Mujeres de Escocia - Helen Susan Swift - E-Book

Mujeres de Escocia E-Book

Helen Susan Swift

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Beschreibung

Mujeres de Escocia es un viaje temático en el tiempo a través de la historia escocesa y del importante papel que las mujeres jugaron en su pasado.
Desde las humildes hasta las grandiosas, las escocesas han estado en la vanguardia y en los orígenes de los hechos. Aquí están las pescadoras, las guerreras, las grandes escritoras, las jacobitas, las mártires y las molineras. Sin ellas, Escocia no existiría.
Únase a un gran viaje, desde la Edad Media hasta el siglo XXI, y aprenda sobre las mujeres que han sido la fuerza motriz detrás de una pequeña, aunque dinámica nación.

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MUJERES DE ESCOCIA

HELEN SUSAN SWIFT

TRADUCIDO POROMAR RIOS BERNŸ

Derechos de autor (C) 2013 Helen Susan Swift

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por The Cover Collection

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción

1. Santas Y Guerreras De Los Celtas: Folclore Y Leyenda

2. Las Piadosas Y Las Patriotas

3. “a Dios Gracias, Estoy Embarazada Del Rey”

4. Las Sinvergüenzas De La Alianza

5. Sabias, Brujas Y Videntes

6. Mujeres Jacobitas

7. Víctimas Y Vengadoras

8. Clase Y Cultura

9. La Condesa Y Los Desalojos

10. Patrullas De Enganche Y Grumetes De La Pólvora

11. Sólo Las Tejedoras Usaban Sombreros: Mujeres Industriales

12. Todas Al Mar

13. Las Pescadoras

14. Gran Aventura

15. Escocesas Y Bebida

16. Chica Local Hizo El Bien

17. Las Suffragettes

18. Mujeres Políticas

19. Mujeres Y Guerra

20. Mujeres en La Medicina Y La Educación

21. Mujeres De La Literatura

El Envío

Querido lector

Notas

AGRADECIMIENTOS

Deseo agradecer a todas aquellas personas que me ayudaron en mi investigación, incluyendo al equipo de la Biblioteca de la Universidad de Aberdeen, del Archivo de la Universidad de Dundee y del Archivo Nacional de Escocia.

INTRODUCCIÓN

Un pequeño país en la franja occidental de Europa, Escocia, ha superado su cuota de personalidades sobresalientes. Las hazañas de hombres escoceses como William Wallace, David Livingstone y John Logie Baird son bien conocidas. Sin embargo, Escocia también ha generado un asombroso número de mujeres destacadas. Desde guerreras medievales como Black Agnes de Dunbar hasta Betsy Miller, la primera capitana de buques de Gran Bretaña, desde Williamina Fleming, la principal astrónoma del siglo XIX hasta Victoria Drummond, la primera mujer jefa de ingeniería en Gran Bretaña, las escocesas se han enfrentado a la tribulación y han triunfado. Escocia también ha aportado políticas como Flora Drummond y Katherine Marjory, y literatas como Mary MacLeod y Alison Cockburn.

Sin embargo, a pesar de semejante reunión de genio y valentía, quizá son las mujeres comunes, las escocesas anónimas, quienes merecen más alabanza, porque ellas han unido a la nación. Desde pescadoras hasta molineras, desde abstemias hasta contrabandistas, este libro presenta algunas de las mujeres de Escocia.

UNO

SANTAS Y GUERRERAS DE LOS CELTAS: FOLCLORE Y LEYENDA

Donde hay una vaca hay una mujer, y donde hay una mujer hay malicia”.

– SANTA COLUMBA

Cuando los romanos invadieron lo que iba a convertirse en Escocia, tuvieron que lidiar con un enemigo feroz que luchó con valentía, habilidad y un dominio de las tácticas de guerrilla que causaron muchos problemas a las legiones. Aunque tuvieron una victoria significativa en Mons Graupius en el año 83 DC, los romanos no pudieron conquistar esta tierra septentrional y eventualmente se retiraron detrás de la Muralla de Adriano. Pocas narraciones de testigos oculares relatan el tipo de personas que los romanos encontraron en los valles y las colinas, pero cuando Ammianus Marcellinus, un romano del siglo IV DC, conoció a los galos, un pueblo celta similar a los pictos de Escocia, dijo que eran "terribles por la severidad de sus ojos, muy pendencieros y de gran orgullo e insolencia”. Es una descripción que aún hoy puede ser apta para muchos escoceses. Sin embargo, aunque los romanos consideraban que los hombres celtas eran oponentes peligrosos, parecían tenerle un temor aún mayor a sus mujeres.

Marcellinus afirmaba que “una tropa entera de extranjeros no sería capaz de resistir ante un solo galo si éste llamaba a su esposa para ayudarlo”. Parece que estas mujeres eran "muy fuertes... especialmente cuando, hinchando el cuello, rechinando los dientes y blandiendo sus enormes brazos, comienzan a propinar golpes mezclados con patadas”. Como los romanos eventualmente derrotaron a los galos, pero no pudieron derrotar a los pictos, es concebible que éstos últimos fuesen aún más formidables.

La moral de las mujeres pictas parece haber escandalizado a los visitantes porque, según los relatos romanos, eran libres de hacer el amor con quien quisieran. El matrimonio entre los celtas era fácil y el divorcio tan simple que las bodas pudieron haber sido un acontecimiento anual. Sin embargo, también había concubinas legales, una segunda esposa que vivía junto a la primera, o principal, esposa. La ley permitía que una esposa principal celosa golpeara a la concubina, lo cual debió crear algunas relaciones incómodas. Sin embargo, parece que el concubinato fue una práctica muy común, a pesar de que el título de la segunda esposa era “adultrach”: la adúltera.

En el mundo celta existían hasta 10 formas diferentes de matrimonio, desde un conveniente enlace sexual casual hasta la unión permanente. Estos arreglos tuvieron un eco evidente aun en el siglo XVIII cuando el “Handfasting”, una forma de matrimonio a prueba, era común en Escocia, a pesar de la desaprobación de la iglesia. Hay una leyenda interesante en la que una mujer picta hizo el amor con el padre de Poncio Pilato mientras él estaba en una misión al norte de la frontera romana. Entre ellos procrearon al joven Pilato que más tarde se convirtió en gobernador de Jerusalén. Aunque la historia probablemente es apócrifa, ilustra la idea de la libertad sexual que gozaban las escocesas.

Pero, ¿quién se casaría con una de estas dominantes, feroces mujeres? Muchos, porque las mujeres celtas hicieron eco de la sociedad; la guerra y las disputas eran placeres mayores, por lo que una esposa dócil y humilde no habría sido una diversión ni un reto. Una mujer de poder y aserción era un socio igualitario en las aventuras de la vida.

Cuando no estaban luchando o amando, las mujeres celtas se envanecían de su aspecto físico. Parece que las mujeres celtas que los romanos conocieron tuvieron vidas cortas, la mayoría moría a sus veinte años, pero aprovechaban al máximo el tiempo que tenían. Se casaban jóvenes, alrededor de los doce años de edad, y aparentemente coqueteaban de manera escandalosa. Utilizaban colorantes extraídos de bayas para teñir sus cejas y pintar sus labios, y también enrojecían sus mejillas. Parece que estaban inmensamente orgullosas de su pelo trenzado, y guardaban sus peines en bolsas personales.

Las mujeres celtas usaban faldas a cuadros y tobilleras, collares y pulseras de oro o plata, tenían anillos en los dedos y en las orejas y atravesaban pernos decorados en sus cabellos. Las nobles llevaban torques elaborados alrededor del cuello y decoraban los broches que sostenían su ropa. Incluso se lavaban con agua tibia, un hábito que olvidaron muchos de sus descendientes urbanos, y eran muy cuidadosas con sus uñas. Es posible que las mujeres celtas calzaran sandalias, para poder mostrar los anillos en los dedos de sus pies.

De hecho, las mujeres celtas eran tan vanidosas que la ley exigía una multa a cualquiera que insultara su apariencia, ropa o maquillaje. La ley celta también prohibía a cualquiera mentir sobre la reputación de una mujer o insultarla. Si el marido se acostaba con otra mujer, una esposa celta legalmente podía matar a su rival de amor siempre y cuando ella cometiera el acto a sangre caliente. A la esposa se le concedían tres días entre descubrir el adulterio y despachar a la culpable; después de ese periodo se supone que su cólera se había calmado. No parece haber algo escrito sobre las relaciones posteriores con el marido; presumiblemente se besaban y se arreglaban una vez que ella había demostrado su amor.

Los hombres, en cambio, disfrutaban de la belleza y apariencia de sus mujeres. “Sus brazos eran tan blancos como la nieve de una sola noche y eran suaves y firmes; y sus mejillas limpias y encantadoras eran tan rojas como la dedalina”. Así dice la saga de Etain, del siglo VIII, la mujer más atractiva de Irlanda. La descripción elogiaba sus cejas, dientes y ojos, hombros tersos, manos largas, costados delgados y muslos cálidos. Concluía, “todas son encantadoras hasta que se comparan con Etain. Todas son hermosas hasta que se comparan con Etain”.

Así que estas mujeres asertivas no intimidaban a sus hombres, ni adoptaban hábitos masculinos para demostrar su capacidad; ambos géneros aceptaban y gozaban de las diferencias del otro. Las mujeres gozaban de igualdad legal con los hombres; poseían bienes y en la viudez se convertían en dueñas de los bienes de su marido. Las mujeres podían liderar a la tribu como reina o incluso como líder de guerra. Aunque no quedan registros de las reinas pictas, líderes como Boudicca de los Icenos, Cartimandua de los Brigantes y Medb de Connacht fueron poderosas reinas celtas. No hay razón para dudar de que sus contemporáneos pictos fuesen diferentes.

Parece que las mujeres fueron extremadamente importantes en la Escocia de la edad oscura. La mitología celta premia a las mujeres con habilidades, poderes y prestigio del que, tristemente, carecían en muchos otros pueblos. Las mujeres estaban profundamente involucradas en el culto espiritual del renacimiento, y las diosas como Morrigan, o Gran Reina, y Danann, la reina de los otros dioses, estaban en la cúspide del panteón celta. Es trágico que los pictos no hayan dejado un legado literario, sin embargo los gaélicos contaron historias sobre la gran Reina Medb de Connacht, mientras Cu Cuchlainn, el héroe de la edad oscura de Irlanda, se entrenaba en la Isla de Skye. Sus entrenadores, Scatach y Aife eran mujeres, y las leyendas galesas también hablan de escuelas de entrenamiento donde las mujeres instruían a guerreros masculinos. Las mujeres parecen igualmente importantes en la religión, donde druidas femeninos vestidas de negro resistieron el asalto romano contra Anglesey.

La tradición antigua sostiene que el nombre de Hébridas evolucionó del nombre Ey-brides o islas de Santa Brígida, que cuidaban a las islas exteriores. Santa Brígida originalmente era la diosa gaélica Brigit, hija de Dagda, patrona de los poetas. La leyenda dice que Brigit también era la diosa del fuego y solamente las mujeres nobles de nacimiento podían cuidar del fuego sagrado en sus templos. A estas mujeres se les conocía como "hijas del fuego". Con la llegada del cristianismo, Santa Brígida reemplazó a la diosa Brigit y comenzó un nuevo conjunto de leyendas en las Islas de Santa Brígida. El ostrero se convirtió en el ave especial de Brígida, el primero de febrero se convirtió en el día de Brígida y Brígida, a quien también se le conocía como "María de los gaélicos", se le consideró como la partera de la virgen María. Una encantadora historia popular relata que Santa Brígida encendió una corona de velas sobre su cabeza, para distraer a los buscadores enviados por Herodes tras Cristo. Una mujer tan vistosa y llena de recursos fue la elección natural para tener un santo celta, así que la iglesia cristiana fundó la orden de las monjas de Santa Brígida para erradicar el recuerdo de la diosa pagana Brigit. Estas monjas isleñas posiblemente fueron la primera comunidad de mujeres cristianas en Europa occidental. Con el tiempo, las mujeres cristianas se establecieron en otras partes de lo que se convirtió en Escocia, por ejemplo, con la abadesa Aebbe gobernando en Coldingham, al sureste del río Forth.

Escocia parecía producir un puñado de santas únicas. Una de las más antiguas llegó desde lo que ahora es East Lothian que, según la leyenda, fue gobernado por un rey pagano llamado Loth. El rey fue infeliz cuando su hija, Thenew, abrazó la nueva religión cristiana, y aún más infeliz cuando se prendó de un amante que no sólo era cristiano sino también de una clase social más baja. Fue inevitable que quedara embarazada y que su padre se diera cuenta. En aquellos días del siglo VI, la ira de un rey podía ser explosiva, y Loth ordenó a sus guerreros que lanzaran a Thenew desde los acantilados de Traprain Law. Tal vez porque la perseguían en aras de la virtud fue que Thenew aterrizó a salvo y en el lugar donde había caído brotó un fresco manantial. Sin inmutarse, el rey Loth siguió decidido a ejecutar a su hija, así que la colocó en un coracle y la empujó sin comida, agua ni remos en el Fiordo de Forth.

Segura de su fe, Thenew esperó el siguiente milagro. La marea la llevó a la isla de May y luego hacia Culross en Fife. Cuando Thenew vio una fogata en la playa, la consideró como un mensaje de esperanza del Señor y se acercó. Ella sabía que su momento estaba cerca y dio a luz a su hijo al suave calor de las llamas. Los monjes que cuidaban el fuego llevaron a Thenew con San Serf, quien adoptó al niño. El santo nombró Kentigerno al joven, que significa jefe supremo, o Mungo, que se traduce como hombre encantador, y cuando Kentigerno creció, él creó la orden religiosa que construyó la catedral de Glasgow. A la madre de Kentigerno, Thenew, también la santificaron, y se le recuerda como Santa Enoch.

Otra de las primeras santas de Escocia fue Santa Triduana, quien, según la leyenda, aterrizó en Kilrymont en compañía de San Régulo. Kilrymont era una importante comunidad picta, mejor conocida como Saint Andrews; Triduana eventualmente se estableció en Restenneth, cerca de Forfar, en el reino picto de Circinn. Desafortunadamente, Nechtan, el rey local, era un hombre apasionado con ojo atento por las damas, mientras que Triduana era joven, bien formada y hermosa.

  Cuando las atenciones de Nechtan se tornaron demasiado ofensivas, Triduana huyó de Circinn y se estableció en Dynfallandy, en la colina cerca de Pitlochry. Sin embargo, Nechtan era tan persistente como amoroso, y envió a sus hombres a rastrear el país en búsqueda de la bella oriental. Naturalmente, una mujer tan exótica como Triduana no podía pasar desapercibida por mucho tiempo y los hombres del rey la encontraron.

“Vuelva a Circinn”, le rogaron, “porque el rey Nechtan desea su compañía”.

   Triduana escuchó sus peticiones y preguntó: "¿Qué desea de mí un príncipe tan distinguido, una pobre virgen dedicada a Dios?"

“El rey desea la excelsa belleza de sus ojos”, respondieron los embajadores, “que si no la obtiene, él seguramente morirá”.

“¡Ah!”, dijo Triduana, “entonces lo que él busca, ciertamente lo tendrá”. Arrancándose los ojos con una espina, se los entregó a los embajadores, que se los llevaron a Nechtan.

Curiosamente, una vez que tuvo sus ojos, el rey pareció perder el interés por la santa, quien se trasladó al sur de Lothian y se estableció en un claustro cerca de Edimburgo. La iglesia de Restalrig se encuentra en donde Triduana pasó su vida y, por su sacrificio, a ella se conoce como la santa de los ciegos.

Estos heraldos del cristianismo no siempre fueron bienvenidos. Una comunidad monástica se estableció en la isla de Eigg, siete millas al oeste del continente escocés. Ahí, en alguna época, San Donan dirigía a más de cincuenta monjes, vestidos de blanco, pacíficos y devotos que pastoreaban animales y oraban al Señor. Desafortunadamente no contaban con sus vecinos. En el año 618 DC, el Martirologio de Donegal relata: "cierta ocasión llegaron ladrones desde el mar cuando él, Donan, estaba celebrando la Misa. Él les pidió que no lo mataran hasta que concluyera la misa, le dieron esa prórroga, y luego fue decapitado y 52 de sus monjes junto con él ".

Las masacres de monjes virtualmente eran desconocidas en aquellos días pre-vikingos y era sumamente inusual que una mujer aprobara este particular acto de carnicería. Una reina picta de las cercanías de Moidart pastoreaba sus ovejas en Eigg y se ofendió tanto por la intrusión de un monje que ella ordenó a sus guerreros eliminarlos. Si las crónicas son correctas, la reacción de esta reina de Moidart es un ejemplo temprano de lo que se convertiría en un tema recurrente de la historia: siempre es mejor no enfadar a una escocesa. No era de extrañar que a Eigg también se le conociera como la "isla de las mujeres grandes".

En aquellos días antes de que se formara Escocia, el país era una confusión de pequeños reinos, cada uno gobernado por un pequeño sub-rey. Es interesante que algunos historiadores, como Nora Chadwick, creen que los pictos, cuyos reinos abarcaban gran parte del norte y el este del territorio, seguían las leyes de la sucesión matrilineal. Eso significa que la realeza se decidía por el linaje de la madre, y no por el del padre, lo que resalta la importancia de las mujeres en la antigua Escocia. Otros historiadores, específicamente Alfred Smyth1, cuestionan esta manera única de seleccionar monarca, y explican que los pictos pudieron ser un pueblo sometido, gobernado por reyes extranjeros que podrían, o no, haber tenido una madre picta.

No hay duda de que en el mundo celta reyes y príncipes se casaban fuera de su propio reino. También sucedía que algún noble no celta se casara con alguna mujer celta, facilitando así el proceso de integración. Algunos de estos inmigrantes eran guerreros extremadamente duros, siendo los temibles nórdicos, probablemente, los combatientes más feroces en Europa. Quizás algunos de estos matrimonios ocurrieron por consentimiento mutuo, pero la poesía vikinga de Bjorn Cripplehand presenta otra imagen.

“Los hombres de Mull estaban fatigados de escapar;

Los enemigos escoceses no iban a pelear

Y muchos lamentos de isleñas

Se escucharon a través de las islas que navegamos”.

Las crónicas contemporáneas confirman que los nórdicos se llevaban a las escocesas como esclavas, de modo que la violación y la brutalidad marcaban las incursiones nórdicas, pero una vez que el polvo se asentaba, los nórdicos descubrían que las mujeres celtas eran eminentemente capaces de cuidarse.

Con el marido ausente a menudo por sus incursiones de vikingo, era natural que la esposa y madre celta criara su descendencia de cualquier unión. De igual forma, era natural que la madre enseñara al niño su propia cultura en su propia lengua, de modo que un par de generaciones después en muchos asentamientos nórdicos se hablaba gaélico, con una fusión de las culturas y tradiciones nórdica y celta. Un estudio reciente de ADN en Islandia entregó el sorprendente resultado de que la mayoría de los habitantes tienen ascendencia gaélica, lo que indica que la influencia de las madres escocesas fue muy poderosa además de duradera.

Quizás las mujeres nórdicas eran reacias a viajar lejos de sus hogares, y por eso los nórdicos estaban encantados con las esposas celtas. Olaf de Dublín se casó por lo menos dos veces; su primera reina era la hija de Aed Findliath, Rey Supremo de Irlanda. La segunda era escocesa, quizás la hija de Kenneth Mac Alpin, reconocido por ser el primer rey de una Escocia unificada. La combinación nórdica y celta creó una mujer híbrida que parecía tan aventurera como cualquier vikingo.

Una de ellas fue Aud, la de Mente Profunda, hija de Ketil Nariz Chata, rey de las Hébridas. Aud también pudo ser una esposa de Olaf de Dublín, pero cuando los escoceses de la parte continental mataron a su hijo Thorstein en la batalla, ella decidió emigrar. La Saga Laxdaela afirma que se fue porque "no tenía muchas posibilidades de recuperar su posición" en Escocia. Al construir un barco en Caithness, Aud se convirtió en la primera constructora de embarcaciones de la que haya registro en Escocia. Después cargó sus objetos de valor y se llevó a su familia, seguidores y esclavos al mar. No sólo los sirvientes y esclavos la seguían, sino también nobles como Koli y Hord quienes dejarían huella en la historia de los nórdicos. Aud viajó hacia el norte, primero a Orkney, donde casó a una de sus nietas, luego hacia las Islas Feroe y, finalmente, a Islandia, donde se convirtió en un gran terrateniente.

Las madres celtas no eran propensas a mimar a sus hijos nórdicos. En una ocasión, cuando Earl Sigurd de Orkney le preguntó a su madre gaélica si debía atacar a un rey rival en territorio escocés, ella respondió:

“Te habría criado en mi canasta de lana si hubiera sabido que esperabas vivir para siempre. Es el destino el que gobierna la vida de un hombre, no sus idas y venidas, y es mejor morir con honor que vivir con vergüenza”.

Este rasgo de las madres escocesas se repetiría durante muchas generaciones. “Amor duro” puede ser una frase relativamente nueva, pero como concepto ya se aceptaba en la Escocia pre-medieval. El hijo de Sigurd, Thorfinn, tenía un nombre nórdico, pero era descendiente de una madre escocesa y de una abuela gaélica, posiblemente irlandesa. Los nórdicos pudieron haber creído que gobernaban las islas, pero las generaciones de mujeres gaélicas gradualmente ganaban el juego de la estirpe. Con el tiempo las Hébridas Exteriores, entre las más densamente pobladas por los nórdicos, se convertirían en un bastión de la gaelicidad debido a la influencia de cientos de esposas y madres de habla gaélica. Quizás los nórdicos eran guerreros feroces con espada y hacha, pero las mujeres escocesas ganaron la guerra más prolongada con paciencia, resistencia, cultura y astucia.

Los descendientes de las mujeres pictas, que habían extendido una amable bienvenida a los emisarios de Roma, lucharon contra los vikingos con terrible tenacidad. La historia ha registrado pocos de sus nombres, pero una mujer llamada Frakok organizó una guerra de guerrillas contra los nórdicos, en lo que ahora es Sutherland, que sólo terminó cuando rodearon su cuartel general en Kildonan y lo incendiaron, al igual que a ella. El hecho de que las mujeres estuvieran preparadas para luchar contra los invasores demostraba su mentalidad pura sangre, porque había pasado más de un siglo desde que en una ley se declaró que las mujeres y los niños no serían combatientes. Fue en el año 697 que Adomnan, el abad de Iona, aprobó su "Ley de los Inocentes". Esta ley no fue una decisión casual, sino un acuerdo cuidadosamente considerado que se negoció con 40 prominentes clérigos y más de cincuenta jefes y reyes, incluyendo a Bridei, rey de los pictos y Eochaid, rey de los escoceses.

Probablemente creada en Iona, el santuario más singular de toda Gran Bretaña, la Ley de Adomnan tenía por objeto proteger a los no combatientes, como los niños, el clero y las mujeres, del sufrimiento en el constante flujo y reflujo de la guerra durante la edad oscura. Había una tradición de guerra tribal, y la ley también declaró que las mujeres no debían ser obligadas a participar ella, o incluso les prohibió pelear por completo. Esto podría ser un indicador de la influencia de las mujeres celtas porque, si bien el clero creó la ley, pudo ser una mujer quien inició su concepción.

Según un relato irlandés, Ronait, la madre de Adomnan, atestiguó una de las frenéticas batallas tribales de la época. El escritor medieval relató que "hombres y mujeres por igual asistían a la batalla en ese tiempo" y una mujer en uno de los ejércitos arrastró a su oponente desde las filas enemigas atravesándola con una hoz en el pecho. Esta visión afligió a Ronait, quien plantó una huelga individual y dijo a su hijo: "no me moverás de este lugar hasta que eximas a las mujeres de estar en esta condición." Sin ánimos de discutir con su madre, Adomnan negoció su ley con los reyes vecinos.

La fusión de los imponentes pictos, los guerreros gaélicos, los anglosajones y, finalmente, los nórdicos, creó una fuerte y virulenta línea de mujeres en Escocia. Mujeres como Aud, Frakok y Thenew estaban dispuestas a enfrentar cualquier desafío en sus propios términos. Con el tiempo, sus descendientes se unieron con una raza de normandos que se sumó a la aleación cultural que fusionó a Escocia como la inconfundible nación en la que se convirtió. Si las escocesas de hoy requieren de un modelo, pueden mirar a sus distantes antecesoras de la edad oscura.

DOS

LAS PIADOSAS Y LAS PATRIOTAS

Llegué temprano, llegué tarde

Encontré a Black Agnes en la puerta.

– DICHO POPULAR

A mediados del siglo XI, Malcolm III, conocido como Canmore, era el rey de los escoceses. Aunque nacido gaélico, su madre era anglo-danesa, la hija de Earl Siward de Northumbria. Malcolm era un hombre culto, capaz de hablar un puñado de lenguas y con la astucia para gobernar durante treinta y seis años un reino que aún estaba sin pulir, con fronteras mal definidas y enemigos que golpeaban a las puertas por mar y tierra. Siendo rey por virtud de su sangre gaélica, tal vez fue el recuerdo de su madre el que le impulsó a buscar una esposa de más allá de la órbita de Alba, el nombre gaélico de Escocia.

Poco después de que Malcolm se convirtiera en rey, Knut de Dinamarca conquistó Inglaterra y expulsó al exilio a muchos nobles. Una de esas familias fue la de Edgar Atheling y sus hermanas Margaret y Christina, descendientes de Edmund Ironside. Huyeron a Hungría, de donde provenía Agatha, la madre de Margaret. El abuelo de Margaret había sido Esteban, el rey al que hicieron santo después de cristianizar el país. En el año 1068, después de una breve estancia en Inglaterra, Margaret huyó otra vez, esta vez buscando asilo de los normandos. Su barco tocó tierra en el Fiordo de Forth y se dice que cautivó inmediatamente al rey escocés.

Margaret y Malcolm se casaron en el año 1072 en Dunfermline, donde aún sobrevive la Torre de Malcolm en una cañada cortada por el río del cual la ciudad toma su nombre. Se decía que Margaret era a la vez inteligente y bella, una pareja conveniente para el capaz rey de los escoceses.

Los escoceses y los normandos ingleses se peleaban a lo largo de la frontera, pero Margaret parecía contenta con Malcolm. Parecía una mujer amable, pero su amor al lujo iba mal con su supuesta humildad y reverencia por su iglesia. Sus hijos nacieron en Dunfermline, donde ella fundó una abadía en honor de su matrimonio. Margaret quizás sentó las bases para la Iglesia Católica Romana en Escocia, sustituyendo a la antigua Iglesia Celta de Columba y Adomnan. También le obsequió tierras de su marido a la abadía de Dunfermline, al igual que adornos de oro y plata. Una de las reliquias sagradas más significativas fue la Cruz Negra de Santa Margarita, de la cual se dice que es un fragmento de la verdadera cruz de Cristo. Esta reliquia estaba sujeta a un relicario tachonado con gemas hasta que los desenfrenados ejércitos de Edward “Piernas Largas” la saquearon en el año 1296 y desapareció en las fauces de la codiciosa Inglaterra.

Se decía que la corte de Margaret era muy amable, con costumbres y vestimentas normandas que reemplazaban a la cultura gaélica de los escoceses. También se dice que la reina era bondadosa con los pobres, alimentándolos e incluso lavándoles los pies con sus propias manos. También se le atribuye la construcción de las primeras posadas en Escocia, destinadas a los peregrinos que cruzaban el río Forth para visitar Dunfermline. Eso fue un paso importante para arrastrar a Escocia hacia la corriente principal europea donde la hospitalidad era una rama del comercio y no sólo una extensión de la cortesía común.

Hay una historia muy conocida en la que el libro de los evangelios de la reina Margarita, escrito a mano e iluminado con miniaturas de los Evangelistas, fue arrojado a las aguas del río Forth. Cuando lo recuperaron sin mancha alguna, la gente supo que habían presenciado un milagro. Margaret estaba en camino de llegar a ser santificada como su abuelo. Margaret murió en el castillo de Edimburgo en el año 1093, poco después de la muerte de su marido en batalla. Sacaron su cuerpo del castillo durante una niebla, lo transportaron sobre el río Firth y lo enterraron en Dunfermline. Aún se le recuerda como una santa-reina, a pesar de que anglicanizó Escocia y de que se le atribuye el daño hecho a la Iglesia Celta.

Los santos eran inusuales en la Escocia medieval, pero no lo eran las mujeres buenas. La Escocia medieval era contundentemente rural. Las ciudades principales, Edimburgo, Perth, Dundee y Aberdeen, eran minúsculas comparadas con los estándares de hoy, de modo que la mayoría de la gente tenía vidas campesinas. Pero ya fuese en el campo o en la ciudad, la vida de la mayoría de la gente podía ser brutal y breve. La guerra, las terribles condiciones de trabajo, el hambre y la enfermedad constantemente aguardaban para llevarse incluso a los ricos, mientras que los pobres tenían suerte si llegaban a su cuadragésimo cumpleaños. A la peste siempre se le temía, sobre todo porque no se comprendían las razones de su propagación. Además de la peste bubónica, propagada por las pulgas de las ratas que proliferaron por las condiciones antihigiénicas, también hubo plaga neumónica, favorecida por el frío y la lluvia que azotaron Europa en el siglo XIII.

A estos horrores se sumaban el tifus y la fiebre tifoidea, llevadas por la marcha de los ejércitos, la viruela, la tuberculosis, la disentería, las lombrices y solitarias intestinales, aunados a las omnipresentes enfermedades de la piel que eran demasiado comunes entre una población cuya limpieza no siempre era la mejor.

Las mujeres, por supuesto, sufrieron tanto como los hombres, y a menudo se les culpaba injustamente por propagar diversas enfermedades venéreas que eran peores en las ciudades costeras frecuentadas por los marineros visitantes. La prostitución siempre fue una opción para las más pobres, pero las mujeres estaban empoderadas más allá de lo que mucha gente entiende. La iglesia era una opción de carrera, porque una mujer podía ser monja y llegar a convertirse en priora, con control sobre un gran establecimiento que incluía tierras e ingresos.

Aunque había escuelas en los burgos, se desconoce si a las niñas se les permitía asistir a éstas, sin embargo, hubo un número suficiente de empresarias que revela que algunas mujeres poseían educación. Una mujer soltera debía tener algún medio de sustento, porque la ley se inclinaba pesadamente a favor de los hombres. Las Leges Burgorum, del siglo XII, establecían que al casarse, las mujeres perdían todos sus derechos sobre bienes muebles, y pasaban a manos del marido los alquileres de todas las tierras que poseían y los intereses sobre los préstamos realizados. Sin embargo, se le permitía conservar su joyería personal y un receptáculo, conocido como parafernalia, en el cual almacenarla. Si el marido vendía tierras que ella alguna vez poseyó, él debía entregarle un vestido u otro regalo, que la “generosa” ley le permitía conservar.

No obstante, las mujeres no estaban completamente inhabilitadas. Una mujer casada podía poseer bienes por derecho propio, mientras que en algunos lugares la hija de un primer matrimonio tenía precedencia legal en los derechos de propiedad sobre el hijo de un segundo matrimonio. Si un marido estaba ausente por negocios, guerra o asuntos personales, la esposa controlaba las tierras, bienes y sirvientes. Las mujeres, por lo tanto, a menudo estaban subordinadas a sus maridos, pero tenían algunos derechos y a veces podían asumir autoridad. Como es usual en toda sociedad, los ricos tenían más poder que los pobres. Hubo algunas mujeres que lucharon contra la adversidad del prejuicio para convertirse en burguesas de una ciudad, e incluso algunas se convirtieron en hermanas dentro de un gremio de comercio. La mayoría permanecieron como meras espectadoras del mundo de los negocios.

Naturalmente, las mujeres no eran tan dóciles dentro de su propia casa. Con los hombres ausentes, continuamente en el trabajo o la guerra, eran las mujeres quienes organizaban a los criados, tanto hombres como mujeres. Las mujeres también eran las únicas responsables del cuidado de los niños. Tradicionalmente, las mujeres también eran parteras, utilizaban el conocimiento y la experiencia acumulados por siglos para superar problemas de salud e higiene usualmente atroces. La partera de las tierras bajas era conocida como una "abuelita " o comadrona, mientras que la partera de las tierras altas era una matrona. Su trabajo era una mezcla de sentido práctico y superstición, porque colocaban hierro o ramitas de serbal para proteger su encargo contra hadas y espíritus malignos, que se sabía rondaban el lecho de nacimiento. Una vez que había ayudado con el parto, la partera bañaba al recién nacido con agua salada y rápidamente lo envolvía en la ropa de su madre, si era niña, o en una camisa de su padre, si era un niño. En una nación de comunidades pequeñas, la partera probablemente era conocida de la madre o podía ser su pariente. Ella permanecía con la madre un día o dos, dándole consejos y ayudándole con las tareas del hogar, por lo que a menudo se le pagaba en especie. Rara vez existía la economía monetaria entre los escoceses pobres medievales. La partera también podía recomendar una nodriza si se requería. Fue hasta el siglo XVII que se enseñó la partería en hospitales y escuelas de medicina.

Incluso en esa época temprana, Escocia era una nación comercial y las viudas que vivían en los pueblos costeros a menudo se convertían en dueñas de barcos. Algunas se convirtieron en agentes o incluso actuaron como procuradoras en los tribunales; aunque era más usual que las mujeres incursionar en los negocios como posaderas, vendedoras de cerveza o de alimentos. En Aberdeen, las mujeres trabajaban como cargadoras de desembarco en sudorosa igualdad con los hombres, mientras que otras lavaban la ropa para sus supuestos superiores.

Las mujeres en aquella época podían participar en diversas ocupaciones, pero pocas dejaron una impresión duradera en el mundo medieval como Devorguila, la Dama de Galloway. Devorguila, que es una versión latinizada de su verdadero nombre gaélico Derbhorgail, fue la hija de Alan, el señor de Galloway y Margaret de Huntingdon, que era la bisnieta del rey David I. Este distinguido linaje hizo de Devorguila una de la élite de la nobleza escocesa y, cuando se casó con John Balliol en el año 1233, atrapó a uno de los más ricos caballeros normando-escoceses.

En ese época, los Balliol eran una familia establecida con tierras en Yorkshire y Picardy, así como en Escocia, y Juan Balliol, de 25 años, era unos diez años mayor que su novia. Cuando se casaron, los jóvenes Balliol estaban en circunstancias más que cómodas. Sus ingresos combinados rondaban las 500 libras anuales, con lo que se colocaban en el grupo superior de la nobleza escocesa, o incluso europea. De todos modos, su situación financiera mejoraba año tras año por la muerte, primero la del padre de Devorguila, y después la de otros familiares, que les dejó tierras y posesiones a la joven pareja. Como el padre de Devorguila no tenía algún heredero varón, ella heredó tanto el título de señora de Galloway como una amplia extensión de tierra en el sudoeste de Escocia. Juan también llegó a ser influyente por derecho propio, actuando como guardián del rey infante Alexander III, prestándole dinero al rey de Inglaterra y cumpliendo todos los deberes de un gran terrateniente.

Al periodo de la mitad hacia el final del siglo XIII se le recordaría como una época dorada en la historia de Escocia, ya que el rey Alejandro había mantenido la paz con una Inglaterra que aún no se consideraba un enemigo implacable. También derrotó a los nórdicos en la batalla de Largs para asegurar que las Hébridas fueran escocesas y no noruegas. Devorguila y Juan aprovecharon la paz, sus ocho hijos, cuatro niños y cuatro niñas, sobrevivieron hasta la edad adulta, lo cual fue notable en una época en que era impactante la mortalidad infantil. Parece que trabajaron felizmente como pareja casada, ya que conjuntamente fundaron monasterios franciscanos en Dumfries y Oxford, así como una casa de los Blackfriars en Wigtown, en Galloway la propia provincia de Devorguila.

Juan murió en el año 1268, dejando a Devorguila como señora de Galloway y administradora de las extensas propiedades de Balliol. Fue durante su prolongada viudez que Devorguila hizo su reputación por el incesante amor hacia su difunto esposo y su generosidad hacia los pobres. Aunque tenía tierras más apacibles en Inglaterra, Devorguila pasó gran parte de su tiempo en Buittle en Galloway, su patria ancestral, donde se le atribuye la fundación de la iglesia. También se dice que fundó el monasterio franciscano de Greyfriars en Dundee, que aparentemente tenía una iglesia y un convento excelentes. Es lamentable que esos edificios ya no existan, porque en el año 1310 ahí se reunió el clero escocés para anunciar su apoyo a Robert Bruce, además los huertos y las tierras eran bastante considerables.

Sin embargo a Devorguila se le recuerda mejor recordado por sus obras más hacia el sur. La más duradera es la fundación del Balliol College en Oxford, que todavía reza por el alma de Devorguila y su amado esposo. Las reglas de la universidad reflejaban la piedad de su fundadora, mientras que una condición de la fundación aseguraba que cualquier alimento que no se comiera en la mesa se donara a los estudiantes más pobres. Devorguila tenía un firme interés en ayudar a los pobres, por eso también creó una caridad para beneficiar a esos mismos estudiantes, y siempre brindaba comida de su propia mesa a quienes eran menos afortunados que ella.

Si el Balliol College es su monumento más recordado, el más entrañable es la Abadía Sweetheart, al sur de Dumfries. En este período, el desamparado podía ofrecerle pago a un sacerdote para decir misa por el alma de un ser querido. Los más ricos podían extender una capellanía en su iglesia local, con suficiente dinero para pagarle al sacerdote por orar de manera más regular. Nunca fue una mujer que pensara en pequeño, así que Devorguila fundó una abadía entera, y concedió dos distritos de sus tierras para asegurar que los monjes nunca carecieran de fondos. Aunque el estatuto declaraba que la abadía también estaría dedicada a las almas de los reyes escoceses y de otros antepasados de Devorguila, no había duda de que su principal preocupación era el alma de su marido. Es posible que ella cabalgara desde Buittle para supervisar el trabajo de construcción mientras la exquisita estructura de arenisca roja se erigía, bloque tras bloque tallado para glorificar a dios y bendecir la memoria de su marido.

En el año 1273 se completaron los edificios y a la abadía ya se le conocía como Douz Coeur, literalmente dulce corazón. Hay otra leyenda que exhalta el amor entre Devorguila y Juan. Se decía que ella había removido y embalsamado el corazón de su esposo, y después lo había colocado en un cofre que ponía a su lado cada vez que comía. Fue el poeta Wynton quien puso a Devorguila en contexto cuando escribió: “no había mejor dama en toda Gran Bretaña”. Sin embargo, aunque se le recuerda por su caridad y amor, nunca debe olvidarse que Devorguila también fue una importante empresaria que manejaba sus vastas haciendas con ganancias.

Afortunada en tantos aspectos de su vida, Devorguila también fue bendecida all momento de su muerte. Murió en el año 1290, y sólo experimentó paz en sus tierras de Escocia e Inglaterra. Unos años más tarde, Eduardo I de Inglaterra comenzó la terrible serie de guerras que devastaron al país y, durante siglos, arruinaron las relaciones internacionales. Si hubiera vivido, Devorguila habría presenciado la caída de su familia cuando su hijo John Balliol ascendió al trono y luego cayó del poder y la gracia. Los escoceses lo llamaban Toom Tabbard, capa vacía, y lo recuerdan con un desprecio que no merecería por completo.

Las Guerras de Independencia destrozaron Escocia, dañando seriamente gran parte de la estructura social. En muchos casos los hombres desobedecieron a sus señores feudales para luchar por la libertad, y las mujeres a menudo seguían una causa que ellas creían en lugar de obedecer la palabra de sus parientes varones. En el año 1299, Margaret, Señora de Penicuik, ayudó a las fuerzas de resistencia escocesas a incursionar en Midlothian, tomada por los ingleses, pero ella fue sólo una de tantas escocesas que dejaron su huella. Pocas personas se dan cuenta de que cuando el rey Robert Bruce era poco más que un proscrito perseguido, sus seguidores una banda harapienta de espadachines hambrientos y sus posibilidades de éxito tan escasas que eran casi invisibles, fueron las mujeres de Escocia las que lo ayudaron. El cronista del siglo XIV, John Fordun, escribió:

"Él sufrió estas (dificultades) solo durante casi un año y, finalmente, mediante la misericordia de Dios, con la ayuda y el poder de Christiana de las Islas, una noble dama que le deseaba el bien, regresó al condado de Carrick después de mucho viajar por diferentes direcciones y de una infinidad de esfuerzo, dolor y adversidad”.

A Christiana de las Islas también se le conocía como Christiana de Mar. Ella era la hija y heredera de Alan Macruarie, Señor de Garmoran y, cuando él murió, se convirtió en Lady de Knoydart, Moidart, Arisaig, Rum, Eigg, Uist, Barra y Gigha. Esta herencia era una cantidad considerable de tierra en la costa occidental y un conjunto de islas que se extienden desde las Hébridas Exteriores hacia las Interiores. Christiana era una mujer poderosa y su papel al restaurar Escocia a la independencia seguramente se ha subestimado. Con el tiempo se casó con Duncan de Mar, hermano de la primera esposa de Bruce, por lo que emparentó con la corona.

Incluso en el continente, Bruce necesitaba ayuda femenina. Después de desembarcar en lo que ahora es Ayrshire, estaba bajo severa presión, sin hombres y rodeado por fuerzas inglesas y pro-inglesas. De nuevo, una mujer vino a ayudar, esta vez Christian de Carrick, que envió cuarenta guerreros a su lado. No era mucho en una guerra entre naciones, pero era todo lo que ella tenía y mucho más de lo que los principales condes y señores de Escocia estaban dispuestos a brindar.

A veces las escocesas revelaban una empecinada obstinación semejante a la de Wallace, combinada con fría valentía que es casi incomprensible. Una de ellos era Isabel MacDuff, condesa de Buchan. En el año 1306, Isabel comenzaba sus veinte años, pero cuando se enteró de que Robert Bruce tenía la intención de coronarse rey en Scone, montó de inmediato para asistir a la ceremonia. Su decisión fue valiente por tres razones. En primer lugar, Escocia estaba en medio de una guerra brutal y dicho viaje era extremadamente peligroso. En segundo lugar, su marido apoyaba al enemigo y seguramente la desaprobaría, y en tercer lugar, las repercusiones personales serían inmensas.

Sin embargo, era el deber de una MacDuff poner al nuevo rey sobre la Piedra del Destino o en un substituto si la Piedra no estaba disponible. Isabel realizó la ceremonia y sufrió en consecuencia. Cuando el rey Eduardo I, reconocido en la cristiandad como un dechado de caballerosidad, se enteró de las acciones de Isabel, tomó una terrible venganza. Tenía a la joven condesa encarcelada en una jaula de hierro y madera que, según la leyenda, colgaba fuera de los muros del Castillo de Berwick. Aquí, enjaulada como en una exhibición de zoológico, Isabel fue sometida al ridículo de los espectadores y se le prohibió cualquier comunicación. Otras mujeres, incluidas la hermana, la esposa y la hija de dos años de Bruce, fueron tratadas de manera similar. Allí permanecieron durante años, hasta que la muerte de Eduardo y las victorias de Bruce aseguraron, primero, una disminución de su castigo, y luego su eventual liberación. La caballerosidad, al parecer, era una mercancía flexible.

Si bien las escocesas podían ser intensas patriotas, algunas también eran capaces de actuar contra el rey. Por ejemplo, la condesa Effie de Ross se unió a las fuerzas pro-inglesas para oponerse a Andrew Murray a principios del siglo XIV, aunque tal vez sólo intentaba ayudar a su marido, a quien mantenían prisionero los ingleses. En el año 1320, entre los conspiradores para asesinar al rey Robert estaba la condesa de Strathearn, que fue sentenciada a cadena perpetua por su traición. Setenta años más tarde, Annabella Drummond, reina de Robert III, fue una influencia poderosa en las intrigas de la corte, ayudando a posicionar al duque de Rothesay como gobernador del territorio en lugar del rey, asegurándose un beneficio personal en forma de una gran pensión anual.

Mientras sus Señores se dirigían a las guerras, las Damas administraban las fincas, se aseguraban de que se cultivara la tierra, mantenían los edificios y, cuando era necesario, defendían el castillo contra los depredadores. Había muchas mujeres heroicas, y pocas eran mejores que Black Agnes de Dunbar. La guerra fronteriza era común, el ejército de una nación atacaba a su vecino y llevaba muerte, violación y terror a los campos de Merse y los verdes valles de Cheviot y Cumbria. Después de que Robert Bruce reafirmara la independencia escocesa hubo un breve respiro al norte de Tweed, pero hacia el año 1335 hubo otra guerra entre las dos naciones, con ejércitos ingleses que triunfaban mientras los escoceses olvidaban lo que Bruce les había enseñado. Ese año, Lady Christian Bruce, hermana del rey, mantuvo el castillo de Kildrummie, ubicado en lo más profundo de Aberdeenshire, contra ejércitos ingleses y pro-ingleses. Su postura prácticamente se ha olvidado, pero otra escocesa ganó reputación en un asedio más al sur.

En 1337, el rey Eduardo III envió a William Montague, conde de Salisbury, con cuatro mil hombres para atacar el castillo de Dunbar, que fue el eje de la resistencia escocesa en el sureste. Tal vez Montague creyó que el castillo caería fácilmente, ya que el dueño, Earl Patrick de March, estaba lejos en las Tierras Altas. Sólo su esposa, la condesa Agnes, de 26 años de edad, estaba a cargo de una guarnición de 40 fuertes escoceses. Agnes era de buena estirpe, porque era la hija de Thomas Randolph, conde de Moray, que había sido uno de los principales tenientes de Robert Bruce. También era prima segunda de David II, rey de Scots. La historia la ha registrado como Black Agnes, supuestamente porque tenía cabello negro. Salisbury encontrarla en ella a un oponente difícil.

El castillo de Dunbar era una fortaleza enorme de paredes rojas, situada en una península de East Lothian que avanza hacia el Mar del Norte. Su ubicación era su principal resistencia, pues Salisbury sólo podía atacar a lo largo de un estrecho cuello de tierra que le daba un frente de sólo cincuenta yardas. Mientras que otros castillos se encontraban en medio del campo, Dunbar estaba construida sobre roca sólida, casi imposible de minar. Consciente de la resistencia defensiva de su hogar, parece que Agnes concentró a sus hombres en el muro del frente, vigilando a los sitiadores. Salisbury sólo tenía dos opciones: hacer morir de hambre a Dunbar o tomarla con un asalto frontal. Belicoso por naturaleza, decidió el abordaje directo.

El ejército inglés medieval era uno de los más eficaces entre la cristiandad, así que Salisbury tuvo buen servicio de soldados profesionales. Tenía los mejores arqueros de Europa, caballeros experimentados y hombres armados y acceso a la artillería pesada con la que había golpeado medio centenar de castillos hasta la rendición. Debió sentirse confiado cuando miró al otro extremo de la península y vio los colores brillantes y el vestido ondeante de Lady Agnes y sus damas paradas en las almenas, observando. El primer ataque de Salisbury ocurrió cuando las catapultas arrojaron proyectiles de cincuenta libras contra las paredes de arenisca. Según la leyenda, Agnes, cambió su vestido por la cota de malla y el casco, apareció tranquilamente en las almenas, agitó un paño y con desdén desempolvó las marcas dejadas por los misiles ingleses.

Como las catapultas eran inútiles contra las paredes macizas de Dunbar, Salisbury probó con una cerda que era el equivalente medieval de un tanque. Montado sobre ruedas, este vehículo contenía unos cuantos soldados, que estaban protegidos de las flechas del defensor y del aceite hirviente por un amplio toldo ignífugo. Agnes, sin embargo, tenía la respuesta. Tan pronto como la cerda se acercó a la pared, ella tenía una enorme roca que les dejó caer encima. El peso de la roca aplastó el toldo, y cuando los ingleses sobrevivientes se dispersaron para ponerse a salvo, las lanzas y flechas escocesas los cortaron.

“¡Salisbury!”, se dice que Agnes se burló: “¡Tu cerda ha parido!”.