde, noche y tantos otros vocablos eufónicos, de significativa justeza. Hay palabras que pronunciadas al acaso despiertan simpatía, hay otras que por su acento y significación producen estremecimiento estético. La emoción llega a lo íntimo cuando la voz humana canta la palabra y nace la canción. Esta música flébil de agilidad y terneza nos aduerme en la cuna y nos acompaña en la vida como un regalo de Dios. Rememoro que de niño la oí en mi sueño y la cantaba con el candor de los años, durante todo el día. Su acento me pintaba paisajes en violeta y azul; cada palabra bella me parecía un cuento. Veía a través de las canciones las cosas ledas. En ese tiempo de gracia, miraba las viñetas preciosas de la fosforera, las porcelanas y el confitero y cantaba estas figuras. Veía los dibujos de las piezas de música con indecible placer. Estos grabados me atraían por el buen gusto que los realzaba. Los músicos presentan ilustraciones deliciosas. Recuerdo un paisaje en rosa que me ensoñaba con suave tristeza; otro de elegante perspectiva y de alegres horizontes difuminados, me incitaban a correr por ellos. Se avenían con las canciones que ilustraban, a tal punto que causaban una sola impresión. Los músicos prueban buen gusto no solamente en los cromos y acuarelas que eligen, sino también en los títulos de sus piezas que revelan elegante fantasía. Luego prendía en la canción el recuerdo de las amigas bellas que veía por las tardes en mis paseos. La melodía y las palabras de una cantinela italiana me recordaban una de ellas. Era una niña de ojos azulinos de luminez incomparable. Hay probadas analogías entre las palabras dulces y ciertos semblantes. Y toda cantinela es una derivación humana. Estas manifestaciones obedecen a analogías sutiles. La palabra es una figura y la música una forma sonora, que coinciden con ciertas bellezas en pasión y gracia. Hay una telepatía del sentimiento creador de imágenes y las almas separadas pueden estar unidas por este sentimiento. Los arquetipos de la memoria seguramente son telepáticos, ya que esta procede por imágenes. Es posible que un recuerdo olvidado por una persona aparezca en la memoria de otra distante. La memoria despierta en imágenes o figuras, sigue un proceso estético de evocaciones como la música, que es la voz del recuerdo. Se diría que la canción forma parte de la vida porque nace en ella y sentimentalmente la perpetúa. La palabra posee el sentimiento por su melodía, y al recibir el canto humano, no pierde su calidad fonética. En el silencio del campo se oye una canción flébil cuyas letras se adivinan apenas. Es la llamada de amor de los pájaros errantes. Así en los pasados días cantaban dispersos los gentiles trovadores de largas bandolas, portadores de anhelos y dulces romanzas. La canción no solamente es de recuerdo, también es de esperanza. No es armonía de guerra que abriga la muerte, ni la de Roncesvalles melancólicos, sino las florecidas, llenas de amor feliz; el Ranz des Vaches de las nostalgias y del lucero esperanzado. La música evolutiva del recuerdo podrá extremar la canción y convertirla en personaje musical. La de la esperanza es un ser intangible que nos dice al oído palabras de consolación. Los infantes napolitanos improvisan; vagan con sus cornamusas alegres y copleros, y tocan el alma con el acento de sus dulces cavatinas. Las notas de primavera son festivas y la campiña tiene la esperanza, que suena en la palabra sugestiva, en la canción viviente, que nos transporta y sublima.

La lámpara de la mente

Castillos de encaje, amplitud de colores, formas intangibles, la ciudad de viento, pinta la fantasía con sus difuminos de nácar. Es un espejismo, una metáfora de la realidad objetiva. Esa atracción armónica de la Naturaleza, esa facultad humana del ritmo y consonante que parece una condición de existencia. Este dos de armonía –el número dos es un amor– vuela como notas de un instrumento y como las palomas de la torre; la fantasía inseparable del fantasma y la imagen es en principio creación o, más propiamente, imitación creativa; ya sea una voluntad de forma o un élan de atracción. Toda existencia es movimiento y la facultad pensadora no puede detenerse, le es necesaria la repetición o la invención. Las aves patentizan la necesidad del canto; esta melodía es una llamada de amor; pero cuando ofrece variaciones originales, una composición espontánea, el ave siente un placer, el placer estético de invención y dilatación fantástica. Toda existencia es de naturaleza creadora, pues siendo ella misma una creación tiene que desenvolverse en su esencia. Una facultad debe poseer la facultad de demostrarse: la fantasía por la fantasía. Yo vi un mihrab de ágil dibujo, enhestado en la altura. De allí se percibían otras torres, las ciudades violetas del horizonte y las ventanas de la tarde. Tras los vidrios de oro se asomaba el fantasma azul. La dama blanca de ojos verdes tendía la mirada a la ciudad de los sueños. Era la fantasía melancólica, el misterio distante. La fantasía es siempre melancólica: porque no es una realización sino un trasunto del objeto amado.

Esta virtud la ennoblece a la manera de una luz piadosa; porque sin un toque de tristeza, toda alegría es banal, es una negación de vida, la fantasía es de orden estético y como tal, desinteresada y libre. Desinteresada porque no habría emoción estética en el hombre que buscara cabelleras rubias para hacer el oro, o el matiz de los ojos, verdes o azules, para pintar una mirada. La fantasía, como toda emoción estética es imprecisa; es un anhelo involuntario como toda expansión anímica; es un vagar a un mundo de quimeras, donde bullen arquetipos ignotos. Las pasiones estéticas y los ideales de la vida sirven de motivo o aliciente para la fantasía; pero no son ella misma. Estos inspiraron la Alhambra, como un sueño de amor; Las mil y una noches, los paraísos del aire y las formas seculares de la India, en los azules de Bengala; las pagodas historiadas y aéreas que espejean en la noche. La torre gótica, la majestad en elegancia, emula al minarete oriental, son trazos distintos de fantasía, valores diversos. Se avienen al espíritu moderno las imaginarias de la Edad Media con relieves locos. Las sillerías maravillosas, las figurerías taraceadas de Autun, anatematizadas por San Bernardo; fantasía innatural, feísmo alucinante que enferma el ánimo; pero que en conjunto es arte. Una armonía de fealdades hace belleza. Desde luego constituye una fuerza fantástica. La Divina comedia parece la creación de un imaginismo dionisíaco; la fiesta del color y la pena, con un cielo brillante y monótono como la mayoría de los cielos. La fantasía es tan fugaz y mariposa, que ya toca al genio del Dante como al diminuto cerebro de la avispa, ágil como ella. El insecto, al fabricar su casa, pone fantasía en cada arista o enlucido, basta el deseo de hermosear, para que asista la emoción estética inseparable de la fantasía. Hay insectos que fabrican ciudades de encaje, como los de la Fata Morgana o los de Aladino. Las libélulas con ojos de dieciséis facetas, es decir, con dieciséis miradas, deben de tener intensa fantasía: pues la fantasía es en principio sensorial; no existiría sin los sentidos. El arte moderno prefiere como medio de exteriorización las simetrías naturales, las formas simples; pero ha recibido las influencias medievales, maravillosamente compuestas y antropomórficas. No citaremos las decadencias geniales de Moreau con su Ángel Venecia de noble hermosura y con su Salomé que llamaríamos la altivez rendida. El misticismo en la fantasía es un soporte, un trampolín. El misticismo es esencialmente contemplativo, es el placer o el arrobo de la contemplación, y un estatismo suspenso en el misterio; la fantasía es dinámica; penetra el misterio; y al detenerse, pierde sus atributos emotivos, el élan